Disclaimer: Los personajes y la historia original le pertenecen a Suzanne Collins, yo solo planteo nuevos puntos de vista.

Este es mi primer fic de Los Juegos del Hambre. Espero que sea de su agrado. Traté de mantenerme fiel a los diálogos dados por Suzanne Collins.

Comentar es agradecer, además solo puedo mejorar si ustedes me señalan que les ha gustado y que no.


Cuidados

Me encuentro en alguna especie de limbo entre los sueños y la realidad. Soy vagamente consciente de los temblores de mi cuerpo y del frío que se ha instalado en mi pecho. Aun así, debo de estar ardiendo, pues a veces puedo sentir un sutil cambio en la temperatura de mi frente. Katniss ha de estarme colocando vendas humedecidas o algo así en un intento desesperado por combatir la fiebre, producto de la infección por el corte que me propinó Cato hace unos días.

De vez en cuando la escucho suspirar y me pregunto si se ha arrepentido de haber venido a buscarme después del anuncio de Claudius Templesmith sobre el cambio en las reglas de los Juegos.

A decir verdad, yo no esperaba que lo hiciera. La naturaleza de nuestra relación ha sido prácticamente unidireccional desde que nos conocimos oficialmente el día de la cosecha. Por supuesto que para mi inició mucho antes. Aquel día de primavera en que la vi por primera vez y no pude dejar de escucharla, embelesado y boquiabierto, tal y como lo hacía los sinsajos cuando ella cantaba.

Ahora que lo pienso han pasado años desde la última vez que escuché a Katniss cantar. Es una lástima. Tal vez si mi condición empeora se apiade un poco de mi y me permita morir arrullado por su dulce voz.

No se me ocurre una mejor manera de morir que esta.

Mis expectativas de vida han cambiado mucho desde hace un par de días, cuando me encontraba esperando la muerte enterrado bajo las rocas, el musgo y el fango esperando que llegara de manera natural y no en manos de Cato o Clove. A lo más a lo que podía aspirar era a que apareciese por ahí el chico del Distrito 11 y acabara conmigo de una manera rápida y de ser posible, indolora, aunque no era tan optimista.

Durante la noche, en cuanto finaliza el recuento de las muertes y el himno del Capitolio, escucho las trompetas. Me pregunto si han decidido realizar algún banquete. En cualquier caso, en mi condición no puedo asistir, aunque pensándolo bien, ni siquiera estando sano me metería en un segundo baño de sangre. Ya he tenido suficiente con el primero alrededor de la Cornucopia. Me relajo un poco al pensar que Katniss es demasiado lista para participar tampoco.

No obstante, la voz de Claudius retumba en el cielo con una información muy diferente. En primer lugar, nos felicita a los seis tributos que quedamos… Intento hacer un recuento mental de quienes somos: Katniss y yo, Cato, Clove, el chico del distrito 11 y alguien que no logro recordar, pero mi esfuerzo se pierde cuando mi cerebro llega a comprender lo que ha dicho Claudius: este año han cambiado una regla. Al final, dos tributos pueden ganar siempre y cuando ambos pertenezcan al mismo distrito.

Cierro los ojos sin sentirme reconfortado por la idea. Ya había decidido desde el principio que si alguien debía volver al distrito 12 cuando acabaran los Juegos, esa debería ser Katniss. Si ella perecía aquí, no quedaría nada para mí en casa.

Tal vez si me encontrara en una situación diferente podría ir a buscarla y suplicarle que fuera mi compañera durante los juegos. Que me permitiera guardarle las espaldas y garantizarle el regreso a su hogar… Si yo podía regresar también, bueno… eso sería agradable. No obstante a estas alturas sabía dos cosas con seguridad. Una, yo me estaba muriendo, lentamente pero seguro, la herida que tenía en la pierna era demasiado grave y profunda como para poder sanar sin tratamiento y el estar al descubierto y rodeada de suciedad no ayudaba.

