Y después de varias semanas, al fin puedo subir el epílogo de esta historia. Espero sea de su agrado y, si bien es pequeño a comparación de los capítulos anteriores, lo hice con mucho cariño para todos aquellos que toleraron mis tardanzas, mis largos periodos de ausencia y lucharon conmigo hasta el final. A todos los lectores, de todo corazón ¡Muchas gracias!

Como un dato curioso, el chibi Shinya que saldrá aquí se llama Risei, que significa "razón" por sugerencia de Akari Kiseki, quien si bien se perdió a medio camino (?) me siguió fielmente durante mucho tiempo.

Ya sin más nada que agregar, los dejo con este, el desenlace de "Destino" Espero lo disfruten.

Nueva vida…

La ciudad duerme y solo el ruido de los pocos autos que a esa hora transitaban puede oírse. A lo lejos, sin embargo, en medio de los oscuros y solitarios callejones, podía percibirse los apresurados pasos de una persona que corría, corría y corría sin un rumbo fijo, huyendo a cualquier lugar. Tras él, varias siluetas se alzaban, persiguiéndolo, cazándolo.

Un callejón sin salida, el ritmo cardiaco acelerado y una sola vía de escape: La puerta de un viejo almacén. El sujeto permaneció allí, de pie y de espaldas a sus perseguidores por breves momentos, meditó sus opciones y no tuvo que pensarlo mucho tiempo, se adentró en la oscura habitación. Sacó de su chaqueta un revolver y apuntó hacia afuera a través de la ventana, realizando disparos a las siluetas de sus perseguidores, gritando, vociferando improperios en contra de éstos últimos.

-Demonios, no tengo tiempo para esto… -Susurró uno de los cazadores- Voy a entrar…

-Espera, no puedes… ¡Kougami! –Exclamo Ginoza en un vano intento por detener a su compañero- ¡Demonios!

Antes de que pudiese evitarlo, Ginoza vio como Kougami corría hacia el objetivo, esquivando en el camino algunos disparos. Emitió entonces un cansado suspiro y sin demora corrió tras su compañero, con mayor prudencia que éste claro está.

No pasó mucho hasta que Kougami, para terror del sujeto, alcanzase la entrada. Con algunos pequeños cortes en las mejillas y una herida más profunda en el brazo izquierdo, el pelinegro logró acercarse al sujeto, distrayéndolo el tiempo suficiente para que Ginoza lograse dispararle, logrando paralizar al sujeto, quien cayó inconsciente a los pies de Kougami.

Ginoza suspiró con alivio al ver que la persecución había terminado. Esposó entonces al sujeto y contactó con el resto del equipo, informando que la persecución había concluido. Se acercó entonces a Kougami, quien sonreía claramente animado a pesar de la sangrante herida en su brazo, y le dio un fuerte golpe en la cabeza, seguido de un claro reclamo por la imprudencia de sus acciones.

-¡Qué demonios pasa contigo! —Exclamo enfadado— ¡Ese tipo tenía un arma! ¡¿Qué le diré a Tsunemori si algo te ocurre?!

-Vamos Gino… no es para tanto, un par de raspones no van a matarme —Replicó el aludido, sobando levemente la zona golpeada— La vida de casado te ha vuelto más gruñón…

-Q-que… ¡Retira eso! —Exclamó el aludido— ¡Kougami!

Pero el pelinegro continuó molestándolo hasta que llegaron los otros miembros del equipo. Resignado a aquella casi rutina entre los dos, el pelinegro solo atinó a suspirar cansinamente mientras veía como atendían las lesiones menores de su compañero. Notó entonces el arma que descansaba junto a él y que era empleada hace ya varios años por la policía. Desde la caída del sistema seis años atrás, toda la fuerza policial había comenzado a usar un armamento similar al anterior, la diferencia radicaba ahora en que la decisión de asesinar o "desaparecer" a algún criminal, dependía enteramente de la decisión de los efectivos policiacos.

-¡Hey! Deja de andar por las nubes, Gino —Dijo Kougami dándole alcance al pelinegro— Hoy es el primer cumpleaños de Yukki ¿Recuerdas? Le prometí a Akane que llegaría antes de partir el pastel.

