Epílogo.
Las cartas de Eriol.
Sábado, 28 de agosto del 2004.
Tomoyo,
El tiempo ha pasado considerablemente rápido si me preguntas, y si debo ser honesto contigo, mi tardanza en contactarme no ha sido por la falta de tiempo ni mucho menos, sino por una repentina inseguridad que se adueñaba de mí cada vez que cogía entre manos un bolígrafo con la intención de enviarte este puñado de palabras que justo ahora debes estar leyendo.
Durante este tiempo (casi un mes ahora que lo pienso) he estado en comunicación con Sakura. Debemos agradecerle a su molesta insistencia para que te mandara saludos al fin, porque estoy seguro que de no ser por ella, yo no me hubiera atrevido a hacer esto en un buen rato. Tal vez nunca.
Es algo difícil de admitir, pero creo que sabes que puedo llegar a ser muy cobarde cuando quiero.
Sakura también dijo que te gustaba lo clásico y que las llamadas telefónicas excesivamente largas no eran lo tuyo, por lo que en vista de mi incapacidad para decirte todo lo que quiero en pocas palabras, aquí me tienes, hablándote a través de la vieja usanza.
He de despedirme por el momento, Nakuru estaba preparando la comida y por la explosión que acabo de escuchar al parecer las cosas no han ido del todo bien.
Espero que te encuentres bien, querida Tomoyo.
E.H
P.D: ¿Sabes? Mientras aún estaba en Tomoeda me vino a la mente la idea de que aunque nos conocemos por algún par de años, la verdad es que no sabemos nada uno del otro, curioso ¿no te parece? Por lo que si no te molesta, me encantaría ser el primero en empezar. Descuida, que serán cosas simples y, espero, no muy penosas.
Lunes, 30 de agosto del 2004.
Tomoyo,
¿Qué tal están las cosas allá en Tomoeda? Aquí estamos a punto de sufrir una especie de inundación de lo terrible que han estado las lluvias últimamente. Luego de tantos años fuera de Inglaterra había olvidado por completo lo caprichoso que llega a ser su clima.
Hoy por ejemplo, me apeteció dar un paseo matutino en una de las plazas cercanas. La cosa iba bastante bien hasta que un espeso nubarrón cubrió el cielo y dejo caer la lluvia que me empaparía por completo.
Supongo que podrás darte una idea de cómo terminaron las cosas; mi idea de pasear se fue al tacho de basura y acabé con uno de esos resfriados de muerte que no me daban en años.
Pero aun con esto y aquello (y aunque no dejo de extrañar las mañanas cálidas y soleadas de Tomoeda), la verdad es que me agradan en demasía los días grises. No es que sea un romántico poeta ni ninguna de esas extrañas personas de baja autoestima, sino que creo fervientemente que los días de lluvia son perfectos para pensar. Ya sabes, dejar divagar la mente en todos esos temas para los que nunca parecemos tener tiempo. Los temas importantes que vamos dejando de lado y apenas nos damos cuenta.
Aunque seguramente no te interesa leer sobre los delirios de alguien como yo, lo comprendo. Sin embargo… no he conseguido apartarte de mi mente en los últimos días.
Espero no hayas fruncido el ceño o compuesto una peculiar mueca de vergüenza. Sé que en mi anterior carta hablé sobre lo de no conocernos del todo, pero las manías como estas eran simplemente imposibles de pasar por alto, querida Tomoyo.
Y volviendo a lo que realmente nos importa... he de decirte que tienes una facilidad increíble para permanecer en mi memoria más tiempo del que deberías. Es algo en realidad inevitable, puesto que te recuerdo con más frecuencia mientras llueve (y mira que aquí en Londres llueve demasiado).
No tengo mucho más que escribir, por lo que me despido.
