Antes de dejaros con este capítulo, quisiera pedir mis más sinceras disculpas por este retraso tan desmedido. Este año he pasado una de las peores rachas de falta de inspiración de toda mi vida, y aunque os prometo que me ponía frente a la pantalla en blanco cada día, no conseguía plasmar de ninguna manera lo que tenía en mi cabeza. Afortunadamente, la mala racha ha pasado, y tengo que confiaros que, debido a que el capítulo me está saliendo tan salvajemente largo, he decidido cortarlo y proporcionaros este capítulo por adelantado como regalo por navidades =) Eso significa que el próximo no tardará tampoco en caer, y a todas luces será el último.

Quiero agradeceros a cada uno de vosotros la espera, vuestros ánimos y vuestras energías, especialmente a mi amiga Kia-chan, a la cual adoro y me ha ayudado muchísimo en la confección de este capítulo, por sus consejos y su opinión que tanto valoro.

Disclaimer: Bleach no me pertenece, y esta historia está construida sin ánimo de lucro.


Dust and grief

Caminaba a grandes y toscas zancadas a través del denso follaje, apartando los matorrales que le saltaban al paso de un manotazo, como si así pudiera descargar toda la ira y la rabia que había contenido hasta aquellos límites insospechados.

Cálmate, cálmate, cálmate.

Una pequeña voz en su interior parecía querer traerle de vuelta a la serenidad, sin embargo ésta quedaba ahogada bajo el mantra de palabras malsonantes que borbotaban de sus labios temblorosos.

Ichigo había pasado toda su adolescencia siendo la víctima de burlas en cuanto a la sexualidad se refiere, gran parte de ellas derivadas por su carácter retraído y reservado en estos menesteres. Pero aquello había sido totalmente diferente. Podía aguantar a Yoruichi mofándose de él, a Matsumoto intentando seducirle. Incluso podía aguantar los abrazos continuos de sus fans o los comentarios subidos de tono. Pero todo tiene un límite, y dicho límite había sido rebasado con creces en el momento en el que aquella chica había... Había... Era mejor no pensarlo si no quería echarse a llorar allí mismo.

Escuchaba la voz de la presidenta a lo lejos pidiéndole que volviera, perdiéndose entre los recovecos del bosque, pero lo último que deseaba en ese momento era tener que regresar. ¿Cómo iba a sobrellevar la situación? Era impensable. Ni siquiera era capaz de mirar a nadie a los ojos sin sentir vergüenza e humillación.

Necesitaba estar solo, y por eso continuó hacia delante sin mirar atrás, utilizando su shunpō para asegurarse de que no le alcanzaran. Al menos entonces sí que podía sacarle partido a sus habilidades.

A medida que incrementaba el ritmo los caminos entre los árboles se ensanchaban y las arboledas eran menos tupidas. No tardó demasiado en llegar al final del bosque, una pequeña pradera recubierta de hierba fresca cuyo fin no era otro que el de caer en la tentación de tenderse en ella y disfrutar de la calidez del sol. Lo habría hecho, de no ser porque estaba huyendo de sus peores enemigos. Cruzó el pequeño prado en busca de un lugar hacia el que dirigirse cuando se dio cuenta de que no era más que una explanada en lo alto de una colina. Más allá de donde él se encontraba, descendiendo la loma, la hierba comenzaba a secarse y a dejar paso a una zona pedregosa y, dicho sea de paso, polvorienta. Al final de la misma podía distinguirse claramente un camino, construido con el paso de los años gracias al paso constante de las ruedas de los carros.

Pensó que continuar por el sendero quizá no fuera una buena idea, pues sería más fácil de rastrear que en mitad del bosque, pero lo que escuchó momentos después le hizo cambiar de opinión.

A unos treinta metros de su posición, un niño de cabellos azabaches que no aparentaba más de diez años forcejeaba con un hombre de mediana edad. Podría parecer una simple riña entre padre e hijo, de no ser por los gritos angustiados del joven que luchaba por zafarse del agarre de aquel hombre de mirada iracunda.

— ¡Déjeme en paz! ¡Le he dicho que yo no he sido!

Las arrugas del hombre se pronunciaron en su frente sudorosa.

— ¿Te crees que soy idiota? ¿Que no he visto cómo salías corriendo? ¿Lo que tenías ahí guardado?

— ¡Le juro que yo no fui! ¡Sólo corrí porque me asusté!

Sus lágrimas descendían sin descanso por sus mejillas.

—Mentiroso —escupió.

—Por favor, déjeme ir.

—No vas a irte hasta que te lleves tu merecido —comenzó a decir mientras rebuscaba algo en su alforja.

El niño abrió los ojos con el terror reflejado en sus pupilas.

— ¡No! ¡No, por favor! No me haga daño, le juro que le compensaré. ¡Por favor! ¡Por favor!

La voz se le quebró cuando aquel hombre le agarró del pelo y levantó en vilo su figura, una fina navaja desgastada empuñada en la otra mano.

No dio tiempo a nada más, porque justo antes de que el filo se hundiera en la carne del muchacho, una ráfaga de color negro se lo llevó consigo.


— ¡Y entonces el muy imbécil la lanzó como un misil hacia el suelo y tuve que atraparla antes de que se estrellara!

Renji dio una fuerte palmada mientras de su garganta emanaba una risotada incontrolable.

— ¡No es gracioso! —se quejó Rukia arrugando la nariz—. ¡Ni siquiera a ti te hizo gracia entonces!

—Claro que no —convino alzando una de sus cejas —. Ichigo fue un capullo sin precedentes, pero admite que ahora con el tiempo resulta divertido.

Rukia frunció los labios fingiendo molestia, aunque en realidad ambos sabían que era agradable recordar esos momentos.

Llevaban un par de horas sentados junto a las lápidas de sus amigos, parloteando sin parar sobre todo lo que había acontecido en sus vidas desde que tuvieron la mala fortuna de tener que separarse de ellos. No todo había sido bueno. Los momentos de paz y quietud podían contarse con los dedos de una mano cuando tu profesión era shinigami, no obstante no estaban allí para compartir sus penas, sino para mostrarles en lo que se habían convertido. Por eso les hablaron de cómo llegaron a la Sociedad de las Almas y lo perdidos que se sentían en aquel mundo de lujo y abundancia cuando no eran más que unos chiquillos andrajosos del peor Rukongai. Cómo se esforzaron en aprender y en ser mejores. Cómo se separaron, pero también cómo lograron reunirse de nuevo con el paso de los años. Había tanto que contar... Que sentían que no tenían tiempo suficiente para relatarlo todo.

—Entonces Ichigo, en pleno arrebato de delirio de grandeza, decidió enfrentarse a nii-sama —prosiguió Rukia tomando el testigo del relato.

—Y me jode admitirlo, pero le fue mejor que a mí.

Rukia sonrió con dulzura.

—Nii-sama es nii-sama. Hiciste lo que pudiste en ese momento.

Renji sacudió la mano restándole importancia.

—No me molesta. En realidad yo siempre me acuerdo de cuando casi le corta en dos en el mundo humano.