La segunda cosa que sabía era que Katniss me odiaba. Lo había visto en sus ojos mientras se refugiaba en el árbol mientras los tributos profesionales intentaban alcanzarla. No me perdonaría nunca que me hubiese aliado con ellos. Y yo no podía culparla. Después de todo no había logrado nunca, en once años de conocerla y amarla, reunir el valor necesario para decirle todo lo que sentía por ella. Para ella no debo ser más que un oportunista que decidió declarar su amor por televisión nacional antes de decírselo mientras la veía a los ojos. Katniss no sabe que lo que siento es real.

Katniss nunca sabrá que lo que siento es real. Con este último pensamiento, logro dormirme.

¡Splash, splash!

El barboteo del agua siendo pisada por unas botas consigue despertarme al día siguiente. Tengo que poner mucha atención para escuchar las pisadas suaves y silenciosas y, muy de vez en cuando, el crujido de una ramita o el golpeteo de una piedrecilla al caer en el cauce del río.

Es todo. Cato y Clove, quienes ahora son aliados en toda regla, han venido para rematarme de alguna manera lenta y dolorosa. Mantengo los ojos cerrados rogando para que mi camuflaje sea suficiente para que no me encuentren. No obstante escucho como las pisadas siguen acercándose a mi escondite. Y es entonces cuando lo escucho.

-Peeta, Peeta.

Es apenas un murmullo, pero reconocería esa voz, su voz, en cualquier parte. Me atrevo a espiar entre mis pestañas, solo para convencerme de que no se ha tratado de una alucinación y es entonces cuando la veo. Está cubierta de suciedad y tiene dos largos surcos que se extienden desde sus ojos hasta perderse en su mentón. El rastro de las lágrimas resulta inconfundible. Katniss ha estado llorando. Una parte de mi se pregunta el motivo. Tal vez se deba a la muerte de la niñita, Rue, el tributo del Distrito 11, cuyo rostro apareció en el cielo antes de que Claudius anunciara el cambio en las reglas.

¡El cambio en las reglas! ¿Será posible? ¿Habrá venido a buscarme para aliarse conmigo? Mi corazón empieza a martillar con fuerza dentro de mi pecho. Katniss pasa junto a mí sin llegar a verme.

-Peeta, Peeta.

Una pequeña ave empieza a imitar el sonido de su voz en lo alto de un árbol y sus pequeños hombros se hunden en un símbolo inequívoco de derrota. Vuelve a pasar a mi lado, esta vez en dirección contraria y no puedo evitar hablarle.

-¿Has venido a rematarme, preciosa?

Ella se paraliza por un segundo. Inclina su cabeza hacia la izquierda y susurra mi nombre:

-Peeta. ¿Dónde estás?

No digo ni una palabra y ella se gira hacia mi confundida, intentando encontrarme sin éxito. Se arrastra por la orilla del río y su pie pasa muy cerca de mi rostro.

-Bueno, no me pises.

Ella retrocede de un salto y yo ya no puedo resistir la tentación de abrir los ojos y verla por completo.

Katniss ahoga un grito y yo no puedo evitar reírme. Supongo que en este momento debo verme como una piedra con ojos y dientes. Katniss me mira entre curiosa y admirada.

-Cierra otra vez los ojos- me ordena y como no puedo decirle que no, le hago caso. Escucho como se arrodilla a mi lado pero mantengo los ojos cerrados

-Supongo que todas esas horas decorando pasteles han dado por fin su fruto.

-Si, el glaseado, la última defensa de los moribundos.

-No te vas a morir- me responde y me sorprende la determinación que escucho en su voz.

-¿Y quien lo dice?- mi voz suena más ronca de lo usual, producto de la debilidad de mi cuerpo y de todos los días que llevo sin hablar con nadie.

-Yo. Ahora estamos en el mismo equipo, ya sabes.

Mi corazón vuelve a martillear como loco en mi interior. ¡Ha venido a buscarme! Katniss ha venido a hacer equipo conmigo a pesar de saberme herido.

-Eso he oído- abro los ojos de nuevo. Muy amable por tu parte venir a buscar lo que queda de mi.