Ginoza no pronunció palabra y se limitó solamente a ver al pelinegro. Respiro profundo y trato de relajarse. Era Kougami de quien estaban hablando, así que no era de extrañarse que el pelinegro arriesgase la vida con tal de cumplir con la promesa hecha a su familia. Se sujetó entonces el puente de la nariz y optó por no decir nada respecto a la sonrisa bobalicona y expectante de su compañero, quien apremiaba por marcharse al cumpleaños de su hija.

-Tengo que pasar a casa, Mika está esperándome allá —Dijo al fin, y antes de que Kougami comenzase con algún tipo de "berrinche" por llamarlo de alguna manera, se apresuró a continuar— Sabes que en su estado no puedo dejarla sola, así que puedes irte antes, no hay problema con eso.

Ginoza apenas terminó de hablar y Kougami no esperó más. Antes de que el pelinegro pudiese replicar algo, su compañero había salido corriendo ya a su auto dejándolo allí, de pie y a cargo de todo lo que quedase por hacer en el lugar. Notó entonces una llamada entrante en su comunicador y un escalofrío recorrió su espalda al ver a quien pertenecía, definitivamente Mika iba a matarlo.

Con 8 meses de embarazo, la inspectora tenía unos cambios de humor que iban desde el llanto incontrolable hasta los ataques de histeria más puros en los que generalmente él llevaba la peor parte. En más de una ocasión había pedido consejo a Kougami, quien suponía ya tenía experiencia en ese campo después de los dos embarazos de Akane, sin embargo, lo único que obtuvo de él fue un par de palmadas en la espalda y una frase para nada alentadora.

"Acostúmbrate al sofá, Gino. Pasarás la mayor parte del embarazo durmiendo allí"

Bien… no era precisamente el primer embarazo que Ginoza enfrentaba. Ciertamente y para bochorno suyo, parecía que una especie de "competencia" hubiese surgido entre Kougami y él, no voluntaria claro está, pero de alguna extraña forma, antes de que Akane tuviese su primer embarazo, Mika llevaba ya un par de semanas de gestación, lo que era por lo general motivo de burla que Kagari explotaba constantemente. Se enteró de ello sin embargo, después que el mismo Kougami, pues los malestares de Mika se presentaron 3 meses después, es más, ni siquiera fueron malestares. El hambre excesiva, el aumento de peso y sobre todo, la suspensión del periodo menstrual fueron los indicios que llevaron a la inspectora a hacerse los análisis respectivos. Gracias a eso Ginoza se llevó la mayor sorpresa de su vida.

Una vez asimilada la noticia, el pelinegro esperó muchos cambios emocionales en Mika debido al estado de la muchacha, pues había sido testigo de cómo Tsunemori los había sufrido casi desde los primeros meses, cambios de los que por cierto, Kougami era víctima y él era testigo pues en más de una ocasión había encontrado al mencionado pelinegro durmiendo en el auto después de ser echado de casa por un ataque de histeria de la castaña. Mika por el contrario, había tenido un embarazo tranquilo, y nueve meses después, había tenido a su hija mayor, Akiho, nombrada así en honor a la abuela del pelinegro.

Sin embargo, fue solo en el segundo embarazo de la menor que Ginoza supo lo que era padecer lo que mismo que Kougami. Solo en las primeras 5 semanas, Ginoza había sido echado 5 veces de casa, llegando a la bochornosa situación de tener que pedir cobijo a la familia Kougami. Supo entonces que los nueve meses restantes serían los más difíciles de su vida.

Y aún con todo eso, Ginoza nunca se arrepintió de nada. Atesoraba en su memoria todos y cada uno de los momentos vividos al lado de la joven inspectora, incluso los más bochornosos. De entre todos, el pelinegro recordaba, y estaba seguro que nunca olvidaría, sus fallidos intentos de confesión hacia la castaña. En más de una ocasión había intentado decirle lo que sentía por ella pero nunca podía terminar de hacerlo. Era ella quien huía avergonzada o alguien los interrumpía, sin embargo, cansado ya de ese juego del gato y el rato, una tarde cualquiera él había corrido tras ella sin ser consiente realmente de quienes estaban alrededor y, tomándola de la muñeca después de atravesar la puerta de quien sabe que espacio, le había confesado sus sentimientos en una contundente frase.

"¿Tanto te cuesta quedarte quieta unos minutos y oír lo que tengo que decir? ¡Estoy enamorado de ti!"

