Sutil
Tomé mi bolso floreado, que estaba encima de mi cama y caminé hasta la cocina. Llené mi vaso de agua mineral y lo tomé en un tiempo que podría considerar record. Suspiré y me planté frente al calendario. ¿Por qué las fiestas navideñas traían consigo tantos problemas? Era abrumador el hecho de sacar el pequeño árbol, y decorarlo con las bolas de navidad y las luces de colores. Realmente estresante. Faltaban casi diez días para el veinticinco de diciembre, época de unión y emociones a flor de piel, y ni siquiera me había puesto a pensar cómo decoraría la casa. No podía aplazarlo más.
Caminé por toda casa, buscando en cada cajón, mesa, bolso, chaqueta... y reuní todo el dinero que me fue posible. Era increíble que casi llego a la cifra de mi sueldo, no es que ganara mucho siendo doctora. Y eso era igual de frustrante que la navidad, porque había que llenar muchos papeles, tener muchas agendas y no dejar el móvil sin batería bajo ningún concepto. Salí de mi humilde hogar, el cual se encontraba en la parte centro de la ciudad; inundada de comercios y cafés y busqué alguna tienda. Necesitaba un comercio que me ofreciera muchos adornos navideños, pero sin la cara de "¡Feliz Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos!" de la vendedora -que por su optimismo se puede llegar a considerar que sufre algún daño emocional-. Y luego de mucho buscar, la encontré. Revolví muchas cajas y elegí todo lo sutil que pude.
- ¡Estos son muy lindos! - exclamó una empleada - serían ideales para cualquier árbol... excepto los pequeños.
Giré mi cabeza rápidamente al sentir tremendo aullido, por así decirlo. Observé a la empleada que mecía entre sus manos muchas bolas de navidad de tamaños exageradamente grandes. Los miraba como si fueran bolas, sí, pero de helado. De ese helado de crema al dulce de leche que es irresistiblemente irresistible oponerse; por muchas calorías que posea. Y analicé sus palabras como si de un trabajo de literatura se tratara: serían ideales para cualquier árbol... excepto los pequeños. Eran las palabras de una mujer que posee poca experiencia en su trabajo, pero que a pesar de eso, tiende a ser sincera en sus comentarios. Era una amenaza que se dirigía a mí sin lugar a dudas. Debía salir de inmediato de esa tienda sino quería salir lastimada. Y me dirigí lenta y sutilmente al mostrador, pero otro comentario me impidió seguir avanzando.
- Mi árbol es de "los pequeños" - sentenció una voz masculina.
Una sonrisa de suficiencia surcó mi rostro aunque intenté ocultarla. Ese hombre debía ser de los míos, una raza casi inexistente que prefiere los árboles pequeños. Y por consiguiente, las fiestas navideñas de bajo perfil. Hice un esfuerzo y llegué al mostrador. Al parecer esta pequeña y necesaria compra no iba a costarme mucho. Cuando me dispongo a irme, reconozco inmediatamente a la persona que esperaba detrás de mí. Aquel hombre, que pertenecía indudablemente a mi raza, era nada más ni nada menos que un viejo conocido. Me miró con sus penetrantes ojos negros y una pequeña -minúscula- sonrisa se formó en su rostro. Dejó su bolsa en el mostrador para pagar, pero se giró hacia mí.
- Sakura, no pensé encontrarte en un lugar como este - me dijo mientras recibía el vuelto de su dinero - ¿muy económico?
- Digamos que prefiero no llamar la atención. Soy sutil.
Guardó su dinero en su chaqueta negra, que por supuesto, hacía juego con todo lo demás. Sus ojos, como anteriormente dije, eran de un negro que penetraba cada espacio de tu ser aunque intentaras negárselo de mil formas. Su pelo caía sobre su frente, y estaba un poco más largo de lo que recordaba. Aún conservaba ese extraño color azulado... ni hablemos del mío. Llevaba una camiseta blanca por debajo de la chaqueta, que se asemejaba mucho al color de su piel. Este chico, no conocía el sol o definitivamente; conocía el protector solar. Me tomó de la mano y me arrastró hacia afuera de la tienda. Observé el cielo con un poco de miedo, ¿cuánto tiempo me había pasado allí? El sol ya se había ocultado y un tímido viento empezaba a soplar.
- No sabía que te gustaban los árboles pequeños, Sasuke - le confesé con una sonrisa - ¡no quiero imaginarme cómo estará tu madre!
- Se queja todos los años - me aseguró - pero en esta época suelo estar con ella. Así que lo deja pasar, supongo.
"Cuanto más grande, mejor querida"; cité a su madre; Mikoto. Suspiré recordando los viejos tiempos. Aquellos de cuando colocábamos la estrella del inmenso pino natural, y nos reíamos cada vez que caíamos de las sillas. Éramos unos pequeños aún, no más de siete u ocho años, pero teníamos este lazo que se conserva a pesar del transcurso del tiempo. Lo puedo sentir con el simple contacto entre nuestras manos. Solíamos pasar casi todos los días juntos, hasta que la secundaria nos separó de una forma terrible. Y nunca volví a verlo... ¿recordaría aquellos viejos sentimientos?
- Escuché por ahí... - balbuceó - que te recibiste de doctora.
- Sí, lo hice - afirmé - medicina general. Costó mucho, pero lo logré.
Presté mayor atención al camino por el cual nos dirigíamos. ¿Viviría Sasuke a los alrededores? Quizás vivía cerca y yo nunca me había percatado. En la lista de despistadas, no podía faltar. Tomó más fuerte mi mano y su semblante se puso un poco más serio, si es que era posible. Parecía hecho a base de hielo y helado. Ambos fríos. Pero por el contrario del hielo, al helado daba gusto comerlo. Porque Sasuke se me hacía irresistiblemente irresistible como un helado de crema al dulce de leche. Al igual que cuando éramos unos infantes.
- ¿Cómo llevas lo de tus padres?
- Bastante bien... - mi voz tembló - son pruebas de la vida, que hay que afrontar.
- Sin lugar a dudas.
Mi mirada reflejó muchos sentimientos...
- Pero, ¿cómo llevan ustedes lo de tu... - quise preguntar pero él me interrumpió.
- Nos adaptamos a la ausencia de Fugaku - aclaró. Y no dejó que dijera "padre".
Repetí sus palabras mentalmente mientras observaba que movía su bolsa de compras de un lado a otro, como si estuviera incómodo. Me maldije a mí misma por haber preguntado, ¿desde cuándo llama a su padre por su nombre? Desde pequeña siempre supe cómo y cuándo usar las palabras adecuadas, pero en ese momento nada salía de mi boca. Él se detuvo. Seguí el camino de su mirada; una fuente en la mitad de un pequeño y descuidado parque. Había un par de niños jugando allí y traían consigo un pequeño muñeco, de esos que se rellenan con fuegos artificiales. Sus ojos se posaron en mí.
- ¿No te gustaría pasar la navidad conmigo? - preguntó mientras se señalaba a sí mismo.
- ¿Quieres huir de tu madre? - bromeé mientras pensaba en la idea.
- No - negó con media sonrisa - no exactamente.
Sí, definitivamente si quería estar lejos de su madre y de sus exagerados pinos naturales. ¿O quería estar conmigo esta navidad? Podría ser solo eso, necesitar una compañía.
- ¿Quieres pasar una navidad más tranquila?...
- Probablemente sí, digamos que prefiero no llamar la atención - me contestó citándome y me tomó de la mano - soy sutil. Necesito una navidad sutil.