Ella no responde a lo que le he dicho, sino que me hace una pregunta.

-¿Te cortó Cato?- saca una botella de su mochila y me da agua con cuidado.

-Pierna izquierda arriba.

-Vamos a meterme en el arroyo para que pueda lavarte y ver que tipo de heridas tienes.

No puedo resistir la tentación de tenerla cerca, de aspirar su aroma, de contar las pecas sobre su nariz, así que le digo:

-Primero acércate un momento, tengo que decirte una cosa.

Para mi sorpresa, ella se inclina sobre mí y coloca su oído derecho cerca de mis labios para ahorrarme el esfuerzo. Está tan cerca que cuando le hablo, la piel de mis labios roza ligeramente la suya.

-Recuerda que estamos locamente enamorados y puedes besarme cuando quieras.

Ella se aparta de golpe y yo no puedo evitar sonreír.

-Gracias.- dice mientras se ríe- Lo tendré en cuenta.

En ese momento despierto del ensueño. No estoy bajo el sol mientras Katniss lava mi cuerpo y hace lo que puede para curar mis heridas. Estoy en el interior de una cueva y Katniss no está a mi lado.

Me enderezo un poco y estudio lo que me rodea. Su mochila naranja sigue aquí, así que esa parte no la soñé. Ella realmente ha estado cuidando de mí. Mis ojos se dirigen hacia la entrada de la cueva y detectan el tinte rosáceo del amanecer. Mi corazón se detiene por un instante, asustado por la posibilidad de que Katniss haya salido de noche y Cato y Clove la hayan atrapado en una de sus cacerías nocturnas.

Ella escoge justo ese momento para entrar en la cueva con un cuenco con una papilla rojiza en las manos.

El alivio que siento no puede describirse con palabras.

-Me desperté y no estabas. Estaba preocupado por ti.

Ella me mira mientras intento levantarme, un esfuerzo inútil pues estoy tan débil que ella se apresura a acercarse a mi y a obligarme a tumbarme de nuevo.

-¿Que tú estabas preocupado por mí? – pregunta ella mientras suelta una risita.- ¿Te has echado un vistazo últimamente?

No me parece cómico

-Creía que Cato y Clove te habían encontrado. Les gusta cazar de noche.

La risa se desvanece y ella frunce el ceño.

-¿Clove? ¿Quién es?

-La chica del Distrito 2. Sigue viva, ¿no?

-Sí, estamos ellos, nosotros, Tresh y la Comadreja. Es el apodo de la chica del 5. ¿Cómo te sientes?

Esa pregunta me desarma, porque me siento mejor que nunca a pesar del dolor y la debilidad. Le contesto con toda sinceridad.

-Mejor que ayer. Esto es mucho mejor que el lodo: ropa limpia, medicinas, un saco de dormir- hago una pausa y clavo mis ojos en los suyos sintiendo un cosquilleo en mi estómago- y tú.

Aunque lo cierto es que todo lo demás me habría importado muy poco si ella no viniese incluida dentro del paquete.

Ella parpadea y hace una curiosa mueca durante un segundo antes de acercarse a mí y rozarme la mejilla con el dorso de su mano, ligera como las alas de una mariposa. Yo no pierdo el tiempo y me apresuro a tomar su mano y rozarla con mis labios. ¿Cuántas veces he querido hacer esto? ¿Unas quinientas desde que tenía cinco? ¿Mil? ¿Dos mil? ¿Un millón?

Once años después la suerte pareció estar a mi favor de la manera menos lógica del mundo, pero no me quejo, porque la chica que amo está junto a mi y a pesar de que tal vez yo muera pronto, no hay nada mejor en el mundo que esto.

-Se acabaron los besos hasta que comas- me dice con autoridad. Me rodea con sus brazos y me ayuda a apoyar la espalda contra la pared y poco a poco empieza a darme de comer la papilla que traía en el cuenco, la cual trago sin chistar ante la promesa de que vendrán más besos después de eso. Katniss intenta de darme de comer algunos trozos de alguna especie de ave, pero estoy seguro de que mi estómago no será capaz de resistir eso y lo que menos quiero es que ella me vea vomitar.

