En una época en que las clases y los estatus sociales marcan los caminos del amor, ellos se atrevieron a desafiar la sociedad. Serán capaces de defender su amor y hacerlo sobrevivir? – TH. Lemmons

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer

EL DUQUE Y LA CORTESANA

CAPITULO 1

- La recepción será la próxima semana en la finca de campo del Duque de Volterra. – me informaba mi madre mientras ajustaba firmemente las cintas de mi corset. – Parece ser que el primo del Duque ha venido de Inglaterra y pasará el verano en Venecia. Se dice que busca esposa.

- Crees que Jacob querrá ofrecerle a Rachel en matrimonio?

- No lo ha dicho aún, pero creo que es una posibilidad.

- Sabes lo que pienso al respecto, creo que Rachel es muy joven aún, sólo tiene catorce años. Y si el primo de Marco, es tan "agradable" como aquel, no creo que nunca lo pueda considerar apropiado para mi hermana.

- Isabella! – me reprendió – No es bueno que hables así del duque. Él te tiene en muy alta estima y sabes lo generoso que ha sido siempre con nosotros. La dote de tu hermana ha salido de sus arcas.

Me giré a observarla con indignación.

- Madre, os recuerdo que las dotes de mis hermanas las he conseguido yo. El duque solamente paga mis servicios como cortesana.

Cuando hacía tres años mi padre Charles había muerto batiéndose a duelo, mi familia y yo nos vimos sumidos en la pobreza.

Mi padre había perdido todos nuestros bienes dejándonos solamente la casa familiar. Para ese entonces mi hermano Jacob tuvo que ocuparse de sostener a la familia, pero ésta no era tarea sencilla.

Mi tío Billy, el obispo de Trento, ofreció a mi madre la que era, según él, la única solución factible. Convertir a la mayor de sus hijas en cortesana.

Y así se hizo. A mis 15 años me instruyeron en las artes amatorias dignas de una buena cortesana y mi tío se encargó de introducirme en los círculos sociales más distinguidos.

Los comienzos no habían sido sencillos, tenía demasiadas cosas que aprender.

Hasta entonces había sido una niña consentida por su papá. Y ahora debía aprender no sólo de literatura, música, pintura, etc. sino que debía conocer el cuerpo de los hombres, y debía aprender a darles placer.

Debía ser sumisa y complaciente y no la pequeña caprichosa, testaruda y contestataria que siempre había sido.

Mi tío me mantuvo recluida en su palacete de Trento donde aprendí a tocar la lira y el violonchelo. Me encerraba todas las tardes en su biblioteca y leía y estudiaba sobre pintura y escultura.

Allí conocí a Lady Sue, quien había sido cortesana antes de casarse con Lord Harry Clearwater.

Ella me instruyó sobre el género masculino. Me hizo conocer el cuerpo de los hombres y cómo brindarles placer.

Aún recuerdo lo sorprendida que quedé cuando vi mi primer hombre desnudo. Su cuerpo difería tanto del de las mujeres. Esa cola flácida que colgaba de sus ingles y que crecía irguiéndose endurecida ante el tacto femenino me asombró a la vez que me aterró. Y la señora Clearwater sostenía que "eso" debía entrar en mi cuerpo, por el pequeño orificio que tenía allí abajo entre mis piernas.

Al principio el mundo de las cortesanas me fascinaba. Sus largas cabelleras delicadamente peinadas formando bucles. Sus vestidos de brillantes y exquisitas sedas coloridas, tan ceñidos a la cintura, con escotes pronunciados que resaltaban los delicados pechos; todo ornamentado con bordados, perlas, moños y cintas, resultaban deliciosos.

La exquisitez de mis ropas contrastaba con la sobria y humilde sencillez de los grises vestidos de mi madre y hermanas.

Creía que haber decidido convertirme en cortesana era lo mejor que mi tío podía haber hecho por mí. Sería capaz de mantener económicamente a mi familia y lo haría dedicándome a las artes, y acudiendo a las grandes fiestas que daban los nobles en sus mansiones. Vestiría con deliciosas ropas y con unos peinados y joyas que sólo llevaban las mujeres de la nobleza.

Pero esta ilusión solo duró hasta mi ingreso al mundo real tras un año entero de instrucción.

Mi tío postuló mi virginidad, siendo ésta adquirida por el Duque de Trento, Don Demetri Giacri, quien pagó por ella una fortuna no sólo en dinero, sino con un inmenso ajuar de vestidos y joyas.

Ese día, fui llevada a un banquete en el palacio del duque, donde conocí una gran cantidad de hombres prósperos de la ciudad.

En estas fiestas se congregaban todos los nobles, y eran traídas las cortesanas más reconocidas.

Ya bastante avanzada la velada, el duque me envió a sus aposentos acompañada por una doncella que se encargó de desvestirme y hacer que me tumbara desnuda en la cama.

Temblaba por el temor de no saber cómo hacer aquello para lo que tanto me habían instruido, pero nunca creí que todo fuese como finalmente sería.

