Disclaimer: Los personajes no son de mi autoría sino de la estupenda creadora de la saga, S. Meyer. Por otra parte, la trama, es mía. Esta historia, narra temas controversiales y que pueden causar algún tipo de molestia o incomodidad, por lo tanto, si no tienes criterio formado, te sugiero, no leas. Canción del cuarto de juegos: Corrupt de Depeche Mode.


Capítulo editado por Jo Ulloa


El que ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil.

Leon Tolstoi


CAPITULO 25

Suspiré.

—Mmm…

Gemí y fruncí el ceño; mi cuerpo estaba algo más que adormecido y se sentía pesado. Aún no abría mis ojos pero me moví ligeramente y gemí de nuevo al sentir el rechinido de todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo.

¿Qué diablos…?

Tragué y mi garganta estaba más seca que un desierto, la sentía rasposa. Mis ojos los sentía secos también, no quise abrirlos aún y los apreté con fuerza.

Estaba acostada boca abajo, así que giré mi cara y mi cuello y algunos músculos de mi espalda y hombros protestaron… entonces un cosquilleo recorrió mi espalda y me estremecí. Sentía como si me hubiera ido de fiesta y hubiera tenido la mejor borrachera de mi vida, pero sin la sensación del malestar propio que causaba el alcohol, sino solo el agotamiento físico.

¿Qué había pasado? No recordaba nada, no… ¡Sí recordaba! Edward había vuelto, estaba enojado, el cuarto de juegos, las cadenas, mi cuerpo elevado, las pinzas, un orgasmo de muerte, dolor, agotamiento y de pronto todo se oscureció. Otra vez un cosquilleo se extendió más allá de mi espalda baja y un nuevo estremecimiento provocó que desde mi nuca y hasta todo lo largo de mi espalda se me pusiera la piel de gallina.

Abrí mis ojos de pronto, sobresaltada aún sin atreverme a mover y lo primero que vi fueron un par de ojos verdes tan brillantes como unas esmeraldas bajo el sol. Mi mirada recorrió lo poco que alcanzaba a ver a mi alrededor y tuve que parpadear varias veces para cerciorarme de que mi vista no me engañaba. Me encontraba en la habitación de Edward y era él quien con sus dedos recorría mi espalda y me miraba de una manera que no podía descifrar.

—¿Cómo te sientes?

Me preguntó con la voz ronca que dejaba ver que tampoco tenía mucho tiempo de haberse despertado. Al escucharlo me cohibí. Tenía miedo y era lógico, no sabía si sus niveles de ira seguían al tope o si ya habían bajado un poco.

—Estoy bien —respondí con mi voz rasposa y él asintió.

Se movió y me giró hasta dejarme sobre mi espalda y me paralicé al ver que se colocaba sobre mí. Me miraba divertido con esa sonrisita cínica y torcida que tenía en los labios.

—Me alegro —dijo en un tono que iba muy de acuerdo a sus facciones—, porque ahora me vas a explicar muy bien que carajos significó toda esa mierda que me dijiste ayer por teléfono.

Sentí que mi cuerpo se heló congelando de paso todo mi sistema. ¿Qué se suponía que debía decirle? Pero sus labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa más amplia y mi sistema empezó a derretirse. Edward no estaba enojado, al menos no en ese momento al contrario, parecía estarse divirtiendo.

—Entonces… —me presionó.

—Yo… no lo recuerdo —dije exponiéndome a recibir un castigo más fuerte que el de la pasada noche, pero… ¿me importaba?

—Me gusta tu respuesta.

—¿Por qué? —pregunté un poco sorprendida.

—Porque yo tengo un método muy efectivo para hacerte recordar.

Contestó confundiéndome más sobre todo por la risita burlona que tenía. Estaba jugando conmigo.

—¿Y cuál es? —ahí estaba la intrépida Bella arriesgando su pellejo.

Él no me respondió pero no hizo falta, solo me dio esa sonrisita perversa y enseguida sentí como mis piernas se separaron y él se colocó entre ellas.

—Tortura, Bella, se llama tortura.

Se recargó con su antebrazo a un costado mío y con su otra mano dirigió la punta de su duro pene hasta mi clítoris que saltó de pronto dejándome saber que estaba más que dispuesto a enfrentarse al sacrificio. Edward lo rozó con su punta, presionándolo, martirizándolo. Y gemí.

Una risa gutural escapó de su garganta y lo miré. Él estaba disfrutando mucho con esto. Mi pecho se hinchó feliz y mi corazón latió al mismo tiempo que lo hacía ese botón lleno de terminales extasiadas que se estaba sacrificando por mí.

—Ahora voy a torturarte hasta que me respondas exactamente lo que quiero oír.

Todos los huesos de mi cuerpo se encogieron al oír la amenaza de Edward, pero mucho más cuando su miembro tocaba insistente mi clítoris, lo rodeaba, lo acariciaba y bajaba hasta mi entrada recogiendo la humedad que me provocaba la excitación y volvía a subir para seguir con sus jugueteos. Mi dolorido cuerpo se retorcía mientras la boca de Edward se paseaba por mi cuello y su lengua probaba el sabor de mi piel.

—Edward…

—¿Vas a hablar?

—No.

—Entonces cállate.

Me tragué el ruego desesperado que iba a hacerle para que acabara con esa tortura y me poseyera poniéndole fin a mi agonía, pero no tenía ni idea de que solo fuera el principio de una serie de roces, de sus labios en mi cuello y de penetraciones leves, incitándome y llevando hasta el límite mis ansias necesitadas.

Su vibrante erección entraba en mi abertura, solo un poco, y se movía. Yo subía mis caderas buscando llenar mi vacío y él se retiraba, en cambio sus dedos tomaban su lugar hundiéndose en mí y raspaban mis paredes con un cuidado desquiciante, tocando y encontrando ese punto que me desconectaba de todo, lo presionaba y de mi vientre empezaba a levantarse un calor que reverberaba por todo mi cuerpo y de nuevo mi interior se quedaba vacío.

Edward nunca utilizaba las palabras incorrectas y esta vez no seria la excepción. Lo que estaba haciendo conmigo era la más cruel de las torturas, me excitaba y me dejaba al borde de un abismo al cual no me hubiera importado lanzarme para buscar mi liberación.

—Por favor, Señor —jadeé.

—Shhh, calladita —susurró en mi piel—, perdiste tu oportunidad…

Perdí la cuenta de cuantas veces me acerqué al orgasmo que me era negado y cuando pensaba que ya no valía la pena seguir contando, Edward salió de la cama dejándome con una enferma necesidad de él. Sin ganas de moverme me quedé tendida ahí, respirando agitada y de alguna forma resignada a mi castigo. Edward volvió y se puso al pie de la cama, observándome mientras yacía rendida.

—Tks, tks, tks —chasqueó la lengua con esa burla insistente en la cara que me dieron unas ganas locas de abofetearlo por burlarse de mí estando en la situación que justo él me había provocado.

Se acercó al cabecero de la cama y aseguró algo que no pude ver que era, pero enseguida tomó mi mano y una esposa se cerró en mi muñeca derecha. Se montó sobre mí y aseguró de la misma forma mi muñeca izquierda. Mi ritmo cardiaco comenzó de nuevo a acelerarse cuando vi que Edward subía sobre mí con las piernas a ambos lados de mi torso. Su mirada estaba fija en mis senos que estaban endurecidos y mis pezones erectos dolían por el trato de la noche anterior. Mi pecho subía y bajaba sin que lo pudiera evitar y yo sabía muy bien que esa acción era peligrosamente tentadora.

