Todos los personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya, sin ánimos de lucro.


Capítulo XXI —Final.

Al día siguiente, tanto Lovino como Antonio ya dejaron las maletas cerca de la puerta. Habían terminado finalmente de empacar. Lo único que habían dejado era la ropa para el día de mañana y nada más. Ambos estaban asombrados de lo rápido que había transcurrido el tiempo. Parecía que había sido ayer cuando recién habían empezado a salir.

Sin embargo, había pasado más de un año desde que habían comenzado su alocada relación. Antonio, pese a ser bastante despistado, aún recordaba la mesa donde habían comido pizza y en donde había derramado el vino. ¿Cómo podía olvidar las dos primeras citas que habían acabado en un verdadero desastre? Pero no se arrepentía en lo absoluto.

Cada momento, cada alegría, cada llanto, había valido la pena. Porque, al fin y al cabo, era para él. Y ahora, emprenderían una nueva vida juntos, sin saber qué esperar de ella, sin estar seguros de lo que el futuro les traería. Pero eso no importaba, porque él estaría a su lado y mientras que fuera así, estaba seguro de que podría enfrentar cualquier dificultad juntos.

—¿Ya nos vamos, idiota? —preguntó el italiano quien estaba impaciente. La idea de comer en lo de su hermano le traía emociones encontradas. Por un lado, Feliciano cocinaba como nadie y por otro lado, estaba Ludwig. Aunque, de cierta manera, lo extrañaría. No podría insultarlo tanto una vez que se subieran al tren y se establecieran en la capital, pensó.

Antonio agarró su saco y luego emprendieron la marcha. Sería un almuerzo realmente interesante. Estarían todos reunidos, por primera vez desde la boda de Ludwig y Feliciano. De hecho, esa misma mañana le había mandado un mensaje a Emma para que ella asistiera al mismo. No podía dejarla de lado después de todo lo que ya habían pasado.

Aunque se suponía que debía estar triste por la partida, el español sonreía. Vería a sus amigos todos juntos, no había mejor motivo para estar feliz. Simplemente no lo había.

Caminaron sin mucho apuro por las calles del pueblo. ¿Cómo era posible qué tantas cosas hubieran ocurrido allí? Casi todo le traía recuerdos que ahora parecían lejanos y a su vez, que lucían como si hubieran pasado el día de ayer. No extrañaba el drama, obviamente, pero creyó que eso había fortalecido su relación con Lovino. Quizás si nada de eso hubiera ocurrido, no hubieran sido capaces de dar este paso gigantesco.

Ambos iban caminando de la mano. Lovino trataba de alejarse del español pero este igual lo atraía hacia sí. Disfrutaba marchar de ésa manera, sin ningún tipo de drama que los persiguiera. Podían estar completamente tranquilos, sin preocuparse de que alguien pidoera aparecer en la siguiente esquina.

Llegaron rápidamente al edificio donde todavía Ludwig y Feliciano vivían. Antonio sonrió debido a los recuerdos que le traía. Sin embargo, no podía quedarse eternamente contemplando aquel edificio de apartamentos. Seguramente, los anfitriones ya estaban esperándolos ansiosamente.

Cuando tocaron la puerta del apartamento, pudieron escuchar un grito que no podía ser de otro…

—¡Feliciano!

Tanto Lovino como Antonio se alarmaron. Se preguntaron qué había hecho el italiano para que el alemán gritara de ésa manera tan desaforada. Aunque realmente era bastante normal que esos dos se trataran así. Por supuesto, al hermano de Feliciano no le hizo mucha gracia. Ya se lo diría en cuanto tuviese la oportunidad.

—¡Lo siento, lo siento! —El italiano se disculpó lo mejor que pudo y corrió a atender a la visita, ya que de ése modo se libraba de la furia de su esposo —¡Lovino, Antonio! ¡Ve! —exclamó y acto seguido, abrazó a ambos lo mejor que pudo.

