Disclaimers: Los personajes, el mundo, los objetos, monstruos y cualquier otro ser o elemento del Final Fantasy no me pertenecen.

Esta advertencia va para los muy despistados (como yo) que vayan directos a leer este capítulo sin darse cuenta de que es una segunda parte de otro que he subido a la vez: ya sabéis, primero leer la primera parte XD

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Capítulo 3: Fuga de Tracatraz. Parte II

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En la metálica, fría y húmeda celda de la prisión de Tracatraz, Zell, Selphie, Quistis y el mumba lamentaban la suerte que estaba sufriendo su líder...

—Pobre Squall... —decía Zell.

—¡Tan joven y siendo torturado! ¡Como desfiguren un poco su perfecto y varonil cuerpo, o le hagan un solo rasguño más a su preciosa cara, van a sufrir toda la furia que es capaz de desplegar la heroína de La Campaña de La Tercera Rebelión de los Monstruos, es decir, YO!

—Laguna...

—Miremos las cosas por el lado positivo —pidió Selphie—. Si lo están torturando, significa que no está muerto.

—Mirándolo de ese modo... —murmuró Zell.

—¡Tienes razón! —exclamó Quistis—. ¡Qué suerte, están torturando a Squall!

—¿Laguna...?

¡Clic, cloc, clic, cluc! ¡Plam!, la puerta de la celda se abrió, dando paso al malévolo Capitán Eusebio.

—¡Juas, juas, juas! —rió, acompañando su desagradable carcajada con una sádica expresión, que no presagiaba nada bueno—. Me voy a almorzar. Saborearé un delicioso bocata de chorizo y picaré unas aceitunillas a vuestra salud; por supuesto, acompañado de una refrescante jarra de cerveza bien fría —explicó, haciendo que se les hiciese la boca agüilla—. Vosotros podéis lamer las lentejas que hay esparcidas por el suelo. ¡Juas, juas, juas!

—Qué malvado... —musitó por lo bajo Selphie.

—Me voy, pero volveré. Os dejo al cuidado del Sargento Filiberto. Cualquier cosa que necesitéis, no se la pidáis porque tiene orden de no daros ni agua. ¡Juas, juas, juas! Por cierto, AÚN están torturando a vuestro compañero... —recalcó con malicia, consiguiendo que se les pusiesen todos los pelos de punta—. Se ve que es duro y no habla... Me pregunto cuánto resistiréis vosotros... ¡porque sois los próximos! ¡Juas, juas, juas!

—¡Iiiiiiiiih!

—Pediré que no se pasen demasiado con la heroína de La Campaña de La Tercera Rebelión de los Monstruos por consideración hacia mis hombres que sean de su club de fans... ¡Pero con vosotros dos, especialmente contigo —bramó señalando a Zell—, exigiré que sean lo más duros y despiadados posible!

—¡Noooooo!

—¡Juas, juas, juas! Y tú tampoco creas que te saldrás de rositas. —Ahora señaló al mumba—. Pagarás muy caro el haber manchado mi chaqueta. ¡Veremos lo que opinan los torturadores cuando a sus preguntas contestes "Laguna"! ¡Juas, juas, juas!

—¡Laguna, Laguna!

—¡Juas, juas, juas!

¡Plam! ¡Clic, cloc, clic, cluc!, el malvado hombre se fue dejándolos presa del pánico.

—¡Socorro, yo no quiero ser torturada tan joven, aunque sea más flojito!

—¡Y encima se ensañaran conmigo!

—¡Laguna, Laguna!

—¡No me gradué como SeeD para acabar así!... Pero...

—¡Selphie, no me vengas conque tiene algo positivo que nos torturen a nosotros! ¡Nosotros ya sabemos que estamos vivos!

—¡No es eso! ¡Solo quería decir que no podemos quedarnos aquí, con los brazos cruzados, lamentando nuestra mala suerte, igual que hemos estado haciendo mientras torturaban a Squall! ¡Debemos hacer algo, idear un plan!

—¡Es verdad! —convino la rubia—. ¡Lo que ahora está en juego es nuestro pellejo!

—¡Tenemos que fugarnos! —afirmó Selphie.

—¿Pero cómo? —preguntó Zell.

—Laguna —propuso el mumba, señalando hacia la puerta.

—Sí, está cerrado —dijo Quistis.

El mumba negó con la cabeza y repitió:

—¡Laguna!

—No te entendemos... —lamentó Selphie.

—¿No puedes explicarnos lo que propones por señas? —planteó Quistis.

El mumba se irguió sobre sus dos patas traseras, caminó hasta la puerta y miró por la pequeña rejilla que había en ella. Luego intentó levantar una sola almohadilla de una de sus patas delanteras, algo difícil porque en lugar de mano tenía una mullida garrita como cualquier felino que se precie. Ante la cara de panoli de los SeeDs, sacó la uñita de la almohadilla que levantaba, a ver si así se notaba más.

—¡Una uña! —saltó Quistis, muy aficionada al juego de adivinar títulos de películas.

El mumba movió la cabeza afirmativamente e hizo gestos para que repitiera la frase.

—¡Una...! —Quistis dejó la frase sin concluir cuando el mumba hizo el gesto de los policías cuando paran el tráfico—. ¿Una?

El mumba movió la garrita indicando que casi era la palabra que buscaba; después se las ingenió para formar con su cuerpo el símbolo de Marte, es decir, de la masculinidad.

—¡Uno! —adivinó Quistis.

Feliz, el mumba señaló repetidamente por la rejilla de la puerta.

—No te entiendo... —murmuró la rubia.

—¡Creo que ya sé lo que quiere decirnos! —comprendió de pronto Selphie—. ¡Quiere decir que ahora solo está el sargento Filiberto de guardia! ¡Que es el momento ideal para intentar fugarnos!

—¡Laguna, Laguna! —asintió, dando saltitos muy contento de que le hubiesen entendido.

—Si pudiésemos atraer al sargento Filiberto con cualquier argucia —siguió Selphie—, Zell podría noquearlo.

—No tengo mi arma y él lleva una ametralladora...

—¡Pero tus armas son tus puños!

—Pero sin los guantes mejorados por mi madre...

—¡Ten confianza en ti mismo y confía en mi suerte!

—De todas formas —intervino Quistis—, aunque consiguiéramos salir de la celda, sin nuestras armas, magias y Guardianes íbamos a durar fuera menos que un caramelo en la puerta de un colegio.

—Eso es verdad —convino Selphie—. A saber dónde están nuestras cosas...

—El caso es... —empezó Zell—, el caso es que yo creo saberlo...

—¡¿En serio? —se alegró Quistis.

—¿Y cómo es eso? —quiso saber Selphie.

—Esta celda me suena muchísimo... Es clavadita a las que limpiaba Ward cuando estuve en su interior hace unas horas. Si fuese esta la prisión en la que trabaja Ward, ¡incluso sé dónde guardan las armas!

—¿Estás seguro de que es la misma cárcel?

—Casi... La humedad de la celda, a pesar de ser metálica, el frío, la ausencia de mobiliario, la alfombra sucia, vieja y roída... Pero hay una prueba definitiva: la mayoría de las veces que barrían las celdas y tenían las bolsas de basura ya llenas, por no ir a buscar otras nuevas metían lo barrido debajo de las alfombras. Si debajo de esa alfombra hubiese restos de barrido, no me quedaría la menor duda...

—¡Estupendo! ¡Selphie, levántala a ver si tiene mucha basura debajo! —ordenó Quistis.

—¿Yo? ¿Con lo sucia que está?... ¿por qué no lo haces tú?

—¡Soy la líder provisional del grupo y no pienso mancharme las manos tocando esa porquería!

—Pues que lo haga Zell.

—Me encantaría ayudar; pero la mayoría de las lentejas han caído sobre la alfombra. Si de casualidad me roza una, me pondría malísimo y todo nuestro plan de fuga fracasaría.

—¡Jo, pues yo no pienso tocarla!

—¡Ni yo!

—Laguna... —murmuró con resignación el mumba.