Me va a morder… me va a morder…

Repetía una y otra vez en mi mente, pero para mi asombro, sus manos solo rodearon mis senos, acunándolos en un gesto que llevaba firmeza, pero que no era en absoluto rudo ni violento. Se acomodó un poco más sobre mí y ahogué un suspiro cuando colocó su perfecta y dura erección entre mis senos y los apretó con sus manos encerrándolo. Entonces comenzó a mover su pelvis hacia delante y hacia atrás, despacio al principio, presionando mis senos un poco más alrededor de su pene.

Edward no cerró los ojos ni por un instante, estaba concentrado en follar mi pecho mientras el suyo se inflamaba con cada respiro. Incrementó el ritmo y también la presión de sus manos, gimió roncamente y de repente cerró los ojos echando hacia atrás la cabeza y tensando la mandíbula. Estaba segura que iba a correrse en mi pecho cuando de pronto volvió a hacerlo… quitó sus manos de mis senos y se alejó de mí saliendo de la cama. Lo miré confundida y sus ojos tenían esa llamarada amarilla que los hacía tan amenazantes… Tomó una almohada y se acercó a mí.

—Eleva las caderas —ordenó y obedecí.

Oh Dios…

Edward estaba de rodillas entre mis muslos, se agarró de ellos para acomodarme a él y los colocó a los costados de sus caderas. Di un grito cuando su erección golpeó mi interior y lo sentí llegar hasta lo más profundo de mí. Esta vez no hizo ningún intento por callarme, solo me embestía con fuerza y rudeza, una rudeza que ya no me asustaba tanto sino que la sentía, de alguna forma necesaria para mí.

Nuestros cuerpos lograban un engrane perfecto con cada intromisión de su parte; mis senos vibraban con sus embates y Edward gemía. Yo no me reprimía tampoco y mientras lo hacía mordía mi labio inferior. Mi vientre se tensó y mi vagina se cerró sobre su miembro. Edward solo gruñó y continuó penetrando mi interior con mayor rapidez. Las contracciones de mi vagina se hicieron más constantes advirtiéndome de mi pronta liberación. Esperaba su orden, aquella para que me contuviera y no llegara al orgasmo, pero no decía nada. Mis jadeos aumentaron el ritmo debido a mi excitación y en ese momento supe que aunque me lo ordenara, ya no me podría detener.

Una corriente eléctrica me atravesó, explotando en mil partículas cada milímetro de mi cuerpo que se convulsionó contrayéndose por completo. Grité mi liberación, pero mi cuerpo seguía recibiendo las acometidas de Edward que no se detuvieron hasta un rato después cuando se tensó y un calor comenzó a llenarme. Dio un par de empujones más liberándose de su extracto para dejarlo en mi cuerpo. Lentamente comenzó a relajar las facciones contraídas de su rostro y a los pocos segundos se recostó junto a mí, extenuado.

Tardó unos cuantos minutos en recuperarse, no como yo que no podía dejar de temblar y estaba excesivamente sensible. Edward comenzó a moverse y muy despacio se sentó en la orilla de la cama y se puso de pie pesadamente, tomó una llave que estaba en la mesa de noche y liberó mis muñecas. Con mucho cuidado dio un masaje suave a cada una de ellas y me ayudó a quitar la almohada bajo mis caderas.

A pesar de que su rostro estaba serio no parecía enojado, más bien parecía estar perdido en sus pensamientos. Me cubrió con la sábana y se fue al baño. Escuché que caía un chorro de agua y que movía lo que creí serían algunos frascos de cristal. No estaba segura, solo estaba muy cansada y ya que me había cubierto con la sábana, me iba a dormir. Mis ojos se cerraron y me estaba dejando llevar por el agotamiento cuando me despojó de la sábana y me tomó en sus brazos.

—No es hora de dormir, despierta —dijo severo más no enojado.

Abrí mis ojos y solo vi su garganta y su mandíbula que se cubrían de una barba creciente. Un aroma a fresas frescas y jazmines llegó a mi nariz captando mi atención. La bañera estaba a la mitad y continuaba llenándose de agua caliente. Edward me depositó con mucho cuidado dentro de ella, recostando mi cabeza en un rollo de toalla colocado en un extremo. La temperatura elevada del agua aliviaba mi cuerpo cansado y adolorido y me relajé. No noté que Edward había salido del baño hasta que lo escuché volver, abrí los ojos y lo vi arrodillado junto a la bañera con una esponja en la mano. La introdujo en el agua y luego la puso unas gotas de un líquido espeso y rojo. Levantó mi brazo izquierdo y comenzó a frotar la esponja dejando espuma a su paso.

—No —dije de inmediato—, yo puedo sola —Edward frunció el ceño.

—No hables.

Me ordenó y lavó mi cuerpo tomándose su tiempo frotando esa espumosa esponja por toda mi piel. Lavó mis brazos, debajo de ellos, mis senos con mucha delicadeza, mi abdomen, mis piernas y entre ellas; me inclinó y frotó mi espalda, sentí sus labios en ella y en mis hombros y giré la cabeza, él parecía concentrado en lo que hacía y en verificar con sus labios si mi piel estaba perfectamente limpia. Me estremecí.

Me envolvió con una toalla tibia y me secó, me puso una bata de toalla afelpada y me llevó de vuelta a la habitación donde la cama estaba ya hecha y con sábanas limpias. Edward las hizo a un lado y me indicó que me acostara de nuevo.

—No puedo, voy a llegar tarde a la agencia —dije preocupada buscando un reloj.

—Ya saben que estás indispuesta y que no irás, así que descansa —dijo con calma.

En ese momento Harriet entró con una mesita de servicio que contenía un desayuno perfecto. Acomodó la mesita sobre mis piernas y me saludó alegre.

—Tómate esto, voy a darme un baño mientras desayunas —me dio una pastilla amarilla y le sonrió a Harriet.

—¡Hoy es un día hermoso, Bella! —dijo contenta—. ¿Ya viste que hay sol?

Corrió las cortinas y pude ver los rayos entrar a la habitación. Le sonreí. Harriet hablaba como si estuviera programada, pero yo no podía entender qué tanto decía porque mis pensamientos estaban en el extraño comportamiento que estaba teniendo el hombre que se bañaba a unos metros de mí. Aún así, empecé a devorar el desayuno cuando Harriet me dejó sola; regresó a los pocos minutos con un pantalón de yoga blanco, una blusa del mismo color, ropa interior y un cepillo.

Ella siguió parloteando y levantó la mesita cuando vio que terminé el desayuno, comenzó a cepillarme el cabello y yo la dejé, necesitaba que me consintieran; en ése momento Edward salió con una bata de baño blanca, su cabello mojado peinado hacia atrás se veía más oscuro y no se había afeitado.

—Es todo, Harriet, gracias —ella le sonrió y salió de la habitación.

Edward se colocó junto a mí y mi corazón casi se detiene cuando agarró el cepillo de la mesa y continuó cepillando mi cabello. Giré mi cabeza para mirarlo, pero tomó mi barbilla entre sus dedos haciendo que mirara de nuevo hacia el frente.

¿Estaba despierta o me encontraba en medio de un sueño?

Cerré los ojos y sentía las cerdas del cepillo acariciar mi cabeza con un ritmo lento y que hacían la presión justa para que empezara a sentirme somnolienta. Casi ronroneé cuando en mi cuello los dedos de Edward masajearon esa área y también la base de mi nuca, pero como se le estaba haciendo costumbre, cuando más estaba disfrutando del momento, se detuvo y el suave masaje se terminó al igual que la presión del cepillo en mi cabeza.

—Descansa un poco, Bella —dijo recostándome lentamente y cubriéndome con el edredón.