Enseguida, apareció el más alto detrás de él. Estaba con algunas quemaduras en el delantal y con algo de hollín en las mejillas, ya que cierto italiano se había olvidado de la cocina y… Bueno, básicamente tuvo que intentar que el horno no se quemara por completo.

—Me alegro que hayan venido a la hora —Se limitó a decir, pretendiendo que no había gritado de ésa manera y que los otros no lo habían escuchado. Los invitó a pasar hasta al comedor, donde todos los platos ya estaban puestos.

Además, todos los invitados al almuerzo de despedida también se hallaban allí. Francis había traído un par de botellas de vino de la más fina calidad ya que pensó que un evento como ése se lo merecía. También estaban allí sentados Emma y Vincent. Éste último vino como una especie de colado. Claro que les había comprado el pasaje y les había ofrecido la estadía. Así que pensó que se había ganado el puesto bien merecidamente.

—¡Al fin vinieron! —exclamó la belga y luego señaló el reloj. Habían llegado pasado el mediodía y el resto de los comensales los estaban aguardando con mucha paciencia.

—Por un segundo pensé que ya se habían ido sin avisarnos de ello —murmuró el francés y luego sonrió.

Por su lado, el holandés no dijo nada aunque estaba bastante fastidiado por haber tenido que esperarles tanto.

—Lo siento, lo siento —comentó Antonio con bastante vergüenza, en tanto se reía por su descuido. Rápidamente sacó la silla para que Lovino pudiera tomar asiento y luego él.

Sin embargo, Lovino no hizo lo que el español le había indicado. Ésa no era su prioridad. Apenas consiguió entrar al apartamento, fue hacia su antigua habitación. Por supuesto, ya que aún estaba de la mano con el español, lo arrastró consigo. Quería volver a ver su viejo dormitorio, donde mucho tiempo atrás, había perdido la virginidad con aquel.

Todos se quedaron bastante sorprendidos… y hambrientos. Todos habían estado esperando para que llegaran, para poder disfrutar de la comida mientras conversaban y se ponían al día. No obstante, resultaba evidente que eso no iba a suceder en un futuro cercano y ciertamente a Lovino no le importaba demasiado dejarlos ahí, con la baba en la boca.

—¡Rayos! Y yo ya quería comer —se quejó Francis con un enorme puchero en su rostro. Deseaba que el muchacho no se tardara demasiado con lo que estuviera planeando en su cabeza.

Abrió lentamente la puerta. Los recuerdos lo atacaron de súbito. Era un recuerdo tras otro. Lo primero que se le ocurrió hacer fue salir corriendo y tirarse a su cama, la cual estaba extrañamente ordenada y limpia. Después, recordó que cierto alemán era un obsesivo de la limpieza así que supuso que se debía a eso. Le agradeció ciertamente que fuera así, porque no quería tirarse a una cama llena de polvos.

—¿Aún lo recuerdas? —preguntó Antonio, quien se acercó hacia al balcón de la habitación. Todavía recordaba la tontería que había hecho al cubrirse por completo de chocolate y con una tonta rosa en su entrepierna, solamente para reconquistar a su chico. Y vaya que en aquella ocasión lo había conseguido.

—No quiero hablar de eso, tarado —respondió a pesar de estar pensando en eso mismo. Era imposible olvidar la imagen del español en aquella oportunidad, aunque tomara litros de alcohol. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo desde que había pasado eso.

—Me sentí tan ridículo —Completamente ignoró lo que dijo el otro. Seguía preguntándose de dónde había sacado la cara para hacer tal proeza. Suspiró y luego se dio la vuelta hacia la puerta.

A pesar de los meses que habían transcurrido, aún tenía esa sensación. Todavía no podía creer que hubiera hecho tal cosa, como recomendación de Francis. Y sobre todo, que hubiere funcionado.