Contemplo su rostro mientras termino la papilla y descubro, bajo toda la suciedad que cubre su rostro, los círculos violáceos que rodean sus ojos, marcas inequívocas del cansancio con el que tiene que cargar por mi culpa.

-No has dormido.

-Estoy bien –responde de inmediato pero no me engaña.

-Duerme un poco. Yo vigilaré. Te despierto si pasa algo- la veo vacilar. No quiere dormirse cuando sabe que me encuentro tan débil. No confía en mi para su supervivencia, pero si no duerme tampoco podrá defenderse.- Katniss, no puedes estar despierta para siempre.

Ella asiente y estudia mis ojos, para ver que tan nublados están por la debilidad y la fiebre. Hecha un vistazo afuera y supongo que termina de convencerse gracias a lo que he dicho sobre que Cato y Clove prefieren cazar de noche, porque afuera brilla el sol.

-Vale- acepta finalmente- pero sólo unas cuantas horas; después me despiertas.

Coloca el saco de dormir sobre el suelo y se tumba encima con el arco cargado en la mano. Me arrastro hasta quedar sentado a su lado, con la pierna herida completamente estirada y los ojos clavados en el exterior.

Volteo a verla cuando me doy cuenta de que su respiración no ha adoptado ese ritmo característico de los sueños.

-Duérmete- le digo en voz baja y en un acto de valentía me atrevo a apartar un par de mechones de cabello que le caen sobre la frente.

Escucho un suave suspiro y la veo a los ojos. Repito la acción y ella se queda mirándome sin apartarme. Estoy casi seguro de que mi corazón está bailando dentro de mi pecho. Durante las siguientes horas me dedico a acariciar su cabello, aún y cuando sé que hace mucho que Katniss se ha dormido.

Ya ha caído la noche cuando ella despierta y se endereza violentamente.

-Peeta- me reclama- se suponía que ibas a despertarme en un par de horas.

Sí, así era. Pero valía la pena dejarla dormir solo para ver su rostro relajado y en paz.

-¿Para qué? Aquí no ha pasado nada. Además, me gusta verte dormir; no frunces el ceño, lo que mejora mucho tu aspecto.

Automáticamente arruga la frente y no puedo evitar sonreír. Ese es precisamente el momento que ella elige para tocar mis labios y mi mejilla. Debo estar ardiendo, pues su mano se siente helada contra mi piel. Me pregunta si he estado bebiendo agua, pero la verdad es que he pasado todo el tiempo alternando entre ver hacia fuera y verla a ella. Ella voltea a ver las dos botellas de agua y la bota con gesto acusador y me doy cuenta de que no he sido convincente.

Katniss me obliga a tomarme otro par de píldoras para la fiebre, aunque sé que están tratando con algo con lo que no pueden hacer nada. La infección hará que la fiebre no remita.

Luego se empecina en que beba agua, así que se queda a mi lado hasta que me bebo un litro de agua y después otro.

Dedica un rato a revisar las heridas leves, las que me hice con el fuego de los vigilantes y las cuatro picaduras de rastrevíspula que recibí cuando ella misma dejó caer el nido sobre nuestro campamento.

La escucho tomar aire y casi puedo oírla contar hasta tres en su cabeza antes de retirar la venta que cubre la herida de mi pierna.

No logra controlar su expresión cuando descubre la piel hinchada, tirante y reluciente y las líneas rojas que suben por mi pierna.

Septicemia, la infección se ha vuelto más grave y está avanzando rápidamente por mi cuerpo.

-Bueno, está más hinchado, pero no hay pus dice ella tratando de sonar valiente y tranquila, pero no tengo problema en escuchar el temblor en su voz. Ella sabe igual que yo lo que le pasa a mi pierna, pues su madre es sanadora.

-Sé lo que es la septicemia, Katniss, aunque mi madre no sea sanadora.

--Simplemente significa que vas a tener que sobrevivir a los otros, Peeta. Te curarán en el Capitolio, cuando ganemos.