Bastante arde notó que se encontraban en medio de la oficina de la unidad 01 y que tenía a todos los miembros de la misma como testigos de su "valiente" confesión. De solo recordar las miradas sorprendidas de todos y los silbidos de parte de Kagari y Kougami que vinieron después, Ginoza sentía sus mejillas arder intensamente, en definitiva, fue, es y siempre será demasiado torpe para esos asuntos.

El azabache no pudo evitar que de sus labios escapase un cansado suspiro al recordar todo aquello. Acto seguido, dejó algunas instrucciones al resto del equipo y .dio por terminada su labor allí. Sin nada más por hacer en ese lugar, el pelinegro subió a su auto y, aún con la voz de Shimotsuki resonando en sus oídos, emprendió el camino hacia su casa. Debía darse prisa o no llegaría a tiempo para llevar a su esposa e hija a la reunión en casa de la familia Kougami.

Tsunemori sabía que Kougami haría lo fuese, cualquier cosa, con tal de estar presente en el primer cumpleaños de su hija menor. Como precedente tenía el hecho de que, para el primer cumpleaños de Risei, su primer hijo, el sabueso había llegado prácticamente arrastrándose y con varias vendas mal colocadas después de una peligrosa misión. No había que ser adivino para saber que había escapado del hospital.

En aquella ocasión la castaña había estado a punto de regañarlo por la imprudencia que había cometido, sin embargo, toda molestia quedó disipada al ver al pelinegro con el pequeño Risei en brazos. Aquella imagen siempre lograba que cualquier atisbo de molestia se disipase de ella pues aun cuando el pequeño tenía ya un año para ese entonces, ella todavía no concebía el hecho de poder tenerlo consigo. Su embarazo había sido medianamente tranquilo, descontando claro sus cambios de humor y los antojos disparatados que Shinya había tenido que complacer, sin embargo, las cosas se complicaron al llegar a los siete meses. En medio de una misión en la que había ido de apoyo a pesar de que Kougami estuviese en contra, tuvo los primeros malestares. Ya sea por el esfuerzo realizado o por el estrés acumulado, sintió las primeras contracciones en medio de la misión, más hizo lo imposible para soportarlas hasta el final, momento en el que se le rompió la fuente.

Lo último que recordaba de esa noche era haber sido llevada al hospital, después, la difícil labor de parto, un pequeño llanto y la imagen difusa de su pequeño bebé, después, había perdido el conocimiento. Kougami estuvo a su lado en todo momento, durante el parto, cuando despertó, cuando vio por primera vez a su bebé a través de la incubadora, cuando tuvo al fin el pequeño y frágil cuerpo del bebé entre sus brazos… Momentos difíciles, pero inolvidables.

Por motivos como esos, Akane no podía enojarse con su sabueso. Mucho menos en momentos así, cuando él entraba a casa a toda prisa y recibía en brazos al pequeño Risei, quien no tardaba en correr hacia él apenas su padre cruzaba la puerta principal de la casa. En muchas ocasiones se quedaba mirándolos durante varios minutos mientras el pequeño preguntaba al pelinegro lo que había ocurrido durante el trabajo. Padre e hijo, ambos con rostros casi idénticos salvo por el color de los ojos, que era el único rasgo que el pequeño había heredado de ella, mantenían aquella rutina y era imposible para la castaña el romperla, por lo que esperaba pacientemente a que ambos pelinegros notasen su presencia en la habitación.

Kougami no podía describir con palabras el sentimiento que se instalaba en su pecho cuando llegaba a casa y Risei salía recibirlo. Después de tantas dificultades, todavía le costaba creer que podía tener al pequeño entre sus brazos y ver el brillo de emoción que su mirada chocolate mostraba cuando él hablaba de su trabajo diario. Solía hablarle al pequeño de como su padre pateaba el trasero de varios criminales, llevándolo en todo momento sobre sus hombros hasta llegar a la castaña, quien los veía con aquella sonrisa que, a pesar de los años, no dejaba de cautivar a Kougami.

-Yo, Akane… —Saludó el pelinegro, de pie frente a ella y con el pequeño Risei sobre los hombros— ¿Lo logré a tiempo?

