1 El Reemplazo

[Slayers © Hajime Kanzaka & Rui Araizumi / Kadokawa Shoten Publishing / SOFTX / Tokyo TV.]

"El Reemplazo" fanfiction by Sparky Urashima.

1.1 Capítulo 1

Aunque nunca nadie se ha atrevido a decirlo, lo cierto es que extramuros de la ciudad de Saillun había no pocas mancebías, casa de citas, burdeles e incluso rameras autónomas que en su propia casa ejercían el que es, según cuentan, el oficio más antiguo del mundo. No era raro encontrar por los arrabales a horas algo intempestivas a sacerdotes y clérigos, si bien es cierto que, en su búsqueda de placeres mercenarios, nunca iban ataviados con sus túnicas, báculos y amuletos característicos, por no mancillar con sus pecados carnales de seres humanos, concupiscentes como tales, tan nobles atributos, y no, como decían las malas lenguas, para pasar inadvertidos entre los puteros seglares y así no ser luego señalados con el dedo y censurados por (cosas veredes...) esos mismos que, yendo de picos pardos, los pudieran reconocer.

Quizá por eso llamaba poderosamente la atención, y muy especialmente a aquellos clérigos de laicas vestiduras, que aquel hombre alto de ojos pequeños, media melena negra y sonrisa bobalicona permanente cometiera la desfachatez de ir mirando las ventanas de las casas de vecinos del arrabal (en todas las cuales había, al menos, una ramera de esas que preferían montárselo a su aire) portando un báculo debidamente adornado por un enorme amuleto esférico en su extremo superior y, no conforme con eso, abrigado del frío de la noche con una capa negra de claros resabios clericales, adornada justo por donde abrochaba, un poco por debajo del cuello, con unos aparatosos amuletos, a juego con el que llevaba en la hebilla del cinturón. La verdad es que a aquel sonriente individuo de ojos rasgados se le daba una higa el orgullo gremial herido de aquellos santos varones. Estaba demasiado ocupado buscando el ramo de flor de azahar que identificaría la morada de su cita de aquella noche. Al fin, en una callejuela oscura y desierta pudo ver, en una ventana tenuemente iluminada de una cochambrosa casa de vecinos, lo que buscaba. Aquel segundo piso quedaba ya algo lejos de la vorágine de prostitutas y clientes. El sonriente individuo del báculo se adentró en el zaguán húmedo y frío de la casa de vecinos y lo atravesó hasta el patio de luz, en el que se encontraban las escaleras y rellanos que daban acceso a las distintas plantas y apartamentos de la ínsula. Subió hasta la segunda planta y, tras pensar un momento a cuál de las distintas puertas correspondería el departamento que buscaba, golpeó la que creía correcta con los nudillos, suavemente. Al momento, una bella y esbelta joven de pelo azulado recogido en una larga trenza, tez blanquecina y sonrisa entre malévola e insinuante le abrió la puerta. La mujer se giró un poco hacia la casa, extendió su brazo izquierdo en ademán de invitación y, con una sonrisa malévola acentuada por sus ojos oblicuos, dijo casi en un susurro:

-Adelante. Te estaba esperando, Xellos.

Apenas aquella mujer había cerrado la puerta, el hombre de la sonrisa tonta, sin perderla en ningún momento, se giró hacia ella, apoyó firmemente en el suelo el extremo inferior de su báculo con un leve golpe, hincó la rodilla izquierda en el piso sin soltar el bastón, bajó levemente la cabeza y de sus labios salieron unas palabras solemnes, aunque con ese retintín burlesco que Xellos daba a todo cuanto decía:

-Salúdote a ti, Zelas Metallium, Señora de las Bestias.



