Doble Negativo.


Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a Stephenie Meyer, la historia aquí desarrollada es de mi completa autoría y por ende queda PROHIBIDA la copia parcial o total del texto sin mi autorización previa. Gracias por su comprensión.


Capítulo XV

El alba en tu ventana.


Previamente en Doble Negativo: La relación entre Edward e Isabella se mantiene en el aire, Renée va a visitar a Bella a su oficina, allí discuten respecto al pasado y a la vida que Isabella vivió llena de agresiones y la muerte de su padre. Isabella pierde el control y agrede a Renée. Edward aparece en la escena y las separa para evitar que Bella golpee aún más a su madre.


El sol se colaba por las cortinas. Eran rayos débiles que llegaban hasta la cama de Isabella, podría haber dicho que se había despertado por la tenue iluminación de su habitación, pero la verdad era que el aroma que se expandía fue lo suficientemente intenso como para sacarla del pesado sueño que la había envuelto. ¿Cuántas horas llevaba durmiendo? No era capaz de precisarlo, así como tampoco sabía cómo había llegado a su habitación, ni quién era el que estaba en la cocina.

Seguía con la misma ropa del día anterior, aunque solo estaba con los pantalones y la camiseta. Se quitó una preocupación de encima al darse cuenta que permanecía vestida, aunque aún le dolía la cabeza al intentar recordar qué había ocurrido con exactitud.

Isabella miró por la ventana, estaba amaneciendo, los rayos de luz se colaban entre los edificios y llegaban a su ventana, cegándola ante el cambio brusco de iluminación. Cerró sus ojos por instantes, pero los recuerdos seguían sin aparecer con claridad. Lo último que recordaba era a Edward, sosteniéndola en el suelo.

«Tarará, tarará, tarara ra ra rá, y volveré a buscarte, allá hasta donde estés, tan solo quiero amarte y poder tener alguien en que apoyarme alguien en que volcar todo el amor que cercenó el que dirán. Tarará, tarará, tarara ra ra rá…»

Edward era quien estaba en su cocina, estaba cantando, podía oírlo claramente. Era la primera vez que le oía cantar en años. Aunque no sabía qué canción era, él estaba allí, haciendo tostadas, mientras sonreía y cantaba, como si nada ocurriese, como si nada hubiera ocurrido.

—Ed…—murmuró, Bella.

—Hola—sonrió al verla en el umbral de la puerta de su habitación—. ¿Quieres?—le señaló las tostadas—. Te adelantaste, iba a llevarte el desayuno a la cama.

—Ed… esto…

—Pero si quieres te vas a la cama y te lo llevó allá—le interrumpió.

Bella atravesó el comedor y caminó hasta donde estaba Edward. Ella sabía que él entendía su mirada, pero siguió sin decirle nada. Él no quería hablar de eso, ella tampoco, pero aun así su curiosidad la superaba. Suspiró antes de ser capaz de hablar.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estamos aquí?—preguntó, mientras aceptaba la tostada que Edward le ofrecía.

—Tú y tu sentido de arruinar los desayunos—sonrió sin mirarla, luego alzó su rostro hasta conectar su mirada con la de Bella—. Lloraste, lloraste por horas sin poder calmarte, Sue se preocupó tanto que estuvo a punto de llamar al 911, te dimos agua con azúcar, te intentamos calmar, pero no querías soltarme y seguías llorando, parecía que te ibas a ahogar de tanto llanto, pero cuando ya creí que lo mejor sería llamar al 911, te quedaste dormida. Caíste como un bebé, así que te traje aquí y acabas de despertar.

—Ya… ¿Estás seguro que solo era agua con azúcar? —sonrió, mientras caminaba al baño.

—Eso creo…—murmuró.

En el baño confirmó sus sospechas, sus ojos estaban hinchados, parecía como si le hubiesen picado zancudos en ambos ojos. No era una situación muy cómoda estar con Edward allí y ella en esas condiciones, pero ya no podía hacer nada, además eso no era lo importante.

