ORIGEN ROBADO

PRÓLOGO

Un día descubres que tu vida ha sido un engaño. No eres quien creías ser. Tu vida no te pertenece, tampoco tu pasado….Historia de ficción basada en una triste realidad.

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20 de Junio de 1982 Hospital Católico La Cruz, Chicago

La mujer gemía desconsoladamente.

Estaba tumbada en una camilla de parto, abierta de piernas en un frío paritorio mientras se concentraba en traer al mundo a sus bebés.

Dolía. Dolía como el último infierno.

Y estaba sola.

No habían permitido la entrada a su madre para acompañarla; según los médicos, ese era sólo un privilegio sólo válido para el padre. El padre….

Las enfermeras murmuraban entre susurros que apenas podía oír por el dolor tan insufrible que estaba sintiendo mientras ella se retorcía en aquella sala desalmada. Tenía la leve sospecha de que la estaban tratando con tanta frialdad por ser una mujer soltera. Mala combinación al estar dando a luz en un hospital católico, seguramente, la veían como una muchacha sucia que vivía en pecado.

Ella no había tenido la culpa de haberse enamorado como una idiota.

Tampoco tuvo la culpa cuando la abandonaron dejándola sola en la más absoluta soledad.

Su madre había llorado amargamente cuando se enteró de que su única hija se había quedado embarazada con tan sólo diecinueve años. Soltera, sin un hombre que la respaldase, sola…Su padre le negó la palabra durante semanas mientras observaba en silencio cómo su vientre crecía.

Finalmente lo habían aceptado, gracias a los cielos.

Al menos sabía que aún los tenía a ellos; estaban fuera, en la sala de espera nerviosos por conocer a sus primeros nietos.

—Empuja de nuevo —espetó la enfermera sin dar tiempo a que el médico encargado tomara la palabra.

—¡No puedo más! —gimió.

—¡Sí! ¡Sí que puedes! No te costó abrirte de piernas para engendrar a estos niños en pecado —gruñó la mujer—¡Haz lo que yo te diga!

—Carmen….—murmuró el médico —Más despacio….

La chica apretó la mandíbula y empujó con todas sus fuerzas provocadas por las duras palabras de la enfermera. Era una chica afable que nunca había usado la violencia contra ningún ser vivo…pero si en esos momentos no hubiera estado pariendo, se habría levantado y habría arrastrado a la enfermera entrada en años por todo el paritorio.

Sus palabras eran crueles.

Su gesto era cruel.

Dejó de pensar en esa mujer cuando una nueva contracción la atravesó el cuerpo. No esperó a que la tal Carmen le diera otra orden, empujó con todas sus fuerzas esperando ver la cara de sus niños, esos que harían que toda la miseria por la que había estado vagando durante estos ocho meses valiera la pena.

—Ya le veo la cabeza —murmuró la enfermera —¡Empuja!

La chica gritó.

Se agarró a la camilla intentando respirar, intentado alejarse del dolor más profundo que había sentido en su vida. Sentía los mechones de pelo pegados a su cara por el sudor, su corazón latiendo a mil por hora…

No pasaba nada. Podría con ello, podría con el dolor…

Porque se iba a convertir en madre.

Empujó de nuevo mientras sentía las manos de la enfemera sobre su cuerpo. Empujó. Y empujó. Y cuando creyó que sus fuerzas habían llegado a su límite sintió un débil llanto.

Oh, sí…Ya estaba ahí. Uno de sus bebés ya había nacido.

Sonrió débilmente, guardando fuerzas para el alumbramiento de su otro bebé; sabía que aún quedaba trabajo por hacer, el último esfuerzo que le pediría a su cuerpo antes de tocar la felicidad con los dedos.

Pero tenía que verlo. Quería tocarlo.

Lo necesitaba.

—Enfermera Carmen…—silencio —Enfermera Carmen, por favor…¿Cómo está?

Ambas mujeres se lanzaron una significativa mirada.

La chica se temió lo peor.

Se incorporó a duras penas; sobre la mesa auxiliar vio una pequeña cabecita apenas cubierta de vello. El cuerpo del bebé era pequeño, era un niño prematuro. Su corazón se encogió acompañado por un cocktail de sentimientos cuando su bebé alzó una manita diminuta.

—Enfermera, quiero verlo….por favor…

Una de las enfermeras avanzó hasta ella y la empujó suavemente por los hombros obligándola así a tumbarse en la camilla aunque eso no evitó ver cómo envolvían a su bebé en una sábana blanca.

—Tengo que llevar al niño a las incubadoras —anunció Carmen —Apenas puede respirar.

—¿Cómo? ¡Lo he visto moverse! ¡Démelo! —exclamó la chica. Intentó incorporarse de nuevo, pero se lo impidieron.

—Son prematuros, necesitan atención —la enfermera apretó el cuerpo del bebé contra el suyo, como si quisiera protegerlo; de todos modos el gesto severo no desaparecía de su cara.

—Déjeme verlo antes, por favor —imploró.

Carmen desapareció del paritorio con el bebé en brazos mientras la muchacha lloraba desconsolada sobre la camilla. Se hubiera levantado. Hubiera ido tras ella y no habría parado hasta ver a su bebé. Pero una nueva contracción la avisó de que el segundo niño venía ya en camino.

Preocupación.

Dolor.

Miedo.

Esa fue la primera y última vez que Esme Platt vio a su primer bebé...

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Lo sé, lo sé…es una locura subir un nuevo fic teniendo dos en proceso…pero no lo he podido evitar. Este es sólo el prólogo, como he dicho, es una historia de ficción en su totalidad, aunque basada en una triste realidad. Los personajes son ficticios así como las situaciones relatadas.

Es un prólogo corto. Los capítulos de esta historia en principio no serán excesivamente largos ;)

Espero que os guste, de verdad. Actualizaré más o menos cada quince días, como las otras historias.

Nos leemos!