DISCLAIMER: los personajes de esta historia pertenecen a la maravillosa Stephanie Meyer, yo solo los tomé prestados.


Capítulo 1.

- ¡Milady! Milady, ya es hora de levantarse.

Sue, la criada personal de Lady Isabella Swan, hija de los duques de Kent, se acercó al ventanal y corrió las pesadas cortinas de seda oscura, dejando entrar a la brillante luz del sol de la mañana. La habitación, a pesar de pertenecer a una familia inglesa, seguía el fiel estilo francés dictado por la moda, con un diseño de intrincadas líneas en paredes y muebles, modelo del Palacio de Versalles.

Isabella, o Bella (como le gustaba que la llamaran), comenzó a desperezarse, estirándose como un gato, entre las sábanas.

- ¿Qué hora es? – preguntó.

- Las nueve, Milady. Vuestros padres la esperan para desayunar.

Bella apartó la frazada y se levantó, acercándose a mirar entre los vidrios la inmensidad del paraje que tenia ante si. Detrás de ella, Sue rebuscaba en el armario un vestido apropiado para su señorita, decidiéndose por uno en tonos dorados y negros, con mangas hasta los codos, provisto de un corsé bordado en la parte delantera, y una falda larga hasta los pies, con zapatos a juego.

- Es hora de vestirse, Bella – cuando estaban solas, ambas dejaban de lado el protocolo. No le hacía mal a nadie, y se encontraban más cómodas así.

Luego de colocarle el vestido, procedió a peinarle su largo cabello, sosteniéndolo con horquillas, y dejando caer sus bucles. Siendo una joven soltera, el maquillaje no le estaba permitido, pero aun así, Sue siempre le colocaba un poco de polvo en las mejillas, que podía pasar por su sonrojo natural. Era su pequeño secreto.

Terminada la ceremonia de vestuario, la joven bajó al comedor, donde encontró a sus padres sentados a la mesa esperándola.

- Buenos días cariño – la saludó su madre. Ésta era una mujer de 35 años, jovial, risueña y amable. Ambas eran muy parecidas, y cómplices. Reneé, duquesa de Kent, siempre había permitido a su hija criarse como a cualquier otra jovencita. Sabía leer, escribir, montar a caballo, e incluso manejar la espada (cortesía de su padre).

- Buen día, hija – le dijo su padre. Charlie Swan, tercer duque de Kent, eternamente enamorado de su esposa, y cómplice de su hija. Le permitía cualquier capricho; y si alguien le hablaba acerca de lo impropio de su comportamiento, él simplemente sonreía y contestaba que una joven, para criarse bien, debía contar siempre con el apoyo de sus progenitores.

Los Swan eran mal vistos por aquellos que envidiaban su buena fortuna y felicidad, creando habladurías para lograr quitarles el favor del rey. Sobra decir que jamás lograban su cometido. El monarca estimaba profundamente al duque, y por eso mismo lo defendía ante la corte.

Pero no todos se alejaban de ellos. La familia Cullen, duques de Gales, eran sus mejores amigos, y siempre acudían a las veladas juntos. Sus hijos eran grandes amigos. Y hablando de hijos...

- ¡Hola a todos! – un torbellino de cabello oscuro entro en la estancia, interrumpiendo el desayuno.

- ¡Hola Alice! – saludaron con una sonrisa.

- Bella.. ¿qué tal amaneciste hoy? – le preguntó.

- Muy bien Allie, ¿y tu? ¿Cómo va tu matrimonio?

La joven hija de Carlisle y Esme Cullen se había casado hacia unos meses con el joven conde Jasper Hale, y por amor, algo muy raro por ese entonces.

- Perfectamente – contestó con mirada soñadora – Jazz es el mejor esposo que podría desear. Es tan dulce... – Sus pensamientos se alejaron por un momento, hasta que Bella le lanzó una servilleta para despertarla.

- ¡Oye! ¿Por qué hiciste eso?

- Parecías necesitarlo – comenzó a reír seguida por sus padres, e incluso por los sirvientes que estaban retirando los platos.

Las formalidades en ambas familias eran dejadas de lado, y solo se comportaban con propiedad estando en público. Lo que no significaba que los mas pequeños no hicieran travesuras cada vez que podían.

- Bien.. ¿a qué debemos el honor de vuestra visita condesa? – preguntó Reneé.

- Quería invitar a la joven duquesa a pasear por el parque – hizo una reverencia torpe – Si me lo permitís, claro.