— ¡Renji!

El pelirrojo chasqueó la lengua.

—Es un fanfarrón. Se lo merecía. —Se cruzó de brazos y compuso una mueca de desdén—. Ir por ahí con una zanpakutō más grande que tú... ¿De qué coño iba?

La expresión de Renji hizo reír a Rukia.

—Al final ese idiota ganó el combate. —La mirada de Renji recorría cada uno de los montículos que descansaban a sus pies—. Aunque ni Rukia ni yo lo vimos, porque tuvimos que salir de allí corriendo como alma que lleva el diablo.

Rukia dejó escapar un leve suspiro mientras jugueteaba con las piedras.

—Hasta que vinieron Tousen y el Capitán Aizen para llevarnos hasta la cima de nuevo y entonces...

Rukia interrumpió su discurso, en sus ojos reflejada la sorpresa y la incredulidad.

— ¿Qué ocurre?

No necesitó respuesta alguna, pues enseguida él también lo sintió.

— ¿Es el reiatsu de Ichigo? ¿Qué diablos hace aquí?

La morena se encogió de hombros.

—Vayamos a averiguarlo —terció incorporándose.


El muchacho apretó sus ojos con fuerza, las lágrimas agolpándose en sus pestañas pegajosas y su acelerada mente horrorizada esperando el momento en el que la navaja se hincara con furia en su abdomen o en su cuello. Ni siquiera sabía dónde esperar el golpe. Y entonces lo sintió. El tímido roce helado del filo de la navaja en su mejilla. Ardiente y frío al mismo tiempo. Pero no fue para tanto, pensó. No podía doler tan poco. Fue entonces cuando notó que algo le agarraba por la cintura y tiraba de él con fuerza, el aire golpeando su cara momentos después.

Casi sin advertirlo, sus pies alcanzaron el suelo en un instante.

—Pero, ¡¿qué...?! ¡¿Quién diablos eres tú?!

Era la voz de aquel hombre, áspera y rasgada como una cuerda desgastada.

— ¿Estás bien?

Le costó dilucidar que aquella pregunta se dirigía a él, pues estaba tan asustado que ni siquiera se había atrevido a abrir los ojos. Cuando reunió el suficiente coraje para hacerlo, descubrió que la figura que se lo había llevado consigo no era otra cosa que un shinigami. No recordaba haberle visto nunca antes y tampoco sabía de dónde podía haber salido, pero sus ojos castaños le convencieron de que no podía encontrarse en un lugar mejor.

El shinigami se agachó hasta su altura con expresión afligida, rozando momentos después su mejilla con la yema de sus dedos. Le sorprendió ver sangre en los mismos cuando el shinigami retiró la mano y la sostuvo frente a sus ojos. ¿Acaso era suya? Inconscientemente se llevó su propia mano hacia el mismo sitio, hasta dar con algo pegajoso y caliente. Sintió una punzada de dolor al sentir el contacto de sus dedos en lo que parecía a grandes luces un corte en el carrillo derecho. Al parecer sí había logrado alcanzarle, sin embargo la herida no era ni la mitad de grave de lo que podría haber sido.

El shinigami no dejaba de mirar aquel corte como si le doliera a él mismo, mientras a unos cuantos metros aquel hombre maldecía sin descanso.

— ¿Con qué derecho te metes en lo que no te incumbe, estúpido shinigami? ¡Dame ahora mismo a ese crío y lárgate de aquí!

Pero él no parecía estar escuchándole. Con una sonrisa apenas imperceptible, el joven shinigami posó su mano sobre el hombro del muchacho.

—No te preocupes. Esta escoria no va a hacerte nada.

El aludido estalló en cólera, balanceando su cuerpo de un lado a otro.

— ¿Te atreves a llamarme escoria? ¿Tú, el mayor desecho de todo lo que mora por aquí? ¡Vosotros sois nuestra lacra!

Ichigo hizo oídos sordos, ocupándose de levantar al muchacho del suelo, cuyas piernas temblaban tanto que apenas podía sostenerse en pie.

—Vas a irte y a dejar a este chico en paz.

No era una pregunta.

El hombre soltó una risotada irónica desde lo profundo de su pecho, lamiéndose sus dientes podridos acto seguido.

— ¿Y tú vas a obligarme? No tienes ningún derecho por aquí, shinigami.

—Tú tampoco tienes derecho a herir a nadie. Y menos a un niño.

El hombre abrió los ojos con exasperación.

—Aquí no es un niño, shinigami. Es uno más. Un rastrero ladrón más. Él y sus amiguitos llevan robándome la mercancía desde hace semanas. ¡Ahora no tengo nada con lo que comerciar! ¿Cómo te crees que sobrevive uno aquí? ¿Qué se supone que he de hacer, eh? ¡Aquí el que lo hace lo paga con la vida si es necesario!

—Y-yo no fui... —gimoteó el muchacho, apenas un sollozo audible. Ni siquiera sabía cómo había logrado sacar fuerzas para decirlo.

—Él dice que no fue —repitió Ichigo, sosteniendo firmemente la mano del niño.

— ¡Pues miente! ¡Encontré el dinero en sus bolsillos!

— ¡Porque alguien lo puso ahí! —se defendió, notando entonces la mirada interrogante del shinigami—. Yo no fui, ¡yo no fui se lo juro!

—Si él dice que no fue, yo le creo.

— ¿Tú le crees? ¿Y qué te hace pensar que no te está engañando a ti también? ¡Es lo que todo el mundo hace por aquí! El que roba, paga.

Ichigo perdió la paciencia.

— ¡Porque es un niño, joder! Me importa una mierda lo que haya hecho o no, vas a largarte a dondequiera que vivas y vas a dejarle en paz, porque si no...

—Si no, ¿qué? —Extendió los brazos en cruz, dejando expuesto su henchido tórax—. No puedes matarme. Se supone que estáis aquí para ayudarnos.

—Quizás unos cuantos cortes te hagan cambiar de opinión.

Se sorprendió al oírse a sí mismo decir aquello, pero no podía contener la rabia que sentía al pensar en que de no haber sido por él, aquel niño yacería desangrándose entre el polvo de la tierra.

El hombre escupió al suelo con desdén, blandiendo la navaja hacia un lado y a otro con aspavientos nerviosos.

— ¿Crees que porque eres shinigami tienes derecho a todo? ¡No tenéis derecho a nada! ¡Nos enviáis aquí con falsas promesas de una buena vida cuando no es cierto! ¿Ves esto de aquí? —preguntó señalando las construcciones rudimentarias al final del camino y sus propias ropas andrajosas—. Ahí es donde vivimos, esto es lo que vestimos. ¡No tenemos nada! —arrastró esta última palabra, sus ojos iracundos destilaban resentimiento—. Tenemos que sobrevivir con lo poco que tenemos, y luego aparecéis de la nada después de abandonarnos por años queriendo cambiar nuestras propias leyes. ¡No voy a permitirlo!

