(nwn) ¡Buenas tardes, sempais! Cielos, ha pasado una eternidad desde que no publicó nada, en especial en este fic (._.U) No, realmente ha sido una eternidad y no me extraa que me quieran matar si continuaron esperando la continuación. De verdad que lo siento; no es mi intención hacerles esperar, pero no he podido actualizar por ciertas cuestiones con la computadora y con la tarea también (7.7U) De hecho, esta semana debería de estar estudiando para mi examen de etimologías —joder, no tienen idea de cuánto odio esa materia—, pero las palabras fluían a mí y quise aprovecharlas.

No voy a perder el tiempo echando excusas baratas y pasaré a lo realmente importante (o.ó)... ¡El fic se termina, me he peleado con el ItaSaso! Señoritas, he estado pensando que esta parejas es tan aburrida que en realidad a nadie le gusta, las ganas se me están yendo para escribir (u-u); no hay personas que me inciten a seguir estas cosas... ¡Jaja! No, es una broma, ¿cómo creen que lo dejaré (y que este sea el final)? Al parecer soy la única que piensa escribir en esta pareja, y creo que lo seguiré haciendo por aquellas fans que también gustan de ella y hacen un poco valedor de la pena mi trabajo en esta sección.

Ahora, no tienen la más remota idea de cuántas veces tuve que borrar esto para animarme a seguir hasta el final... En serio no tienen idea (._.U) Las cosas se tornaron dificiles cuando por un instante loco, me volví en contra de mí misma y quise hacer algo más o menos atrevido (xD), ¿el qué? Otro intento de lemmon estando sobria —esa es la razón por la que me tarde tanto—. Ok, lo he dicho. Por tal motivo —y porque la impaciencia por terminar esto es demasiada (e.e)—, quiero advertirles unas cosillas:

1.- Nuestros queridos sempais están tan OoC que casi me da un paro cardíaco, así que disculpen.

2.- Pasaré de todos los Akatsuki, a excepción de Itachi, Sasori, Deidara y Tobi.

3.- Lo más importante: No me atreví a leer esto para revisarlo y correjirlo, tanto por la vergüenza como por la falta de tiempo, así que nuevamente, disculpen todo lo que sean faltas de mala redacción, etc.

4.- Este capítulo está dedicado a Sasugirl13, por no abandonar la historia y hacer que lo continuara (xD) —realmente estaba considerando dejarlo por la paz— así que mi más grande deseo es cumplir con tus expectativas, sempai (QwQ).

Sin más que añadir, la continuación.


3.

((~*~EL FUEGO DE LA NOCHE~*~))

"Una vez escuche decir: Dónde existe amor también existe paz. Para algunos puede ser muy cierto, otros no lo creen de verdad…" This Love, Angela Aki.

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A pesar de todo, seguía sintiendo ese terrible nudo en la garganta, acompañado con una punzada en la boca del estomago. Lamentaba la distancia que lo separaba en ese momento del moreno, aunque éste se hubiera recostado en el suelo, al lado de su cama. Aún seguía sosteniendo su mano, enredando sus dedos con los de Itachi y mirándolo con esa clase de afecto que solo podían sacarle las personas cercanas a él, aunque claro, los sentimientos que le explotaban en el interior al ver al Uchiha, eran mucho más, y hacían quedar a la palabra "afecto" como una nimiedad.

Se acercó con lentitud a la orilla de la cama, para contemplar mejor los rasgos tranquilos y perfectos del moreno. Los cabellos de éste se hallaban desparramados sobre la mochila que usaba como almohada, y por primera vez en todo ese tiempo, creyó ver algo realmente diferente en el rostro de Itachi. No sabía si era porque parecía cansado o porque ese tiempo le había causado ese tipo de madurez que uno, como joven, solo debía alcanzar hasta los veintisiete años. Siempre pensó que él era muy maduro, y era cierto, hasta cierto punto lo era… Sin embargo, ver la cara de Itachi en ese mismo instante, le dejo en claro que no sabía absolutamente nada, y que además había sido infantil aferrarse a Itachi como si fuera su propia vida, llegando al punto de llegar a un país en guerra para salvarlo. Pero todo hay que decirlo: no se arrepentía en absoluto. La vida había adquirido esos matices grises y negros cuando se fue de Inglaterra, y solo hasta que Itachi lo abrazo de nuevo, se dio cuenta de que había dejado más que solo un teatro familiar y recuerdos amargos o felices —en esto se incluiría de cuando era pequeño—, sino que prácticamente se desprendió de parte de su alma, de todo su corazón.

Pero ahora podía sentir todo ese miedo que fluía sobre sus venas, menguado poco a poco mientras el alivio se abría paso en su mente, como diciendo: "¡Itachi está vivo!". Y una voz todavía más profunda, no dejaba de recordarle las palabras del Uchiha mientras lo abrazaba. Mí Sasori. El solo pensarlo, hizo que sus mejillas ardieran y agradeció que todos estuvieran dormidos.

Apartó la mirada de Itachi para barrer el lugar con la mirada. Incluso a pesar de la profundas sombras que consumían la casa temporal que habían adquirido los Uchiha, Sasori fue capaz de divisar los bultos más oscuros en el suelo, que correspondían a Tobi, Madara y Kisame, que habían insistido en ceder sus camas a Kakuzu, Hidan y Deidara. Sasuke dormía en una cama individual muy sencilla, montada con palos y un poco de paja, como las que usaban en ese momento Deidara y el dúo de locos; Itachi le había comentado que al llegar ahí, solamente había la cama individual donde estaba acostado y la matrimonial, en la que estaban Konan, Nagato y Yahiko acostados de manera horizontal para caber en el colchón de manera relativamente cómoda. Sintió una repentina curiosidad por saber más de estos chicos, pues apenas les habían dicho sus nombres para presentarse e ir a dormir. Pues claro, pensó Sasori con el ceño ligeramente fruncido, se habían pasado la noche en medio de una especie de festividad extraña con los otros campesinos. Ahora que lo pensaba, todavía estaba molesto con aquel imbécil que se había atrevido a besar a Itachi. Qué tremendo bastardo era ese.

Sorprendido de sus propios pensamientos, volvió la vista a Itachi y se le quedo mirando durante un indeterminado tiempo. Hasta el día en que conoció a Itachi, no tenía idea de cuánto se puede adorar a una persona, sin conocerla siquiera demasiado tiempo. Pensándolo bien, Sasori no sabía mucho de Itachi —aunque de eso se podría encargar después de que estuvieran a salvo—, pero eso no restaba la embriagante sensación que le hacía temblar incluso a pesar de su propia voluntad.

Qué vergüenza —pensó, ciertamente desanimado—, creo que eso me convierte de manera definitiva en el uke.

De haberlo escuchado cualquiera diciendo tal niñería, seguro que se lanza una carcajada, en especial porque tuvo que hacer mucho esfuerzo por soltar un suspiro en vez de hacer un puchero. Pero, créanlo o no, a Sasori sí llegaba a molestarle un poco ese último pensamiento. Justo después se regañó mentalmente, ¿cómo es que podía importarle más ser el seme o el uke?

Trató de conciliar el sueño, incluso a pesar del calambre que le empezaba a correr en el oído después de estar tanto tiempo sin cambiar de posición. Pero no quería soltar la mano del moreno, sin interesarle apenas si el Uchiha ya sentía también el brazo acalambrado. Sin embargo, como fueron pasando los segundos, sintió ganas incluso de salir a respirar aire puro, envidiando las hojas de los árboles que se mecían de un lado a otro allá afuera, al ritmo del viento.

Un pensamiento sombrío cruzo su cabeza: ¿Cuánto tiempo se podría dar, cualquiera, el lujo de mirar las frondosas copas de los árboles? ¿Cuánto tiempo tenía ese pequeño pedazo de Inglaterra perfecto, antes de que las bombas llegasen?

La sola idea le hizo estremecerse, y logró que soltara la mano de Itachi el tiempo suficiente para que ésta resbalara hacia el pecho de Itachi, despertando al Uchiha. Sasori, sin darse cuenta, se sentó en la cama y contuvo las mariposas desagradables que revoloteaban en su estomago. Durante el instante en que Itachi lo contempló despertándose cada vez más, se quedó con la mirada fija en la ventana, casi esperando ver las llamas encender el paisaje; justo después, encogió las piernas y se las abrazo, hundiendo la cabeza en el hueco que se formaba entre ellas y su pecho. Itachi se enderezo y le puso una mano en el hombro. Sasori emitió un extraño ruidito y se giro hacia el moreno, mientras la cama rechinaba al dar ese saltito en su lugar.

—¿Te sientes bien? —preguntó Itachi en un susurro, procurando no despertar a los demás— ¿Necesitas algo? —Sasori se limitó a negar con la cabeza, e Itachi sonrió de lado, apenas de manera perceptible—. Anda, necesitas descansar.

—Sí —contestó el pelirrojo, aunque no parecía tener intenciones de hacer tal cosa. Se mantuvo estático un momento antes de mirar a Itachi, entre las sombras—. Pero creo que necesito salir un momento a respirar aire fresco… Tengo mucho calor.

—El aire de afuera es el mismo de adentro —comentó el Uchiha mientras se ponía de pie. Sasori arqueó una ceja al sentir la mano del moreno en su muñeca, invitándolo a salir. Hubo un murmullo (que parecía proveniente de Hidan) y ambos apretaron los labios hasta convertirlos en una fina línea. Pasaron cinco segundos antes de que Itachi se decidiera a agregar—: Salgamos entonces un rato, para no despertar a los demás.

Sasori quiso preguntar a qué se refería exactamente, pero pensándolo mejor se apartó las sábanas de los pies y se dispuso a levantarse. Itachi se agachaba por ambos pares de zapatos y camino a la puerta de la casa, guiando a Sasori a través de aquella penumbra. Antes de salir, cogió una lámpara y luego abrió la puerta, cuidando de que esta no rechinara lo suficiente como para despertar a nadie. El pelirrojo se apresuro a salir cuando Itachi le cedió el paso y lo siguió con un movimiento quedo y ágil, sin apenas hacer un poco de ruido mientras cerraba la puerta.

Una vez fuera, Itachi le extendió a Sasori sus zapatos, mientras el pelirrojo se estremecía ligeramente bajo la caricia de la brisa fría, casi gélida. Sasori tomó el par y se calzo con rapidez, pues las piedritas que se enterraban en las plantas de sus pies le resultaban desagradables y un poco irritantes. Itachi también lo hizo en seguida.

Se quedaron en silencio entonces, como si a pesar de que les comían las ganas por hablar no encontraran las palabras. Hace horas, pensó Sasori, cuando estaban a punto de acostarse, también había pasado lo mismo: miles de palabras se le atoraban en la garganta y no había ninguna que fuera capaz de pronunciar. No sabía a qué se debía esto, pero parecía que no podía hacer mucho por resolverlo. E incluso aunque estuvieron una hora y media juntos y a solas, lo único que Sasori atino a hacer fue mirar a Itachi, contemplarlo y acariciar su rostro, como queriendo verificar que era cierto que lo tenía justo enfrente; por otro lado, Itachi no hizo más que inclinarse y hundir la nariz en su cuello o entre los mechones de cabello pelirrojo. Ni una palabra necesitaron para decirse lo que sentían en ese instante, y aunque el silencio entre ellos no siempre parecía tornarse incómodo, Sasori quería hablar y escuchar la voz de Itachi diciéndole Te quiero, o susurrando su nombre.

Miró distraídamente hacia la tierra, ahogando un suspiro, y sonriendo tímidamente —váyase a saber por qué—.

—Siento —dijo Sasori en un murmullo quedo, preguntándose si Itachi lo había escuchado hablar (o si al menos, él planeaba querer ser oído)— que hay tantas cosas que quiero decirte —lanzó una risa nerviosa—. Pero no se me ocurre cuál iría primero.

Itachi miró de un lado a otro, como si quisiera verificar que nadie los escuchaba. Después, volvió la mirada a Sasori y le dedico una sonrisa.

—Di lo primero que se te ocurra, no me importa —comentó Itachi, ladeando la cabeza. Sasori frunció el ceño ligeramente, y estaba a punto de soltar una maldición, cuando lo notó…

—Te has cortado el cabello —murmuro, sorprendido. La expresión de Itachi se contorsionó de una manera extraña, como si le hubieran soltado un golpe en el estomago. Inmediatamente, Sasori se arrepintió de haber hablado realmente lo primero que se le ocurrió—. Lo siento. Es que, apenas me di cuenta.

Itachi forzó una sonrisa.

—Eso me dice que te has vuelto despistado —dijo, con cierto tono de burla, aunque al pelirrojo no se le escapaba el nudo en la garganta que acompañaba a sus palabras. Durante otros cinco segundos se quedaron estáticos y mudos, hasta que Itachi lanzó un suspiro largo y pesado—. Perona, pero el tema no es algo de lo que quiera hablar.

Sasori asintió, aunque la pregunta del por qué se le atoro en la garganta. Después miró el cielo y dio unos segundos a Itachi para que se recuperara. Luego, se aclaro la garganta y trató de nuevo:

—Ahora que te tengo enfrente, me doy cuenta de cuan solo me he sentido hasta ahora… —confesó, con cierta congoja. Itachi levantó la mirada a él, con la boca ligeramente abierta—. En realidad no es que quisiera salir porque tenía calor (de hecho, creo que ahora me estoy congelando), pero quería un momento para sentirme menos fuera de lugar —hizo una pausa y analizo sus palabras, como si esas no fueran exactamente lo que quería decir—. Me refiero a que, hace mucho que no tengo estas emociones dentro de mí —al terminar de hablar, sus mejillas ardían. No tenía por qué decirle a Itachi todas esas cosas, pues lo único que hacían era volverlo más vulnerable. Pero eso, ¿qué? Se giró hacia el Uchiha y levantó la mirada, para encontrarla con la de Itachi—. Sigue siendo raro a estas alturas.

Los ojos de Itachi adquirieron un brillo extraño, como el de la primera estrella en el firmamento. Sasori evito darse un tope en la cabeza, ¡Kami sama! ¿Por qué tenía que pensar tantas estupideces?

—¿El qué sigue siendo raro? —preguntó Itachi, con cierta burla.

—¿Cómo puedes preguntarlo a estas alturas, Uchiha? —contestó Sasori, con una sonrisa irónica. Después de decir eso, giro su atención a las casas que se amontonaban unas entre otras y empezó a caminar. Sinceramente, sus pies le reclamaban cada paso, como si se despellejaran un poco más cada vez que apoyaba el pie en la tierra (aunque luego de caminar sin descanso aquellos días, era comprensible)—. ¿Quieres hacer algo en especial?

Itachi echó a andar detrás de él, encendiendo la lámpara e iluminando un poco del camino por donde andaban. Como era de esperarse, estaban completamente solos, y además de la lámpara, solo unas cuantas estrellas iluminaban su camino de manera tenue, casi inexistente.

—A mí me apetece sentarnos en alguna parte y mirar el cielo —respondió Itachi luego de unos segundos de silencio agradable—. Quizá dormir un rato sobre el pasto (que aunque no creas, resulta muy cómodo), porque tengo entendido que viajaremos mucho el día de mañana.

Sasori frunció el ceño. En esos precisos momentos, en que podía permitirse olvidar el hecho de que Inglaterra estaba en guerra, no le molestaría pasar tiempo en aquel sitio. Era capaz de sentir esa extraña paz que acompañaba el silencio, y además, no toleraba la idea de pensar que las personas que estaban ahí, podrían no vivir mucho tiempo. ¿Qué le habían pasado a todos aquellos alegres y fascinados espectadores a los que vio en el teatro? Le dio un escalofrío en toda la espalda y se estremeció de manera tan palpable que Itachi no tardó en rodearle los hombros con un brazo. La calidez que desprendía el cuerpo del moreno fue más que bien recibida, y Sasori se detuvo un momento, con la cabeza gacha y mil ideas atropellándose en su mente como molestos insectos.

