Capítulo 4

Haruka se preguntó en qué estaría pensando. Parecía tan serena, tan calmada... llevaba un jersey rosa, y el pelo le caía en una cascada reluciente sobre los hombros. Ese día tampoco se había puesto ninguna joya, nada que pudiera apartar la atención de ella, ni que pudiera captar atención hacia ella.

Casi nunca usaba modelos, porque incluso los que conseguían mantenerse en la pose todo el tiempo que ella les exigía, acababan mostrando signos de aburrimiento y de incomodidad; sin embargo, Michiru parecía capaz de quedarse allí sentada indefinidamente, con la misma sonrisa dulce en la cara.

Aquello era parte de lo que quería captar en el retrato, aquella paciencia interior, aquella... bueno, Haruka supuso que podría considerarse una serena aceptación del tiempo, tanto del pasado como del que quedaba por llegar. Ella nunca había sido demasiado paciente, ni con los demás, ni con su trabajo, ni consigo misma, y aunque era un rasgo que admiraba en ella, no tenía ninguna intención de intentar adoptarlo.

Pero había algo más, algo que iba más allá de aquella increíble belleza femenina y de aquella calma de madonna. De vez en cuando vislumbraba una cierta fiereza en ella, una determinación digna de un guerrero que revelaba que era una mujer capaz de hacer lo que fuera necesario para proteger lo que era suyo. Y a juzgar por su historia, lo único que le pertenecía era el niño que llevaba en su vientre.

Mientras deslizaba el lápiz por el papel, Haruka reflexionó sobre el hecho de que ella no se lo había contado todo; de hecho, sólo le había contado pequeños retazos incompletos para evitar que siguiera haciéndole preguntas, y ella no había insistido. Normalmente no se conformaba con una respuesta parcial si quería una explicación completa de algo, pero había sido incapaz de presionarla al ver que lo poco que le había contado le resultaba tan doloroso.

Además, aún quedaba tiempo. La radio seguía anunciando que las carreteras permanecían cerradas y que aún quedaba nieve por llegar, y teniendo en cuenta lo imprevisibles que podían resultar Hokkaido en primavera, seguramente pasarían dos semanas, quizás incluso tres, hasta que se pudiera viajar con total seguridad. Era extraño, pero aunque lo más normal habría sido que se sintiera molesta por aquella compañía obligada, lo cierto era que le gustaba aquella ruptura en la soledad que ella misma se había impuesto. Hacía mucho tiempo que no hacía un retrato, quizás demasiado, pero había sido incapaz de enfrentarse a un sujeto de carne y hueso después de lo de Serena.

En la cabaña, lejos de todos los recuerdos, había empezado el proceso de curación. En Tokio había sido incapaz de levantar un pincel, ya que el dolor había hecho algo más que debilitarla, la había dejado vacía.

Pero allí, aislada y completamente sola, había pintado paisajes y bodegones, sueños apenas recordados, y marinas a partir de antiguos bosquejos. Había sido suficiente, pero sólo con la llegada de Michiru había sentido la necesidad de volver a pintar el rostro humano.

En el pasado había creído en el destino, en una pauta vital que estaba predestinada desde antes del nacimiento, pero la muerte de Serena lo había cambiado todo. A partir de aquel momento había tenido que echarle la culpa a alguien, a algo, y lo más fácil a la vez que doloroso había sido culparse a sí misma.

Pero mientras esbozaba el rostro de Michiru y pensaba en la extraña secuencia de circunstancias que la habían llevado a su vida, empezó a cuestionarse de nuevo sus creencias... y no pudo evitar volver a preguntarse lo que estaría pensando ella.

—¿Estás cansada?

—No —contestó Michiru, sin moverse.

Haruka la había colocado en una silla junto a la ventana, en un ángulo en el que estaba de cara a ella, pero que le permitía mirar hacia fuera. La luz la iluminaba de lleno, sin crear la más mínima sombra.

—Me gusta contemplar la nieve —siguió diciendo ella—; ahora hay algunas huellas, y me gusta pensar en los animales que pueden haber pasado sin que los hayamos visto. También puedo ver las montañas, y la verdad es que parecen muy viejas y amenazadoras. Hacia el este son más accesibles, más amigables.