Fingió pensarlo.

- Mmm.. No lo sé... ¿Mi Lord? – se dirigió a su esposo - ¿Estáis de acuerdo?

- De acuerdo. Pero no hagáis travesuras. La última vez que salieron solas, la condesa Denali vino a reclamarme, criticando vuestros temas de conversación. Al parecer, su inocente hija escuchó cosas que no debería, siendo una joven casadera.

- ¡Puff! – se burló Bella – Tanya Denali, de inocente, no tiene nada.

- Nosotros sabemos eso, más no su madre, asi que comportaros como las damas que sois.

- Como digáis – hicieron una reverencia, a la vez que los duques rodaban sus ojos.

En la puerta las esperaba un cochero con el carruaje, listo para partir. Ayudó a las dos jóvenes a subir, y luego tomó las riendas.

- Llévanos a Park Lane, Ben – le pidió Alice.

- Enseguida condesa.

Dentro, mientras hojeaba el paisaje, Bella se preguntaba a qué se debía esta salida.

- ¿Qué tienes en mente Allie? – preguntó. Ella la miró, haciéndose la desentendida.

- Nada. ¿Es que acaso una amiga no puede invitar a otra a disfrutar de un paseo veraniego?

- Alice...

- ¡Oh! ¡Está bien! Pero espera un poco mas. Nos encontraremos con Rose y ambas se enteraran a la vez, sino tendré que repetir la historia.

- ¿Rosalie estará allí? ¿No se había ido de luna de miel con Emmett?

- Si, pero ya regresaron.

Emmett era el hermano mayor de Alice, mientras que Rosalie era melliza de Jasper. Así fue como se conocieron. Y ahora, del grupo de amigos, solo Bella era la única soltera, aunque no se preocupaba mucho por ello. Sus padres no la presionaban, y ella solo pensaba casarse con alguien a quien realmente amara.

En un banco, junto a una glorieta, vislumbraron a Rose, cuyos rubios cabellos se encontraban cubiertos por un sombrero de encaje blanco, que la protegía del sol. Se levantó y las saludó con una mano y una sonrisa en los labios. En cuanto estuvieron cerca, las tres amigas se abrazaron riendo, dando vueltas, y saltando.

- ¡No puedo creer que ya hayas regresado! ¡Te eché mucho de menos! – exclamó Lady Swan, mirando a su amiga.

- Igual yo a ustedes. ¡No tienen idea de las maravillas que vi! Francia esta muy adelantada a nosotros. Y hay fiestas, y bailes. Incluso un hombre y una mujer pueden sentarse a tomar algo juntos sin necesidad de carabina.

- ¿En verdad? – preguntó Lady Hale. Por cuestiones de negocios, aun no había podido salir de luna de miel con su reciente esposo, y sentía una insaciable curiosidad por todo aquello que su cuñada le contase.

- Ya tendremos tiempo para hablar de todo eso. Ahora quiero saber por qué nos citaste a las dos – le dijo, mirando a Alice.

- Cierto. Prometiste contarme en cuanto viéramos a Rose. Ahora habla.

La joven, haciendo un esfuerzo por parecer delicada y apocada, se sentó en el banco con mucha ceremonia, disfrutando de la impaciencia de sus amigas.

- Edward regresa a casa – dijo, sin mas.

- ¿Edward? ¿Tu hermano? – preguntó Bella.

- ¿Por qué será que Emmett no me lo comentó? – dijo para si la rubia.

- Porque él no lo sabía. Me escribió una carta hace un par de meses para avisarme, y esta noche se celebrará un baile de bienvenida en la mansión de mis padres. – contestó, serena, Alice.

Edward Cullen, el mediano de la familia Cullen, y duque de Bradford, había viajado a Francia hacia diez años para alistarse en el ejército de Su Majestad, por lo cual se encontraba alejado de tierras inglesas desde ese entonces. Bella aun no lo conocía, y sentía curiosidad por saber cómo era.

- Es increíble que regrese. ¿Cómo pudo obtener el permiso? – preguntó Rosalie.

- Debido a los servicios prestados, el Almirante le dio la baja, por pedido expreso de mi hermano. Según me contó en sus cartas, ya estaba cansado de tanta guerra y quería regresar, y hacerse cargo del negocio familiar. – luego de eso, la pequeña Cullen brincó de su asiento y comenzó a danzar alrededor de sus amigas - ¿¡No es increíble! ¡Por fin Edward estará con nosotros! ¡Y ya no se irá! – No quedaba duda de quien era el hermano preferido de la condesa.

