No sabía cuando, no sabía como pero se había enamorado perdidamente de ella. Era su adicción, su perdicción. Nadie tenía idea de hasta donde era capaz de llegar para estar con ella.

-Hinata. – le llamaba en un suspiro lleno de anhelo y ansia.

-Aquí.

Ella siempre le esperaba bajo la luz de la luna. Se acercaba a ella para tomarle por la cintura y atraerla a su cuerpo, temeroso de que todo fuera un sueño. Era la única manera para que esa bella criatura se hubiese fijado en él. La única lógica a toda la descabellada situación.

Sus labios posándose sobre los femeninos, para entreabirlos con los suyos y saborear todo el interior de esa deliciosa boca, sumergirse en la humeda cavidad, deleitándose en esa mezcla agridulce de moras silvestres y miel.

La escuchaba gemir y sentía perderse en ese exquisito sonido. Sería capaz de sostener la mano de la muerte solo para escucharlo; para acallar el placentero dolor que surgía de lo hondo de su ser.

Y ella le abrazaba, su delicado cuerpo tembloroso acercándose al suyo. Realmente nadie sabía lo que sería capaz de hacer para tenerle así. Porque solo ella le mantenía despierto en las noches, la necesitaba en su sangre, dentro de su alma, su luz ahuyentando toda la oscuridad.

Se hacía a si mismo promesas para llenar el vacío, confíando en que la luz de la luna llegara e iluminara su camino para hallarle. Siempre añorando esos encuentros furtivos pues ninguno de los dos sabía cuando sería el último. Ninguno de los dos sabía quien sobreviviría a la guerra. Él solo esperaba que ambos encontraran la muerte juntos.

Él se dejaba hundir en el suelo, con ella en sus brazos, sus manos enredándose en la suave cabellera negra que refulgía a la luz de la luna. Para él todo lo que le sucedía era inconcebible; al menos su lado deductivo lo visualizaba así. Pero todo raciocinio le abandonba, todo tipo de concepto metodológico porque desde un punto estratégico no era possible que esto le estuviera sucediendo a los dos.

No obstante, junto a ella había aprendido que todo tipo de estrategia, lógica o razonamiento no importaba y que de nada valía frente al amor. Era capaz de abandonarlo todo por ella. En esos momentos solo llegar hasta ella, estar con ella, besarle y perderse en ella era todo lo que importaba, todo lo que necesitaba, lo único que anhelaba.

-Te amo. – murmaraba él al oído femenino.

Y ella respondía, con toda la emoción del momento, -Yo también te amo, Shikamaru.