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Un profundo desasosiego impedía a Luna Invers concentrarse en su trabajo. Tras varios años trabajando como camarera a tiempo parcial, había conseguido reunir, a base de privaciones, dinero suficiente como para regentar su propia taberna. Y es que, para ella, la magia era sólo una pequeña parte de su apacible vida. Después de todo, hasta el Caballero de Ceiphied necesita un Clark Kent, una tapadera tras la que esconderse. Además, trabajar para un ser sobrenatural no es que tenga excesivas contrapartidas económicas. Su desazón duraba ya varios días. El jefe estaba cabreado, y Luna, desde luego, era siempre la primera en barruntarlo. Algo se cocía en las altas esferas del Universo. Filia ul Copt, la hembra de dragón dorado, última de su raza, a quien había visto días atrás, le dijo que ella también sentía una turbación en el orden cósmico. Tal presentimiento no era para tomárselo a chanza, ni aún teniendo en cuenta que tenía como origen los delirios que le provocó un accidente laboral en su propia tienda de jarrones, al caérsele encima de la cabeza desde la alta repisa en la que estaba una enorme ánfora de casi dos metros de altura moldeada en una especie de argamasa a base de ceniza volcánica y gravilla y reforzada con un armazón metálico, oriunda de la remota aldea de Hormi- Ghon: una auténtica pieza de coleccionista que, por fortuna, no resultó dañada, aparte de una pequeña lasca desprendida de su superficie, que desvirtuaba un poco el altorrelieve que la adornaba: una finísima talla del Gran Dios Cochino Jabalín, antiquísima deidad pagana. El caso es que, Filia, una vez, claro está, se recuperó del percance, tras el cual estuvo más de una semana como ausente, sin parar de repetir insistentemente la enigmática frase, inspirada seguramente por un trance resultado de la intervención de algún prodigioso ser del plano astral "quiero ser una chica Almodóvar" (de ahí, que el accidente pudiera haber sido desencadenado por alguna misteriosa fuerza telúrica, como el mismo Ceiphied), preguntó a Luna que si podría tratase, quizá, de un nuevo intento de los demonios por destruir definitivamente a Ceiphied y tomar el control absoluto del Universo. Luna llevaba ya dándole vueltas a esa posibilidad: las manifestaciones de Ceiphied podían resultar poco claras, pero antes de la famosísima crisis de las armas de Estrella Oscura, hacía ya cuatro años, en la que Luna encomendó a Filia la misión de encontrar a Lina Invers, su hermana, para que resolviera el entuerto, los síntomas fueron los mismos. Y la verdad es que no le hacía ninguna gracia. Aquella batalla contra Estrella Oscura podría ser una alegre romería, comparada con una nueva refriega entre los demonios y Ceiphied. Y eso, con el bando (llamémoslo así) de los demonios claramente debilitado, merced a su hermana Lina (Luna se congratulaba de lo muy provechosas que habían resultado sus palizas para forjar el duro carácter de su hermana pequeña) y a aquellas amistades que tenía por aquel entonces. Fibrizo, señor de los Infiernos y Gaarv, Dragón del Caos, muertos; Dolphin del Mar Profundo y Dynast Gauscherra, tan indolentes como siempre; Zelas Metalium sin decir (creía Luna) esta boca es mía, y los cinco pedazos que quedaban de Ojos de Rubí Shabranigudú, en paradero desconocido. La verdad era que a Luna no le tranquilizaba nada el hecho de que los pedazos de Shabranigudú siguieran escondidos por ahí en alguna parte, aunque indudablemente ya no estaban todos (en parte gracias a su hermana Lina). Filia contó una vez a la joven tabernera/hechicera que habría aún así una manera de resucitar a Shabranigudú, pero que...

-¡GRUNF! ¡Buenas noches, Invers!

El primer cliente de aquella noche interrumpió sus pensamientos. Era un hombre de avanzada edad, vestido con un fúnebre traje de chaqueta y corbata. Era grueso, de estatura media, cano y alopécico y con cara de desayunar vinagre y hiel cada mañana, con un ceño permanentemente fruncido. Sus carrillos de bulldog inglés vibraban como gelatina cuando hablaba (y gruñía), con voz aguardentosa y tono autoritario, casi grosero, siempre como entre dientes. Como si el Universo en su totalidad manifiesta tuviera que pedirle perdón por algo. Ante él, tras la barra, Luna, una joven alta, de pelo oscuro, con una larga y brillante melena con un largo flequillo que ocultaba su mirada, siempre con una sonrisa burlona en su rostro, enmarcado por unas amplias orejas de soplillo que descomponían un poco el bello conjunto. Su cuerpo era grande y fuerte, pero perfecta y sensualmente torneado, destacando sus llamativos (por su volumen) pechos, resaltados aunque algo constreñidos por una camisa y un chaleco bastante más pequeño de lo que sería conveniente para una mujer de su complexión. Sin perder su sonrisa ni la flemática socarronería con la que solía tratar a los clientes y a la gente en general (y también, a menudo, para ocultar sus miedos, tristezas e inquietudes), respondió al seco saludo del viejo parroquiano:

-¿Sabe? Llevaba tiempo sin verle. Ya creía yo que no volvería por este mundo.

