Los que me conocen saben que no suelo escribir en primera persona y que odio escribir en presente. Pues aquí estoy, con una historia en primera persona y contada en presente. No sé por qué, a veces ni yo sé por qué me complico tanto la vida.
Esta historia es un regalo de cumpleaños para ¡Ink Alchemist! Mi pequeña ya es mayor de edad, por eso merece un long-fic de su pareja favorita.
Disclaimer: No, Hetalia es de Himaruya, yo solo son Yaikaya.
Advertencias: Hungría!centric, mi estúpido sentido del humor salido de madre, PruAus (?)
Es innegable que pasa algo con Austria. Desde hace semanas su comportamiento no es normal. Bueno, quizás nunca ha sido del todo normal, es uno de los hombres más maniáticos que he conocido nunca… solo digo que está bastante raro.
Y lo peor es que no puedo contárselo a nadie porque los conozco, a todos ellos. Si les digo lo que estoy pensando en seguida creerán que lo estoy exagerando todo y que tengo que olvidarme de Austria de una vez. Es que lo estoy viendo, ya me imagino a Alemania, Italia o a cualquier otro sermoneándome para que lo supere de una vez. ¡Ya lo tengo más que superado, maldita sea! Estuvimos casados hace tiempo, fue bastante bonito, pero los dos decidimos dejarlo… De acuerdo, quizás lo decidió él más que yo, ¡pero ya hace noventa y tres años de nuestro divorcio, es tiempo más que suficiente para olvidarme de él!
No estoy obsesionada con Austria, ni estoy exagerando nada. No soy tonta y sé ver las señales claramente. Y la razón del extraño comportamiento de Roderich está más que clara.
¡Tiene un amante!
Qué sí, qué sí. Una no se ha tragado tantas películas románticas para no aprender a reconocer los síntomas. Además, es obvio: está siempre distraído, se arregla más de lo normal, a veces se le escapa una sonrisilla tonta sin motivo aparente… No hace falta ser una experta (aunque yo lo soy) para darse cuenta de que está totalmente enamorado.
Además de eso, en los últimos meses varios pequeños detalles me lo han confirmado. Para empezar, se pasa el día hablando por teléfono. Incluso después de nuestra separación, Roderich y yo hemos mantenido el contacto y por eso cada dos o tres días nos llamamos para hablar un rato y contarnos como van las cosas en nuestras respectivas casas. Bueno, en realidad siempre soy yo la que le llama, pero es que es muy agarrado para gastar dinero en llamadas internacionales.
Pues bien, desde hará cosa de tres meses, la mayoría de las veces que le llamo está comunicando. Podría estar hablando con cualquier o incluso podría tratarse de un asunto oficial, eso es lo primero que pensé. Pero la situación se repite demasiado. Además, no pone a su otra llamada en espera para decirme que hablaremos en otro momento o algo por el estilo, me ignora y no me llama hasta que termina su conversación. Conversación que puede durar horas y horas enteras.
Eso ya empezó a hacerme sospechar que me ocultaba algo. Otra pista llegó hace unas semanas, en una reunión de la ONU. Hacía bastante tiempo que no veía a Roderich, así que lo primero que hice fue buscarle. Le encontré ya sentado en su butaca, leyendo una carta tan concentrado que no se dio cuenta de mi presencia hasta que estuve a su lado. En cuanto me vio se sobresaltó y lo primero que hizo no fue levantarse a saludarme o por lo menos decirme que estaba ocupado, no: Lo primero que hizo fue esconder la carta. Exactamente, no hay cosa más acusadora en este mundo. Y no es que la dejara sobre la mesa o se la guardara en el bolsillo, lo que hizo fue meterla apresuradamente entre sus papeles, de la forma más sospechosa posible. Vamos, que solo le faltaba archivarla en el apartado "Cartas privadas: prohibido leer". Y por si fuera poco, se sonrojó. Creo que puedo contar con los dedos de una mano todas las veces que le he visto sonrojarse por completo y esa fue una de ellas.
Cuando más adelante intenté preguntarle por ella, hizo como si no supiera de qué estaba hablando. Y cuando insistí más y le di a entender que no pensaba jugar a olvidar que le había visto escondiendo una carta, en seguida comenzó a murmurar excusas sobre papeleo y documentos oficiales para la reunión.
Ay, Roderich, qué te conozco muy bien… tú deberías conocerme lo suficiente como para saber que es imposible engañarme.