E.H
P.D: Comencé a practicar piano a los siete años… y lo odiaba. Sí, realmente lo odiaba. Las artes nunca han sido mi fuerte y en aquel entonces era un completo desastre con el instrumento, sin mencionar que mi tutor era un viejo altanero que no dudaba en recordarme que era un fracaso. ¿Qué hizo que aprendiera lo que sé ahora, entonces? Es bastante simple: mi orgullo. Reconozco que no es un gran motivo, pero para un niño de siete años cansado de que le reprochen su inutilidad en las fiestas de la alta sociedad, es más que suficiente. Aprendí a tocar el piano con maestría en poco tiempo, entretenía a los socios de mi padre en las reuniones y él tenía al fin una razón para presumir a su único hijo, que hasta entonces no sabía hacer nada realmente destacable más que hundir la nariz en viejos libros empolvados (libros de magia antigua). Le agarré cariño de a poco, y aunque sigue sin ser algo que haga todos los días, tocar de vez en cuando me ayuda a perderme un poco de la realidad, a sumergirme en las notas que se llevan mis sentimientos, a veces de añoranza, a veces de furia, a veces de felicidad.
Viernes, 3 de septiembre del 2004.
Tomoyo,
¡Feliz cumpleaños!
Si he de serte sincero, no soy muy asiduo a esto de mandar buenos deseos cuando alguien festeja su cumpleaños, me parece un poco innecesario, pero en vista de las circunstancias, rompo con mi tradición y desde aquí espero que te diviertas en este día.
En lo personal no me gustan las sorpresas (y no, la fiesta que armaste como despedida hace dos meses no cuenta, ya que me diste la oportunidad de hacerme una idea sobre tu plan), no sé lidiar muy bien con el hecho de no conocer algo, puesto que para mí es mucho más divertido ser quien maneja los hilos de la situación. Pero seguramente ya sabes que prefiero hacer yo las sorpresas.
El punto es, que apostaría lo que fuera a que tú tampoco eres muy partidaria de estas cosas.
¿Qué cómo puedo estar tan seguro de algo como eso? Bueno, antes de irme Li menciono algo acerca de que tú y yo éramos bastante parecidos, y aunque insisto en que en gran parte está equivocado, tampoco puedo negar que ambos tenemos ciertas similitudes.
Porque puedo decir sin miedo a equivocarme, Tomoyo, que así como eres una perfecta observadora, también eres una maestra de la manipulación y por ende, no debe ser tan sencillo para ti ser parte del juego y no quien lo maneja.
Pero no me malinterpretes, es justamente esa parte de ti la que más me gusta. A lo que voy con toda esta palabrería, es que nuestra pequeña Sakura te tiene preparada una fiesta sorpresa para el día de hoy. Debo admitir que no dejo de sentirme mal al saber que acabo de arruinarle el regalo a nuestra amiga, pero realmente quería ahorrarte la incomodidad inicial; ya sabes, ese momento en que te llevan a un lugar oscuro y luego te dan un susto de muerte. Descuida, que tampoco te daré los detalles, pero es una fiesta a lo grande, con viejos amigos, música, comida y el apoyo de tu madre.
Según mis cálculos, esta carta debería estar en tus manos a primeras horas de la mañana, por lo que no te tomaran desprevenida; sino, al menos espero que el susto no sea muy grande.
Estoy consciente de que te gustan las celebraciones, pero si yo tuviera el placer de hacerte un regalo de aquel tipo, muy probablemente te invitaría a una cena al aire libre en algún lugar tranquilo y acompañados de buena música. Después daríamos un paseo y finalmente te entregaría un último obsequio, algo que pudieras conservar.
Sé que no es nada demasiado ostentoso, pero así como te gustan las cosas animadas, tengo la impresión que de vez en cuando prefieres algo mucho más tranquilo.
En fin, en otro cumpleaños será, seguramente.
