Hola. ¿Cómo están? :)

Esta continuación trata de cómo Rose, Scorpius y Albus encuentran sus primeras varitas... tiene la misma línea que el "oneshot" anterior, estoy algo emocionado, porque me cuesta mucho continuar historias *las musas siempre me abandonan* y bueno, espero sea de su agrado.

Como dice Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, el tiempo no pasa, sino que da vueltas en redondo.


-Gerrick Ollivander es el señor Ollivander que conocemos.

-Gaillard Ollivander es su hijo.

Disclaimer: Harry Potter, y demás, no me pertenece. El dato de las varitas está tomado de la página de Pottermore.


Pareja Perfecta

—Rose—murmuró el anciano Gerrick Ollivander, la espalda se había doblado por la edad y del pelo blanco y delgado quedaba poco, el rostro apenas le había cambiado —¿A caso madera de espino?

La chiquilla sonrió, se acercó más al amplio mostrador, donde habían ilustraciones de árboles y de hermosos ejemplares de unicornios, pero lo que realmente llamaba la atención de la niña eran las muchas cajitas que se apilaban tras las espaldas de los dos dependientes de la nueva tienda Ollivander's.

Desde que Gaillard Ollivander se había hecho cargo del negocio de la familia, lo había mejorado notablemente. Si bien, le había quitado un poco el secretismo y misterio que en el antiguo local de su padre se respiraba, ahora era mucho más cómodo permanecer allí sin tener que aguantar el polvo y el espacio reducido.

Lo cierto es que Gerrick Ollivander nunca prestó mucha atención a aquellos detalles, él tan solo necesitaba un lugar donde alcanzar fácilmente sus varitas, no importaba si había polvo o no. Además, sus clientes solían salir tan satisfechos con la nueva adquisición que pronto olvidaban las incomodidades.

—Y tú, tienes los ojos de tu abuela—se dirigió al otro niño presente, Albus Potter, que en ese momento se frotaba la nuca con extrañeza, se sentía empujado hacia delante.

—¿Con qué mano cogen la varita?—habló el anciano Ollivander, sería él quien atendiera a los dos niños. Su hijo, al que ya le pintaban algunas canas, resopló cansado y lanzó una mirada preocupada a Hermione Weasley, a veces su viejo padre hablaba disparates y olvidaba lo que estaba haciendo. Hermione con su cálida sonrisa le pidió que no se preocupara, en el fondo, ella quería que fuera el anciano Ollivander quien fabricara la varita de su hija y sobrino.

—La derecha—respondieron alegres los dos primos, Rose alzó su mano derecha dándole énfasis a su respuesta.

Pronto la cinta métrica los medía, haciéndoles cosquillas al rozar las mejillas, estirándose y encogiéndose. El anciano señor Ollivander observaba con atención a los dos niños, calculando la longitud de sus brazos, la distancia entre cada dedo y el tamaño que tendrían en su edad adulta. Apostaba que Rose tendría una altura notable y que Albus tenía un carácter fuerte.

La prodigiosa memoria del anciano Ollivander tenía la costumbre de rememorar viejos tiempos cuando vendía una varita, y sin mucha dificultad a su mente llegaban todos los familiares de los niños que tenía en frente.

Harry Potter y Hermione Granger encontraron sus varitas el mismo día, muchos años atrás, pero en distinta forma. La madera de vid vibró en cuanto Hermione entró en su local y solo esa varita tuvo necesidad de probar, a diferencia de Harry Potter, que fue escogido, después de varios internos, por la hermana de la vara que lo marcó.

Personalmente a él le encantaba ofrecer sus varitas a la familia Weasley, que lamentablemente, en aquella época, lo visitaban poco, por eso se había sentido muy dichoso cuando la sétima hija llegó en busca de su primera varita. Vaya poder el de que aquella niña: Ginevra Weasley. Ese mismo año también consiguió darle una varita a otro Weasley. Al padre de Rose, que aún recorre su camino con una varita de sauce y pelo de unicornio.

Ollivander recordaba cada una de las varitas que había vendido, pero sin lugar a dudas, recordaba unas ventas más que otras.

La campanilla, que no había cambiado en todos esos años, sonó dando aviso de la entrada de un niño de cabello rubio y rostro delgado. Hermione lo reconoció inmediatamente y a su mente vino el recuerdo de la compra de su primera varita.