Cuando ganemos. Eso suena bien, demasiado bien. Aunque sé que con estas heridas será difícil inclusive que llegue hasta mañana, no digamos sobrevivir a Cato, Clove, Tresh y la chica del 5, que de alguna manera que no consigo comprender sigue allá fuera, posiblemente en mejor estado que yo.

Aun así, no quiero echar por tierra su determinación a salvarme, así que intento darle la razón.

-Sí, buen plan. –Digo intentando sonar convincente. Por sus ojos, sé que no he logrado serlo.

-Tienes que comer y mantenerte fuerte. Voy a hacerte una sopa.

Sopa. ¿Cuántas veces soñé con una Katniss cocinando para mi? ¿Cuántas veces deseé la posibilidad de que yo fuera valiente y admitiera todo lo que sentía por ella? Ahora esos sueños parecen muy lejanos. Lo único en lo que puedo pensar es en que si enciende un fuego, Cato y Clove nos encontrarán fácilmente por el humo y que yo no podré protegerla.

-No enciendas un fuego, no merece la pena.

--Ya veremos.

Katniss sale de la cueva y la escucho moviendo cosas aquí y allá. Vuelve rápidamente y en cuanto cruza el agujero me siento más tranquilo, aunque esa tranquilidad no borra el dolor que siento extenderse por mi cuerpo. Ella se inclina y moja una nueva venda para ponerla sobre mi frente. Casi puedo escuchar como el agua se evapora al entrar en contacto con mi piel caliente.

-¿Quieres algo? me pregunta con suavidad

-No, gracias.- lo pienso un poco mejor y caigo en cuenta de que lo que más quiero es que me cante una canción, aunque estoy seguro de que no accederá a entretener al Capitolio con su dulce voz, así que reformulo mi petición antes de hacerla. Lo único que deseo es oír su voz- Espera, sí: cuéntame un cuento.

-¿Un cuento?- parece sorprendida- ¿Sobre qué?

-Uno que sea alegre. Cuéntame el día más feliz que puedas recordar.- porque nada me haría más feliz que llegar a conocerla aunque sea un poco antes de morir. Ella deja salir un sonido curioso de su garganta, una mezcla entre un suspiro y un bufido exasperado y se lo piensa un momento.

-¿Te he contado alguna vez cómo conseguí la cabra de Prim?

Por supuesto que no lo ha hecho, nunca hemos hablado mucho hasta ahora y estoy seguro de que la ilusión que siento se refleja en mi rostro.

La historia que me cuenta probablemente sea una versión retocada de lo que en verdad pasó, pero no me quejo, porque de vez en cuando la veo sonreír y me doy cuenta de que es por su hermana. En ocasiones las veía cuando la pequeña arrastraba a Katniss hasta el escaparate donde colocábamos los pasteles decorados para la venta.

En esos momentos sentía una chispa de orgullo, porque las dos sonreían mientras contemplaban los diseños que yo mismo plasmaba en betún sobre los pasteles después de que mi padre los horneaba.

No fue difícil imaginar la reacción de Prim cuando Katniss apareció en casa con la cabra. Pero yo me entretuve pensando en la autocomplacencia que debió sentir ella al verla tan feliz.

Luego empezó a hablar sobre como entre su madre y su hermana curaron las heridas que tenía el animal en la pata y no pude evitar compararme a mi mismo con la cabra. Las sanadoras Everdeen.

-Suenan como tú- y ella dio un respingo como si estuviese sorprendida de oírme hablar.

-Oh, no, Peeta, ellas saben hacer magia. Esa cosa no podría haberse muerto ni queriendo y entonces se calla y yo siento un vacío extraño en mi pecho al ya no oír su voz. Entonces caigo en cuenta de lo que cree haber dicho y me hecho a reír, porque nunca he deseado tanto no morir como en este momento, cuando la chica de mis sueños está contándome un sueño para aplacar de algún modo mi dolor.

-No te preocupes, que no quiero -bromeo-. Termina la historia.