«¿Qué habrá pasado con Renée? ¿Me habrá denunciado por lo de ayer?»

Cuando Bella, aún sumida en sus pensamientos, salió del baño, se encontró con Edward cogiendo su chaqueta, tomando sus llaves y dispuesto a salir por la puerta principal.

—¿Dónde vas?—no pudo evitar preguntar, Bella.

—Me voy, tengo cosas que hacer. Si necesitas algo, me llamas—dijo, mientras se colocaba su chaqueta.

—¿No te vas a quedar?—deseó haberse mordido la lengua antes de preguntar algo así, pero ya era tarde.

Edward se acercó, la cogió de la barbilla y le sonrió, dejando que su suave hálito a café y tostadas la embolinara completamente. Se acercó a su oído, sabiendo que eso la estremecería, y se río para sus adentros.

—Si me lo hubieras pedido en otra ocasión, quizá me habría quedado, pero siendo sincero, no soy del tipo que cabalga en caballos blancos ¿sabes? Si me quedo aquí no será para consolarte como chico bueno y no quiero que después digas que abusé de ti—susurró en el oído de Isabella, ésta intentó soltarse, pero él la apretó fuertemente—. Llámame cuando estés lista, si es que consigues dejar de ser una cobarde…

—¡No soy una cobarde!—le gritó, intentando soltarse.

—No… ya…—río, divertido—, buen día preciosa—le tomó la barbilla.

—¡Suéltame, idiota!—quitó la mano de Edward de su mentón—, márchate.

—Que conste que me estás echando…—le sonrió divertido, antes de marcharse de la casa de Isabella.

Isabella cerró la puerta de golpe, mientras podía oír las risas de Edward desde el otro lado. «¡Que ser humano más insufrible!» se decía a si misma, mientras volvía a la cocina y veía como todo estaba limpio y en orden. Sobre la mesa estaban sus tostadas y un chocolate caliente, aún humeante. «Maldito, Cullen»

A veces o mejor dicho, la mayoría del tiempo, Isabella no sabía como tratar a Edward, porque no sabía si era su percepción, pero parecía no ser un hombre, sino tres en uno. A veces era tierno y preocupado, en otras ocasiones era un real dolor en el trasero y en otras no era ni lo uno ni lo otro. Finalmente, con él, nunca podía sacar nada en limpio. Intentó no pensar en él, así que prendió la televisión y se quedó mirando una película que pasaban por uno de los canales de cine.

Edward caminó hasta su vehículo, abrió la puerta y se subió a él, no pudo evitar sonreír cuando vio que aún estaba allí el pañuelo de Bella. Se lo acercó a la nariz y se inundó de aquel aroma. Exquisito. Embriagante. Adictivo. Bella Swan.

Cogió su teléfono, sin soltar el pañuelo de Bella, y marcó a su abogado.

—James, hola. Necesito información de un caso. No, no es uno de los míos y no, no me he metido en problemas. Si, hombre, sé que la información es clasificada, pero ya podrás arreglártelas, siempre lo haces. Te doy los datos: Renée Swan, de soltera Higginbotham y Charlie Swan, éste último muerto. Debe estar toda la información en el juzgado de Forks, es pequeño, de seguro no tardas en conseguirme los datos. Gracias, James, estaré esperando—cortó la llamada.

Edward no dejaba de pensar en lo que había oído antes de entrar, así como tampoco olvidaba los sollozos de Bella ni todo lo que decía mientras hipaba y lloraba sin consuelo. ¿Qué había pasado realmente? Era lo que Edward quería averiguar. Pero esperaba que con su actitud ella ahora estuviera odiándole y refunfuñando como siempre, en vez de recordar lo que había pasado con Renée.

«Maldito, maldito Edward» pensaba Isabella, mientras fregaba los platos del desayuno. «Siempre con la costumbre de sacarme de mis casillas».

Alice y Rosalie, decidieron ir a visitar a Isabella después de recibir una llamada de Sue, avisándole de todo lo ocurrido el día anterior, sin dudarlo, fueron de compras al supermercado más cercano y trajeron todo tipo de productos necesarios para afrontar a una chica deprimida. Eso, esperaban encontrar, aunque la realidad fue muy diferente.