Si no hubiera sido porque en realidad se me estaban cerrando los ojos, suponía que por el efecto de la pastilla, me hubiera mantenido despierta porque tenía miedo de que lo que estaba viviendo con Edward fuera solo un sueño; se estaba portando como el dominante que vivía en mis fantasías y que era duro, severo y hasta un poco cruel a veces pero que también era… Dios, no sabía cómo catalogarlo, porque no era dulce y tierno mucho menos pero, me estaba cuidando tal cual y como lo hacía antes y como decía el contrato. Maldita fuera, no podía olvidar que eso también estaba estipulado en el dichoso documento.

Aún rondaba ese pensamiento en mi mente cuando Edward se inclinó y besó el tope de mi cabeza. Bueno, parecía que sí tendría que agregarle lo de dulce y tierno a su comportamiento después de todo. Me acomodé en la cama y dejé que Edward me arropara; me iba a sentar muy bien el dormir un rato porque con esas reacciones suyas, iba a empezar a creer que me estaba volviendo un poco loca.

Cerré mis ojos y casi de inmediato caí en un sueño profundo y pesado. Cuando empecé a despertar, parecía que había dormido solo unos cuantos minutos. Parpadeé un poco y vi a Edward sentado en el pequeño escritorio con su laptop; mi movimiento llamó su atención y rápidamente se puso de pie y llegó a mi lado.

—¿Dormiste bien?

—Sí, gracias.

—Te va a sentar muy bien el haber descansado —dijo mientras tomaba la ropa que Harriet había llevado para mí. Me quitó las sábanas y el edredón de encima y comenzó a desanudar el cinto de la bata de toalla que me puso después de secar mi cuerpo en el baño, me hizo levantar de la cama y después me despojó de ella.

—Levanta —tocó mi pierna derecha y se agachó sosteniendo unas bragas blancas en sus manos. Hice lo que me indicó y luego tocó la otra, subió la prenda por mis piernas y yo no podía creer lo que estaba haciendo. Cuando lo vi con el sostén en las manos di un paso hacia atrás.

—Yo puedo vestirme sola —dije con mi voz un poco dudosa.

—Lo sé, pero voy a hacerlo yo, voltéate.

Me ordenó y accedí sin protestar, si él quería consentirme yo no me iba a negar, iba a disfrutar de mi Dom de ensueño porque conociendo lo voluble que era para qué me partía la cabeza y perdía mi tiempo pensando qué diablos pasaba con sus actitudes bipolares, mejor me portaba bien y las disfrutaba.

No me sorprendió nada que Edward no tuviera ningún problema con abrochar mi sostén, parecía familiarizado con esa tarea ¿Haría eso con todas sus sumisas? Un nudo en la boca de mi estómago se apretó.¡Por Dios! Qué ingenua era, desde luego que sí.

—Vamos, acompáñame abajo, tengo que seguir trabajando —dijo sereno y tomó mi mano posesivamente, bajamos hasta su estudio y él se sentó en su escritorio, ocultándose detrás de la pantalla.

—Edward… ¿Puedo ir a la cocina? Me gustaría ayudar a Harriet con la cena— pregunté despreocupada olvidando un poco mi posición de sumisa y más bien lo dije como si le estuviera hablando a un amigo, no iba a perder mi oportunidad de tratar de que las cosas fueran menos rígidas entre nosotros.

Edward asintió y reprimí una sonrisa, él estaba de acuerdo en dejar atrás tanta formalidad. Salí emocionada y casi brincando hacia la cocina y encontré a Harriet entretenida preparando la cena, cuando me vio entrar me sonrió feliz. Me puse a cortar las verduras por ella mientras metía un gran trozo de carne al horno.

—Estoy tan contenta, Bella

—¿Y a qué debemos esa alegría? —pregunté sin intentar disimular la mía.

—Pues es muy sencillo, Creo que ustedes dos van mejorando un poco, ¿no? —detuve el movimiento del cuchillo mientras la veía sonreírme curiosa y me daba un golpe cariñoso en las costillas con el codo.

—Eso espero, Harriet. Aunque esta etapa de "adaptación" está resultando algo dura —confesé.

—Yo creo que van por buen camino, ya sabes que Edward no es un hueso fácil de roer y tú… —hizo una pausa y fruncí el ceño.

—¿Y yo…?

—Y tú lo estás haciendo muy bien —sus labios se curvaron hacia arriba mostrando una blanca fila de dientes—. Confía en mí, Bella, y confía en él.

Confiar, confiar…

Cuando todo estuvo listo, fui a avisarle a Edward que subiría a cambiarme pero me dijo que no era necesario, así que yo con mi ropa de yoga y Edward con sus jeans y camiseta nos dirigimos al comedor para tener nuestra cena informal.

Edward estaba tan relajado y alegre, por decirlo de algún modo y yo estaba feliz. Tal vez Harriet tuviera razón y nuestros roles en esta extraña relación se estuvieran asentando. De verdad que lo deseaba mucho porque cuando no estábamos a la defensiva pasábamos un muy buen rato.

Aunque no me lo pidió, corté la carne y la serví en su plato; él sonrió y esperó a que yo también me sirviera para empezar a comer. Levantó las cejas y dio un gemidito cuando probó la carne.

—¿Tú cocinaste?

—No, Harriet lo hizo —asintió.

—Tal vez deberías aprender algunas cosas que me gustan, ella se irá una temporada a Australia para estar con su hijo, me gustaría que tú me cocinaras —dijo y se llevó un pedazo de carne a la boca mientras me miraba divertido.

—Yo sé cocinar —repliqué—, podrías intentar probar cosas nuevas.

—Podría —arrugó la nariz y me sonrió. Mi corazón retumbó en mi pecho.

Este Edward sexy y juguetón me encantaba. Definitivamente era un Edward que no conocía, que era muy nuevo para mí y no me importaba sentirme en desventaja junto a él.

Idiota. ¿Cuándo alguna vez tuve ventaja sobre él o mínimo, cuando estuvimos en igualdad de circunstancias?

—Cuéntame qué hiciste mientras no estuve —me pidió.

—Trabajar —suspiré—. Jane y yo nos concentramos en el proyecto de Newton, nos absorbe al cien por ciento pero ya sabemos cómo manejarlo, si antes era quisquilloso, con este comercial rompió el record —sonreí—, para nosotras es estresante porque es nuestro primer comercial.

—Lo harán muy bien, Bella, tranquila —Bella… me gustaba que me llamara así y ya lo hacía cada vez con mayor frecuencia.

Platicamos un poco más de mi trabajo, pero me abstuve de contarle de mis visitas al Dr. Bower. No le vi el caso porque de todos modos él ya lo sabía. Alentada por el ambiente tan relajado le pregunté cómo le había ido en su viaje. Comenzó a masticar despacio y me miró penetrante.

—Muy bien. Hice algunas negociaciones muy provechosas en las cuales espero obtener resultados realmente favorables para nosotros, pero en realidad, solo una es de mi máximo interés y mi prioridad por ahora, en realidad esa es la que motivó mi viaje.

—Ojalá que pronto tengas los resultados que esperas —le dije con sinceridad.

—Yo también lo deseo, Bella —tomó mi mano, le dio un apretón y me regaló esa sonrisa torcida.

De pronto me sentí llena de remordimientos por mi comportamiento del día anterior y antes de que algún pensamiento se me cruzara por la cabeza y me hiciera arrepentirme, le pedí disculpas.

—Edward, yo… siento mucho mi comportamiento de ayer —bajé la mirada—. Lo siento.

—Bella, tienes que entender bien que todo lo que yo hago siempre está enfocado a tu bienestar —dijo calmado mientras su pulgar acariciaba suavemente el dorso de mi mano—. Sé perfectamente bien que eres una mujer muy capaz y que además tienes los medios para solventar todos tus gastos y hasta los caprichos más ridículos que se te antojen, pero te pido que dejes que me haga cargo de todo.