—El amor nos hace cometer locuras —dijo Sasori, repentinamente. Itachi arqueó ambas cejas—. Eso es lo que, a lo largo de todos estos años, sigue siendo raro. ¿Y sabes una cosa? Mis padres siempre me dijeron que las cosas más simples y ridículas, podían ser las más especiales hechas con las personas que se aman —hizo una pausa, sorprendiendo ligeramente al Uchiha—. Es algo que no he podido olvidar a lo largo del tiempo y es que, ahora que has sugerido esa nimiedad, me he emocionado.

—¿Por qué hablas de esa manera? —preguntó Itachi, intrigado con sinceridad, por otro lado, parecía ligeramente divertido con el comportamiento de Sasori. El pelirrojo se encogió de hombros.

—Creo que es bueno emocionarte, incluso aún en estas condiciones.

—Supongo que sí lo es —contestó Itachi, llevando de manera casi inconsciente la mano al cabello y enredando un mechón entre sus dedos—. Resulta, como poco tranquilizador —ladeó la cabeza, dejando caer la mano al costado—. Una parte de mí todavía desearía golpearte por venir hasta acá para salvarme. La otra lo agradece; ojalá pudiera mandarla a callar, porque algo serio pudo haberte pasado… Y yo, lo último que te habría dicho sería que te largaras.

Sasori se giró hacia Itachi, con las mejillas enrojecidas por la vergüenza.

—Lo tenía bien merecido —comentó, desviando la mirada.

—Eso no justifica que no te escuchara… Kisame no dejó de reñirme por eso.

—Él parece una buena persona —dijo Sasori, intentando no entrar mucho en aquel tema. Itachi asintió firmemente.

—Somos amigos desde que tengo memoria —admitió con un atisbo de sonrisa—. Siempre ha estado conmigo en esos momentos de necesidad.

—Ya veo —murmuro Sasori, frunciendo el ceño y sintiendo una extraña punzada en el estomago—. Qué bueno que tengas un amigo así. La verdad —miró por el rabillo del ojo lo más atrás que pudo, y soltó un suspiro entre desilusionado y amargo—, son más que irremplazables.

Itachi se quedo callado indeterminado tiempo, antes de entrelazar sus dedos con los de Sasori, quien (aunque sorprendido) se apresuro a corresponder al gesto. Ambos sintieron esa nunca acostumbrada corriente eléctrica que los recorría cada vez que estaban demasiado cerca.

—¿Tú y Deidara están bien? —preguntó Itachi, con la voz ligeramente ronca. Sasori torció la boca.

—Lo mejor que podemos estar… —respondió, entristecido—. Y quizá, eso no es mucho.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque sin importar qué, Deidara sigue aquí. Y eso no me hace tan feliz como lo haría antes.

—¿Antes de conocerme? —preguntó Itachi, intentando no sonar tan ofendido como se sentía. Sasori se apresuro a negar con la cabeza.

—Siempre he sido una persona muy seca con respecto a mis sentimientos —apresuró a decir el pelirrojo, con cierto nerviosismo—, y he sido realmente un mal amigo con Deidara. Nunca he sido bueno —hizo una pausa y miró su mano libre— para hacerle saber a la gente que la quiero, cuando la quiero; pero soy un as en alejarlos de mí. Sin embargo, Deidara…

—Deidara te quiere mucho —contestó Itachi, con firmeza (y cierto recelo, ¿para qué decir que no?)—. Eso no tiene nada de malo, y tampoco tienes la culpa.

—No estoy diciendo que la tenga (porque realmente no sé por qué me querría). Me refiero a que debería ser más benigno con él. Es decir, sea cual sea la razón… vino para arriesgar su vida y no logro ignorar eso.

—Él tiene la edad suficiente para saber lo que quiere o no.

—En realidad, Deidara siempre ha tenido la cualidad (aunque no creo que esa sea la forma correcta de clasificarla), de ser tan increíblemente impulsivo que cuando se da cuenta de que ha hecho algo mal, ya tiene que estar planeando como salir de cualquier lío que haya montado —lanzó una risa divertida—. Nunca he envidiado eso, hasta el momento en que mis planes se vienen abajo y me doy cuenta de que soy pésimo para aceptar que éstos se derrumbaron y debo desprenderme para crear otros.

—¿Te refieres a qué, exactamente?

Sasori no respondió inmediatamente, y cuando lo hizo, sonaba inquieto.

—Como el teatro que compré, porque estaba seguro de que mis espectáculos serían todo lo que necesitaba. Pero mira nada más, te atravesaste en mi camino y fui a parar en esa especie de lapsus "odio-mis-marionetas".

—Oye, ¿qué clase de argumento es eso? Encima, yo nunca hice nada para que las odiaras.

—Claro que sí, idiota —contestó Sasori, con una sonrisa de autosuficiencia. Itachi chasqueó la lengua.

—¿Y cómo fue eso?

—Porque me di cuenta de que necesitaba el calor de una persona viva, y las marionetas me parecieron insuficientes. Por primera vez me di cuenta de que quizá, Deidara tenía razón sobre el arte efímero… Que ese arte vive de una manera en que no lo hacían mis marionetas desde hace muchos años; mucho tiempo antes siquiera de pensar en comprar el teatro —hizo una pausa—. De cierta manera, creo que por eso regresé a Inglaterra: tenía que hacerme saber que todavía tenía ese toque de magia que poseían las marionetas de mi abuela. Pero no solo me di cuenta de que carecía de ella, sino que además, ya no lo iba a tener nunca más.

—Me entristece que pienses así —confesó Itachi, un minuto después de que volvieran a quedarse en silencio—. Cuando tú manejas las marionetas, realmente les creas un alma.

—Sí, pero eso es porque antes tenía que hacerme creer firmemente que ellas tenían una.

—Tal vez la tienen… —murmuro, tan bajo que Sasori no alcanzó a escucharlo con claridad.

El pelirrojo se quedo estático, como si quisiera verificar a qué sabían las últimas palabras que había pronunciado. Le resultaban completamente ajenas, porque nunca había dicho en voz alta que sus marionetas eran solo eso: marionetas. Ya lo había admitido aquel día en que destruyó la que tenía del rubio, porque comprendió, después de tantos años, que ese muñeco nunca le daría el calor que realmente anhelaba; que estaba vacía por dentro y por fuera. Miró el cielo con tristeza. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Lo estarían cuidando desde algún lugar, lo miraban y deseaban alentarlo a seguir viviendo? ¿Su abuela estaría con ellos, sonriente? ¿O simplemente se desvanecían en el aire y ya no existía nada de ellos además de los recuerdos que él tenía? De cualquier forma, ya no estaban físicamente a su lado. Era injusto, ridículo y egoísta pensar que podría traerlos de nuevo con solo construir aquellos muñecos.

Algún día los iba a volver a ver, ¿cierto? Por eso, ya no quería tener la necesidad de traerlos a ellos a su lado con las marionetas. Porque la idea de tener a las marionetas no crecía a partir de la idea del arte, como casi siempre solía decirle a Deidara; es decir, creía que sus marionetas eran arte, y además, anhelaba que éstas alcanzaran un grado de inmortalidad, que se diferenciaban de los humanos… Pero también comprendió que Deidara tenía razón en una cosa: ¿De qué le servía que fueran eternas si no las amaba o si ellas mismas eran incapaces de amar?

Esa era una de las cualidades que siempre odio del rubio. Que supiera ver las dos caras de sus palabras. Por un lado representaba una gran ventaja, pero por el otro, Sasori temía que las cosas que Deidara sabía de él las pudiera usar en su contra.

Si amas, estás perdido.

Y él apartó a todos los que pudo, a excepción de dos personas: Itachi y Deidara. Ambos eran como una luz en su camino rumbo a la oscuridad. No. La verdad es que, como anteriormente lo había hecho, no estaba comparando a Itachi con sombras. Él también irradiaba luz, a su manera.

Sasori ya no quería pensar que Itachi lo llevaría a la destrucción, y aunque todavía temía que alguien o algo los fuera a separar, se sorprendió al notar que quería desfrutar de cada momento con el Uchiha.

La verdadera esencia del hombre, consiste en ser efímero, Danna. Cuando alguien sueña todo el tiempo con la inmortalidad si ese alguien lo consiguiera, la vida perdería sentido. ¿De qué serviría ver el sol brillar? ¿Qué tendrían de especiales los días lluviosos? Si la vida fuera eterna, las personas que están a tu lado se tornarían aburridas; grises y muertas como un cadáver. Tú mismo te estarías convirtiendo en uno. Así que, el arte debe ser efímero, porque tendrá todas las emociones del artista. La vida debe ser efímera, para que amemos realmente a los que están a nuestro lado.

Si amas, estás perdido. Repitió en su mente, mientras giraba a ver a Itachi y sonrió. Era la prueba viviente de que era en serio; después de todo, había regresado a un país en guerra, solo para salvar a Itachi, había arriesgado su vida, dormido entre las piedras, sujetado un arma con la tensión y el pavor fluyendo entre sus venas… Y aún así no se arrepentía. ¿Era así estar perdido?

Itachi lo miró a los ojos, como si preguntara qué sucedía. Sasori negó con la cabeza.

La verdad, es que nunca se había sentido con tanta vida.

0*0*0

Deidara abrió un ojo en cuanto la puerta se cerró detrás de Itachi y Sasori. La acostumbrada punzada de dolor acompañó al suspiro que se le escapó de los labios. Con cierto pesar se giró de espaldas a la puerta y se acurrucó, sintiendo el alivio de haber cambiado de posición luego de que se le estuvieran acalambrando los miembros del cuerpo sobre los que se había acomodado a la hora de acostarse.

Había estado observando paulatinamente las manos entrelazadas de su danna y el Uchiha. Sorprendentemente, aquello no le hacía sentir más desgraciado que al principio. No sabía si se debía a que hacía mucho frío y no podía pensar en casi nada, o simplemente porque ya se había rendido.

Nunca dio por sentado que perdería. Él era el único que soportaba y comprendía a Sasori. Un día, pensó con cierto desdén, Sasori y él habían sido acompañados por otro muchacho y una chica. Ambos querían ser maestros de las marionetas, como lo era Sasori. Deidara recordaba las constantes quejas de ambos cuando Sasori intentaba enseñarles y se desesperaba cada dos por tres.

—¡Es insoportable! —Exclamaba el chico, fuera de vista del pelirrojo—. Lo odio tanto. ¿No es una exageración que me haya echado bronca solo porque la "articulación" de la marioneta estaba tensa?

—Al menos lo único que te dijo es que estaba mal —comentó la chica—. A mí me ha dicho que las marionetas merecen tanta atención como yo misma. ¡Cómo si les importara a ellas no tener nombre o que no las peine!

—Resulta increíble que Sasori hable como si esas marionetas de porquería estuviesen vivas. Qué tremendo idiota es.

Ese día, mientras Deidara arreglaba sus esculturas de arcilla y los escuchaba, se paró de la silla, arrojó su escultura a la mesilla y se dirigió a grandes zancadas al chico; luego le soltó un tremendo golpe en el rostro, tan fuerte que el sujeto cayó de espaldas contra el suelo.

—Eres incapaz de comprender la verdadera esencia del arte —le dijo entonces, con el corazón bombeando tanta sangre a su rostro que le ardía de coraje—. Hablan de querer ser un artista como Sasori, ¡pero no comprenden que el arte se tiene que sentir, hum! El arte, eterno o efímero, debe ser amado por su creador. ¡Ustedes son unos inútiles en esto porque no saben crearle vida a las marionetas! Por eso, cuando Sasori ve sus representaciones echa bronca. ¡Su arte no puede ser degradado por dos estúpidos que creen que lo saben todo!

—Pero si de todos nosotros, él es el único que "tiene la razón" —espetó el chico, sobándose la mandíbula y fulminando a Deidara con la mirada—. Tiene de soberbio lo que yo tengo de

—Él tiene la razón en que el arte no es un entretenimiento de la vida, ¡es la vida, hum! Al creer eso fervientemente, como lo hace danna, el arte se vuelve todo. Y nosotros logramos ser verdaderos artistas, hum.

—Estás igual de chalado que Sasori —murmuro la chica.

—¡Danna no está loco, hum!

—Cállate, nenaza de mierda —contestó el chico y nuevamente, Deidara se lanzó en su contra. Los golpes mientras rodeaban en la alfombra es algo que posiblemente no olvidaría nunca. Todavía se estremecía al recordar el dolor, pero al mismo tiempo el éxtasis de golpear al sujeto con todas sus fuerzas.

—¡Discúlpate! No tienes ningún derecho de hablar así de Sasori no danna, hum.

El hilo de sus pensamientos en aquel recuerdo se quebró y Deidara se giró a ver por encima del hombro a Hidan, que roncaba y estiraba el pie tanto que salía de la cama. Era ridículo, pensó. A pesar de todo, el hombre no había cambiado ni pizca.

El peliblanco fue uno de los que lo instó a irse con Sasori. Le había dicho que sería un perfecto imbécil si renunciaba a su más grande sueño de ser artista solo porque venía de una familia rica y con poder y éstos querían prohibírselo.

—Te perderé el respeto que te tengo. —Le había dicho en ese entonces, y con tanta seriedad que Deidara se sorprendió de encontrar con que, muy en el fondo, Hidan sí que lo respetaba. Cuando le preguntó por qué, el chico se limitó a encogerse de hombros—. Desde el momento en que te conocí nunca te has rendido para nimiedades que no importan. ¿Sabes lo patético que sería que renunciarás a tu más grande sueño? Serías menos que una escoria de mierda. Tú puedes hacerlo mejor que agachar la cabeza y asentir, resignado. Y si no es así, pues déjame decirte que te partiré el hocico, porque nunca has dejado de ladrar por los geniales sobrenombres que te pongo, o las travesuras que te hago.

Hidan tenía razón. Ir con Sasori era lo mejor que podría haberle pasado en la vida, tanto por el lado bueno, como por el malo. No iba a arrepentirse.

Pero…

Su corazón se oprimió. A veces resultaba difícil comprender por qué cuando te enamoras, las cosas te salen mal. Deidara nunca se sintió flechado por Cupido y es que para empezar, no quería que sentimientos de amor abrieran las puertas a su arte; no quería dejarse depender de los sentimientos más profundos que se adquirían cuando te enamorabas, porque siempre hay ocasiones en que no importara cuánto luches, el destino, o cualquier persona superior que pudiera manejar la vida (un marionetista, se sorprendió pensando con cierta ironía) podían hacer que perdieras. Sí, existen momentos en los que es mejor rendirse.

Cerró los ojos un instante, dejando que las sombras que cubrían la habitación lo engulleran a él también mientras deseaba que se llevaran las penas, el dolor que todavía le hacía agonizar a su corazón. Había venido a Inglaterra a buscar a Itachi, una persona que Sasori apenas conocía pero que, no por eso, dejaba de ser menos importante. Bueno, que había ido a buscarlo en un país en guerra, eso tenía que decir mucho.

Y si Deidara lo había acompañado, ¿qué significaba realmente eso?

Sus ojos comenzaron a arderle y Deidara hizo todo lo posible por ignorar las lágrimas que empezaron a correr por sus mejillas, humedeciendo su rostro y la cómoda almohada en la que tenía recostada la cabeza.

Aún ahora, piensa que vale la pena, Deidara. Tú puedes hacerlo. Puedes fingir que estás perfectamente bien, incluso aunque dentro te estén partiendo en dos el alma. No pasa nada. Todo está bien —pensó una y otra vez el rubio, mientras se mordía el labio y evitaba, apenas con éxito, que se le escapara un sollozo.