—Buenas tardes—saludó el niño. Observó a todos los presentes y se dirigió a una esquina, donde una silla de madera estaba, dispuesto a esperar su turno.

—Pasa, pasa. A mi edad no hay nada mejor que ahorrar el tiempo—sonrió el anciano señor Ollivander haciéndole señas al nuevo cliente para que se acercara. Su hijo, Gaillord Ollivander, lo reprendió levemente, acusándolo de impetuoso, por lo que el niño prefirió quedarse en su lugar.

—Ven. Tu madre me dijo que vendrías—lo volvió a llamar el anciano, sonrió, su voz amable no se había perdido—Ya recuerdo, una hermosa varita de olmo, pelo de unicornio; tu padre, por otra parte, una varita complicada, difícil de tratar, que requiere de un mago talentoso. La primera varita de pelo de unicornio que vendí a un Malfoy o a un Black.

Esas dos últimas palabras captaron la total atención de Albus, que tuvo dificultades para observar al nuevo cliente, pues la cinta métrica le medía el largo de sus pestañas, o eso le parecía a él. Su tío Ron no había exagerado cuando decía que tenía el cabello tan claro que podría parecer calvo.

Scorpius asintió y se acercó un poco tímido. Quedó ubicado en medio de Albus y Hermione, que se retiró un poco para dar más espacio a los tres interesados en obtener sus primeras varitas. Albus le sonrió a modo de saludo, el niño rubio tan solo asintió con la cabeza, mientras que Rose, animada, ponía sus brazos en alto para que la cinta métrica terminara su labor pronto, sin prestarle atención. Al poco tiempo, una nueva cinta métrica tomaba medidas del cuerpo de Scorpius Malfoy.

—Eres alta para tu edad—dijo Ollivander, una vez las tres cintas métricas estuvieran enrolladas y debidamente acomodadas en una repisa. Rose sonrió orgullosa, no por el cumplido, sino porque el anciano había fijado su atención primero en ella—Digna hija de tu padre.

Rose Weasley miró a su madre, ansiosa por comenzar aquel ritual, por el que cualquier mago o bruja debían pasar para iniciarse en el mundo mágico. Se acercó aún más al mostrador, hasta que se cuerpo chocó con el mueble, quedando totalmente al frente de Ollivander. Una varita, tan solo necesitaba una varita para ser toda una bruja. Ollivander le daría la magia.

—No recuerdo un solo Weasley que no haya pertenecido a Gryffindor—rememoró Ollivander, sus enormes ojos plateados, un poco acuosos por la edad, observaron con detenimiento a la joven. Rose creyó que estaba contando cuántas pecas tenía. El corazón le latía tan fuerte que quería atravesar el mostrador y al mismo anciano frente a ella, estaba segura que si extendía la mano, su varita llegaría volando a ella.

—Probemos esta. Fresno y pelo de unicornio, 31 centímetros—Rose se mostró muy emocionada, con rapidez se dispuso a tomarla. Sin embargo, el viejo, Ollivander, con buenos reflejos, se la quitó.

—No. No es la tuya—Rose lo miró pensativa ¿Cómo es que sabía? Miró de reojo al hijo, y vio la misma expresión que su padre, ¿qué clase de magia tenían en su sangre que podían saber cuál era la varita correcta sin que la varita se manifestara?

—¿Te gustaría probar con una varita ideal para transfiguración?—preguntó Ollivander.

Rose asintió emocionada. Sentía un gran aprecio y respeto por la Directora MacGonagall y aquella varita, especializada en el complejo arte de la transformación, conjuración y transfiguración le parecía un buen inicio en su vida académica.

—Abeto, con un núcleo de nervio de corazón de dragón, sorprendentemente susurrante—sonrió Ollivander y le ofreció la mencionada varita. La duda se asomó un instante en los ojos de Rose antes de sostener el palillo de madera.

Sin embargo, la agitó con gran maestría, pensando las lecciones que tendría dentro de poco, se imaginó sentada ante el escritorio de madera, escuchando las clases magistrales de la consolidada profesora, agitando su varita, una y otra vez, hasta lograr que el salón de clases se transformara en todo un espectáculo de... Ollivander tuvo que elevar la voz y entrometer la mano en los movimientos que hacía la chiquilla para que ella le devolviera la vara.

