LO QUE AZKABAN CALLA
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el reto "Amistades Peligrosas" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Voy a intentar escribir algo angustioso y desagradable, pero no sé si lo conseguiré porque no domino demasiado bien en género angst. Se hará lo que se pueda, así que sólo me resta decir que espero que el fic os guste. Aunque sea un poco.
Epílogo
Pansy tiene frío. Los aurores le han dado una manta y una taza de té caliente, pero no puede dejar de temblar. Sabe que lo único que le pasa es que los nervios la están devorando por dentro, pero no puede controlarse. En menos de diez minutos, el Wizengamont la absolverá por sus crímenes o la enviará a Azkaban y la joven bruja está aterrorizada. Nunca ha tenido tanto miedo como en ese momento, ni siquiera cuando sus padres abandonaron Inglaterra y no pudo acompañarles por culpa de los aurores.
Odia a los aurores. Reconoce que no siempre han sido desagradables con ella, pero no soporta que la miren con ese aire de superioridad, como su estuvieran por encima del bien y del mal y ella no fuese más que una pequeña delincuente o una rata de alcantarilla. Porque no importa lo que ellos piensen o lo que digan los inútiles sangresucias del Wizengamont. No ha hecho nada malo.
La acusan de ayudar a sus padres a escapar del país y tienen razón. De hecho, si las cosas hubieran salido según lo previsto, ella misma estaría haciéndoles compañía en algún otro lugar del mundo, allí donde les llevara el traslador internacional que logró comprar en el Callejón Knockturn aprovechándose del caos reinante en la comunidad mágica. Ni siquiera sabe adónde han ido y está muy asustada, pero le alegra saberlos a salvo. Hubiera sido horrible que terminaran sus días en Azkaban como tantos otros camaradas mortífagos. Pansy no hubiera podido soportar perderles a ambos y por eso es capaz de soportar esa situación, porque está convencida de que algún día podrán estar juntos de nuevo.
Cuando la puerta de la celda se abre y los dos aurores la instan a ponerse en pie, Pansy está a punto de caerse al suelo porque las rodillas le fallan. Espera oír las risas burlonas de aquellos dos hombres, pero se limitan a cogerla por los brazos y a arrastrarla por los largos pasillos del Ministerio de Magia hasta llegar a la sala del Wizengamont. Es vagamente consciente de que no muchos meses atrás muchos sangresucias fueron juzgados y condenados en ese mismo lugar, pero apenas puede pensar en ello porque el miedo se acrecienta y el corazón le golpea salvajemente en el pecho.
Está a punto de desmayarse cuando escucha su sentencia. La acusan de colaborar con los mortífagos y la condenan a dos años de prisión en la horrible Azkaban. Ni siquiera les importa que esos mortífagos fueran sus propios padres. Ese atajo de inútiles ávidos de venganza no tienen corazón.
1
Lo que puedes esperar de Azkaban
Su celda es fría, pequeña y huele fatal. Las paredes son de piedra y la poca luz que entra lo hace por un ventanuco situado en la parte alta y a través del cual sólo se ve un pedazo de un cielo plomizo y deprimente. Su nueva cama es catre desvencijado con un colchón viejo y mohoso y una manta que debió empezar a criar pulgas un siglo antes. Un repugnante agujero en el suelo será su nuevo retrete y ni siquiera hay una silla o una mesa sobre la que colocar los escasos enseres personales que le han dejado llevar con ella. Un peine, una túnica oscura y un libro de aventuras, su favorito desde que era niña. Sólo eso.
Pansy piensa que es deprimente y que nadie debería pasar allí ni un solo día de su vida, pero no puede hacer más que entrar en la celda y quedarse quieta mientras los guardas cierran las puertas de hierro bajo multitud de candados y hechizos. Sonríe con cierta ironía. ¡Ni que la consideraran una mortífaga peligrosa! El lugar es asqueroso, pero al menos le queda el consuelo de saber que los dementores ya no están rondando el exterior de la fortaleza.
Después de un rato de inmovilidad absoluta, durante el que procura no mirar demasiado a su alrededor, Pansy se siente repentinamente agotada y trastabilla hasta tropezar con el catre y caer sobre él con cierta brusquedad. No quiere pensar en lo que le ha ocurrido. No quiere tener que aceptar que realmente está allí, en Azkaban, y que tendrá que quedarse en esa celda inmunda durante dos largos años. Y no quiere imaginarse la clase de mundo que se encontrará cuando recupere su libertad, en las miradas que recibirá y en los sangresucias que caminarán por ahí como si algo de lo que la comunidad mágica les ha ofrecido fuera suyo de verdad. Piensa, eso sí, en que seguramente pueda reunirse con sus padres cuando el infierno termine y sólo eso le sirve de consuelo. Un consuelo que se le antoja insuficiente pero con el que se conforma de momento.