Su alegría era contagiosa, y pronto tanto Bella como Rosalie, se unieron a su festejo.

- ¿Vendrás Bella? – le preguntó, rápidamente seria – Me encantaría que asistieras y conocieras a mi hermano. Tengo la impresión de que va a suceder algo muy importante entre ustedes.

- ¿De nuevo con tus premoniciones? – la morena la miró, entornando los ojos.

- Sabes que cada vez que siento algo, sucede, no me lo puedes negar. ¿Vendrás?

- Claro que sí. No podría perdérmelo, quiero conocer a tu adorado hermano. Y aunque te dijera que no, tu me obligarías.

- Correcto – dijo, sin inmutarse.

Horas más tarde, Sue, Reneé, y Bella se encontraban en la habitación de esta última, arreglándola para la fiesta que tendría lugar en la mansión Cullen esa noche. Sobre su cama, se encontraba una caja atada con un lazo violeta, enviada por Rosalie, que contenía el vestido que debía usar. En cuanto lo sacó, las tres quedaron mudas de la impresión. Frente a ellas tenían un vestido rojo con apliques negros en el corsé y una falda que caía ligera a sus pies. Al colocárselo se dieron cuenta de que el escote dejaba poco a la imaginación, y que aunque se pusiese una capa (cosa que iba a hacer), debería sacársela durante la velada. La caja también contenía un collar de perlas negras, con una flor de encaje, que combinaba perfecto con la ropa elegida.

- Me crucificaran en cuanto me vean – se lamentó Bella.

- ¿Y cuándo no lo hacen? – respondió su madre – Te tendrán envidia, porque te queda perfecto.

- ¿Y qué dirá papá?

- "Si lo tienes, muéstralo" – imitó Reneé a su esposo, a la perfección.

Las tres comenzaron a reír.

- Hablaran de mí, de nosotros. Nos acusarán ante el rey por nuestra falta de pudor y sofisticación.

- ¡Que se vayan al diablo! – exclamó Sue de pronto, aunque en cuanto se dio cuenta de lo que había dicho, se santiguó. – Siempre se han quejado ante el rey de vosotros, y él jamás los ha escuchado, ¿por qué sería distinto ahora?

- Es verdad. Termina de arreglarme Sue. Vamos a demostrarle de que somos capaces los Swan – saltó con convicción Bella.

- Así se habla hija – la felicitó – Además, Rose se ofendería si no aceptaras su regalo.

Al bajar las escaleras y comparecer ante el duque, este sonrió a su hija y la abrazó.

- Serás la envidia, y la estrella de esta noche – le susurró. Y besando a su esposa, las dirigió al carruaje – Démosle algo de qué hablar a los aristócratas. – concluyó, subiéndose y acomodándose junto a su familia.

Fueron recibidos en el salón por Esme, quien alabó el vestuario de sus amigos, deteniéndose en Bella con un brillo diferente en su mirada.

- Rose me lo envió – explicó la aludida – Aunque creo que no es demasiado apropiado...

- Es perfecto – le contestó – No podría ser mejor.

Su esposo se acercó, haciendo una reverencia a sus nuevos invitados, con una sonrisa.

- Bella, estas preciosa – la alabó – Creo que mi hija y mi nuera están impacientes por verte. Se encuentran en el diván.

La joven sonrió y fue en busca de sus amigas.

- Rose, ¡no puedo creer que me hayas hecho poner esto! – le susurró en cuanto estuvo segura de que solo ellas la escuchaban. – Todos me miran, y no parecen estar felices.

- ¡Estas bellísima! De seguro, no podrá evitar mirarte en toda la noche. – comentó Alice.

- ¿Quién no podrá evitar mirarme toda la noche?

- Ya lo sabrás – contestó a su vez Rosalie.

- ¿Qué fue lo que hicieron? – comenzaba a preocuparse. No deseaba la atención de ningún caballero pasado de copas. O peor, de Michael Newton. El joven conde era realmente insistente, y no aceptaba un no por respuesta.

De repente, los murmullos cesaron. Todos miraban hacia la gran escalera, donde Esme y Carlisle se encontraban tomados de la mano.

- Como todos saben – comenzó el duque de Gales – estamos celebrando el regreso a casa de nuestro amado hijo, quien prestó por diez años sus servicios a la corona.