-Cierre el pico, y sírvame un txacolí, Invers. -dijo aquel hombre, mientas tomaba asiento ante la barra, en una banqueta de madera.

-Siempre cae usted en lo mismo, señor: no sé lo que es eso –contestó Luna, con aire divertido.

-¡GRUNF! ¿Qué clase de taberna es esta entonces, Invers?

-Ande, ande –la sonrisa de Luna, antes casi forzada debido a su inquietud, se tornó franca-. Le daré algo bien fuerte, para que regrese a su mundo y pueda... comparecer ante los medios, como usted dice. Invita la casa.

-Deje que pague, Invers –replicó el misterioso cliente, sin perder su tono autoritario-; no creo que vuelva a este antro. ¡Grunf! Esta taberna es una mierda. Parece una Casa del Pueblo, pero sin socialistas. Puede que sea lo único bueno de este sitio: no hay socialistas. Se ve que ellos, es decir, ellos, no pueden llegar hasta aquí.

-Piense en su comparecencia, hombre. No se ponga borde. –Luna tomó un pequeño vaso y lo llenó de aguardiente, si entender con exactitud algunas de las enigmáticas palabras (los medios, socialistas, ellos...) del siempre malhumorado anciano.

-¡Grunf! ¿Borde? ¿Yo? ¡Ellos! ¿Por qué cree que recalo siempre en un batzoki antes de hablar ante ellos? ¡Grunf! ¡Me enferman! –el parroquiano arrancó el vaso de la mano de la joven y bebió de un sorbo su contenido- ¡Siempre se las apañan para que yo, nosotros, seamos los malos de la película! ¡Ya sólo falta que digan que practico magia negra o algo así!

Las palabras "magia negra" resonaron en los oídos y en la cabeza de Luna como un trueno, y no precisamente debido al desagradable tono de voz de su cliente. Su sonrisa se borró de un plumazo, dando paso a un rictus de preocupación parcialmente velado por su flequillo de perro de pastor. A Luna le vinieron a la mente los muchos hechiceros que conocía que hacían uso, a menudo abusivo o indebido, de la magia negra, la que se alimenta, básicamente, de lo mismo que los demonios: el odio, el miedo, la desesperación... Recordó que los tratados sobre magia más rigurosos y serios advertían del alto precio que puede llegar a pagar el alma de un hechicero negro que utilice sin medida las artes de la oscuridad. Recordó las noticias que le llegaban de su hermana Lina, de su desmedida y despreocupación a la hora de usar magia negra. Su mente comenzó a hilvanar una fatalidad. De pronto, le surgió una la apremiante necesidad de enviar taberna y parroquiano grosero a paseo por aquella noche. Tenía asuntos importantes de que ocuparse. Miró al viejo gruñón, tomó de la estantería de botellas una que contenía una mezcla de anís, alcohol y licor de endrinas (invención de una tal Naga) y dijo:

-Aquí tiene. Sírvase usted mismo, que yo me tengo que ir. Regresará a su mundo a comparecer ante esos ellos de los que habla en cuanto caiga redondo del taburete, como siempre. Invita la casa. Gracias por honrarme con su grata presencia y su desbordante simpatía.

-¡Grunf! ¡Me voy a mear de risa, de lo graciosa que es usted, Invers!

El viejo, visiblemente fastidiado por el sarcasmo de la camarera, arrancó sin delicadeza la botella de sus manos. Acto seguido, Luna, a pesar de la escasa longitud de su falda, saltó sobre la barra y salió a paso ligero por la puerta de la taberna, cerrándola de un portazo tras de sí. Tenía que atravesar aquellas calles oscuras y frías si quería ver a Filia antes de que fuese demasiado tarde, si no lo era ya: se le antojó útil volver a ver a la hembra de dragón dorado. Mientras, amorrado a la botella, el viejo parroquiano bebía, con la espalda arqueada y la cabeza volcada hacia atrás, aquel licor que lo devolvería al lugar de donde vino, tras un coma etílico severo.



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Xellos se incorporó de su postura genuflexa. Al risueño demonio le gustaba respetar el protocolo, pero siempre con su matiz ligero y desenfadado, casi con cierta sorna. La Señora de las Bestias habló con su voz tenue y sosegada, cercana al susurro:

-No sospechas por qué te he hecho llamar, ¿verdad?