Fue hasta la alfombra y, con mucho asco, levantó con la punta de la uña el borde de la alfombra, procurando que no le rozara ni uno de sus pelitos.

—¡Está lleno de basura!

—¡Es la misma prisión!

—¡Pues nada, ahora a idear un plan de fuga!

—¡Eso!

—...

—...

—...

—¿Laguna?...

—...

—...

—¡Se me acaba de ocurrir una idea magnífica! —saltó Quistis, dándoles un susto de muerte—. Acercaos y os lo cuento bajito. —Los jóvenes y el mumba se apresuraron a obedecer—. Biss, biss, biss, biss, biss y biss...

—¡Que buena idea! —convinieron Selphie y Zell.

—¡Laguna! —aprobó el mumba.

Unos minutos después, los que necesitaron para atar todos los cabos sueltos del plan...

—¡Sargento Filiberto! —berreó Selphie, con tono muy preocupado, a través de la mirilla de la puerta—. ¡La heroína de La Campaña de La Tercera Rebelión de los Monstruos se ha puesto malísima! ¡Una terrible rampa amenaza con terminar con su vida!

—¡¿Qué pasa? —se asustó Filiberto y se asomó por la rejilla.

La desvalida imagen de Quistis ocupó todo el ángulo de visión. La chica se había situado estratégicamente para que pudiese verla bien. Su rostro era la viva imagen del dolor. Se había sentado en el suelo, con una pierna flexionada y la otra extendida, con la falda muy alta para que pudiese verse bien su torneado muslo. Con una mano se lo acariciaba mientras daba suaves quejidos. Parecía tan desvalida...

A Filiberto le dio un vuelco el corazón, mitad por el sufrimiento de su idolatrada heroína, mitad por la visión de su preciosa pierna. Era aún más hermosa de lo que en sus tórridas noches había imaginado.

¡Clic, cloc, clic, cluc! ¡Plam!, el joven abrió la puerta y corrió a socorrer a Quistis.

—¡Legendaria heroína, ¿te duele mucho?

—Muchísimo... Ay... Si alguien me diese un masaje en la pierna...

—¡Yo puedo hacerlo! —se ofreció solícito.

Alargo las manos; pero antes de que pudiese llegar a rozar la pierna, un golpe de karate, perfectamente ejecutado por Zell, lo dejó K.O.

—¡El plan, es decir, MÍ plan ha salido perfecto! —se alegró Quistis.

—¡Vamos a por las armas antes de que regrese el Capitán Eusebio!

—¡Sí, encontremos las armas antes de que se enteren de nuestra fuga!

—¡Laguna!

Lamentablemente, la puerta tenía un sensor de movimiento que sólo se activaba cuando pretendían fugarse los presos, por lo que nada más traspasarla empezó a sonar una sirena.

¡Uuuuaaaaaa! ¡Uuuuaaaaaa! ¡Uuuuaaaaaa! ¡Uuuuaaaaaa!

—¡Corramos!

—¡Solo tenemos que bajar un piso para llegar a donde guardan los objetos de los presos!

El pasillo central tenía la forma de un donuts gigantesco con puertas que daban a las celdas. El hueco del medio se utilizaba para que subiese y bajara una especie de gran montacargas, que supuesto no estaba allí. Las escaleras estaban situadas de tal forma que para ir de un piso a otro había que dar la vuelta completa al donuts. Aunque la escalera de subida y la de bajada estaban una al lado de la otra, a algún retorcido arquitecto se le había ocurrido la maravillosa idea de poner un muro en el medio para poder colocar en él la plaquita del piso en el que estaban, alegando que en el muro curvo no quedaba bien.

Consiguieron bajar al piso antes de encontrarse con nadie. Pero, de pronto, les salieron al paso tres soldados de Galbadia armados hasta los dientes.

—¡Las armas están muy cerca; pero los soldados se interponen en nuestro camino! —les dijo Zell.

—¡Yo los distraeré! —afirmó Selphie.

—¡Oh, Selphie, eres tan valiente! —opinó Quistis—. Sacrificar tu vida por nosotros...

—¡No pienso morir! ¡Confío plenamente en mi suerte!

La chica corrió hacia los guardas y los provocó:

—¡Feos, tontos del culo! —Mientras hacía esa afirmación, se daba palmaditas en su propio trasero!—. ¡Sois tan poco hombres y tan torpes que si no usáis muestras ametralladoras sois incapaces de atrapar a una pobre y desvalida chica indefensa!

—¡¿Cómo te atreves?

—¡Te vamos a atrapar con nuestras propias manos!

—¡Nosotros somos muy hombres y muy hábiles!

Sin esperar más, Selphie usó la barandilla del hueco central del donuts para impulsarse con el pie y pasar con un espectacular salto por encima de los soldados. Sin pararse, echó a correr.

Tras unos segundos de aletargamiento mental, los hombres, con la sensación de haber hecho el imbécil al dejarla que los sobrepasara tan fácilmente, pero, sobre todo por no haber levantado la mirada y admirar el generoso espectáculo que la escueta minifalda de la chica les había ofrecido, salieron disparados tras ella.

Zell y el resto del grupo se dirigió rápidamente en busca de las armas.

Selphie corría; pero la furia causada por su doble provocación parecía que daba alas a las piernas de los iracundos soldados de Galbadia. Ya estaban a punto de alcanzarla... Se miraron los tres y se hicieron señas para prepararse y lanzarse simultáneamente hacia su objetivo. Pero, de repente...

—¡Oh, qué suerte! ¡Un gil! —exclamó Selphie y se agachó a recogerlo.

La mala fortuna —para los soldados— hizo que justo en ese momento se hubiesen lanzado los tres en un gran salto hacia la joven. Al inclinarse esta, los hombres pasaron volando sobre ella y se estrellaron de cabeza contra el duro suelo metálico. Quedaron K.O. al instante.

—¡Oh, qué suerte! ¡Se han desmayado solitos!

Alegremente se dio la vuelta y se fue al encuentro de sus amigos.

—¡Selphie, estamos aquí! —llamó Zell desde la puerta de una de las habitaciones.

Nuestros protagonistas recuperaron las magias, los objetos personales, los Guardianes y las armas. Quistis acaparó un primer plano de cuerpo entero, dio la impresión de que se volvía gigante, e hizo una demostración de sus habilidades con el látigo; tras ello recuperó su tamaño normal. Después fue el turno de Selphie, que se lució con el nunchaku y a punto estuvo de ponerle un ojo morado al mumba al intentar mostrarle al animalillo lo bien que se extendía su arma tras la mejora de la madre de Zell. El SeeD no se quedó atrás y, tras su primer plano y el agrandamiento de imagen, empezó a dar saltos, patadas y puñetazos en el aire. Ahora fue el turno del mumba, el cual quedó muy sorprendido porque no lo esperaba; pero ya que tenía un primer plano y su cuerpo había crecido, se puso en pie y empezó a dar mordisco y arañazos al aire. Les quedó muy bonito a los cuatro.

Tras perder el tiempo de esta forma tan estúpida, salieron corriendo de la habitación con un claro objetivo: buscar y rescatar a Squall.

—¿Dónde tendrán a Squall? —inquirió Selphie.

—La sala de torturar está varios pisos por encima —dijo Zell al mismo tiempo que el mumba señalaba hacia arriba y decía:

—¡Laguna!

Corrieron hacia la escalera de subida, donde les aguardaban tres mumbas más que empezaron a dar saltitos, señalar hacia arriba y decir:

—¡Laguna, Laguna!

De modo que nuestros intrépidos protagonistas, acompañados por los cuatro mumbas, empezaron a subir pisos, viéndose obligados a dar la vuelta completa al donuts en cada uno de ellos debido al dichoso muro que separaba las escaleras. Iban corriendo, deseando encontrar a su líder y liberarlo de las manos de los enemigos. Se paraban en las celdas que encontraban a su paso para registrarlas, no fuese que ya hubiesen terminado de torturarlo y lo hubiesen encerrado en una. También fueron acabando con todos y cada uno de los soldados y máquinas robotizadas que iban encontrando en su camino; ellos eran SeeDs y, ahora que eran de nuevo dueños de sus armas, era para ellos coser y cantar librarse de soldados armados con ametralladoras y de maquinitas que echaban ridículos láseres.