-Como todos los años… —Respondió la castaña, sonriendo ligeramente mientras se acercaba a él. Tomó entonces las mejillas ajenas entre sus manos y rozó con la yema de sus dedos el apósito que cubría las heridas en ella— Deberías intentar salir más "entero" de las misiones ¿No crees? Tus hijos son pequeños aún como para que los dejes en la orfandad.

-No tengo intenciones de morir, Akane… —Dijo en un susurro— No cuando tengo tan bella esposa que me espera en casa…

Apenas hubo acabado la frase, el azabache acercó su rostro al de la castaña con la intención de tener el beso de "bienvenida" con el que era recibido todos los días, sin embargo, todo intento se vio frustrado al sentir un fuerte tirón en sus oscuros cabellos. Claro, casi lo había olvidado, su hijo era tan celoso de Akane como él.

-Risei… —Replicó el pelinegro viendo de soslayo al pequeño, que permanecía sobre sus hombros con las mejillas infladas y una curiosa expresión de molestia en el rostro, tirando en todo momento del cabello de su progenitor— Estaba intentando darle un beso a mi esposa ¿Sabes?

-¡No! ¡Es mi mamá! —Exclamó el pequeño tirando con más fuerza de los oscuros cabellos de su padre—

-Será tu madre, pero es mi mujer —Replicó el mayor frunciendo ligeramente el ceño al sentir los tirones en su cabeza. A pesar de ser pequeño, su hijo tenía una fuerza mayor a la del promedio y su cabello estaba corroborando ese hecho en ese preciso momento- Hay cosas que solo yo puedo hacerle y tu…

-¡Shinya! —Replicó Akane, quien lucía una palpitante vena en la frente. Definitivamente debía hacer algo con la gran boca de Kougami— ¡¿Qué crees que les tas diciendo a Risei?! ¡Es tu hijo! ¡No puedes estar celoso de él!

Akane solo emitió un cansado suspiro al ver como Shinya dejaba al pequeño en el suelo después de que éste tirase de sus oscuros cabellos hasta que el mayor lo dejase. Padre e hijo se miraron fijamente a pesar de la diferencia de alturas antes de desviar la vitas a lados opuestos. A veces, Akane pensaba, eran tan parecidos, que más que su hijo y padre parecían dos hermanos peleando por la atención de una amiga en común. Emitió entonces un cansado suspiro y dio un paso hacia adelante, dejando un beso fugaz en las mejillas de su esposo e hijo respectivamente antes de volver a su posición original, sonriendo para ambos como si nada hubiese pasado.

-Muy bien caballeros, hoy es el cumpleaños de Yukki, así que nada de peleas… —Dijo la castaña sin perder aquella sonrisa. Kougami y Risei sabían, sin embargo, que Akane estaba al límite de su paciencia y era mejor no tentar su suerte, el primero, porque lo dejarían en abstinencia por semanas enteras, y el segundo, porque estaría castigado la misma cantidad de tiempo— Ahora, Risei, a la sala. Shinya, a tomar una ducha y ver a tu hija. ¿Alguna pregunta?

Kougami y Risei se miraron uno al otro una vez más y se limitaron a asentir rápidamente. Ambos sabían que cuando Akane tomaba aquella actitud, no importaba quien era el adulto o quien el niño, ambos terminaban "castigados" si no obedecían.

-Por lo que veo, Tsunemori tiene la última palabra, como siempre…

Shinya no tardó en reconocer a la dueña de aquella voz, es decir, después de haberla escuchado por tanto tiempo gracias a Kagari, era imposible no reconocerla.

-Asari… —Masculló por lo bajo el pelinegro— Si tu estas aquí, entonces Kagari…

-¿Quién creías que iba a cocinar? —Cuestionó el pelirrojo apareciendo desde la cocina con cucharon en mano— Es el cumpleaños de Yukki-chan ¡El tío Kagari preparará un banquete especial!

-Sí, sí, señor chef, ahora vayamos a la cocina, Haruka-san no está esperando, debemos terminar la cena y Shinya tiene que cambiarse —Dijo Akane mientras caminaba con dirección a la cocina, llevándose a Kagari y Asari con ella— Risei, cuida de Aiko por favor.

