~*Contest Parejas Mismatched*~

Nombre del grupo: FFRT

Nombre del Fanfic: El chico de la biblioteca

Beteado por: Carla Liñan [MaeCllnWay]

Autor: Carla Liñan [MaeCllnWay]

Disclaimer: Los personajes son de Stephenie Meyer, pero la trama es mía.

Advertencia: Algunas escenas de sexo a lo largo de la historia.

Pareja: Edward&Rosalie

Número de palabras: 3,250

Nota de autor: Tercer y último capítulo. Tomando en cuenta que pensaba hacer sólo dos, necesitaba cerrar la historia. Espero que pueda hacer otro Edward&Rose más adelante.


El chico de la biblioteca
Capítulo tres
«Siempre son los más callados...»


Asqueado conmigo mismo, me levanté rápidamente de la cama y quité todo el desastre que había provocado. No tenía un accidente de este tipo desde que tenía trece años, y encontré la caja con revistas pornográficas que escondía Emmett en la parte de arriba de su ropero. ¡Oye, no me juzgues! Era un mocoso cachondo que no podía evitar mirar fijamente el escote de las niñas de la escuela, y que no podía controlar sus revolucionadas hormonas. Pero que algo así me haya sucedido a los dieciocho... era una verdadera crueldad. Sin duda, yo era una vergüenza para el género masculino.

Metí las sábanas rápidamente a la lavadora, pero mientras iba de regreso a mi cuarto, me encontré con Alice en la escalera. Ruborizado hasta las orejas, me delaté a mí mismo ante mi hermana, quien soltó una risita divertida, pero no preguntó nada al respecto. Gracias a Dios.

— ¿Qué planes tienes para hoy, hermanito?

—Ninguno realmente.

— ¿Sabes quién me preguntó ayer por ti? —hizo una pausa, esperando a que contestara—. Rachel. ¿Te acuerdas de ella? Es la chica de la cafetería a la que vamos Angela y yo.

Rachel es una hermosa morena, originaria de La Push, que trabaja en la cafetería de Port Angeles. Tiene unos rasgos nativo-americanos preciosos: una piel morena increíble, ojos negros y un largo y lacio cabello azabache que le llega a la cintura. Nos hemos encontrado un par de veces, cuando paso a recoger a Alice y a su amiga, y siempre hago el ridículo frente a ella (¡nada nuevo!). La primera vez que estuvimos frente a frente, literalmente escupí mi café sobre mi ropa. Por supuesto, ella se rió de manera coqueta y hasta se ofreció a limpiarme con una servilleta.

Lo que mi hermanita no sabe es que en realidad Rachel es una completa perra a sus espaldas. Le ofrece pastel gratis y todo el café que quieran tomar su amiga y ella, pero con el firme propósito de acercarse a mí y mortificarme la existencia. Alice tuvo la "tierna" idea de contarle lo tímido que puedo llegar a ser, así que a Rachel le gusta la idea de saber que no puedo estar frente a ella sin sudar como pollo al horno, y siempre aprovecha la oportunidad para verme en apuros. ¿Cómo sé todo esto? Porque Rachel no es nada discreta, y escuché cuando le contaba todo esto a su compañera de trabajo.

—Qué bien —dije, con toda la indiferencia del mundo.

—Me dijo que deberías ir más a menudo a la cafetería. Hace mucho que no te ve.

¡Y vaya que sí!

—Quizá vaya uno de estos días —mentí.

— ¿Por qué no sales con ella, Edward? Es decir, sé que no es fácil para ti dar el primer paso, pero ya le interesas a ella. Quizá, si te ve pronto, sea ella la que se anime a hacer la invitación. Deberías de aceptar si lo hace, siendo honesta.

—Lo pensaré, Alice —le sonreí con dulzura.

No se necesita ser ningún genio o leer mentes para saber que mi familia se preocupa por mí. Mis hermanos tratan de emparejarme con sus amigas todo el tiempo. Incluso, mi cuñada se ofreció a presentarme a una de sus primas. Pero, no tenía caso alguno. ¿Qué haría si invito a salir a una chica? Para empezar, me tardaría horas en pedirle una cita, y si por algún extraño milagro me sale la voz y lo hago, seguramente me pasaría la cita entera en completo silencio. Emmett, siendo el idiota que es, me sugirió salir con una chica sorda o muda, para evitar alguna situación vergonzosa.

