Capítulo 22

El verano se asomaba lentamente a la ciudad de Londres. Con cada pájaro piando a primera hora de la mañana, con cada árbol terminando de florecer, y el sol brillando mucho más a menudo en el horizonte de la ciudad. Hacía días que no llovía, y el buen tiempo parecía hacer juego con el buen humor de Draco, una habilidad recientemente descubierta pero que no le disgustaba en absoluto. Tampoco es que fuera extremadamente feliz. Pero al menos ya no se sentía un desgraciado en su propia piel, ni enjaulado en su propia casa.

Hermione contribuía a ello. La misma Hermione cuya habitación estaba un piso por encima de su cuarto, en la misma casa, dormida a esas horas de la madrugada, sola. En las últimas semanas, Draco se sentía inquieto. A pesar de quedarse dormido con facilidad (a veces, pensando en ella), se despertaba sudoroso, enredado entre las sábanas. En esos momentos, imaginaba fugazmente cómo sería enredarse en ella. Le gustaba estar con Hermione, y aunque hacía tiempo que lo sabía, no obstante hacía muy poco que se permitía reconocerlo. Quería tocarla, comprobar su ligereza, lo suave que era su piel. Como el día que bailaron en el desván.


-Tengo curiosidad por cómo hubiera sido ir al colegio contigo. A Hogwarts. –dijo ella una tarde una vez habían terminado de estudiar y merendaban en la gran mesa del comedor junto a la ventana que daba al jardín y al invernadero. Draco se atragantó mientras masticaba un dulce hecho con azúcar glas que le había dejado parte de su chata y fea cara cubierta de polvo blanco.

Las ventanas estaban abiertas, y la agradable brisa que precedía a las todavía algo frías, pero placenteras noches londinenses de finales de mayo balanceaba de una forma muy graciosa el pelo de ella. Draco Malfoy la miraba absorto, intentando grabar en su retina lo bien que le sentaba la luz del atardecer y cómo era la única que lograba destacar las casi imperceptibles pecas encima de su nariz respingona.

- ¿Me gustaría? –preguntó él, saliendo de su trance. Pensó entonces en los pasillos y las gárgolas de piedra. Pensó en el Expresso y en McGonagall, y en Snape, y en el campo de Quidditch. Hogwarts había sido su casa a falta de la suya propia, donde desde que había empezado la guerra, los mortífagos campaban a sus anchas, entrando y saliendo de Malfoy Manor, asustando a su madre que, imperturbable y terca como era, se negaba a abandonar su hogar. Aunque Voldemort tuviese allí su base de operaciones.

Hermione pensó en su pregunta, mientras se acercaba otro dulce de azúcar a la boca.

- Quizá. Aunque la gente de Slytherin gusta a muy pocos.

"Y menos aún desde que estamos en guerra", pensó él. Pero no lo dijo en voz alta, y en su lugar, intentó bromear para volver la conversación más ligera.

- ¿Qué diría un Slytherin si me hubiese tocado estar en su Casa?

Se enorgullecía de ser un Slytherin. Pertenecer a la casa de los colores negro, verde y plateado era un honor que muy pocos tenían. Ya no sólo en cuanto a la pureza de sangre, cosa que a Draco empezaba a darle igual. No, no era eso. Ser Slytherin significaba ser astuto y ambicioso. Ser un líder fuerte y tener un buen instinto de supervivencia, algo que Draco había demostrado en el último año y medio que había pasado hechizado, viviendo en un mundo que no conocía, pero al que sin duda se había adaptado muy bien.

- "¡No queremos que una bestia esté en esta nuestra, oh honorable y estirada casa! ¡La bestia le quitará caché a nuestro grandioso nombre!" –dijo ella mientras recogía sus libros y apuntes de encima de la mesa, con voz exageradamente grave, mientras ponía una mueca y gesticulaba excesivamente. Los dos rieron mientras andaban hacia el jardín que ocupaba la terraza entera, donde se situaba el invernadero y se podía apreciar todo Londres bañado por la luz dorada del atardecer. Habían creado una especie de ritual que sólo ellos comprendían y llevaban a cabo. Todos los días, después de estudiar, ya fuera por la mañana o antes de cenar, salían al jardín y comentaban aquello que habían leído en clase con Jack. Hablaban, compartían anécdotas divertidas sobre el mundo mágico que nunca desencadenaban en temas tristes como la guerra. Luego iban al invernadero, y Hermione lo ayudaba a regar las rosas.