-Lo que no sospecho –respondió Xellos- es por qué ese capricho de hacerte pasar por una fulana. ¿No es rebajarse mucho?

-Tomar forma humana ya es rebajarse, querido. –Zelas imprimió a tal apelativo un aire melifluo que, curiosamente, denotaba fastidio- Y me caen bien las prostitutas. Pero no me cambies de tema, querido Xellos. Por favor, querido –la melifluidad de este "querido" denotaba su retorcida (¿e incestuosa?) atracción (¿erótica?) hacia su siervo-, hazme esa pregunta.

Nada gustaba más a Zelas Metallium que le diesen coba. Xellos, muy en su papel, conocedor como era de las rarezas de su señora, le siguió la corriente.

-¿Para qué me has llamado?

-Ya que lo preguntas... –rió en silencio, tapando su boca cerrada pero sonriente con las yemas de los dedos mientas expulsaba el aire por la nariz a intervalos cortos-. Verás: el Universo, para existir tal y como lo conocemos ahora, necesita del equilibrio de dos grandes fuerzas antagonistas que suelen conocerse como Bien y Mal. Claro, que nuestra razón de ser no es mantener ese equilibrio, sino dominar el Universo. ¿Me sigues?

-Con todo respeto, mi señora, ¿me has citado aquí para contarme algo que ya sé?

Xellos no hizo aquella pregunta con fastidio, sino con su tono risueño habitual. Sabía que su señora gustaba de hablar mucho. Realmente, parecía que le gustaba escuchar su propio tono de voz, dulce y suave. Zelas tomó asiento en una silla alta de madera con brazos y con un altísimo respaldo. A la Señora de las Bestias le gustaba hablar "ex cathedra" y, siempre que podía, en el sentido literal de la expresión. Xellos se sentó en el diván que quedaba justo en frente de su auto-entronizada señora, ostensiblemente más bajo. El demonio sabía bien que ella iba, por fin, al grano.

-El equilibrio está roto, sí, pero en nuestra contra, me temo. Algo ha venido fallando durante los últimos años. Tú lo sabes, ya que has sido testigo de ello –Zelas lucía un semblante de preocupación-. Aquel idiota de Gaarv debió ser destruido. Fibrizo también pagó cara su prepotencia. Son cosas que debieron suceder y punto, pero está claro que no nos han beneficiado. Nuestra fuerza ha sido diezmada. No podemos negar que eran dos piezas valiosísimas, o, al menos, lo hubiesen sido de no haber sido tan arrogantes. Antes estábamos mal avenidos. Ahora somos pocos. Ceiphied nos va a ganar la partida, a este paso. No sé si esos incapaces de Dynast y Dolphin se han dado cuenta, siempre encerrados en sus moradas, pero el caso es que Ceiphied, sabiendo como sabe que, al menos por mi parte, va a producirse una reacción ante esta situación, podría aprovechar la coyuntura y arremeter contra nosotros en cualquier momento. De hecho, me sorprende que no lo haya hecho ya.

A pesar de que en ningún momento de su discurso la señora demoníaca había descompuesto su apacible forma de hablar, Zelas no pudo ocultar su indignación, la cual le hizo abandonar su asiento como impulsada por un resorte. Pero enseguida volvió a su habitual serenidad. En silencio, caminó hacia la ventana con un paso lento y cadencioso, como un fantasma, cruzó los brazos y, mirando a través de los visillos y el cristal, continuó:

-Necesitamos un refuerzo. Entre todos los que quedamos, apenas conseguiríamos reunir siquiera el poder suficiente como para volver a la situación de equilibrio. Y qué menos que recuperar el terreno perdido, ¿no te parece?

Se hizo un breve silencio. Xellos intervino:

-¿Y cómo crees que puedo conseguir ese refuerzo? ¿Quieres engendrar algún demonio nuevo? No me digas –Xellos guiñó un ojo y puso su mano con el dedo índice alzado ante su cara- que ese camisón translúcido que llevas es algo más que un camuflaje. ¿Es que la partenogénesis no es lo tuyo y quieres un revolcón?

Xellos comenzó a reír de forma silenciosa, de forma similar a como lo había hecho antes su señora. Ésta sabía lo suficiente de su segundo como para que aquellas palabras no la molestasen, y respondió:

-Sabes que, por desgracia, la solución no es tan fácil.