Además, yo no quería a otra chica. Quería a Rosalie. Era ridículo, lo sabía, pero nunca había sentido esa atracción antes, ni siquiera con Angela. Rosalie no solo era preciosa físicamente, con unas curvas de infarto y unas facciones perfectas; era algo más, y que tenía el presentimiento de que no era algo que mostrara muy a menudo. Claramente, era una chica brillante, dedicada y estudiosa. No es muy común encontrar a chicas en la biblioteca un viernes por la noche. Era obvio que sus estudios era un tema importante para ella; estaba por terminar su tesis...

Y con eso, recordé algo de vital importancia: Rosalie está por terminar la universidad.

Si yo tenía conflictos para hablar con chicas de mi edad, o más jóvenes que yo, iba a ser una tarea titánica estar siquiera en el mismo espacio que una mujer mayor que yo sin hiperventilar. ¡Y ya no hablemos de pedirle una cita! Seguramente, Rosalie se reiría en mi cara, me daría unas palmaditas en la mejilla (como a cualquier niño menor de cinco años), y se iría de ahí sin mirar atrás. No era necesario ser adivino para conocer cómo terminaría esa conversación.

Miré el reloj en mi muñeca y me di cuenta de que ya iba tarde. Mierda.

Llegué cinco minutos antes de las diez. Afortunadamente, Rosalie aún no llegaba, así que me tomé un par de minutos para recuperar el aliento que se me empezaba a escapar. Busqué la manera de lucir lo más casual posible, como si no hubiera llegado casi corriendo hasta la biblioteca. Acomodé estratégicamente unos libros que había traído, para que pareciera que no la había estado esperando específicamente a ella desde que amaneció (o, mejor dicho, desde que nos despedimos ayer). Solo era cuestión de esperar a que llegara, para que mi día ya fuese perfecto.

10:01am

10:15am

A lo mejor hay demasiado tráfico. Después de todo, viene desde Seattle.

10:28am

10:45am

Tranquilo, Edward, no entres en pánico. Tal vez se detuvo por un café antes de meterse completamente en su trabajo.

11:02am

—Se arrepintió —murmuré para mí mismo, y no me importó verme patético por hablarme en voz alta—. O quizá encontró otra biblioteca más cerca de donde vive. Es lógico. Yo no conduciría por tanto tiempo para ir a una jodida biblioteca aburrida. Probablemente, su increíble novio, jugador de fútbol americano o todo un profesionista, la invitó a salir y decidió dejar su proyecto para otro día. Eso te pasa por soñar con alguien que no conoces, Edward. No es la primera ni la última...

— ¿Edward? —Aquella suave voz, que yo me moría por escuchar, interrumpió mis divagaciones.

Me quedé petrificado en mi asiento. Mis ojos se abrieron completamente, y estoy seguro de que olvidé cómo se debía respirar. El calor empezó a subirme hasta la cara, y sentí mi pulso tronando contra mis oídos.

Por favor, Dios, te ruego que no me haya escuchado. Iré a la Iglesia todos los domingos, sin falta. Por favor, por favor, por favor...

Me aclaré la garganta. Me aterraba preguntarle desde cuándo estaba ahí parada, pues estaba seguro de que algo debió haber escuchado. Esperé por un par de minutos a que soltara una carcajada, sin embargo, eso nunca sucedió. En su lugar, noté que sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, pero no tenía idea de por qué.

Me comeré todas mis verduras. Haré mis oraciones antes de dormir. Le ayudaré a mi mamá en la casa y no me quejaré de mis hermanos. Trataré de tolerar a Isabella, aunque me saque de quicio y me obligue a estar con ella...

—Debes pensar que soy una desconsiderada —susurró.

— ¿Perdón?

—No suelo retrasarme tanto, pero he tenido la peor de las mañanas, si debo ser honesta.

—N-no te sigo —balbuceé, por supuesto.