—¿Qué hacen acá?—preguntó la castaña.

—Larga historia, ¿Podemos pasar?—preguntó Rose.

Isabella se hizo a un lado y abrió paso a Rose y Alice. Cerró la puerta, preguntándose cómo demonios se habían enterado de todo, era cosa de ver sus caras para saberlo.

Se sentaron todas en el sofá, Isabella no sabía qué decir, estaba esperando que ellas iniciaran la conversación, pero por primera vez en mucho tiempo, las tres se miraron sin saber qué decir, estaban todas en silencio, evitando encontrar sus miradas. Todo era tan incómodo, que Rose tuvo que iniciar.

—Siento lo del baño, pero de verdad nos preocupamos por ti—murmuró.

—Lo siento, también—secundó, Alice.

—Ya, yo tampoco debí tratarlas así, últimamente no sé donde tengo la cabeza—reconoció, Isabella.

Alice sacó de una de las bolsas tres helados de litro, uno para cada una y se los ofreció. Bella de inmediato sonrió y fue en busca de cucharas. Mientras, atacaban sus helados, comenzaron a hablar de todo lo ocurrido, de lo mal que lo habían pasado separadas y de que jamás debería volver a ocurrir algo así que las separase por tonterías.

—…Edward estaba allí—añadió.

—¿Cómo hace ese hombre para estar siempre ahí?—dijo Alice, más para ella misma, que para sus amigas.

—Lo mismo me pregunto…—comentó, Rose.

—No lo sé, pero estaba allí, estuvo conmigo hasta hace poco rato y se fue, como siempre siendo patéticamente odioso.

—¿Qué hizo ahora?—preguntó, Alice.

—La verdad nada, creo empezar a entenderlo, me hace enojar con él para olvidar mis problemas, es una manera de distraerme, extraña pero lo consigue—sonrió, Bella.

Rose tuvo la brillante idea de ordenar pizza, por lo que ninguna tuvo que cocinar. Se sentaron en el sofá, mientras conversaban de banalidades e intentaba retomar aquella relación estropeada de amistad. Muchas veces las mejores amigas debían tomar distancia, separarse y respirar, para luego volver a mejorar lo que antes tenían, eso era lo que creía Isabella, así que cuando vio a sus amigas tan felices como siempre, comprendió que estaba creciendo, que estaba madurando y que sus amigas nunca la dejaron, sino más bien le dieron su espacio, a pesar de las innumerables discusiones y situaciones que le hicieron pensar que ya no eran sus amigas.

—¿Qué pasa, Bella?—sonrió, Rose—. Estás bastante pensativa.

Bella sonrió, mientras intentaba morder el último trozo de pizza.

—Es que siento que no les he agradecido suficiente por todo lo que hemos vivido juntas, incluso cuando creí que me acosaban, cuando las abandoné o cuando me criticaban. Ahora parece que veo todo más claro—sonrió—. Gracias por todo, chicas.

—¿Estás con fiebre, Bells?—rió, Alice—. ¿Te sientes bien?

—Me sentiría mejor si salimos de fiesta esta noche, unas copas por allí, otras por allá y finalizamos la noche las tres en mi departamento sufriendo una jaqueca de esas—se animó, Bella.

«Alejarse, darle el espacio—se decía Edward—, es lo mejor, ella debe ordenarse»

Había estado todo el día ordenando papeles e intentando distraerse, pero de vez en cuando se sorprendía a sí mismo pensando en Isabella, no podía evitarlo, en su mente la imagen de la muchacha destruida, en el suelo, mientras sus brazos la rodeaban, no podía evitarlo, estaba allí, recordándola una y otra vez sin poder dominarse. Nunca había visto así a Isabella, tan fuera de sí, tan llena de rabia y odio, así como también tan destruida por el rencor.