-Me halaga ese "por desgracia", mi señora –a Xellos le costaba parar las bromas.

-No es eso, querido. La solución pasa por reunir y resucitar los cinco pedazos de Shabranigudu que aún quedan.

-Reunirlos es fácil –Xellos se levantó del diván y se colocó justo detrás de su señora, casi pegado a ella-. ¿Es ese tu encargo?

-No. Eso es cosa mía –replicó Zellas sin dejar de mirar por la ventana, mientras se hacía ligeramente hacia atrás, buscando el contacto físico con su general y sacerdote.

-Pero... resucitarlos... –Xellos cogió a su señora de los hombros y, desde atrás, acercó su cara a la de su señora hasta casi tocar una de sus orejas con sus labios, para hablar a su oído en voz baja- Eso requiere un poder que no reunimos ni los que aún quedamos, según parece.

-Precisamente ahí entra el refuerzo que necesitamos. No quiero un demonio; sólo un suplemento de poder de la oscuridad, por así decirlo. Llamémoslo... de usar y tirar. Nos basta con eso. Nos basta con un humano lo suficientemente poderoso y con el suficiente poder de la oscuridad acumulado en su alma.

Xellos abrió los ojos como en raras ocasiones lo hacía, en un gesto de sorpresa que borró al instante su sempiterna sonrisa bobalicona. Simultaneó su rictus de asombro con un respingo, un salto hacia atrás y una enérgica pregunta:

-¿Eeeh? ¿Un humano?

-¿De qué te sorprendes? –Zellas se giró hacia su demonio de confianza, lo miró y sonrió- Los humanos –se puso seria de nuevo- no son tan diferentes de nosotros, por mucho que les cueste reconocerlo. Sus almas están llenas de sombras, de oscuridad. La poca luz que hay en sus espíritus les lleva al convencimiento de que están de lado del Bien; de que, hagan lo que hagan, tienen al propio Ceiphied sentado en su hombro. No me digas –volvió a su sonrisa insinuante- que tú también te crees esa ficción vacía.

Xellos también recuperó su sonrisa y continuó la conversación:

-¿Acaso hay algún humano que realmente nos pueda servir?

-¡Ntch¡ ¡Ntch! –una media sonrisa malévola acompañaba al desaprobador chasquido de lengua de la señora demoníaca- ¿De verdad que no conoces a nadie que haya basado su forma de vida, su supervivencia e incluso su nombradía en el uso de la magia negra, expresión misma del poder de la oscuridad y, a su vez, germen del poso de poder de la oscuridad que se enquista en las almas de los brujos? Yo diría que sí, querido Xellos.

Señora y esbirro, alumno y maestra, intercambiaron una mirada cómplice. Ambos sabían a qué ser humano se referían: alguien consagrado a la magia negra y tan poderoso como para haber sobrevivido a que su cuerpo fuera poseído por el mismísimo Señor de las Pesadillas. Acto seguido, Xellos, sin necesitar más que aquella mirada, se dio la vuelta hacia la puerta de forma aparatosa, dando un amplio y sonoro vuelo a su capa. Zelas lo detuvo:

-Antes de que te vayas, una pregunta: ¿cómo lograste pasar todo aquel tiempo utilizando como peones y sometiendo a tu escarnio a aquel grupo de humanos sin que acabaran por odiarte?

Xellos dirigió su mirada por encima del hombro a su señora y, con su sonrisa de siempre y agitando el índice de su mano derecha delante de la nariz, dijo:

-Eso... es un secreto.



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Era ya noche cerrada y lo cierto era que las tenues luces de los faroles de aceite de las calles de Zefielia hacían a la vista de los caminantes nocturnos el mismo efecto que un marcapasos a un caballo de madera. Por suerte para Luna, la luz de los astros era de una ayuda inestimable. También lo era, en mayor medida, el hecho de que, en su carrera nocturna hasta la casa de Filia, donde tenía también su tienda de jarrones, Luna caminara mientras mantenía un hechizo Relámpago, lo que hacía de la hechicera una fuente de luz ambulante.