—¡Squall, Squall, ¿dónde estás? —llamaban con la esperanza de oír la voz del joven.

—¡Squall, contesta!

Squall no contestaba; los que contestaban eran los numerosos soldados que les salían al paso alertados por los gritos...

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En la sala de torturas Squall seguía inconsciente. Estaba amarrado de nuevo a la cruz en forma de aspa; pero en esta ocasión llevaba puestos sus atuendos habituales, incluso la chupa de cuello peludo. El verdugo, antes de abandonar la sala para irse a almorzar, se había compadecido del joven: había desconectado la refrigeración, apagado los ventiladores y lo había vestido. También lo había atado a la cruz. No quería que se les muriese de frío en el duro suelo, pero tampoco quería que se le escapase —la furia de la bruja podía ser terrible si el preso se fugaba o se moría antes de confesar—. Aunque si alguna de las dos cosas ocurría, el verdugo pensaba echarle todas las culpas a Seifer por haber usurpado su lugar.

Para asegurarse de que no pudiesen decir que había dejado al preso sin vigilancia, el verdugo había llamado a trece mumbas, su número de la suerte, para que acompañasen al joven SeeD. Y por supuesto, había corrido el pestillo que tenía la puerta por fuera, él era un profesional.

Los mumbas dejaron que pasasen unos minutos sin hacer nada, no fuese que volviese el hombre porque se le hubiese olvidado algo y los pillara con las manos en la masa. Ya seguros, tras un firme "Laguna" simultáneo, desataron a Squall, y empezaron a bajarlo de la cruz.

Squall entreabrió los ojos. Aturdido, vio a los animalillos, que lo sujetaban mientras lo depositaban con cuidado en el suelo, y pensó:

«¿Será que Mumba y sus colegas han venido a salvarme?»

No tuvo tiempo de pensar mucho más porque a uno de los mumbas se le resbaló de la zarpita y la cabeza de nuestro héroe dio fuertemente contra el suelo. Volvió a desmayarse de nuevo...

Mas su mente no quiso quedar ociosa y le trajo un sueño, que en realidad era un recuerdo olvidado del pasado...

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«Estaba en un lugar desconocido desde el que podía oír las olas del mar a sus espaldas. Junto a él había una niña de once años llamada Eleone. Eso lo sabía con certeza; aunque la niña, en el sueño, no había dicho su nombre, y a pesar de que él tan sólo tenía cinco años.

A la niña se la iban a llevar muy lejos un montón de adultos. Squall estaba muy triste, mucho más que el resto de niños que vivían con él, porque él quería más que nadie a Ele. Ahora estaban solos los dos. Eleone se lo había llevado a un apartado, junto al faro, para poder despedirse a solas de su querido Squall.

—Ele... no te vayas... —suplicó, con una tierna vocecita infantil.

Era monísimo.

—Squallinín —empezó la niña—, futuro hijito mío, las fuerzas del destino en forma de una veintena de guerreros cachas me obligan a separarme de ti. Pero yo siempre estaré contigo, metiéndome en tu cabeza para poder ver a través de ti a mi amado. Toma. —Le tendió un peluche con forma de leoncito—. Es el mumba de peluche que me regaló mi amado en mi sexto cumpleaños. Es un souvenir del pueblo que lo rescató y lo curó de su trigésimo séptimo despeñamiento. Mira, si le aprietas la barriguita, dice el mensaje que le he grabado...

Plic, apretó la tripita del peluche y este empezó a repetir: "¡Laguna! ¡Laguna! ¡Laguna! ¡Laguna!..."

Plic, apretó de nuevo y el muñeco enmudeció.

—Y cuando te duela la cabeza de oírlo —siguió Eleone—, si le vuelves a dar, se calla. Es un regalo para que nunca te olvides de mí. Cuida mucho de mi mumba. De todos es sabido que, cuando dos se separan, prestándose algo, tienen que reencontrarse para devolvérselo. Y la lógica me dice que algún día tu padre vendrá a buscarte, aunque no sabe que existes, o bien tú, de casualidad, te encontrarás con él. Entonces yo vendré a recuperar mi mumba y, de paso, atraparé a tu padre.

—Ele... no te vayas... No me dejes solo... con todos los niños del orfanato y los maestros... No me gusta estar solo...

—No me llames Ele. Llámame mamá, que algún día tu papá será mío.

—¿Papá? ¿Yo también tengo de eso?

—Claro, cariñín, pero se vio obligado a abandonarte y dejarte SOLO, con tu madre que también te abandonó y te dejó SOLO, como haré yo ahora, que te dejaré completamente SOLO...»

En este punto, terminó el sueño–flashback.

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La mente de Squall volvió en sí aunque sus ojos se negaron a abrirse todavía, entonces oyó:

—¡Laguna! ¡Laguna! ¡Laguna! —Lo que en lenguaje de los mumbas podría traducirse por: "¡Laguna, Laguna! ¡No se parecen en ná, pero huelen igual!".

Squall entreabrió los ojos. Estaba rodeado de mumbas diciendo todos lo mismo y a la vez. Empezaban a darle dolor de cabeza. Con la intención de que acabase la nueva tortura, el joven SeeD tendió la mano hacía el mumba más cercano y le apretó la barriga. Algo cabreado por lo que interpretó una agresión injustificada, el animalillo le mordió la mano, dejándole bien claro que ni él ni sus colegas eran muñecos de peluche.

—¡Laguna, Laguna! —reprochó.

Squall se incorporó.

—Por todos los Jardines, dejad de repetir ese nombre, que me trae recuerdos muy desagradables —pidió. Sonaba tan distinto cuando lo decía su querido Mumba... Quizás se debiese a la vocecilla de niña de once años que tenía—. ¿Me habéis desatado vosotros?

—¡Laguna! —asintieron.

—Gracias... Esperó que también me hayáis vestido vosotros...

—¡Laguna! —negaron.

—¡¿Y qué? —exclamó por decir algo mientras un escalofrío, ante la idea de Seifer poniéndole la ropa, le recorría la columna. Menos mal que ese sádico pervertido no era gay, se dijo algo aliviado.

—¡Laguna! —respondieron.

Squall se puso en pie y fue hacia la puerta para escapar de allí antes de que volviese Seifer. Necesitaba encontrar su sable–pistola para hacerle una cara nueva al rubio la próxima vez que se cruzara con él. Lamentablemente, la puerta no cedió. Estaba allí, encerrado y sin su arma... Y encima su Guardián, Ifrit, había muerto...

«Estoy aquí —se dijo—. Encerrado, solo, abandonado... Rodeado de más de una docena de mumbas, vivitos y coleando, que han venido a salvarme y que, por la forma en la que dan saltitos a mi lado, incluso diría que me tienen cariño... Seguro que ya nadie me recuerda y se han olvidado de mí. Ni Rinoa, ni Zell, ni Selphie, ni estos mumbas... Nadie me recuerda...»

—¡Squall, ¿dónde estás? —oyó la voz de Zell.

«¡Zell!, ha venido a rescatarme...»

—Squall, ¿estás por aquí? —oyó a Selphie.

«¡Selphie!, también ha venido...»

—¡Squall, responde de una vez! —decía Quistis.

«¡Incluso, Quistis!»

—¡Laguna, Laguna! —llamaban voces de otros mumbas.

«¡Y más mumbas, también!... No... no quiero hacerme falsas ilusiones, seguro que pasaban por aquí por casualidad...»

—¡Squall, he venido a recatarte! —gritó Zell.

—¡Yo, también! —afirmó Selphie.

—¡Y yo! —dijo Quistis.

—¡Laguna, Laguna! —se sumaron los mumbas que los habían ayudado.

—¡Estoy aquí, tras esta puerta!

—¡Squall, por fin!