— ¿Recuerdas que mi ordenador se había averiado? —Asentí—. Pues había quedado de ver al técnico hoy, para saber si tenía remedio. Tengo unos archivos importantes que no tuve oportunidad de respaldar y que necesito para mi tesis. Son unas fuentes que me tardé semanas en conseguir. ¡Y me ha dicho que no tiene reparo! Edward, no sé qué hacer. Tendría que empezar de nuevo a recolectar esos datos, y no creo que me alcance el tiempo para conseguirlo.

A pesar de no haber platicado más de una hora, tenía la sospecha de que Rosalie no era de esas chicas que les gusta mostrarse como víctimas o como damiselas en apuros. De hecho, podía intuir que trataba de buscar otra solución al problema de su computadora, sin necesidad de pedirle ayuda a nadie para no ser una carga.

En ese momento, la mejor idea del mundo llegó a mi mente. No pensé antes de hablar, pero eso me sucedía muy seguido cuando estaba frente a Rosalie.

—Quizá yo puedo arreglarla —solté de golpe.

—Gracias, Edward, pero ya no puedo permitirme pagar otro técnico para una segunda opinión —sonrió, avergonzada.

— ¡No seas absurda! —Resoplé. Cuando me di cuenta de lo que había dicho, y cómo lo había dicho, me entró el pánico de que lo malinterpretara—. Qui-quiero decir, yo no pienso c-cobrarte ni un centavo.

— ¿Ahora sí estás hablando de pagos... físicos? —Preguntó con suspicacia.

— ¡¿Qué?! —Chillé—. ¡D-de ninguna m-manera!

Edward, por Dios, deja de balbucear por una vez en tu puta vida.

—Edward, no podría hacerte esto. Ya estás haciendo suficiente con dejarme estar aquí más tiempo de lo que deberías —dijo suavemente—. Además, es muy dulce de tu parte, pero no creo que puedas arreglarla. Me recomendaron muchísimo a ese técnico, así que creo que iba en serio cuando dijo que mi computadora ya no tiene arreglo.

Sus palabras me herían el ego. No solo porque me estaba tratando como a un niño pequeño al que le dices que no puede ir en pijamas al colegio, sino porque ni siquiera me conocía y seguramente creía que estaba tratando de lucirme con ella para conquistarla.

—M-mira... —me detuve para aclarar mi garganta, deseando dejar de tartamudear—, realmente creo que puedo ayudarte con tu ordenador. ¿Por qué no lo traes el lunes y le doy un vistazo? No perdemos nada con eso.

Después de mirarme con cierto recelo, finalmente accedió.

¡Y qué bueno que lo hizo! Era algo bueno que yo fuera un fanático de las computadoras, pues con un par de cambios de piezas y una actualización de su antivirus, la computadora quedó como nueva. Ella se veía realmente agradecida por haber rescatado sus archivos, y la sonrisa que lucía valía todo el oro del mundo. Me sentía como la persona más afortunada del mundo por el mero hecho de hacerla sonreír de esa manera.

Sin embargo, la realidad me golpeó con fuerza... ya no iba a necesitar de la biblioteca.

Quise tirarme al piso y hacer una rabieta, pero supongo que eso no iba a ser bien visto por ella. Entonces, las palabras más increíbles del mundo salieron de mis labios.

— ¿Te gustaría ir a tomar un café?

Así. Solitas. Sin necesidad de balbucear como un idiota, y estoy seguro de que mi rostro no estaba escarlata... al menos no completamente. ¡Era un milagro!

— ¿Qué dices? —Alzó una ceja.

Mierda. Estaba pensando mal de mí, lo sabía.

—Sé que dije que no te iba a cobrar por lo de tu computadora, pero me acabo de dar cuenta de que ya no tendrás que venir hasta acá para terminar tu tesis —mi recién descubierta habilidad para hablar sin trabarme era increíble, así que necesitaba sacarle todo el provecho posible—. Y para ser honestos... no quiero dejar de verte.

Se quedó en silencio por los dos minutos más eternos de la historia.

— ¿Sabes qué? Olvídalo —murmuré—. Sabía que no era buena idea y...