Algunos días, cuando se sentía de especial buen humor, cuando ella se giraba para buscar tareas donde no las había, Draco cortaba algunas flores y le regalaba un pequeño ramillete. Era lo único que él podía ofrecerle, lo único que ella quería de aquél al que llamaba Nicholas. Él le había ofrecido otros regalos, pero las flores resultaron ser lo único que no rechazaba.

Hermione sonrió cuando esa tarde él le ofreció un ramo de rosas blancas y de un color salmón claro, tan rosado y brillante que le recordó al color de los tutús de las bailarinas de ballet. Estaba acariciando una de las rosas blancas, cuando de repente lo recordó.

-¿Sabes qué? El año pasado, antes de llegar aquí, me pasó una cosa muy curiosa en Hogwarts.-Draco, que llevaba una regadera amarilla en una mano y sujetaba una pequeña pala de jardinería que sin duda creaba un gracioso contraste con ahora su poco agraciada cara, se giró bruscamente al escuchar de nuevo el nombre del colegio donde había estudiado tantos años.

Fingió interés, temiendo que Hermione sacara algún tema escabroso.

-Qué… ¿Qué ocurrió? ¿Hombres? –convencido de que ella no se relacionaba con más hombres que con Potter y Weasley, y que lo de Krum habría pasado a un segundo y olvidado plano hacía ya mucho tiempo (tenía que haber pasado a segundo plano), fue lo único que a Draco se le ocurrió decir para restarle importancia al asunto e intentar cambiar de tema. Si seguían hablando de Hogwarts, seguramente acabaría diciendo alguna cosa que lo delatara, que Hermione descubriría inmediatamente. Y no podía permitirse aquello.

Ella soltó una carcajada algo melancólica y amarga al mismo tiempo.

-Sí, algo así.

A Draco debía darle igual aquello. De hecho, ni siquiera debería estar manteniendo aquella conversación con ella. ¿Por qué había preguntado? Era imbécil, y a cada día que pasaba, seguramente se volvía más idiota todavía. Aquélla estúpida maldición no sólo lo había vuelto feo por fuera, si no que lo estaba volviendo tonto por dentro. Y sin embargo, la miró. Como animándola con un solo vistazo de sus brillantes ojos grises a contarle más. Y ella pareció entenderlo, porque siguió hablando. ¿Estaría en lo cierto, y estaba enamorada secretamente del pobretón, o del cara rajada?

-Alguien hizo algo que nunca llegaré a entender antes de la última batalla ocurrida en Hogwarts. –dijo ella, mientras se acercaba a él, que estaba muy quieto de espaldas al sol que estaba a punto de esconderse por el horizonte, convirtiendo al chico convertido en bestia en una silueta que apenas dejaba entrever sus ahora monstruosos rasgos. Hermione alargó la mano hacia él, para apropiarse con muy poca sutileza la regadera amarilla que hasta ese momento, Draco había estado cargando. Siguió hablando mientras, de espaldas a él, regaba un par de maceteros que aún no habían florecido. –No es que piense en ello muy a menudo, la verdad es que fue una auténtica tontería. Pero a veces me acuerdo, y me resulta raro.

-¿Alguien que te hizo daño? –seguía inmóvil, mientras observaba de reojo

-Durante muchos años. –le dijo ella al mismo tiempo que le dirigía una mirada vacía, como si Hermione no estuviera del todo en aquél momento, con aquél desconocido que le regalaba flores, en medio de un Londres a caballo entre lo muggle y lo mágico. Y las piezas del puzzle empezaron a encajar para Draco Malfoy. ¿Le habría reconocido? ¿Se vengaría Hermione Granger después de todo este tiempo de él? Creyó morirse de miedo, de lo que podía ocurrir a partir de ese momento. Y entonces, ella siguió hablando, casi para sí misma. – El pasado Baile de Halloween celebrado en Hogwarts, estaba realmente asqueada con el mundo. Pensaba encerrarme en mi habitación, y hacer cualquier cosa excepto bajar al Gran Comedor, pero cambié de opinión a última hora. Me disfracé, aunque no era obligatorio hacerlo. Y entonces, vino él, me regaló una rosa blanca, y se marchó tranquilamente.

Clic. Otro clic. Estruendo. Imágenes fugaces pasaban por la mente de Draco, que se había sentado con dificultad en una de las sillas de forja que amueblaban el jardín. Hermione, que se percató de que el muchacho había palidecido de repente, le preguntó si se encontraba bien, a lo que él respondió que sí. Todo este tiempo. Los dos años que estaban llegando casi a su fin. Aquélla chica del baile, la de los ojos bonitos y la máscara de colores. Todo este tiempo había sido Hermione. La misma gracias a la cual se le había dado una segunda oportunidad para ser buena persona. Para querer. Y para ser amado por alguien. La misma Hermione que seguía hablando, ajena a todo lo que pasaba por la cabeza de aquél a quien ella llamaba Nicholas.