Lamento decir que a partir de aquí la correspondencia será menos asidua; las clases en Inglaterra han comenzado y ser el nuevo nunca es algo a lo que nadie se adapte rápido, sin mencionar que el sistema de aquí parece creer que tiene maquinas en lugar de estudiantes y por ende les resulta sencillo pedir toneladas y toneladas de trabajo.
No te entretengo más, disfruta este día.
Eriol H.
PD: No sé realmente si sea de tu agrado la joyería, pero hace unos días mientras caminaba con Nakuru, acabamos de frente a una tienda que se encargaba de venderla. Al ver los pendientes que envié junto a esta carta simplemente creí que irían contigo. Además, por alguna razón que aun desconozco, las mariposas me recuerdan a ti.
Miércoles, 27 de octubre del 2004.
Tomoyo,
Ha pasado mucho tiempo desde la última carta. La preparatoria aquí en Inglaterra es completamente diferente a Seijo, desde el sistema educativo hasta los mismos estudiantes. Definitivamente prefiero ésta que aquella, pues además de que los profesores no son del todo de mi agrado, mis compañeros de clase no transmiten esa calidez que nuestros amigos en Tomoeda. Es bastante… curioso toparse con este tipo de situaciones.
Y bueno, aunque todavía sigo preguntándome porque te niegas a responder alguna de mis correspondencias, he llegado a la conclusión de que es mejor así; no tiendo a mantenerme mucho en algún tema, y a juzgar por cómo están las cosas aquí, seguramente te dejaría esperando por una contestación durante un buen par de semanas.
Nunca he tenido la mejor de las relaciones con mi padre, somos demasiado diferentes como para conseguir ponernos de acuerdo, pero esto no quita el hecho de que soy su único heredero y por ende, tendré que hacerme cargo de sus negocios algún día. Es por eso que últimamente mis días están plagados de clases de economía, finanzas y administración. No es que lo adore, pero no tengo nada mejor que hacer, si soy sincero.
Puedo decir, sin embargo, que la relación con mi madre es mucho más llevadera. Relativamente.
Verás, aunque soy la reencarnación de un viejo mago, mi nacimiento fue dentro de una de las familias más normales, prestigiosas y devotas que pudieras conocer. Aun me causa gracia recordar el momento en que parte de mi magia se salió de control; mi padre me acusó de ser hijo del demonio y mi madre… bueno, ella primero perdió la consciencia y cuando volvió en sí no se atrevió a hablarme en mucho tiempo.
Le temía a su propio hijo.
Hoy mi padre sigue tachándome de demonio y aunque mi madre no es cariñosa ni me habla más de lo estrictamente necesario, es un alivio saber que en sus ojos ya no se encuentra ese brillo de terror que titilaba con fuerza cada vez que me veía.
Ah, lo único que realmente me afecta de todo esto es que Nakuru y Spinel no pueden vivir conmigo. Teniendo una familia como la mía, sería una completa revolución el hecho de llevar a casa a dos seres mágicos, entre ellos un muñeco de felpa alado, parlante y completamente renegado.
Afortunadamente logré alquilarles una pequeña casa a unas cuantas cuadras de aquí, por lo que termino pasando más tiempo ahí que en la ridículamente enorme mansión de mis padres.
Esperando que tus días sean mucho más placenteros que los míos, me despido.
Eriol H.
PD: Me gusta el otoño más que ninguna otra estación, me provoca cierto aire de nostalgia y tranquilidad que simplemente me sobrepasa. Además no tiene ese calor exacerbado del verano ni el crítico frío del invierno, sino que su clima se mantiene en un peculiar punto medio. Me gustan los puntos medios porque ¿sabes? Creo ciegamente en que nunca es bueno decantarse por ningún extremo.
Jueves, 7 de noviembre del 2004.
Daidouji,
Parecen años desde la última vez que utilicé tu apellido ¿no es así? Aunque debo decir que una parte de mí lo echaba de menos; desde mi perspectiva tiene ese toque justo de elegancia que combina muy bien contigo.
Y hablando de eso, hoy me ocurrió algo la mar de extraño.