Ichigo comenzaba a sentir un nudo en el estómago, puesto que no le gustaba ni una pizca el rumbo que estaba tomando la situación. Quizás porque aquel desgraciado, en parte, tenía razón. No obstante eso no le otorgaba ningún derecho para herir a nadie. A matar a nadie.

— ¡Devuélvemelo! —escupió fuera de sí, sacando de entre sus ropajes un objeto afilado mayor que el de la vieja navaja—. ¡Voy a cortar cada uno de los dedos de este puto crío y daré de comer a los cerdos con su piel!

Ichigo miró al chaval a los ojos. Sus ojos vidriosos y desvalidos implorando ayuda. Su sangre salpicando las piedras del camino. Su garganta anhelando seguir respirando.

Y se aferró a esa imagen, a esa fotografía teñida de horror, en el preciso instante en el que el hombre perdió el control y se abalanzó contra ellos, puñal en mano y los ojos desorbitados. Ichigo no tenía tiempo para pensar. Era aquel hombre o el niño. Y no dudó cuando hizo descender su zanpakutō.

— ¡Ichigo, no!

El choque de Zangetsu con otra zanpakutō hizo que saltaran chispas en todas las direcciones. Los ojos de Rukia le miraban inquietos más allá de los filos de sus espadas. Detrás de ella, Renji desarmaba al agresor con habilidad y lo mantenía a raya inmovilizándole de brazos y piernas.

Rukia suspiró aliviada cuando Ichigo soltó la empuñadura de Zangetsu y la dejó caer al suelo, provocando un estrépito metálico.

¿Qué había estado a punto de hacer?

—Ichigo.

Quería matarlo. Era eso. Lo había pensado. Por un momento, no le habría importado.

—Ichigo, mírame —insistió Rukia, apretando su mano contra el brazo de su amigo.

Ichigo obedeció, aún desconcertado.

—No pasa nada.

Y la creyó. Porque en sus ojos no había juicio o reproche, sino la más profunda comprensión. Aquel era un mundo de miseria, donde todos luchaban por sobrevivir y por conocer el mañana. Acabar con él sería fácil, pero no cambiaría las cosas. No cambiaría nada, porque el resto de la gente seguiría aplicando la ley de la sangre.

Quizá ese bastardo no merecía morir bajo el filo de su espada, pero sí merecía un escarmiento.

Se zafó del agarre de Rukia y se encaminó hacia el hombre que yacía de rodillas e inmovilizado gracias a Renji. Su pelo enmarañado parecía pegajoso y rojizo, probablemente debido a un golpe que se llevó en el forcejeo con el pelirrojo. No le importó. Una vez estuvo frente a él, le agarró de sus ropas por los hombros y le sacudió con fuerza.

— ¡Escúchame!

El hombre cabeceó con la mirada perdida, buscando a tientas la figura del niño.

— ¡He dicho que me escuches, hijo de puta! —repitió Ichigo sacudiéndole una vez más—. Aléjate de él.

Su voz sonó tensa como una cuerda.

—No sé qué coño pasa en esa cabeza de perturbado que tienes, —comenzó a decir entonces Renji mientras apretaba aún más los brazos contra su espalda— pero más vale que captes el mensaje, ¿de acuerdo?

El hombre apenas atinó a asentir, dejando descender sus párpados mientras abría la boca balbuceando un ininteligible .

Renji sonrió con desenvoltura.

—Me alegro de que colabores, porque nos pasaremos por aquí de vez en cuando para averiguarlo.

Mientras Ichigo y Renji se deshacían en amenazas varias, Rukia se acercó hasta el muchacho.

— ¿Cómo te llamas?

El chico alzó la cabeza y la miró a los ojos. Qué azules, pensó.

—Naota—respondió en voz baja.

—Yo soy Rukia—dijo estrechándole la mano—. No te preocupes, ya estás a salvo.

—Volverá a por mí—se lamentó.

Rukia negó con la cabeza.

—Yo vivía por aquí cuando era pequeña, y acabas aprendiendo de dónde y de quién hay que mantenerse alejada.

— ¿En serio?

—Sí, con él. —Señaló a Renji, que parecía estar muy ocupado con Ichigo aplastando la cabeza de aquel hombre contra el suelo—. ¡Vosotros dos, no os paséis! —les recriminó con un bufido—. El caso es que... Sé que este es un lugar peligroso para un niño. Y más aún cuando tienes que robar para sobrevivir.

Naota se sonrojó, cabizbajo.

—Yo no fui quien le robó esta vez... Fueron mis amigos, pero supongo que les descubrió y por eso metieron el dinero en mi bolsillo. Yo no lo sabía, así que me quedé allí. Pero cuando vino a por mí...

—Si hicieron eso, entonces no son tus amigos. Tienes que alejarte de ellos si no quieres más problemas. —Su voz era afectuosa pero firme al mismo tiempo—. Tienes que saber cuidarte, saber a quién puedes tentar y a quién no. ¿Has pensado en dejar este sitio? —Hizo una pausa, como si estuviera pensando en algo, y entonces dijo—: ¿Dices que le has robado antes? ¿El qué?

—Vende muchas cosas. Pero yo sólo le robé comida.

— ¿Tienes... hambre?

Naota negó con la cabeza.

—Yo no, mi hermana. Pero ella es más pequeña, y yo tengo que cuidarla. Por eso...

— ¿Estás bien?

La pregunta de Ichigo no le dejó terminar. Naota asintió, limpiándose los restos de lágrimas con el mangote de su camiseta.

—Dice que él no le robó esta vez, pero que lo hizo anteriormente —explicó Rukia—. Robó comida para su hermana.

—Entonces eso significa...

—Que su hermana posee poder espiritual.

—Eso... Eso es bueno, ¿no?—preguntó Ichigo esperanzado.

La morena exhaló un profundo suspiro, leyendo cada uno de sus pensamientos.

—Él no puede vivir en el Seireitei, Ichigo. Sólo los shinigamis tienen ese derecho. Pero, —levantó su dedo índice y lo aproximó hasta la boca de Ichigo antes de que pudiera replicarle nada— intentaré que les trasladen a un mejor sitio. Quizá eso si pueda conseguirlo. En unos años, tal vez admitan a su hermana para ser shinigami si ella quiere.

Ichigo fue a decir algo, pero pronto se dio cuenta de que no sabía qué decir. ¿Qué podría suponer una diferencia? ¿Qué podría hacer que cambiaran las cosas? La frustración fluyó por su interior como un veneno. Al final no sería capaz de protegerle. No del todo.

—Ichigo, vivirá mucho mejor que aquí. Créeme.

Rukia le sonrió con tristeza. No podía prometerle nada, pero aquella era una oportunidad de la que pocos podían gozar.

—Rukia tiene razón —convino Renji apesadumbrado—. Vivir aquí es un asco. Cualquier sitio es mejor que este.

— ¡Ichigo-san! ¡Ichigo-saaan!

Aquel bramido femenino irrumpió desde la cima de la colina, justo por donde Ichigo había llegado minutos antes.

El shinigami sustituto se pasó la mano por la cara.

—Joder, la que faltaba.