Haruka murmuró distraídamente su conformidad mientras contemplaba el boceto que estaba haciendo. Era bueno, pero no acababa de reflejar lo que buscaba, y quería empezar a trabajar pronto en un lienzo. Dejó el cuaderno a un lado, y la observó con el ceño fruncido mientras ella le devolvía la mirada con expresión paciente y algo divertida.

—¿Tienes otra cosa que ponerte?, ¿algo que te deje los hombros al descubierto?

—Lo siento, pero mi ropero es un poco limitado en este momento.

La rubia se levantó y empezó a pasearse de la chimenea a la ventana, y de vuelta a la mesa. Cuando se acercó a ella y le agarró la cara para hacer que la volviera de un lado a otro, ella obedeció sin rechistar. Después de tres días posando para Haru, se había acostumbrado a su actitud; a veces, sentía que la trataba como si fuera un arreglo floral o un frutero, como si aquel momento tan especial en el porche no hubiera existido. Se había convencido de que se había imaginado tanto la mirada en los ojos de ella como su propia reacción.

Haruka era la artista, y ella la arcilla que había que modelar. Ya había pasado por aquello.

—Tienes una cara completamente femenina —dijo la rubia, más para sí que para la peliverde—. Atrayente a la vez que serena, y suave a pesar de la forma pronunciada de los pómulos. Tus rasgos no son amenazadores, pero resultan increíblemente impactantes. Esto habla de sexo —dijo, mientras su dedo recorría con naturalidad su labio inferior—, pero tus ojos prometen amor y devoción. Y el hecho de que estés madura...

—¿Madura? —dijo Michiru, riendo. Sus manos, que había apretado con fuerza en su regazo cuando Haruka había empezado a hablar, se relajaron un poco.

—Me refiero a tu embarazo, que aumenta aún más la fascinación que despiertas. Una mujer en estado refleja una promesa, una plenitud, y a pesar de la educación y del progreso de hoy día, un misterio irresistible. Igual que un ángel.

—¿Qué quieres decir?

La rubia empezó a hacer pruebas con su pelo, se lo echó hacia atrás, lo apiló sobre su cabeza y finalmente lo dejó caer de nuevo.

—Vemos a los ángeles como seres etéreos y místicos, por encima de los deseos y los fallos de las personas, pero la verdad es que fueron humanos en su día.

Sus palabras hicieron que Michiru sonriera, y le preguntó:

—¿Crees en los ángeles?

La mano de Haruka permanecía enredada en su pelo, aunque se había olvidado por completo de que la había puesto allí por una razón práctica.

—Si no creyera en ellos, la vida no valdría gran cosa—dijo, mientras pensaba que el pelo de ella, de un tono verde aguamarina y suave como una nube, parecía el de un ángel— De repente, se sintió muy incómoda, y se apresuró a apartar la mano y a meterla en el bolsillo de los pantalones.

—¿Quieres descansar un rato? —le preguntó Michiru, con las manos de nuevo fuertemente apretadas en su regazo.

—Sí, lo dejaremos por una hora, tengo que pensar en esto.

Haruka retrocedió automáticamente en cuanto ella se levantó. Cuando no estaba trabajando, se esforzaba al máximo por no tener ningún contacto físico con ella, ya que le preocupaba lo mucho que deseaba tocarla.

—Pon los pies en alto —le dijo. Al verla enarcar una ceja, añadió nerviosa—: es lo que se recomienda en el libro que estás leyendo. Pensé que, dadas las circunstancias, no estaría de más echarle una ojeada.

—Eres muy amable.

—Supongo que es el instinto de supervivencia —cuando ella le sonreía de aquella forma, sentía unas sensaciones de lo más extrañas, cuya existencia se negaba a reconocer—. Si me aseguro de que te cuides como debes, hay menos posibilidades de que te pongas de parto antes de que se abran las carreteras.

—Aún me queda más de un mes —le recordó ella—, pero te agradezco que te preocupes por mí... por nosotros.

—Pon los pies en alto —repitió ella—; iré a buscarte un poco de leche.

—Pero...

—Hoy sólo te has bebido un vaso —con un gesto impaciente, le indicó que se sentara en el sofá antes de ir a la cocina.

Michiru se reclinó contra los cojines con un pequeño suspiro de alivio. Levantar los pies no era tarea fácil, pero consiguió apoyarlos en el borde de la mesita de café. Al sentir el calor del fuego deseó poder tumbarse delante de la chimenea, pero pensó con ironía que si lo hacía haría falta una grúa para levantarla.