Se llevó mi mano a los labios.

—Si me lo hubieras pedido de ese modo no hubiera hecho ningún escándalo, pero darme cuenta que de buenas a primeras te encargaste de todo y a mis espaldas, la verdad no me pareció. Estaba furiosa —admití y lo vi tensarse, también lo sentí en la presión en mi mano.

—No veo donde está el problema; todo esto viene muy bien especificado en el contrato, pero me parece que tendremos que leerlo juntos de nuevo porque no has entendido bien los puntos donde habla de esto y también de cómo debes comportarte conmigo y el respeto que me debes tener. Así aclararemos dudas y nos evitaremos futuros problemas.

—Al menos debiste avisarme —dije ofendida y Edward soltó mi mano.

—Puedes seguir con esta actitud si quieres, Bella, créeme que no me importa ejecutar castigos como el de anoche, pero te aseguro que alguien va a cansarse primero y ése no voy a ser yo, pero escúchame muy bien —me tomó por la barbilla tan fuerte que me dolió.

—Nunca en tu vida vuelvas a amenazarme con dejarme, Isabella, por tu propio bien no vuelvas a hacerlo —soltó bruscamente mi mentón y se puso de pie.

¿Qué carajos hice mal? ¡Solo me disculpé por mi arranque el día anterior!

Lo miré alejarse atónita, mientras el peso de su advertencia caía sobre mis espaldas como un pesado yunque. Me dirigí a las escaleras y empecé a subirlas bajo la severa mirada de Edward que estaba al pie de estas. Fui directo a mi habitación, me lavé los dientes, la cara y me cambié de ropa. Me tiré sobre la cama, frustrada. Todo lo tenía que joder. No hacía nada bien.

Y además, Edward era tan bipolar…

No entendía su arranque, la ofendida debería haber sido yo, ¿no era así? Pero que me partiera en dos un rayo si desde noche pasada no había estado portándose increíblemente sensual, sexy, duro, rudo y de repente… volvió a ser el mismo Edward insensible, déspota y posesivo que juraba me haría pagar por mi enorme falta con creces. Yo estaba consciente del error garrafal que había cometido, pero ¿Cómo coño esperaba que reaccionara?

Había estado un poco distraída los últimos días, pero nunca pensé que tanto cuando en la oficina me di cuenta que no había pagado ninguno de mis servicios. Casi me da un ataque de solo pensar que me fueran a cortar la electricidad o el gas. Corrí a mi apartamento y busqué en mi casillero por mis facturas por pagar, pero no encontré ninguna; ni la del cable, ni la del mantenimiento del edificio, nada. Era sumamente extraño que no estuvieran ahí, por lo que llamé a cada una de las compañías para saber qué pasaba, pero me dijeron que todo estaba correcto y mis cuentas estaban al día, todas, ¡hasta las de mis tarjetas de crédito!

Mi indignación creció cuando fui a pedir una copia de cada una de las facturas y vi que habían sido pagadas, todas con cheques a nombre de Edward Cullen. Así que con un cheque mío en mano por la suma de todos los pagos que a mis espaldas había realizado, llegué a su imponente edificio y subí directamente a su oficina hecha una furia azuzada principalmente por un deseo sexual insatisfecho que aumentaba mi enojo y me envalentonaba peligrosamente.

Su asistente personal era una mujer muy guapa y madura, me recibió, pero no quiso aceptarme nada. Comencé a ponerme muy impertinente y bastante pesada a pesar de que la mujer con toda la amabilidad y diplomacia del mundo se negaba a aceptar mi cheque haciéndome sentir en el fondo un poco avergonzada, pero no iba a irme de ahí sin que Edward entendiera de una buena vez que yo no era la típica sumisa que actuaba como una muñequita aceptando las órdenes de alguien que me tenía sola y olvidada, esperando sonriente y ansiosa hasta que se le diera la gana de dedicarme un poco de atención.

No. Yo no necesitaba eso. Lo que yo necesitaba era su atención y eso fue precisamente lo que le hice saber, aunque no de la forma más inteligente del mundo.

Bostecé recordando cómo lo corté al teléfono y afortunadamente no mucho tiempo después me quedé dormida, pero abrí los ojos inmediatamente cuando sentí que me levantaban en brazos.

—¿Qué…? —murmuré medio dormida.

—Shhh —me calló mientras me llevaba a su habitación y me acostaba en su cama. Me quitó la ropa lentamente.

—Cuando duermas conmigo no quiero ropa de por medio, ya lo sabes.

Susurró a mi oído mientras besaba mis hombros y acariciaba mi abdomen. Me puso en cuatro y me poseyó con desesperación más que con rudeza. No me prohibió correrme y me penetraba al mismo tiempo que me daba nalgadas que además de dolerme me excitaban hasta lo imposible. Esa noche Edward no tocó mis senos y a decir verdad extrañé mucho su contacto ahí pero no me podía quejar, al contrario. Edward sin duda alguna estaba compensando la falta de atención que en el pasado tuvo conmigo.

Me corrí antes que él cuando su mano volvió a pegar en mi nalga detonando una explosión dentro de mi cuerpo que me desconectaba de todo. Sentí su orgasmo llegar y me llenó de su calidez. Caímos tendidos en la cama, él sobre mí respirando en mi nuca y su mano acariciando mi piel. Con besos ligeros en mi cabeza y abrazada a él, terminó ese día tan lleno de promesas para mí.

***.

Para el sábado el buen humor de Edward no había cambiado y yo realmente creía que todo iba marchando como debía. Me despertó con una sonora nalgada y después de jugar un rato con mis senos me pidió que estuviera lista en veinte minutos porque iríamos al club. De un brinco salté feliz de la cama y corrí a mi habitación para cambiarme; saqué un pantalón de montar, una blusa y las putas botas.

La idea de ir de nuevo al club y ver a los caballos y la nueva actitud de Edward me tenían en éxtasis. Ya no me trataba con esa rigidez que adoptó por un tiempo y volvía a ser el Edward con todas sus normas y cara seria pero que tenía la sonrisa dispuesta a salir en cualquier momento para alegrarme el día. Bajé corriendo porque la puntualidad era importante para él como buen inglés y ya estaba al pie de la escalera con sus pantalones blancos, un suéter beige y sus putas botas… se veía magnífico.

Llegamos al club y Edward arrastraba el contenedor de las golosinas para los caballos, yo iba a su lado apurando el paso para llegar a las caballerizas y él me miraba haciendo esfuerzos para contener una sonrisa. Al entrar, Billy cepillaba a "Paloma" y yo me acerqué para darle unas palmaditas y acariciar su hocico cuando los relinchos y resoplidos de "Tramposo" no se hicieron esperar.

—¡Vaya! No lo veía tan feliz desde el día que lo dejó en medio del bosque, jefe —Billy reía—. Usted tuvo que regresar caminando— rió más fuerte y Edward lo miró serio. El hombre se disculpó y salió huyendo de ahí.

—Hmm, así que a alguien le hicieron lo mismo que a mí —lo miré y le sonreí burlona—; eso, según dicen, se llama justicia divina.

Edward no respondió, solo tomó un fuete que estaba cerca y se acercó a mí mirándome maliciosamente. Me rodeó y de pronto sentí el golpe del fuete en un muslo, no dolió. Me reí más fuerte y volvió a darme otro fuetazo en el otro muslo un poco más fuerte.

—¡Ouch! —me quejé dramática.

Él me miraba divertido y yo corrí por toda la cuadra escapándome de él y de su amenazante fuete, pero me alcanzó acorralándome contra unas pacas de paja y tumbándome sobre ellas. Se inclinó sobre mí y su mano recorrió mi muslo hasta llegar a la unión entre mis piernas, donde hizo presión y me acarició como si no hubiera tela que obstruyera ese contacto. Gemí y alcé mis caderas, Edward me miró y se alejó.