Renji y Rukia contemplaban perplejos la carrera de la presidenta cerro abajo.

—Ichigo-san, ¡qué alegría encontrarte! Llevo... buscándote... mucho tiempo...

A la pobre le faltaba el aire, y tuvo que pararse en seco y apoyar las manos en sus rodillas para recuperar el resuello.

—Ichigo, ¿estabas huyendo?

La pregunta de Rukia quedó suspendida en el aire, mas la mirada incómoda que intercambiaron presidenta y shinigami no daba lugar a la duda.

—Ichigo, Ichigo... —comenzó a decir Renji con condescendencia—. ¿Tú no firmaste un contrato?

—Tú cállate, capullo traidor. ¡Yo debería estar de picnic en el Rukongai!

Aquello significó para Renji toda una puñalada trapera.

— ¿Qué traidor ni qué ocho cuartos? ¡Yo no tengo la culpa de que Kuchiki taichō no de un duro por ti!

Ichigo se mordió el labio y manoseó su sien con impaciencia.

—No me lo recuerdes.

—A ver, a ver—intervino Rukia interponiéndose entre ambos y dirigiendo su mirada hacia Shimizu—. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Por qué se ha escapado?

La presidenta fue a responder cuando los ojos de maníaco de Ichigo disiparon cualquier intención que pudiera albergar de contar nada.

Ni se te ocurra o puedo morir aquí mismo de un paro cardíaco.

—Yo... Yo... —Se tomó un par de segundos antes de seguir hablando y poder meter la pata—. Sólo hubo un malentendido.

—Un malentendido—repitió Rukia sin terminar de comprender.

—Sí, sí. —Shimizu se incorporó y se encogió de hombros con desenfado—. Las chicas están un poco nerviosas por su presencia y, claro... A veces son demasiado entusiastas. Comprendo que Ichigo-san no está acostumbrado a este tipo de trato, y puede que quizá se hayan sobrexcedido.

¿Quizá? ¿Entusiastas? En fin, él no era nadie para contradecirla, y menos aún delante de Rukia y Renji.

—Perdona si te hemos ofendido Ichigo-san—se disculpó entonces Shimizu, haciendo una pequeña reverencia.

Ichigo sonrió con incomodidad.

—Claro, no pasa nada.

A Rukia toda esta situación le olía un poco a chamusquina, sobre todo por la actitud tan hipócrita de Ichigo y sus sonrisas de anuncio malo de dentífrico. Todo comenzaría a tener sentido para ella cuando momentos después, una figura femenina y acalorada emergía del mismo sitio del que había surgido la presidenta.

— ¡Ichigo-san!

Habría reconocido aquella voz en cualquier sitio.

No. Por favor. Ella no.

— ¡Ichigo-san!—repitió Yuuka mientras bajaba por el terraplén utilizando su shunpō. Cuando la tenían casi encima, pudieron advertir que su rostro estaba plagado de lágrimas y mocos—. ¡Ichigo-san! ¡Lo siento muchísimo!

Y se abalanzó contra el shinigami como si no hubiera mañana, agarrándole de las mangas de su hakama y sacudiéndole con tanta fuerza que por poco se las arranca.

— ¡Perdóname! ¡Por favor! ¡Yo no quería... yo no quería! ¡Te juro que sólo quería sacar la serpiente!

Ichigo había entrado en un estado de semiconsciencia donde hablar no era una opción. Quizá tartamudear, pero ni siquiera lo consiguió.

— ¿Serpiente?—murmuraron Renji y Rukia al unísono.

Solo entonces Yuuka se percató de que ellos dos estaban allí.

—Ichigo-san tenía una serpiente en sus pantalones y yo... Y yo...¡Yo quise sacársela porque era peligrosa, pero me equivoqué y...!

Empezó a gimotear y a sorberse los mocos como lo habría hecho una niña pequeña en pleno berrinche. Renji y Rukia compusieron una mueca de desagrado. No era plato de buen gusto contemplar aquella estampa, desde luego, pero lo que estaba por venir compensaría todo lo demás.

Ichigo sólo quería morir. Allí mismo. Sin anestesia.

— ¿Y...?

— ¡Y le toqué sin querer!—chilló angustiada—. Te juro que no fue intencionado, ¡por favor, perdóname!

Renji y Rukia permanecieron en silencio, intentando asimilar lo que acababan de escuchar. La información estaba fragmentada y no era del todo clara, pero el resultado... No es que inspirara demasiadas dudas al respecto.

Serpiente. Pantalones. Mano. Tocamiento indeseado.

No había que ser una eminencia.

—Espera, espera, espera...Me estás diciendo... ¿que le has tocado ahí a Ichigo?

No hizo falta que respondiera, porque la expresión de terror de Ichigo hablaba por todos.

— ¡No me lo puedo creer! —Renji dio una palmada contra su pierna, seguido del mayor ataque de risa que había tenido en muchos años.

Rukia tampoco fue capaz de aguantar la risa, a pesar de que puso todo su empeño en ser más discreta y en contenerla con su mano. Sólo de imaginarse al tierno de Ichigo en esa situación era... Era...

Surrealista.

A Ichigo, sin embargo, por poco se le salen los ojos de sus órbitas. Podría matar a sus amigos allí mismo y no sentir ni una pizca de remordimiento.

—¡Pues al menos a mí hay quien quiere meterme mano! —alcanzó a decir temblando de la ira y del bochorno—. ¡Tú sólo espantas a la gente con esas pintas entre yakuza y samurái postmoderno! —le espetó a Renji señalándole con el dedo.

— ¿Qué has querido decir con eso? —bramó el pelirrojo alzando su puño en lo alto.

—Que no te tocarían ni con un palo.

— ¡Serás cabrón! ¿Y quién quiere nada contigo, primogénito de la zanahoria?

— ¡Perdona, pero tengo todo un club de fans!

Y así se enzarzaron de nuevo en una pelea que parecía no tener fin, llena de improperios y de ataques al orgullo del otro. Llegados a un punto de la discusión, empezaron a estrangularse el uno al otro.

— ¿No deberíamos separarlos? —preguntó inocentemente la presidenta.

Rukia se cruzó de brazos con indiferencia.

—Déjalos. Ya se cansarán.

Naota no podía cerrar la boca de la incredulidad.

Concedidos unos minutos de cortesía y visto que, a pesar de estar rodando por los suelos sin aliento, no cesaban en su empeño de hundir al otro y masacrar su ego, Rukia pensó que ya era suficiente pantomima.

—Bueno, ¡ya está bien! —Agarró a cada uno por una oreja y los arrastró hacia la intersección del camino—. Tú, —comenzó a decir señalando a Ichigo con la mirada— te irás con ellas ahora mismo, y tú –dijo esta vez dirigiéndose a Renji—te vendrás conmigo a ver a la hermana de este chico y a continuar con lo que estábamos haciendo.

— ¿Y qué estabais haciendo?—preguntó Ichigo con curiosidad.

— ¡A ti qué coño te importa!—le espetó Renji—. Vete a que te soben los bajos en tu súper club de fans.

