Temari está rota, Shikamaru lo sabe. Carga un peso más fatigador que cualquier otro y no es su abanico. No es tangible, pero igualmente lo percibe. Ella llora en las noches, después que se entrega a ese hombre, totalmente enamorada.
Sabe que debería dejarlo ir y continuar con su rutina, pero es egoísta. Está cansada de no tener nada, jamás perdió o gano. Ahora que la acompaña, entiende que es el calor de un amante, la dulzura e inocencia de un primer amor. Se aferró a él y no quiere seguir llegando a su lecho, esperando lentamente que el tiempo y la amargura de sueños frustrados la consuma. Lo besa, algo palpita. Su corazón bombea con fuerza.
Shikamaru la estrecha entre sus brazos, sin emitir palabras. Nunca ha sido bueno con ellas, describir el revoltijo y miedo que esa mujer complicada genera en él es absurdo. El Nara no ha sentido emociones fuertes, ni en batallas o en situaciones que supusieran un riesgo para su vida. Hasta que ella le muerde los labios. Temari es su vida, es la conclusión.
Comprenderla le resulta exasperante, porque Temari es fortaleza, debilidad, valentía, fragilidad, nostalgia y alegría. No lloriquees bebe llorón, le dice cuando él está a punto de rendirse. No quiero tu lastima, pronuncia entrecortada enjugando las lágrimas rebeldes de sus ojos en la oscuridad. No desistas, vago de mierda, grita sujetándole la mano para que se comporte como hombre. Tengo miedo, murmura contra su boca. No tenemos futuro. Te amo.
Y aunque sea duro cuidarla, el cansancio acaba rápidamente. Cuando la ve sonreír, el cielo parece más azul y las nubes, menos gris.