—Creo que deberíamos irnos al comedor —No quería pasar otro rato más allí, porque temía que Lovino se arrepintiera de su decisión de irse del pueblo. Además, pudo oír muy bien el ruido que hizo el estómago de aquel —¡Vamos, Lovino! —exclamó recuperando el buen ánimo que tenía.

Éste se levantó a duras penas y muy a regañadientes. Sin embargo, se apresuró cuando olió el aroma a pasta que provenía de la cocina. No podía decir que no a un aroma como ése por nada del mundo. Incluso ignoró el hecho de que Antonio le estaba tendiendo la mano para irse juntos. No le importaba. Lo único que le interesaba en aquel momento era comer de una vez por todas.

Se sentó en el sitio donde anteriormente el español había sacado la silla y éste a su lado, para contemplar la mesa. El alemán rápidamente sirvió todos los platos con mucha prontitud y luego se sentó a la cabeza de la misma. Por unos momentos, el silencio predominó aquel sitio. Parecía que nadie se animaba a decir algo. Quizás porque comenzaban a comprender la razón por la cual se hallaban reunidos.

Pero fue Feliciano quien rompió el súbito silencio.

—No puedo creer que se vayan, ve… —murmuró sin disimular la tristeza en su voz.

—Pues créelo, idiota —contestó Lovino, ya que estaba luchando para aparentar que no le importaba. Aunque, para ser sincero, se sentía bastante mal por ello. Pero no por eso tenía dudas. Al contrario, estaba completamente seguro de querer irse al lado del español.

Ludwig era curioso por saber cómo habían llegado a esa situación sin darse cuenta. Sin embargo, no quería arruinar la despedida con un regaño. Todo lo que podía hacer, en ese momento en particular, era desearles los mejores de los éxitos. Luego recordó algo importantísimo así que se levantó de la mesa.

—¿Y al macho patatas qué le pasa? —preguntó el mayor de los hermanos Vargas, con la cara llena de salsa de tomate.

Mientras que los dos hermanos conversaban. Antonio se concentró en su viejo amigo de la infancia. Hacía tiempo que no conversaban debido a cierto problema que los había distanciado, pero ahora ambos estaban dispuestos a dejarlo de lado. Francis creyó que era absurdo continuar de ésa manera, por más que le doliera ver a Antonio irse con alguien más, porque era su amigo y quería que fuera realmente feliz.

—Ah, no puedo creer que te vayas, idiota —comentó el francés mientras que tomaba un sorbo de su tan amado vino.

—Es lo que hay. Es la primera vez que voy a abandonar el pueblo —respondió el hispano, en tanto se daba la vuelta para observar a través del ventanal. Dejarlo todo atrás por una nueva vida, pensó. Nunca se había imaginado la sorpresa que la vida tenía para él. Sin embargo, aunque le resultaba hasta extraño abandonarlo, nunca había estado tan firme respecto a una decisión —Las vueltas que da la vida, ¿no es así? —preguntó con un tono ensoñador.

El francés se limitó a sonreír. Aunque estaba realmente de acuerdo con lo que había dicho. La vida daba demasiados giros inesperados y te coloca en posiciones o sitios que nunca habías pensado. Muchas veces ni siquiera daba explicaciones para ello, si bien siempre había una razón oculta que solamente se dejaba ver luego del esfuerzo o sacrificio que uno debía hacer.

—Pero es para mejor —opinó Emma, metiéndose en la conversación —Claro que duele que te vayas, pero hay momentos en los que hay que sacrificarse —añadió —Tus amigos te apoyamos al cien por ciento —Le guiñó el ojo al mismo tiempo que Francis asentía, totalmente de acuerdo con sus palabras.

Al español se le ocurrió decirle algo al francés. No habían conversado sobre el problema que les había mantenido distanciado. Pero de algún modo, el rubio se percató de ello y se adelantó.