Rápidamente descorrieron el cerrojo.

—¡Menos mal que estás bien! —dijo Zell.

—¡Estábamos tan preocupados por ti! —exclamó Selphie.

«¿Preocupados por mí?...», pensó, sin poder evitar sentirse algo conmovido. Para disimular que se le estaban nublando los ojos, se los secó con la manga y dijo:

—Se me ha metido arenilla en los ojos... —Ante el silencio generalizado que crearon sus palabras, espetó—: ¡¿Y qué?

—¡Pues que todos temíamos por tu vida! —le dijo Quistis.

—¡Eso! —estuvo de acuerdo Zell.

—¡Laguna, Laguna!

—Ya sabemos que eres duro y que te gusta hacerlo todo a ti solo; pero nosotros somos tus amigos y nos gustaría que nos dejases ayudarte alguna vez —recriminó Selphie, desconcertando aún más al joven SeeD.

—Rinoa no estaba nada preocupada porque no ha venido con vosotros, ¿verdad?

—¡No sabemos dónde están ella e Irvine!

—¡¿Cómo? —se asustó.

—¿Tu tampoco lo sabes? —preguntó Zell.

—¡Rinoa puede estar en peligro! ¡A saber lo que el sádico pervertido de Seifer puede estar planeando hacer con ella! ¡Tenemos que encontrarla!

—Los mumbas me han dicho por señas, a MÍ —presumió Quistis—, que no la han visto en la prisión ni a ella ni a Irvine.

—Los habrán llevado a otro sitio —dedujo Squall—. Busquemos una salida y averigüémoslo.

—¡Buena idea! —estuvieron de acuerdo.

—Pero antes, toma, Squall, tú sable pistola —tendió Zell.

—¡Gracias! —El joven de cabellos castaños se abrazó con tanta fuerza al arma, que apunto estuvo de romper la funda y clavarse el filo; pero no era el momento de sentimentalismos. ¡La vida de Rinoa podía estar en peligro y tenían que escapar de allí cuanto antes para encontrarla y salvarla!

Los cuatro jóvenes se dirigieron hacia abajo, en busca de la puerta de salida de la Prisión de Tracatraz; pero los mumbas se negaron a seguirlos. Todos señalaban hacia arriba como la dirección que debían tomar; pero en vista de que los SeeDs los ignoraban, se sentaron sobre sus cuartos traseros y se dispusieron a esperar.

El camino de bajada hasta el piso en el que Zell y su grupo había recuperado sus pertenencias fue mucho más tranquilo que el de subida, pues ya se habían encargado de los soldados de aquellas zonas. Por ello, encontraban, aquí y allá, soldados K.O y maquinas humeantes.

—¡Esto esta lleno de enemigos tirados por todas partes! —exclamó Squall—. Esquivarlos va a hacer que avancemos muy lentamente. ¡Da, igual! ¡Hagamos como si no estuviesen y pasémosles por encima!

—¡Squall, ¿cómo puedes decir eso? —chilló Quistis—. ¡Sabes perfectamente que el artículo 489 de la Constitución del Jardín de Balamb escrita por los legisladores shumis dice: "Un SeeD debe estar preparado para sortear cualquier obstáculo y no se rebajará al nivel de un mercenario del tres al cuarto. Por lo que, en ningún caso, pisoteará a un enemigo en estado K.O. Aunque sí puede registrarle los bolsillos y quedarse con sus pertenencias".

—¡Tengo prisa!

—¡Pues no te entretengas proponiendo cosas que no podemos hacer!

—Se ve que esa norma es general porque la Constitución del Jardín de Trabia también la tiene.

—Normal, querida —empezó Quistis—, el Jardín de Balamb fue el primero en tener una constitución propia, y los otros Jardines, envidiosos, se apresuraron a hacerse una también que prácticamente es una copia de la nuestra. Por ello bla, bla, bla...

—¡Dejémonos de estúpidas lecciones de historia y sigamos! —berreó Squall y echó a correr, eso sí, procurando no pisar a los vencidos; no quería un motín en su propio grupo.

Echó a correr el escaso medio metro que separaba al primer cuerpo caído del collage de cuerpos y máquinas humeantes que era el resto de la gran sala con forma de donuts. Los SeeDs se vieron obligados a andar, pues correr era imposible, esquivando todos los bultos; algo que retrasaba su avance y empezaba a poner de los nervios a Squall: tenía prisa por escapar y encontrar a Rinoa antes de que Seifer pudiese colocar sus garras sobre ella.

Todo cambió cuando llegaron a los pisos que no habían visitado todavía. Y, aunque las peleas que se vieron obligados a enfrentar retrasaban más su avance, por lo menos le permitían al líder desahogarse un poco.

Así llegaron hasta abajo, donde pudieron comprobar que eran incapaces de abrir las grandes puertas de la prisión. Era como si un ejército de wendigos estuviese haciendo fuerza desde fuera. Por más que se esforzaron, no consiguieron moverla ni un ápice.

—¿Qué hacemos ahora? —inquirió Zell.

—Tendremos que volver a subir a hablar con los mumbas —dijo Squall—. Tenemos que averiguar qué querían decirnos cuando señalaban hacia arriba.

—¡Yo los traduciré! —se ofreció Quistis—. ¡Soy experta en el juego de las películas!

—A lo mejor los mumbas saben cómo abrir la puerta —opinó Selphie.

—¡Pues hacia arriba!

El ascenso fue muy tranquilo hasta que, a mitad de la planta novena, les salió al paso un numeroso grupo de soldados de Galbadia, apuntándolos con ametralladoras último modelo, acompañados de una potente máquina cañón–láser, que no tenía nada que ver con las maquinillas que habían encontrado hasta el momento. Los SeeDs se dieron la vuelta, con la intención de buscar un lugar desde el que poder parapetarse mientras idearan un plan; pero a sus espaldas había un grupo semejante.

—¡Juas, juas, juas! —rió el despótico capitán Eusebio—. ¡Hasta aquí habéis llegado! ¡Juas, juas, juas!

—¡Maldita sea! —masculló Squall—. ¡Hemos caído en una emboscada! ¡Si tuviese a Ifrit los barrería a todos de un zarpazo!

—¡Puedo sacar a Quetzal! —dijo Zell.

—¡Sácalo y que les vaya echando descargas!

—¡Con Sirena los llenaré de estados alterados!

—¡Te recuerdo que las máquinas son inmunes!

—¡¿Y yo qué hago? ¡¿Les tiro a Bambi?

—Lo siento, Quistis —mintió Squall—, pero te has quedado fuera del grupo de combate.

—Dejadme a mí al capitán Eusebio —pidió Zell—, tengo un asunto pendiente con él. Me vapuleó a placer cuando yo no podía defenderme.

¡Bang, bang, bang! , las balas, y no precisamente de ametralladora, empezaron a silbar alrededor de nuestros héroes.

—¡Nos están disparando desde la escalera que va al piso superior!

—¡Agachaos! —ordenó Squall. Entonces oyó una voz que sonó a música celestial a sus oídos:

—¡Irvine Kinneas! —berreó Rinoa y le propinó una patada al trasero del cowboy, quien bajó rodando los cuatro peldaños que le quedaban—. ¡Estás disparando a nuestros amigos! ¡Los malos están más hacia la derecha!

—¡Ah, vale!

—¡Rinoa! —exclamó Squall, sintiendo el casi irreprimible impulso de saltar por encima de los enemigos que se interponían entre él y la muchacha y abrazarla.

—¡Irvine! —se alegró mucho Selphie

—¡Juas, juas, juas! —reía el capitán Eusebio.

¡Bang, bang, bang!

—¡¿Les he dado? ¡¿Les he dado a los soldados que rodean la casa de tu padre?

—¡Has clavado todas las balas en una columna! —le contestó Rinoa.

—¡Juas, juas, juas!

—¡Rinoa, toma! —Selphie le lanzó las gafas del cowboy—. ¡Dáselas a Irvine!