Giró sobre sí para quedar de espaldas a la puerta, mientras apretaba los ojos tanto como le era posible. A su cabeza solamente vino aquel momento en el que Sasori escuchó el violín. Deidara estaba seguro de que él mismo se había alegrado de escucharlo, porque cabía la posibilidad de encontrar a los Uchiha y regresar a salvo; sin embargo, cuando por un momento se le ocurrió girar su atención a Sasori. A pesar de todo, le hizo sentir una patada en el estomago al notar el brillo desesperado en los ojos miel de su maestro. Estaba mal, pensó en ese instante. Está mal que Sasori amara desbocadamente a Itachi; porque Deidara lo seguía amando, y así sería hasta el fin de sus días. Sasori debió terminar a su lado. ¿Qué había hecho mal?

Más lágrimas corrieron a través de sus ojos mientras el rubio lloraba en ese silencio. Las respiraciones de los que estaban en la habitación eran lo único que rompía el silencio; los cuerpos en conjunto deberían poder eliminar el frío del campo, pero Deidara sentía escalofríos recorriendo su interior y una habitación tan desolada como lo podía estar el desierto, o incluso más. Estaba dentro de una pesadilla, ¿verdad? Despertaría en un sitio donde no existieran los Uchiha, o donde Sasori estaba enamorado de él.

Sí, le sonreiría. Deidara imaginó la mano extendida que el pelirrojo le ofrecía.

Te amo, Dei. Siempre lo he hecho.

Las palabras que brotaron traicioneramente de su mente le causaron una punzada en el pecho y la respiración se le cortó.

Cuánto odio que pasé esto. Yo tomé una decisión: Quiero ver a Sasori feliz, sin importar qué. Y la mantendré firme, ¡de veras!

Pero no podía evitarlo. Las imágenes se le agalopaban en la cabeza, decididas a machacar su determinación: El pelirrojo llorando sobre su pecho mientras lo abrazaba y le rogaba ir con él; el viento arrancando los pétalos de cerezo de los troncos y depositándolos con cuidado y elegancia en el suelo cuando él trataba de no pisarlos en un juego infantil y el marionetista lo apuraba para llegar pronto al aeropuerto; Onoki gritando furioso mientras sus hermanos y su padre permanecían en un rincón, observando a Deidara atónitos; un cielo oscuro y estrellado que veían ambos artistas, recostados en el pasto del parque, discutiendo sobre el arte hasta que el tiempo no era lo que parecía y no se habían dado cuenta del anochecer; el marionetista parado frente al teatro y sonriendo mientras le explicaba lo mucho que ese edificio había significado para su abuela y para él; Sasori sentado en el mullido sillón de un hotel, con los ojos cerrados y bebiendo té de manzana mientras los halos del sol acariciaban su rostro a través de la ventana; Sasori llegando a través de una puerta, con los cabellos desordenados y las mejillas enrojecidas de coraje, porque Deidara ha logrado hacer explotar media cocina y el pastel que había preparado para el decimo noveno cumpleaños del pelirrojo; Sasori gritándole aquel día en el teatro, diciendo que no significaba nada su compañía, su amistad…todo; el marionetista sonriendo mientras tosía frenéticamente e intentaba recuperar la respiración, con los ojos brillosos y un atisbo de felicidad asomando por su (comúnmente) frío e inescrutable rostro; Sasori atrayéndole con fuerza y besándolo con angustia y algo parecido a una ansia que posiblemente, confundió con pasión; el pelirrojo abrazándole y pidiendo que se quedara con él, para siempre; Sasori carcajeando y señalándole mientras Deidara se limpiaba el rostro lleno de barro; Sasori tocando torpemente el piano, con cierta frustración ante las explicaciones del rubio, que alzaba la barbilla con exagerado orgullo. Y por fin, Deidara invocó aquella fría mañana en que despertó entrelazado con el cuerpo de Sasori, sintiendo que encajaban perfectamente uno con el otro al sentir que el pelirrojo también lo aferraba como si se tratara de su propia alma… su rostro enrojecido por las lágrimas derramadas por Chiyo parecía decirle que si se iba, no tardaría en quebrarse en mil pedazos; aunque al despertar y observarlo con esa impasibilidad que lo caracterizaba, Sasori finalmente pareció derrumbar ese muro que antes los había separado (el mismo que parecía separarlos a veces en el presente)… Deidara perdió el hilo de sus pensamientos ante la profunda mirada, y cuando éste le acarició el rostro y sonrió, algo se clavó en su corazón.

—Eres un mocoso excepcional —le dijo entonces mientras se sentaba en la cama y se tallaba los ojos—. Gracias, Dei. —Aquella fue la primera vez que el pelirrojo le había llamado por ese diminutivo (algo que podía contar con los dedos de las manos) y encima con aquel tono tan sincero.

—No hay por qué, Sasori danna, hum —murmuró el rubio, con la voz ronca y el corazón saltándole con fuerza en el pecho—. Para lo que sea que me necesite… ahí estaré. Puede contar con ello. No soporto verlo tan abatido. —Estiró la mano hacia él mientras Sasori lo observaba minuciosamente, como si esperara que en cualquier momento, el rubio se empezara a reír—. Quiero estar con usted… Sí quiero ir con usted —el pelirrojo estiró un poco la mano y rozó las yemas de sus dedos. Parecía tan cercano y, al mismo tiempo, el rubio lo sintió tan lejos.

Quiero hacerle feliz. Hacer que sienta lo mismo que yo siento por usted. Haré lo que sea… para no verlo llorar así de nuevo.

La luz, el calor, el tenue sentimiento de añoranza que experimentaba cada vez que pensaba en Sasori, se disolvió entre la oscura pared de una casa de campo. Hasta entonces, Deidara se dio cuenta de que había estado tocando el muro de piedra fría que se hallaba a un lado del sencillo catre en que se había recostado. Nuevamente la oscuridad se ceñía sobre su cuerpo con un gélido abrazo. Las lágrimas de su rostro ya se habían secado, aunque todavía, con la mejilla estrechada contra la almohada, podría sentirla húmeda.

Estaba solo, lo sabía muy bien.

Sasori no le pertenecía; nunca logró hacerlo realmente feliz.

Había fallado y le dolía. ¿O había fallado a su propio corazón al decirle que un día, el pelirrojo lo amaría? ¿Se involucró con fantasías que no podría cumplir jamás? Deidara había querido estar cerca de Sasori, y así había sido; no, así era.

Estaba solo, lo sabía muy bien. Podía sentirlo con cada fibra de su ser que gritaba entre una dura agonía.

Sasori no le pertenecía; nunca logró hacerlo realmente feliz. Siempre trató egoístamente de enamorarlo (aunque, ¿eso estaba mal?)

Pero aún podía hacerlo, se dijo mentalmente el rubio mientras bajaba el brazo que había alzado y cerraba los ojos, inhalando profundamente para calmar el hueco en su estomago. Sí. Aún podía hacer a Sasori feliz, porque sabía muy bien lo que él sentía por Itachi. ¿Y no fue eso lo que le trajo de vuelta a Inglaterra? Deidara estaba consciente de que podría morir en cualquier instante, y sin embargo había estado dispuesto a venir… porque sí, haría lo que fuera porque Sasori estuviera feliz. Lo estaba haciendo. Renunció a la última esperanza de poder enamorar a su danna, le había entregado antes su corazón y ahora le ofrecía su vida. ¡Maldita sea si eso no se llamaba amor! Porque Deidara estaba dispuesto a que Sasori fuera feliz, y se encargaría que su maestro y el Uchiha volvieran a salvo y estuvieran juntos.

Cerró los ojos firmemente y se dispuso a cumplir su palabra, aquella que aunque nadie escuchaba, estaría grabada para siempre en su interior.

0*0*0

La tierra estaba fría cuando Itachi le obligó a recostarse. Sasori no pudo evitar preguntarse si había briznado sin que él se diera cuenta o si era simplemente que esa noche conseguiría helar cualquier sitio. Es decir, que Inglaterra era conocida por su clima lluvioso, así que no podía sorprenderle que lloviera; y esa noche el aire estaba especialmente gélido, como si pretendiese congelar a las criaturas más débiles. Como fuera, aquellos dos últimos pensamientos se cortaron inmediatamente su espalda terminó acomodándose lo mejor posible entre la tierra y las raíces que sobresalían, clavándose en su espina dorsal. No obstante, Sasori apenas se percató de ello durante un segundo y al siguiente parecía haberse desvanecido tanto esa molestia ligera como el frío que debería de hacerle castañear los dientes.

Hace casi veinte minutos que caminaban sin rumbo cuando Itachi comenzó a alejarse de las casas, dirigiéndose a las inmediaciones del bosque del que habían llegado esa tarde ambos artistas y los dos (desquiciados) pilotos que los habían traído a Inglaterra. Sasori no preguntó nada, porque le parecía bastante con estar cerca de Itachi, tomando su mano y pensando en nada, solamente en el placer que le producía su compañía después de tanto tiempo.

Miró el cielo. Una nube parecía cubrirlo todo, y a pesar de que seguramente se debía a su imaginación, Sasori notó el olor acre de la sangre y la pólvora. Como le fue posible, apartó aquellos oscuros pensamientos de su mente. Ahí se estaba bastante bien, se dijo durante un segundo mientras escuchaba el tenue crujir de las ramas bajo la fuerza de la brisa; no había ningún otro sonido que irrumpiera el momento. A esta hora de la noche era muy probable que los animales estuvieran en sus madrigueras; Sasori apenas podía distinguir siluetas de pequeñas casas que se alzaban y en las que dormían plácidamente los campesinos. El pelirrojo fingió que podía sentir un momento esa calidez que emanaban de los hogares, aunque hace mucho tiempo que no conocía un lugar al que pudiera llamar así. Sin embargo, justo en ese momento, lo estaba invadiendo una sensación acogedora. Incluso aunque sabía lo peligroso que se había vuelto Inglaterra o lo incómodo que estuviera entre la tierra, las inmediaciones del bosque lo invitaban a mantenerse estático para siempre en ese mismo lugar.

Mantuvo los ojos cerrados durante un par de segundos antes de abrirlos de nuevo hacia el cielo. Pensó con cierto regusto doloroso, en todas aquellas noches en que alzaba la cabeza e imaginaba que ese profundo manto negro eran los ojos de Itachi. Le dolía admitirlo, pero sabía que se comportaba como un absurdo por aquellos pensamientos tan cursis y que normalmente podría mantener a raya, pese a que ahora se le escapaban como lo harían las partículas de polvo al aire. ¿Saben? Se trataba de Itachi, y para cuando Sasori tratara de apartar sus pensamientos ya era muy tarde; era imposible sacarlo de su cabeza. Hasta entonces, la distancia entre ambos había servido para que Sasori sintiera que las horas eran eternas, como la vida de la Tierra y su alma se marchitaba, muriendo sin la más remota esperanza de ver el sol brillar de nuevo.

Se reprendió así mismo porque eran justo esa clase de sentimientos los que hacían tan peligrosa para él la cercanía de Itachi. Nadie podría tener idea de cuánto le temía Sasori al escritor. Porque cuando se pillaba así mismo pensando en él, lo acechaban emociones que apenas podía intentar reconocer y que a su esfuerzo solo le recibiría el fracaso. Es que, se sentía inmensamente fuerte, incapaz de ser derrotado por nada ni nadie, al mismo tiempo que todo su cuerpo temblaba como gelatina y la respiración se le iba. Realmente, enamorarse era como morir en vida; y aún así sentirse lleno de vida y energía. Deseaba explorarlo todo, alejarse de la seguridad que le otorgaban sus marionetas y sufrir de un éxtasis cuando Itachi le acariciaba el rostro antes de besarlo, inhibiendo su razón. Así, justo como ahora.

Itachi se tumbó a su lado con movimientos elegantes, casi tan felinos que daban la sensación de que podía ver en la oscuridad. En un intento de escuchar algo además de un molesto zumbido, el pelirrojo agudizó el oído y fue consciente del crujir de las hojas secas que habían caído sobre la tierra y que ahora mismo eran aplastadas por el moreno. Ante el primer pensamiento Sasori se dio un tope mentalmente, porque se había olvidado completamente de que el Uchiha llevaba la lámpara, pues incluso con ella, a Sasori le costaba distinguir el rostro de Itachi entre las sombras que los engullían a ambos.

El Uchiha dejó la lámpara a un costado y se inclinó para besarlo, apoyando en él casi todo su peso. Sasori no se quejó, pero casi inmediatamente Itachi se hizo a un lado, arrastrándole desde el resorte de sus vaqueros para no separarse ningún segundo.

Mientras la boca de Sasori era penetrada por la (ansiosa) lengua de Itachi, su corazón le golpeó con tanta fuerza que se sintió repentinamente mareado. Le pareció un esfuerzo sobrehumano acoplarse a las urgencias (o necesidades, ¿quién sabe?) que le estaba dictando Itachi mientras lo atraía más y más hacia su cuerpo, hasta que podía sentir por encima de la ropa el bien formado torso del Uchiha.

Sasori lanzó un gruñido cuando Itachi le mordió el labio inferior, aunque no hizo ningún ademán de alejarse. De hecho, alzo los brazos al cuello del otro y lo aferró con una fuerza que le producía un poco de dolor en aquellas partes donde se pegaban sus cuerpos. Itachi movía la lengua hábilmente dentro de su boca y mientras el pelirrojo la encontraba y se acoplaba al salvajismo de esa "caricia", oyó el chasquido que producía aquel beso.

Las mejillas le ardían tanto que toda la sangre del cuerpo parecía haberle abandonado para alojarse en su rostro. Es posible que ahora mismo tuviera el aspecto de un semáforo en alto. Se maldijo por ello, pero no podía (y en realidad no quería) romper con aquel maravilloso momento. Incluso cuando una rama se le clavó en la cadera no se alejó del moreno. En vez de eso, pegó su cuerpo tanto como pudo al Uchiha, murmurando su nombre entre un beso y otro.

Luego de varios minutos, la falta de aire hacía que las pausas antes de volver a chocar sus labios con los de Itachi fueran cada vez más largas, hasta que Itachi se limitó a acariciarle la barbilla con la punta de la nariz. Entonces Sasori jaló una bocanada de aire, agradecido por el pequeño descanso. Concentró su atención en los troncos de los árboles que, grandes e imponentes, parecían lanzar una silenciosa oración a la noche. El sonido entrecortado de sus respiraciones era lo único que interrumpía el silencio.

Sasori le puso una mano en el hombro a Itachi y pudo sentir como temblaba. Lo primero que se le vino a la mente es que el Uchiha pudiera tener frío, pero antes de preguntarle, el moreno se le adelantó:

—¿Ya te falta el aire? —su tono era definitivamente burlón, pero tenía la voz ronca. Sasori frunció el ceño e inhalo profunda y discretamente para recuperar el aliento y no darle esa satisfacción a Itachi.

—El burro hablando de orejas. —Respondió con cierta malicia. Itachi hundió la nariz en su cuello y aspiro su aroma, haciéndole cosquillas en el proceso—. De hecho, había pensado que tenías frío.

—¿Cómo podría tenerlo contigo tan cerca de mí? —preguntó con una voz sensual que tensó a Sasori de pies a cabeza. El tono que había empleado Itachi era bajo y grave al mismo tiempo; entre dulce, único y provocativo, e hizo que el pelirrojo sintiera una corriente eléctrica por todo el cuerpo y una punzada entre las piernas. Su miembro palpito con una fuerza sobrecogedora y él tuvo que morderse el labio para no soltar una exclamación. No obstante, y pese a que la lámpara que estaba a su lado no alcanzaba a darle luz suficiente para ver a Itachi, supo que éste sonreía, complacido. Deseo mandar a callar al Uchiha, pero no estaba seguro de que tan "natural" podría salir su voz, así que se mantuvo en silencio, buscando cómo eliminar la sensación de que a cada segundo, se le ponía más duro.

Resultó como menos una tarea imposible con Itachi repartiendo besos en su cuello, lamiendo lentamente su piel como si se tratara de un dango que degustar.