Decidida a no dejarse llevar por la desesperación, busca un sitio en el que dejar sus cosas. Considera que debajo del catre es el mejor sitio y, tras comprobar que la roña allí está tan presente como en el resto de la celda, lo coloca todo lo mejor que puede. Si estuviera de humor, leería su libro y se evadiría, pero no puede. No durante ese primer día. No cuando el cansancio va en aumento y la lleva a tumbarse sobre el catre mugroso.
No le sorprende que sea tan incómodo y apestoso. El olor se le mete en las fosas nasales y siente muchísimas ganas de vomitar, pero por nada del mundo se acercará al agujero del suelo. Respira hondo varias veces con la esperanza de que ese hedor desaparezca y cierra los ojos, que se le han llenado de lágrimas súbitamente. Pero no va a llorar. No debe llorar. Es una Parkinson, una dama hecha y derecha y una perfecta sangrelimpia. No va a sucumbir ante la desesperación porque ningún malnacido va a derrotarla. No tan pronto. No cuando está por encima de ellos.
No sabe cuando se queda dormida, pero tiene una pesadilla angustiosa que no es capaz de recordar cuando un ruido estrepitoso la despierta. Al abrir los ojos descubre que la puerta de la celda está abierta y distingue la figura de un hombre bajo el umbral. Hasta que el guardia no da un par de pasos adelante, no ve el rostro de ese brujo. Es un chico joven, de pelo castaño y ojos azules que le resulta absolutamente familiar porque es el hermano de una de sus compañeras de dormitorio en Hogwarts. Roger Davis, un Ravenclaw algo mayor que ella. Un sangrepura tan decepcionante como la idiota de Tracy.
Pansy se pone en pie, decidida a enfrentarse a él con todo el orgullo que es capaz de reunir. Porque, aunque Davis aún no ha abierto la boca, la burla está presente en su mirada. Siempre fue un idiota y está claro que aún lo es.
—Vaya, vaya. Aquí tenemos a nuestra nueva huésped —Davis sonríe y se acerca un poco a ella—. ¿Te gusta tu suite, Parkinson?
—¡Vete al infierno!
Su grito resuena en las paredes. Davis pierde la sonrisa un instante y luego la amplía aún más que antes. Pansy sabe que se comporta así porque se sabe con ventaja y lamenta no poder arrancarle los ojos con sus propias manos. Le gustaría mucho hacerlo, claro que sí, pero es lo suficientemente inteligente como para comprender que sería una auténtica idiotez.
—Pero yo no he hecho nada para ir allí. Tú, en cambio, eres culpable de ayudar a dos mortífagos a escapar.
—¡Son mis padres!
—Claro —Davis chasque la lengua y da un paso atrás mientras empuña su varita—. Pero no estoy aquí para juzgar tus actos, sino para explicarte bajo qué condiciones vivirás a partir de ahora.
Pansy aprieta los dientes. Quiere decirle un par de cosas sobre sus progenitores, pero él parece tan indiferente que sólo logra enfadarla aún más. Sobre todo cuando vuelve a mirarla y sigue sonriendo de esa forma.
—Podrás salir de esta celda para pasear por el patio un día a la semana durante una hora. Accederás a las duchas tres veces por semana y el resto del tiempo lo pasarás aquí. ¿Te ha quedado claro?
Pansy no mueve un músculo y lucha por controlar sus emociones. No piensa mostrar debilidad ante ese cretino, pero ciertamente la idea de pasar tanto tiempo encerrada en ese antro la destroza por dentro.
—También tienes derecho a recibir una visita mensual, aunque no se me ocurre quién podría desear venir a verte —Y Davis se ríe como si hubiera dicho algo realmente gracioso—. Podrás cartearte con quién desees, pero si sospechamos de tus intenciones tendremos derecho a inspeccionar el correo. Y, por último, recibirás dos comidas al día, por la mañana y por la noche. Yo te las traeré personalmente. No es una tarea grata, pero me he presentado voluntario porque alguien debe hacerlo. ¿Lo has entendido todo?
Pansy no sabe qué decir. Claro que lo ha entendido, no es estúpida, pero no es algo que se asimile con facilidad. Siente los ojos de Davis fijos en ella y no puede evitar abrazarse a sí misma en busca de un poco de calma y consuelo. No quiere ser débil, de verdad que no, pero le cuesta un mundo contener sus emociones. Davis debe suponer que no está pasando por su mejor momento pero, lejos de apiadarse de ella, opta por meter el dedo en la llaga.
—En teoría, esta es la hora de tu cena. Ahora mismo deberías estar disfrutando de tu delicioso mejunje y tu vaso de agua, pero si quieres comer hay condiciones.
A Pansy se le eriza todo el vello y la palabra se le escapa de los labios. Lamenta sonar tan asustada.