- Estamos muy felices – prosiguió la duquesa – de que haya decidido volver con nosotros, y orgullosos de sus logros. Doy por seguro que todos aquí comparten nuestra felicidad.

- Les presentamos a nuestro hijo: Edward Cullen, Duque de Bradford.

Murmullos comenzaron a sentirse al ver bajar por la escalinata a un joven de cabellos cobrizos y ojos verdes. Sus músculos se podían notar a pesar del traje oscuro que tenía, y su andar era igual que el de un felino. Alice, Rose y Bella lo observaron con atención. Esta última, se quedó sin habla al poder contemplar tamaño espejismo. Sacudió la cabeza, creyendo que eran ideas locas de su imaginación, pero el espejismo no se fue. Este era el famoso Edward Cullen, que tan alabado era gracias a su hermana pequeña. Las mujeres se apiñaron a su alrededor en cuanto llegó al final del camino, tratando de captar su atención, en especial las madres con hijas en edad de casarse, que estaban siempre a la caza de un joven soltero de buena posición.

Con un encanto seriamente estudiado, logró desembarazarse de todas aquellas damas y caminó con decisión al diván, en cuanto observó a su hermana.

- ¿Feliz de haber regresado? – le preguntó esta con sarcasmo.

- Puedo enfrentarme a hombres sedientos de sangre y armados hasta los dientes, pero no veo como salvarme de mujeres en busca de marido – se estremeció.

- Ya aprenderás – Rose no tenía ni pizca de compasión por su cuñado, y la divertía la situación.

- Si tu lo dices... – se giró y vio por primera vez a Bella. Su corazón se saltó un latido. Recordó que debía respirar y comportarse como un caballero. Hizo una reverencia algo torpe -. Edward Cullen – se presentó - ¿Y usted es...?

- Lady Isabella Swan – correspondió a su reverencia, sonrojada. Su corazón latía cada vez más rápido, y temió desmayarse. Jamás se había sentido de semejante manera frente a ningún hombre. Aunque tampoco se había encontrado con uno suficiente tiempo como para sentir nada.

No pudo seguir pensando, ya que se hizo presente Esme Cullen, quien puso un brazo sobre el de su hijo.

- La señora Mallory desea conocerte, cariño – le sonrió -. ¿Nos disculpan niñas? – ellas asintieron.

- El deber me llama – suspiró el joven -. Un placer conoceros, lady Swan.

Las jóvenes observaron a la pareja irse en dirección a un grupo de damas y caballeros, al otro lado del salón. Bella se sentó, aun ruborizada y con la respiración agitada. Rose la miró y sonrió con arrogancia.

- Ya decía yo que te iba a gustar.

La miró entrecerrando los ojos.

- ¿Disculpa?

- No te hagas la tonta Bella – agregó Alice -. Ya estas loquita por mi hermano. ¿Qué se siente enamorarse de un duque, y militar además?

Se levantó de un salto, visiblemente turbada.

- ¡Yo no estoy enamorada de él! – las personas a su alrededor la miraron y comenzaron a cuchichear.

Alice se puso a su derecha, y Rose a su izquierda, dirigiéndola hacia los jardines, lejos del resto de la gente.

- ¡Oigan! ¿Qué hacen? – ambas simularon no oírla. Se sentaron junto a una glorieta y la miraron.

- Te has enamorado de mi hermano – repitió Alice.

- Estas sonrojada – comenzó a enumerar Rosalie.

- Tu corazón late tan fuerte que hasta yo lo escucho – prosiguió su otra amiga.

- Y apuesto a que aun no piensas coherentemente – culminó Rose.

Tenían razón, por supuesto. Y estaba asustada. No sabía qué hacer, cómo comportarse, cómo reaccionar. Tampoco quería hablarlo con sus amigas, aunque tenía la absoluta certeza de que no lo dejarían pasar. Lo veía en sus ojos, en su expresión determinada, y en la sonrisas socarronas que ambas ostentaban.

Edward Cullen, duque de Bradford, había regresado para poner su mundo de cabeza.


Aquí les traigo una nueva historia. Ojalá les guste... =)

Anda con poco tiempo, estoy preparando un final para rendir dentro de poco, y ando de los nervios. Espero sepan disculpar la tardanza en la actualización de mi otra historia.

Me dejan un review? Me encantaría saber sus opiniones.

Besitos!