—Vamos —sonreía divertido y estiraba una mano hacia mí—. Hoy me ayudarás a ensillar a los caballos.

Con lentitud y un poco frustrada porque yo ya daba por un hecho que me tomaría ahí, me puse de pie y lo seguí. Ensillamos a "Tramposo" y a "Caramelo" cuando vi que Edward pretendía que yo montara a este último…

—¿Me dejaría montar a "Tramposo", Señor? —lo miré coqueta—. Le tengo tanta confianza que…

Me acerqué a él y dibujé en su pecho con mis dedos índices, coqueta y sin miedo.

—¿Estás segura que es sólo por eso y no porque quieres dejarme sin mi caballo favorito? —me pegó a él y fue bajando poco a poco sus manos hasta mis nalgas. Asentí.

—Isabella…

—Sí, Señor —corregí de inmediato—. Me siento más segura con él.

—De acuerdo —accedió dándome una ligera nalgada y me ayudó a subir al animal color azabache. Subió él al suyo y empezamos un ligero trote una vez fuera de las caballerizas. Apreté los dientes y cerré en mis puños las riendas al sentir que mi cuerpo y mis músculos, inclusive aquellos de los cuales no me había percatado tener, rechinaban adoloridos por toda la actividad a la que habían estado sometidos recientemente. Las carcajadas de Edward no se hicieron esperar.

—Oh sí, soy culpable, lo admito —dejó escapar otra carcajada y lo miré con el ceño fruncido.

El buen humor de Edward aumentaba tanto su atractivo que me derretía hasta los huesos más no por eso dejé de mirarlo con fingida molestia durante todo el trayecto hasta el claro. Ya ahí, no me dejó bajar del caballo y yo quise matarlo, mi cuerpo necesitaba un descanso pero él no me lo permitió, en lugar de eso seguimos con las olvidadas lecciones y aunque "Tramposo" se portó muy bien, yo lo único que quería era pisar tierra firme por un momento.

De vuelta en las caballerizas, casi una hora y media después, estaba entumida y Edward me cargó para bajar del animal al que le dio una nalgada muy fuerte en uno de sus cuartos.

—Caballo traidor —susurró al entregárselo a Billy y fue mi turno para reírme, Edward me miró con los ojos entre cerrados y supe que tenía que salir huyendo de ahí.

Fui al baño en lo que Edward terminaba de ayudar a Billy con los caballos; me lavé las manos, la cara y volvía las caballerizas para pedirle a Edward que fuéramos a comer, tanto ejercicio me tenía muerta de hambre. Un silbidito me hizo girar la cabeza.

—Bella, Bella, Bella —de un brinco bajó de la barda donde estaba sentado y quedó frente a mí.

—Max —susurré dando un paso hacia atrás.

—Es lamentable, Bella —dijo acercándose a mí—, ver cómo te estás hundiendo en el pozo de mierda que es Cullen y todo lo que le rodea.

Di media vuelta y empecé a caminar hacia donde se encontraba Edward y lejos de Max, pero él me seguía.

—Aún puedes salvarte, Bella.

—¡Cállate!

—Escúchame, por favor.

—No quiero, ¡aléjate de mí!

—Qué poco hombre eres… —Edward apareció colocándome detrás de él.

—Mira quien lo dice.

—No vuelvas a acercarte a Isabella, estás advertido —lo amenazó apuntándolo con el índice.

—¿Qué? ¿Me vas a pegar? —Max lo retó.

—Porqué no te dejas de mariconadas y te buscas una mujer, Max.

—Una mariconada es pegarle a una mujer, Edward.

—Cállate.

—¿Por qué no se lo cuentas? Creo que le va a interesar mucho, ¿no crees?

—No te metas.

—Estás muy equivocado si piensas que voy a permitir que le hagas eso a otra mujer.

—A otra mujer que te guste, dilo.

—Eso no importa, cobarde.

—¿Cobarde? Tú no sabes nada —lo miró con furia.

Max respondió con una risa cínica y Edward se le fue encima a golpes. Chocaron contra una pared y luego con la cerca. Yo grité horrorizada al ver con cuanta rabia se pegaban y además porque casi ninguno fallaba los golpes hacia el otro; se empujaban y se estaban haciendo mucho daño. Max ya tenía una ceja rota y Edward un labio, pero ninguno de los caballerangos y capataces se atrevía a separarlos. Yo les rogaba que se detuvieran, pero era inútil, ninguno de los dos me escuchaba y si lo hacían, parecía no importarles; me sentía impotente por no poder detenerlos.

No supe cómo Max se hizo de una fusta y no dudó en usarla contra Edward, que levantó un brazo para protegerse y el cobarde de Max le pegó con ella en las costillas y luego con el puño. Edward pateó una de sus piernas y Max cayó soltando la fusta y creí que Edward la tomaría pero la alejó con una patada y se puso a horcajadas sobre él, descargando su ira y luego Max los hizo girar quedando Edward bajo él y recibiendo más golpes de su parte.

—¡Paren! ¡Por favor, paren!

Gritaba, pero ellos parecían no tener ni la más mínima intención de hacerlo y para colmo, no se veían agotados. Empecé a ver todo borroso y fue entonces que me di cuenta que estaba llorando; parpadeé y desesperada comencé a limpiarme los ojos cuando pude ver que al fin los separaban. Billy y Trevor sostenían a Edward y otros dos hombres a Max.

Ambos se veían en muy mal estado, se habían hecho mucho daño. Edward se soltó furioso del agarre de sus hombres y se acercó a mí, me tomó de la muñeca y casi tuve que correr para seguirle el paso. Llegamos al auto y pese a lo golpeado que estaba, me abrió la puerta y me ayudó a subir. Ni siquiera hice el intento de decirle que yo podía sola o de preguntarle si quería que yo condujera, mejor me mantuve callada hasta que llegamos a casa.

Bajamos y cerró de un portazo tanto las puertas del auto como la de la casa. Subimos las escaleras y una vez en su habitación, me arrodillé para quitarle las botas que estaban llenas de tierra, paja, lodo y no sabía cuánto más, así como todo él.

—Voy a prepararte el baño —le informé y levanté su barbilla para mirarle con detenimiento la cara, hizo una mueca de incomodidad, pero no lo solté hasta ver muy bien sus heridas. Me fui al baño negando con la cabeza.

Comencé a llenar la bañera y al revisar en los gabinetes encontré un frasco pequeño con esencia de lavanda, eché un poco en la tina para que lo relajara un poco, luego templé el agua de la regadera que estaba a un lado, que ni pensara que se remojaría en la bañera todo lleno de tierra. Cuando tuve todo listo, me di la vuelta para ir a buscarlo pero él ya estaba ahí, desnudo, observándome.

—Primero lávate y luego entras a la bañera —dije con voz autoritaria. Edward caminó hacia mí y lo vi sujetarse un costado. Entró a la ducha y se quitó el lodo y todo demás que tenía encima, después se remojó en la bañera y me arrodillé a su lado con una esponja en la mano y mucho jabón. De un movimiento la arrebató de mis manos.

—Yo puedo solo —alegó.

—Lo sé, pero voy a hacerlo yo.

Le respondí lo mismo que él me había dicho con anterioridad. Me miró molesto y me dio la esponja de mala gana. Con la mano firme, pero también con delicadeza, lavé su cuerpo teniendo especial cuidado con sus costillas, sus manos y su cara por supuesto. Estaba muy golpeado y su hermoso rostro ya estaba hinchado, sobre todo ambos pómulos, el labio que lo tenía partido y un ojo morado. Se inclinó hacia delante y le froté la espalda, masajeando sus músculos.