Dejó los papeles de lado, era imposible concentrarse así, por lo que fue a la cocina a preparar su cena, quizá algo de distracción culinaria le vendría bien. Abrió el refrigerador y por primera vez en mucho tiempo lo encontró vacío. Había estado evadiendo tanto su casa como su trabajo, así que había olvidado hacer el último pedido en el supermercado.

Finalmente decidió ir a hacer ejercicio y de paso traer algunas cosas para su cena. Si todo salía bien, olvidaría por unos instantes a Isabella. Se desabotonó la camisa y la dejó sobre la cama, mientras elegía una sudadera más cómoda, se quitó los zapatos y luego los pantalones, para proceder a vestirse con un buzo y unas zapatillas. Estaba dispuesto a salir a trotar cuando sintió su teléfono sonar. La llamada entrante pertenecía a James.

—Dime—respondió, Edward.

—Tengo los datos que me pediste, transcribí lo más importante, te lo hice llegar a tu correo—dijo, James, por el altavoz.

—Gracias, hablamos—colgó, Edward.

Expediente Swan – Higginbotham.

Matrimonio Swan compuesto por Charlie y Renée Swan.

Hijos: Isabella Swan.

En el expediente aparecían múltiples denuncias por violencia intrafamiliar, también en el expediente de Renée existía un fichaje en una clínica psiquiátrica, la duración de la estadía había sido 180 días.

Edward se saltó información que no consideraba relevante y entonces fijó su mirada en un texto destacado en el correo de James.

Declaración de Renée Swan:

"Ese día estábamos en la cocina, no recuerdo muy bien por qué discutíamos, él solía reprenderme por haber bebido o quizá por la cocaína, no lo tengo muy claro, solo sabía que cuando él me hablaba yo escuchaba voces diciéndome que debía callarlo, que debía olvidar lo que él me decía. Esa noche Isabella estaba en campamento, así que estábamos solos. No recuerdo bien, pero Charlie me quitó de las manos el hervidor con agua caliente, sé que gritábamos mucho, los vecinos tocaron nuestra puerta y nos preguntaban si todo estaba bien, Charlie les explicó y luego se marcharon. En un momento, una de las voces me ordenó que le lanzara el hervidor, pero yo no quise escucharla y comencé a gritar."

Abogado pregunta: "¿Qué gritaba, señora Swan?"

"No recuerdo con claridad, quizá que me dejara la botella, solía beber mucho"

Juez: "Continúe, señora Swan."

"Charlie me sostuvo, me apretó entre sus brazos para que no cogiera nada del mesón de la cocina, pero su fuerza era insuficiente y le golpeé en el rostro, busqué alcohol en los muebles, pero no había nada, así que tomé el hervidor y se lo lancé a la cara… No era consciente de lo que hacía. Charlie gritó de dolor y yo arranqué al segundo piso. Después no lo vi más, se había ido a un hospital."

La sentencia había sido declarada, la señora Renée Swan debía ser internada en un centro psiquiátrico hasta que el médico considerase que era apta para la vida social.

Edward leyó algunas notas en las que se hablaba de Isabella, la hija de los Swan había sido testigo en varias ocasiones de las agresiones de su madre hacía su padre, incluso un abogado había solicitado a un juzgado de familia que se emitiera una orden de protección para la menor y su consecuente internación en un hogar de menores, pero fue rechazada ante la declaración de Charlie Swan, quién señaló que se había separado de hecho de Renée Swan y que ya no vivían en la misma casa.

En el último párrafo del archivo estaba la declaración de Renée Swan ante la muerte de Charlie.

Abogado: "¿Qué hacía usted en la residencia de los Swan esa mañana?"

Renée: "Quería ver a mi hija."

Abogado: "¿Es consciente que usted tenía una orden de alejamiento que le impedía acercarse a Charlie Swan?"

Renée: "Como dije, iba a ver a mi hija".

Edward se saltó parte de los párrafos que continuaban en el interrogatorio, ya que hablaban de hasta que punto era consciente que la orden de alejamiento involucraba a su propia hija.