— ¡Serás...!

Rukia puso los ojos en blanco, pellizcando los lóbulos de la oreja de ambos chicos con la mayor fuerza de la que era capaz.

— ¡Joder!—se quejaron al unísono.

—Vale Rukia, lo hemos pillado. Por favor, devuélvenos la sensibilidad a la oreja.

La joven Kuchiki exhaló un hondo suspiro y, acto seguido, les soltó. Los dos shinigamis se sobaron las enrojecidas orejas buscando algún punto donde pudieran sentir algo que no fuera dolor.

—Venga Ichigo—le dijo entonces Rukia, ayudándole a incorporarse—. Vé con ellas y aprovecha el día. Renji y yo nos aseguraremos de que regresa a su casa.

— ¿Y eso de ahí?—preguntó Ichigo, refiriéndose al hombre que yacía inconsciente en el suelo.

Shimizu y Yuuka contuvieron un grito de sorpresa. Ni lo habían visto.

—No te preocupes por él. Yo me encargaré.

Esta vez fue Renji quien habló, incorporándose a su lado y sacudiéndose el polvo del camino.

— ¿Y cuando yo no esté? —quiso saber Ichigo, preocupado por el futuro que podría depararle a Naota hasta que pudieran conseguir su traslado a otro distrito.

—Renji y yo nos criamos aquí. Conocemos el lugar. No te preocupes, Ichigo–insistió Rukia—. Nos cercioraremos de que está a salvo.

Ichigo se rascó la nuca y suspiró, aliviado.

—Gracias chicos—dijo tan solo.

Renji y Rukia esbozaron una breve sonrisa.

Entretanto, las dos muchachas no hacían otra cosa que mirarse entre ellas sin alcanzar a comprender de qué diablos estaban hablando, pero a juzgar por el lamentable estado del señor que estaba tirado en mitad del camino, tampoco es que quisieran averiguarlo.

— ¿Volvemos entonces? —preguntó la presidenta expectante.

—Está bien—concedió Ichigo soltando un pequeño suspiro.

Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa podía hacer? Acababa de salvar a un niño de ser asesinado o amputado brutalmente por un hombre sin escrúpulos, en uno de los peores lugares de la Sociedad de las Almas. No podía haber nada más grave que eso. Ni siquiera lo que le había ocurrido, por mucho que le pesara en el orgullo. Afrontaría lo que quedaba de día con la mayor dignidad y entereza posibles, aunque solo fuera por cerrarle la boca a ese bravucón de Renji.

—Pues entonces pongámonos en marcha. El resto de las chicas se quedó en el lago esperándonos y tenemos muchas cosas que hacer juntos—informó la presidenta con ánimo renovado.

Ichigo asintió con la cabeza. Iba a marcharse cuando cayó en la cuenta de algo:

—Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—Me llamo Naota—respondió con timidez.

—Kurosaki Ichigo.

—Lo recordaré—aseguró—. Gracias por todo.

Ichigo le devolvió la sonrisa y se despidió de él con un gesto, recordándole por qué le gustaba tanto ser shinigami.

Una vez desaparecieron entre la espesura, Rukia se aproximó hasta el agresor, que aparentemente seguía inconsciente.

—En menudo embrollo nos ha metido—murmuró mientras agarraba el brazo del hombre y lo dejaba caer al suelo como un peso muerto, cerciorándose de que, efectivamente, estaba fuera de combate.

—Desde luego tiene un imán para los problemas.

Rukia no se lo rebatió.

— ¿Qué vamos a hacer con él?

Renji se encogió de hombros, arrugando la frente.

—Lo mejor será que le dejemos aquí con alguna advertencia. Tardará bastante en despertar y poder caminar.

Rukia le miró escéptica.

— ¿Tienes una idea mejor? ¿Prefieres que nos lo llevemos con nosotros de copas?

— ¿Qué tipo de advertencia?—quiso saber Rukia, ignorando el último comentario.

En menos de un minuto, el hombre pasó de estar tumbado en el suelo como un cadáver a estar repantigado con la espalda apoyada en un árbol, las piernas abiertas de par en par, y una clara advertencia en el centro de las mismas a tan sólo unos milímetros de sus nobles partes. Su propia daga.

—Supongo que por ahora será suficiente—sentenció Rukia—. Podemos irnos.

Shinigami y muchacho asintieron en silencio.

—Por cierto Naota, será mejor que olvides nuestra conversación. Ya sabes: Ichigo, las chicas, yo, las serpientes...—murmuró Renji mientras le cogía de la mano y comenzaban a caminar—. Te juro que los shinigamis trabajamos mucho.


— ¿Creéis que volverá?

Tras la repentina espantada de Ichigo y la consiguiente carrera contrarreloj de la presidenta en su busca, el silencio había inundado el improvisado campamento de las chicas. A pesar de que el shinigami había aguantado estoicamente todos y cada uno de los comportamientos o comentarios subidos de tono, nadie podía asegurar que ocurriera lo mismo esta vez. Lo más grave no era que Ichigo se hubiera largado de allí sin decir nada, sino el destello de ira que pudieron advertir en sus ojos justo antes de que el muchacho les diera la espalda. Le habían visto alterado, avergonzado e incluso respondón, pero nunca realmente enfadado y, precisamente por eso, ninguna sabía a ciencia cierta cómo podrían arreglar la situación.

—La estúpida de Yuuka lo ha echado todo a perder—murmuró una de las chicas con enfado, golpeando con el pie la superficie del agua del río.

Algunas de sus compañeras asintieron en silencio, con la tensión reflejada en sus labios apretados.

— ¡Pues yo la envidio! —opinó entonces Shiho, una shinigami de piel aceitunada y mirada vivaz—. ¿Qué? No me miréis con esa cara de bobaliconas. Una oportunidad así no se tiene todos los días, y quien diga que no lo piensa así, se miente más a sí misma que a nosotras.

Algunas de las chicas rieron nerviosas ante el osado comentario de la shinigami.

—Todas queremos queremos estar con él, ¡pero no de esta manera, Shiho-san! —respondió otra de las muchachas, sus rizos castaños cayendo en cascada sobre sus hombros.

—Claro que no—convino la más joven—. No hace falta meterle mano para estar cerca de él. O por lo menos no de esa forma tan salvaje.

Shiho se encogió de hombros.

—De todas maneras ya está hecho. Lo único que me pregunto es cómo habrá sido.

— ¿Cómo habrá sido el qué?

— ¿Qué va a ser? —Shiho se cruzó de brazos, con los ojos entrecerrados y ni un rastro de pudor reflejado en su gesto—. Pues eso.

El especial énfasis que puso en esa última palabra provocó un estrépito de risas y chillidos entre las más atrevidas, mientras que el resto no podía hacer otra cosa más que taparse la cara con las manos y ocultar su vertiginoso sonrojo.

— ¡Menudo grupo de puritanas!—gritó una compañera señalando a las más silenciosas—. Shiho-san tiene razón, ¿quién no querría verle desnudo?