-Bueno, eso es todo. Sólo que recuerdo que aquella noche Prim insistió en dormir con Lady en una manta junto al fuego y que, justo antes de dormirse las dos, la cabra le lamió la mejilla, como si le diese un beso de buenas noches o algo así. Ya estaba loca por ella.

Y yo la entiendo porque no es difícil amar a una Everdeen.

-¿Todavía llevaba puesto el lazo rosa?

-Creo que sí. ¿Por qué?

-Intento imaginármelo. Ahora entiendo por qué fue un día feliz.

-Bueno, sabía que esa cabra era una mina de oro- se apresura a añadir ella como si temiese verse débil.

-Sí, claro que me refería a eso, no a la inmensa alegría que le diste a tu hermana, a la que quieres tanto que ocupaste su lugar en la cosecha.- digo señalando lo obvio.

-La cabra se ha amortizado con creces –insiste ella intentando en vano hacerse la dura.

-Bueno, no se atrevería a lo contrario, teniendo en cuenta que le salvaste la vida.- y entonces entiendo que yo también tengo pensado amortizar todo lo que le he costado a ella- Pretendo hacer lo mismo.

-¿De verdad? ¿Y cuánto decías que me has costado?

-Muchos problemas. No te preocupes, te lo pagaré con intereses.- o al menos intentaré hacerlo… si me permites seguir a tu lado hasta el final.

Ella menea la cabeza:

-No dices más que tonterías responde y se inclina hacia mi para tocar mi frente con su mano helada. Por su expresión, sé que la fiebre a vuelto a subir- Aunque estás un poco más fresco.- miente sin éxito.

Estoy a punto de replicarle cuando las trompetas suenan a nuestro alrededor y Katniss se pone en pie de un salto mientras se asoma por la entrada de la cueva.

Es Claudius Templesmith, de nuevo, esta vez invitándonos a todos a un banquete. Katniss sacude una mano rechazando su propuesta cuando Claudius dice:

--Una cosa más: puede que algunos estéis ya rechazando mi invitación, pero no se trata de un banquete normal. Cada uno de vosotros necesita una cosa desesperadamente.- y entonces se me cae el alma a los pies, pues Katniss no necesita nada pero yo sí, la medicina - En la Cornucopia, al alba, encontraréis lo que necesitáis en una mochila marcada con el número de vuestro distrito. Pensadlo bien antes de descartarlo. Para algunos, será vuestra última oportunidad.

Y con eso acaba. Dejando sus palabras haciendo eco en nuestras cabezas. Noto como Katniss empieza a maquinar su plan y me pongo de pie con dificultad para tomarla por los hombros antes de que la idea eche raíces en su cabeza y arriesgue su vida por mi. Ella reacciona a mi contacto con una ligera sacudida y sus ojos grises se clavan en los míos.

-No- le digo con determinación- No vas a arriesgar la vida por mí.

-¿Y quién ha dicho que piense hacerlo?

Sé que miente, pero intento seguirle la corriente, porque es Katniss y sé que ya ha tomado la decisión, pero haré todo lo que esté en mis manos para disuadirla. Porque lo más seguro es que si va Cato, Clove o Tresh la matarán sin piedad.

-Entonces, ¿no vas?

--Claro que no voy, ¿por quién me tomas? ¿Crees que voy a meterme en una barra libre con Cato, Clove y Tresh? No seas estúpido y me obliga a recostarme de nuevo- Dejaré que luchen entre ellos y veremos quién sale en el cielo mañana por la noche; después pensaremos en un plan.

No le creo nada.

-Qué mal mientes, Katniss, no sé cómo has sobrevivido tanto tiempo.- hago una pobre imitación suya- «Sabía que esa cabra era una mina de oro. Estás un poco más fresco. Claro que no voy.» - sacudo la cabeza ante lo obvias que suenan todas esas mentiras y añado-Será mejor que note dediques a las cartas, porque perderías hasta la camisa.

Ella estalla:

-Vale, sí que voy, ¡y no puedes detenerme! me suelta con la cara enrojecida por la rabia.