Me calló con un beso en los labios. Me tardé cinco segundos en reaccionar. ¡Ella de verdad me estaba besando! ¡A mí! Con cierta torpeza, coloqué mis manos en su cintura, y la acerqué un poco más a mí. Ella enrolló sus brazos en mi cuello y acarició los cabellos de mi nuca, enviándome pinchazos de placer por todo el cuerpo.

Desgraciadamente, el oxígeno es muy necesario, y tuvimos que separarnos para tomar aire. Entonces, me lanzó una mirada coqueta, bajo esas hermosas pestañas negras.

— ¿Nos vamos en tu auto o en el mío? —Sonrió.

Dos meses después

—Rosalie Lilian Hale, quien además recibe una mención honorífica por su tesis, "Mercadotecnia versus Necesidades del hombre".

Me puse de pie, como si me hubieran levantado con un resorte. Mi novia se veía increíble, a pesar de usar esa horrible toga amarilla. Coloqué mis dedos en mi boca y lancé un estridente silbido, algo que recién había aprendido de Emmett. Ella giró su cabeza hacia mi dirección, sonrojándose al descubrir lo que había hecho, y me lanzó un beso en el aire, causando que ahora yo fuera el ruborizado.

Mi novia.

Cuando les conté a mi madre y a mis hermanos cómo se habían dado las cosas entre nosotros, al principio no sabían cómo reaccionar. Mi madre y mi hermana temían que saliera lastimado, y Emmett... al menos controló las ganas de soltar una risotada, estoy seguro. La primera semana, trataron de no tocar el tema de Rosalie, en caso de que todo fuese algo irreal, pero la confirmación llegó a ellos una semana después, cuando invité a mi increíble novia a cenar a mi casa. Por supuesto, mi madre pegó el grito en el cielo cuando se enteró que Rose estaba terminando la universidad, pero algo vio en su actitud que hizo que se relajara por completo y no hiciera más comentarios al respecto. Ahora, cada vez que el tema salía a colación, ella sonreía con alegría.

A mí no me importaba que mi novia fuera unos años mayor que yo, o que ya tuviera una carrera universitaria terminada, mientras yo apenas iba a cursar el primer año. De hecho, fue ella quien me asesoró para elegir la mejor universidad, de todas las cartas de aceptación que había recibido.

Mi padre me había regalado un departamento cerca del campus, para no tener problemas para encontrar un dormitorio o algún compañero de habitación. Cuando pensé en la posibilidad de estar lejos de ella, me entró el pánico en no volver a verla. Sin embargo, la cereza del pastel de mi increíble vida había llegado anoche, cuando le pedí que se mudara conmigo y ella aceptó. Era demasiado pronto, lo sé, pero algo dentro de mí me decía que ella era la indicada.

Y como el buen novio que soy, llevé a cenar a Rosalie para celebrar su graduación. Ahorré todo lo que pude de mi pequeño sueldo en la biblioteca, ayudé a mis padres en la casa por un par de dólares extras, e hice unas cuantas tareas a otros compañeros (como dije, son las ventajas de ser un matado en la escuela), todo para poder llevarla a su restaurante favorito. En el poco tiempo que llevábamos juntos, había descubierto que mi novia no era una chica de ensaladas, sino de buenos cortes de carne.

Cuando llegamos a su pequeño apartamento universitario, pidió que entráramos un momento y que le ayudara a embalar unas cosas. Nos mudaríamos dentro de un par de semanas, pero ella tenía que empezar a mandar sus cosas hasta Nueva York, nuestra próxima residencia.

Sin embargo, una vez que estuvimos dentro, me di cuenta de que seguía siendo un ingenuo, sin importar que estuviera a punto de ir a la universidad.

— ¿R-Rose? —Balbuceé.

—Tranquilo —susurró, presionando mi cuerpo para movernos hasta el dormitorio, en donde solamente quedaba el colchón.

Cuando le conté sobre mi nula experiencia en ese departamento, cuando teníamos apenas un par de semanas de novios, por supuesto que no me creyó. Pero cuando vio mi cara de mortificación, se ruborizó por completo y no hizo más comentarios al respecto. Y sé que sonaré como una nena, pero nunca me presionó para ir más lejos. Sí, a veces pasábamos horas metiéndonos mano en el pequeño sofá que tenía, pero estaba seguro de que tarde o temprano me pediría por más.