El mero hecho de nombrar esa posibilidad, provocó que la imaginación de las presentes surcara sin control cada recoveco de sus mentes. Una vez Shiho y su amiga habían roto la barrera de la vergüenza , ya no había vuelta atrás.

—Solo de pensar en su espalda...

—Deslizaría mis dedos por cada músculo de esa espalda.

—Pues yo saborearía cada centímetro de sus pectorales.

— ¿Y esas piernas? ¿Qué podéis decirme?

— ¿Quién quiere piernas sabiendo lo que puede haber ahí debajo?

Más risas reverberaron entre los árboles.

— ¿Creéis que Ichigo-san ha estado con alguien? —preguntó entonces Aya, una de las más veteranas del club.

— ¿Te refieres a si él alguna vez ha...?

No hizo falta terminar la pregunta teniendo en cuenta por donde habían ido los derroteros de la conversación.

—Panda de malpensadas... —rió la shinigami—. No es sólo eso, me refiero a si creéis que ha tenido alguna relación.

Un pequeño silencio se instauró entre las presentes.

—Yo diría que no—se atrevió a asegurar una de las chicas—. Es muy joven, además de tímido y honesto.

—Ichigo-san no parece del tipo de chico que estaría con nadie a no ser que fuera importante—coincidió Aya.

—Pues yo no estoy tan segura—opinó Miyuki con gesto contrariado—. Todas sabemos que Ichigo-san es muy especial. Por eso estamos aquí. Sin embargo, ¿qué nos garantiza que no ha habido otras personas que le hayan visto de esta misma forma? No creo que seamos las primeras.

— ¿Te refieres a la chica humana que viene con él? Me he fijado en que a veces le mira de una manera muy extraña.

Miyuki asintió con la cabeza mientras agachaba la mirada.

—Sí, yo también me he dado cuenta... Pero no me refiero sólo a ella en particular, sino a cualquiera de sus amigas. Hoy, por ejemplo, todas habéis visto cómo la teniente Kuchiki casi consigue llevárselo en la subasta.

— ¿La teniente Kuchiki?

Más de una no pudo evitar mirarla con cierto recelo. Los Kuchiki no solían mezclarse mucho con otros shinigamis y, por mucho que Ichigo y ella fueran amigos... Nadie en su sano juicio apostaría un kan por su futuro mientras Byakuya-sama rondara por los alrededores.

— ¡No me digáis que no os habéis dado cuenta de lo extraño que ha sido! Es bastante obvio —se defendió—. No todo el mundo pagaría semejante fortuna por un amigo. Quitando la que nosotras hicimos, la suya fue la puja más grande con diferencia. No es que le importara demasiado despilfarrar su herencia.

—Siempre he pensado que no eran más que buenos amigos —comenzó a decir una de las chicas—, pero después de ver cómo se la llevó de la mano al acabar la subasta...

Miyuki-san se cruzó de brazos y asintió con vehemencia ante el comentario de su compañera, dibujando posteriormente una mueca de desagrado en su rostro.

—No sé cómo lo veréis las demás, pero cada vez que Ichigo-san viene de visita, no hace otra cosa que estar con ella.

— ¿Y qué me decís de la teniente Matsumoto,de la décima división? —preguntó entonces otra de las muchachas—. Sé que es mayor que él, pero yo la he visto palmearle el culo en más de una ocasión.

—Y enterrarle la cabeza en su pecho.

—Pues yo he escuchado que en el mundo humano se quitó la camisa delante de Ichigo-san... Y en su propia habitación.

— ¡¿Qué?!—repitieron al unísono, sacudidas por la sorpresa.

— ¿C-cuándo fue eso?

—Pues eso no es nada —empezó otra de ellas tras golpear el suelo con la palma de la mano—. Yo he oído que Yoruichi-sama se desnudó entera delante de él.

— ¡Yoruichi-sama! ¡Eso es imposible! ¿No está liada con el antiguo capitán de la doce?

Shiho soltó una audible carcajada mientras hacía gestos obscenos con sus dedos.

—Está más claro que el agua que esos dos han...

— ¡Shiho-san! —le recriminaron varias mientras se cubrían el rostro, abochornadas.

El intercambio de chismorreos estaba llegando a su punto álgido cuando la estridente voz de Shimizu hizo acto de presencia a través de la maleza.

— ¡Chicas! ¡Adivinad quién viene conmigo!

No les llevó mucho tiempo identificar el reiatsu de Ichigo, que impregnaba cada centímetro de los alrededores.

— ¡Ichigo-san!

Momentos después, los tres shinigamis surgieron de entre los árboles con el sudor resbalando por sus frentes. Tras su adorado shinigami sustituto y la presidenta, una joven Yuuka de ojos hinchados y rostro demacrado esbozaba una tímida sonrisa. Intuyeron, por tanto, que Ichigo debía haber perdonado su desliz y había decidido darles otra oportunidad. Si él había decidido olvidarlo, ellas también debían hacer lo propio si no querían arruinar la diversión. Con el entusiasmo habitual restaurado y la tensión disipada por completo, se permitieron el lujo de saludarle con un abrazo grupal que apenas le permitió respirar.

—Con cuidado, por favor—advirtió Shimizu haciendo un ademán con las manos—. Venimos de los últimos distritos del Rukongai, corriendo y bajo este sol abrasador. Seguro que está sediento y cansado. Vamos a dejarle espacio —propuso mientras iba retirando a cada una de las shinigamis de alrededor del cuerpo del muchacho.

Tras una sucesión de disculpas y unos extremadamente escuetos saludos, las chicas se distribuyeron alrededor de Ichigo ordenadamente y comenzaron a desmantelar el equipaje, formando lo que parecía a todas luces una comida en el campo.

— ¿Quieres un poco de agua, Ichigo-kun?

—Sí, por favor —atinó a decir algo aturdido mientras le tendían una botella.

— ¡Qué bien que hayáis vuelto! Empezábamos a estar hambrientas —comentó una muchacha distendidamente—. Tardabais tanto que ya pensábamos empezar sin vosotros.

La presidenta no pudo ocultar su alegría, pletórica tras haber conseguido traer a Ichigo de vuelta al bosque.

—Eso iba a preguntaros, ¿qué habéis estado haciendo en nuestra ausencia? Espero que no os aburrierais mucho.

Las chicas rieron discretamente, lanzándose miradas cómplices a diestro y siniestro.

—Nos estábamos preguntando si Ichigo-san había tenido novia alguna vez—respondió Taia, sus ojos azules brillaban divertidos y ansiosos.

—Concretamente—intervino Shiho con jovial franqueza antes de recibir respuesta alguna—, nuestra duda era si había estado alguna vez con una mujer de esa manera. Pero claro, si Ichigo-san nunca ha tenido novia, es un poco complicado que haya hecho lo otro, ¿no?

Ichigo, que hasta ese entonces estaba dando buena cuenta del litro de agua que le habían ofrecido, no pudo hacer otra cosa que atragantarse. Tras escupir lo que parecía toda una bocanada de agua, empezó a toser con tanta fiereza que el rostro adquirió el tono de un tomate maduro en cuestión de milisegundos.