Esa carta era una carta de amor y apostaría Budapest a que era del mismo hombre con el que pasaba las horas hablando por teléfono. Porque el amante de Austria era un hombre, tengo un sexto sentido para esas cosas. Lo digo en serio, no es que me haga ilusión tener una pareja gay más a la que acosar, es que las cosas son lo que son y yo no puedo cambiarlas por mucho que quiera. Y Roderich estaba con un hombre, de eso no había duda.
Pero la definitiva, la pista infalible que despejó cualquier duda que pudiese albergar, aunque a esas alturas no quedaba ninguna, llegó el sábado pasado. Ya estaba bastante mosqueada con todo el asunto de Austria, estaba claro que él no pensaba decir una palabra sobre el asunto y preguntar a cualquiera de sus conocidos más cercanos era inútil, estaba claro que ellos sabían menos que yo. Austria trataba de mantener su romance en secreto y yo no tenía ningún problema con eso. Siempre que no fuera secreto para mí.
Así que ese día decidí plantarme por sorpresa en su casa. Mi idea principal era hacerle una encerrona y obligarle a contármelo todo con pelos y señales (cuando digo todo digo TODO). Las cosas no salieron como pensaba, pero después de aquello hasta un ciego podría verlo con claridad.
Como iba a diciendo, aquel sábado fui hasta la casa de Roderich y puse en marcha la fase uno de mi plan: "Llamar a la puerta". Austria me abrió en tiempo record, y cuando digo "tiempo récord" me refiero a que casi no me da tiempo a despegar el dedo del timbre. Y lo hizo con una cara de felicidad inmensa… hasta que vio quién estaba en la puerta.
¿De dónde había sacado esa expresión de completa satisfacción? No recordaba haberle visto nunca dedicar a nadie una mirada tan radiante. ¡Ni siquiera a mí! Normalmente la expresión de Austria es parecida a la que tendría alguien que estuviera chupando un limón ¡Y por un segundo parecía que acabara de esnifar purpurina de colores!
Vuelvo a insistir en lo mismo: en aquella ocasión Austria iba incluso más arreglado que de costumbre y creo que no se puso más gomina porque ya no quedaba sitio en su pelo. Además, parecía que se había vaciado una botella de perfume encima, porque el olor era como ser golpeada en la cara con un ramo de rosas.
-Um… hola, Hungría –me saludó cuando se recuperó de la sorpresa –. No recordaba que hubiéramos quedado en vernos hoy.
Hice un esfuerzo por volver a la realidad. ¡Aquel no era el momento de distraerse! Tenía que poner en marcha la fase dos de mi plan: "Convencerle para poder hablar los dos a solas".
-No, en realidad no habíamos quedado hoy. Pero he estado cocinando –señalé las bolsas que traía conmigo y de una de ellas saqué un taper lleno de gulash*. Vi como a Austria se le iluminaban los ojos con solo percibir el olor. Ninguno de los dos habíamos olvidado lo mucho que le gustaba mi gulash –Y como hace mucho que no nos vemos fuera de nuestros trabajos, he pensado que podríamos comerlo juntos y charlar un rato.
De nuevo la cara de Austria volvió a cambiar. Normalmente consigue mostrarse lo bastante frío como para evitar que los demás descubran lo que está pensando, pero yo le conocía demasiado bien como para pasar por alto que por un segundo los ojos se le desviaron al interior de la casa.
-Hoy estoy muy ocupado –dijo, intentando ocultarme con poco éxito lo nervioso que acababa de ponerse –. Me vendría mejor que volvieses mañana…
Ignoré por completo lo que me estaba diciendo y me puse de puntillas para mirar por encima de su hombro el interior de la casa. Desde el pasillo se podía ver la puerta de la cocina, que se había quedado abierta. Ahí estaba, la prueba del delito: había dos platos en la mesa, dos platos en casa de alguien que vive solo. Y la luz que los iluminaba no era eléctrica. ¿Cena a la luz de las velas?
¡Éste no es mi Austria, me lo han cambiado! ¿Cuándo se volvió tan romántico? Desde luego fue después de separarnos, será hijo de…
-¿Esperas a alguien para cenar? –dije con toda la falsa inocencia del mundo.
-No, qué va –en cuanto lo dijo frunció ligeramente la nariz. ¡Señal inequívoca de que estaba mintiendo!