Padre e hijo fueron abandonados en el recibidor de la casa mientras la dueña y señora de la casa se perdía en la cocina junto a los dos invitados. Kougami simplemente emitió un cansado suspiro y vio de soslayo a Risei, quien hacía lo mismo. El pelinegro no pudo evitar sentir que de sus labios escapase una pequeña risa, ese pequeño hijo suyo era igual a él en más de un sentido. Posó entonces su diestra sobre la cabeza del menor y desordenó sus oscuros cabellos antes de encaminarse hacia las escaleras.

-Cuida bien de Aiko, Risei —Dijo haciendo caso omiso a los reclamos del pequeño— No quisiera estar en tu lugar si tu madre sabe que algo le pasó…

Kougami pudo imaginar claramente, aún sin ver, el puchero que los labios de su hijo debían de haber formado. Lo conocía como la palma de su mano y sabía que era ese uno de los rasgos que había heredado de su madre, ese y el hecho de inflar las mejillas cuando algo le disgustaba o lo obligaban a hacer algo que no quería, como lo era el cuidar a la pequeña Aiko, hija de Kagari y Asari, que apenas bordeaba los 2 años y era producto de una larga, larga labor que el pelirrojo tuvo que realizar para que la muchacha lo aceptase. Shinya no pudo evitar sonreír ligeramente ante aquel pensamiento mientras sus pasos lo guiaban escaleras arriba, donde "Candy" la mascota virtual que Akane aún conservaba, estaba seguramente cuidando de la pequeña Yukki, la festejada de la noche.

"Kougami Yukki", aún recordaba la primera vez que dijo el nombre completo de su hija menor. Meciéndola en sus brazos mientras Akane dormía recuperándose de la labor de parto, el pelinegro había sentido por primera vez la calidez del pequeño cuerpo de su hija. A diferencia del embarazo de Risei, el de Yukki había sido menos problemático, con antojos disparatados y cambios de humor, sí, pero sin los riesgos que se habían corrido con su hijo mayor. En su memoria conservaba aún la primera vez que habían estado los cuatro juntos, la amplia sonrisa y la curiosidad en los ojos del pequeño Risei que para ese entonces tenía 4 cuatro años, la cálida expresión en el rostro de Akane al abrazar a su dos pequeños hijos, y el nudo en su garganta que le dificultó el habla por varios minutos ante el espectáculo que tenía en frente. Akane, Risei y Yukki, las personas más importantes para él y por quienes no dudaría en dar la vida.

Kougami se detuvo unos segundos frente a la puerta de la habitación antes de entrar en ella, apenas lo hizo, Candy desapreció escaleras abajo buscando a Akane. Él se adentró entonces en el lugar y caminó con sigilo hasta la cuna en la que esperaba encontrarse con la pequeña dormida, lo recibieron sin embargo, unos grandes ojos azules metálicos, que lo miraban expectantes mientras alzaban sus pequeños bracitos, buscando seguramente la atención de su padre.

Shinya no tardó en sostener entre sus manos el pequeño cuerpo de Yukki, alzándolo poco después por sobre su cabeza, algo que a la pequeña parecía divertirle pues reía sin contenerse cada vez que lo hacía. En momentos así, Kougami la contemplaba en silencio, fascinado por el parecido que la pequeña tenía con su madre, era su viva imagen, salvo por el color de los ojos y el cabello, que mostraba un color chocolate oscuro. La miraba una y otra vez, escuchaba su risa y todavía no creía la suerte que un sujeto como él había tenido. Tenía una gran mujer a su lado, hermosa y que, por si fuera poco, le había dado dos preciosos hijos a los que amaba con toda su alma. Sí, había sido afortunado, el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.

-Si la sigues meciendo así, devolverá toda la leche que tomó hace poco ¿Sabes? —Cuestionó una sonriente castaña, de pie bajo el marco de la puerta— La consientes demasiado, Shinya.

-¿Tu que crees, Yukki? —Preguntó mirando a la pequeña, quien solo dio pequeñas palmaditas en sus mejillas como respuesta, sin dejar de reír— Si, lo sé, yo también pienso lo mismo. Tu madre está celosa.

-Muy gracioso Shinya… —Riendo ligeramente, la castaña se acercó al azabache y tomó de sus brazos a la pequeña, quien no hacía más que reír al ir de un lado a otro entre los brazos de sus progenitores— Deberías tomar un baño pronto, Ginoza-san y Shimotsuki no tardarán en llegar. Kurogane y Colleen también confirmaron.