—No es para ti—le dijo suavemente, al tiempo que envolvía la varita en una seda plateada.

—Lo siento—se excusó Rose, sin pena—¿Cree usted que el abeto sea para mí? He escuchado que es la varita del sobreviviente—murmuró, con algo de temor.

—Una varita que te ayudaría a sobrevivir, joven Weasley, ¿dónde está el valor?

—Prefiero no llegar a encontrarme en una situación mortal, señor Ollivander. Le aseguro que las evitaré.

El señor Ollivander observó con atención a la niña Weasley. Tenía todas las pecas que debía tener un Weasley, pero en sus ojos claros pudo ver un brillo de temor. Nunca había conocido un Weasley que pensara evitar problemas, ni a uno que no asistiera a Gryffindor. Por eso le gustaban los Weasley, porque a pesar de que tenían ciertas tendencias, cada uno era, simplemente, único.

—Curioso—murmuró Ollivander, se dirigió a Albus: —¿Estás dispuesto a hacer grandes cosas como hizo tu padre?

Las mejillas del niño enrojecieron. Buscó ayuda en su prima Rose que le devolvió una sonrisa algo trémula, y sin querer terminó posando sus ojos verdes en los grises de Scorpius, que lo miraba con el ceño fruncido, esperando una respuesta.

—Protegeré a mis amigos como hicieron mis padres.

—Ya veo—murmuró Ollivander, lanzó una mirada significativa a Scorpius, y le dijo en tono amable—Nada de ser la sombra de los padres, ¿eh?

Rose miró de soslayo a su madre, con un poco de vergüenza y preocupación. La mujer, astutamente, se había alejado lo suficiente de los niños como para no escuchar las conversaciones y hacía que revisaba la lista de compras del día, pero eso sólo podría engañar a Albus. Rose sabía que su madre observaba cada movimiento de los dos, y por extraño que le pareciese, del niño rubio, también.

Hermione le había explicado a su hija cómo funcionaba la magia de las varitas. Gracias a su madre había entendido el significado de compañera de una varita, y no de instrumento. La sensación de magia, la canalización. La importancia de los núcleos, de la madera y de la longitud. Le había explicado combinaciones posibles, el tipo de bruja que buscaban.

Rose sabía que el pelo de unicornio no podría resistir la práctica de magia oscura, pero que la madera de nogal podría realizar los peores maleficios. Sabía, también, que el tipo de varita les diría que tipo de bruja o mago podrían llegar a ser, y sabía que su madre ansiaba ese conocimiento.

Por eso no había querido que su madre la acompañara a encontrar su primera varita. Las conclusiones que ella llegara a tener, serían muchos más laxas que las de su madre. Su madre siempre iba un paso delante de ella, y cuando entrara en Hogwarts, no quería que eso pasara. Ella no quería ser la sombra de su madre en Hogwarts.

Ollivander mayor, después de calibrar un poco las opciones y posibilidades que tenía con sus tres clientes, le pidió a su hijo que le alcanzara las varitas que él mismo había preparado. Al parecer evitaba recorrer largas distancias y su hijo, deseoso por consolidarse en el negocio familiar, las colocaba un poco más lejos.

—Aún preparo muchas de las varitas que vendemos. Mientras mis ojos no me fallen y tenga los dedos ágiles podré seguir tallando varitas, seleccionando maderas y analizando núcleos hasta el día de mi muerte—explicó sonriente.

—Prueba esta, hijo, roble, pluma de fénix, una varita leal—Albus la tomó y la agitó como había practicado con su prima durante todo el año anterior, sin embargo no sucedió nada.

—Bien, esta puede ser: cedro y pelo de unicornio, 25 centímetros. Tu abuela Molly tiene una parecida.

Nuevamente Albus agitó la varita sin que sucediera nada. Ollivander dejó las dos varitas probadas aparte en el mostrador. Giró su atención a Scorpius y le ofreció una varita.

—Castaño y corazón de dragón para el joven Malfoy—dijo Ollivander.

El niño la tomó, la agitó levemente y no sucedió nada.

—Castaño será la varita de Hugo—pensó Rose en voz alta. Tuvo que explicarse cuando los ojos grandes de Ollivander se posaron en ella:—A mi hermano le gustan mucho las criaturas mágicas y volar.