En esto, Luna vio que un hombre joven caminaba hacia ella. Su aspecto desaliñado y su paso nervioso como el que, según algunos, se adquiere caminando arriba y abajo por muchos patios de prisión, inquietaban a la hechicera. El muchacho se acercó a ella. Era de estatura media, de pelo oscuro y desgreñado, largo, pero sin llegar a ser una melena. Su rostro era alargado, con unas patillas y una barba sin afeitar que acentuaban su aspecto de dejadez. Sus ojos parecían soñolientos y llevaba la boca entreabierta; parecía que estuviese bajo los efectos de un estupefaciente, o simplemente medio dormido, o ambas cosas. La cogió de un brazo y, con un hablar ebrio y marcadamente nasal, dijo:

-Oye, tía; ¿tienes algo pa' ponerme? Una china, pastillas, pegamento... no sé... algo...

La joven hechicera estaba ya conjurando una bola de fuego con cierto disimulo ("ocultación somática", según la jerga pedante de los puristas) cuando, justo detrás de ella, una fuerte voz femenina dijo:

-Noel, no seas pesado y déjala en paz. ¿Te la intentas ligar o sólo le estás pidiendo algo pa' ponerte, como a mí?

Luna se dio la vuelta y vio ante sí una mujer aún más alta y de complexión más fuerte que ella, con una larguísima cabellera morena, apenas vestida con una suerte de bikini de cuero negro, una hilera de amuletos a modo de collar cuyo centro era una calavera del tamaño de una nuez cuyo origen es mejor no intentar averiguar, larga capa negra, hombreras claveteadas y, rodeando sus caderas, un cinto con una espada larga destinada más a ser un pretencioso signo de hidalguía que un arma. De su despampanante cuerpo destacaban unos pechos enormes pero sorprendentemente firmes y redondos, que la enorme mujer parecía exhibir con orgullo, como dos imponentes pilares de su henchido ego. La corpulenta arpía clavó en Luna sus bellos ojos azules y, esbozando una media sonrisa sarcástica y chulesca y dijo:

-Mírala bien, Noel: todo a su alrededor está iluminado, ¿pero dónde está su linterna? Está claro que es una hechicera. Dudo que me llegue a la suela de los zapatos, a juzgar por su aspecto de camarerucha de burdel, pero hechicera, al fin y al cabo.

-Sí, hechicera –intervino Luna, visiblemente molesta por las provocaciones de la desconocida-. Así que más te vale que cojas a tu chulo y vuelvas al arrabal.

-¡Hala, Naga! –balbuceó el avispado Noel- ¡Hechicera, como tú!

-¡Ahá! –Naga asintió con la cabeza- Y parece que se nos está poniendo flamenca. ¿Quieres medirte conmigo, rata asquerosa?

-¿De veras? –Luna dibujó en su rostro una sonrisa pendenciera- ¿Quieres ponerme a prueba? ¿Tienes idea de quién soy, furcia engreída?

Naga, la Serpiente Blanca, iba a continuar con el duelo de insultos previo a todo duelo de magia que se precie, pero algo se lo impidió. De pronto, una voz femenina muy aguda irrumpió en la escena desde las alturas (o, al menos, desde cierta altura):

-¡Debería daros vergüenza, atacar a una mujer sola e indefensa y despertar con vuestras voces a una diplomática en visita oficial, malnacidos!

El siempre perspicaz y ojo avizor Noel señaló con el índice, extendiendo su brazo y mirando hacia donde apuntaba, con su boca entreabierta y su cabeza ligeramente ladeada:

-¡Eh, tías! ¡Hay una tía ahí arriba en el tejao! ¡Qué flipe!

En efecto, en el tejado de la casa que había justo al lado de la escena del duelo de magia en ciernes, exactamente sobre la vertical de la enorme Naga, se podía ver (o más bien vislumbrar, debido a la escasa luz) a una joven de pequeña estatura pero de figura grácil, de pie, en posición erguida y desafiante, como un mástil, con las piernas juntas y los brazos cruzados, vestida con pantalones y blusón blanco y una capa ondeada como una bandera por un viento curiosamente imperceptible a ras de suelo. La joven puso de pronto, como activada por un resorte, el brazo izquierdo en jarra y, extendiendo el derecho para señalar a Naga con índice acusador, exclamó:

-¡Rendios ahora mismo, o todo el peso de la Justicia caerá sobre vosotros!

Ni Naga, ni Noel, ni Luna, que en aquel momento ejercía, sin comerlo ni beberlo, de damisela en apuros, daban crédito a lo que veían. Sus ojos como platos, sus narices repentinamente borradas de sus rostros de estupor y las enormes gotas de sudor que se deslizaban hacia abajo por sus obnubiladas cabezas, así lo denotaban.



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