Epílogo

Londres, junio de 1817

Las paredes de la sala de exposiciones de Somerset House volvían a estar llenas de cuadros, pero ese año, con la visita del escultor Canova y el entusiasmo por los mármoles de Elgin, la escultura atraía más interés.

Seiya estaba casi solo en la sala mirando su cuadro, que estaba colgado en una posición ligeramente más ventajosa que los de tres años antes.

—Vamos progresando —sonrió para sí.

Se había hecho famoso desde que regresara del ejército. Su cuadro de Cleopatra, aunque él no lo sabía, le había conseguido una reputación. Había avanzado mucho desde que estuviera en aquella misma sala esforzándose por conservar la cordura.

Miró su cuadro y recordó aquel día.

—¿Qué cuadro lo complace tanto? —preguntó una voz baja, musical y divertida.

Seiya se volvió y miró a una mujer encantadora, que parecía que hubiera salido de uno de los lienzos.

La saludó con un beso en los labios, una libertad que podía permitirse gracias a que la sala estaba casi vacía.

Ella sonrió.

—Creo que es el retrato de la madre y la niña —ella señaló su cuadro.

—¿Te gusta? —preguntó él.

—Pues sí —ella se puso de puntillas y lo besó a su vez—. Está pintado con amor.

—Desde luego —murmuró él.

El cuadro mostraba a Serena sentada en un jardín, sonriendo a una niña de pelo caoba rizado y ojos azules. Chibi Chibi era la viva imagen de su madre.

Miembros de la Real Academia habían descrito el cuadro como una Madonna moderna. Decían que rebosaba sentimiento y captaba muy bien el amor maternal.

Su esposa y él seguían mirándolo tomados del brazo.

Seiya tardó un momento en hablar.

—¿Dónde están mi madre y Michiru?

—Están mirando las esculturas con el resto de la gente, pero Michiru ha dicho que la despida de ti. Está algo fatigada. Ya sabes que eso ocurre en los primeros meses. Haruka la llevará a casa.

Michiru esperaba su segundo hijo. El primero había nacido más de un año atrás y era un niño encantador al que tanto Michiru como Haruka mimaban sin cesar.

Seiya los entendía perfectamente. La pequeña Chibi Chibi sólo tenía que sonreír y él se derretía por dentro como si fuera de cera.

—¿Y mi madre? ¿Está también fatigada?

—Puede que sí, pero ya sabes que no dirá nada de irse si cree que BlackMoon desea quedarse.

BlackMoon.

Seiya no había conseguido separar a su familia del lord. Su madre se había casado con él. BlackMoon se lo había pedido después de que ella lo cuidara durante las fiebres que tuvo después de sus heridas. Acabó por recuperarse y también se le curó la pierna rota, gracias a los cuidados de ella. Durante esos meses, BlackMoon se volvió bastante dependiente de ella y la madre de Seiya, como era de esperar, olvidó todo lo que había pasado.

Seiya contrató abogados que se aseguraran de que ella tuviera un acuerdo matrimonial excelente y una suma de dinero que BlackMoon no pudiera tocar bajo ninguna circunstancia.

Este actuaba como si el episodio con la familia de Seiya y con Serena, incluido su rescate, no hubiera tenido lugar. Seiya no era tan olvidadizo, pero toleraba a BlackMoon por amor a su madre, como había hecho siempre.

Seiya y Serena no los veían mucho. Al parecer, la buena sociedad había perdonado a la madre de Seiya en cuanto se convirtió en lady BlackMoon y sus vidas se movían en círculos sociales diferentes.

Al menos Seiya no tenía que soportar la compañía de Zafiro. Este no era bien recibido en casa de su padre y no había más lugares donde Seiya pudiera encontrárselo. BlackMoon le pasaba dinero, pero hablaba raramente de él. Al parecer, podía olvidar a su hijo con la misma facilidad que los problemas que había causado en tantas vidas.

—Te has puesto serio —dijo Serena.

Él le sonrió.

—Bueno, has mencionado a BlackMoon.

—No dejes que te estropee esto —miró el retrato con un suspiro—. ¿De verdad es tan perfecta nuestra hija?

—Es igual que su madre.

Serena se pegó más a él.

—Sigue hablando así y puede que te deje que me pintes como Katharine.

Estaba ensayando ese papel de la obra Katharine y Petruchio, de David Garrick.

—Sería un placer —Seiya miró a su alrededor y vio que estaban solos—. Esta sala siempre me recordará un momento en el que mi vida cambió para siempre.

Ella sonrió.

—¿Cuando eligieron tus primeros cuadros para la exposición?

Seiya negó con la cabeza.

—La primera vez que te vi —le puso una mano en la mejilla y la miró a los ojos—. Hay algo que quise hacer entonces pero no pude.

—¿Qué?

—Esto —él la tomó en sus bazos y le dio un beso más escandaloso que su retrato de Cleopatra.

-Fin-


¡Finalmente esta historia termino!

No me queda más que agradecerles enormemente a todas ustedes por apoyarme por aqui con cada una de sus hermosas palabras en sus comentarios. Ya saben que esto no es un adios, sino un hasta luego porque yo continuare con las historias que aun sigo escribiendo y las que vengan en un futuro no muy lejano.

¡Hasta la siguiente aventura, chicas!

XOXO

Serenity