Renée: "Luego de haber estado seis meses interna, quería saber de Isabella, me sentía mejor o eso creía, así que fui de camino a casa de Charlie con la intención de ver a mi hija. Cuando llegué Charlie me cerró la puerta en la cara y me exigió que me marchara, le insistí que estaba mejor, que los medicamentos surtían efecto y que realmente deseaba ver a Isabella. Estuve insistiendo varios días, pero siempre recibía una negativa."

Abogado: "¿Fue en ese momento cuando decidió matar a Charlie Swan?"

Renée: "¡Yo no decidí matarlo! ¡Fue un accidente!"

El juez llamó a mantener el orden en la sala, Edward fue en busca de un Whisky, tenía la extraña sensación de que lo que se venía merecería más que un solo vaso.

Renée: "Entré por la ventana de la sala de lavado, siempre olvidaban asegurar las ventanas. Creí que no había nadie en casa, pero cuando me adentré más, encontré a Isabella planchando ropa. Me acerqué a ella y la abracé. Ella me miró asustada, así que intentó apartarme, eso me partió el corazón. Conversamos un poco, le conté como iba mi tratamiento, pero ella no quiso escucharme, su padre la había envenenado en mi contra, así que le dije que me la llevaría, que nos marcharíamos de aquí y empezaríamos en otro sitio. Forcejeamos, hasta que Charlie entró en la habitación, él me separó bruscamente de la niña y me tomó por las muñecas haciéndome daño. Entre eso Charlie le ordenó a Isabella que se marchara de la habitación, la niña se quedó detrás de la puerta. Cuando Charlie miró hacia Isabella, conseguí soltarme, él me abofeteó con fuerza y caí de espaldas, ambos gritábamos cosas horribles mientras Isabella gritaba auxilio por una ventana del pasillo. Me asusté al ver que Charlie me miraba lleno de odio, después me cogió por el cabello y me arrastró. Al ver que no me soltaría, cogí la plancha que estaba aún conectada a la corriente y de un tirón la desconecté. Charlie no tuvo tiempo de reaccionar, tomé la plancha desde el cable y comencé a lanzársela, primero en las piernas, después que me soltó se la lancé a la cabeza. Después de eso, solo recuerdo el sonido de las sirenas y el frío de la celda. A los tres días después me informaron que sería procesada por homicidio. Charlie había muerto."

Edward sintió un extraño agotamiento, solo entonces fue consciente que no había respirado desde el momento en que había iniciado la lectura de la última declaración. Isabella había estado allí, presente en el momento de la muerte de su padre ¿Por qué no se lo había contado? Ahora todo parecía tener más sentido, su actitud, su manera de vivir la vida y el odio hacia Renée.

Isabella nunca se lo había dicho, pero ahora comprendía que su silencio no había sido completo, cada actitud de Isabella hablaba por ella, cada situación que vivió dejó marcas que él no había sabido interpretar.

Edward llamó a Sue, de seguro la asistente de Isabella sabría donde se hospedaba la madre de esta. La mujer contestó al teléfono con voz adormilada, no le hizo gracia oír la voz de Edward y menos por el motivo que la llamaba, aun así le entregó los datos que la misma Renée le había dado a ella.

Conduzco con cuidado hasta el hotel donde Renée había hecho su reserva. Esperó que la dependienta dejara de flirtearle, esa noche no estaba interesado en nada más que en lo que Renée tuviese que decirle.

Unos minutos más tardes la menuda mujer apareció por las puertas del ascensor. A Edward le parecía increíble que las narraciones de la muerte de Charlie se refirieran a esa mujer. Realmente parecía incapaz de dañar a nadie.

—Edward Cullen—dijo secamente a modo de saludo.

—Señora—respondió, Edward.

La mujer le invitó a sentarse en el vestíbulo del hotel, pero Edward no lo hizo, sabía que no era el lugar adecuado para conversar un tema tan delicado.

—Vengo por un asunto puntual—aclaró, Edward.

—Tú dirás.

—Me gustaría que me acompañase a algún sitio un poco más personal, quizá a cenar, para conversar de su hija.