El resto del líquido debía estar empantanando sus pulmones.

—Ichigo-san, no debes avergonzarte. Es algo natural —comentó alguien en la retaguardia.

—Te prometemos que lo que nos digas no saldrá de aquí —dijo una tercera voz.

— ¿Con quién ha sido? ¿La teniente Matsumoto?

Desde luego nadie le reprocharía haber tenido nada con aquella mujer que destilaba sex appeal por cada poro de su piel.

—Es la chica castaña que te acompaña a veces, ¿verdad? La de las grandes...

—Pues yo creo que es Kuchiki-san. ¿El capitán Kuchiki lo sabe?

— ¡Claro que no! ¡Si lo supiera estaría muerto!

¿P-pero qué diablos...?

A la sexta convulsión, Ichigo ya pensaba que iba a perecer allí, bebiendo agua y con su cuestionada virginidad pendiendo de un hilo.

Por suerte, la mirada furibunda que les lanzó Shimizu logró que desistieran de seguir incidiendo en el tema.

— ¡Vais a lograr que se muera!

—Sólo era una broma —protestaron.

—Claro que sí —aseguró una de ellas—. No nos tomes en serio Ichigo-kun, simplemente te tomamos el pelo.

—Como sea —gruñó la presidenta. Se agachó hasta su altura y depositó la mano sobre el hombro del shinigami—. ¿Estás bien?

—Sí —graznó mientras se golpeaba el pecho una y otra vez.

—Espera, yo sé cómo hacerlo —dijo una shinigami de enhebrados cabellos rubios.

Conteniendo la tos como buenamente pudo, Ichigo negó con la cabeza repetidamente, gesticulando con las manos de un lado para otro intentando disuadir a la shinigami de su propósito. La última vez que una chica se ofreció a ayudarle no acabó demasiado bien, y su intuición no solía fallarle en estos términos. En el momento en el que la chica se arremangó y alzó su brazo por encima de la cabeza con la palma de la mano abierta, tan sólo deseaba equivocarse por una sola vez.

Cuando la mano de la shinigami impactó sobre su espalda, lo hizo de tal forma y con tanta fuerza, que Ichigo sintió cómo cada uno de sus órganos internos golpeaba su garganta.

— ¡Qué bruta eres, Kinaro! ¡Yo creo que ahora ni siquiera respira!

— ¡Kurosaki-san! ¿Necesitas que te haga el boca a boca?


— ¿Y por qué no podéis acompañarme? —preguntó Naota desconcertado.

—No es bueno que te relacionen con shinigamis —explicó Renji—. Puede que en los primeros distritos nos tengan cierto aprecio, pero por aquí...

—Pensarán que tramas algo si te ven con nosotros —concluyó Rukia sacudiendo la cabeza-. Ellos no tratan con los shinigamis de forma tan directa.

Naota asintió entristecido.

—No te preocupes, todo lo que tienes que hacer es ir a por tu hermana y salir de allí hacia otra zona del distrito. Tenéis tiempo de sobra antes de que aquel despojo despierte —aseguró Renji.

El chico no pudo evitar que le temblaran las manos.

—Pero me buscará —musitó con un hilo de voz.

Rukia suavizó su expresión y se puso en cuclillas junto a él.

—Escucha. No vamos a dejarte aquí. No vamos a desaparecer —le aseguró—. Aquel hombre te ha visto con nosotros, está asustado, por lo que te dejará en paz por un tiempo. Y hace bien, porque aunque no estemos aquí siempre, volveremos para comprobar que todo está bien.

Renji imitó a su amiga y compuso una sonrisa.

— ¡Claro que no! Rukia intentará tramitar vuestro traslado mañana mismo. Y, mientras se hace efectivo, lo único que has de hacer es tener cuidado y no volver por tu antiguo barrio.

—Incluso aunque eso signifique no volver a ver a la gente que conoces.

— ¿Incluso mis amigos?

Renji frunció el ceño y agachó la mirada.

—Será mejor que no los consideres como tal si lo que quieres es salir de aquí.

Naota asintió, luchando por contener las lágrimas. Ya era lo suficientemente duro sobrevivir en aquel lugar de mala muerte, donde el peligro acechaba en cada esquina. Sin embargo, siempre pensó que con la ayuda de su pequeño grupo podría salir adelante. Llevaban tanto tiempo juntos que dejarles atrás, simplemente era...

—Detente —dijo entonces Rukia con tono tajante.

Naota la miró a través de sus ojos vidriosos.

—La vida es así, Naota. No siempre puedes confiar en todo aquel que te gustaría. No les estás abandonando, porque ellos ya lo han hecho en el mismo momento en el que te utilizaron para salvarse. —La mirada de Rukia era dura, pero sus palabras estaban cargadas de verdad—. Nadie te está pidiendo que les traiciones, no vas a usar sus vidas para salvar la tuya. Es diferente.

Renji suspiró.

—Mira, cuando conocí a Rukia yo ya tenía un grupo de amigos. Todos éramos como una gran familia, y Rukia enseguida se ganó un hueco entre nosotros. Pero, a pesar de que todos intentábamos sobrevivir a toda costa, ninguno puso en peligro la vida de otro o la usó como moneda de cambio. Sólo puedes confiar en ese tipo de personas y, créeme, por aquí suelen escasear bastante.

—Por ahora, lo mejor que puedes hacer es confiar tan sólo en tu hermana. Si permanecéis juntos, todo saldrá bien.

El chico no dijo nada, se limitó a asentir contrariado. Sabía que lo que le habían hecho constituía una traición en toda regla, pero tampoco sabía vivir sin su compañía.

—Si algo bueno tiene este sitio, es que te hará crecer a la fuerza. Y si sobrevives a todas estas cosas, entonces poco más podrá asustarte en el futuro.

Los ojos de Naota aún mostraban al niño vulnerable que había sido hasta entonces, pero debajo de todo ese miedo, Renji supo advertir el brillo de aquel que no piensa tirar la toalla.

—Tú ve a por tu hermana y no te preocupes por nada más. Te esperaremos en el recodo que hace el río más allá del puente rojo —dijo Rukia señalando hacia el oeste—. Intentad que no os vea mucha gente o, al menos, que no sospechen que os vais de allí o hacia dónde os dirigís. Sed invisibles.

—Sé como hacerlo —fue todo lo que dijo antes de volverse y dirigirse corriendo hacia la zona poblada del distrito.

Cuando su silueta comenzaba a desvanecerse más allá del polvo y el gentío, Renji y Rukia emprendieron camino hacia el punto de encuentro. No estaba muy lejos de allí, apenas un cuarto de hora caminando a buen paso, pero siempre había sido un lugar de escaso tránsito durante el día, por lo que sería un buen lugar donde proporcionar a los chicos indicaciones sobre qué hacer a partir de ahora.

