Hola. ¿Cómo están? Les presento un oneshot de Draco y Hermione. Espero les entretenga :)

Summary: Así como Ollivander no olvida un rostro. Ningún niño, sin importar su sangre, olvida el día en que compró su primera varita.

Summary 2: Hermione y Draco, a la edad de once años, comparten la experiencia de obtener su primera varita.

Disclaimer: HP no me pertenece.


Pareja perfecta

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"Al comenzar mi carrera, cuando veía a mi padre esforzarse con materiales de mala calidad para el centro de las varitas, tales como pelo de kelpie, concebí la ambición de descubrir los centros de más calidad y trabajar solo con ellos cuando me llegara la hora de hacerme cargo del negocio familiar. Y eso es lo que he hecho". Garrick Ollivander.

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La campanilla del fondo de la tienda volvió a sonar cuando Hermione entró, detrás de la estricta profesora. Escuchó silenciosa los saludos que la señora MacGonagall ofrecía a las únicas dos personas presentes, un anciano y una mujer, que le respondieron con confianza y amabilidad.

—Señorita Granger, pase por favor—habló MacGonagall. Temerosa, por la picazón que se había acomodado en su nuca al entrar, Hermione dio tres pasos al frente, no necesitaba dar más para estar cerca.

—¿Primera varita, eh?—preguntó el anciano con una amable sonrisa en el rostro. La chiquilla sonrió emocionada, dejando entrever sus dientes de enfrente, un poco largos, para su rostro pequeño.

—Hoy he tenido un día interesante—habló el hombre mientras sacaba de su bolsillo una cinta métrica, antes de decidirse a examinar a la niña, habló con las dos mujeres mayores—Profesora, le comentaba a Narcissa que Harry Potter estuvo aquí, muy curioso. Juzgue usted, un muchacho destinado a grandes cosas, con los mismos ojos de Lily, le decía a Cissy. Salió de aquí con la varita gemela de quien-no-debe-ser-nombrado—.

Hermione prestó atención a la conversación, había tenido el tiempo suficiente, y, sobretodo, gracias a un libro que la señora MacGonagall le había prestado, conocía la historia de Harry Potter, el niño que vivió. Por lo que aquella conversación le atraía, lo mismo que las ropas que usaban y sus extrañas varas de madera, que guardaba en los bolsillos de las túnicas.

MacGonagall frunció el ceño, adquiriendo una postura un poco rígida, para su ya estricto semblante. Prefirió guardar silencio.

El anciano, Ollivander, dirigió sus orbes plateados a Hermione, nuevamente, le sonrió amable y aclaró:—Pero no hay dos varitas iguales—.

—Como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales—terminó la niña, sin poder evitar participar en aquella conversación, tan fuera de lo común, para su mundo. Tres adultos conversando sobre magia, como si fuera lo más cotidiano del mundo.

Tanto Ollivander como MacGonagall se mostraron satisfechos con el conocimiento de la niña. Narcissa la observó con atención, prestándole atención a los gestos y a las claras señales de su procedencia no mágica.

—No siempre fue así—murmuró Ollivander, puso su mano en el brazo de la mujer rubia y le sonrió, después se dirigió nuevamente a Hermione, contó:—La madre de Narcissa—golpeó suavemente el brazo de la mujer—Me rogó que incluyera un colmillo de serpiente como núcleo de su varita. Mi padre habría aceptado, pero yo no. La constancia de la magia solo se logra con tres sustancias mágicas, la correcta selección de madera y el talento del mago o bruja—.

La mujer, de ojos añil, se dirigió a la niña, le sonrió amable, al tiempo que sacaba por el alto cuello de su túnica esmeralda, una cadenilla plateada que sostenía un óvalo de alguna aleación metálica.

—Una inventora aceptó construirle esto a mi madre con la potente magia del colmillo—Hermione supo que se trataba de un relicario, la mujer se lo acercó para que pudiera observar mejor. Un perfecto óvalo plateado, de unos tres centímetros de largo, con un punto negro en el centro. Si observaba el punto negro y entrecerraba un poco los ojos, como no tardó en descubrir, se revelaba una especie de lente.

A través del lente, podía observarse una luz plateada, como una neblina densa, que se agitaba en el interior del óvalo. Si observaba con más atención, podía ver una sombras entre el humo plateado, que poco a poco adquirieron la figura de tres mujeres. La más pequeña, en cuanto se encontró siendo observada, corrió a refugiarse tras su hermana mayor, una joven de cabello rebelde, que le sonrió ampliamente, sin que su aspecto agresivo se suavizara. No tardó en aparecer la otra hermana, con gran parecido a la mayor, que la saludó amable agitando un pañuelo.

Hermione observó un segundo más aquella magia, las niñas se cansaron de saludar y volvieron a sus tareas. Maravillada recuperó la postura y una sonrisa amplia se acomodó en su rostro, no dejaba de asombrarse por aquel mundo. Se prometió a sí misma que aprendería a hacer aquella magia. Sin saber a quién mirar, si a su próxima profesora para decirle con la mirada que necesitaba aprender a hacer eso, o a la hermosa mujer de ojos azules, para agradecerle aquella vista. Ella quería tener un recuerdo así.

Ollivander interrumpió la ensoñación de la niña:

—Yo jamás pulverizaría un elemento mágico para hacer una varita, ni usaría algún tipo de metal. Una varita Ollivander será de madera, siempre. Yo usaré cualquier planta con tallo de madera para fabricar varitas—Hermione asintió emocionada, mientras Narcissa volvía a guardar su relicario.

—¿Con qué mano usas la varita?—.

—La derecha—respondió rápidamente.

La campanilla volvió a sonar cuando un niño de rostro pálido y puntiagudo entró a la ya pequeña estancia. Hermione lo miró con atención, debía tener su misma edad y tenía un gran parecido con la mujer rubia que los acompañaba.

—Buenas tardes—saludó cortésmente el muchacho.

—Draco querido, ¿recuerdas al Señor Ollivander?—. El muchacho asintió y lo saludó con respeto.

—Te presento a la profesora MacGonagall, será tu profesora de Transformaciones en Hogwarts, y a la señorita, también es su primer año—continuó Narcissa.

El niño, bajo el atento ojo de su madre, se dirigió a las dos mujeres y las saludó, dando muestras de su buena educación. La profesora MacGonagall tan solo pronunció un escueto: -Señor Malfoy-. Mientras que Hermione le sonrió amistosa.

—Se parece mucho al padre. Ya recuerdo, 30 centímetros, fibra de corazón de dragón, madera de olmo. Una varita elegante—Draco sonrió ansioso. Después de una escoba, lo que más deseaba era su varita.

Ollivander se dirigió a los dos niños.

—¿Con qué mano usas la varita?—.

Draco guardó silencio, en espera de que la niña respondiera, sin saber que la pregunta era dirigida a él.

—La derecha—repitió atropelladamente Hermione, al notar que el niño esperaba su respuesta, para contestar.

—La derecha—respondió al instante Draco.

—Muy bien—los ojos grises se clavaron en Draco y después en Hermione, los miró fijamente y sacó otra cinta métrica de su bolsillo. Al instante, ambos chicos se mantenían firmes con la barbilla en alto, mientras las cintas métricas se movían solas, tomándoles medidas a todo el cuerpo. Ninguno pudo evitar la sonrisilla que se les escapó cuando les midieron la distancia entre sus pómulos y la cinta métrica les acarició la nariz.

Mientras Ollivander buscaba entre los estantes, donde cientos de cajitas se acomodaban ordenadamente hasta el techo. De vez en cuando, se levantaban pequeñas nubes de polvo, al roce de las ágiles manos de Ollivander.

—Probaré primero con el señor Malfoy—aclaró el anciano, con su voz amable, cuando regresó con dos cajitas en las manos. Colocó una tras el mostrador y le tendió la otra al señor Malfoy. Hermione asintió, y trató de ocultar la decepción que le producía no ser la primera, pero se consoló pensando qué podría ver cómo funcionaba. La que no pudo ocultar su molestia, fue la profesora MacGonagall, quien no tenía suficiente tiempo para esperar por la varita de un niño mimado.

—Nervio de corazón de dragón y madera de olmo, algo rígida, 24 centímetros—Draco levantó la mano lleno de emoción, Hermione notó como el cabello de la nuca del niño se erizaba y no pudo evitar emocionarse más. Obviamente, se trataba de un niño que había crecido con la magia a su alrededor, si la varita lo emocionaba de aquella manera quería decir que era algo realmente importante. Algo realmente mágico, y ella formaría parte de todo ese mundo. Tan solo necesitaba su varita. Deseó que el niño encontrara pronto su varita.

Draco puso sus dedos largos y delgados en la varita, no había terminado de sujetarla, cuando Ollivander se la arebató.

—No, definitivamente no—murmuró Ollivander.

Draco miró con incredulidad a su madre, que le sonrió comprensiva. Después, los ojos plateados del niño se dirigieron a los mieles de Hermione.

—¿Tienes algún compromiso después? Esto puede tardar—susurró, para que solo la chiquilla escuchara.

—¿Qué sentiste?—preguntó la niña de cabello castaño con emoción contenida.

—Nada. No tuve tiempo, creo—.

Ollivander interrumpió la charla:

—Endrino, como tu madre, y nervio de corazón de dragón, 30 centímetros—.

Draco sonrió triunfal y se dispuso a tomar la varita, nuevamente al tomarla, Ollivander se la arrebató.

—No. Prueba esta, tejo y nervio de corazón de dragón, flexible y 23 centímetros—.

—La tercera es la vencida—sonrió Draco y tomó con firmeza la varita. No había terminado de entrecerrar su puño cuando Ollivander ya le había quitado la varita.

—Muy bien, encontraremos la tuya, chico. Todo mago tiene una varita. Me he encargado de encontrarle dueño a todas mis varitas, y he encontrado la pareja perfecta a todos los miembros de las familias Malfoy y Black—.

Hermione se sintió un poco incómoda con aquellas palabras. Si costaba tanto encontrarle una varita a un niño de conocido linaje mágico, ¿cuánto más costaría con ella?, siendo la primera de su familia en tener magia, hija de muggles, como le habían explicado.

—No te preocupes, encontraremos la tuya. Nunca ha salido un cliente sin una varita de este local—le dijo el anciano a Hermione al notar el temor de la chiquilla. La castaña lanzó una mirada suplicante a MacGonagall, esperaba no estarle haciendo perder el tiempo. Su mirada, Narcissa Malfoy la comprendió, porque habló en cuanto Ollivander se marchó de nuevo a los estantes.

—Si gusta puedo vigilar a la niña. No saldremos de aquí hasta que los dos encuentren su varita, si usted no ha llegado, profesora, nos podrá encontrar en Florean Fortescue—.

—Muchas gracias, Señora Malfoy. No tardaré diez minutos. Señorita Granger, le ruego espere con la familia Malfoy—la chiquilla asintió agradecida.

Cuando la campanilla volvió a sonar, debido a la salida de la profesora, Ollivander probaba dos varitas más con Draco, las cuales arrebató casi al instante.

—¿Quieres decir algo?—preguntó Ollivander de pronto, terminó de guardar la última varita en su caja. Hermione llevaba al menos tres minutos, moviéndose intranquila, abría y cerraba la boca sin pronunciar palabra. Un claro comportamiento de que necesitaba decir algo.

—Oh, sí. Disculpe, creo que no es la madera. Ha probado diversas maderas, pero siempre el mismo núcleo—dijo la chiquilla, y no pudo evitar sonar marisabidilla, lanzó una mirada preocupada a Draco, temiendo que el niño se tomara a mal su comentario. Sin embargo, el chiquillo le sonrió y apoyó su tesis.

Ollivander volvió a clavar sus orbes plateados en ambos chicos, sonrió ampliamente. Se dirigió a Narcissa:

—¿Qué crees, Cissy?—.

—Puede tener razón—Narcissa ladeó el rostro pensativa, observó a su hijo, tan parecido al padre, y observó a la niña, de ojos inteligentes e inquietos. Si algo valía la pena era una varita de Ollivander, tan solo deseaba que su hijo encontrara una buena compañera.

—Muy bien—exclamó Ollivander, Hermione respiró tranquila.

—Ya me estaba cansado de esto, has tenido una gran idea—le murmuró Draco a la chiquilla.

—Yo ya quiero mi varita, también—.

—La tendremos, y después iremos por helado, le pediré a mi padre que nos compre la copa más grande—.

Ollivander tardó más de lo normal en regresar.

—Hoy he tenido un buen día—dijo al llegar al mostrador—Prueba esto, Draco—le tendió una varita muy atractiva—Saúco y pluma de ave fénix, muy rara—sonrió.

Por primera vez, Draco pudo sostener una varita por más de dos segundos. Sin embargo, no sucedió nada y aunque la agitó con gran arte, se sintió tonto. Sus mejillas se ruborizaron levemente, temía estar haciendo el ridículo ante su madre y ante aquella chiquilla de mirada inteligente.

—No creo que sea esta—murmuró con algo de temor y decepción.

—No, no, no lo es. Pero es interesante. Volveré en un instante—.

—¿Qué será lo interesante? Yo empiezo a frustrarme—murmuró Draco, nuevamente para que solo la niña de cabello castaño escuchara.

Draco probó dos varitas más cuyo núcleo era la pluma de ave fénix, y fue él mismo quien sugirió probar el pelo de unicornio. Ollivander sonrió contento y rebuscó entre sus varitas de pelo de unicornio. Después de cuatro intentos de varita con aquel núcleo, Ollivander exclamó:

—Este día ha sido muy curioso—se volvió a Hermione—¿Qué me tendrás tu por mostrar?—la chiquilla casi saltó del susto, cuando Ollivander se acercó mucho a ella.

—Ya regreso—murmuró, reanudó la búsqueda en los estantes mientras repetía:—Un muy buen día—. Regresó con una cajita y al llegar al mostrador, sacó la que había guardado cuando empezaron a probar las de Draco.

—Muy bien. Madera de espino, pelo de unicornio, 25, 4 centímetros, elástica—enseñó una caja, donde entre la tela púrpura reposaba una elegante varita oscura.—Madera de vid, nervio de corazón de dragón—la otra cajita que había estado escondida tras el mostrador, guardaba una hermosa varita café.

Hermione dio saltitos emocionada. Ollivander les tendió las varitas. Ambos las tomaron y con ágiles movimientos la elevaron y siguieron un trazo diagonal, desde sus cabezas, hasta sus caderas.

Hermione supo qué era la magia. Comprendió su capacidad y la habilidad que se guardaba en su interior. Su olor, su textura. El calor, que inició en la punta de sus dedos, le recorrió el cuerpo, sintió aquella pieza de madera, como si una fuera una parte de ella misma. Una ligera brisa salió de la punta, sus rizos se movieron agitados. Las luces doradas que lanzó se mezclaron con las plateadas que lanzó la varita de su compañero.

Aquel espectáculo de simple y pura magia, quedaría grabado para siempre en la memoria de aquellos niños. Aquel día, una niña que siempre creyó en la magia como un cuento de niños, y un niño inmerso en el mundo mágico y bajo la estricta educación anti-muggle, sintieron lo mismo. Porque la picazón en la nuca, el deseo de tener una varita, la emoción por el inicio de clases, era el sentimiento de la magia.

Draco intentó volver a agitar su varita, pero Ollivander lo impidió, recordándole con severidad la prohibición que los menores tenían para hacer magia. Con algo de desagrado, Draco entregó su varita para que la empacaran.

—Ya tendremos tiempo en el colegio—murmuró Hermione para animar la mala cara que había hecho el niño al tener que entregar su "juguete" nuevo. Draco le sonrió.

—Curioso—murmuró Ollivander, de nuevo se dirigió a Hermione—Desde que entraste supe que tendrías una varita de madera de vid, ellas avisan cuando su dueña entra. Lo he comprobado, he aquí la prueba. Nervio de corazón de dragón y madera de vid, una varita grandiosa, muy noble, con la punta puesta en propósitos elevados—Hermione sonrió agradecida, elevando su barbilla. Sentía que las cosas adquirían sentido.

—Y esta es la primera vez que entrego una varita de pelo de unicornio a un Malfoy o a un Black—explicó Ollivander, miró al niño con insistencia, con aquellos enormes ojos plateados—El espino produce varitas contradictorias, bastante compleja—Draco arrugó la nariz, en señal de molestia—Por eso solo le daría una varita de espino a alguien con verdadero talento—.

Los dos niños compartieron amplias sonrisas, contentos con sus nuevas adquisiciones y deseosos de entrar al colegio. Los ojos de ambos brillaban de la misma manera, aún las luces doradas y plateadas bailaban en sus pensamientos.

—Debes ser más Malfoy y Black que yo, nervio de corazón de dragón—sonrió Draco por lo bajo. Su madre ayudaba a empacar las dos varitas, para agrado del niño, cambió el terciopelo púrpura, por uno verde.

La campanilla volvió a sonar, la profesora MacGonagall entró. Felicitó a ambos niños por la obtención de sus primeras varitas, los chicos sonrieron orgullosos.

—¿Por qué andas con una profesora del colegio?—mientras los adultos conversaban, preguntó el niño, mirándola suspicaz, le parecía inteligente, además había encontrado su varita a la primera.

—Mis padres no pudieron acompañarme—respondió la muchacha.

—¿Qué hacen tus padres?—preguntó interesado. Era la primera persona que conocía que sus padres no lo acompañaban a hacer las compras para el colegio. Recordó la conversación que tuvo cuando probaba su uniforme—¿Están muertos?—.

—Oh, no. Tenían trabajo—.

Pagaron los siete galeones y recibieron con agrado la cajita envuelta. Se despidieron del señor Ollivander y salieron.

—Granger, Hermione—se presentó la niña en cuanto salieron, le tendió su mano libre con amabilidad.

—Malfoy, Draco—respondió él, alzó una ceja un poco contrariado, Hermione lo miró con atención—Debo consultar con mi madre—dijo él—No conozco ese apellido—.

—Bueno, yo no conozco el tuyo—respondió Hermione con la misma cautela.

—Es extraño. Tienes buena magia—murmuró Draco, examinándola con atención. Obviamente, era inglesa, de padres ingleses. Su cabello castaño, sus ojos claros, su buena postura y educación. Sabía de varitas y de sustancias mágicas, debía ser inteligente. Su madre lo llamó, a lo lejos se acercaba la figura de un hombre elegante de cabello largo, del mismo color que el del hijo. Draco observó a su padre y después a Hermione, cambió su expresión, habló visiblemente ofendido:—No eres de nuestra clase—.

Hermione lo miró sin alcanzar a comprender las palabras ni el repentino enojo del niño, creyó que había hecho un nuevo amigo, que no entraría sola al colegio. Sin embargo, el rostro del niño había cambiado, los labios se habían contraído y los ojos destilaban desprecio.

—Ojalá no asistas a Hogwarts, la gente como tú no debe estudiar con nosotros. No conoces nuestras costumbres—.

Hermione lo vio marchar, sin moverse de su lugar, sin apartar la mirada, ni bajar su barbilla. Extrañada por el comportamiento del niño, mas no amedrentada. Ya se verían en el colegio...

Fin.


Hola de nuevo. Gracias por llegar hasta aquí, espero que se hayan entretenido.

Es un pequeño fic inspirado en una viñeta de mi otro fic "nulla poena sine iudicium", en el que Narcissa comenta sobre la primera varita de Draco (próx cap). Las historias son diferentes, pero cuando escribía una, dije: hey, ¿qué pasaría si Hermione hubiera estado con Draco en ese momento? y nació esto. :)

Un fic muy, muy relacionado con las propiedades mágicas de las que habla el propio Ollivander y me parece están en Pottermore. *Aún no recibo mi correo de bienvenida, me siento marginada :(.

En todo caso, es una lectura interesante; si no la han leído, no les molestan los spoilers y les gusta el tema de la varitología (:p) las invito a que le den una búsqueda por google.

Por mi parte, les dejó un copy paste de lo que dice el texto sobre las varitas de espino y de vid, las maderas de Draco y Hermione, que creo son tremedamente reveladoras.

Apreciaría en sobremanera cualquier comentario que tengan que hacer sobre el fic, me gustaría saber qué les pareció, por lo que están invitadísimas a dejar un review. :)

Muchas gracias por la lectura, espero que estén muy bien! y que les haya gustado! saluudos!

ESPINO

El fabricante de varitas Gregorovitch escribió sobre el espino que con él se produce una varita extraña y contradictoria, tan llena de paradojas como el árbol que la produjo, cuyas hojas y flores sanan pero cuyas ramas cortadas huelen a muerte. Aunque no estoy de acuerdo con las conclusiones de Gregorovitch, los dos coincidimos en que las varitas de espino son complejas e intrigantes en su naturaleza, como los dueños con los que funcionan mejor. A las varitas de espino se les da particularmente bien la magia curativa, pero también los maleficios. He observado que la varita de espino se siente cómoda con las naturalezas que están en conflicto o con un mago o una bruja que está pasando por un periodo de agitación. Sin embargo, el espino no es fácil de controlar, y solo se me ocurriría poner una varita de espino entre las manos de un mago o una bruja de comprobado talento, o podría haber peligrosas consecuencias. Las varitas de espino tienen una peculiaridad: si sus hechizos no se saben controlar bien pueden volverse contra el que los hace.

VID

Los druidas consideraban que cualquier planta con un tallo de madera era un árbol, y la vid produce varitas de una naturaleza tal, que me siento honrado de poder continuar esta antigua tradición. Las varitas de vid se encuentran entre los tipos menos comunes y me intriga notar que sus dueños son casi siempre los magos o brujas que buscan un propósito más elevado, que tienen una visión que va más allá de lo ordinario y frecuentemente sorprenden a aquellos que piensan que los conocen mejor. Las varitas de vid parecen estar fuertemente atraídas hacia las personalidades complejas y en mi opinión son más sensibles que cualquier otra cuando se trata de detectar instantáneamente una posible combinación. Fuentes fidedignas dicen que estas varitas pueden producir efectos mágicos con la mera entrada en la habitación de un dueño apropiado, y yo mismo he sido testigo de este fenómeno en mi propia tienda.

Hasta la próxima!

:)