Si Renée se sorprendió, no lo demostró, simplemente le pidió que le esperase para ir a buscar un abrigo. La mujer no tardó más de quince minutos, al volver llevaba una chaqueta y su cartera.

Edward la llevó al restaurante más cercano al hotel, no deseaba permanecer demasiado tiempo con la madre de Isabella, después de todo no sabía como reaccionaría cuando le hablase de los incidentes en la infancia de su hija, así que prefirió asegurarse.

—¿Te ha enviado mi hija?—preguntó una vez que el mozo del restaurante se marchó dejándoles la carta.

—No. He venido por cuenta propia—respondió, mientras ignoraba la carta. Renée hizo lo mismo y dejó de lado el objeto, para mirar directamente a Edward.

—Entonces, tú dirás.

El mozo volvió a tomarles el pedido, Edward invitó a Renée a pedir, ésta solo pidió un trozo de tarta de manzana y un té. Edward pidió un Whisky a las rocas, los ojos de Renée se encontraron con los de Edward, la mujer demostró su desaprobación ante el pedido, pero no dijo nada.

—Quiero saber más de Isabella, específicamente, quiero saber respecto a su infancia y a los eventos que desencadenaron la muerte de su padre. ¿Puedo?—preguntó señalándole el cigarrillo.

—Preferiría que no.

—Bien—dijo, lamentando dejar de lado el tabaco—. Entonces ¿Qué fue lo que pasó para que Isabella actuase así con usted? Y por favor, sin rodeos.

—Pasé por un momento terrible, estaba enferma, bebía y consumía drogas, de todo tipo. No fui una madre modelo, pero ella cree que su padre si fue un modelo a seguir, aunque no recuerda mucho, supongo que solo recuerda aquello que me ensucia. Si he venido aquí, Edward, es porque quiero que le digas a Isabella que mientras no cambie su forma de vida, seguirá sucia.

—¿Sucia?

—Supongo que sabrás que es una pervertida que prefiere a las mujeres, algo que es completamente anti-natura. Seguirá sucia y su corazón seguirá lleno de rencor si no permite que interceda por ella ante Dios y roguemos juntas el perdón.

—Bueno, eso lo veremos, primero me gustaría saber ¿Qué pasó la noche en que murió Charlie?

La mujer narró la historia, muy similar a lo que estaba en el expediente, a veces susurraba, como si se avergonzara de contarlo o quizá no deseaba que nadie escuchara parte de su pasado. En todo momento mantuvo esa actitud firme y distante, no demostró arrepentimiento, algo que a Edward le extrañó, después de todo se veía tan cristiana, pero no parecía arrepentirse de sus actos.

—Si Charlie hubiera sido capaz de perdonar, nada de eso habría pasado, yo habría sido capaz de mantenerme en mis cabales, pero no sentí ese apoyo y reaccioné muy mal a ese rechazo. Lo hecho, hecho está, por eso quiero ayudar a Isabella antes que permanezca por ese camino.

—Isabella no consume drogas.

—No, pero esa vida libertina la llevará pronto por ese camino.

—Si usted la aceptara en vez de rechazarla, quizá podría acercarse a ella…

—No necesito sus consejos, Edward—le interrumpió—. Quiero que hable con Isabella y le haga entrar en razón, dígale que no la demandaré por lo que ocurrió en su despacho, siempre y cuando acceda a reunirse conmigo.

—La está chantajeando.

—Haré lo que sea necesario con tal de recuperar a mi hija.

—¿Por qué ahora?—alzó una ceja, Edward.

—Porque ahora estoy sana y quiero que ella sane.

—Que sea lesbiana no es una enfermedad, señora.

—Así que es usted el que le ha metido todas esas cosas en la cabeza, es usted otro libertino más—bebió de su té—. Sé perfectamente que clase de hombre es usted, Cullen, se oyen cosas muy desagradables, su promiscuidad le precede. Quizá debería unirse y asistir al servicio religioso junto con Isabella.

—No necesito un remedio, señora, menos necesito que me digan lo que tengo que hacer y como bien usted dijo, estamos para hablar de Isabella, no de mí.