—Detente —estaba tan concentrada que me tomó por sorpresa su orden. Me tensé y recordé que no le gustaba que lo hiciera.

—¿Por qué? ¿Porque es trabajo de Jessica? —pregunté molesta y aventé la esponja al agua; salí del baño más que enojada, triste. Recogí toda la ropa sucia junto con las putas botas y las bajé al cuarto de lavado pensando en lo estúpida de mi reacción, como si estuviera celosa. Subí desganada y regresé para ayudarlo a secar y vestir, él lo hacía conmigo, ¿no?

Cuando entré de nuevo al baño estaba parado frente al espejo admirando sus heridas de guerra.

—Voy a llamar a un médico —dije preocupada por el labio que no le dejaba de sangrar y me miró por el espejo.

—Tú me curarás.

¿Yo? Bueno, si él confiaba en mí, era mi oportunidad de probar lo que había aprendido en las clases de primeros auxilios, solo tenía que recordar un poco; saqué el botiquín y de él, el desinfectante, el alcohol y la cinta para hacer unos vendoletes. Edward se sentó en la silla del baño y me puse entre sus piernas, mojé el algodón con el desinfectante y comencé a pasarlo por su cara, no hizo muecas. Al llegar al labio casi me desmayo al ver una abertura realmente grande.

—Creo que necesitas unas puntadas —dije a punto del desmayo.

—No. Con un vendolete será más que suficiente —me aseguró tranquilo.

—Al menos hubieras dejado que Trevor te revisara.

—Estoy bien —insistió.

Comencé a cortar los vendoletes en silencio, concentrada para no hacerlos tan delgados y que sostuvieran pegados su piel. Limpiaba mejor el área y revisaba que ya no hubiera nada de tierra ahí.

—Isabella…

—Dime —dije sin despegar la vista de la cinta adhesiva.

—Lo que dijo Max… —se detuvo y lo miré— tengo que ser honesto contigo. Confianza y honestidad, ¿recuerdas?

Me quedé atónita mirándolo y un temblor imperceptible recorrió mi cuerpo. Edward me quitó las tijeras y la cinta de las manos y puso las suyas en mi cintura.

—Es verdad lo que él dijo —admitió en voz baja y yo sentí que mi cuerpo y la poca fortaleza que me quedaba se resquebrajaban.

—Hace algunos años, yo conocí a ésta chica. Era una época donde la violencia era parte de mi vida como Dominante. Durante ese tiempo, no podía obtener satisfacción si mis relaciones no tenían un poco de golpes, rudeza y muchas cosas más.

Edward se agarró con más fuerza de mi cintura y continuó.

—Te puedo asegurar que eso ya no forma parte de mí —me miraba sincero y casi me desmoroné—, quedó atrás desde hace mucho tiempo aunque Tanya no lo ha podido aceptar —suspiró—. Ella sería feliz si yo volviera a esa etapa y cada vez que tuviéramos sexo la golpeara y…

—Shhh —puse mis dedos en sus labios con mucho cuidado—. No quiero saber —murmuré.

—Tienes que —me pidió y yo negué con la cabeza.

—Ella forma parte de un grupo de chicas con las que tuve relaciones muy enfermas, pero que sin duda ayudaron a formarme como el Dominante que soy ahora. Ya sé lo que no quiero y lo que no necesito en mi vida, conozco mis límites y puedo vivir esta vida sin lastimar a nadie, encontré un equilibrio lo bastante sano para mí y para mi pareja.

Me miró suplicante antes de bajar la cabeza y apoyarla en mi pecho, no pude acariciarlo porque honestamente, estaba en shock por todo lo que estaba escuchando.

—No estoy orgulloso de lo que hice, Bella, y me disculpé con cada una de ellas en su momento, pero solo una no aceptó que yo haya superado ese período de mi vida. Tanya no lo tomó como lo que era, un lapso en mi desarrollo como Dominante y ha estado insistiendo todos estos años para que vuelva a tenerla como mi sumisa y la trate como lo hacía en aquella época.

—Ella ante mi negativa, ha buscado otros Dominantes que utilizan la violencia y viven en relaciones extremas, pero para buscar una pareja así, tienes que conocerlo muy bien antes de aceptar tu sumisión, ella no lo hace porque la adrenalina que siente ante el peligro domina sus sentidos, se expone sin medir las consecuencias y es así como ha salido bastante lastimada muchas veces.

—¿Y Max? —pregunté queriendo saber cómo encajaba él en todo este asunto.

—Él conoció a Tanya en el club. La llevé varias veces y el imbécil de Benett quedó prendado de ella como lo hizo contigo —exhalé—. A ella le aburría todo lo concerniente al hípico y mientras yo jugaba o atendía a mis caballos, Benett la entretenía. No me importaba porque yo ya iba a terminar con esa relación pero Tanya no lo admitía, continuaba siguiéndome a todas partes y viniendo a mi casa y al penthouse hasta que tuve que poner un alto definitivo y ordenar que no volvieran a dejarla entrar a ninguna de mis propiedades.

—Eso no le gusto en lo absoluto y por un par de meses no supe nada de ella; pensé que me había librado al fin de esa mujer pero una noche la encontré completamente drogada y unos tipos estaban abusando de ella —chasqueó la lengua y suspiró—. Estaba tan perdida que ni cuenta se daba. La recogí y la traje a casa. Gran error. Cuando despertó y vio donde se encontraba pensó que yo quería que volviera y cuando le dije que no era así, se fue pero continuó drogándose. La envié a un centro de rehabilitación, pero se escapó a la semana de estar ahí y ya no insistí, tenía que cortarme el hilo que me ataba a ella.

—¿Y lo hiciste? —quise saber.

—Aún me la encuentro por ahí borracha o drogada, mis hombres la llevan a su casa y se aseguran de que al menos esa noche esté tranquila y fuera de peligro —suspiró.

—Para mi desgracia se refugió en Max. Él sabe todo lo que ha ocurrido, pero con la versión errónea y no me interesa aclarársela, lo que si me interesa es que no se acerque a ti y te atosigue con su equivocado punto de vista.

Asentí incapaz de hacer otra cosa hasta que pude hablar.

—Gracias —me incliné para besar el tope de su cabeza que de nuevo se había pegado a mi pecho.

—¿Porqué? —la levantó y me miró intrigado.

—Por ser honesto conmigo —me miró como si le dolieran mis palabras y no lo entendí.

—Al menos ahora ya conoces la verdad que Benett quería que supieras y sabes quién es el hombre que esta junto a ti —hizo un intento por soltarse de mí, pero no se lo permití.

—Sí, lo sé. Es Edward, mi Señor…

El fin de semana lo pasamos muy tranquilos. Edward no se quejaba, pero cuando se movía se sujetaba el costado golpeado. Estaba segura de que si no tenía rota una costilla, al menos la tenía fisurada pero cuando se lo insinué, me fulminó con la mirada así que si no se quejaba, ya no le insistiría. Así de duro se habían dado y supe por Trevor, que llamó para darle un recado a Edward sobre los caballos, que Max estaba mucho peor.

Hice todo lo que pude por mantener a Edward en cama pero fue imposible, me di por bien servida de que no saliéramos a ningún lado y estuviera trabajando un poco en su estudio. Por las noches le preparaba algo y le subía la cena. Me miraba enojado alegando que no estaba enfermo pero yo le decía que no tenía ganas de bajar a cenar y a regañadientes lo aceptaba.