¡Mil veces mierda! ¿No podía pensar en algo menos… lujurioso? ¿O estaba cayendo en la estupidez? Bueno, algo le quedaba claro, y es que se estaba volviendo loco con ese dolor agónico que le recorría de la cadera hasta la punta de los pies.

Itachi le metió el brazo por debajo del cuello, como si pretendiera darle una almohada. Inmediatamente dobló esté mismo para enredar sus dedos en los mechones rojizos de Sasori. Éste último pensó que debería de recortarlos, pues los que quedaban en su frente ya le llegaban debajo de la nariz, ¿o eran los de Itachi? Sasori deslizó una mano en los (ahora) cortos cabellos del Uchiha, sorprendiéndose por los sedosos y lacios que eran. Por el momento, aquel gesto le sirvió a Sasori para atraer el rostro de Itachi hacía su cuello, para que el moreno le siguiera besando. El pelirrojo no quería pensar en lo aterrador que era ese placer que empezaba a envolverlo y es que sencillamente, estaba seguro de que acudiría al deseo antes que a la razón, como siempre sucedía con Itachi.

No pudo evitar preguntarse si, acaso, Itachi también sentía que todo su cuerpo estaba prendido en llamas…vale, no lo decía por experiencia propia, pero la expresión parecía irle bastante bien al momento (oh, ahora que lo recordaba, un día, Deidara y él se habían quemado las cejas porque el primero había estado jugando con quién sabe qué químicos y… ya, no era tiempo para pensar en eso). El marionetista sentía los nervios a flor de piel y las oleadas de placer que le provocaban las caricias de Itachi hicieron que ahogara un gemido varias veces. Mierda, mierda… ¿El Uchiha se habría dado cuenta? Si era así, Sasori podía sentirse el idiota más grande del mundo, ¿cierto?

Itachi comenzó a frotarle el pecho con la mano libre, con un movimiento lento y profundo, como si en ese momento pretendiera arrancarle la camisa de un tirón. Sasori apretó los ojos tan fuerte que pudo ver lucecitas tras sus parpados. En algún rincón de su cabeza estaba una vocecita exigiéndole que fuera más recatado, que haber deseado esto a partir del momento en que conoció a Itachi no justificaba que ahora mismo permitiera que lo siguiera tocando de esa manera tan lasciva, despertando en su cuerpo cosas que nadie nunca le había hecho sentir. Poco a poco, percibía que la situación se le salía de las manos. La verdad es que aquel sitio no era, ni por asomo, el sitio donde se imagino que Itachi y él se entregarían.

¡Idiota, idiota! ¿Cómo puedes pensar de esa manera tan ridícula? —pensó Sasori mientras fruncía el ceño y lanzaba un gruñido de frustración que (lo agradeció infinitamente) Itachi no pareció advertir—. Suenas como una de esas historias de amor que terminan en cliché.

Sasori estaba contando mentalmente los libros que había leído y usaban ese pensamiento cuando, de pronto, sintió la mano de Itachi bajando por su abdomen y al fin, deteniéndose en el resorte del jean. El pelirrojo se echó hacia atrás lo más que pudo con una especie de saltito. Itachi se hizo a un lado tan violentamente que, antes de darse cuenta, Sasori comenzó a estremecerse de frío, como si el hecho de que el joven se alejara le hubiera quebrado esa cálida y cómoda burbuja en donde no le importaba nada.

Su corazón le saltaba al pecho con tanta fuerza que tuvo que tragar saliva para asegurarse de que el nudo no eran unas manos atenazándole el cuello. ¡Mierda! Si antes había pensado que su rostro estaba rojo es que no había sentido uno como el que le cubría ahora mismo.

Itachi se sentó tan rápido que Sasori se sorprendió de que no se mostrara ni un poquito mareado. Con la vista algo acostumbrada a la oscuridad y pese a que Itachi se fundía demasiado con ella, el pelirrojo se dio cuenta de la mueca de pánico que estaba en el rostro del Uchiha. Debió de admitir que respiró aliviado un segundo al saber que no era exasperación o frustración lo que enmarcaban las cejas y los ojos del otro.

—Lo siento, no estaba pensando bien —dijo Itachi con la voz extremadamente ronca. Parecía sentirlo de verdad. Sasori arqueó las cejas antes de echarse los cabellos de la frente hacia atrás, en un gesto distraído y nervioso; los mechones volvieron a caerle sobre el rostro, rebeldes.

—Definitivamente —murmuro Sasori, echando un vistazo hacia las casas—, ninguno de los dos lo estaba haciendo. —El silencio se estableció entre ambos y el marionetista, enojado consigo mismo suspiró y añadió—: A mí no me molesta, pero… —se quedó callado mientras se contestaba mentalmente—. Pero no quiero que veas lo excitado que estoy solo por tus besos. Je. Creo que a pesar de todo, quiero resistirme a ser el uke. Maldita sea, no es como si Itachi fuera el seme, ¿o sí?

De alguna manera se deprimió al saber que la respuesta era que, verdaderamente, Itachi era el seme. Encogió las piernas y las abrazó, deseando que aquello bastara para menguar el frío y para que, si Itachi llegase a coger la lámpara y apuntarle no pudiera ver la reacción de su cuerpo. En ese momento, lo que menos quería es que Itachi le notara la entrepierna; solo tenía que esperar a que se le pasara.

—No pretendía incomodarte, Sasori —agregó Itachi y en su tono de voz casi desaparecía la ronquera. Hasta ese momento al marionetista se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que no era el único al que el miembro se le había endurecido. Inhaló profundamente y el aroma a tierra le llenó la nariz, relajándole un poco los tensados músculos.

Sasori quería obligarse a decirle a Itachi que había querido hacerlo desde hace mucho tiempo; pero quería decirlo sin parecer el uke. Hizo una especie de puchero y lanzó un suspiro. Al cuerno, estaba claro que no iba a ser posible.

—Quizá será mejor si nos vamos —comentó el mayor, en un tono casi entristecido mientras se ponía de pie. Sasori lo cogió por la manga de la camisa e Itachi lo miró, sorprendido.

—Estás actuando ingenuamente —le reprendió con un murmullo—; ¿cómo decírtelo? —Hizo una pausa y levantó la cabeza para observar a Itachi—. De verdad, quiero hacerlo.

Es extraño como Sasori consideraba estar acostumbrado al silencio, pero en ese instante, el mutismo del Uchiha le causara una sensación de desconocimiento que le resultaba casi imposible descifrar.

—¿Pero…?

Sasori frunció el ceño.

—Pero me has pillado desprevenido —admitió con un deje molesto, aunque Itachi parecía advertir que no era con él; después de todo, Sasori no solía dejar que le ganaran—. Así que no es necesario que pongas esa cara de cordero en el matadero.

Itachi frunció el ceño ante el comentario de Sasori, consciente de que el chico le quería hacer enojar, como aquel día en que lo llevó a su casa. Recordarlo le dio cierta nostalgia, porque esos días parecían tan ajenos a sí mismo.

—¿Vas a hacerme esperar de nuevo? —preguntó el pelirrojo, con un tono impaciente. Itachi se sorprendió de ese cambio, aunque no dijo nada, pensando nuevamente en las palabras de Sasori en un pasado: No me gusta que me hagan esperar, Uchiha bastardo. En ese entonces había estado dispuesto a besarlo, antes de que llegara su tío y todo se desvaneciera.

—¿Esperar por qué? —preguntó, volviendo a arrodillarse frente al pelirrojo. Sasori se lamió los labios y lo observó con cierto desdén y otro poco de anhelo. Itachi se sintió tan importante que por un momento pensó en torturarlos un poco más. No obstante, su cuerpo ardía en deseos de juntarse con el marionetista otra vez y no separarse de él jamás—. Sasori —la manera en que pronunció su nombre hizo que el calor volviera al pelirrojo con tanta fuerza que le pareció como si lo golpearan—. Quiero hacerte mío.

El corazón de Sasori dio un vuelco mientras él permanecía quieto, asimilando poco a poco las palabras que acababa de decirle el Uchiha.

Itachi extendió la mano hacia su rostro y cogió unos mechones del cabello rojizo antes de enredarlo entre sus dedos y luego pasar las yemas sobre la mejilla de Sasori, como si el Uchiha deseara trazar un dibujo. Recorrió los pómulos de Sasori y el chico pensó que sus dedos estaban fríos y cálidos al mismo tiempo; al fin, se detuvo justo cuando el pulgar rozaba el labio inferior del pelirrojo y le alzaba el resto de la barbilla.

Un beso más, pensó Sasori, con la respiración un poco agitada. Tal vez Itachi estaba esperando que le respondiera. Un beso y le bastaría para dejar de pensar; se dejaría hacer. ¡Y bueno! Lo admitía, le daba un poco de miedo la idea.

Quería responder, pero se limitó a mirar a Itachi unos segundos y luego a cerrar los ojos. Uno, dos, tres, cuatro segundos pasaron antes de que sintiera el aliento del Uchiha acercándose a sus labios. La otra mano de Itachi ya estaba en su rostro y se lo sujetaba con delicadeza, como si lo consideraran un cristal sumamente frágil. Qué idiotez.

—Itachi…—alcanzó a susurrar antes de que sus labios volvieran a encontrarse.

No existía nada de aquel salvajismo que le había mostrado Itachi hasta entonces. Era como si solamente quisiera explorarlo con delicadeza, ofreciéndole caricias que lo llenaran de un éxtasis perfecto. Itachi bajó las manos hasta sus hombros, acariciando con cierta delicadeza a través de la tela sin dejar de besarlo. Sasori abrió los ojos un momento y se encontró con el apacible rostro del Uchiha, que mantenía los ojos cerrados y fruncía el ceño, como si se estuviera conteniendo de algo. ¿El qué? ¿A caso no estaba en sus planes prepararlo a él?

Itachi empezó a inclinarse hacia la tierra, empujando a Sasori con lentitud. En el momento en que el pelirrojo topó espada contra el suelo, Itachi puso las manos flanqueando la cabeza del menor, haciendo una especie de jaula sin separar sus labios; al lado de sus caderas, el marionetista podía sentir las piernas de Itachi. Sasori alzó los brazos una vez más para aferrar el cuello del moreno y atraerlo más hacia su cuerpo. Su cuerpo se sentía entumecido por todas partes y deseaba que Itachi lo despertara, como hace unos minutos.

Pasaron diez segundos antes de que el Uchiha metiera una rodilla entre las piernas de Sasori para separarlas con lentitud; luego entremetió la otra. El pelirrojo arrastró los pies para poder atraer sus piernas hacia su cuerpo, como si fuera a ser abdominales; aunque la comparación dejó de convencerle al pensar que ambas piernas se abrían lo suficiente para que Itachi cupiera entre ellas.

A través de la ropa que separaba la piel de ambos, Sasori pudo notar que la excitación también estaba acumulándose en Itachi. Lanzó un gemido ahogado cuando el Uchiha comenzó un vaivén de cadera, frotándose contra su cuerpo lentamente, apenas dejando que saboreara el choque entre ambos. Le hizo pensar que no existían palabras en su vocabulario para describir las oleadas de placer que lo recorrían, el gran calor que permanecía entre ellos incluso en aquella noche al aire libre, el deseo porque las ropas se evaporaran y pudiera acariciar cada centímetro del cuerpo tan hermoso que poseía Itachi.

Sasori volvió a alaciar los negros cabellos con unos dedos largos y hábiles; era mucho más fácil adaptarse a ese ritmo que llevaban y en realidad, al pelirrojo no se le podía ocurrir una mejor manera de disfrutar esa cercanía entre ellos. Y sí, quería estar todavía más cerca, pero no le estaba molestando esa lentitud. Deseaba explorar todo cuidadosamente gracias a la falta de luz, recorrer con sus labios todo el cuerpo del moreno así como Itachi hacía ahora con su boca.

Cuando ya le estaba faltando el aire a ambos, Itachi se separó un momento y miró a Sasori con sus penetrantes ojos negro carbón; al menor le pareció que nunca se había sentido tan lleno de regocijo, y quería experimentar más.

Las palabras se le escaparon antes de que pudiera pensar en frenarlas:

—Más, por favor, Itachi…

¡Jashin! Su voz no parecía pertenecerle a él, fue como escuchar a otra persona desconocida (soltó un doble "Jashin" cuando se atrapo así mismo usando aquella peculiar expresión que repetía sin parar Hidan mientras viajaban); estaba rogando porque el Uchiha terminara con ese suplicio. Quería tenerlo todo. Ya.

Itachi detuvo el balanceo de caderas e inmediatamente se enderezó. Cuando Sasori frunció el ceño y abrió la boca para protestar, el moreno sonrió como un felino lo haría con su presa. La idea podría haberle hecho estremecerse, pero ahora estaba demasiado excitado para tener la cabeza fría y pensar con razón.

Con unos movimientos ágiles (lo que sorprendió al Akasuna por la oscuridad en la que se fundían), Itachi fue desabrochando los botones de su camisa. Sasori espero pacientemente, sin perder de vista la silueta que se iluminaba tenuemente sobre su cabeza. Los segundos siguieron corriendo mientras Itachi le abría completamente la camisa y dejaba al descubierto su pecho blanquecino. Sasori se ruborizó más (si es que eso era posible) mientras los ojos del otro le escudriñaban con detenimiento, como si lo estuviera grabando en su memoria.

La risa de Itachi le hizo arquear una ceja.

—Eres hermoso, Sasori —le dijo. El pelirrojo frunció el ceño y le miró molesto, detectando el tono medio burlón que se le escapaba a la voz del Uchiha.

—No me hables como si fuera una mujer, idiota —le regañó. Itachi se lamió los labios mientras lo contemplaba una vez más.

—Perdona —contestó Itachi, aunque el tono aún no desaparecía completamente de su voz. Sin embargo, lo que dijo después sonó completamente sincero—. Pero hablaba en serio.

—Con ese tono pareces tan cándido —le dijo Sasori, con la voz ronca y burlona—. No me lo habría creído hasta no verlo.

Por un momento pareció que Itachi quería replicar; como fuera, decidió mejor quedarse callado. Luego se inclinó hasta que sus labios le rozaban la oreja al Akasuna.

—Veremos quién termina siendo el cándido —le retó y Sasori sintió repentinamente como si fuera uno más de la larga lista de experiencias. El coraje que experimentó peleó contra el deseo de que Itachi no se separara. Chasqueó la lengua, captando la atención del Uchiha.

—Suena como si tuvieras mucho de dónde comparar —comentó, irritado (muy en el fondo y no pensaba admitirlo, celoso). Itachi parpadeó en la oscuridad y luego lanzó una especie de carcajada que, más que enfadar a Sasori (como sería normal), le produjo vergüenza.

—No. No la tengo.

—¿Esa es tu manera de decirme que soy el primero? —preguntó Sasori, algo aliviado y otro poco orgulloso. Puede que ese primer tono lo hubiera logrado identificar Itachi porque inmediatamente hubo un destello de emoción en sus ojos, como si vivieran ahí dos estrellas.

—¿Esa es tu manera de expresar que te has aliviado al saber que no hay tantas expectativas que cumplir?

Pudo haber pensado en mil formas de contraatacar aquel último comentario, pero el temblor que le recorría el cuerpo entero (y no sabía si se debía al frío o a los nervios) lo obligó a soltar una sola palabra:

—Cállate.

Itachi obedeció y simplemente volvió a acariciarle el rostro con ternura y deseo. El corazón de Sasori, que hasta ahora parecía haberse calmado un poco, volvió a golpearle el pecho con una fuerza abrumadora que hizo girar el mundo como si fuera un carrusel.

Cansado del constante palpitar en la entrepierna, Sasori enredó sus piernas con la cintura de Itachi, invitándolo a acercarse más. El Uchiha tensó la mandíbula y al marionetista le dio la sensación de que lo había pillado pensando en quién sabe qué cosas.