—Yo te apoyaré en lo que sea necesario y si eres feliz con Lovino, entonces… —Levantó el pulgar en señal de aprobación, un gesto que Antonio valoró muchísimo. Era como si un muro se derrumbara y finalmente pudieran conversar como siempre lo habían hecho. El español le sonrió tan sinceramente como pudo, ya que era su forma de agradecérselo sin tener que utilizar las palabras.

De repente, el alemán regresó a la mesa y le entregó una pequeña tarjeta a Lovino. Éste lo miró de manera sospechosa antes de revisar la misma.

—¿Qué es esto, imbécil? —preguntó sin comprender la acción realizada por su cuñado.

—Es el número y la dirección de Gilbert —explicó lo que hizo que todos los comensales se voltearan a escuchar sus palabras —Si necesitan algo, lo que sea, sólo le pegan un llamada y ya está —comentó.

Antonio le dio un codazo a su chico para que por lo menos agradeciera la acción de Ludwig, ya que sabía que por iniciativa propia no lo haría.

—Gracias —comentó sonrojado y bastante apenado debido a la acción de su pareja. Además de que no esperaba tal ayuda proviniese del otro. No tenían la mejor relación del mundo y aun así había decidido darle una mano. No podía realmente expresar lo que en ese momento sentía, era una mezcla de agradecimiento y mucha vergüenza.

El silencio ocupó un lugar en la mesa, ya que nadie se animó a decir algo al respecto. Sin embargo, el español no quería que el último día en que lo pasaran todos juntos estuviese plagado de un ambiente triste y deprimente.

—Entonces seguro que lo estaremos molestando en cualquier momento —respondió Antonio entre risas para poder eliminar la tensión del momento. Luego se le ocurrió una idea y miró al francés —Quizás cuando estemos mejor establecidos, podrías ir a visitarnos y recordar viejos tiempo, Francis —Hacía tanto tiempo que no salían los tres juntos que no recordaba lo divertido que solía ser.

—Es una promesa —murmuró, totalmente de acuerdo con el plan de su viejo compañero de escuela.

El resto del almuerzo fue realmente ameno, a veces recordando algunas tonterías que la pareja que había hecho o los malentendidos que se habían formado entre ellos. De vez en cuando, Lovino inflaba las mejillas ya que le molestaba bastante que hablaran de ésa manera y sobre todo, que a Antonio parecía que no le incomodaba en lo absoluto. Es más, le daba la impresión de que se estaba divirtiendo muchísimo al hablar de todo eso.

Sin embargo, pese a que se mostraba enfado, también se sentía aliviado por verle tan relajado. Las últimas semanas habían sido un verdadero desastre y pocas veces lo había visto sonreír de ésa manera. Aunque no quería admitirlo, el asistir al almuerzo había sido una gran idea de su hermano y su cuñado. Se preguntaba cuándo sería la siguiente vez en que esto volvería a repetirse. Sentía como si todos fueran parte de una enorme familia. El único que faltaba allí era su abuelo.

Después de comer todo, Antonio se levantó con la copa al aire. Supuso que era el momento de hablar. Miró a cada uno de los rostros que se hallaban alrededor de la mesa. No podía creer que tantos le estuvieran apoyando y aun así, se sentía increíblemente feliz. Aunque tuviera que irse, no se sentía triste. Porque a pesar de la distancia, ellos le estarían respaldando, pasara lo que pasara.

No tenía nada ensayado porque no se le había pasado por la cabeza que tendría que decir algo. Sin embargo, su corazón le había dicho en ese momento que era lo menos que podía hacer. Respiró profundamente para poder hablar y para que voz no se quebrara en cualquier momento.

—¡No puedo creer que esto esté pasando! —Fueron sus palabras iniciales. Estaba realmente nervioso pero sabía que no tenía por qué dudar, ya que después de todo eran las personas en quienes más confiaba —No… No tengo palabras para agradecerles todo lo que han hecho por nosotros. Lamento que por mi situación, hemos tenido que llegar a esto. Pero… ¡Pero sé que todo saldrá bien porque tenemos los mejores amigos del mundo! —exclamó muy seguro.