Curaba su labio dos veces al día y le ponía una pomada en los golpes para que se desinflamaran y desaparecieran los moretones. Él se quejaba como un niño chiquito, pero al final se dejaba. Mi niño chiquito…

Dormimos juntos cada noche y Edward hizo muchas veces el intento por tener sexo, pero me rehusé como pude. Era muy hábil y muchas de esas veces casi me rindo pero recordaba su costilla lastimada y me armaba de fuerza de voluntad. Él vociferaba y me asustaba, creyendo que de nuevo el antiguo Edward había vuelto y me quedaba muy quieta en la cama, con miedo, pero luego sonreía y me decía cariñoso…

—Ven aquí —abría sus brazos y con extremo cuidado me acomodaba en su pecho.

Sí. Salvo el pleito entre Edward y Max, ése fue un fin de semana perfecto.

***.

El lunes por la mañana ayudé a Edward a bañarse como lo hice durante el fin de semana. Él podía hacerlo sólo pero yo no iba a negarme el placer de tocar todo ese esculpido cuerpo a mi entera satisfacción, lo mejor es que él lo sabía y no objetaba nada.

Terminé de darme gusto con él y mientras se afeitaba librando los vendoletes, me di un baño y salí de prisa a mi vestidor. Elegí mi ropa y me vestí, me maquillé muy poco y estuve lista muy a tiempo. Al salir de mi habitación, Edward me esperaba para bajar las escaleras juntos. Extendió su mano y la tomé sin pensarlo.

Pese a los golpes, el ojo morado ya medio verde y amarillo y el labio partido, Edward se veía sumamente atractivo, era un adonis perfecto.

—Te llevaré al trabajo —me informó serio.

—No te queda de otra —dije sarcástica—. No tengo auto, fui secuestrada la semana pasada y mi secuestrador me ha mantenido cautiva. He sido algo así como su esclava sexual, cocinera, nana y enfermera.

La mirada de Edward se oscureció y torció la boca pero no en esa sonrisa que tanto me descolocaba.

—¿Quieres ser de verdad una esclava sexual?

Lo grave de su voz y la seriedad con la que me lo preguntó me dejó confundida, sin saber qué responder.

—No sabes de lo que hablas, cállate y vámonos —finalizó. Dios, tenía que cuidar mi bocota, tan bien que todo estaba yendo y yo estropeándolo con un comentario estúpido.

Subimos al auto negro y el enojo de Edward llenaba el pequeño espacio. Él encendió su teléfono y de inmediato comenzó a sonar. Me senté lo más alejada que pude de él dándole un poco de privacidad para responder sus llamadas, si es que eso era posible en tan reducido espacio, pero él puso su mano en mi pierna atrayéndome a su lado. Edward acariciaba mi muslo despacio y cuando hizo el intento de subir hasta mi sexo, puse mi mano sobre la suya y entrelacé mis dedos con los suyos. Me miró entrecerrando los ojos.

Pese a ése momento y uno que otro arranque por parte de Edward, yo estaba feliz. No iba a negarlo. Porque durante todos esos días pude verlo haciendo un verdadero esfuerzo por ceder y yo debía reconocérselo. Él no era una persona fácil, como había dicho Harriet y si él estaba poniendo de su parte yo debía hacer lo propio para que la relación funcionara para provecho de ambos. Para que él tuviera una buena sumisa que lo mantuviera contento y satisfecho y para que yo tuviera al Dom de mis sueños, justo el Edward que estuvo conmigo el fin de semana, él era.

—Paul vendrá por ti para ir a comer, sé puntual, Isabella.

Ahí estaba de nuevo el "Isabella", seguía enojado y se enojaría aún más porque no podría salir a comer con él.

—No creo poder, tengo que ponerme al día —me mordí el labio y me dio un suave golpe con sus dedos.

—No hagas eso —frunció el ceño.

—Perdón, señor —me disculpé de inmediato y la puerta se abrió, lo miré esperando un beso antes de bajar del auto, uno como los que me había dado durante el fin de semana pero nunca llegó. Resignada me bajé y me giré.

—Que tenga un buen día, señor.

Edward se arrimó acercándose a mí y me jaló hacia él, dándome un beso tan intenso que además de llenarme de sorpresa, me llenó de alegría aunque gimió por el mal trato que le estaba dando a su labio.

—Pórtate bien, Isabella —murmuró en los míos y se alejó.

Aún en mi nube, entré al edificio y subí al ascensor; vi el auto negro marcharse y me llevé una mano al pecho. Me reí y sentí esa plenitud que no creí volver a sentir jamás, solo que ya no era la tonta Bella, ahora era Isabella y desde luego, había dejado de ser aquella adolescente inocente e incapaz de defenderse.

—Ni siquiera te voy a preguntar lo que es obvio, solo te pediré detalles —Jane me guiñó un ojo—, pero no ahora, atragántate la dona y el café y vámonos que Olivia nos está esperando.

Como pude me comí la dona y me tomé el café, me puse un poco de brillo en los labios y fuimos a nuestra primera junta del día con nuestra jefa; se me hizo muy extraño que no me pidiera ninguna explicación por mi ausencia y si no lo hacía yo no iba a aclarar nada, no quería decir algo que luego pudiera ser usado en mi contra.

Ese medio día fue un caos. La junta se prolongó ya que Michael estaba de viaje y se hizo por videoconferencia. Nos preguntaba las cosas mil veces y estuvimos a punto de cortar la conexión. Ese hombre era estresante. También nos reunimos con el equipo de filmación y con ellos no tuvimos ningún problema; el director era muy accesible y además nos daba algunas ideas que incorporamos al comercial y otras las dejamos en un quizás.

Todavía no llegaba la hora del almuerzo y mi cabeza estaba a punto de estallar; definitivamente, aunque quisiera no podría ir a comer con Edward.

Lo llamé y le dije lo ocupada que estaba y que también me quedaría un rato después de la hora de salida para poner al día mis pendientes. Milagrosamente, Edward no protestó y yo cada vez estaba más asombrada por el esfuerzo que hacía. Le agradecí lo comprensivo que estaba siendo y entre una risita muy provocativa, me dijo que después se cobraría a su manera. Solo con esas palabras, mi cuerpo se puso a mil, y yo también. Tuve que concentrarme y alejar mil imágenes que llegaron a mi mente y que deseé fervientemente experimentar con él.

La jornada laboral finalizó y yo me quedé una hora más para dejar mis asuntos al día. Como siempre, Jane me había echado una mano y no tardé mucho en dejar todo en orden. Me estiré y con mi bolso en mano, bajé por el ascensor y al salir al hall del edificio, el auto negro esperaba por mí. Sonreí agradecida porque la verdad no tenía nada de ganas de conducir entre el tráfico, además que ni siquiera sabía si mi auto seguía en las oficinas de Edward, si ya lo habían llevado a mi apartamento o estaba estacionado afuera.

Dean salió a mi encuentro y mi cara se iluminó. Abrió la puerta para mí y Edward estaba sentado ahí con el teléfono en mano, lo vi y fue como si me hubieran puesto una inyección de energía burbujeante. Terminó su llamada y extendió su brazo. Subí sin perder tiempo y rodeó mi cintura atrayéndome a él. Me recibió con un cálido y desesperado beso que lo hizo gemir un poco por el labio herido y casi fundió todos mis huesos.

—¿Lista para ir a casa? —su sonrisa torcida apareció de pronto y traté de centrar mis pensamientos.

—Edward, yo no sé…

—¿Qué es lo que no sabes? Te quiero junto a mí, Bella.

Edward me besó de nuevo y con eso fue imposible negarme; por lo que veía, mi apartamento tendría que esperar un día más.

Ya en su casa cenamos en la cocina, carne, el plato favorito de Edward y que comía de cualquier forma que fuera preparado y una ensalada. Harriet había dejado todo en la encimera porque estaba preparando su equipaje. Iba a extrañarla.