Despacio, tomó entre su mano la que Itachi tenía posada en su rostro y la estrechó suavemente, entrelazando sus dedos con los suyos. Era un gesto que había visto mil veces en esas películas cursis que pasaban en la televisión; la verdad es que siempre le habían llamado la atención. Al contrario de Itachi, que siempre pareció aborrecer y ridiculizar el amor, Sasori lo había encontrado especial desde el principio. Tal vez era esa ridícula inclinación hacia la belleza, pero ¿encontrar a alguien que le hiciera volar con los pies en la tierra no es algo que tenía derecho a envidiar? Una parte de él siempre estuvo dispuesta a buscar esas sensaciones a las que tanto anhelaba tener, al mismo tiempo que les temía. Enamorarte es peligroso; es ser egoísta; son emociones que quizá no soportaría su corazón… siempre dio por sentado que él no iba a poder amar a nadie, por temor a que se lo arrebataran, por la resignación a perder antes de luchar, porque podía no ser real.

¿Y cuánto podía durar lo suyo con Itachi? ¿Estaba dispuesto a averiguarlo?

Acercó su mano entrelazada con la de Itachi, y con cuidado le beso los dedos; casi metiéndoselos a la boca. Itachi lanzó un suspiro que, Sasori se dio cuenta más que complacido, delataba el ansía y el placer que aquello le provocaba.

A sus anteriores preguntas, sí. La verdad estaba más que dispuesto a intentarlo.

Itachi se inclinó y apartó su mano de la boca de Sasori, para posar los labios nuevamente sobre los del pelirrojo.

Continuaba apoyándose con el brazo libre, y lo uso como soporte para empezar a besar el cuello de Sasori. No parecía dispuesto a soltar la mano del más joven, incluso cuando alcanzó con la lengua el pezón izquierdo del pelirrojo. Hundió la nariz en su piel, aspirando el aroma que expedía Sasori, intentando identificarlo (sin éxito). Nada de lo que parecía sentir en ese momento podía ser expresado con ningún tipo de palabras que conociera. Escuchó el gemido que Sasori no pudo contener y pensó que si no se apresuraba a hacerlo seguramente se volvía loco. Trazó con la lengua una circunferencia, dejando un rastro de saliva antes de darle un pequeño mordisco.

—Ah… —gimió Sasori, dejando escapar un suspiro. Itachi apretó más la mano de Sasori, mientras recargaba la frente en el pecho del pelirrojo, a la altura del corazón. Puede que se tratara de su imaginación, pero podía sentirlo golpeando constantemente, a una velocidad casi irregular. El Uchiha le dio un último apretón a la mano de Sasori antes de soltarla, como indicándole que "todo iría bien"; aunque el Akasuna no dijo nada, casi pudo imaginárselo frunciendo el ceño y lanzándole una mirada asesina, de esas que realmente podrían matarte.

Una vez que tuvo la mano libre, acaricio el torso de Sasori hasta llegar a la cintura. Se preguntó mentalmente si el temblor del cuerpo debajo de él se debía al frío o a alguna otra cosa; como aquella "otra cosa" iban desde la fragilidad hasta el temor, Itachi se decidió por el frío. Bueno, pronto se encargaría de ello, pensó con una sonrisa lasciva.

No debía precipitarse; Sasori también tenía que disfrutarlo, cada instante. Así que no dejo de repartir besos en su pecho mientras su mano bajaba hasta el botón de los (estúpidos y estorbosos) pantalones de mezclilla.

El marionetista estaba estático, acariciando los cabellos de Itachi cuando sintió que la mano en su cadera empezaba a bajar lentamente hacia su miembro. La respiración se le volvió agitada mientras el Uchiha peleaba con el botón y el cierre. Cuando, segundos después logró soltar el pantalón, Sasori sintió que se aliviaba de no sentir la presión de una venda demasiado ajustada.

Antes de pensar en el tenue alivio, Itachi se echó de costado, alzándose a sí mismo con el codo antes de volver a encontrar sus labios con los del pelirrojo. El beso se estaba volviendo cada vez más profundo y cuando Sasori sintió que la mano de Itachi se metía debajo de su ropa para acariciarlo, el gemido que dio se ahogó entre la boca del moreno.

Itachi movía lentamente la mano, de arriba abajo sobre su ropa interior. La sensibilidad entre las piernas le hizo creer al pelirrojo que su miembro le iba a explotar de puro gozo. El Uchiha empezó a ceñir sus dedos alrededor de éste, para aumentar la velocidad. Durante un instante, Itachi apartó la boca de la suya y la acercó a sus oídos, sin dejar la tarea con la otra mano. Entonces, Sasori se mordió el labio con fuerza, para no soltar un gemido.

—Di que eres mío —le susurro Itachi, con la voz ronca. Sasori dejó caer la mano y enterró los dedos en la tierra, como si buscara algo de que asirse. Al no recibir respuesta, Itachi aumentó la velocidad y la presión —. Por favor, quiero escucharlo.

Sasori no le contestaba por vergüenza de que no saliera su voz. Itachi detuvo el movimiento y el pelirrojo se quedo estático; observó con atención al moreno, reclamándole y suplicando al mismo tiempo que no parara. El Uchiha le acarició con el dedo medio, toda la longitud que alcanzaba su mano a través de los pantalones, pero a Sasori no le parecía suficiente.

—Soy… —dijo, con apenas un hilo de voz y el aliento entrecortado—…tuyo, Ita…Itachi.

Ahora fueron dos dedos los que lo acariciaban.

—Mmm-mm —gimió Sasori, con los ojos cerrados. Llegados a este punto, Itachi sabía que eso no le bastaba al pelirrojo; algo en él lo sabía tan perfectamente como que él ya no iba a aguantar mucho tiempo. Tres, cuatro dedos. Cogió violentamente la muñeca de Sasori que le quedaba más cerca y la llevó a donde le palpitaba con fuerza la entrepierna.

Como si estuviera en un trance, Sasori comenzó a frotar la palma contra el cuerpo de Itachi. Al menos, pensó entonces mientras lo tocaba por encima de la ropa, no era el único que estaba pagando facturas de las caricias. Itachi lanzó un gruñido de placer y, segundos después volvió a detener su tarea y se alejo de la mano de Sasori.

—Deja de hacer eso —le recriminó Sasori de manera apenas inteligible. Itachi negó con la cabeza.

—¿El qué? —preguntó, casi burlón, pero con un timbre de urgencia en la voz mientras se ponía de nuevo encima del pelirrojo y le abría las piernas con las rodillas. Sasori se dio cuenta de que ya casi no había gentileza en sus movimientos, de hecho, incluso aunque guardaban la elegancia de un felino todavía, podía notar que éstos se habían vueltos ligeramente torpes.

—Ya no pares… —dijo, con cierta exasperación. Itachi le dedicó una media sonrisa lo besaba un segundo y luego se separaba para que sus ojos quedaran a la altura de su cintura.

—En eso estoy.

Itachi le deslizó los pantalones para quitárselos. El pelirrojo se quedó quieto, con los expectantes ojos fijos en el moreno. Hasta ese momento, los sentidos de Sasori habían pasado a estar a flor de piel y cualquier tacto que le hacía el Uchiha hacía arder la piel de forma agradable. Odiaba la distancia que los separaba por la ropa y le sobraban ganas de poder apartarlas de en medio. Claro que estaría más cómodo en alguna cama, donde la calidez de los muros y las sábanas no le prohibieran apreciar cierta comodidad mientras hacía el amor con Itachi; pero incluso ahora, con algunas piedras y ramitas clavándosele en la espalda, con la guerra azotando algún lugar no muy lejos de ahí, con el creciente temor de perder la oportunidad de hacerlo, Sasori no podía pensar en un sitio mejor. Estaba con Itachi, y aunque sonara increíblemente estúpido (porque lo era), eso le bastaba.

Una vez que sus pantalones estuvieron en sus tobillos, Sasori e Itachi pelearon contra los zapatos para quitarlo completamente. El frío que siguió hizo que Sasori ahogara una pequeña exclamación. Itachi tiró a un lado el pantalón y se inclinó para besar al pelirrojo una vez más. Qué ridículo era que el tiempo se detuviera en ese instante, ya no existía nada que estuviera mal. Apoyado en un brazo, Itachi le cosquilleo el torso y volvió a sobarle, haciendo que Sasori lanzara otro gemido, ahogado por los labios del Uchiha.

Al marionetista le temblaban las manos cuando empezó a desabotonar la camisa de Itachi. El calor que atravesaba las prendas hacía que, por un momento, todo pareciera una especie de ilusión, como si fuera imposible que ahí estuvieran los dos, literalmente entregándose el uno al otro.

Una voz resonó en su cabeza, tan firme que acaparaba todos sus pensamientos; no obstante, él siguió quitando la camisa de Itachi hasta dejar el torso descubierto y empezar a acariciarlo con ansías.

No lo conoces. No sabes nada de él. ¿Cómo puedes amarlo?

¿Y qué si apenas lo conozco? Realmente quiero estar con él para siempre.

Para siempre es mucho tiempo.

Cállate. Sé lo que estoy haciendo.

Deja de hacerte el maduro —en este punto, Sasori abrió los ojos con cierta violencia. Por un momento, pareció que iba a separarse de Itachi con un salto, como lo había hecho anteriormente—, porque tus acciones son más infantiles que las mías.

¿Deidara? —Sasori no sentía pánico mientras escuchaba la voz del rubio, incluso en un momento como aquel, pues desde un par de meses después de conocerlo, era Deidara el que hablaba dentro de su cabeza, recordándole las cosas que debía de hacer; invadía su mente cuando necesitaba pensar en algo profundamente, porque durante todos esos años juntos, él fue el único al que podía aferrarse para no caer…ya no recordaba bien las voces de sus padres o sus abuelos—, Deidara, ya no digas nada, por favor. Deseo que esto pase, quiero estar con Itachi.

Lo amas. Sigue repitiéndolo, hazlo hasta el último día de tu vida. Puede que sea cierto, pero ¿quién es Itachi? ¿Él sabe quién eres? —el tono resultaba amargo en los oídos de Sasori, no entendía que pasaba. Pero todavía seguía acoplándose al ritmo de Itachi mientras éste lo besaba y él mismo, con unas manos que casi ni le pertenecían, continuaba acariciándole, aferrando su espalda y pegándolo a su cuerpo. Sus oídos alcanzaban a escuchar los gemidos de ambos, pero no se estaba sintiendo real—. ¿Crees que en tan poco tiempo se puede amarte? No seas tan iluso; nunca ha ido contigo ser ingenuo.

Guarda silencio. No te importa.

Sigue repitiéndotelo, tal vez algún día llegues a creer eso. —Hubo una pausa antes de que Sasori abriera los ojos y mirara el cielo, con aire ausente—. El aire huele a sangre y muerte. Todos se convierten en muñecos de trapo manejados por la guerra; y ella está muy cerca. Puedes sentirlo. La tragedia se avecina; no sabes cuándo, pero ya está cerca. Este podría ser el último momento en que tú…

La voz se extinguió. Sasori volvió a caer en el embelesamiento de esas corrientes eléctricas que le hicieron estremecerse bajo el peso de Itachi.

Notaba exasperado cuánto le gustaba al Uchiha hacerle sufrir, porque justo cuando estaba a punto de correrse, dejaba la tarea.

—Sasori —le llamó Itachi y el pelirrojo respondió apenas con un movimiento lento de cabeza—. Ponte de espaldas a mí. Ahora.

Obedeció y se puso a gatas, ruborizado hasta que las mejillas eran iguales a su cabello; su aliento era entrecortado y jadeaba cada vez más. La brisa fresca apenas la percibió como algo ajeno, de otra dimensión. Itachi le deslizó los bóxers y el pelirrojo se sintió enteramente avergonzado, váyase a saber por qué, después de todo lo que ya le había tocado el otro.

El Uchiha le acarició la cadera y un segundo después, Sasori se tensó completamente, al sentir que dentro de él se deslizaba un dedo. Era una sensación extraña, y eso no hizo más que acrecentar cuando Itachi empezó a meter y sacar el dedo, causándole unos estremecimientos agradables que Sasori apenas podía evitar expresar entre los jadeos. Dos, tres dedos; quizá cuatro. Escuchó la risita que Itachi lanzó antes de sacarle la mano y acercarse tanto que podía frotar su paquete, con el cuerpo de Sasori. Luego, se inclinó para acercar los labios hasta su oído (dándole un beso en el hombro y otro en el cuello).

—Me toca —le susurró con la voz ronca. Sasori se limitó a fruncir el ceño.

—Hmph. A mí no me ha tocado —murmuró, casi en un plan de fastidiar aún ahora y otro poco como un puchero de verdad.

—Trataré de que sea al mismo tiempo.

Incluso aunque sus oídos zumbaban como si tuviera a un lado molestas moscas, Sasori fue capaz de escuchar las palabras del Uchiha, seguidos de la bragueta del pantalón. Sintió un retortijón en el estomago y luego como si mil mariposas batieran las alas dentro del mismo. Ante la comparación, recordó un día en que Deidara y él hablaban sobre una película de acción-amor, cuyo nombre en realidad no recordaba.

—Decir que cuando te enamoras sientes como si te dieran una patada en el estomago, me parece muy poco romántico. También dicen que parece que hubiera mariposas en tu interior, y eso ya raya en el cliché, hum. Yo creo que es como la música, cuando acaricia tus oídos y te lleva demasiados sentimientos como para identificarlos; también creo que es como el arte, lleno de delicadeza, trabajo y belleza, hum. Así que creo que deben de empezar a buscar otra manera de expresarlo.

Ahora, Sasori se hizo esa pregunta. ¿Qué sentía cuando estaba Itachi? ¿Qué sentía cuando lo miraba, cuando escuchaba su voz? Un placer que dolía; una felicidad efímera que le hacía sentir vivo; un martilleo en el cuerpo y como si estuvieran clavándole agujas en todas partes; embelesamiento, pasión, amor… ¿Cómo lo describía? Bueno, no tenía respuesta. Ese amor simplemente estaba ahí e, ¿importaba de qué manera?

Un dolor agudo le atravesó el cuerpo y le hizo ahogar un grito. Clavó las uñas entre la tierra y sintió cómo se metía ésta entre ellas y contuvo las ganas de empezar a limpiarlas. Apretó los ojos y soltó un gruñido mientras Itachi continuaba penetrándolo, dándole tiempo para acostumbrarse a la sensación, aunque no por eso, el dolor menguaba mucho. Su cuerpo tembló de manera en que, por un instante, creyó que sus brazos lo iban a dejar caer; sin embargo logró mantenerse quieto, con la boca abierta en medio de un grito adolorido y uno de placer.

Itachi hundió su miembro por completo y soltó un suspiro mientras Sasori dejaba escapar un gemido. Fueron un par de segundos antes de que el Uchiha lo cogiera por las caderas y retrocediera lentamente. El Akasuna se mordió el labio con tanta fuerza que seguramente terminaría sangrándole (probablemente tuviera un moretón a la mañana siguiente). Itachi repitió el proceso unas cinco veces antes de embestirlo con más fuerza y velocidad; gemía y jadeaba el nombre del pelirrojo y, aunque Sasori trató de no dejar escapar ninguna palabra, le resultó imposible unos segundos después, y compartió los mismos sonidos que el Uchiha mientras lo penetraba una y otra vez.

El dolor que sentía fue menguando hasta que lo único que sentía era un inmenso placer.

—Más… ahh, Itachi, más rápido… —le pidió Sasori en determinado momento e Itachi obedeció. Unos segundos después, Itachi sacó su miembro del interior de Sasori y tiró al pelirrojo de espaldas a la tierra y lo miró con un brillo apasionado. Le abrió las piernas y volvió a penetrarlo, esta vez casi sin delicadeza.

