La señora Granger aporreaba con fuerza la puerta de la habitacion de su hija. Llevaba alli un buen rato, intentando despertar a Hermione, pero parecía no responder.

Lo intentó por ultima vez antes de irrumpir chillando en el tranquilo dormitorio.

Vió como los rizos cubrían casi enteramente el rostro de su pequeña, y una ola de ternura inundó su pecho mientras sonreía tontamente.

Su niña iba a cumplir uno de sus mayores sueños: ir a la universidad.

Pero no a Oxford, como deseaba cuando era niña, si no que viajaría a un país extranjero.

Ya no vendría a visitarles por Navidad, si no quedaría leyendo en la biblioteca, quizá con un chico junto a ella, que pasara el brazo por encima de sus hombros, y quizá, incluso le robara un beso al que ella respondería con cariño.

Se sentó en el colchón, apartando algunos mechones para poder observar mejor a aquella mujer, porque ahora era eso, una mujer hecha y derecha cuyo futuro se le venía encima.

Empujó suavemente su hombro mientras, con cuidado, le pedía que se despertara.

Hermione abrió los ojos aturdida, y miró a su madre antes de fijar su vista en el reloj de muñeca que ella llevaba.

-¿Por qué no me has despertado antes?- preguntó mientras corría de un lado a otro de la habitación ultimando los detalles para que su estancia en París fuera perfecta.

-llevo intentando hacerlo desde hace veinte minutos.- se diculpó- no sé que estarías soñando para estar tan abstraída

-ahora que lo dices... Yo tampoco.-pero de hecho sí que lo sabía. Le asustaba pensar que su subconsciente acutuara de tal forma.

-¿Te dejo sola son tus recuerdos?- sugirió

-gracias, mamá.- respondió Hermione agradecida.

-no hay de que, pero no tardes - le recordó la señora Granger, mientras bajaba a la cocina para preparar el último desayuno que cocinaría para su hija

Durante ese tiempo, Hermione se quedo pensando en la fantasía que había alumbrado su sueño:

"El él, ella aparecía corriendo por una concurrida calle alumbrada por la luna llena, parcialmente oculta tras unas tenebrosas nubes plateadas.

De repente, Hermione tenía que girar para ocultarse en un oscuro y vacío callejon. Apoyaba la espalda contra una sucia pared, notando como el frio traspasaba su suave camiseta de verano.

Respiraba dificultosamente tras la fuerte carrera y se apretaba el costado para disminuir el dolor de su flato.

Una corriente de aire acarició su piel haciendo que abriera los ojos.

Se encontró con unos inquietantes iris grises que la miraban con curiosidad. La cautivaban de tal manera, que no podía moverse. Como si la hubieran hechizado.

Escucho una voz que le hablaba en su cabeza. Era siseante, seductora y aterciopelada, pero con un deje ronco. Supo que era el dueño de aquellos ojos el propietario de esas palabras:

- Hermione...-susurraba- no te puedes imaginar las ganas que tenía de hacer esto.

En ese momento sintió como algo afilado se clavaba en su cuello.

A diferencia de lo que había imaginada, no fue doloroso,si no que el placer la embriagó hasta el punto de gemir suavemente, provocando la risa del vampiro que la atacaba."

Y ahi fue cuando despertó. Sin conocer la identida de su agresor. Aunque poco le importaba. Total, no era una visión, ¿O sí?

La chica decidió dejar de pensar en tonterías, y tras haberse despedido de sus progenitores, se desapareció para ir a King's Cross.

¡Cuantos recuerdos le traía aquella estación! Rememoraba cuantas veces había llegado tarde porque sus amigos no terminaban de preparase, o aquella vez en la que tuvo que ayudar a Neville a encontrar a su sapo Trevor...

Miró su ticket para el tren. "Andén 9 y 1/4" y allí se dirigió, siguiendo a chicos de su edad que portaban hermosas lechuzas.

Corrió, empujando su carro, hacia el muro que correspondía. Éste, como muchas veces antes, la engulló transportandola a una plataforma mágica desconocida para los muggles.

La locomotora que descansaba sobre los raíles era diferente a la que conocía de sus tiempos de Hogwarts.

Ésta era negra, sobria, con pequeñas filigranas doradas. Nada que ver con el alegra tren de la escuela.

Muchos de sus antiguos compañeros estaban allí, despidiendose de sus parejas o familia con lágrimas en los ojos.

Tal y como habían acordado, Harry y Ron la esperaban con una sonrisa en los labios, en la entrada de su vagón.

Ellos no habían querido cursar su último año de escuela, sino que (y como piezas claves de la guerra), les habían dado becas para estudiar y ser aurores. Por esa razón, ambos estarían un curso por encima de ella.

Les echaría de menos en clase, pero se alegraba por ellos.

-¡Hermione!- saludaron a la vez que la abrazaban sin dejarla respirar.

Ella resondió cariñosamente a su amable gesto, y junto a ellos subió al tren entre risas y bromas que la hicieron sentir una niña de nuevo.