—Entiendo ¿A Albus no?—inquirió Ollivander, ignoró a Scorpius y se acercó de nuevo a los dos primos, Rose creyó que podía contar sus pecas en el reflejo que le devolvían las enormes pupilas del anciano.

—Sí me gustan, pero Hugo está maravillado con ellas, ha leído todos los libros de Luna Lovegood—explicó Albus con simpleza.

—Tu hermano, James, se llevó una varita de Cornejo, al igual que tu tío Fred: una varita adecuada para encantamientos; quizá lo tuyo, sea el peral, como su hermano gemelo, George—. Albus probó la varita de peral sin que salieran las chispas de colores como les habían contado que debía suceder.

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—No, no. Estamos probando las varitas equivocadas—murmuró Ollivander, después de que Scorpius probara su quinta varita.

Rose se la arrebató a Scorpius siguiendo las órdenes de Ollivander y la guardó en su respectiva cajita. Una varita más para el bloque de varitas probadas por el Malfoy. Albus llevaba unas cuantas más.

—¿Suele suceder así, Señor Ollivander?—preguntó Rose, sin despegar los ojos de la varita que envolvía en una tela dorada.

—Con algunos clientes he tenido más dificultad que con otros—le sonrió emocionado—Cuando tu madre entró, supe que su varita sería de vid. Solo esa probó; sin embargo, el señor Malfoy y el señor Potter acumularon una gran cantidad de maderas, hasta encontrar la suya.

—Yo creo que todas son magníficas—murmuró Rose observando el amplio local, con los estantes llenos de cajitas, del piso hasta el techo—Todas y cada una de ellas. Casi las puedo escuchar, es una picazón en el cuello y la sensación de magia.

—Lo son, lo son—exclamó Ollivander—Ese es el poder de una varita; por eso deben ser consistentes y acordes al mago; ¿sientes algún llamado en especial?

—No—murmuró—Es como el inicio del conocimiento. Como la primera página de un libro, de un libro viejo y grandioso.

Ollivander sonrió.

—Creo que ya lo tengo; una varita de tilo, nervio de corazón de dragón—murmuró sonriente, a pesar de la debilidad de su cuerpo, se movió con agilidad entre los muchos estantes, hasta encontrar la rara varita. Rose cogió la varita plateada que le ofrecían, y al contacto con la madera un calor la recorrió.

Maravillada la agitó, logrando que de la punta saliera un denso humo plateado, con un suave olor, que Rose definió inmediatamente, como el olor de la magia.

Ollivander permitió que Rose empacara su propia varita, lo hizo con una gran solemnidad e inmersa en un mágico silencio. Una vez hecho la chiquilla dio saltitos hacia su madre, liberando su energía.

—¡Mamá, tengo una varita!

—Celebra como si hubieran creído que era Squib—dijo Scorpius, al ver a Rose dándole un fuerte y efusivo abrazo a su madre. A Albus le hizo gracia el comentario, Rose realmente estaba celebrando de más.

—Bien. Ya voy entendiendo—murmuró Ollivander—Los he estado juzgando como vi a sus padres cuando ellos vinieron por su primera varita. Suelo usar como referencia a los familiares cercanos—explicó Ollivander a los tres niños:—Una varita de un familiar suele funcionar mejor que otra varita ajena.

—Sí, mi padre utilizó la varita de su hermano Charlie—agregó Rose.

—Por suerte, cuando fue destruida acudió a mí. Sauce y pelo de unicornio. Hablando de pelo de unicornio, joven Hyperion—el niño de ojos grises clavó su mirada en Ollivander asombrado por el conocimiento de su segundo nombre. Albus sonrió ante el nombre extraño, al menos él no era el único, mientras que Rose lo miró con extrañeza, tenía nombre de constelación—Pruebe esta varita de pelo de unicornio, quizá usted y su padre inicien una nueva tradición en su familia, ¿qué le parece Señora Weasley?

Hermione se acercó un poco al mostrador: —Es probable que funcione.

—No se hable más, pelo de unicornio será. Estoy seguro que a su padre le hará gracia.

Scorpius frunció el ceño, no se imaginaba que a su padre le diera gracia que tuviera tal o cual varita. Probó un par de varitas con aquel núcleo, sin lograr resultado alguno. Ollivander de vez en cuando se le quedaba viendo largamente y murmuraba: —Sé que la tengo por aquí.