-Sí, sí, como digas… —Emitiendo un cansado suspiro, el pelinegro se acercó a su pequeña hija y dejó un corto beso en su frente. Acto seguido y tomando por sorpresa a la castaña, robó de ella también un beso, esta vez, más largo— Nos vemos abajo.

Akane se quedó allí, de pie en medio de la habitación y con las mejillas claramente sonrojadas. Pasados unos segundos y recuperándose ya del "shock" la castaña solo atinó a reír mientras meneaba la cabeza de un lado a otro pensando en que, sin importar cuanto tiempo pasase, ella nunca dejaría de sonrojarse cuando su querido esposo la sorprendía con acciones como esas. Emitió entonces un cansado suspiro y se dirigió hacia la salida de la habitación con la pequeña Yukki en brazos, aún tenía que preparar muchas cosas para la reunión.

Una vez al año todos los miembros de "La mesa redonda" se reunían en casa de Tsunemori. La fecha no variaba pues había sido reconocida como el día de la independencia de Japón en todo el país, coincidentemente, Yukki había nacido un año atrás en esa misma fecha, con todos sus amigos más cercanos alrededor.

Akane recordaba haber sentido las contracciones en plena cena, cuando todos estaban en medio de una amena conversación. Si bien esperaba que la pequeña naciese pronto, se había adelantado una semana, por lo que terminó corriendo una vez más al hospital con un Shinya más nervioso que la primera vez, tanto, que tuvo que ser Ginoza quien los llevase.

El sonido del timbre de la casa trajo de vuelta a Tsunemori de su mundo de recuerdos. Pronto vio a Kurogane y Coleen aparecer en la sala, ambos recién llegados de los constantes viajes que hacían de Japón al extranjero. Akane notó entonces que la rubia muchacha presentaba un curioso bulto a la altura del vientre, algo casi imperceptible a la vista, pero que de alguna extraña forma, llámese instinto o sexto sentido, ella pudo notar. Dirigió luego la vista a Kurogane y éste le devolvió la mirada claramente avergonzado y con un ligero tinte carmesí coloreando sus mejillas, sus sospechas eran ciertas y eso lo confirmaba.

-Ha pasado tiempo desde la última vez, Ryu, Coleen —Dijo la castaña acercándose a la pareja— Me alegra que pudiesen venir esta noche.

-No podíamos faltar al primer cumpleaños de la pequeña Yukki —Respondió la rubia, sonriendo al ver la mencionada niña en brazos de su madre. Notó luego como Kurogane permanecía callado y o tardó en darle un golpe en las costillas— Al menos saluda ¿No?

-Perdón, si… —Contestó el mayor, claramente abochornado— Es bueno saber que has estado bien, Akane… —Dijo al fin, sonriéndole a la castaña como cuando niños, a pesar del pequeño rubor en sus mejillas— La maternidad te ha sentado muy bien.

-El embrazo las hace bellas, Kurogane, especialmente si son como MI mujer —Replicó la voz grave de Kougami, que no tardó en aparecer detrás de la castaña sujetándola posesivamente de la cintura—

Akane simplemente emitió un cansado suspiro pues aquello no era novedad. Siempre que se reunían todos se daban esas fricciones, incluso con Ginoza, pues su esposo no había abandonado ciertos rasgos "caninos" y la posesividad era uno de ellos. No importaba que Ginoza estuviese casado ya con Shimotsuki o que Ryu no sintiese ya nada más que amistad por ella, Kougami e incluso Risei, eran celosos y alejaban de ella a cualquier persona del sexo opuesto.

Los otros dos, sin embargo, parecían tomárselo con calma y en pocas ocasiones le seguían el juego a su canino esposo, especialmente Kurogane, quien, aunque se esforzó varios años en negarlo, había desarrollado sentimientos por la rubia extranjera. Seis años después de la caída de Sibyl, Akane veía con satisfacción como cada quien había tomado un rumbo distinto para sus vidas y que, aún con eso, de alguna extraña forma sus destinos siempre se cruzaban.

Con todos sentados en la sala esperado a que la cena estuviese lista, Akane simplemente se dedicó a reír y hablar de viejos tiempos con sus buenos amigos, eso sí, con Shinya y Risei sentados a cada la do de ella, nadie más podía ocupar esos lugares. Oyó entonces en medio de la conversación la voz chillona de Candy, quien le indicaba que sus últimos invitados habían llegado ya.