Como no llevaban prisa se permitieron caminar despacio, redescubriendo todos aquellos lugares que antaño habrían recorrido con los ojos cerrados. Rukia no podía evitar asombrarse ante el hecho de que, por muchos años que hubieran transcurrido desde su partida, allí las cosas seguían tal y como las habían dejado. Estremecía comprobar cómo a pesar del tiempo, todo seguía igual. Inalterable, como el péndulo de un reloj sin cuerda. Allí no habría progreso ni cambios, y eso significaba que tanto lo bueno como lo malo seguiría arraigando en esa tierra. Quizá Ichigo había sido el punto de inflexión que la Sociedad de Almas tanto necesitaba. Quizá un pequeño cambio como aquel permitiera que su mundo se convirtiera en algo mejor.

— ¿Quieres sentarte aquí mientras le esperamos? —propuso Renji señalando la ribera del río.

Rukia miró hacia la superficie del agua y le sorprendió verse a sí misma en el reflejo, pues por un momento esperó encontrarse con la misma niña vivaz e inocente de por aquel entonces.

—Sí, como en los viejos tiempos —concedió Rukia mientras tomaba asiento sobre la hierba reseca.

Poco después Renji la imitó, echando los brazos hacia atrás y apoyando su peso en ellos.

Allí sentados en la orilla del río, donde con tan sólo con alargar el brazo podías sumergir la mano en el agua, tan sólo tenían que cerrar los ojos para sentirse como en casa.

Tras unos minutos disfrutando de la calma que el silencio les ofrecía, Renji decidió romperlo.

—Siento haberte dejado ir esa vez. Fui un idiota.

A Rukia le llevó unos instantes descubrir a qué se refería, pero Renji continuó hablando antes de que ella pudiera decir nada.

—Yo... —empezó a media voz—. Tan sólo pensaba en que, si alguno llegaba a tener la oportunidad de vivir mejor, me alegraría de que fueras tú. Supongo que no fue muy inteligente por mi parte.

—Renji, eso ya está más que olvidado. No hay nada que debas sentir.

Pero a pesar de todo él siguió hablando.

—Cuando luché aquel día contra Ichigo supe que ese idiota no pensaba darse por vencido hasta que consiguiera llevarte de vuelta. Le daba igual lo que tuviera que hacer o a quién tuviera que derrotar. —Hizo una pequeña pausa y suspiró hondamente—. Hasta entonces no me había dado cuenta de que solo me había engañado a mí mismo, o te culpaba a ti por tu indiferencia, cuando la realidad es que me rendí.

Con un nudo en el estómago, Rukia alargó el brazo hasta alcanzar el de su amigo. No era agradable recordar aquellos años y el cómo se distanciaron de aquella manera. Pero sin duda, lo peor era saber que aun después de todo, Renji seguía sintiéndose culpable. Y no iba a permitirlo.

—Renji, tú me lo dijiste. No debes cargar con una culpa que no te corresponde.

Renji esbozó una triste sonrisa.

—Si tan sólo hubiera tenido las agallas suficientes...Tal vez las cosas hoy fueran diferentes.

La morena abrió un poco más los ojos, sin terminar de entender a qué se refería.

—¿Diferentes en qué?

Renji frunció el ceño irritado.

—Venga ya, Rukia, ¿crees que estoy ciego?

Rukia se cruzó de brazos sorprendida por su arrebato.

—Pues yo debo estar sorda, ¡porque no te entiendo!

Tras un incómodo silencio, Renji se levantó.

—Olvídalo, es una estupidez —dijo manoseándose la sien.

— ¿Y ahora te enfadas? —preguntó entonces la shinigami, crispada.

— ¡No, joder! Es solo... —Apretó los labios y acto seguido soltó todo el aire de sus pulmones—. Es este lugar. Me entristece.

Rukia suavizó su mirada.

—Ya... A mí también.


Le llevó al menos medio minuto recobrar tanto la respiración como la compostura, tarea harta complicada teniendo en cuenta que no hacían otra cosa más que sacudirle hacia delante y hacia atrás. Cuando el color azulado abandonó su rostro moribundo, las shinigamis suspiraron aliviadas.

—Ichigo-kun es demasiado inocente —comentó Aya con ternura.

La presidenta sacudió la cabeza. Si de algo se aprovechaban era justamente de eso.

—No tienes por qué quedarte callado —agregó entonces con expresión severa—. Puedes responder a este grupo de gamberras cuando te venga en gana.

Ichigo asintió contrariado. No es que no quisiera hablar, es que sencillamente no sabría ni qué decir.

Tras lo que parecía una serie de sinceras disculpas y una tímida sonrisa asomando por la comisura de los labios de Ichigo, todo parecía volver a la normalidad. Ayudaron a Ichigo a incorporarse y, todos juntos, retomaron la labor de preparar la comida y el campamento.

—Ya podríais haberlo hecho vosotras mientras estábamos fuera. Panda de vagas...—refunfuñó la presidenta mientras cargaba con los últimos bultos.

A pesar de que el buen ánimo y las risas parecían haber logrado calar en el ambiente, no todos compartían ese estado de júbilo. Para Miyuki, que podía presumir de ser muy observadora, la desagradable expresión que mantenía Hana, aquella shinigami silenciosa de cabello lacio y negro, no pudo pasar desapercibida.

— ¿A qué viene esa cara, Hana? Parece que te hubieran abofeteado.

Sin siquiera dirigirle la mirada a su compañera, Hana se levantó de su sitio y caminó con parsimonia hacia la ribera del río, alejándose del resto del grupo.

— ¿Y a ésta qué le pasa?

Tan sólo cuando se alejó lo suficiente y pudo asegurar que nadie la estaba observando, se permitió el lujo de dejar caer la barrera de su autocontrol. Apretó los puños con rabia y dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas, lo justo para que un segundo después pudiera secárselas con el puño de su hakama.

No podía imaginarse a Ichigo con otra mujer. Ni siquiera con ninguna de las estúpidas que había allí con ella. El mero hecho de imaginarlo astillaba su corazón y embravecía su odio. Pero no podía dejarse llevar por las emociones. Porque lo estropearía todo. Ichigo no querría ver esa parte de ella. Tan negra. Él debía conocer lo mejor de ella, la luz que era capaz de reflejar.


Renji no es tonto, estoy segurísima de que sabe lo que hay. Quizá Rukia no sea tan expresiva en sus emociones, pero está claro que mantiene un lazo con Ichigo muy especial y no comparable al de la amistad que los une con otros personajes. Y él lo sabe. Me ha dado mucha pena escribir esta escena entre ellos, pero quería plasmar el mismo dolor que Renji expresó cuando hablaba de aullarle a la estrella sin tener el valor para alcanzarla. Me pareció precioso y terriblemente verídico. Creo que es un ichiruki muy implícito, y me alegraría enormemente conocer vuestras impresiones.

Y nada, esto es todo. Como os comenté al comenzar el capítulo, el siguiente lo tengo a medias dispuesto a ser acabado en estas fiestas. Promete ser caótico y nada bueno para Ichigo. Y, por supuesto, Rukia también estará allí para contemplar en qué ha derivado todo xD

Espero que os haya gustado y, de nuevo, gracias por la espera y por ser tan pacientes. ¡Un beso y comentad lo que gustéis!