—Sasori —gimió con los ojos entornados al embestirlo. El pelirrojo se llevó una mano a la boca para cubrírsela, como si ella fuera el único testigo de lo mucho que estaba disfrutando esto. El Uchiha liberó una de las manos que había usado para sujetar y atraer hacía sí la cadera de Sasori y comenzó a masturbarlo; subía y bajaba la mano con rapidez mientras el pelirrojo lanzaba sonoros gemidos que lo incitaban a no abandonar la tarea—. ¿Se siente bien?

—Ahh…S…Sí. —A Sasori le pareció que Itachi hacía una especie de ronroneo como respuesta. Cuando llegaron al clímax y las sensaciones los golpearon, Sasori sintió curiosidad del por qué, al correrse, Itachi cerraba los ojos y gemía su nombre mientras derramaba su esencia en el interior del menor y en cambio, Sasori abría los ojos con sorpresa y se arqueaba, rodeando una vez más la cintura de Itachi con las piernas, acercándole tanto que el Uchiha terminó tumbado sobre él, con la respiración agitada.

El pelirrojo abrazo el cuerpo de Itachi y relajó los músculos; estaba intentando recuperar el aliento. Este, era el mejor lugar del mundo, pensó medio atontado. Un cansancio le cayó encima repentinamente, mientras deslizaba los dedos sobre la espalda del moreno, despacio y apenas como si acariciara el pétalo de una flor. Itachi no se separó de él y se mantuvo jadeando a su lado, con los cabellos negros haciéndole cosquillas en el hombro. El cuerpo de Sasori estaba invadido por un calor apacible, como si estuviera tumbado sobre el pasto en un día soleado.

—Itachi —le llamó, solo para saborear el nombre; por el simple gusto de decirlo. El cabello le ocultaba el rostro al Uchiha y Sasori envidió un poco de la facilidad que tenía el otro para acoplar su respiración. Durante un momento, se sintió débil, pero al siguiente, Itachi le besaba el cuello y se acercaba a su oído.

—Te amo.

Sasori abrió los ojos desmesuradamente y su corazón le dio un vuelco. La voz de Itachi había sido tan sincera que hubo un momento en que la sangre en su interior se detuvo antes de bombear con rapidez, echándole a consciencia que estaba (de verdad) con Itachi y que él (realmente) le había dicho eso.

Una sonrisa de lado cruzó su rostro; cualquiera podría malentenderla como un gesto ladino y egocéntrico, pero conforme pasaba el tiempo y la sonrisa se extendía, era obvia la felicidad marcada en los rasgos del Akasuna. Rodeó el cuello de Itachi con los brazos y lanzó una risa entre divertida y feliz.

—Yo también te amo.

0*0*0

El primer pensamiento que cruzó por la cabeza del rubio cuando despertó, con la luz grisácea del día atravesando la ventana, fue que Sasori no estaba en la cama que le habían concedido. Después de unos segundos mientras se tallaba los ojos y apartaba las sábanas de sus piernas, recordó que anoche había visto partir a su danna con Itachi.

Se sacudió los cabellos con cierto desdén; la cabeza le punzaba con fuerza y dentro de poco tendría migraña. Observó alrededor, en donde estaban Madara y Sasuke (sabía que Itachi había salido con Sasori en medio de la noche, claro, pero en realidad le sorprendió no encontrar a Tobi), ambos pilotos y los chicos extraños que acompañaban a la Familia Oscura (venga, eso último sonaba a una secta o algo parecido). Se lamió los labios que estaban extrañamente resecos y partidos. El frío le helaba los brazos desnudos mientras sacaba las piernas de la cama, con cuidado de no hacer rechinar demasiado ésta y poder salir afuera de esa habitación; incluso aunque allí se formara más calor gracias a todos los presentes, Deidara supo enseguida que si no salía, le daría un ataque de claustrofobia. Él no era muy propenso a molestarse por los lugares llenos de gente, como sucedía con Sasori, pero había despertado con un aguijonazo en la cabeza que no dejaba de gritarle que saliera pitando a cualquier parte menos ahí.

Cogió la camiseta que había llevado, ahora sucia y rasgada en ciertas zonas, y se la puso con un gruñido.

Sabía que la idea no era buena antes de terminar de pensarla y aún así no pudo evitar que el hábito de la urgencia por ver a Sasori se quitara de su mente. Se calzó observando a su alrededor, casi con la esperanza de que la puerta se abriera y apareciera el pelirrojo; sólo él.

Era una estupidez que él hubiera alentado el encuentro del Akasuna con Itachi y que ahora mismo, pareciera arrepentirse. Por momentos le resultaba difícil olvidar que había renunciado a esa (inútil) idea de poder estar con Sasori.

Echó un último vistazo a la habitación antes de salir. Se estremeció con el viento frío y estornudo. La gente ya comenzaba las tareas del campo y a Deidara le provocaron una sensación de normalidad tan fuerte que casi olvido que el país estaba en guerra. Era sorprendente que a ese lugar no le prestaran ningún tipo de atención y frente a sus ojos, detrás de algunas casas descoloridas, se extendieran las cosechas de maíz, tan doradas como el cabello del chico.

Cuando volvió la atención a los campesinos, notó que éstos lo miraban con recelo y supuso que no tenía por qué extrañarse, luego de que hubiesen armado todo un espectáculo al llegar. Debían de estar pensando en la forma en que él sujeto la pistola y disparó hacia aquel enorme sujeto que había tumbado a Sasori contra el suelo.

—Malnacido —susurró Deidara, con la ira retorciéndose en su interior. Nadie pareció escucharlo; todo seguía su curso natural.

Miró hacia el cielo nublado e inmediatamente frunció el ceño. Si tenía que ser sincero, aún odiaba el clima de Inglaterra, su aberración seguía en pie, así como muchas otras cosas que no cambiaron incluso luego de lo sucedido con Itachi y Sasori. Oh, sí; lo que es el amor juvenil, pensó con amargura e irritación.

Pateó la tierra y levantó una capa de polvo antes de salir caminando, intentando hacer caso omiso de las miradas que le dirigían y el viento frío que recorría su cuerpo. Metió las manos en los bolsillos y camino con la cabeza gacha. Era consciente de que apenas debían de ser las seis y media o siete, y que debió de haberse cepillado un poco la larga cabellera que ahora le caía con algunas marañas, sin embargo, ya no sentía que la apariencia pudiera representarle algún tipo de inconveniente con la guerra a cuestas y una alerta de peligro creciendo en su pecho. Tampoco es como si pudiera importarle un poco guardar una apariencia impecable y de cierta manera, perfecta.

Alguna vez, Sasori le había dicho que era hermoso, lo suficiente para desear inmortalizarlo en una de sus marionetas. ¿Tienen la más remota idea de lo cruel que eran esas palabras cuando Sasori no sentía realmente nada por él? Sí, era bello, pero nunca lo suficiente para el marionetista. Le dolía, incluso ahora que había decidido hacer todo para que Sasori fuera feliz…

—¿Qué es eso, mamá? —escuchó repentinamente a un niño pequeño y giró la cabeza en su dirección. Un pequeño niño de cabellos castaños y una gorra roja que decía "¡Kablam!" señalaba al cielo. Deidara alzó la mirada y arrugo la frente; una columna de humo negro se dibujaba por encima de los pinos verde esmeralda. A Deidara le causo una sensación de irrealidad y le temblaron las piernas mientras la mujer se llevaba al niño pequeño luego de soltar un pequeño grito ahogado que, a sus oídos, le pareció como un sollozo.

Él se quedo quieto, como una estatuilla. Nuevamente se pasó la lengua por los labios y barrió el lugar con la mirada. A su alrededor estaban varias personas que miraban el humo con temor y Deidara no los culpaba. Recordó las imágenes que había visto en la televisión y pensó en el caos, la muerte, el miedo y la desesperación que respiraron las personas en medio de este torrente de balas y dolor; no, Deidara no sabía qué se sentía estar ahí, y el temor que le empezaba a hacer meollo carecía de experiencia, porque claro que el miedo hizo que le temblaran las piernas, pero no sabía nada. Tampoco quería experimentarlo jamás.

Tragó saliva y buscó a Sasori. Necesitaba saber que estaba bien.

Iba a caminar en dirección cualquiera cuando de repente, alguien le cogió el brazo. Dio un salto y se giró sobre sus talones. Casi ni se sorprendió de ver a Tobi ahí, con una leve sonrisa que hacía brillar los ojos negros como si tuvieran dos estrellas dentro. Durante un instante, le pareció tierno, tal vez hasta un poco hermoso y pensó en la posibilidad de que Itachi también tuviera esa mirada.

—¿Está bien, Deidara san? —preguntó con un tono afable. El rubio chasqueó la lengua con irritación.

—Lo mejor que puedo estar luego de volver a dormir en una cama, hum —admitió, intentando que el malhumor y el pesar no se vieran reflejados en su tono o su mirada—. ¿Qué quieres, Tobi? —Pensó que no estaría mal que su voz fuera un poco agresiva (le faltaban ganas para querer estar acompañado), pero sonó bastante amable, hasta exhausto. Tobi observó el humo, pero apenas fue un vistazo que se desvió al instante.

—Me preguntaba si querría desayunar algo —contestó el Uchiha, como si no sintiera miedo. Deidara se admiro por aquel valor del buen chico, pero inmediatamente lo tomó por despistado o ignorante, al no reconocer el peligro. Miró sus ojos un segundo antes de responderse así mismo: No, la verdad es que Tobi sabía perfectamente lo que sucedía, pero no quería mostrar temor, era más bien que expresaba la necesidad de mantenerse firme ante las adversidades.

Sonría mucho y ante todo, sempai. Siempre habrá mil razones para ser feliz, aunque a veces no lo parezca.

—Supongo que no puedo pedir una bolsa de manzanas ¿cierto?, hum —comentó, con una media sonrisa. Tobi parpadeo antes de que leyera en la expresión del rubio que estaba haciendo alusión al primer día que se encontraron.

—Hay manzanas —le dijo, con un tono infantil—. Y pan tostado con mermelada también.

Luego de comer frijoles enlatados durante casi tres días, oír eso le supo a gloria. Se abrazó un momento, y volvió a buscar instintivamente a Sasori, sin éxito.

—Suena bien, hum. —Hizo una pausa y miró sobre el bosque, daba la sensación de que el humo se acercaba, pero luego de parpadear se dio cuenta de que se mantenía en el mismo lugar.

—Entonces vamos a casa, para despertar a todos.

—Por sí no lo has notado, no hay necesidad de despertarlos a todos —murmuro Deidara con el ceño fruncido. Un segundo después se giro hacia donde había venido—. Y ya en eso, ¿has visto dónde están Sasori e… Itachi? —trató de pronunciar el nombre del Uchiha sin desdén, pero al final apenas alcanzó a gruñirlo.

—Tobi no los ha visto —contestó Tobi con sinceridad—, de hecho los estaba buscando.

—Ah.

—¿Tiene frío? —preguntó el chico y Deidara dejó caer los brazos a los costados, como si le pesaran.

—No. Solamente me dio un pequeño escalofrío —no era una confesión que lanzaría cualquier día a cualquier persona—, pero nada del otro mundo, hum.

—¿Trajo una chaqueta?

—Es evidente que en este momento, no —contestó Deidara, medio sonriendo con cinismo—. Pero tengo una en donde nos quedamos, hum. —Miró a Tobi, curioso. El buen chico no parecía sentir el frío a pesar de la camisa de manga corta—. ¿No tienes frío?

El pelinegro rió tontamente.

—Estoy acostumbrado al clima, no se preocupe.

—No me preocupo, hum —le cortó Deidara, volviendo a los malos humores. Tobi asintió lentamente.

—Vale, lo siento. —Parecía que eso era cierto. Deidara echó la cabeza a un lado, aunque sabía que debía disculparse por su actitud.

Caminaron en silencio a través del sendero, hacia una casa en la que Deidara vio a una anciana sentada en el umbral de lo que supuso, era su casa. Frente a ella había una mesa con un mantel a cuadros rojos y blancos (al más estilo de un picnic) y sobre la superficie, estaban acomodados unos frascos de mermelada de piña, manzana y fresa. El estomago del rubio rugió.

Se ruborizo al notar que Tobi le miraba, con las cejas arqueadas.

—¿Eso ha sido su estomago? —le preguntó el Uchiha entre una risa. Deidara frunció el ceño y le miro, molesto.

—Cállate, hum.

—Descuide —respondió Tobi con la sonrisa sin desaparecer de su rostro—, ahora mismo compraré algo para que todos coman.

Deidara volvió a abrazarse a sí mismo y se quedó callado. La perspectiva de salir de Inglaterra consumía sus pensamientos desde que llegaron.

Salvar a los Uchiha y regresar a Japón, sanos y salvos.

¿Solo eso?

Sí.

—Buenos días, señora Azura —saludó Tobi cuando se toparon a dos pasos del sencillo puesto—. ¿Cómo está el día de hoy?

—Me duelen un poco las rodillas, pero nada más —contestó afable la mujer. Deidara la miró con atención; la piel manchada, el cabello encanecido y los ojos negros le recordaron un poco a Chiyo—. ¿De qué buscas el día de hoy?

—Quisiera una mermelada de fresa y —miro a Deidara—, ¿gustara Sasori san una de manzana? —El rubio se encogió de hombros, decidido a no darle mucha importancia. Tobi se rasco la nuca y miró a la anciana—. También una de manzana, por favor.

La señora le extendió dos frascos y una bolsa de pan tostado. A Deidara se le estaba abriendo el apetito justo cuando escuchó que la mujer reía levemente, con una voz ronca y débil.

—Qué bonito cabello tienes; tan brillante como el sol —le dijo y el rubio parpadeo, sorprendido. Luego se ruborizo ligeramente.

—Ah… gracias, hum —contestó, algo avergonzado. Tobi asintió.

—Sabía que no podía ser el único que pensara lo mismo del cabello de sempai —exclamó mientras cogía los frascos con una mano y se despedía amistosamente con la otra. Deidara se giró violentamente a observar al buen chico, no sabiendo si debía sentirse más avergonzado o un poco furioso—. Entonces, nos vemos.

—Espera, Tobi —llamó la mujer y Deidara notó el brillo en sus ojos—. Supe que tú y tu familia se irán pronto.

—Posiblemente —contestó con la voz triste.

—Oh, esa es una lástima y una suerte al mismo tiempo —dijo de manera taciturna la anciana—, la verdad es que me gustó mucho cómo tocabas el violín. Me habría gustado escucharte mucho más tiempo; hiciste que olvidara un poco las penas. ¿Y a dónde irán? —añadió justo después, observando a Deidara—. Si buscan refugiarse en cualquier otra parte, sería mejor si se quedaran aquí en vez de las montañas o las zonas de bosque.

El rubio tragó saliva y pensó en la columna de humo que todavía se alzaba por encima de los árboles; no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo había vivido aquella mujer y cuánto más le quedaría, con la guerra acercándose cada vez más, ¿qué posibilidades tenía de sobrevivir? Ella y cualquiera, se dijo con amargura. La mujer debía de tener mucho miedo.

Giró la mirada hacia otro lado.

—Es por Raiko sama —contestó Tobi, adelantándose al rubio. Éste se sorprendió por el tono serio del buen chico que había hecho cambiar su voz a una que a veces resonaba en eco dentro de la cabeza de Deidara, burlándose de él—. Amenazó la integridad de Itachi san. Mi padre cree que ya no debemos estar aquí.

¿A caso eres un cobarde? —le dijo la voz en su interior y Deidara retrocedió levemente, con el rostro algo pálido. Ni la mujer o Tobi parecieron notarlo. El Uchiha había convertido su voz jovial en una llena de severidad y algo parecido al resentimiento que le provocó un nudo en la boca del estomago.

—Raiko es un buen mozo —defendió la mujer con un toque exhausto y Deidara se contuvo de gritar que el sujeto había amenazado y maltratado a Sasori—. Algo obsesivo, pero bueno, al fin y al cabo. El amor es peculiar.