Venía de regreso de clases a pie (algo que por cierto mi padre detesta que haga) y, cuando cruzaba por una plaza, gracias a mi repentina distracción topé sin querer con una chiquilla que correteaba por allí.
El encuentro fue bastante cómico; ella era menuda, justo como cualquier niña, e irremediablemente terminó tirada en el piso por el golpe.
El punto en todo esto no es el que accidentalmente haya lanzado a una pequeña, sino el hecho de cómo era ella. Me refiero a que con su cabello negro y largo, su piel pálida y esa sonrisilla serena, pero traviesa, no pude evitar el traer a mi mente tu imagen en aquella edad. Ella sencillamente era tan parecida a ti, que de no ser por sus ojos azules como el cielo y que yo sé muy bien que ya no somos unos niños, que podría haber jurado que eras tú, Tomoyo.
Seguramente no te parecerá algo muy trascendente, pero en lo que a mí respecta, simplemente no he podido dejar de pensar en ello; y es que de alguna forma aquel accidente me transportó por un segundo a tiempos pasados, cuando ninguno tenía más de doce años y cada cosa hecha lucía tan divertida.
Si tengo que serte sincero, en mi memoria de ese tiempo tú ocupas el papel de la chica tranquila de la historia, la que coloca en primer lugar la felicidad de sus amigos, preocupándose por la suya apenas un poco. Aquella chica que siempre da buenos consejos y que sin importar qué, es leal ante todo.
Definitivamente te admiraba. Incluso ahora yo no sería capaz de dar tanto sin recibir nada a cambio.
Pero… de cuando en cuando me pregunto qué es lo que sucedió con esa Tomoyo transparente de antaño. Me dirás loco, pero han pasado años desde la última vez que te vi sonreír sinceramente.
Debes pensar que sueno como un completo anciano, ¿no es así? Bueno, poseo las memorias de un viejo mago, por lo que no se puede esperar otra cosa de mí, supongo.
¿Sabes? Me encuentro ligeramente emocionado porque con un poco de suerte podré visitar Tomoeda las próximas vacaciones de invierno. No será mucho tiempo, pero estoy seguro que podría pasar las navidades con todos ustedes, como años anteriores.
Sin más, debo decirte hasta la próxima.
Con cariño (sí, has leído bien), Eriol H.
PD: No soy bueno con las mascotas, así de simple. A lo largo de mi vida solo he tenido dos de ellas, primero un perro y luego un gato, ambos regalo de mis padres para maquillar un poco su ausencia en mi vida. El primero se llamaba Luke y aunque llegué a encariñarme con él, era demasiado pequeño para hacerme cargo, por lo que constantemente olvidaba colocarle comida o agua limpia. Murió un invierno especialmente frío acá en Inglaterra cuando no recordé darle un buen abrigo y un lugar lo suficientemente cálido para cobijarse. En mis pesadillas todavía recuerdo su cuerpo rígido y sus ojos abiertos. El gato por otro lado se llamaba Orión, y como cualquier felino gustaba de ir y venir de un lado a otro hasta que un día solo no volvió. Según los vecinos un autobús lo arroyó mientras cruzaba una calle de regresó a casa. Recuerdo haberles llorado un par de días a cada uno y recuerdo también haberme prometido a mí mismo que no tendría otra mascota nunca más. Hasta la fecha lo he cumplido.
Domingo, 28 de noviembre del 2004.
Tomoyo,
No tienes idea de lo mucho que he pensado acerca de si enviar esta carta o no, después de todo no soy de las personas que ante el mínimo problema corre a pedir el consejo de alguien, ¡por el contrario! Evito hablar de mis incertidumbres tanto como sea posible, no obstante… esta vez la situación es completamente diferente.
¿Por qué recurro a ti? Te estarás preguntando, pero la realidad es que ni yo mismo sé muy bien la razón. Quizá porque no eres tan parca como Li ni tan sensible como Sakura. Quizá porque justo en este momento no necesito que me aconsejen, sino que me escuchen (o lean, dependiendo la perspectiva), y a mi juicio tu eres la persona más indicada para eso, escuchar y comprender.
La cuestión es que mi padre ha caído enfermo, y según los pronósticos médicos es bastante improbable que se encuentre en este mundo más allá de un par de semanas.
No te confundas, aunque me incomoda, no es como si su muerte inminente me hubiera destrozado por completo; como dije antes, nuestra relación nunca fue muy buena como para que yo llegara a profesar por él mucho más cariño del mínimo necesario.
Es solo que… todo fue tan repentino. Una mañana estaba ahí, sentado a la mesa como de costumbre, leyendo el periódico y tomando la taza de café matutina y entonces, al segundo siguiente, él solo se encontraba tirado en el piso en medio de una imparable convulsión que lo dejó en el hospital, lugar donde todavía se encuentra en estos instantes.
Y es que verlo postrado en una cama de sábanas blancas dista mucho de la imagen de él que tengo tatuada en la memoria.
Del hombre imponente de negocios, de rictus cruel y carácter conservador, solo quedan los resquicios encarnados en un sujeto de piel amarillenta, marcadas ojeras y labios marchitos.
Sería tonto negar que me encuentro totalmente aturdido y justo ahora no sé qué pensar.
Lo que sí es un hecho, es que no me será posible visitar Tomoeda durante las navidades, cosa que realmente me ha decepcionado, pues incluso Spinel se encontraba emocionado ante la idea de regresar.
Pero no es como si tuviera opción; si mi padre muere, sus negocios inmediatamente quedaran a mi cargo y no es ningún secreto el que yo no estoy listo para ser jefe de nadie.
No tengo más que escribir. Me despido.
Eriol H.
PD: De niño le temía a la muerte. En mi mente de aquel tiempo no concebía la idea de no vivir más. Era simplemente aterrador el hecho de no ver de nuevo el cielo en las mañanas o las estrellas en las noches, leer un buen libro en el jardín de casa o sentir ese placer al degustar uno de los deliciosos postres que preparaba la cocinera. Al correr los años comprendí lo relativo que es el tiempo y aunque el miedo persiste, es algo que ya no me quita el sueño.
Viernes, 24 de diciembre del 2004.
Daidouji,
El último mes ha estado plagado de días difíciles, de esos que los sientes transcurrir tan rápido que apenas los notas, y cuando lo haces, te preguntas qué fue exactamente lo que hiciste en ese pequeño lapso de la vida que simplemente no consigues recordar, porque tu mente estaba tan nebulosa, tan desconectada de la realidad, que todas las actividades importantes las hiciste mecánicamente.
Así han sido mis días desde la última carta que te envié.
Tengo que contarte que siempre creí que mi progenitor era un completo caprichoso, ya sabes, de esos magnates que compran cinco autos deportivos solo porque le parece que tienen estilo, aun cuando en ningún momento llegue a manejar ninguno de ellos.
Pues bien, con su reciente fallecimiento únicamente me dejó comprobar lo que yo ya sabía: mi padre era un caprichoso que gustaba de arruinarle la vida a su hijo.
Sí, su corazón dejó de latir el día de ayer y el funeral se llevó a cabo esta mañana, en plena fecha navideña.
Al entierro asistieron multitud de personas de negocios que brindaron las condolencias a mi madre; eran hombres y mujeres de negocios que hasta donde sé, besaban el piso por donde mi padre pasaba, con la esperanza de que él los tomara en cuenta para algún ascenso o algún favor.
Eran hombres y mujeres de negocios que me dedicaron una fría mirada porque no soportaban el hecho de que yo, un chico que también podría ser su hijo y que había pasado casi la mitad de su vida en lugar extranjero, alejado de la corporación, pronto fuera a ser su jefe.
Ah, no tienes idea de lo obvios que eran sus semblantes Tomoyo, todos ellos estaban ahí por compromiso, por hipocresía, y todos ellos, mis futuros trabajadores, me odian.
Sin embargo no es algo de lo que me preocupe mucho, ciertamente ya me esperaba que algo así fuera a suceder.
Es una lástima que las cosas hayan resultado así con mi padre.
Por mi parte, está de más decir que prácticamente tengo prohibido celebrar la navidad de este año. Mi madre entró en una especie de profundo luto junto a los empleados de la casa y el lugar se encuentra sumido en un desesperante silencio, sin mencionar que tampoco podré visitar a Nakuru y Spinel, puesto que como dicta el protocolo, yo también debo sentirme apenado por la pérdida.
Deseo que tengas unas mejores festividades que las mías, querida Tomoyo, porque en lo que a mí respecta, la única "festividad" que tendré en los próximos días será la reunión de negocios en la que seré nombrado presidente de la compañía de mi padre.
Con cariño, Eriol Hiragizawa.
PD: Pese a lo que pueda parecer, no me entusiasma nada la idea de hacerme cargo de los negocios familiares, siempre creí que eran aburridos y desgastantes, y definitivamente no me equivoco. Si las cosas hubieran marchado diferentes, hubiera tenido una mejor relación con mi familia y mi padre no hubiera muerto, habría estudiado medicina. No lo sé, son de esos sueños que uno sabe que nunca se cumplirán pero que permanecen ahí toda la vida; no duelen ni causan decepción, pero en los ratos de añoranza (los días de lluvia en mi caso), consiguen hacernos preguntar qué habría pasado si al menos lo hubiéramos intentado, si al menos no le hubiéramos cortado las alas incluso antes de echar a volar. Quien sabe, tal vez habría sido un buen médico, uno que no gana millones pero que claramente no se mantendría en un permanente estado de infelicidad como en el que estoy seguro terminaré dentro de unos años. Honestamente, Tomoyo, prefiero no pensar mucho en ello.
Martes, 1 de marzo del 2005.
Tomoyo,
Lamento mucho la demora, seguramente a estas alturas poco te interesará saber sobre mí y las peripecias que adornan mi vida, aunque aquí entre nos, a pesar de que han transcurrido tres meses, casi nada es digno de mencionar.
Por el contrario, hace poco tuve una corta llamada con Sakura, quien se encargó de informarme sobre ese primer lugar que obtuvo el club de coro en el último recital.
He de darte mis felicitaciones por ello, seguramente fue un evento magnifico.
¿Sabes? Cuando Sakura mencionó algo como que tu voz "había sonado tan delicada y preciosa" que casi la hacía llorar, no pude evitar tratar de recordarla, y aunque en mi mente solo se encuentren memorias hechas retazos pues hace tiempo que no te escucho cantar, fueron suficientes para hacer que mi piel se erizara.
No cabe duda que tu voz es realmente un deleite.
Seguramente no es apropiado mencionar lo siguiente por este medio, pero ha rondado mi cabeza las últimas semanas de forma insistente, que simplemente ya no puedo aguantarlo un poco más.
Me gustas Tomoyo, y me gustas mucho.
Pero… eso ya te lo había dicho, ¿no es así? El punto de todo esto es que desde hace días me he preguntado sobre la extraña relación que mantenemos tú y yo. Es decir, antes de venir a Inglaterra, antes del trato absurdo, los dos fingíamos ser amigos, y digo fingir por el simple hecho de que en realidad apenas si sabíamos nada el uno del otro, y después, luego de mi patético intento por ser un felino, cuando te besé… dime Tomoyo, ¿es eso lo que hacen los amigos?
Definitivamente creo que no.
Es por eso que he tomado una decisión, y estoy consciente de que poco o nada creerás en mis palabras o me tacharas de loco, y también sé que antes dije que prefería los puntos medios, pero me encuentro cansado ya de este punto medio en la incierta relación que mantengo contigo, así que confía en mí cuando te digo esto: planeo definitivamente hacer que te enamores de mí.
Ah, pero no te alarmes, que no es mi intención conquistarte por correspondencia (aunque sería un gran reto si me preguntas), aún tengo algunos trucos que me gustaría llevar acabo.
Lo importante de todo esto recae en que tú tendrás la decisión final; tú escogerás en cuál de los dos extremos colocarnos, querida Tomoyo, y uno de ellos lleva como etiqueta la palabra "amigos".
Bien, disculpa que no haya posdata esta vez, pero dentro de poco tendré que ir a una aburrida junta directiva.
Con cariño, Eriol.
Viernes, 18 de marzo del 2005.
Tomoyo,
Así que hoy es la ceremonia de graduación de la Preparatoria Seijo… muchas felicidades.
No sabes cuánto me hubiera gustado ser junto a ti y el resto de nuestros amigos, uno más de los graduados.
Y es que por mi parte yo no le encuentro fin a los estudios.
Esta carta en particular será corta, demasiado quizá, pues es la última que te dirija por el momento.
Realmente fue un gusto enviarte correspondencia durante este tiempo, Tomoyo, y aunque aún quedan infinidad de cosas por contar, puedo asegurarte en este instante que eres la única persona que más sabe sobre mí.
En verdad espero que disfrutes tu ceremonia de graduación y por favor, dale buenos deseos a Sakura y Shaoran de mi parte.
Me despido.
Con cariño E.H
PD: Envié un pequeño regalo adjunto, espero que no te haya sorprendido (aunque seguramente lo hizo). No es como si hubiera una razón en particular, tal vez simplemente que te echo de menos. Será tu elección si lo aceptas o no. Decide Tomoyo, el avión sale dentro de cinco días.
La chica de ojos amatista soltó un sonoro suspiro antes de colocar con cuidado la última carta dentro de la cajita de madera donde había comenzado a guardarlas hace casi nueve meses.
Eriol siempre hacía de las suyas y esta vez definitivamente no era la excepción.
Aun recordaba su expresión cuando había abierto el sobre de la última correspondencia y había descubierto junto a la carta, un boleto de avión hacia Inglaterra. La sangre había escapado de su cuerpo al segundo siguiente; ¿Qué es lo que planeaba ese idiota?
"Conquistarte", había dicho Sakura en el instante mismo en que ella se lo había contado.
¡Era imposible! Aunque tratándose de Eriol, Tomoyo comenzaba a preguntarse si existía algo como eso. Y es que todo aquello le parecía una locura, apenas acababa de graduarse, apenas comenzaban sus vacaciones, apenas comenzaba a planear su vida… suspiró otra vez.
La voz del piloto se dejó escuchar por los altavoces y repentinamente una oleada de nerviosismo ahogó su espíritu. Estaban por aterrizar en el aeropuerto de Londres.
Sí, sí, todo aquello era una locura, pero más demente estaba ella por sucumbir al mal juicio de Sakura y su insistencia, y no hacer caso a su propia razón, esa que le había exigido los pasados cinco días permanecer en Tomoeda y olvidar las ocurrencias de Eriol.
Pero con todo y todo, un rato después Tomoyo se encontraba con los pies bien puestos en tierra inglesa, con la maleta negra en una mano y la cajita de madera bien aferrada en la otra. No se lo aceptaría ni a ella misma, pero a pesar de todo el miedo que la hacía estremecerse, una ligera chispa de esperanza y emoción oscilaba en su pecho; también había extrañado a Eriol después de todo.
Entonces lo vio. Se encontraba allí de pie a unos metros de distancia, vistiendo pantalones negros y una elegante camisa gris que solo acentuaba su palidez, llevaba zapatos lustrosos, un reloj que lucía costoso y hablaba frenéticamente a través de un estilizado teléfono móvil.
Era Eriol, pero no parecía Eriol en lo absoluto. No al menos como Tomoyo lo recordaba.
Se acercó a él lentamente, casi como si sopesara la idea de echarse a correr de regreso a Tomoeda, no obstante, al instante siguiente Eriol giró la mirada y acabó posándola por completo en su persona.
Y un incómodo silencio llenó la pequeña burbuja en la que ambos se instalaron… hasta que los gritos de la persona del otro lado del teléfono la rompieron por completo.
—Te llamo después… —murmuró Eriol en un fluido inglés que ella no le había escuchado nunca, y colgó de inmediato—. Tomoyo…
—Hola —atinó a decir con voz queda antes de que el alto cuerpo del chico se abalanzara sobre ella y la encerrara en un apretado abrazo—. Eriol que…
—Sabía que vendrías.
Y fueron esas palabras dichas con autosuficiencia lo que se necesitaba para acabar con el momento incómodo.
— ¿De qué estás hablando?
Eriol se separó de ella y le dedicó una de esas sonrisas que no había visto en mucho tiempo, era una que decía a leguas que todo había sido planeado y que aquel pretexto de "tú decides si aceptar o no", solo era una vil mentira.
Ah, ese chico la había engañado una vez más.
—Seguro que te gustará Londres. Además Nakuru y Spinel están muy contentos por tu llegada —dijo mientras se encargaba de llevar la maleta y la guiaba hacia la salida del aeropuerto; ahora que lo veía más de cerca, Tomoyo se daba cuenta que Eriol había adquirido ese mismo semblante de negocios que portaba su madre.
— ¿Por qué querías que viniera?
Él la observó de reojo antes de detenerse en frente y bloquearle el paso. No dijo nada, simplemente volvió a sonreír y sin previo aviso comenzó a acercarse a su rostro lo suficientemente lento para que pudiera apartarse. No lo hizo, solo se limitó a cerrar los ojos y a esperar ese beso que no llegó a los labios, sino a la comisura de éstos.
Decir que estaba decepcionada era poco, pero cuando levantó los parpados y encontró una mueca resignada en el rostro de Eriol no pudo hacer más que confundirse.
—Esta vez quiero tener una relación concreta contigo, Tomoyo, y definitivamente los amigos no se besan en los labios —se alejó con la misma lentitud y volvió a hablar—: será tu decisión, pero descuida, que yo no te lo pondré fácil. No planeo ser solo tu amigo, ¿sabes?
Tomoyo sonrió, comprendiendo de pronto la retorcida idea de Eriol y sin más lo siguió.
No había querido besarla, quería dejarla escoger, por una vez ese chico de ojos zafiro quería hacer las cosas bien, pero no tenía idea que ella había escogido uno de los extremos en el instante mismo en que llegó a sus manos la primera carta.
No sabía que para Tomoyo ser amigos no era una opción.
¿Pero a quien le importaba? Tenía todo un periodo de vacaciones para demostrárselo.
Se encogió de hombros, seguramente Eriol se llevaría una gran sorpresa.
FIN.
Notas de la autora: ¿Qué puedo decir? (tal vez ofrecer una disculpa por el retraso) Realmente estoy muy contenta por terminar la historia, es el primer fic largo que termino y aunque me encariñé con él, no podía esperar a verlo completo. Se suponía que sería un epilogo corto, pero mientras escribía fui alargándolo un poco más cada vez hasta que acabó de esta forma. Espero no haberlos aburrido, pero quise mostrar el lado mas "normal" de Eriol, por decirlo de alguna forma, sin mencionar que quería un formato diferente de escritura.
En fin, no me alargo más, solo quisiera agradecer bastante a todas esas personas que se tomaron el tiempo de leer y a quienes se tomaron el tiempo de dejar review a lo largo de la historia, espero verlos pronto en alguno de mis futuros escritos sobre este par.
Hasta la próxima.