Haruka era una mujer increíblemente amable, aunque a ella no le gustaba que se lo recordara, se dijo mientras la oía trastear en la cocina. Nadie la había tratado así... como a un igual, pero al mismo tiempo necesitado de protección; como a una amiga, pero sin una lista de obligaciones o de deudas que pagar. Lo quisiera la rubia o no, algún día encontraría la manera de pagarle todo lo que estaba haciendo por ella. Sí, lo haría en cuanto pudiera.

Si cerraba los ojos y apartaba sus miedos, podía visualizar su futuro. Tendría un pisito en alguna ciudad, con una habitación para el niño decorada en amarillos luminosos, blancos lustrosos y con dibujos de cuentos de hadas en las paredes. Se sentaría en una mecedora con el bebé, y lo arrullaría en las largas y silenciosas noches, mientras el resto del mundo dormía.

Y ya no volvería a estar sola.

Al abrir los ojos, vio a Haruka de pie junto a ella, y deseó con todas sus fuerzas aferrarse a sus manos para absorber parte de la fuerza y la confianza que irradiaba; sin embargo, deseó aún más que ella volviera a recorrer su labio inferior con el dedo, lentamente, con ternura, que la tratara como a una mujer y no como a un objeto que quería pintar.

Pero se limitó a tomar el vaso de leche que la rubia le entregó.

—Cuando el bebé nazca y deje de darle el pecho, no voy a volver a beber leche en toda mi vida.

—Esta es la última fresca que quedaba, a partir de mañana tendrás que tomar en polvo.

—Genial —con una mueca, Michiru se bebió medio vaso de golpe—. Me imagino que es café, fuerte y delicioso —tomó otro trago, y añadió—: y si me siento algo temeraria, finjo que es champán francés en una copa.

—Lástima que no tenga ningún vaso de vino a mano, a lo mejor daría el pego. ¿Tienes hambre?

—Lo de comer por dos es sólo un mito, y como engorde más, voy a empezar a mugir como una vaca —satisfecha, volvió a reclinarse sobre los cojines—. El cuadro que tienes de París... ¿lo has pintado aquí?

Haruka lanzó una mirada a la obra en cuestión. Era un estudio caprichoso y casi surrealista del Bois de Boulogne, así que dedujo que ella conocía el lugar.

—Sí, a partir de viejos esbozos y de mi memoria. ¿Cuándo estuviste allí?

—Yo no he dicho que haya estado en París.

—No lo habrías reconocido de no ser así —le quitó el vaso vacío de la mano, y lo dejó a un lado—. Michiru, cuanto más reservada te muestras, más ganas tengo de descubrir tus secretos.

—Estuve allí hace un año, pasé dos semanas —dijo ella con rigidez.

—¿Te gustó?

—¿Que si me gustó París? —Michiru se obligó a relajarse. Había pasado una eternidad desde entonces, casi lo suficiente para poder imaginar que le había ocurrido a otra persona—. Es una ciudad preciosa. Las flores estaban en su apogeo, y los olores eran algo increíble. Llovió sin parar durante tres días, pero uno podía sentarse y ver pasar los paraguas, o contemplar cómo se iban abriendo los capullos de las flores.

De forma instintiva, Haruka le cubrió las manos con una de las suyas para intentar calmar el agitado movimiento de sus dedos.

—No fuiste feliz allí.

—Estamos hablando de París en primavera, sólo una tonta no se sentiría feliz de estar en un sitio así —contestó ella, mientras se concentraba en relajar las manos.

—El padre del niño... ¿estaba contigo?

—¿Qué importancia tiene eso?

No debería tener ninguna, pero la rubia sabía que a partir de ese momento pensaría en ella cada vez que mirara el cuadro, y tenía que saberlo.

—¿Le querías?

Michiru fijó la vista en el fuego de la chimenea, pero las respuestas estaban dentro de sí misma. ¿Había querido a Seiya? Sus labios se curvaron ligeramente al darse cuenta de que sí, había querido al hombre que había pensado que era.

—Mucho. Le quería mucho.

—¿Cuánto tiempo llevas sola?

—No estoy sola —posó una mano sobre su vientre, y su sonrisa se ensanchó al sentir un movimiento. Le tomó una mano a Haruka, y la apretó contra su cuerpo—. ¿Sientes eso? Es increíble, ¿verdad? Aquí dentro hay alguien.