—No podría estar más de acuerdo —comentó Tobi, con la voz alegre de siempre. A Deidara se le destensaron los hombros y la mandíbula—, pero aún así creo que no debió de haber actuado de aquella manera. Itachi san nunca ofreció ninguna insinuación y es por eso que nos incómoda.

Azura lanzó un suspiro antes de alzar un hombro.

—Bueno, estoy a favor de eso último —dijo y luego sonrió con melancolía, como si hubiera leído la expresión que Deidara le dedico al pensar en la guerra—. Tobi, ¿tocarás una última canción antes de irte?

—No estoy seguro —contestó el pelinegro luego de unos segundos. Al ver la cara decepcionada de la mujer asintió—. Me encantaría hacerlo, así que pediré permiso.

—Hay que levantar a los que faltan y decirles. Una última canción para nuestras almas…

Deidara sintió que un profundo pesar le caía sobre los hombros y sintió ganas de llorar.

0*0*0

Incluso aunque el calor que compartieron anoche hubiese sido bastante, el frío una vez que pararon de hacer el amor los obligó a ponerse las ropas y abrazarse para dormir un poco. Por eso, cuando a la mañana Itachi despertó rodeando a Sasori y lo vio descansando profundamente creyó que todo se había tratado de un sueño.

Una piedra se le clavaba en el costado y él se removió algo incómodo, con lentitud para no despertar al pelirrojo. Sin embargo, antes de poder moverse bien, notó la pesada mirada de Sasori sobre él y bajó su atención. Durante la noche, Sasori había hundido la nariz en su cuello, como un cachorro que se refugia debajo de tu brazo cuando quiere dormir o tiene frío, acurrucándose para no moverse durante su pequeño letargo. Ahora Sasori alzaba la cabeza para mirarlo con mayor claridad, entornaba los ojos como si quisiera acostumbrarse a la luz gris que había en ese día nublado.

El Uchiha le pasó una mano por los cabellos de la frente y la descubrió un poco antes de depositar en ella un beso fugaz.

—Buenos días —le dijo, feliz. El pelirrojo pareció ronronear la respuesta.

—Buenos días, Itachi. —Se separó de Itachi para sentarse e hizo una mueca adolorida al hacerlo. Luego lanzó un suspiro. El moreno se sentó y lo miró, con una expresión curiosa y luego, entre divertida y sensual. Sasori le miró con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Qué?

—Nada. Solo estaba recordando algo importante.

—Al parecer eso te divierte —comentó mientras se ponía de pie—. Por tu bien, espero que no tenga que ver conmigo y lo que hicimos anoche. —Itachi dejó pasar las palabras, porque el tono de Sasori era avergonzado y tierno; además, de alguna manera sabía que el pelirrojo lo estaba amenazando realmente por si quería alardear del dolor con el que posiblemente hubiera despertado. El Uchiha suspiro, la verdad, había tratado de que no fuera demasiado—. ¿Qué tienes? Te ves como si te estuvieran regañando.

Itachi se puso de pie y sonrió de lado.

—Pareciera que eso es lo que estás haciendo. —Sasori le golpeó en el hombro e Itachi hizo una mueca de dolor—. Auch —murmuro antes de sobarse discretamente el brazo. Sasori se sacudió los pantalones.

—¿Qué hora es?

—Puede que sean las siete apenas —respondió Itachi, acercándose para sacudirle el cabello al pelirrojo, donde tenía enredadas algunas hojas secas—. ¿Tienes planes?

—Tengo hambre —admitió mientras se rascaba el cuello distraídamente. El Uchiha notó el moretón que empezaba a formarse por alguna de las mordidas que debió darle anoche; el labio también estaba ligeramente azulado.

—¿Nos quedamos otro rato antes de bajar? —se burló Itachi, antes de inclinarse y darle un beso en los labios. Sasori lanzó una exclamación, como si el otro le hubiera sorprendido con la guardia baja, aunque luego le respondió. Itachi pensó que nunca se cansaría de la suavidad de ese tacto. Fue el pelirrojo el que rompió el beso y lo miró, con una expresión ruborizada; no obstante, el Uchiha tenía que admirar la capacidad para verse como alguien que tiene todo eso fríamente calculado.

—La oferta es tentadora, pero de verdad tengo hambre. No he cenado y no recuerdo haber comido ayer, así que si no te molesta…

Itachi abrió los ojos y luego hizo una mueca de disgusto.

—Me hubieras dicho para que cenaras algo —le reprendió, con una voz grave. Sasori se encogió de hombros.

—Ayer con lo aliviado que estaba de verte vivo (aunque no precisamente cuando te encontré, hay que admitirlo), se me olvido lo hambriento que estaba.

—Eres un necio por ello. —Hizo una pausa y negó con la cabeza, como diciendo que no le podía hacer nada—. Entonces será mejor que vayamos a desayunar algo.

Sasori se limitó a asentir y se dirigió de regreso al pueblo, con Itachi a un lado, lo suficientemente cerca para que sus hombros se rozaran. Después de lo que había pasado anoche, Sasori pensó que esa cercanía le era insuficiente. Las mejillas le ardieron y se volteó hacia el otro lado, para que Itachi no lo notara.

Un segundo después sintió la calidez de una mano ciñendo la suya con delicadeza. Itachi le estaba tomando de la mano, como si fuera lo más normal del mundo. Él se giró a verlo, e Itachi compartió esa mirada.

Claro que era lo más normal del mundo, pensó Sasori, respondiendo a apretar de manos entrelazando los dedos con los de su novio. Vaya, qué bien le sonaba aquello último.

Llegaron a las inmediaciones del lugar y lo primero que les recibió fue la imagen de una gente desanimada y algo triste, como si les pesara mover los pies. Itachi se tenso mientras que el pelirrojo sintió un escalofrío bajándole por la espalda.

—Oh, miren nada más —dijo una voz a sus espaldas, y tanto Itachi como Sasori se giraron para ver a Raiko, que estaba cruzado de brazos y les sonreía como si fueran camaradas de toda la vida. Nadie en el sitio pareció prestarle mucha atención a ninguno de los tres. Los ojos verdes del hombre parecían aguas turbias e Itachi chasqueó la lengua, fastidiado—. Los dos tortolitos al fin regresan de un buen paseo, ¿eh?

—¿Qué quiere ahora, Raiko san? —preguntó Itachi, con una mirada ponzoñosa. Raiko se encogió de hombros y dejó caer los brazos a los costados.

—Solamente estoy a punto de empezar las tareas del día —admitió, tallándose la nariz—. Debo suponer que no puedo contar con tu bella presencia, ¿verdad?

—En efecto —respondió Sasori, molesto porque el otro pareciera ignorarlo completamente. Raiko le dirigió una mirada desdeñosa.

—No te hablaba a ti, niñito.

—Oh, ¿estuviste toda la noche inventando ese ridículo sobrenombre? Supongo que sería grosero despreciar tu mejor intento.

—Haz lo que quieras, mientras no te metas en las pláticas de adultos, cabeza de tomate.

—Creo que ese está mejor, ¿lo inventó alguna de las piedras que están tiradas por ahí? —dijo Sasori con sarcasmo. La mirada de Raiko se ilumino de rabia ante la forma de rechazar sus insultos. Itachi lanzó una pequeña risita. Pudo notar lo encolerizado que estaba Raiko en ese momento.

—Ya verás, encontraré una piedra para hundirte en la cabeza. —Dijo mientras avanzaba un par de pasos hacia ellos. Normalmente, Sasori no se tomaba enserio ese tipo de amenazas, pero Itachi lo empujo hacia atrás y se interpuso en el camino de Raiko, observándole amenazadoramente.

—Como le pongas un dedo encima, te cortaré la lengua y amputaré tus manos. —Susurro Itachi con un gruñido gutural, casi ininteligible para las otras personas además de ellos. Raiko sonrió un momento ante las palabras del Uchiha, pero la mirada del moreno era tan profunda y brillaba tanto con sed de sangre que terminó poniéndose ligeramente pálido. Sasori sentía en los huesos un frío glacial—. No dejaré que lo vuelvas a tocar.

Raiko tragó saliva ruidosamente, mientras las personas se detenían a verles. Sasori creyó estar en uno de esos espectáculos de marionetas en la que la tensión contra el villano era tan palpable que de estirar la mano podrías tocarle. El hombre lanzó una carcajada y se estremeció.

—Que ojos de asesino tienes —comentó, con un deje burlón—. Dispuesto a todo por los que amas ¿eh? Me gusta, pareces un personaje de película. Eres buen actor, o lo dices en serio.

—No es broma —contestó Itachi entre dientes. Hubo un momento de silencio antes de que Raiko borrase su sonrisa.

—Ya lo creo. —Diciendo eso, se dio media vuelta y se fue. Itachi se giró a ver a Sasori, mientras éste notaba el brillo sádico en su mirada; un brillo que desapareció casi al instante de verlo.

¿Quién es Itachi?

Ahora se ve diferente.

¿Verdad que sí?

—Todo estará bien —le dijo el Uchiha, mientras volvía a tomarlo de la mano y lo arrastraba consigo—. La tensión por lo que viene es demasiado pesada.

—¿De qué estás hablando? Itachi… —murmuro Sasori, desconociendo de pronto al Uchiha. Pero luego eso desapareció, como si alguien hubiera quebrado un cristal con un reflejo falso. Miró hacia atrás, por donde iba Raiko, observándoles a ambos por encima del hombro.

0*0*0

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Uno, dos, tres…

Sasuke seguía aventando al aire la pelota roja del tamaño de su palma, mientras caminaba en busca de su primo y su hermano, así como también de los chicos que habían salido con ellos. Seguía pensando en el rostro iluminado que había tenido Itachi cuando se encontró con el pelirrojo.

Antes de irse a la casa había escuchado a los campesinos hablar de esa misma reacción; no es como si les extrañara, pero parecían inmersos en un gran espectáculo.

—Lo que dice mucho sobre lo aburrido que es aquí —comentó Sasuke con un suspiro, cogiendo la pelota y apretándola sin volverla a aventar. Quizá la impresión era por haber visto a Madara y el otro chico disparando a uno de los suyos.

Sasuke nunca vio que Madara cogiera un arma, aunque estaba seguro de haber escuchado a Tobi alguna vez, decir que cuando jóvenes, Fugaku y Madara habían estado enlistados en el ejército. Eran de ese tipo de momentos locos que vivían los hombres en los que no sabes muy bien en qué emplear tu vida y lo de las armas suena lo más interesante del mundo; proteger a tu país y todas esas cosas. Al menos Madara había tomado consciencia de que esa vida no era para él y salió con algunos diplomados en medicina, mientras que su padre siguió enlistado hasta convertirse en uno de los más grandes generales; fue en una de las fiestas de conmemoración que alguien hizo explotar el carro donde iban él y su madre. Había sido repentino y supuestamente, no sufrieron.

Miró el cielo y en sus oídos rezumbó el recuerdo de las bombas cayendo sobre la calle, los gritos y la carrera; la sensación de haber soltado a Itachi y haberlo perdido entre la gente, pensando que si no regresaba con él, moriría. Se estremeció y volvió a lanzar la pelota.

Una, dos, tres, cuatro…

Había estado triste y llorado muchas noches cuando supo lo de sus padres. En ese entonces tendría seis o siete años y la pérdida marcó a Sasuke de una manera especialmente dolorosa e Itachi lo había rescatado de ese trance en que la vida era una tortura, como si estuviera a punto de volverse loco. Esa vida le parecía la visión de un reloj cuyo puntero no avanza nunca del mismo lugar, pero sigue sonando, más y más fuerte cada vez, taladrándole el cerebro desde los oídos.

Cinco, seis, siete.

Sasuke comenzaba a sentirse un poco fuera de lugar, y no fue hasta esa mañana en que pareció darse cuenta de que le urgía salir. Él no tenía deseos de morir en Inglaterra; ni siquiera alucinaba con poder proteger su patria. La quería como cualquiera, pero no se sentía capaz de sacrificarse por ella. El día que partieron lejos de lo que había sido su hogar, Madara les dijo que iban perdiendo, que las fuerzas de la nación se estaban rompiendo y que empezarían a buscar a cualquiera que pudiera sostener un arma para llevarlo al campo de batalla.

—¿Para qué? Solo los llevan a morir, y no estoy dispuesto a dejar que eso les suceda —dijo entonces su tío, en un murmullo que parecía venir de un sueño borroso.

Sasuke lanzó una maldición, deseando salir de ese lugar pronto. No quería demostrar lo aliviado que estaba luego de escuchar a Kakuzu (creía que así se llamaba) decir que tenían un jet que usarían para llegar a Japón. Habían planeado salir esa misma tarde y Sasuke solamente podía controlar sus nervios con la pelotita que lanzaba de nuevo al aire.

En algún momento dio un traspié con una piedra y la pelota se le escapo de las manos y rodó por el suelo. Frunció el ceño mientras recuperaba el equilibrio y perseguía el juguete. Por alguna razón su corazón latía con fuerza y no podía hacer que parara; casi le quitaba el aliento.

La pelota chocó a los pies de alguien y esa persona la recogió. Sasuke identifico casi inmediatamente a su hermano. Itachi se enderezó y miró al menor con una sonrisa, a su lado estaba Sasori, observando distraídamente a cualquier parte.

—Es la primera vez en meses que te veo sacar la pelotita contra estrés —comentó Itachi, tratando de sonreír. Sasuke lanzó un bufido.

—Hay muchas razones para sacarla —respondió, arrebatándole la pelota y cruzándose de brazos—. Además, tú no puedes burlarte de mí con tantas manías nerviosas que tienes.

Sasori giró la cabeza y sonrió al ver la expresión de Itachi, que era muy cercana a convertirse en un puchero. Sasuke se removió un poco incómodo al ver que ambos se sujetaban de las manos, no es que le molestara, pero siempre había odiado ser el mal tercio.

—Estúpido hermano menor —fue lo único que dijo Itachi, un poco molesto. Luego, se echó los cabellos hacia atrás. Sasuke pensaba que a su hermano extrañaba su cabello largo incluso aunque no se veía tan mal ahora; supuso que se trataba del recuerdo que le traía de que su mundo había cambiado completamente, que había matado a un hombre—. Como sea… —añadió con un deje incómodo en la voz—. Sasuke, creo que debería de presentarte oficialmente a Akasuna no Sasori.

No era la primera vez que se veían y la noche anterior se habían presentado todos rápidamente, así que el Uchiha menor obvió las palabras de su hermano añadiéndoles el "mi novio" después del nombre del pelirrojo. Metió la pelota en la sudadera y extendió una mano hacia Sasori.

El pelirrojo lo miraba entre inquisitivo, receloso y (se sorprendió al pensar) un poco intimidado; como si de no aprobarlo Sasuke, el escritor se fuera a separar de Sasori, lo que le parecía algo estúpido al más joven porque, ¿cómo iba a ponerse en contra si veía tan endemoniadamente feliz a su hermano? De todos modos, se permitió sentir el poder que le concedía inocentemente el Akasuna.

—Mucho gusto —dijo con amabilidad enseguida Sasori le estrechó la mano. El rastro de superioridad que había sentido Sasuke desapareció como si fuera una bomba de jabón, porque el pelirrojo ya no demostraba esa sumisión del principio.

—Es un placer —contestó Sasori después de él—, Uchiha Sasuke. Conozco de tu trabajo y me parece impresionante.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —dijo Sasuke soltando al pelirrojo y dirigiéndole una mirada sincera—. Aborrezco los lugares repletos de gente y normalmente así estaba el teatro desde que llegaste. Pero estoy seguro de que es maravilloso —le dirigió una mirada vengativa a su hermano—, después de todo, Itachi se enamoró de tus espectáculos.

—¡Cállate, Sasuke! —le reprendió el aludido, ligeramente ruborizado. Sasori arqueó las cejas y se encogió de hombros.

—No es como si fuera un gran secreto, Itachi.