-…no entiendo por qué siempre se metió conmigo. Qué le hice. Hay sin duda más niños de familias no mágicas en Hogwarts. Y sin embargo, todas sus burlas, todo su veneno, siempre iban a parar a mí.

Draco cruzó los brazos para contener lo que sentía en esos momentos. Rabia. Y asco. Contra su propia persona.

-¿Q-qué fue de él? ¿De ese tal Malfoy del que me hablas?-preguntó él, intentando disimular ese repentino sentimiento que le encogía el pecho y le hacía sentirse mal. Casi tan mal como el día que descubrió que era feo, y que nunca volvería a ser una persona normal, pero enfocado de un modo diferente. Como si presionase en otro sector de su corazón.

-No lo se. Un día, desapareció. Dejé de verlo por los pasillos y nunca más he vuelto a saber de él. La verdad es que, a pesar de todo y en el fondo, Malfoy me daba mucha pena. –concluyó ella, dejando la regadera amarilla en un rincón del invernadero para después sentarse en la silla anexa a donde estaba él, cabizbajo, con aspecto cansado y abatido. Como un resorte, Draco se levantó, se disculpó alegando que no se encontraba muy bien, y subió las escaleras que llevaban a su dormitorio para encerrarse en él. Por mucho tiempo, quizá.

Sabiendo que Hermione Granger no odiaba a Draco Malfoy después de haberse portado durante años como un cerdo. De haberla insultado, vejado, y a sus amigos también. De haberla dejado en ridículo incontables veces delante de medio Hogwarts. Era tan buena persona, que tan sólo podía sentir pena por un tipo como él. ¿Cómo, después de todo aquello, podía además exigirle que se enamorara de él, que lo amara? Sería como pedir la luna, o las estrellas.

Ahora sabía que nunca jamás podría volver a su antigua vida. Que se diera o no la remota posibilidad de que su maldición se deshiciera (y si eso ocurría, sería sólo porque Savina se había apiadado de él) no significaba que volviera a ser el egoísta, frívolo y cruel Draco Malfoy. Todo lo que éste había tenido que hacer antaño para conseguir a una mujer era caminar por el planeta siendo guapo e irresistible. Excepto para Hermione Granger.

Si no hubiera sido transformado, Draco nunca hubiera sabido lo que se perdía por culpa de tratar mal a aquélla chica de mirada inteligente y bello corazón. Una y otra vez hubiera sido el infeliz que era, y ahora sabía el por qué. Si se quedaba como bestia para siempre, sería mejor de lo que había sido antes. Y eso significaba que, a pesar de la guerra, a pesar del peligro, debía dejarla marchar. Con sus amigos, con Hogwarts. Y sin él.


Nota de autora: Y cuando supongo que ya lo estabais dando todo por perdido, que no iba a retomar la historia, y que os iba a abandonar... ¡Volví!

Tal y como prometí, hace mucho, mucho tiempo, no pensaba dejar la historia inconclusa. Pero desde la última vez que escribí (hace... Dos años?) se me han complicado mucho las cosas, y el mundo real no perdona. Así que tan sólo tengo palabras de excusa y rogaros perdón por el larguísimo tiempo de espera que soy consciente, muchxs no habrán podido aguantar y habrán dejado de leerme.

Como sabéis, empecé a estudiar Arquitectura hará casi 3 años, y la verdad es que no puedo decir que tener mucho tiempo libre sea una de las cualidades de tal carrera universitaria. Además, he estado enfrascada en otros proyectos, como mi blog, concursos y demás. Pero hará una semana, volví a entrar por aquí, y ya sintiéndome demasiado culpable, y sabiendo que tenía algo de tiempo que ocupar (no libre necesariamente, pero ya que es verano, me pareció un buen momento para continuar lo que una vez dejé empezado), releí toda la historia, y ayer me puse a escribir. ¡Y esto fue lo que salió! La verdad es que no confiaba en que retomar a estos dos personajes, y retomar sus situaciones me resultara tan sencillo, a pesar de que escribir, corregir, editar y revisar requiere mucho tiempo y esfuerzo. Pero parece ser que lo logré, ¡y en tiempo récord!

No puedo prometeros nada, pero de momento, agradeceros a todxs lxs que aún sigáis por aquí y os animéis a retomar conmigo esta historia a la que supongo, no le quedarán demasiados capítulos. Espero que podamos volver a leernos pronto.

Un beso muy fuerte.

Am