—¿Qué?
Davis se queda callado durante unos cuantos segundos, obviamente disfrutando con la situación. Cuando habla, echa un vistazo a su alrededor.
—Esta celda es pequeña, ¿no crees? —Pansy se pregunta adónde quiere ir a parar—. Cuando tus amigos mortífagos mandaban en el Ministerio, juzgaron a muchos hijos de muggles y los enviaron aquí. ¿Sabes cuántos presos estuvieron encerrados en esta celda? —Davis no continúa hasta que ella niega con la cabeza—. Cinco. Durante meses, vivieron afinados, muriéndose de hambre y siendo torturados día tras día. Sólo sobrevivieron dos.
Pansy Parkinson se estremece y se siente asqueada. ¿Realmente alguien había muerto justo allí?
—Si no supiera que esa gente merecía descansar y cruzar al otro lado, desearía que sus fantasmas rondaran por aquí para hacer de tu estancia en Azkaban un infierno —Cuando Davis masculla esas palabras, parece hablar más para sí mismo que para Pansy—. Obviamente no están, pero no por eso tendrás las cosas fáciles, Parkinson. Como ya te he dicho, si quieres comer tendrás que pagar un precio.
—¿Cuál?
Pansy teme la respuesta casi tanto como la sentencia del Wizengamont.
—Ponte de rodillas y suplícame. A los hijos de muggles les funcionaba a veces.
Se siente tan horrorizada que tarda un largo rato en reaccionar. Cuando lo hace, se dice que no va a dejar que Davis le gane ese juego y, lejos de hacer lo que le pide, se acerca a él y le escupe en la cara. ¡Cuánto le gustaría tener su varita con ella!
—¡Qué te jodan, sucio traidor!
Davis la mira fijamente y se limpia la saliva con calma. Después, recupera la sonrisa y se encoje de hombros.
—Cómo quieras, Parkinson. El ayuno te vendrá bien para perder esos kilitos de más. Hasta mañana.
Y Roger Davis se va, dejando a Pansy anonadada y hambrienta. Lamenta mucho no haberse terminado el té que los aurores le dieron en el Ministerio el día anterior.
2
Cuando todo cambia
El hambre vence al orgullo tres días después. A Pansy le cuesta un mundo arrodillarse y suplicar por la comida, pero lo hace porque está desesperada y tiene grandes deseos de sobrevivir y Davis es la llave para hacerlo. Se siente humillada y se jura que algún día se vengará, pero con el tiempo se vuelve más fácil. A veces cede al día siguiente y otras aguanta más tiempo, pero siempre termina suplicando y siempre obtiene su plato de comida y su agua. Es asqueroso y su estómago se resiente cada vez más, pero Pansy tiene claro que debe seguir adelante y está dispuesta a hacer lo que sea para lograrlo.
En cuanto Davis viene esa noche, sabe que será una de las veces en las que se rendirá. Por la mañana lo ha mandado a la mierda y el muy cretino se ha reído y le ha prometido volver por la noche. Y allí está, petulante y sonriente como siempre. Pansy lo odia con toda su alma. Es el único ser humano con el que ha mantenido contacto en los tres meses que lleva encerrada y cada día siente más ganas de matarlo. Pero se vengará. Se vengará. Algún día lo hará. Seguro.
—Buenas noches, Pansy —Davis empezó a llamarla por su nombre de pila cuatro semanas atrás. Lo odia más que nunca—. ¿Cómo has pasado el día?
La chica se pone tensa. Siente que los labios le tiemblan mientras se pone de rodillas y agacha la cabeza. Su voz es un murmullo, pero el guardia la escucha perfectamente.
—Por favor, tengo hambre —Se detiene un instante antes de proseguir—. Te lo suplico.
Ahora es cuando el plato aparece frente a sus ojos y ella se abalanza para comer sin importarle la ausencia de cubiertos. Pero esa noche es distinta. En lugar de la comida, se encuentra con el pie de Davis en la barbilla instándola a alzar la vista.
—¿Sabes qué, Pansy? Esto se ha vuelto muy aburrido. Siento que ya no te resulta nada difícil suplicarme. Quiero algo más.
—¿Qué? Dijiste que…
—Dije que iba a hacer que tu estancia aquí no fuera agradable y para mí que estar a mis pies ha empezado a gustarte. Me pregunto qué puedo hacer para cambiar eso.
Pansy no oculta el profundo desprecio que siente por él. Davis se da perfecta cuenta y se agacha para agarrarle la barbilla. La joven lucha por liberarse, pero la mano es fuerte y la paraliza casi por completo.
—Quiero que el orgullo desaparezca de esos ojos enfurecidos, Parkinson. Quiero que sufras lo mismo que los hijos de muggles sufrieron por culpa de gente como tu padre.