Sasuke lanzó una carcajada, verdaderamente divertido.

—Me cae bien. —Admitió, echándose los cabellos para atrás—. Te pone en tu lugar.

—Tsk.

Hubo un silencio entre ellos y Sasuke metió la mano al bolsillo donde estaba la pelota para apretarla y deshacerse de su incomodidad y tensión.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Itachi, con esa actitud afable que siempre tenía con él. Sasuke se encogió de hombros.

—Los estaba buscando a los cuatro; Madara está apresurando las cosas para salir de aquí pronto —respondió Sasuke y su cara se tornó seria. Itachi frunció el ceño y Sasori echó un vistazo alrededor—. Así que salí a buscarlos, solo para matar el tiempo.

El menor dejó tácito que los nervios lo estaban comiendo por dentro. Itachi asintió.

—Vale.

Sasuke miró sus zapatos, como si en ellos pudiera encontrar algún tipo de respuesta a una pregunta no formulada. Se mantuvo estático durante unos segundos, pensando en dejar escapar las palabras o no hacerlo. La verdad es que Itachi y él se habían vuelto solitarios desde la muerte de sus padres; cada uno buscó la manera de escapar a esa realidad, para Itachi había sido la escritura y para él, la pintura. En ella solía sentirse a salvo, recurría a ella cada vez que creía que su hermano no podría entenderlo. A veces, por muy amigos que podían ser, la distancia podía ser como un vasto océano y Sasuke ahora sabía qué era exactamente eso: Su hermano era gay. De nuevo, a él no le molestaba en lo absoluto, de hecho, creía alegrarse de que Itachi lo admitiera, porque parecía haberse librado de algo que cargó durante mucho tiempo, en silencio como todo aquello que Itachi sentía.

No podía dejar pasar el poco rencor que se formaba de pensar que Itachi no se atrevió a confesarle nada antes porque le daba la sensación, de que el mayor tenía la ridícula idea de que él lo despreciaría por ello. Bueno, ¡vaya intelecto Uchiha! Ahora mismo, Itachi le parecía un completo idiota.

Hubo unos vítores a varios metros y los tres chicos se giraron a ver. La gente se reunía en el umbral de la casa donde ellos se habían quedado los últimos días. Madara asomaba la cabeza por la puerta, siguiendo a una entusiasmada Konan que aplaudía de una manera que Sasuke ya sabía identificar como una señal de que Tobi estaba a punto de tocar.

—¿Qué pasa? —preguntó Sasori, alzando la cabeza por si acaso podía ver entre el montón de gente que se arremolinaba y se quedaba callada un segundo; el ambiente adquirió el silencio de un cementerio antes de que se rompiera con la aguda nota de un violín que inmediatamente le encogió el estomago a los tres chicos.

Las notas se iban siguiendo las unas a las otras y atraían a la gente dispersa al mismo punto, como polillas a la luz. Sasori frunció el ceño antes de jalar a Itachi hacia ahí, y Sasuke no tardó en seguirlos.

No se molestaron en abrir a empujones a las personas y simplemente se quedaron quietos, escuchando la melodía. Ésta era suave y bajaba de volumen con un equilibrio perfecto. Sasuke cerró los ojos casi por instinto, como sucedía cada vez que Tobi componía una melodía; la que estaba tocando ahora ya la conocía, el buen chico la usaba cada primer día del mes, porque inspiraba a seguir sonriendo. Tobi, pensó Sasuke, siempre hallaba un buen momento para sonreír y te contagiaba. La música que él componía (y esa en especial), siempre le produjo una sensación de renacimiento; Tobi le había dicho que el día que compuso esa canción había soñado con un árbol gigante, de tronco grueso con las raíces poderosas que le hacían parecer imponente, la vida y la belleza en las hojas era esmeralda en primavera, dorada en otoño, pero en invierno todas las hojas se secaban y caían, trazando un bello camino sobre el pasto amarillo, las ramas se cubrían de un blanco esplendoroso, tan puro que aunque la copa estuviera seca y careciera de hojas, la nieve lo cubría y lo volvía bello, hasta que en la primavera (el tiempo corría impresionantemente rápido, le contó Tobi entonces) volvían a florecer las hojas y los colores le devolvían la vida al árbol.

—Aún así me gusta mucho más cuando la nieve le cubre, porque me recuerda que las cosas siempre volverán a florecer y que incluso en los momentos difíciles, siempre habrá algo bello a lo que aferrarse. Así fue, es y será la vida.

Unas sensaciones de tranquilidad se apoderaban de Sasuke y estaba seguro de que con todos sucedía lo mismo. Era increíble lo que Tobi lograba; el violín, que trazaba notas melancólicas no te ponían en absoluto triste, realmente prometían que todo iba a estar bien… solo tenías que sonreír. Porque es fácil dejarse caer, pero es un héroe el que a pesar de eso no se deja vencer y se levanta, una y otra vez.

Abrió los ojos y sacó la mano de la sudadera, soltando la pelota al instante. No la iba a necesitar durante un tiempo, estaba seguro de que todo saldría bien.

0*0*0

Deidara estaba parado a un par de metros de Tobi y mientras lo veía tocar, con los ojos cerrados y entregado a la melodía. Ésta era tan hermosa como La sonata del fantasma y le provocaba sensaciones poco identificables que lo golpeaban constantemente, llamándole como si pretendieran abrazarlo y darle consuelo. Una vez más, al escuchar a Tobi, se le había olvidado el dolor que le causaba haberse enamorado de Sasori, pero le recordaba que no era culpa de ninguno que eso sucediera. Esta canción le pedía no arrepentirse y mirar hacia delante, como siempre lo había hecho; le decía que era fuerte y que encontraría la paz que tanto buscaba.

Sentía que flotaba y todo se quedo absorbido en una oscuridad profunda. Entre esos momentos de soledad, se dibujaba una silueta delgada y alta, de cabellos ébanos y piel blanca, de ojos negros que brillaban. Y ahí estaba Tobi, alzando una canción, casi una plegaria, para que la paz viniera a estas personas que empezaban a espantarse, que temían de la guerra y la destrucción de su hogar. Su música parecía llevarse el alma a un lugar distante donde la paz reinaba y eso, logró hacer suspirar a Deidara sonoramente.

Una sensación cálida se instaló en su pecho mientras la brisa jugaba con sus cabellos. Inglaterra, en su día gris y aburrido al mismo tiempo que aterrador, se convirtió en un sitio de luz y calor, lleno de vida y cielo azul.

Usted brilla como el sol.

Tragó saliva, porque la sentía repentinamente seca.

Sus ojos son como el cielo de verano.

Pero ya no era igual que antes, porque es cierto que el amor destruye.

¡Usted me gusta mucho, Deidara san!

¿Soy un fantasma?

Usted no lo es; está vivo.

¿Qué tan vivo se puede estar si la persona que se ama está enamorada de otro?

Lo suficiente para salvarse.

¿Salvarme? ¿Cómo en tu sonata?

Deidara frunció el ceño y se mordió el labio inferior con fuerza, notando el sabor metálico y amargo de su propia sangre. Apretó los puños y toda sensación de felicidad se extinguió en ese momento.

Estoy perdido. Siempre lo he estado.

Eres un idiota —le dijo aquella voz que tanto odiaba—. Eres un idiota por creer que de verdad había una salvación para ti.

¡La había, cállate! Me lo prometió…

¿Quién?

Tobi…

¿Y le creíste, como lo hiciste conmigo y con Sasori?

Abrió los ojos violentamente y, retrocediendo hasta casi dar un traspié, se dio media vuelta y echó a correr lejos de aquella multitud. Se sentía atrapado y la garganta se le cerraba como si lo estuvieran ahorcando con una cuerda.

El pánico se abrió paso a través de él mientras empujaba a las personas. Las escuchaba maldecir y gritarle; alguien le aferró la muñeca y le gritó algo (Deidara estaba seguro de que se trataba de Hidan, echándole bronca por haberle pisado), pero no le importó y se zafó antes de salir corriendo lejos de ahí, sintiendo las miradas pesadas sobre su persona. Algo en su cabeza martilleó con fuerza y le dijo que ese instante, en que perdió el control, le devolvía a ese día lluvioso en que tenía que escapar de todo lo que conocía, cuando Sasori besó la marioneta de Itachi, como si él no existiera. El pecho le dolía entonces igual que ahora y perdió la visión del mundo real, hasta el punto de que iba a caer en una coladera, pero Tobi lo había sujetado, lo apretó contra su pecho.

¡Dolía! Seguía doliendo hiciera lo que hiciera. Por eso, solo quería escapar; sólo le quedaba eso.

—¡Deidara! —gritó alguien en la lejanía mientras él se alejaba y dejaba de escuchar el bello sonido de la música.

0*0*0

Tobi no pensaba muy bien cuando dejó caer el violín al suelo y empezó a seguir a Deidara, tampoco se esforzó en entender exactamente lo que había sucedido.

El corazón le dio un vuelco en el momento en que salieron del territorio de las casas y un olor extraño lo golpeó. Levantó la mirada, esperando encontrarse con aquella columna de humo que habían visto, pero el cielo estaba tan gris como siempre; si las nubes que había detrás de él se movían un poco, un rayo solar atravesaría el lugar y podría recostarse en el pasto a sentir su calor.

A Tobi nunca le había gustado los días fríos y apreciaba mucho aquellos en los que salía el sol. Hace unos tres años, había dado un concierto en Moscú y la brisa helada apenas la soportó. Ahora era igual, por alguna razón se sentía frío como un cadáver.

—¡Deidara! —volvió a llamarle una vez que el chico atravesó las grandes columnas de árboles que parecían doblarse para atrapar al rubio—. ¡Espere, por favor!

Puede que alguien más los estuviera siguiendo, pensó Tobi mientras se le ponían los nervios de punta. ¿Había hecho algo malo al tocar esa canción? ¿Puede que hubiera despertado emociones que Deidara no podía controlar? Siempre lo hacía mal, pensó el moreno trastabillando y apoyándose en la mano para levantarse inmediatamente (una piedra se le clavó tan profundamente que no contuvo una palabrota). Estaba cansado de arruinar todo con el rubio, porque de verdad quería agradarle, hacerle saber que… ¿Qué? Lo único que terminaría mostrándole es que estaba mal de la cabeza, por amarlo sin siquiera conocerlo.

Y sin embargo, Tobi no dejaba de soñar despierto en deslizar los dedos entre ese cabello sedoso, de pronunciar su nombre hasta quedarse sin voz.

Se había fijado en muchas personas, de casi todo tipo y de caracteres muy diferentes. Solía tener preferencias por los rubios, pero desde el primer momento en que vio al rubio sintió algo nuevo, una especie de conexión que le dijo que su destino estaba sellado. ¡Y Tobi no lo dejaría marchar sin al menos pelear! No es como si fuera un necio, pero necesitaba estar cerca de Deidara, porque desde que cruzó la mirada con aquel par de ojos azules, se quedo sin aliento, se le murió la esperanza de que todo estuviera bien. Si no estaba con Deidara, estaba seguro de que no valdría la pena nada.

Antes Tobi se había preguntado cómo es que Itachi y Sasori podían amarse sin apenas conocerse, pero ahora lo sabía. Era una sensación incontenible y que ardía en su pecho, extendiendo las llamas por todo su cuerpo, un alegre estremecimiento que lo hacía sonreír como un completo idiota sin darse cuenta de que lo hacía, le llenaba la cabeza con melodías de amor que alcanzaban un nivel superior al que nunca llegó. Intentaba decir algo con las melodías, pero no podía hacerlo si Deidara se rehusaba a escucharlo.

¿Y por qué seguir insistiendo?

No lo sabía. Se lo dijo una y otra vez mientras por fin, luego de saltar una rama y rasguñarse con otra, se detuvo en seco y observó que Deidara observaba el suelo, con la respiración agitada y los ojos desencajados.

Tobi jaló una bocanada de aire para recuperar el aliento.

—Deidara, lo siento, yo…

—¡Cierra la boca, imbécil, hum! —gritó Deidara, apretando los dientes al final de sus palabras. El mechón rubio que le caía sobre el rostro escondía entre sombras uno de sus ojos, y el otro estaba cerrado con tanta fuerza que Tobi se sorprendió de que el chico no se quedara ciego—. No entiendes nada. No pretendas saber ´por qué he venido aquí.

—Ha sido por mi culpa, ¿no?

—¡Sí! Lo ha sido. Te odio. Odio que sigas en mi cabeza cada vez que pienso en Sasori y la forma en que… no logré que me correspondiera —la última oración pareció morir en sus labios sin que tuviera la menor oportunidad de alzar la voz. Tobi sintió que se le hacía un nudo en el estomago.

—Solo quiero entenderlo y estar cerca de usted.

—¡Yo quiero alejarme de ti, hum! —su voz sonaba quebrada y le produjo a Tobi una punzada en el corazón—. No entiendo cómo puedes seguir molestándote en ello.

—No me molesta seguir luchando.

—Pues a mí me molesta que lo hagas, porque no dejas de recordarme que Sasori hace lo mismo conmigo. ¡Al igual que yo con él, tú no tienes ninguna oportunidad conmigo, hum!

Tobi hizo una mueca de dolor y contuvo un gemido.

—¿Cree que me importa? —preguntó entonces el buen chico—. Deidara san, si yo fuera una persona tan inteligente como mis primos, ya habría parado de intentarlo hace mucho tiempo. Pero no pierdo la esperanza.

—Piérdela, piérdela. ¡Vete a la mierda y déjame en paz! —Y se dejó caer sobre la tierra con un golpe sordo, cubriéndose el rostro con las manos.

Tobi se estaba acercando al rubio con un paso lento, abriendo la boca para decir algo, cuando hubo un zumbido. Pareció lejano y durante un instante calló todo alrededor.

Deidara abrió los ojos desmesuradamente y gritó lleno de dolor. Tobi sintió que el cuerpo se le hacía pesado al ver las sombras de quince hombres escondidos detrás de los árboles.

—¡Lo encontramos! —gritó uno—¡Encontramos al puñetero que mató a Haru!

Tobi apenas fue consciente de la mancha roja que aparecía en el hombro de Deidara antes de que le dispararan a él y las balas le pasaran zumbando cerca de la cabeza.

TO BE CONTINUED


¡Y listo, sempais! Valiente aquella que termino de leer esta cosa (xD), pero igual espero que les haya gustado y cumplido sus expectativas (en especial las tuyas Sasugirl13). Ha sido ciertamente dificil escribir la parte del lemmon y me plantee mil veces borrarla, pero no quería deshechar los esfuerzos (7.7U) y ¿para qué negarlo? Quería ponerlo (*-*).

Solo tengo retazos de algunos detalles que he puesto en esta continuación así que disculpen si es un total fracaso, no vino nada mejor. También quiero invitarlas cordialmente a escribir una historia ItaSaso, porque realmente esta pareja tiene un gran potencial y muchos sitios de dónde sacar ideas. ¡No flaqueen! Si pueden contribuir en esta buena causa, se los agradeceré mucho porque, (xD) el gusto por ella como que se me está yendo (7.7U), bueno, al menos estoy segura de que otras historias aquí volverán mi gusto, así que se los súplico, no lo echen en saco roto o Jashin las castigará.

Bueno, espero que hayan disfrutado de alguna manera de esta continuación, se animen a escribir; ¡En especial un review! (x3) Y por ahora, Mary se está despidiendo.

Matta ne, sempais (owo)/

PD: Ya casi entro a vacaciones, así que prometo no tardar tanto como ahora; pondre todo mi empeño en no olvidar el ItaSaso, así que también tengan paciencia. Sin embargo, hay ciertos asuntos que debo tratar y no sé si pueda cumplir al cien por cien esta promesa, pero de que este fic tendrá un final lo tendrá. Pero entre menos reviews, menos rápido será la continuación (7.7) Bajo advertencia no hay engaño, dicen por ahí (xD)