—Veo que no hay nada más que conversar, entonces. Espero a Isabella mañana por la tarde en mi hotel o presentaré los cargos.

—No se moleste, señora—remarcó la última palabra—. Mis abogados ya han presentado a nombre de Isabella Swan una orden de protección a Isabella y además esperamos que se dicte pronto la orden de alejamiento. Usted está acosando a su hija, creo que su historial lo avalará y apoyará a Isabella, así que no creo que sea necesario que la amenace, después de todo aún puede volver al psiquiátrico si insiste.

—¡¿Cómo se atreve?!—dijo levantándose de la silla.

—Me atrevo—permaneció sentado y tranquilo—, porque durante todo este tiempo he visto los frutos de la violencia que vivió Isabella, me atrevo porque sin Charlie, Isabella perdió el rumbo y me atrevo porque protejo a su hija con mi vida, algo que usted nunca hizo ni nunca hará.

Los ojos de Renée se abrieron de par en par, iba a rebatirle, pero Edward levantó la mano para detenerla.

»Lamento haberle hecho perder su tiempo —depositó el dinero de la cuenta sobre la mesa—, me encargaré personalmente de que no vuelva a ver a Isabella nunca más en su vida a menos que ella así lo desee. Le recomiendo que se marche lo antes posible de la ciudad, tiene tres días.

—¿Me está usted amenazando?

—No, solo le informo que si en tres días usted no se ha marchado, mis abogados continuarán con el proceso y créame, que esta vez no serán cinco años de cárcel, sino cadena perpetúa.

—Usted no puede hacer eso, después de todo no he hecho nada para merecerlo.

—¿Quiere entonces que salga a la luz como influenció su familia al juez para rebajar su condena? —Los ojos de Renée mostraron sorpresa—. ¡Oh, si, señora! Sé perfectamente lo que hizo su padre, la extorsión a un juez de la república no está muy bien visto ¿no cree? Mucho menos si también se influenció al médico para que la declarara inimputable por problemas mentales, seamos sinceros, Renée, no nos mintamos, nos ahorraremos mucho tiempo. Usted no estaba loca, usted era una drogadicta y alcohólica que golpeó a su marido y en reiteradas ocasiones golpeó a su hija solo para obtener dinero para seguir drogándose.

Renée levantó su mano, pero Edward se la sostuvo firmemente y miró fijamente a la mujer a los ojos.

—No, Renée, no soy Isabella ni Charlie. Manténgase alejada o verá las consecuencias—se arregló la manga de su chaqueta y salió del restaurante sin mirar atrás.

Edward cogió su teléfono, sabía que debía esperar que Isabella le hablara, pero no podía esperar a verla, no podía esperar a abrazarla y decirle cuanto lo sentía. Tenía que cambiar su actitud, no podía seguir siendo el mismo idiota cada vez que ella le rechazaba. Debía reclamar un espacio en la vida de Bella, deseaba con todo su ser poder eliminar los fantasmas del pasado de una chica que sufrió terribles perdidas y que ha debido luchar sola todo este tiempo.

Recién ahora, fue capaz de comprender por lo que Bella pasó cuando Lucy la dejó. Ella había sido todo para Bella y él había sido un estúpido al no darle importancia.

—Edward—la voz que contestó no era Isabella—. Edward, soy Rose.

—¿Rose?

—Estamos en el Hospital…

—¿Qué pasó? ¿Bella está bien?—le interrumpió.

—Mejor ven al Hospital, acá te esperamos—y cortó.


Hola n.n

Espero que hayan disfrutado de una hermosa navidad y les deseo un feliz año nuevo (adelantado)

Aquí estoy con la actualización mil veces prometida. ¡Estoy de vacaciones! Si, prometo actualizar mucho más pronto de lo que se esperaba.

Esta historia ya está llegando a su fin. Quizá en uno o dos capítulos más.

Gracias a todas las que permanecen aquí y comentan la historia, ha sido muy lindo saber que aún siguen por estos sitios.

Un beso.

Manne Van Necker