Sabía que en las películas, cuando alguien se despedía, hacía un discurso mega emotivo donde todos terminaban llorando a mares y se abrazaban como si nunca podrían volver a verse. Sin embargo, esa no era su intención. Quiso ser lo suficientemente conciso para hacerles saber lo que realmente sentía.

—Así que… ¡Muchas gracias! —Alzó la copa llena de vino y sonrió —¡Les prometo que saldremos para adelante y volveremos! ¡Sé que será así! —Prometió, aunque le tomase meses o años, regresaría para volver a poner su cafetería y volver a servir a aquel pueblo, como lo había hecho desde hacía años.

Todos se levantaron de sus asientos, inclusive Lovino quien estaba terminado su comida, y las copas comenzaron a chocar unas con otras. Cualquiera que los viera, nunca pensaría que se estaban despidiendo si no que estaban celebrando alguna fiesta. Y de cierta manera, así era.

Se sacaron unas cuantas imágenes para el recuerdo. Porque, sin lugar a dudas, la pareja quería recordar aquel momento tan decisivo en su vida.

Alrededor de las tres de la tarde, después de estar divirtiéndose un largo rato, ya cuando el almuerzo había terminado mucho tiempo atrás, Lovino y Antonio se retiraron del apartamento que alguna vez fuera el hogar del primero. Éste lo volvió a mirar una última vez para luego darle la espalda. Un par de lágrimas cayeron de sus ojos, lo cual fue resaltado por el español.

—¡Sólo me entró una basurita, maldito bastardo! —Se excusó para que el otro no se aprovechara de la situación.

Sin embargo, todo el camino fue con la cabeza apoyada por el hombro de su pareja, ya que apenas podía ver por dónde iba, las lágrimas habían invadido sus ojos. Estaban a menos de veinticuatro horas de despedirse de ese pueblo y era difícil aceptarlo.

—Pese a todo, te amo, idiota —murmuró el italiano mientras que continuaban con su lenta caminata hacia la cafetería.

Antonio sólo sonrió. A pesar de que habían sido escasas las oportunidades en las cuales se lo había dicho, lo agradecía que lo hiciera, porque sabía que de corazón.

Al día siguiente, los dos ya se encontraban en la estación del tren. Apenas habían conseguido levantarse pero en cuanto el español vio la hora del reloj, saltó como si fuera un saltamontes de la cama.

Aunque se habían mentalizado de que esto era lo correcto, costaba trabajo despedirse de una vez por todas. Incluso Antonio pensó que quizás podrían retrasar el viaje. No obstante, esa idea no perduró por mucho tiempo en su cabeza ya que si no partía ya en ese instante, no lo haría más. No había cabida para las dudas o inseguridades.

El holandés ya estaba sentado en la cabina que les correspondía, leyendo el periódico del día y preguntándose si esos dos serían capaces de renunciarlo a todo. Luego miró por la ventana y se dio cuenta de la presencia de los dos. Sonrió muy levemente, parecía ser que le estaban demostrando que realmente iban en serio.

—¿Estás listo, Lovino? —le preguntó una vez que puso un pie sobre el vagón del tren. Su voz estaba algo quebrada pero era sólo por lo que el siguiente paso significaba para ambos.

—Sí, sí. Vámonos o nos dejan atrás, tonto —Le empujó adentro del medio de transporte. Ésta vez el viaje sería mucho más divertido y relajante, porque Antonio estaba a su lado y sin importar lo que el futuro les trajera a ambos, podría enfrentarlo sin lugar a dudas.


Dos años y un par de semanas me ha tomado, pero finalmente lo he terminado. Ya era hora.

¡Muchísimas gracias a quiénes lo han seguido! (: