Ranma ½ y todas sus situaciones y personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Hago esto por voluntad propia y sin fines de lucro.

[Efecto mariposa]

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Ranma

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La idea del guía de permanecer en los cuerpos malditos el mayor tiempo posible durante el día para acostumbrarse más rápido a su nueva condición parecía muy buena, pero en este momento resultaba casi suicida. La amazona era incansable y se aparecía por todas partes, sin dejarlos siquiera respirar en paz, a ese ritmo no pasaría mucho tiempo hasta que la encontraran sin posibilidad de escapar, y entonces él tendría que hacer algo terrible. El guía ya se lo había advertido: la china no se detendría ante nada para reparar su honor y lo mataría. Para librarse de ella lo único que podía hacer era ir a su vez hasta las últimas consecuencias.

—¡¿Que tengo que matarla?! —gritó horrorizado, con su aguda voz de mujer.

—Matar ser única salida —asintió el hombre fumando su pipa—. Leyes amazonas ser muy estrictas, el entrenamiento no permite fallar. Muere uno o muere otro. Ser simple.

—Mierda... ¡No lo voy a hacer! —exclamó Ranma levantándose del tronco junto al fuego. Miró a su padre transformado en panda a su derecha, se mantenía quieto y parecía pensativo.

—De lo contrario, amazona perseguir por siempre por toda China —el guía chupó su pipa y soltó el humo despacio en la quietud de la noche.

—¿Y si le regreso el estúpido premio que nos comimos? —insistió Ranma—. ¡Le compraré cien kilos de frutas!... Viejo, di algo, ¡esto es tu culpa en primer lugar!

Pero el panda permanecía impasible y lo miraba con cara de inocencia.

—No ser por premio, tratarse de honor. Honor de guerrero —indicó el guía mirándolo atentamente—. Honorable huésped conoce sobre honor, ¿verdad?

Ranma endureció la mirada y después gruñó murmurando palabrotas por lo bajo.

No lo iba a hacer.

No lo iba a hacer.

No, no.

Practicaba las artes marciales desde hacía años y no se suponía que fuera así, no estaban hechas para matar, eran un medio de superación personal. Él amaba entrenar y mejorar cada día, deseaba enfrentarse a muchos desafíos y poder aprender, convertirse en el mejor en el combate libre. Eso era el honor. El honor no era matar. Tener alguna vez que quitar la vida a una persona con sus propias manos... No quería pensar en algún día llegar a verse en esa situación.

No lo iba a hacer. Maldición.

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La amazona los sorprendió al otro día cuando se detuvieron en un pequeño restaurante. Estaban acostumbrados a encontrársela en cualquier parte, Ranma a veces se preguntaba cómo hacía para hallarlos con tanta precisión.

Se había convertido en una rutina: despegar los ojos en la mañana y esquivar el ataque de un bombori; pasar la mañana huyendo, hacer un alto para comer y tener que salir corriendo, atragantándose con los palillos para que la chica no los viera; ir a dormirse alerta, esperando que un cuchillo volara hacia ellos en plena noche.

Claro que permaneciendo en sus formas originales podrían pasar desapercibidos para los ojos de la persistente guerrera, pero bien pronto comprobaron, con profundo horror, que el agua fría tenía un radar para hallarlos con tanta precisión como la amazona, o quizá más.

Era inevitable que terminaran por encontrarse cara a cara y que Ranma se enfrentara a su destino, ya había estirado al máximo la suerte, ya había escapado por los pelos de tantas circunstancias insólitas como lo permitía la vida. Su buena estrella lo había acompañado un largo trecho, ahora estaba solo para enfrentar lo que viniera, valiéndose de sus propias armas.

Todo pasó en un solo segundo, quizá en cinco, pero él pareció vivirlo en cámara lenta. Daba la impresión que alguien hubiera detenido el tiempo en un punto y después lo hubiera hecho marchar de nuevo, pero ralentizado, pasmoso. Quizá era producto del shock o quizá se lo había imaginado, pero el muchacho estaba seguro de que por un instante, puntual y eterno al mismo tiempo, había estado como en un limbo, un espacio blanco donde se debía elegir un camino, la derecha o la izquierda; tomar una decisión, seguir adelante o quedarse allí.

Seguramente había sido una sensación provocada por su cercanía con la muerte, porque estaba seguro que había estado a punto de morir. Pero seguía vivo.

Estaba frente a la amazona que se apareció esa vez armada con una larga espada que demostró manejar con destreza mientras lo atacaba, sus ojos llenos de furia. Ranma, en el menudo y ágil cuerpo femenino, se movía lo más rápido que podía, esquivaba los espadazos al mismo tiempo que intentaba explicarle que no había sido su intención, que era un malentendido, que parara un momento para escucharlo, pero la chica de seguro no entendía ni una palabra.

Entonces lo supo: no podía hacer lo que el guía le dijo, no podía matarla, y eso lo desesperó al no poder encontrar una salida. Intentó desarmarla, pero el pensamiento anterior había logrado desconcentrarlo, desestabilizarlo por una fracción de segundo, y la amazona lo aprovechó. El brazo de ella se estiró de repente empuñando la espada y Ranma sintió la presión de la punta afilada a un lado del cuello.

Y ese fue el momento exacto, alguien hizo click y los engranajes pararon, todo se enlenteció. Ranma agrandó los ojos observando la espada sobre él y pudo ver cómo la mujer levantaba un poco la cabeza y endurecía la mirada para finalizar el golpe. Entonces sintió que algo tiraba de él hacia atrás y vio cómo la espada describía un arco en el aire y cortaba de paso un par de hebras de su cabello trenzado, en el preciso lugar donde había estado de pie, en el preciso lugar donde había estado su cuello.

—¡Tonto! ¡Quedarte ahí de pie como un idiota! —le gritó su padre, que ya no era un panda, y le tironeaba el brazo mientras lo urgía a correr.

Ranma también corría, aunque no sentía los pies. El tiempo volvía a andar como siempre, pero él no terminaba de comprender lo que acababa de ocurrir. ¿Estuvo a punto de morir? ¿Por eso le temblaban las manos? Se tocó la pequeña herida en el cuello, un corte pequeño que casi no sangraba, pero ardía como si alguien le hubiera puesto sal. ¿Y si el corte hubiera ido de lado a lado? ¿Y si en lugar de unos mechones de pelo perdía la vida?

—Nos volvemos a Japón, ¿me entiendes? —continuó Genma con autoridad mientras seguía su carrera—. ¿Entiendes? ¡Ranma!

La chica de trenza parpadeó con el grito y asintió sin poder articular palabra, tenía la cara blanca como el papel y los ojos abiertos de par en par.

—No nos encontrará allá —dictaminó el hombre con seriedad—, y tengo un amigo que nos ayudará... Sí, creo que ya es hora.

Agilizó más los pasos y se metió por una calle lateral desembocando en un callejón penumbroso, donde se detuvo. Los dos respiraron agitados y Genma estuvo con el oído atento, sin soltar el brazo de su hijo. Después se volvió hacia él y le aventó la mochila de viaje, la que, Ranma se dio cuenta en ese momento, había estado llevando colgada del otro brazo todo el tiempo. Él observó atentamente a su padre, tenía la frente llena de gotitas de sudor y todavía no lo soltaba. Se miraron un par de segundos con cara de susto y después cada uno soltó el aire.

—Hay que conseguir agua caliente —dijo el hombre mayor mirándolo.

La chica de trenza aún respiraba agitada, le devolvió la mirada y, sin decir nada, lo observó de arriba abajo. Genma comprendió la pregunta no realizada.

—Había un tazón de ramén junto a mí —comentó brevemente mientras se acomodaba los anteojos—. Tuvimos suerte.

Ranma solo asintió, todavía estaba nervioso.

Se sintió mejor cuando lo empapó el agua caliente y volvió a ser él, con la altura y el peso exactos, con todos los músculos en su sitio, con la fuerza adecuada en cada brazo. Aún le faltaba precisión en la motricidad, los dedos le temblaban mientras intentaba anudar el cinturón del gi, pero se repuso.

El mal trago había pasado, esa parte del entrenamiento estaba hecha y volvían a Japón. Su lucha, sin embargo, no se terminaba, ni mucho menos, seguiría dando pelea contra todas las situaciones que vinieran, que de seguro serían tan difíciles como hasta ese momento, o más todavía.

«Tuvimos suerte».

Qué manera tan simple de decirlo. Sonrió, los labios le temblaban.

Estuvo a punto de morir. ¿Se habría dado cuenta de eso su viejo? ¿Habría pensado que por poco le rebanaban el cuello? ¿Y si él moría qué?... Era el fin, se acababa todo para él, pero el mundo seguiría andando. Todos seguirían con sus vidas, el guía continuaría fumando su pipa y hablando raro, la amazona estaría alegre de haber cumplido su cometido. ¿Su padre lloraría su muerte? No recordaba haberlo visto llorar nunca, las lágrimas de cocodrilo cuando quería dar pena no contaban. Llorar de verdad... eso no. ¿Sentiría algo? Era su padre, debía sentir algo.

Ranma se imaginó de repente a sí mismo desapareciendo y dejando un hueco en el mundo. Ya nadie ocuparía ese puesto, nadie pisaría los lugares por los que él tenía que andar, nadie conocería a todas las personas que él debía conocer, nadie viviría las cosas que él debía vivir en los años que quedaban por delante, algún otro se convertiría en el mejor artista marcial en el combate libre porque él ya no estaría. ¿Qué tantas cosas podían cambiar si él no estuviera en el mundo?

Pero ese hueco no existía, él seguía ahí, tan lleno de vida como siempre, así lo demostraba su corazón que latía acelerado a pesar de que se encontraba quieto en el mismo lugar. Vivo, pero por una milésima de segundo de diferencia.

—Vamos, tenemos que irnos —dijo Genma colgándose de nuevo la mochila de los hombros.

Ranma asintió. Todo seguía como siempre y volverían a emprender viaje, pero aunque todo estaba igual él se sentía un poco diferente todavía. Respiró profundo y apartó esos pensamientos, sentía miedo, era verdad, miedo por todo lo que acababa de pasar, pero pronto estaría bien. Mientras seguía a su padre a paso firme se tocó la pequeña herida en el cuello y comprobó que ya no sangraba. Como pensaba, era insignificante, mínima.

Sin embargo le quedó una cicatriz para toda la vida.

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Fin de Efecto mariposa.

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Nota de autora: Sí, este es el final. Lo siento si alguien está decepcionado de que este final no tenga la misma esencia que los one-shots anteriores, pero así estaba planeado desde el principio.

Muchas gracias a todos los que leyeron y acompañaron esta historia, a los que siempre me siguen en todas las locuras que emprendo con la escritura.

Espero que nos volvamos a leer pronto.

Saludos.

Romina