—No te voy a morder, Edward —soltó una risita—. Solamente quiero mi otro regalo de graduación.

— ¿O-otro?

Esto era cien veces peor que la fantasía porno de la biblioteca. Solo pude rezar para no terminar antes de tiempo.

Empezó a besar mi cuello, dejando lánguidos besos y un par de mordiscos, mientras sus manos trabajaban con los botones de mi camiseta. Tardé todo un minuto en moverme y llevar mis manos al cierre de su vestido, pero temblaba tanto que temía hacerle daño si lo bajaba con demasiada fuerza. Ella notó mi preocupación y me ahorró el trabajo, soltando el cierre y dejándolo caer a sus pies, antes de regresar a mi pantalón.

Cerré los ojos con fuerza, pero de todas formas podía sentir sus delicadas y firmes curvas contra mis dedos, cubiertas por encaje y satén. Suspiré como colegiala, y ella rio bajito, recorriendo mis brazos y mi espalda con sus manos y arañando mi piel ultrasensible. Nos recostamos en el colchón, y ella se colocó debajo de mí, sin despegar sus labios de mi cuello y de mi hombro.

Esto era el paraíso, sin duda. Aún no logro entender cómo podía estar fantaseando con sexo salvaje con esta increíble mujer, si era mucho mejor disfrutar de su lado más delicado.

Cuando la ropa interior fue removida, mis nervios no me dejaban respirar con normalidad. Rosalie me sujetó por las mejillas y me cubrió el rostro con dulces besos, tratando de tranquilizarme.

—Edward, cálmate —me arrulló—. Todo estará bien, cielo. Solo déjate llevar.

Una cosa es que veas suficientes revistas y películas porno, a otra muy diferente que estés viviéndolo en carne y hueso. Sabía qué iba dónde y cómo, pero era como si me hubieran borrado todo de la cabeza. Solo podía pensar en que ella estaba lista y debajo de mí. Estoy seguro que fue por la desesperación, pero Rosalie tomó mi miembro con fuerza y lo colocó en su entrada. Era cuestión de dar una embestida, y ya.

—Hazlo, amor —me sonrió con dulzura.

Describir su intimidad era imposible. Sus pliegues eran como terciopelo, rodeando mi miembro y atrapándolo para no dejarlo ir nunca. ¿Y saben qué? Yo era una víctima muy dispuesta a quedarse donde estaba. Sin embargo, la sensación era increíble y necesitaba más de ella, así que empecé a mover mis caderas para crear un delicioso vaivén, en el cual ella me hizo segunda, encontrándose conmigo en cada embestida.

Traté de aguantar lo más posible, contando del uno al cien, y fue entonces cuando empecé a sentir que las paredes de su vagina empezaban a contraerse. Haciendo memoria de mi material audiovisual, intenté que ella consiguiera su liberación antes que la mía, inclinándome hasta ella, tomando uno de sus turgentes pechos con mi boca y succionando con fuerza. El gemido que brotó de sus labios fue maravilloso, y lo tomé como mi nuevo sonido favorito. Aceleré los movimientos de mi pelvis, golpeando con fuerza, mientras mi lengua recorría las deliciosas puntas de sus senos, hasta que sentí que su cuerpo convulsionaba, y gritó mi nombre mientras llegaba al orgasmo.

¡El mejor momento de mi vida!

Mis embestidas comenzaron a ser cada vez más erráticas y torpes, buscando llegar a mi propio clímax. Cuando la presión fue insoportable, solté un fuerte gemido y colapsé sobre ella, derramando mi semilla en su interior.

Cerré los ojos.

Que no sea un sueño. Por favor, que no sea un sueño húmedo. Me muero si no es real.

Pero una caricia en mi cabello me obligó a abrir los ojos de golpe y enfrentar la realidad.

—Y tenían razón... siempre son los más callados —soltó una risita—. Mi chico de la biblioteca ha dejado de ser virgen —sonrió dulcemente, antes de capturar mis labios en un beso lento y sensual.


Y eso es todo, muchachonas(?). Nos vemos en el siguiente proyecto :)