-Puedo seguirte, al menos un trecho. Quizá no llegue a la Cornucopia, pero, si voy detrás de ti gritando tú nombre, seguro que alguien me encuentra. Así moriré, y punto- y si muero no tendrá sentido que te dejes matar por una medicina.

Sus ojos grises me miran con furia, pero me contesta:

-No podrías recorrer ni cien metros con esa pierna.

-Entonces, me arrastraré. Si tú vas, yo voy-digo intentando dejar el asunto por zanjado.

Ella me mira como sopesando mis palabras y tratando de decidir que tan cabezota puedo llegar a ser y cae en cuenta de que lograré que me maten, tal vez un tributo u otra cosa, antes de que ella tenga tiempo de llegar a la Cornucopia para conseguirme la estúpida medicina.

Ella lanza una última pregunta desesperada:

-¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Sentarme a verte morir?

Me ha pillado, sabe que si no consigue la medicina irremediablemente moriré, pero me hago el fuerte para no dejarle opciones.

--No me moriré, te lo prometo, si tú me prometes que no irás.

Hemos llegado a un punto muerto y ella lo sabe tan bien como yo. Al final, acepta, a regañadientes, pero acepta.

-Entonces tendrás que hacer lo que te diga, beberte el agua, despertarme cuando te lo pida y comerte toda la sopa, ¡aunque esté asquerosa!

No me parece un acuerdo difícil de cumplir, así que lo acepto de inmediato.

-De acuerdo. ¿Está ya?

-Espera aquí.

La sopa sigue calentita en la olla de hierro y a pesar de lo que diga Katniss, no la considero asquerosa en lo absoluto, porque ha sido hecha por ella, así que bien podría ser un pastel de lodo que igual me lo comería.

Señalo lo deliciosa que está y ella me mira como si estuviera loco. Aunque he de admitir que la fiebre está nublando mis sentidos de nuevo y he sonado poco convincente inclusive para mi mismo.

Katniss me da otra dosis de medicina para la fiebre y sé que ella sabe que me queda poco tiempo. Sale al arroyo para lavarse un poco, pero antes de salir me dedica una mirada que me preocupa.

Se tarda unos minutos fuera y cuando regresa, vuelve con una mezcla entre púrpura y roja metida dentro de un cuenco.

-Te he traído un regalo. He encontrado otro arbusto de bayas un poco más abajo.

Abro la boca sin vacilar para tragarme lo que sea que la haga sentir bien, pero vacilo cuando el dulce sabor explota en mi lengua. Frunzo el ceño e intento recordar de donde me resulta familiar el sabor.

-Están muy dulces.

--Sí, son almezas; mi madre las utiliza para hacer mermelada. ¿Es que no las habías probado antes? me mete una segunda cucharada en la boca y la trago de inmediato para contestarle.

-No- respondo algo confundido porque sé que el sabor es conocido para mi, pero no logro ponerle un nombre.-¿Almezas?

-Bueno, no es fácil encontrarlas en el mercado, son silvestres claro, tiene sentido, Katniss no solo caza ahí fuera de la alambrada, también se dedica a recolectar frutos y esas cosas. Escucho el sonido amortiguado de la cuchara raspando el cuenco y consigo decir:

-Son tan dulces como el jarabe- y justo en ese momento ella me mete la última cucharada en la boca- Jarabe.- es entonces cuando caigo en cuenta de lo idiota que he sido. Abro mucho los ojos sintiéndome traicionado e intento escupirlo, pero ella me tapa la nariz y la boca obligándome a tragar el somnífero.

Una vez se asegura de que me lo he tragado retira sus manos y me ve con petulancia. Me inclino hacia delante intentando vomitar para sacar de mi sistema aquella sustancia que me dejará fuera de combate mientras Katniss se mete en una pelea para conseguir la medicina que me salvará la vida, pero ya es tarde.

Los ojos se me cierran contra mi voluntad y lo último que consigo ver antes de dormirme es a Katniss, envuelta en una bruma plateada del mismo color que sus ojos.