Muy buenas a tod s,

vuelvo de nuevo con un fic de El Mentalista, y esta vez, voy a dejar de lado toda intención de escribir sobre algo que realmente podría pasar en la serie, y voy a hacerlo sobre lo que a tod s nos gustaría que pasara.

Evidentemente, por el título, vamos a encontrar contenido M (un poquito más adelante), con lo cual, y como siempre digo, quien no le guste este tipo de fics, por favor, que salga inmediatamente porque no quiero ser causante de ningún trauma infantil.

Esto, de todas maneras no es una copia de 50 Sombras de Grey, libro que, pese a su fama, no es que me guste especialmente (los hay mucho mejores), es más bien, un pequeño guiño que creo que va muy bien con la personalidad del Patrick Jane que voy a describir. Un lado un poco más oscuro, más sexy y ¡que demonios! mucho más divertido.

En cualquier caso, antes un ligero preludio... espero que os guste! Adelante :)


Detrás de toda sonrisa, detrás de cada comentario sarcástico, se esconde una intención. Quizá ella no lo viera en un principio, o puede que no lo quisiera ver. Es más, más de uno apostaría a que en ese principio, él tampoco era consciente de lo que estaba pasando. Pero todo era cuestión de tiempo.

El desencadenante, evidentemente, fue un pequeño comentario, inocente al parecer, pero que en manos de quien sabe usar la palabra de forma magistral, puede tomar formas impredecibles.

Fue aquella noche en el ático. Después de que liberase a la otra mujer y él provocase su propio accidente. Allí, cuando ella dijo que lo esposaría si pudiera, y él se lo rebatía. Fue justo ahí, en aquel preciso momento, justo cuando se dio cuenta de que si en el estado en el que se encontraba, de sus avances en cuanto a Jhon el Rojo, de todas sus batallas ganadas, pistas encontradas, podía escapar su mente por unos segundos e imaginar sus manos atadas al cabecero de la cama con la suave Teresa Lisbon encima de él, había algo en ella que realmente lo atraía.


Todos sabíamos que había algo en esa relación que muchos se empeñaban en calificar de hermanos. Y todos estábamos en lo cierto.

Aquella noche, por ejemplo, cuando ambos esperaban en aquella casa piloto a que se presentara el asesino. Él la observó mientras dormía. Se alegró de verla relajada a su lado a pesar de todo lo que habían pasado juntos, de todo lo que le había hecho. Por mucho que ella se quejase de él, de que le hacía la vida imposible, era capaz de quedarse dormida a su lado.

Él la observó con detenimiento entonces, como no podía hacer libremente cuando ella estaba despierta y demasiado ocupada poniendo entre ellos un espacio que ambos sabían que llenaban con miradas.

Él observó su blanca piel espolvoreada de pecas, las pestañas pobladas, las cejas llenas de sabiduría. Y sus labios, suaves y característicos. Era una mujer hermosa sin necesidad de maquillaje. Se preguntó, brevemente, como luciría recién levantada, con los ojos soñolientos, y el pelo alborotado por las actividades nocturnas. Se sonrió, pensando en cuan delicado sería despertándola por completo, utilizando su cuerpo, que aún no respondería completamente, pues seguiría pesado por el sueño.

Pero la tenía que despertar, y su mano, que tan encantado habría estado de pasar sobre su muslo para acariciarla, fue hasta su brazo.

Ella lo había llamado mentiroso en sueños. Claro que no había dicho su nombre, pero él sabía a que se refería. Lamentó profundamente que ella pensase así. No deseaba tener muro entre ellos pero hasta ahora había sido necesario. No había podido proporcionarle la intimidad que ahora deseaba tener.

Pero esto no eran más que pequeños indicios. Pequeñas muestras de interés que se enmascaraban en cortinas de humo. Por eso, os voy a contar el comienzo de la historia que escondían y que nadie podía saber.


Un nuevo caso había llegado a la brigada. Se habían desplazado a unos 10 km de Rancho Seco. Habían pasado casi ocho horas en un paraje desértico con un sol de injusticia abrasándole las ideas y aún no lo habían resuelto. El muerto, Joseph Palmer, de 38 años, y heredero de una gran fortuna, yacía en el suelo con marcas de estrangulamiento. Tan solo las marcas de los neumáticos alrededor daban constancia que el asesinato no había sido en el lugar donde estaban.

Lisbon estaba de muy mal humor. Para variar, los agentes locales no se habían alegrado en absoluto de ceder el mandato a los recién llegados. Las pistas los llevaban de nuevo sobre sus propias pisadas, como si caminasen en círculos. Y tendrían que pasar la noche en el motel más cercano, que estaba a tres horas en coche. Perdidos en medio de la nada.

"La gente ya se podría morir al lado de un hotel que al menos tuviera aire acondicionado." Pensó sardónica, mientras miraba a Jane, que hablaba con el tipo que encontró el cuerpo. Seguramente lo estaría molestando, porque el hombre tenía pinta de estar a punto de saltarle al cuello de un momento a otro.

Jane. ¿Qué demonios le pasaba a Jane? Había estado más raro de lo normal. Demasiado misterioso incluso para él. Y no de la manera habitual. Sino de una que la hacía ponerse nerviosa. Demasiadas medias sonrisas, demasiadas miradas sostenidas, demasiada proximidad entre ellos cada vez que se acercaba a decirle algo… sí, seguía resolviendo casos a la perfección, y por supuesto no menguaba en su obsesión con Jhon el Rojo, pero… era como si tuviera un secreto del que ella era cómplice sin saberlo.

Pusieron rumbo al motel al anochecer. Poco había que hacer allí en medio más que hablar con las piedras. Recogieron testimonios, trasladaron al cadáver y pusieron punto y final al día. Por la mañana se acercarían al pueblo a hablar con los locales.

En el coche, Jane sonreía para si mismo. Era un caso muy sencillo. Mientras inspeccionaba el cuerpo, había cogido del bolsillo de la víctima la evidencia que le dio la pista para resolver el caso. Una pequeña pulsera de cuero. Tendría que asegurarse al día siguiente, pero estaba convencido que el asesino había sido un familiar. Probablemente un hermano celoso y acomplejado, que habría sufrido abusos por parte de la víctima. Poco le importaba saber por qué se había tomado tantas molestias en llevarlo tan lejos en el desierto. Por lo que estaba realmente ansioso era por llegar al motel, dejar que cada uno volviera a sus habitaciones, e ir a la de Lisbon, con cualquier excusa, quizá una súbita corazonada, y comprobar si ella estaría dispuesta a saltarse las normas en cuanto a mantener relaciones con miembros de la brigada.

Aunque quizá no fuese estrictamente necesario que ella tuviera plena consciencia de ello…


*** Continuará ***

Os ha abierto el apetito? ;) Muy breve pero me gustaría saber que os ha parecido este comienzo!