El duque, un desagradable hombre de unos 50 años, se quitó la ropa frente a mí, y por debajo de su prominente estómago pude ver su miembro erecto y reluciente.

Se acostó sobre mí pasando por mi cara y mis pechos su desagradable y libidinosa lengua. Con su mano separó mis piernas y de un solo movimiento metió su pene entre mis carnes, arrancándome un gemido de dolor que acompañó a las lágrimas que rodaron por mis mejillas. Eso era molesto, doloroso, incómodo y desagradable por decir poco. Sentía cómo me iba rajando desde dentro mientras el duque se movía sobre mí, jadeando y gimiendo hasta que un espasmo lo alcanzó y gritó deteniéndose sobre mí.

Salió de su lugar y se recostó sobre su espalda. Yo no era capaz de moverme por el miedo y el dolor que sentía en mi entrepierna. El hombre se levantó de la cama y pude ver su pene brillando goteante cuando se marchó.

Varios minutos después, Gianna, una cortesana con la que había estado hablando durante la noche entró a la habitación enviada por mi tío y me ayudó a levantarme.

De una jarra vertió un poco de agua en la jofaina que había en la esquina de la habitación y mojó en ella una pequeña toalla que me entregó luego de escurrirla un poco.

- Toma, límpiate – me ordenó mirando hacia mi entrepierna.

Me asusté cuando vi sangre manchando mis muslos.

- Tranquila – me dijo – ya no volverás a sangrar la próxima vez

- La próxima vez? – le dije entre lágrimas mientras me limpiaba – No habrá próxima vez

Se rió y me sentí humillada

- No te preocupes, pequeña. Ya no será tan malo, hasta llegará un momento en que lo disfrutarás.

- Nunca podré disfrutar de algo así

- Sí que lo harás y entonces te acordarás de mí – me extendió una copa – Ahora bebe esto

Arrugué la nariz al probar el sabor amargo de lo que me ofrecía

- Servirá para evitarte "complicaciones"

Luego supe que debía beber esa infusión de artemisa para evitar la concepción, aunque más adelante las esponjas empapadas en vinagre me servirían como métodos anticonceptivos.

Habían pasado ya dos años de mi iniciación como cortesana, y me había convertido en una muy reconocida. Siempre estaba en todas las reuniones, fiestas y tertulias que organizaban los nobles en sus casas de campo.

Con el tiempo la pérdida de mi virginidad pasó a ser un simple recuerdo de algo a lo que no debía darle mayor importancia. Poco a poco, tal como Gianna había aventurado llegué a sentir un leve disfrute en mis encuentros sexuales. Aunque mi obligación y por ende mi prioridad era siempre dar placer al hombre que tenía a mi lado, con el tiempo la experiencia me había llevado a sentir esas pequeñas explosiones de gozo que había aprendido a auto-regalarme.

Había contado alguna vez con amantes lo suficientemente egocéntricos para querer que la mujer con la que compartían el acto sexual no les olvidara al resultar satisfecha a su vez, y hacían lo indecible para escucharme gritar de placer, y debía reconocer que algunos lo habían logrado.

Y ahora, con tan sólo 18 años me había convertido en una cortesana afamada y muy solicitada en la cama de los nobles que concurrían a las reuniones que en éste ámbito se organizaban.

Eran muy renombradas por esa época las fiestas que organizaba en su finca de Venecia Marco Vulturi, Duque de Volterra.

Ya hacía más de un año yo había sido invitada por primera vez a su finca y desde entonces siempre me contaba entre las cortesanas que acudían a sus ágapes.

La duquesa vivía en Volterra y Marco solía pasar gran parte del año en Venecia atendiendo sus negocios, mientras su mujer cuidaba de su ya enorme prole. Se decía que cada vez que Marco volvía a Volterra era a fin de embarazar a su mujer y que ésta se quedara tranquila y no lo molestase. Prueba de ello eran los cinco hijos que le había dado en sus siete años de matrimonio.

Hacía ya tres meses que Marco había dejado la ciudad y volvería la próxima semana para pasar el verano.

Todas las cortesanas de Venecia esperábamos su retorno, ya que sabíamos que con él, llegarían los banquetes y nosotras recibíamos grandes sumas de dinero por asistir y atender a los invitados.

Quizás por mi juventud o tal vez por mi gran interés por las artes y la cultura, que hacían de mí una gran compañera de debates, era muy solicitada por los caballeros lo que aumentaba mi precio y redundaba en grandes beneficios económicos para mí y mi familia.

El verano era la mejor época para nuestro negocio, las fiestas de Marco Vulturi contagiaban al resto de los nobles y tres o cuatro días a la semana podía encontrarse un banquete al que asistir.


Hola! Aquí vuelvo con una nueva historia. Espero que les guste.

Es mi primera historia de época así que no sé cómo me saldrá pero espero que les guste.

Ya sabéis, espero vuestros reviews, para saber qué tal.

Besitos!