Edward tomaba su brandy en el estudio y me pidió que recostara mi cabeza en su regazo, lo cual hice sin dudar. Estábamos en penumbras y la voz de una mujer cantaba muy sensual y también relajante. Edward no me acariciaba, pero no me importaba porque estábamos en una posición realmente íntima, por decirlo de algún modo y eso también denotaba un avance en nuestra relación; no había esa tensión asfixiante ni ese miedo hasta de moverse, habíamos progresado y estaba demasiado feliz por lo logrado en apenas unos cuantos días.

Era tanta mi felicidad que decidí olvidarme de todo para vivir mi fantasía plenamente. Tenía que dejar atrás mis dudas, mis miedos y enfocarme a ser feliz. Me dedicaría a satisfacer al hombre que sostenía mi cabeza en su regazo y aceptaría todo lo que él quisiera darme. Aprovecharía al máximo el tiempo porque un año no era mucho y se pasaba volando, pero mejor de eso también me olvidaría y viviría cada minuto como si lo nuestro no tuviera fecha de expiración.

Sentí sus manos enredarse en mi pelo y acariciarme despacio.

—¿En qué piensas? —me preguntó sacándome de mis cavilaciones.

—En nada —respondí muy bajito.

—¿Sabes que te has ganado un castigo por mentirme? —me miró enarcando una ceja.

—No te mentí —contesté negando.

—Dos mentiras, dos castigos —afirmó mientras me levantaba con rapidez tratando de escapar de él entre risas, aunque sabía que esa batalla la tenía perdida porque no era posible escabullirme de alguien tan hábil como Edward con todo y sus golpes que ya parecían estar sanados, exceptuando el labio. Como ya había predicho, Edward me atrapó y me cargó sobre su hombro, subió las escaleras mientras me daba de nalgadas y me amenazaba con castigos terribles.

—Puras promesas —gritaba entre risas tratando de no moverme mucho por esa costilla que le dolía.

—¿Promesas?

Entró al cuarto lila y me puso en el suelo, abrió la puerta y algo parecido a una ligera descarga de adrenalina corrió por mi cuerpo. Estábamos en el cuarto de juegos y yo sabía que ahí, mi comportamiento tenía que ser diferente. Ahí yo era completamente la sumisa que él necesitaba y él era el Dom con el que yo soñaba .

Me dirigí a la mesa porque me gustaba todo lo que había ocurrido en ella. Bajé la mirada como una dócil y vulnerable muñeca porque ahí sí lo era.

—Tienes treinta segundos para quedar completamente desnuda, si fallas, recibirás cinco azotes en cada nalga intercalados entre mi mano y algún otro objeto que elija y además —rió—. No podrás correrte en cuatro días.

Levanté la mirada, horrorizada por su cruel castigo mientras reprimía una sonrisa.

—Si te ríes serán diez días, Isabella —me advirtió muy serio y me controlé poniendo mi mejor cara. Esperé que me diera la señal para empezar a desvestirme cuando dijo: ¡Ahora!

Con toda la rapidez que pude comencé a deshacerme de mi ropa. Zapatos, blusa, pantalón… eso estaba siendo muy fácil y por un instante bajé mi ritmo y me tardé unos segundos de más quitándome las bragas y fingiendo que mi sostén estaba atorado, cosa que desde luego mi Señor no se tragó y sin decirme nada, ató mis manos con un suave pañuelo de seda en mi espalda. También cubrió mis ojos porque le gustaba mantenerme con mis sentidos bien alertas y me inclinó sobre mi mesa preferida, empujando firmemente mi torso contra ella y mi mejilla también; separó mis piernas y me hizo quedar casi de puntillas porque la mesa estaba muy alta para mí.

Lo sentí y lo oí alejarse; de pronto, música estruendosamente fuerte sonaba en la habitación. Ya no pude escuchar nada más que la canción y eso aumentó mi ansiedad. Ni con mis sentidos agudizados al máximo pude evitar el ligero mareo que ese ambiente me causó.

Podría corromperte con tan sólo un latido.

¿Crees que eres tan especial?

¿Crees que eres tan dulce?

Sentí un golpe muy caliente en mi nalga derecha que me hizo despegar la mejilla de la mesa y apretar los dientes mientras sus manos se aferraban a mis caderas y entraba en mí sin miramientos. Ése era mi Señor que me tomaba, rudo, fuerte, salvaje mientras gritaba al sentir como me empalaba dándome un par de embestidas antes de salir de mí.

Ni siquiera me provoques,

Pronto estarás llorando,

Me gustaría que me hubieras atrapado.

Jadeé, pero la música estaba tan fuerte que ni yo misma me pude escuchar, tampoco mi grito al sentir el golpe abrasante en mi otra nalga; esta vez fue con una paleta y de nuevo ese miembro duro y erecto se adentró en mí abriéndose paso entre mis pliegues y llegando más adentro cada vez que me embestía. En esta ocasión fueron muchos más los empujes de su pelvis y yo podía sentir toda la fuerza de su castigo irrumpiendo en mi interior cuando las puntas de mis pies se despegaban del piso cada vez que él se enterraba en mí.

Estarás llorando en el dolor,

Rogándome que juegue mis propios juegos.

Salió de mí y otra nalgada. Esta vez levanté mi torso casi completo antes de que las violentas acometidas nublaran mis sentidos por completo. Cuando lo tenía dentro de mí, no era capaz de pensar en nada, solo era él, que se apoderaba del último gramo de voluntad que me quedaba, era suya, completamente suya.

Podría corromperte, sería horrible.

Podrían drogarte

Pero, ¿qué droga podría ser?

Los embistes continuaron así como el castigo a mis nalgas. Yo ya no gritaba, solo me concentraba en sentir cada nalgada y cada arremetida fuerte y cruda en mi interior que ya se desquebrajaba. La música con los decibeles rayando en lo insano, mis piernas temblaban, jadeos sordos, mis gritos mudos, mis nalgas ya insensibles anestesiadas de dolor, empellones sin parar, mi vientre hirviendo, los dedos de mi Señor tocando mi clítoris y aumentando mi deseo aunque cruelmente me advirtiera que esa noche me estaría prohibido tenerlo, su miembro me atacaba sin piedad y formaba un calor que levantaba un torbellino inevitable. El temblor de mis piernas subió por todo mi cuerpo mientras hacía un esfuerzo inconmensurable por reprimirme pero no podría, no resistiría…

Pero no te tocaría,

Mis manos sobre tus caderas.

Sería demasiado

Poner mis labios sobre los tuyos.

Otro grito que tampoco alcancé a escuchar salió de mi garganta declarando a todo pulmón el violento orgasmo que estaba golpeándome. Él no dejó de embestirme ni de pellizcar mi clítoris ya por demás adolorido, enloqueciéndome todavía más y provocándome convulsiones que no tenían fin porque cada vez que creía que descendería de la cúspide en la que me encontraba, él apretaba sus dedos de nuevo y aceleraba sus acometidas causándome otro orgasmo inmediatamente.

Estarás llorando en el dolor,

Rogándome que juegue mis propios juegos.

Podría corromperte, sería horrible.

Podrían drogarte

Pero, ¿qué droga podría ser?

Me desmayaría. Lo sentía, ya no podía mantenerme en pie. No tenía fuerzas para soportar un orgasmo más. Estaba mareada y totalmente desubicada. La música ya no sonaba. Solo pude ser capaz de abrigarme con el calor que de pronto inundo mi cuerpo, llenándome poco a poco. Mis piernas se doblaron vencidas y ya no supe más.

Lo siguiente que recordé fue estar recostada sobre una superficie suave pero firme, envuelta en un agradable calor y recibiendo besos por todo el rostro. Seguramente un sueño y en él, una voz aterciopelada que me decía…

—Gracias por confiar en mí, Bella, buena niña.*


Nenas, mil gracias por sus reviews, son un encanto.

Besos

Li y Jo