Disclaimer:

Los personajes, trama y detalles originales de Labyrinth (Laberinto/Dentro del Laberinto) son propiedad de Jim Henson, Lucasfilm, The Delphi V Productions y TriStar Pictures (película) y A. C. H. Smith (novelización).

David Bowie y Jennifer Connelly son y serán para toda la posteridad la inspiración para Jareth y Sarah.

Advertencias:

Basado en la obra de la película y la novelización.

La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física, psicológica, o contenido de índole sexual en determinado momento, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.

Notas introductorias:

Ok… sí, lo sé, Labyrinth es originalmente para toda la familia, de verdad que lo entiendo, pero el proyecto requiere ciertos matices que enfaticen el hecho de que Jareth se enamoró de una niña, que quería convertir a una niña en su reina, una niña cuando él ya era un hombre hecho y derecho ¿Me explico? De cualquier forma advertidos quedan.

Dedicatorias:

Para todas las fans de Jareth y Sarah.


La llave de Sarah

Porque recuperar el interés que el rey tenía en ella, era la única opción que le quedaba.


Al retorno de la dulce heroína

El piano que se escuchaba al fondo del salón acompañaba perfectamente el canto lento y melodioso de la dama que hacía de solista al medio del escenario apenas visible entre las medias luces.

Faltaba largo rato para la media noche, con una copa de vino a modo de sobremesa una pareja adulta jugueteaba con las manos cual recién casados, llevaban la conversación discretamente y ella reía cubriéndose la boca de tanto en tanto con la servilleta de tela para no llamar la atención.

—Hacía bastante que no estabas tan de buen humor — dijo el hombre dejando salir un suspiro de plena tranquilidad. Ella dio un sorbo a su copa y se acomodó un pequeño mechón de cabello tras la oreja.

—Sarah me ayudo a peinarme — dijo mientras dirigía su mirada al escenario justo cuando la concurrencia aplaudía calurosamente a la talentosa cantante que debutaba en el restaurante esa noche de sábado. Su esposo la miró fascinado, como cuando se habían conocido: estaba radiante, y todo había comenzado con un abrupto cambio en la actitud de Sarah.

Un buen día, hacía no más de un mes, simplemente no peleó con su madrastra y por su propia voluntad había sacado a Toby al jardín para jugar con los caracoles que habían salido de su escondite en esos tiempos de lluvia. Finalmente su hija había caído en cuenta de que no había contraído segundas nupcias con una bruja perversa de cuento y que su pequeño medio hermano no representaba ningún peligro para el amor que él tenía por ella, pues Sarah sería siempre su pequeña princesa.

El hombre, con la vida más ligera, se puso de pie extendiendo la mano a su compañera para invitarla a bailar un tema menos lento pero igualmente en compás de balada. Ya no era como antes, ya no tenían que comer en dos bocados, un rato por compromiso con las amistades con las que quedaban de verse y regresar antes de que su hija tuviera un crisis nerviosa de inimaginables consecuencias.

Y a esa pieza la siguió otra, y otra más, una copa compartida con otra pareja, un baile largo…

—Querido, será mejor que regresemos, no sea que el efecto mágico en Sarah termine — comentó la mujer sonriendo, causando la muy evidente sorpresa de su esposo, y no porque ella fuera quien pedía aquello cuando otras ocasiones, con mala cara, obedeciera a la petición de él cortando la conversación en un momento interesante. Más bien era por la palabra "mágico", sin duda alguna no era algo usual en ella recurrir a palabras de contextos fantasiosos, pero el cambio de su hija había recorrido como una oleada todo el hogar, la misma madre de Toby había comprendido que un cuento para dormir al bebé de vez en cuando, no era un daño irreversible a su desempeño universitario.

Sarah era feliz.

Toby era feliz.

Su mujer estaba resplandeciente.

¿Qué más le podía pedir a la vida?

El calor de una familia reconstruía completamente el sueño que se dispersó en pedazos el día en que la madre de Sarah eligió otro camino muy diferente al suyo.

Le ayudó a colocarse el abrigo y se puso el suyo. Salieron y el aire frío de la noche los recibió. Había llovido de nuevo, serían tal vez las últimas tormentas antes de las nevadas y el cambio de estación se empezaba a resentir. Colgada ella de su brazo, anduvieron por el trecho de la entrada al cajón del estacionamiento donde había dejado el auto, no había servicio de valet parking pues se trataba de un establecimiento austero, aunque el lugar les gustaba bastante y eso era el simple motivo por el que regresaban cada mes.

Estando a un par de pasos se apresuró a buscar las llaves, tan solo la soltó un momento, tan solo fue un segundo que le tomo tener entre sus dedos el metal que abriría la puerta.

Y solo ese momento bastó…

La escuchó gritar pero ahogarse casi enseguida, usando su cuerpo completo se abalanzó sobre el sujeto que había derribado a su esposa. No sabía cómo, porqué o de dónde había salido aquél individuo pero reaccionó como mejor le pareció soltando golpes y patadas ciegas, el silencio a su alrededor lo aterró y desesperado gritaba por ayuda.

Una navaja entró en su brazo, las manos arañadas por el forcejeo, y ese inquietante silencio se prolongaba más aún.

Buscó, no muy lejos de ahí, a su esposa, su amada compañera, la madre de sus dos hijos aunque solo había parido a uno, yacía en el frío asfalto. La fuerza se le fue y pesadamente cayó sobre un charco tibio que penetraba el abrigo, el saco y la camisa, aunque llegó a comprender que la humedad no venía de fuera.

Aquél hombre hurgó en sus pantalones, obtuvo la cartera, le despojó del reloj y el anillo, la cadena de oro que colgaba de su cuello que era el único tesoro familiar que tenía. Luego saltó sobre su esposa como ave de rapiña arrancando los pendientes de perlas de los que tanto se sentía orgullosa, el collar, el brazalete, su argolla matrimonial y el anillo de compromiso, buscó con desesperación la bolsa revolviendo todo en el suelo haciéndose de la cartera de mano.

En cuanto escuchó el ruido de otro cliente que salía del local, corrió como bestia hacia los árboles, temiendo ser descubierto.

— ¡Oh dios mío! — exclamó el hombre gritando a uno de sus compañeros para que llamara a una ambulancia.

— ¿Vio quién lo hizo? — preguntó acercándose hasta donde el marido yacía tendido.

Él pensó que podía decirlo, pero su boca se mostró más torpe de lo que le hubiera gustado.

— ¡Idiota! ¡No lo hagas hablar! Señor, por favor no se esfuerce, ya llamamos a la ambulancia — dijo otro.

—Mi… mi esposa…

Un tercer compañero ya había reparado en ella, pero la inmutabilidad de su cuerpo a diferencia del otro, a quien sus compañeros buscaban la manera de auxiliar, confirmó la primera impresión que le había dado: ella ya estaba muerta.

— ¡Se está desmayando! ¡Oh, Dios! ¡¿Qué hago?!

Los párpados le pesaban, miró al cielo oscuro y nublado, casi veía el agua caer nuevamente con tremenda lentitud, parpadeó, pero fijar la vista le costaba demasiado aunque llevaba los lentes puestos.

¿Ese era su destino? ¿Era ese el plan de Dios?

Tal vez, sí, tal vez era así como tenía que pasar, por eso Sarah había cambiado, porque a partir de ese momento ella cuidaría de Toby.


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