Haruka sintió el suave movimiento bajo su mano, y se sorprendió al notar un fuerte golpe. Sin darse cuenta, se acercó aún más.

—Eso ha parecido un gancho de derecha, es como si estuviera luchando por salir —conocía perfectamente bien aquella sensación de impaciencia, la frustración al sentirse atrapada en un mundo mientras se anhelaba estar en otro—. ¿Qué sientes tú?

—Me siento viva —riendo, Michiru colocó las manos sobre las suyas—. En Sapporo me pusieron un monitor, y pude oír el latido de su corazón. Sonaba rápido, impaciente, y fue lo mejor del mundo. Creo...

En ese momento, se dio cuenta de que Haruka tenía la vista fija en ella. Sus manos seguían unidas y sus cuerpos se rozaban, y mientras la vida que llevaba en su interior le daba otra patada, la peliverde sintió que su pulso se aceleraba. Se quedó sin aliento ante la calidez y la intimidad de aquel momento.

Haruka deseaba desesperadamente tomarla en sus brazos. La necesidad de apretarla contra sí y abrazarla era tan intensa, tan aguda, que era un dolor físico. Soñaba con ella cada noche, mientras intentaba dormir en el suelo de la habitación libre. En sus sueños, estaban acurrucados juntas en una cama, con el cálido aliento de ella acariciándole las mejillas y su pelo sedoso enredándose en sus manos; sin embargo, al despertar se decía que estaba loca, y eso fue lo que pensó en ese momento antes de apartarse de ella.

Aunque ya no se tocaban, su cuerpo entero notó el largo y quedo suspiro que escapó de los labios de su modelo.

—Me gustaría trabajar un poco más, si crees que puedes aguantar.

—Claro —Michiru tuvo ganas de echarse a llorar. Se dijo que era normal, ya que las mujeres embarazadas tenían las emociones a flor de piel y podían sentirse heridas sin causa alguna.

—Se me ha ocurrido algo, ahora vuelvo.

Haruka fue a la habitación donde dormía, y segundos después volvió con una camisa azul marino.

—Póntela, creo que el contraste entre la camisa y tu cara puede ser la respuesta.

—Vale.

Michiru entró en su dormitorio y se quitó el enorme jersey rosa, y al empezar a meter un brazo en la manga de la camisa notó el olor de Haruka en la gruesa prenda de algodón. Era un aroma penetrante y descaradamente sexual, muy de la rubia. Incapaz de resistirse, restregó la mejilla contra la suave tela. El olor era como el viento indomable, pero hacía que se sintiera segura, y aunque fuera una locura, provocó en ella un profundo escalofrío de deseo.

No sabía si estaba bien tener anhelos de mujer, desear a Haruka de forma sexual siendo también del mismo género y más cuando estaba acarreando con una responsabilidad tan enorme, pero se sentía tan cerca de ella que no parecía nada malo. Intuía que la rubia también había sufrido mucho, y quizás esa similitud y su aislamiento en la cabaña explicaban por qué sentía como si la conociera desde siempre.

Acabó de ponerse la camisa con un suspiro. ¿Qué sabía ella de sus propios sentimientos?, la primera y única vez que había confiado en ellos por completo, sólo había conseguido sufrir. No sabía cómo definir las emociones que Haruka despertaba en ella, pero lo mejor sería centrarse sólo en su gratitud.

Cuando Michiru volvió a la sala de estar, Haruka estaba repasando los bocetos, desechando unos y dándoles el visto bueno a otros. Al levantar la cabeza y verla allí de pie, se dio cuenta de que su percepción de ella estaba muy, pero muy equivocada.

Parecía una ninfa, una sirena hermosa y de ensueño, pero en ese momento parecía mucho más carnal, y ella prefería pensar en la peliverde como una ilusión, y no como una mujer de carne y hueso que la atraía.

—Sí, eso se acerca más a la imagen que busco —dijo, luchando por mantener la voz firme—. El color te sienta bien, y el estilo masculino de líneas sobrias crea un buen contraste.

—Puede que tardes en recuperar tu camisa, es muy cómoda.

—Considérala un préstamo.