-Entonces no pasa nada porque me quede un rato –insistí. Ahora que sabía que iban a encontrarse tenía que hacer todo lo posible por averiguar quién era el misterioso amante. Si me quedaba allí un poco más quizás pudiera verle.
-No, no es buena idea. Tengo asuntos políticos que tratar, cosas importantes.
¿"Asuntos políticos"? Con que ahora lo llaman así…
-Seguro que puede esperar –dije agitando el taper con gulash para tentarle un poco –. Ya no recuerdo ni la última vez que entré en tu casa, seguro que tienes muchas cosas que contarme.
-En serio, no puede ser, no tengo tiempo ni para quedarme aquí hablando –y antes de terminar la frase ya me estaba cerrando la puerta en las narices.
¿Cómo se atrevía a hacerme algo así? Yo que me preocupaba por él y recorría kilómetros para ir a entrometerme en su vida privada con todo el cariño del mundo… La puerta se abrió un poco, lo justo para que pudiera distinguir media cara de Roderich.
-No es bueno que te quedes ahí tanto rato, el aire nocturno es malo para la salud –Y la puerta hizo "crick" al cerrarse.
De acuerdo, la fase tres: "Acorralarle hasta arrancarle el nombre del sujeto aunque tuviera que recurrir a la tortura" había sido un fracaso. Cualquier persona sensata se habría dado por vencida. Yo no.
Si me quedaba más tiempo en la puerta, Austria acabaría por salir para echarme, así que lo único que podía hacer era alejarme de allí y dar un par de vueltas por los alrededores, a ver si me encontraba con el misterioso novio de Austria.
He pasado siglos perfeccionando el sutil método del acoso y el espionaje, pero tras hora y media caminando sin rumbo empezaba a cansarme un poco. Además de que, como Roderich había dicho, me estaba helando de frío. ¿Qué? ¡Estamos en pleno Enero!
Estornudé. Si Austria confiara un poquito en mí yo no necesitaría estar haciendo todo aquello. ¿Es que pensaba que me iba a enfadar o que me iba a poner celosa? Me alegro mucho por él, es mi amigo y le deseo toda la felicidad del mundo. ¿Por qué no quería compartir un poquito de esa felicidad conmigo? Si yo estoy contenta con cualquier cosa, una foto más para mi álbum o algo por el estilo…
¿Quién podía ser el nuevo amor de Austria? Por más que le daba vueltas al asunto no me venía ningún candidato razonable a la cabeza. Alemania no podía ser, hasta donde sabía (y yo lo sé todo) le iba muy bien con Italia. Tampoco podía tratarse de Veneciano por la razón anteriormente citada. Que yo sepa, Austria no ha tenido ninguna relación con España desde que desapareció la casa Habsburgo, con Inglaterra no se habla después del desplante que le hizo en la Guerra de Sucesión Austriaca y Francia… Francia totalmente descartado. Y lo mismo valía para todos los países que se me venían a la mente: o ya tenían pareja o no tenían ninguna relación con Roderich.
Estaba cavilando sobre el asunto de camino a casa cuando apareció la única persona que podía empeorar el día.
-¡Kesesese!
Normalmente pegarle un sartenazo a Prusia hace que me sienta un poco mejor, pero en aquella ocasión lo único que quería era llegar a casa y poder comenzar a planear una nueva estrategia. Gilbert debió darse cuenta de que algo me pasaba, porque se saltó cualquier saludo insultante que tuviera preparado y pasó directamente a los insultos a secas.
-Vaya ¿Estás bien? Tienes una cara horrible. Más horrible que de costumbre, que ya es mucho.
Abrí la boca, pero no para responderle, si no para soltar un estornudo mayor que el anterior. Prusia se echó a reír en cuanto me vio.
-¡Pones una cara muy graciosa cuando estornudas! ¡Kesesese! –si las miradas matasen habría un cráter muy hondo en el suelo con la forma de Prusia –Espera, tengo un pañuelo por alguna parte.
Gilbert comenzó a rebuscar por sus bolsillos, sacando todos los objetos que guardaba. De uno de ellos salió un pequeño pollito amarillo, que revoloteó hasta mi cabeza y allí se quedó.
-Hola, Gilbird –le saludé, llevando una mano hasta él para acariciarle.
-Pío, pío –me respondió con su piar característico.
Finalmente Prusia logró encontrar un pañuelo arrugado (pero gracias a Dios, limpio) y me lo tendió. Lo cogí y me soné con fuerza.