—¿Y a ti qué te importa lo que les pasó a esos asquerosos? ¡No tienen nada que ver contigo!
—Para tu desgracia, no todos los brujos somos tan mezquinos como tú y los tuyos. Algunos somos capaces de sentir compasión y nos avergonzamos de que gentuza como tú hicieran lo que hicisteis.
—¡Yo no hice nada!
—Porque no tuviste la oportunidad, pero apuesto a que apruebas lo que sí hicieron tus padres. Por eso les ayudaste a escapar —Davis se pega tanto a ella que el aliento le golpea en la cara—. Y por eso estás aquí, porque eres tan mal bicho como ellos. Si por mí fuera, te pasarías el resto de tu vida aquí encerrada porque no eres digna de recuperar la libertad.
—Pero eso no depende de ti —Afirma Pansy retadora.
—Cierto. Pero sí puedo asegurarme de que ese orgullo de sangrepura desaparezca para siempre —Le suelta la barbilla, se yergue por completo y, para pasmo absoluto de Pansy, se baja los pantalones—. Las reglas han cambiado. A partir de ahora, si quieres comer tendrás que chupármela.
Los ojos oscuros de Pansy Parkinson se abren desmesuradamente. No puede creerse lo que ese hijo de puta le está diciendo. No puede ser verdad y no está dispuesta a hacer eso. Es tan asqueroso que apenas puede controlar las nauseas.
—¡Prefiero morirme de hambre!
El desprecio en los ojos de Davis es más intenso que el que minutos antes reflejaron los suyos. Tira de sus pantalones hacia arriba y se da media vuelta con desdén.
—Como quieras, psicópata de mierda.
La puerta de la celda se cierra con el ruido de todos los días, pero Pansy no se mueve. Lo que ha pasado no es verdad. Es una pesadilla horrible porque ni siquiera Davis es tan mezquino. ¡Es uno de los buenos, por Merlín! En cualquier caso, ella no piensa hacerle caso. No va a hacer esas guarradas, nunca jamás. Tal y como ha dicho, prefiere morir.
Está tan convencida que se mantiene firme durante cuatro largos días. Por la mañana vuelve a mandarlo a paseo, pero por la noche Pansy no puede soportarlo más. Davis le ha dado agua en cada una de sus visitas porque asegura que no quiere que se le muera tan pronto, pero nada de comida. Pansy siente un agujero en el estómago que no le permite pensar ni dormir ni hacer otra cosa que no sea pensar en el hambre que la devora desde dentro. Se pasa toda la tarde llorando y cuando Davis vuelve a la celda esa noche, se levanta y le mira fijamente.
—Si quieres comer, ya sabes lo que hay que hacer.
Sin duda, Davis piensa que ella seguirá negándose. Ingenuamente, Pansy creyó que él cedería antes o después, pero no ha sido así. Temblando como una hoja y logrando milagrosamente no echarse a llorar otra vez, se pone de rodillas y su voz es un susurro ahogado.
—Por favor, Davis. No puedo… Necesito.
—Ya sabes lo que tienes que hacer si quieres comer —Aunque no lo está mirando, Pansy sabe que sonríe—. Y date prisa, no tengo tanto tiempo libre como tú.
Pansy llena sus pulmones de aire. Pese a lo que la mayoría de la gente piensa de ella, no tiene ninguna experiencia en esas lides. Lamenta que sus manos tiemblen tanto, pero supone que tiene que actuar rápido y desabrocha el cinturón de ese sucio bastardo. Realmente no está dispuesto a ponerle las cosas fáciles. Ni siquiera un poco. Un sollozo se le escapa cuando los pantalones caen al suelo y se siente aterrada cuando toca la tela de los calzoncillos. Le asombra, eso sí, que Davis no esté duro en absoluto y observa su pene con cierta curiosidad. El asco es la emoción predominante y realmente no quiere estar allí haciendo eso, pero no tiene otra opción.
Cuando toca la carne por primera vez, una arcada la sacude entera y quiere retirarse, pero Davis la coge por el pelo y la mira. Es evidente que está al borde de su paciencia y que no esperará mucho más y Pansy se repite una y otra vez que lo único importante es sobrevivir. Tiene que salir de Azkaban, recuperar su vida y después se vengará. Lo hará. Algún día.
Y precisamente en la venganza piensa mientras abre la boca y cede, lenta y torpemente, a las presiones de Roger Davis.
Me apetece cortar aquí para leer vuestras opiniones. Voy a seguir escribiendo la segunda parte y creo que la tendré pronto, pero me gustaría que me digáis si estoy metiendo mucho la pata o no. A mí me está gustando escribirlo pese a que se sale de mi registro habitual, así que estoy ansiosa por escuchar lo que tengáis que decirme. A ver si a lo largo de la semana tengo tiempo para completar el relato. Besetes y muchas gracias por leer.