Haruka se acercó a la silla, y al verla asumir la pose exacta de antes del descanso, volvió a preguntarse si ella ya habría hecho de modelo con anterioridad. Ésa era otra pregunta más que tendría que plantearle en el momento oportuno.

—Vamos a intentar algo diferente.

La hizo moverse ligeramente mientras murmuraba para sí, y Michiru estuvo a punto de sonreír al verse relegada de nuevo al papel de jarrón.

—Maldición, ojalá tuviéramos flores... rosas, una sola rosa.

—Podrías imaginártela.

—Puede que lo haga —Haruka ladeó la cabeza hacia la izquierda, y retrocedió un poco—. Esto es lo que buscaba, así que voy a pintarte directamente sobre un lienzo. Ya he perdido bastante tiempo en bocetos.

—Tres días.

—He acabado cuadros en la mitad de tiempo cuando las cosas encajaban.

Michiru podía imaginársela perfectamente sentada en un taburete alto con su caballete, trabajando febrilmente con los ojos entornados y con aquellas manos largas y poderosas en plena creación.

—He visto que has dejado algunas pinturas sin terminar—comentó.

—Perdí el interés —dijo ella, mientras empezaba a dibujar largos trazos en el lienzo con un pincel—. ¿Tú acabas todo lo que empiezas?

Ella reflexionó brevemente, y contestó:

—Supongo que no, pero siempre se ha dicho que debería hacerse.

—¿Por qué arrastrar con algo hasta el amargo final, si no funciona?

—A veces hay que cumplir con lo prometido —murmuró ella, pensando en sus votos matrimoniales.

Haruka la estaba observando con atención, y pudo vislumbrar el brillo de dolor que relampagueó en sus ojos. Como siempre, a pesar de que intentaba evitarlo, las emociones de ella le llegaron muy hondo.

—A veces es imposible mantener una promesa.

—No, pero eso no quiere decir que esté bien —se limitó a decir ella con voz suave.

Haruka trabajó durante casi una hora, definiendo, refinando y perfeccionando cada trazo. Ella tenía la expresión exacta que quería, pensativa, paciente y sensual, e incluso antes de trazar la primera línea había sabido que aquélla sería una de sus mejores obras, quizás incluso la mejor de todas. Y también sabía que necesitaría pintarla de nuevo, en otros estados de ánimo y en otras poses.

Pero eso era para más adelante; en ese momento, necesitaba captar la esencia, la simplicidad de aquella mujer. Eso podía hacerlo trazando líneas y curvas, con blanco y negro y unas cuantas sombras de gris, pero al día siguiente empezaría a rellenar el conjunto, a añadir color y todas las complejidades. Al acabar, la tendría por completo en el lienzo y la conocería perfectamente, como nadie lo había hecho o lo haría jamás.

—¿Me dejarás verlo antes de que esté acabado?

—¿Qué?

—Que si me dejarás ver el cuadro —Michiru no se movió, pero volvió los ojos de la ventana hacia la rubia—. Se supone que los artistas son temperamentales, y que no les gusta enseñar su trabajo antes de que esté listo.

—No soy temperamental —Haruka la miró a los ojos, como retándola a que le llevara la contraria.

—Sí, eso es obvio —aunque la expresión de ella se mantuvo impasible, no consiguió ocultar el tono de diversión en su voz—. Entonces, ¿me dejarás verlo?

—No me importa, mientras tengas claro que no pienso cambiar nada, aunque no te guste.

Esa vez, Michiru no pudo contenerse y se echó a reír, y el sonido libre y profundo hizo que los dedos de Haruka se tensaran.

—¿Te refieres a si veo algo que hiera mi vanidad? No te preocupes por eso, no soy presumida.

—Todas las mujeres hermosas son presumidas, es normal.

—Una persona sólo es presumida si le importa su apariencia.

Entonces fue Haruka quien se echó a reír, aunque con cinismo. Dejó el lápiz, y dijo con incredulidad:

—¿Me estás diciendo que a ti te trae sin cuidado tu aspecto físico?

—No he hecho nada para ganármelo, ¿no? Fue un accidente del destino, o un golpe de suerte. Si fuera increíblemente inteligente o tuviera talento para algo, supongo que me molestaría mi apariencia, porque la gente no suele ver nada más allá —se encogió de hombros, y volvió a colocarse en la pose perfecta—, pero como no tengo nada más, he aprendido a aceptar que mi imagen es... no sé, una especie de regalo que suple otras carencias.

—¿Cambiarías tu belleza por algo?

—Por un montón de cosas, pero si cambiara una cosa por otra tampoco me la habría ganado, así que seguiría sin tener importancia. ¿Puedo preguntarte algo?

—Supongo —Haruka sacó un trapo del bolsillo trasero del pantalón, y se limpió las manos.

—¿De qué te sientes más orgullosa, de tu apariencia física o de tu trabajo?

Ella echó a un lado el trapo. Era extraño que la peliverde pareciera tan triste y seria, y que aun así fuera capaz de hacerle reír.

—Nadie me ha considerado nunca guapísima, así que no hay duda posible —empezó a girar el caballete, pero cuando ella hizo ademán de levantarse, le hizo un gesto para que no se moviera—. No, relájate. Échale un vistazo desde ahí, y dame tu opinión.

Michiru contempló el dibujo. Era sólo un esbozo, y menos detallado que muchos de los que la rubia había hecho hasta el momento; aparecían su cara y su torso, y su mano derecha posada justo debajo de su hombro izquierdo. Por alguna razón, parecía una pose protectora... cautelosa, sin llegar a ser defensiva.

Pensó que Haruka había acertado de lleno con la camisa, ya que acentuaba su feminidad más que un montón de encaje o de seda. Tenía el pelo suelto, y le caía sobre los hombros en ondas desordenadas y atrevidas que contrastaban con aquella pose serena. No había esperado encontrar ninguna sorpresa en su propio rostro, pero al contemplar la imagen que Haru tenía de ella, se removió incómoda en la silla.

—No estoy tan triste como haces que parezca.

—Ya te he avisado de que no pienso cambiar nada.

—Puedes pintar lo que te dé la gana, sólo te estoy diciendo que estás equivocada conmigo.

Divertida por la nota de altivez en su voz, Haruka volvió a girar el caballete, pero no se molestó en mirar su trabajo.

—No lo creo.

—Yo no soy patética.

—¿Patética? La mujer del dibujo no tiene nada de patética, yo diría que la palabra que la describe es «valiente».

Michiru sonrió, y se levantó de la silla.

—Tampoco soy valiente, pero es tu cuadro, así que puedes hacer lo que te dé la gana.

—En eso estamos de acuerdo.

—¡Haruka!

Michiru hizo un gesto brusco, y su tono apremiante hizo que se apresurara a ir hasta ella y la tomara de la mano.

—¿Qué pasa? ¡Mira!, ¡mira lo que hay ahí fuera! —dijo, señalando con la mano que tenía libre.

Haruka sintió la tentación de estrangularla al darse cuenta de que lo que resonaba en su voz no era apremio, sino entusiasmo al ver un ciervo a menos de dos metros de la ventana. El animal tenía la cabeza alzada mientras olisqueaba el aire, y arrogantemente, sin rastro de miedo alguno, los observó a través del cristal.

—¡Es precioso! Nunca había visto uno tan grande, ni tan de cerca.

La rubia compartió su entusiasmo. Un ciervo, un zorro, un halcón volando en círculos... ver a aquellos animales había sido una de las cosas que le habían ayudado a superar su dolor.

—Hace un par de semanas fui andando hasta un riachuelo que hay a un kilómetro y medio de aquí, y me encontré a la familia entera. Estaba en la dirección del viento, así que conseguí hacer tres esbozos antes de que me vieran.

—Este sitio le pertenece, ¿te lo imaginas? Acres y acres de terreno. Él debe de saberlo, y por eso parece tan seguro de sí mismo —Michiru se echó a reír, y apoyó la mano libre en el vidrio helado—. Es como si estuviéramos expuestas, y él hubiera venido a echar una ojeada al zoo.

El ciervo bajó el morro hasta la nieve, buscando la hierba que había debajo o quizás oliendo el rastro de otro animal. Se movía sin prisa, seguro en su soledad mientras a su alrededor los árboles goteaban hielo y nieve.

De repente, el animal levantó la cabeza y se fue a toda prisa hasta desaparecer en el bosque.

Michiru se echó a reír y se volvió hacia Haruka, pero entonces se olvidó de todo.

Ninguna de las dos se había dado cuenta de que se habían acercado tanto la una a la otra. Seguían con las manos entrelazadas, y el sol que entraba por la ventana iba perdiendo fuerza conforme la tarde daba paso a la noche. La cabaña, igual que el bosque que la rodeaba, estaba inmersa en un silencio absoluto.

Haruka alzó una mano, y acarició su rostro. Ni siquiera se había dado cuenta de que ésa había sido su intención, pero cuando sus dedos rozaron aquella tersa mejilla, supo que había necesitado hacerlo.

Michiru no se alejó de ella. La rubia quería creer que habría acatado su decisión si ella hubiera decidido apartarse, pero Michi no se movió.

Notó que la mano de ella temblaba, y se dio cuenta de que también estaba nerviosa. Otra nueva experiencia. Sabía que no debía acercarse, se lo decía el sentido común, pero no sabía si podría resistir la tentación.

Su piel era cálida al tacto, real. No era un retrato, sino una mujer de carne y hueso. Fuera lo que fuese lo que había pasado en su vida, lo que la había convertido en la mujer que había llegado a ser, pertenecía al pasado. Ese momento era el presente.

Ella siguió mirándola con ojos enormes y un tanto asustados, esperando sin moverse, y Haruka soltó un juramento para sus adentros mientras bajaba los labios hasta los suyos.

Permitir aquello era una locura, y desearlo aún peor, pero incluso antes de que su boca se posara sobre la suya, Michiru sintió que se rendía ante ella. Hizo acopio de valor, preguntándose adonde iba a conducirles todo aquello.

Su primer y único pensamiento cuando la boca de la rubia se posó sobre la suya fue que parecía el primer beso de toda su vida. Nadie la había besado así. Había experimentado pasión, el rápido y casi doloroso deseo derivado del frenesí ardiente; había experimentado exigencias que había podido satisfacer, y otras que no; había experimentado el deseo hambriento y la furia que un hombre podía sentir por una mujer, pero jamás había experimentado, ni siquiera había podido imaginar, aquel tipo de devoción.

Y sin embargo, a pesar de todo, intuía en ella necesidades más desenfrenadas firmemente reprimidas, que hacían que aquel abrazo fuera más excitante, más avasallador que ningún otro. Las manos de Haruka estaban enterradas en su pelo, explorando, acariciando, mientras sus labios se movían insaciables sobre los suyos. Michiru sintió que el mundo se movía bajo sus pies, y supo instintivamente que la rubia estaría allí para afianzarla.

Haruka sabía que debía detenerse, pero era incapaz de hacerlo. Probar el sabor de sus labios había hecho que necesitara saborearla más y más, era como si hubiera estado vacía sin saberlo, y en ese momento, de forma increíble, fulminante y aterradora, estuviera llena y completa.

Vacilantes, incluso inocentes, las manos de Michiru recorrieron sus brazos hasta posarse en sus hombros, y cuando abrió los labios, Haruka notó aquella misma curiosa timidez en su invitación. A pesar de que en el exterior aún estaba enterrado bajo la nieve, podía oler el aroma de la primavera en su pelo y en su piel, por encima incluso del olor de la leña ardiendo. Los troncos se movieron en la chimenea, el viento del anochecer empezó a ulular contra la ventana, y Michiru suspiró.

Haruka quería seguir con la fantasía, levantarla en sus brazos y llevarla a la cama. Necesitaba tumbarse junto a ella, quitarle la camisa y sentir su piel contra la suya, que ella la acariciara y la abrazara, que confiara en ella.

Sin embargo, en su interior se estaba librando una auténtica batalla, ya que ella no era una mujer sin más. Estaba embarazada y dentro de ella crecía el hijo de un hombre, uno al que ella había amado.

No tenía derecho a quererla, y no podía confiar en ella; aun así, se sentía irresistiblemente atraída por la peliverde, por sus secretos, por aquellos ojos que decían mucho más que sus palabras... y por su belleza, que iba mucho más allá de la forma y la textura de su cara, aunque no pareciera saberlo.

Tenía que parar hasta que supiera exactamente lo que quería, y hasta que Michiru confiara lo suficiente en ella para contarle la verdad.

Hizo ademán de apartarse, pero Michi enterró el rostro en su hombro.

—Por favor, no digas nada, dame un minuto.

Las lágrimas que oyó en su voz la sacudieron aún más que el beso. El tira y afloja en su interior se intensificó, y finalmente levantó una mano y le acarició el pelo. Al sentir el movimiento del niño, Haruka se preguntó qué era lo que iba a hacer.