Rinoa las cogió y le lanzó a Squall una esfera brillante al tiempo que decía:

—¡Squall, cógelo, es Ifrit, vivito y coleando!

Feliz por recuperar no solo a la chica sino a su querido Guardián, Squall se apresuró a enlazárselo.

—¡Veo, veo, veo!... —exclamaba Irvine—. Pero esto no es la casa de tu padre... Es Tracatraz —reconoció—, la prisión del desierto...

—¡Ahora no hay tiempo para explicaciones! ¡Squall, encargaos del grupo que tenéis a vuestras espaldas, que nosotros nos encargaremos del otro!

—¡Como ordenes!

—¡Hola, Selphie! —saludó con la mano el cowboy.

—Ji, ji. —La muchacha respondió al saludo.

—¡Yo me voy con el grupo de Rinoa, que falta un miembro! —decidió Quistis y de un par de saltos se plantó junto a ellos.

Entonces empezó una batalla a dos bandas:

Rinoa invocó a Shiva y entre la Guardiana, los certeros disparos del cowboy, el látigo de Quistis y la Valquiria de la muchacha morena no tardaron en dar buena cuenta de ellos.

Por su parte, Squall invocó a Ifrit, tenía muchas ganas de verlo...

—¡Squall, macho! —bramó el Guardián, dejando a todos medio sordos—. ¡Qué alegría verte de una pieza! ¡Creí que había llegado mi hora y que nunca volveríamos a luchar juntos!

—¡Ifrit, te prometo que entrenaré la habilidad apoyo! ¡La próxima vez que luches, no estarás solo!

—¡Ja, ja, ja! ¡Tranquilo, sólo necesito apoyo en muy contadas ocasiones! ¡Esto para mí será coser y cantar! ¡Voy a lanzarles mi ataque especial, Llamas del infierno!

—¡Vale! Pero a ese de ahí... —señaló al capitán Eusebio—, no le hagas nada. Zell tiene una cuenta pendiente con él.

—¡De acuerdo! —Ifrit levantó con dos dedos por la chaqueta del uniforme al capitán Eusebio y lo mantuvo en el aire mientras barría al resto con las Llamas del infierno. Inmediatamente, soldados y máquinas cañón–láser quedaron completamente K.O. El Guardián depositó en el suelo al, ahora, asustado Capitán Eusebio—. Todo tuyo.

—... —no dijo el capitán Eusebio.

—Ahora no te ríes —hizo notar Zell—. Esto es un mano a mano entre tú y yo. Ahora los dos vamos armados.

El SeeD se lanzó al ataque, pues era su turno.

¡Pam, plic, pam, plic, pam, plic!, golpeaba con los puños, clavándole las chinchetas y rociándole las heridas con sal.

—¡Ay, ay, ay! ¡Cómo pica! —se quejó al tiempo que veía cómo se le escapaban un montón de puntos de vida!

¡Ratatatatata!, atacó el capitán Eusebio; pero el joven SeeD aguantó estoicamente los balazos. Es más, le venían bien y todo.

—¡Mi turno de nuevo! —exclamó contentó: entre la paliza que le había dado el capitán Eusebio en el calabozo y los balazos, había alcanzado el estado límite.

El joven empezó a brillar, algo que hizo que se le pusieran de corbata al malvado capitán. A continuación, en la parte alta del paisaje apareció la palabra Lluvia de puños.

Como una flecha, Zell se lanzó contra su enemigo y se lió a mamporros aderezados con sal:

—¡Esto por los puñetazos! —¡Pam, plic, pam, plic, pam, plic! El letrero del paisaje cambió a Patada lateral—. ¡Esto por las patadas! —¡Pataplam! Le arreó una patada que a punto estuvo de ponerlo en órbita. Para que no le saliera volando, lo sujetó al suelo mediante otra Lluvia de puños: ¡Pam, plic, pam, plic, pam, plic!— ¡Y de regalo!... —Zell se alegró del golpe final que le había salido: su límite era como una ruleta, había que tener suerte con los golpes que tocaban y, encima, si no apretabas bien las teclas a tiempo, el límite podía ser un verdadero desastre. Pero en esta ocasión apareció en la parte superior del paisaje: Furia ardiente, ¡uno de sus golpes favoritos!

Zell se situó a unos metros del aterrorizado y vapuleado Capitán Eusebio y tensó, flexionando las rodillas y los codos, todos los músculos del cuerpo. De inmediato lo envolvió una gran energía, primero azul, que se transformó en una especie de globo color anaranjado en cuyo interior podía verse al joven SeeD y a las llamas que le surgieron de los hombros. Esto desapareció; pero, con toda la energía acumulada, Zell descargó un potente puñetazo en el metálico suelo que creó una grieta, la cual se dirigió rauda y veloz hacia el capitán Eusebio, explotó bajo sus pies y lo lanzó, acompañado de trozos de suelo, viento y fuego, por los aires. Después cayó, y todo, excepto el capitán Eusebio, quedó como antes.

—Oh, muero... —El malvado capitán quedó K.O.

—¡Bravo, Zell! —felicitó Squall, haciendo que el karateca se sintiese henchido de orgullo.

—¡Bravo, bravísimo! —aplaudieron sus compañeros.

—¡Guau, guau, guau! —estaba de acuerdo Charco.

Tras la espectacular pelea, los jóvenes se reunieron y llegó el momento de las explicaciones:

—¿Dónde os habíais metido tú e Irvine? —quiso saber Squall.

—Cuando tu caíste mortalmente herido por el ataque de la bruja —tomó la palabra Rinoa—, creí que moría yo también por el disgusto.

«¡Qué ilusión!», no pudo evitar pensar Squall ante la evidente muestra de preocupación de la chica

—Entonces aparecieron Quistis y su grupo —siguió Rinoa—, y se montó un gran follón. Momento que aprovecharon Cerbero y Charco para cogernos a Irvine, Ifrit, Shiva y a mí y salir corriendo del lugar.

Era tal y como contaba, el Guardián se había echado al lomo a sus colegas Guardianes muertos y había cogido con una de sus fauces a Irvine. Charco había cogido con su boca a Rinoa por la parte de atrás del vestido y habían salido los dos pitando, llevándolos en volandas por la larga avenida de Deling en busca de un sitio seguro desde el que poder trazar un plan de rescate.

—Fue ahí cuando se me cayeron las gafas —puntualizó el cowboy.

—¡Guau, guau, guau! —ladró Charco, muy orgulloso de su hazaña.

—Cuando estuvimos a salvo ideamos un plan para salvaros; pero Irvine estaba empeñado en llevarme a casa de mi padre y venir él solo. Decía que te había prometido que me llevaría allí.

—¡Se lo prometí a Squall y un cowboy siempre cumple su palabra! Aunque en esta ocasión no haya podido cumplirla por tu culpa —le reprochó a Rinoa.

«Este tío empieza a caerme bien —pensó Squall—. Le honra que quisiese cumplir la palabra que me había dado.»

—¡No pensaba quedarme de brazos cruzados en casa de mi padre sin saber si Squall seguía vivo!... Y que los otros también estaban bien... —añadió—. Pero no había manera de convencer a Irvine, seguía erre que erre empeñado en llevarme a casa de mi padre. De modo que, aprovechando que no llevaba gafas y veía menos que un topo a plena luz del día, lo engañé y le dije que lo guiaría a casa de mi padre, pero en realidad lo traje a la prisión de Tracatraz. Es que oí decir a un soldado que os habían traído aquí.

—¿Y como es que Ifrit y Shiva están vivos? —preguntó el líder.

—Cuando estuve en el alcantarillado de Deling me encontré con una rata de alcantarilla que vendía Resucitadores de Guardianes. Me vendió dos a muy buen precio.

—Tuviste una idea magnífica —aprobó Squall.

—Ji, ji, ¿verdad que sí? Y aún me quedaron 3000 giles.

—Pienso gastármelos todos en Resucitadores de Guardianes —declaró el líder y echó un vistazo al menú—. ¡¿Cómo es posible? ¡Tenemos 0 giles! ¡Han desaparecido nuestros 3000 giles!... —se sorprendió mucho—. ¿Alguno de vosotros ha comprado algo en la prisión?

Todos negaron con la cabeza.

—¿Dónde se pueden haber metido nuestros 3000 giles? —se preguntó Squall—. Tres mil... exactamente la misma cantidad que se gastó el panoli de Laguna comprando aquel ridículo anillo de plástico... —musitó para sí. Una idea empezaba a rondarle por la cabeza... Pero todavía necesitaba más datos para perfilarla. De modo que descartó a Laguna de su mente y dijo—: Bueno, pues me gastaré la próxima paga íntegra comprando Resucitadores de Guardianes. —Tras esta afirmación categórica, se dirigió al cowboy—: Irvine, hiciste bien en intentar poner a salvo a Rinoa.

—¡Gracias, Squall!

—Rinoa, has sido muy imprudente al arriesgar tu vida. Recuerda que solo eres una débil civil.

—¡¿Es que no te alegras de verme?

—¡Pues claro que me alegro! ¡Me alegro muchísimo! —se le escapó.

—¡¿En serio?

—Esto... —Squall fue plenamente consciente de que sus anteriores palabras podían ser bien interpretadas, algo que no estaba dispuesto a consentir—. Me alegro muchísimo porque si te hubiese pasado algo hubiese fracasado en la misión de protegerte. Que es mi obligación como SeeD que soy. Sólo por eso... —mintió descaradamente.

—Sigh... —se enjugó una lagrimilla la chica—. Sólo te alegras por eso...

—Bueno, tampoco es que sea solo por eso... Me alegra también por... por... ¡Dejemos de perder el tiempo y sigamos antes de que vengan más soldados! —desvió el tema.

—¿Por dónde salimos? —preguntó Rinoa—. Nosotros nos hemos colado camuflados en un camión de provisiones.

—Nos dirigíamos hacia arriba —informó Selphie—. No hemos podido abrir la puerta de entrada.

—Es que la puerta de entrada está enterrada en la arena del desierto para que nadie pueda fugarse —explicó Irvine—. Pero por arriba podemos salir por un puente que lleva al exterior.

—¡Pues hacia arriba! —decidió el líder.

Llegaron hasta donde estaban esperando los mumbas.

—¡Qué bichos tan monos! —exclamó Rinoa y corrió a acariciarle la cabeza al más próximo.

—¡Guau, guau, guau! —convino Charco. Y empezó a dar saltitos, acompañado por más de un mumba.

—¡Laguna, Laguna!

—¡No es momento de jugar! —recriminó Squall—. ¡Sigamos!

Los diecisiete mumbas esclavos los siguieron; los habían estado esperando para unirse a la fuga.

Cuando el grupo llegó a la cima de la Prisión de Tracatraz, salió al balcón exterior, que rodeaba a toda la fachada circular de la prisión, y se encontró con dos viejos conocidos: dos soldados de Galbadia, uno de rojo y otro de azul, que, sentados a una mesa de camping, estaban bebiendo cerveza y jugando a las cartas.

—¡Squall! —exclamó Biggs, el soldado vestido de rojo.

—¡Por tu culpa nos destinaron a este lugar apartado y sin mujeres! —reprochó Wedge, que era el soldado vestido de azul.

—Biggs, Wedge, cuánto tiempo... —saludó Squall—. Desde que nos encontramos en la Torre de Comunicaciones de Dollet, ¿no?

—¡No pretendas hacernos creer que te has olvidado del momento en el que te hiciste con todas nuestras cartas! —saltó Biggs.

—¡Pero hoy va a ser muy diferente! —afirmó Wedge—. ¡Hemos entrenado muy duro desde entonces y tenemos más y mejores cartas!

—Yo tampoco me he quedado de brazos cruzados —dijo Squall y era cierto. Había ganado cartas muy buenas cuando desplumó a la madre de Zell, especialmente la carta con la imagen del karateca. Y después no le había ido nada mal cuando se entretuvo jugando unas partidillas en el Jardín de Galbadia para pasar el tiempo.

—Os preguntaréis qué hacemos aquí —empezó Biggs—, delante del único puente que os permitiría salir de la prisión.

—Ni bajo tortura os diremos que estamos aquí para evitar que os escapéis.

—Juguemos —dijo Biggs—. Y, como perderás, te verás obligado a rendirte.

—¡Squall, mejor no aceptes el desafío! —opinó Rinoa—. Puede ser muy peligroso. Mejor les damos una paliza con nuestras armas y punto.

Las palabras de la joven tocaron, y mucho, la moral del joven SeeD.

—Squall es buenísimo con las cartas —afirmó Selphie.

—No veas la paliza que le dio a mi madre —dijo Zell.

«Gracias, Selphie; gracias, Zell... por la confianza que tenéis en mí...»

—Tranquila —le dijo en voz alta a Rinoa—, te demostraré que con las cartas soy igual de bueno que con mi sable pistola —espetó.

—¡Pues que empiece el combate! —corearon Biggs y Wedge

La música correspondiente a las partidas de cartas empezó a sonar.

—¡Yo, primero! —se pidió Wedge—. ¡Cerrado y Hasta la Muerte! —escogió, de nuevo, las difíciles reglas en las que era un experto—. ¡Elige tú la forma de pago! —le dijo a Squall.

—Pago todas. —Tenía prisa por lucirse ante Rinoa.

Se estableció una lucha feroz y cruel, por parte de Squall. Aunque Wedge jugaba mejor de lo que Squall recordaba y tenía mejores cartas, no era rival para él. En un rato había conseguido todas sus cartas y era el turno de Biggs.

Lo de Biggs fue un paseo por las nubes porque el soldado seguía sin tener demasiada experiencia jugando, ya que Wedge terminaba con sus rivales antes de que le tocara el turno.

—Gané de nuevo. Y ya no os quedan cartas —les hizo ver el SeeD.

—Jo... —musitó Wedge, con lágrimas en los ojos.

—¡Viva, Squall! —vitoreaban los SeeDs y Rinoa.

—¡Guau, guau, guau!

—¡Laguna, Laguna!

El joven líder se sintió orgulloso como un fiero león, especialmente con los alaridos de Rinoa. Había conseguido impresionarla, y mucho.

—¡Nos vamos, eres demasiado fuerte para nosotros! —declaró Biggs—. ¡Pero entrenaremos a fondo! ¡La próxima vez que nos veamos las cosas serán diferentes! ¡No llores, Wedge!

Los dos soldados de Galbadia entraron en el interior de la prisión, cuyas puertas se cerraron herméticamente, algo que no hizo sospechar nada a nuestros héroes...

—Pues a cruzar el puente y... ¡¿Qué ocurre? —exclamó Squall.

De pronto todo había empezado a temblar con fuerza. Sintieron como si fuesen el epicentro de un gran terremoto que amenazaba con engullirlos.

—¡Oh, no! —exclamó Irvine—. ¡Están hundiendo la prisión en la arena!

Todos corrieron a la barandilla y se asomaron. Muy lejos, en la base de la prisión vieron cómo un gran remolino de arena se la iba tragando.

—¡La prisión puede camuflarse en la arena! —les dijo Irvine—. ¡Han cerrado herméticamente las puertas y han puesto en funcionamiento el mecanismo de camuflaje para acabar con nuestras vidas!

—¡Corramos al puente antes de que se caiga! —ordenó Squall.

Pero en aquellos momentos vieron, desolados, cómo se partía el puente que los había de llevar a la libertad, condenándolos a una muerte cierta.

—¡Estamos perdidos! —chilló Quistis.

—¡Laguna, Laguna!

—¡Guau, guau!

—¡Squall, ¿no podemos hacer nada? —preguntó Rinoa.

—Sí, rezar...

—¡Algo mejor se te ocurrirá! —exigió Quistis—. ¡Para algo eres el líder!

—Aún no sé volar... ¿Creéis que si entre todos consiguiésemos lanzar a Rinoa, más allá del remolino de arena, sobreviviría?

—¡Estás loco, no tenemos tanta fuerza! —le hizo notar Quistis—. ¡Está muy lejos!

—¡Cómo no hagamos algo, vamos a morir muy pronto!

—Chicos —dijo Selphie—, ¿confiáis en mí?

—¡Pues, claro!

—Entonces subios todos a la barandilla. Nos cogemos de las manos y a la de tres saltamos todos a la vez.

—¡Sí, claro, para caer antes al remolino! —desestimó la idea Squall.

—¡Estás loca! —chilló Quistis—. ¡Es la peor idea que he oído en mi vida!

—¡Confiad en mi suerte!

—¡Yo no pienso saltar! —siguió, erre que erre, el líder.

—¡Yo sólo saltaré si salta Squall! —afirmó Quistis, convencida de que ni toda la fuerza del universo sería capaz de obligarlo a saltar.

—¡Squall! —llamó Rinoa—. Yo confío en Selphie. ¡Vamos a saltar!

—¿Salto ya? —preguntó él.

Todos, mumbas incluidos, a la de tres se lanzaron al vacío.

La suerte de Selphie, unida a la de Quistis y Rinoa, hizo que casualmente pasase volando por allí Valefor, el majestuoso y gran Eon. Cayeron encima del Eon, haciendo que apunto estuviese de perder el control del vuelo y de estrellarse contra el remolino de arena. Pero consiguió retomar el control y se elevó con su pesada carga. Los jóvenes y Charco estaban sobre el lomo y los mumbas se habían cogido allí donde habían podido: patas, plumas, cola... incluso del pico.

Valefor voló hasta la seguridad de la arena del desierto y deposito a los SeeDs y a Charco junto a un garaje, donde los soldados de Galbadia tenían aparcados dos jeeps. Luego siguió el vuelo, portando a los mumbas. La ciudad donde vivían estos animalillos le pillaba de paso.

—¡Cojamos los jeeps y alejémonos hasta un lugar seguro! —ordenó Squall.

Condujeron por el desierto hasta un cruce de caminos, donde pararon para idear el plan a seguir a continuación.

—¡Eso ha estado cerca! —exclamó Zell.

—¡La idea de Selphie era una idea magnífica! —chilló Quistis—. ¡Yo siempre dije que era un plan perfecto!

—Selphie, has estado fenomenal... —le susurró Irvine al oído tras pasarle un brazo por encima de los hombros.

—Ji, ji, ji...

—Antes de que se me olvide —empezó Rinoa—, tengo un par de mensajes de cuando iba por las alcantarillas de Deling. Empezaré por el que tengo para ti —le dijo a Irvine—. Me encontré con Nariz Pinzada —era como llamaban los SeeDs a Pestecilla Penetrante— y creí entender que me daba recuerdos para ti. Parece que te ha cogido mucho cariño, incluso me enseñó una foto de los dos juntos, que debisteis haceros de madrugada cuando yo estaba dormida.

—¿Una foto? —preguntó Selphie.

—¡Yo no me enteré de nada, no llevaba las gafas puestas! —saltó a la defensiva Irvine, que había logrado reaccionar a la petrificación que le había causado el miedo a que su affaire secreto con Pestecilla fuese descubierto.

—Irvine —empezó Selphie—, no es preciso alterarse por una foto con una buena amiga. No es nada malo... —opinó.

—¡Claro, una foto con una buena amiga! —exclamó Irvine, muy nervioso, acogiéndose a lo que había dicho la chica—. ¡Jajaja! ¡Porque Nariz Pinzada y yo sólo somos buenos amigos! ¡Jajaja!

—Esto... ¡Qué buen día hace! —intentó Zell echarle un cable a Irvine desviando la conversación.

—¡Cierto, un día magnífico! —se acogió rápidamente el joven.

«No debería, pero me da algo de pena el apuro que está pasando el cowboy de pacotilla... —pensó Squall—. Le echaré un cable, después de todo, intentó cumplir hasta el último momento la misión que yo le había encomendado.»

—Rinoa, y ¿cuál es el otro mensaje? —preguntó.

—Es para Quistis. Tengo un mensaje y un poema para ti.

—¡¿Para mí?

—También me encontré con el Estudiante del Antifaz en las alcantarillas de Deling. El pobre se puso muy triste al no encontrarte. Cuando nos separamos me dijo literalmente: "Dile a Quistis que me hubiese gustado verla y besar su divina mano para después ofrecerle una rosa".

—¡Qué romántico! —exclamaron Quistis y Selphie.

—Luego me dijo que te diese este poema que había escrito para ti. —Rinoa le tendió un papel perfumado, con motivos de corazoncitos atravesados por la flecha de Cupido. En él podía verse letras escritas en rojo, el símbolo de la pasión.

—¡A ver qué pone! —Quistis leyó en voz alta:

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"Cuando te vi con tus coletas,

porque venías a estudiar con nosotros,

deseé que hubieses traído las maletas

y me robaste el corazón más que a otros.

Entre Seifer y Gili te sentaste,

y te convertiste en el motivo de mi existencia.

Y a mí ni siquiera me miraste,

poniendo a prueba mi gran paciencia.

Ahora que soy adulto, superhéroe y estudiante,

quiero que sepas que de todas las mujeres

que conocí, conozco y conoceré más adelante,

sólo tú puedes ser la musa de mis placeres.

Porque es tu nombre el que brilla por cómo eres;

por mucho que mi ex amigo Seifer te llame Trapo,

que como siga insistiendo, cojo y lo capo.

Es tu nombre el que brilla:

Quistis Trepe,

porque eres la flor más preciosa.

Eres mi rosa, mi niña mimosa.

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Por siempre tuyo, El Estudiante del Antifaz

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—¡Qué romántico! —exclamaron las chicas.

«Menuda gilipollez», pensó Squall.

—Pues yo no lo veo tan romántico —alegó Irvine, algo molesto por el entusiasmo mostrado por Selphie.

—¿Vosotros creéis que yo podría escribirle algo parecido a Dulci? —preguntó Zell—. ¡Sólo para agradecerle lo de los restos de bocatas! —se apresuró a añadir.

—¡Quistis, creo que le gustas al Estudiante del Antifaz! —afirmó Selphie.

—¡¿Vosotras creéis? —quiso que se lo confirmasen, superilusionada.

—¡Claro que le gustas, y mucho! —le dijeron.

—Je, je, je... Un superhéroe enamorado de mí... ¡Qué ilusión!

—¡Guau, guau, guau!

—Chicos —empezó Irvine—, no es por amargaros la fiesta; pero quiero contaros algo que oí mientras estábamos en lo que yo creía las cercanías de la casa del padre de Rinoa; pero en realidad era la prisión de Tracatraz.

—Yo no oí nada sospechoso —dijo Rinoa.

—Ten en cuenta que a causa de mi miopía tengo muy desarrollada la audición. Oí que decían que iban a lanzar, desde la base de misiles que tienen en este mismo desierto, misiles contra los Jardines de Trabia y de Balamb.

—¡Tenemos que impedirlo! —saltó Selphie.

—¡Tenemos que avisar a los Jardines de Balamb y de Trabia! —opinó Zell.

—¡Podemos dividirnos y hacer las tres cosas! —dijo Quistis.

—No sé cómo vamos a infiltrarnos en una base de misiles que tendrá los más sofisticados y modernos mecanismos de seguridad... —opinó Irvine.

—Squall, ¿tú qué opinas? —inquirió Rinoa.

—Yo creo que...

Las palabras de Squall fueron tapadas por un fuerte sonido y todos pudieron ver, a lo lejos, las estelas que dejaban dos grandes misiles.

—¡Oh, no, demasiado tarde! —exclamó Selphie.

—Oí que decían que atacarían primero el Jardín de Trabia... —dijo Irvine.

—¡Auuuuuuh! —empezó a aullar Charco, sentado sobre sus cuartos traseros con la cabeza enfocando al cielo.

—Mis amigos... —musitó Selphie, muy triste—. No he podido hacer nada por vosotros... ¡Pero sé que estaréis bien! ¡Volveremos a vernos! —quiso acogerse a su natural optimismo—. Los misiles iban desviados, ¿verdad?

—Seguro... —intentó animarla Squall.

—¡Squall, debemos avisar al Jardín de Balamb! —exclamó la chica—. Tu obligación, como líder de grupo, es ir allí si están en peligro.

—Es cierto... —convino el joven.

—¡Entonces todo decidido! —exclamó Selphie— ¡Hagamos dos grupos! Uno va a la base de misiles, a intentar impedir que lancen los otros, y el otro grupo va a Balamb a avisarlos, por si acaso —planteó—. ¡Los que estén de acuerdo conmigo, que levanten la mano!

Todos, excepto Squall, que se mantuvo a la espera, levantaron la mano. Incluso Charco levantó la pata.

—La misión de la base de misiles es prácticamente una misión suicida —alegó Squall.

—Lo hemos decidido entre todos —argumentó Quistis—, incluso Rinoa. Y ella, ya sabes, manda contigo por el contrato —le recordó—. Pero tú, como líder de grupo, tienes que hacer los dos grupos.

«Estoy harto de ser jefe...»

—¡Yo estaré en el grupo que irá a la base de misiles! —declaró Selphie—. ¡Lo haré, sí o sí, quiero vengar a mis amigos de Trabia!

«No puedo hacerla cambiar de opinión... Aunque me duela, tengo que dejarla ir a esa misión suicida... Yo haría lo mismo en su lugar... Es decir, si tuviese amigos, claro... Pero..., ¿a quién enviar a la muerte con Selphie? A Rinoa, no. Ella vendrá conmigo, solo es una débil civil... Además, yo soy su guardaespaldas y me resultaría muy difícil guardarle las espaldas desde tan lejos —se dio una mala excusa—. ¿A Zell?... ¿Con su madre en Balamb?... No puedo. Lo siento, Quistis, te ha tocado la china —hizo referencia al juego de adivinar cuántas piedras hay ocultas en las manos—. Ahora que empezaba a no odiarte, y tienes que ir derechita a la muerte... En cuanto el tercero, no me queda más remedio que enviar a Irvine... Empezaba a caerme un poco menos mal... Sobre todo ahora que parecía que dejaba de acosar a Rinoa para centrase en Selphie... —pensó recordando la escena de amor con Pestecilla Penetrante—. ¿Y cómo les digo mi decisión?...»

—¡Yo no pienso dejar que Selphie vaya sola a una misión tan peligrosa! —se le adelantó Irvine—. ¡Iré con ella y la protegeré!

—Gracias, Irvine... —musitó la chica.

—¡Pues decidido! —saltó Quistis—. ¡Necesitáis un líder de grupo cualificado! ¡Y puesto que Squall tiene la ineludible obligación de ir a Balamb a avisarlos, ese líder de grupo seré YO!

«Me parece que ya no hará falta que les diga nada...», pensó Squall, algo aliviado.

—Squall, ¿no tienes nada que decir?

—Sí, que los grupos sean tal y como habéis decidido, libremente —hizo hincapié—. Pero también quiero añadir algo: esta no es una misión cualquiera, no lo hacemos por orden de nadie, sino por nuestra propia decisión. —Todos asintieron—. Selphie, podéis intentar infiltraros camuflados en uno de los jeeps. Como son del ejército de Galbadia, puede que no se den cuenta y os dejen pasar. Pero, después, ¿qué haréis?

—¡Lo importante es entrar, luego ya se me ocurrirá algo! ¡Confiemos en la suerte!

«La vas a necesitar...»

—¡Pongámonos en marcha! —apremió la chica.

—Nos vemos en el Jardín... —deseó Squall.

Selphie, Irvine y Quistis se subieron a uno de los jeeps y se marcharon hacia a la base de misiles.

Mientras se subían a su jeep, Squall pensó:

«De nuevo hacia el Jardín de Balamb, de donde salí dispuesto a cumplir perfectamente con la misión que me habían dado y coronarme con honores... Pero todo ha salido al revés. Todo ha ido de mal en peor... Y, aquí me encuentro, fracasado y solo, humillado por Seifer, con la mitad de mi grupo rumbo a una misión suicida y condenado a ser el esclavo de Rinoa de por vida... ¡¿Por qué no cambiará mi parámetro suerte y me saldrá algo bien de una puñetera vez?»

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Notas de autora: Espero que os haya gustado el capítulo, yo me lo he pasado genial escribiéndolo. Ya me diréis en vuestras reviews, que espero con mucha ilusión (^^)

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La escena de la tortura está dedicada, con mucho cariño, a mis lectores yoistas. Especialmente a Nebyura. Estarás contenta, ¿no? Me pedías que Seifer le diese por lo menos un besito y le ha dado varios de tornillo, ¡jajaja!

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Creo que este capítulo no necesita ninguna aclaración. Si tenéis alguna duda, por diferencia del español de los distintos países, me preguntáis y estaré encantada de aclarárosla. Así que, sin más dilación:

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¡El apartado de publicidad!: ¡Si realmente os gusta reír, pasad por el fic de FF7 que Ayumi ha escrito! ¡Está genial, superdivertido y completo! ¡No os arrepentiréis! ¡Id, leed dos o tres capítulos y, si no os convence, venid y echadme el puro! XXD Podéis llegar a él a través de mi profile en mis historias favoritas.

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Y antes de pasar a contestar las reviews de los lectores sin cuenta, deciros que deseo que hayáis pasado un buen rato con este capítulo doble. Y ahora... ¡no seáis muy perezosos y animaos a comentarlos: ¡a mandar muchos reviews! (^^)

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Respuesta a los lectores sin cuenta:

Aqua:

Hola (^^)

Me hace muy feliz ser tu escritora favorita, es un verdadero honor. Pero, si te gustan las parodias te recomiendo que te leas la del final fantasy 7 de mi amiga Ayumi. Es genial, loco y con personajes impagables. Cuesta decir cuál gusta más que el otro. Hazme caso y pasarás de tener una escritora favorita a tener dos. Te aseguro que la parodia es buenísima. ¡Y está completa!

Espero que este segundo capítulo te haya gustado tanto como los otros, te haya hecho reír, y hayas disfrutado con las locuras de mis personajes y las desgracias de mi adorado Squall, que lo ha pasado fatal por culpa de Seifer.

Ahora le toca a la pobre Selphie ir con Irvine y Quistis a la base de misiles a intentar parar el lanzamiento. ¡Menudo trío! ¿Me pregunto cómo se las arreglarán? XD

Bueno, me despido deseando de nuevo, haberte hecho pasar un buen rato.

Ya me dirás (^^)

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Lily:

Hola (^^)

¡Qué bien que te haya gustado el capítulo 1 del disco 2! Ya has visto que de nada les ha servido a los de Square pretender hacernos creer que Raine y Ele eran dos dulces encantadoras e inocentes criaturas. La verdad ha quedado al descubierto. Y realmente no sé cuál de las dos está más celosa de la otra, porque las dos lo están y muchísimo. Las dos quieren tener la exclusividad de Laguna; aunque por otro lado, las dos están dispuestas a dejar vivir a la otra con ellos cuando se casen con Laguna y es que en el fondo se quieren mucho. ¡Cómo lloraba Raine cuando secuestraron a Ele!... incluso está dispuesta a dejar que Laguna vaya a rescatarla.

Respecto a Squall y el trauma que puede causarle haber estado a punto de presenciar en vivo y en directo el momento en el que sus padres lo encargaron, ten en cuenta que NO lo vivió. Sus magníficos mecanismos de defensa entraron en funcionamiento, igual que hicieron cuando Laguna estuvo con Julia. Además, ten en cuenta que es un SeeD entrenado y a lo mejor en el Jardín los preparan por si tuviesen que enfrentarse en alguna ocasión a situaciones como esa XD

¿Qué te ha parecido este capítulo 2? Ya me dirás. Un abrazo (^^)

PD: Me alegro de que ¡por fin! hayas podido terminar el juego, merece la pena.