-Gracias –dije.
-¿"Gracias"? –alzó una ceja –"Gracias por el pañuelo, Prusia, eres la persona más awesome que he conocido nunca", eso sería más correcto –dijo, poniendo un tono agudo y chirriante que, supuse, era una imitación de mi voz.
-¿Por qué llevas a Gilbird en el bolsillo? –cambié de tema para resistir la tentación de restregarle el pañuelo usado por la cara.
-Para que no coja frio –dijo con una sonrisa.
Prusia dio un paso hacia mí para acariciar a su pájaro y yo retrocedí sin darme cuenta. Él no le dio importancia y pasó la mano por la diminuta cabeza del ave, a la que sentí estremecerse de gusto sobre mi cabeza. Ahora Gilbert estaba demasiado cerca de mí, a menos de un palmo de mi cara. Y parecía que yo era la única que se sentía nerviosa.
-¡Quizás también tenga que guardarte a ti en mi bolsillo para que no te resfríes! ¡Kesesese!
El comentario era tremendamente estúpido, pero al menos tras soltarlo Gilbert pareció recuperar el sentido del espacio personal, porque se separó de mí.
-Me temo que no puedo quedarme contigo, soy un hombre muy ocupado. Podrás disfrutar de mi awesome compañía en otra ocasión. –dijo, intentando darse aires. Se quedó un momento plantado delante de mí –. Esto… ¿No tienes nada que decir? –insistió.
-Ah, claro. Adiós, Gilbird, me alegro de volver a verte –dije, cogiendo al pollito con delicadeza entre mis manos y dándole un suave beso en la cabeza.
El pájaro pio de felicidad y revoloteó contento hacia su dueño, quien le fulminó con la mirada. Después se alejó andando mientras murmuraba entre dientes, sin volverse a mirarme. Cuando estaba demasiado lejos para oírme, me eché a reír. Sí, había olvidado lo divertido que era ver la cara de frustración de Gilbert, eso siempre conseguía animarme.
Aún no había terminado de reírme cuando reparé en lo último que había dicho Prusia. ¿Él, un hombre ocupado? Vamos, como si no supiera que es un mantenido que no da un palo al agua desde el siglo pasado. ¿Entonces a qué venían tantas prisas? ¿Lo había dicho solo para hacerse el interesante o es que de verdad tenía algún compromiso?
Y eso no era todo. Prusia había ido en dirección a casa de Austria.
Sería posible…
Podría ser…
¡¿Prusia era el novio de Austria?!
¿Cómo no había pensado antes en él? Cumplía todos los requisitos: estaba soltero, conocía a Roderich desde hacía siglos y por si fuera poco ambos se odiaban a muerte. Y del odio al amor solo hay un paso, un pasito pequeñito de hormiguita, me atrevería a decir.
Entonces el enigma quedaba resulto, Prusia y Austria estaban… ¿saliendo?
Pero…
¡¿Cómo se puede ser así?! Entiendo que Austria no me haya dicho nada, él es un hombre muy reservado, pero Prusia… ¡Si me llama cuando bate un nuevo record en el Angry Birds! ¿Y no ha tenido la decencia de contarme esto?
Creo que no le he golpeado suficiente en el pasado para compensar lo que me está haciendo. ¿Ahora decide dejarme fuera de su vida? Muy bien, pues se va a enterar: esto se ha convertido en un asunto personal.
Hacía tiempo que había perdido de vista a Prusia y sabía que aunque me pasara toda la noche tocando a la puerta de Austria nadie iba a abrirme (si es que me escuchaban), así que no había mucho que pudiera hacer.
Había llegado el momento de retirarse… por esa noche.
*El gulash es el plato tradicional de Hungría. No lo he probado nunca, pero en la foto que vi no tenía mala pinta
¿Es Prusia el novio de Austria? ¿Roderich nos tiene engañados a todos y es un romántico empedernido? ¿A quien quiere más Elizabeta, a Gilbert o a Gilbird? ¿Qué trama esa cabecita pensante?
Una de estas respuestas no nos importa, dos las sabremos en el siguiente capítulo y la que queda es obvia (Todos quieres más a Gilbird) XD
Este fic no tendrá más de tres capítulo, si no se me ocurre una manera de alargarlo. Pronto traeré el siguiente y hasta que vuelva podéis matar el tiempo dejando un review :3