—Lo siento, no quiero ser pesada —dijo ella.

Su voz sonó controlada de nuevo, pero aun así no la soltó. A lo largo de su vida, habían sido muy pocas las veces que alguien se había molestado en abrazarla, y hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo necesitaba.

—No eres pesada.

—Gracias —Michiru retrocedió un poco, con los ojos brillantes de lágrimas contenidas—. Supongo que ibas a decir que lo que ha pasado no ha sido algo premeditado, pero no hace falta.

—No, no ha sido algo premeditado, pero no pienso disculparme por ello —dijo ella con calma.

—Ya veo —Michiru apoyó una mano en el respaldo de la silla, un poco desconcertada—. Supongo que lo que he querido decir es que... no quiero que creas que yo... maldición —se dio por vencida, y volvió a sentarse—. He querido decir que no estoy enfadada por el beso, y que lo entiendo.

—Bien —Haruka se sentía mucho mejor de lo que esperaba, y con tranquilidad agarró otra silla y se sentó a horcajadas—. ¿Qué es lo que entiendes?

Ella había creído que dejaría el tema, que optaría por el camino más fácil, y se esforzó por explicarle cómo se sentía sin revelar demasiado.

—Que te doy un poco de pena, y te sientes un poco responsable por la situación y por el cuadro —se preguntó por qué no podía relajarse, y por qué ella la estaba mirando con una expresión tan extraña—. No quiero que creas que te he malinterpretado, no espero que...

La explicación se estaba embrollando cada vez más, y cuando estaba a punto de abandonar el intento y callarse, Haruka enarcó una ceja y le hizo un gesto casi desafiante para que acabara de hablar.

—Sé que nunca podrías sentirte atraída por mí físicamente... en estas circunstancias, y no quiero que creas que he interpretado lo que ha pasado como algo más que... que una especie de amabilidad tuya.

—Eso sí que tiene gracia —Haruka se rascó la barbilla, como si estuviera pensando en lo que ella le acababa de decir—. Michiru, no tienes pinta de ser tonta. Me siento atraída por ti, y parte de esa atracción es muy física. Puede que hacer el amor contigo no sea posible en este momento, pero eso no significa que el deseo no exista.

Ella abrió la boca para decir algo, pero acabó levantando las manos y dejándolas caer de nuevo.

—Tu embarazo no es lo único que me impide hacer el amor contigo, hay una razón no tan obvia, pero igual de importante. Necesito saber toda tu historia, Michiru.

—No puedo contártela.

—¿Tienes miedo?

Ella sacudió la cabeza. Tenía los ojos brillantes de lágrimas, pero levantó la barbilla en un gesto decidido.

—Tengo vergüenza.

Aquella respuesta la tomó totalmente por sorpresa.

—¿Por qué?, ¿porque no estabas casada con el padre del niño?

—No, no es eso. Por favor, no insistas.

Haruka quiso protestar, pero se mordió la lengua porque ella estaba muy pálida, y parecía cansada y demasiado frágil.

—De acuerdo, lo dejaré por ahora, pero quiero que sepas una cosa: siento algo por ti, y va ganando fuerza cada vez más rápidamente, nos guste o no. En este momento, no tengo ni idea de lo que voy a hacer con mis emociones.

Cuando ella se levantó de la silla, Michiru alargó una mano y la posó en su brazo.

—Haru, no hay nada que puedas hacer, y no sabes lo mucho que me gustaría que las cosas fueran diferentes.

—La vida es algo que uno va construyéndose, Sirena —Haruka le acarició el pelo, y después se apartó—. Necesitamos más leña.

Michiru permaneció sentada en la cabaña vacía, y deseó con todas sus fuerzas haberse construido una vida mejor.


Primero que todo quiero diculparme por la tremenda demora en mi actualizacion pero los estudios, trabajo, vida de casada y vagancia se me fueron las musas en un crucero largo. pero prometo actualizar mas seguido ahora.

Segundo, quiero dedicarle este capitulo a mi incondicional musa, la mas hermosa de todas, mi compñera y mi vida, mi novia que fue la que me amenazo de muerte si no subia algo, para ella todo.

Acepto todo tipo de comentarios, frutas, verduras, pero no propuestas de matrimonio porque me matan si .

Me despido con mi espada y mi alma