Nadie se sorprendió, cuando Rose se colocó al otro lado del mostrador, junto con el señor Ollivander y de manera hacendosa le pasaba las cajitas que el anciano deseaba revisar. Hermione trató de disculparse con Gaillard Ollivander por el atrevimiento de su hija, mas ninguno de los dos hombres se molestó.

Lo que sí llamo la atención del joven Scorpius, fue ver a Albus atravesar en carreras los muchos estantes en una escalera móvil, para ayudarle a Rose a alcanzar las cajitas que estaban más altas, mientras que las varitas que él probaba se iban acumulando en el estante.

—La negra, la negra—murmuró Ollivander emocionado, cuando Albus, le mostró dos varitas, en sus respectivos empaques.

—Ébano, 26 y ¾ centímetros, inflexible, y por supuesto, pelo de unicornio—se trataba de una elegante varita negra, se la ofreció al niño Malfoy, que sin dilación la tomó. Scorpius la agitó con premura, un poco ansioso, pues tenía los ojos de los otros dos niños clavados en él. Sonrió satisfecho cuando un haz de luces plateadas salió expulsado de la punta.

Una vez probada y encontrada la devolvió. Ollivander se apresuró a empacarla debidamente, Rose la colocó al lado de la de ella.

—Eso es—exclamó Ollivander—Ahora solo falta el joven Potter. Espero que guarde más respeto a las varitas que su padre—murmuró el anciano.

—Padre, por favor—interrumpió su hijo, en tono regañón.

—Oh, solo decía. No está bien destruir varitas… sin importar que tipo de varita sean—se quejó Ollivander, mientras se agachaba para buscar más cajitas.

Ante el comentario, los ojos de los niños se dirigieron a Hermione.

—Harry alguna vez destruyó una varita—murmuró la mujer.

—Debo admitir que estoy indeciso—dijo Ollivander, se acercó con dos cajitas—¿Será serbal o será haya?

—Mi abuela prepara deliciosa mermelada de un árbol de serbal que hay en su casa—dijo Albus inconscientemente.

—Serbal será, y pluma de cola de ave fénix. No creerás la cría de cuál ave Fénix.

Albus tomó la varita, y al agitarla una brisa le desacomodó el cabello, luces plateadas salieron de la punta, danzando en el aire, hasta difuminarse. Rose dio un gritito de emoción, que fue eclipsado por el sonoro aplauso que profirió el señor Ollivander. Había logrado una de las ventas más difíciles que había hecho en su vida. Ollivander pronto estuvo empacando las tres varitas en una caja grande.

—Disculpe, señor, ¿podría dármela por separado?—inquirió Scorpius, acercándose al mostrador.

—Claro, claro—murmuró Ollivander, sacó las tres varitas de la caja y las guardó en cajas separadas más pequeñas. Para Scorpius escogió una caja tapizada con seda verde.

Ollivander observó a Rose, que estaba a su lado: —Tienes como compañera la varita de la clarividencia, será bueno que entrenes tu mente—la chiquilla asintió con emoción.

—Con la varita que tienes, debes elegir muy bien el camino, que sé ya has elegido—le dijo a Scorpius.

Dirigiéndose a Albus, murmuró: —Nunca una varita Ollivander de serbal ha cometido hechos malvados, joven Potter.

Después de dar su sentencia a cada niño, Ollivander procedió a cobrar. La varita de Rose fue la más cara, la chiquilla entregó animosa los 42 galeones, Scorpius estuvo atento a sus movimientos y al sonido de las muchas monedas en la cartera, había escuchado decir a su abuelo que los Weasley eran unos pobretones. Él y Albus, pagaron alrededor de 25 galeones por sus varitas.

—Muchas gracias, señor Ollivander—murmuró la chiquilla—Ha sido un placer conocer sus varitas.

—Puede venir por aquí cuando quiera, señorita Weasley. Creo que mi hijo necesita ayuda para ordenar algunos materiales.

—Mamá, por favor, déjame venir—exclamó Rose.

Hermione se sobresaltó un poco ante el grito de su hija.

—Claro, siempre que cumplas tus deberes con anterioridad.

—Por supuesto, muchas gracias señor Ollivander y señor Ollivander Hijo.

Los cuatro agradecieron y se despidieron de los dos hombres. Ollivander tenía una sonrisa en su rostro, sabía que cada venta le devolvía la vida y se sentía reconfortado, porque así fue como recuperó su vida, después de haber sido torturado por una varita hecha a mano por él.

OoOoO OoOoO OoOoO

El padre de Scorpius, se encontraba afuera de la tienda, esperando a su hijo.

—Ya la he conseguido, padre—dijo el niño al ver a su padre. Draco le dio una palmadita orgullosa en el hombro:

—¿Te atendió el viejo Ollivander?

—Sí, a mí y a ellos—señaló a Hermione y a los dos niños. Albus cargaba con las dos bolsas de las varitas, mientras que Rose se encargaba de fisgonear en el bolso de compras de su madre, que había descuidado, por lo que no prestó atención a la presencia del hombre.

—Malfoy.

—Granger—devolvió el hombre.—¿Los llevarás a comer helado, después de hacer las compras?—preguntó con algo de sorna Draco. Hermione hizo una mueca, parecida a una sonrisa.

—¿Esa es tu hija?—preguntó Draco mirando a Rose, que ya había tomado del bolso de su madre lo que buscaba, un pequeño libro con apuntes de los cuidados que se debe tener con la primera varita.

—Así es—respondió Hermione.

—Despídete, Scorpius. Tu madre ya debe haber terminado—dijo Draco, sin quitarle los ojos de encima a Rose, que ni los había notado.

—Adiós—dijo el niño.

—Adiós—dijo igualmente Draco.

—Nos vemos—devolvió Albus, amistoso.

—Vamos, chicos. Tenemos que comprar un poco de alimento para Rara Avis. Rose, ya tendrás tiempo en casa para leer eso.

—Pero mamá...

Mientras Hermione escogía el alimento favorito de la lechuza de su hija, Albus le comentaba a Rose el encuentro con Draco Malfoy.

—Se parece mucho a Hyperion...

—Scorpius—corrigió Rose.

—Da lo mismo, Rose.

—Como quieras, Severus—el aludido volteó los ojos.

—Llamó a tu madre por su apellido de soltera y preguntó si eras su hija.

—Me parezco mucho a mamá. No debería hacer preguntas obvias.


Una semana después, Draco Malfoy se vio obligado a darle un consejo a su hijo, antes de verlo partir. Se había jurado que no intervendría en la vida escolar de su hijo, como había hecho su padre en la de él, pero no podía ver a Scorpius marchar y saber que podría cometer un grave error. Tenía que advertirlo, por lo menos.

—Scorpius, cuando estés en Hogwarts, no te metas en problemas con los Weasley—dijo Draco antes de que su hijo desapareciera por la chimenea rumbo a la estación King Cross.


Hola, gracias por llegar hasta aquí.

Una de las cosas que más me gustan del universo Potter, son las varitas. Por eso, me encanta leer sobre varitas, y cuando tengo el tiempo, crear pequeñas historias sobre el primer encuentro con las compañeras de magia. :) Siempre me preguntó cómo elegirán las varitas a su bruja o mago.

Respecto a las varitas de los chicos, la primera que escogí y de la que no tuve duda alguna fue la de Scorpius: madera de ébano. Me parece una varita elegante, de color negra, físicamente ideal para él.

Sobre Rose mi primera opción fue una varita de nogal, normalmente elige personas brillantes, pero sobretodo, me agradaba porque la varita de Bellatrix era de nogal, y pensaba hacer alguna similitud con la varita que marcó a la madre y escogió a la hija. Sin embargo, preferí el tilo plateado, porque presiento que Rose tendrá afinidad por la adivinación, al contrario de su madre.

Con Albus pensé en una varita de cedro, como estoy segura debe tener Molly Weasley, sin embargo, al leer unas características de él en internet, me pareció que él no era el típico Gryffindor, y que podría llegar a ser más cauto y sensato. Pensé en una varita de sauce, como Lily Potter y Ron Weasley, que escoge personas inseguras, con gran habilidad; pero el serbal combinaba mejor, la pareja ideal de la madera de tejo (varita de Tom Riddle) y para personas de corazón puro.

Gracias por leer.

Espero les haya gustado, y me puedan regalar su opinión con un review.

Gracias de todo corazón a las chicas que leyeron la primera historia, a las que me dejaron un review, y a las que lo guardaron en favoritos.

Saludos!