Ginoza y Shimotsuki no tardaron en aparecer en la sala. El primero con expresión cansada y ligeramente cabizbajo con la pequeña Akiho tomada de su mano; la segunda, que caminaba con cierta dificultad debido a su prominente vientre de 8 meses, mantenía una seria expresión y el ceño fruncido, seguramente habían discutido. Algo común, pensaba Akane, con los cambios de ánimo que las hormonas provocaban durante el embarazo.

Risei, quien se llevaba muy bien con Akiho, la hija de Ginoza, no tardó en perderse con ella y con Aiko hacia la sala de juegos, donde seguramente pasarían el resto de la noche. Por su parte, los adultos se quedaron en la sala principal conversando brevemente sobre temas pasados hasta que llegó la hora de servir la cena. Akane, Asari y Coleen fueron hasta la cocina para servir la comida mientras que Haruka fue por los niños, que seguían divertidos en la sala de juegos de la casa. Una vez solos, Kagari no perdió la oportunidad para molestar a sus compañeros.

-Vaya, parece que te regañaron Gino-san… —Canturreó Kagari una vez los hombres presentes estuvieron solos en la sala— Como era de esperarse, Mika-chan es quien lleva los pantalones en casa.

-Cierra la boca, Kagari… —Replicó el aludido sin querer responder más pues estaba realmente cansado. Shimotsuki había reído, había llorado, lo había golpeado en incluso lo había abandonado, todo, en menos de una hora—

-Vamos… no es para tanto Gino-san —Dijo el pelirrojo, golpeando ligeramente la espalda del aludido— Aquí todos sabemos que son Akane-chan y Mika-chan quienes mandan en casa.

-¡Hey! Eso no es cierto —Replicó Kougami interviniendo en la conversación— El hombre de la casa soy yo.

-El que tengas "eso" colgando entre las piernas, no te hace el hombre de la casa Kou-chan… —Canturreo claramente divertido el pelirrojo. Ginoza estaba demasiado exhausto como para intervenir— Akane-chan es quien manda en casa, acéptalo

-¡Claro que no! —Rebatió el pelinegro. Su orgullo masculino no le permitía admitir frente a otros aquella afirmación, al menos no frente a Kagari— ¡Yo siempre tengo la última palabra!

-Oh… ¿Es así? —Cuestionó Akane apareciendo detrás del pelinegro, quien sintió u escalofrío recorrerlo de pies a cabeza— ¿Y puedo saber cuál es esa palabra? Kougami Shinya…

-Si señora… —Fue la escueta y resignada respuesta del pelinegro—

Kagari no tardó en romper a reír, mientras Ginoza dormitaba en el sofá y Kurogane trataba de no empezar a reír también pues la mirada que recibió de Coleen, quien venía detrás de Akane, le dijo claramente que no lo hiciera, después de todo él estaba en una situación similar.

Quiéranlo o no, de los cuatro hombres presentes en la sala, solo tres eran "dominados" de alguna forma por sus adorables esposas, el cuarto ni siquiera se molestaba en ocultarlo, pues lo decía con total libertad. En casa de los Kagari, era Asari quien mandaba.

A Tsunemori le resultaba divertid ver cómo Kougami le seguía el juego. Ciertamente ella tenía un grado de control en casa, pero era solo porque Shinya se lo permitía. Sin poder evitarlo, la castaña sonrió al notar la mirada cómplice que el pelinegro le daba, ambos sabían en que terminarían las cosas cuando todos se marchasen. La castaña se acercó entonces a su "vencido" sabueso y dejó un corto beso en la mejilla de éste antes de dirigirse al comedor, la cena estaba servida.

Todos comiendo juntos en una misma mesa con los niños revoloteando alrededor, y la tranquilidad que estar rodeada por sus amigos más cercanos le brindaba, eran de esos momentos que a Akane le gustaba preservar en su memoria.

Las horas pasaron más rápido de lo que hubiese esperado y, antes de que lo notase siquiera, la madrugada los había alcanzado. De pie y apoyada en el marco de la puerta de la cocina, Akane contemplaba como sus preciados amigos, aquellos a los que consideraba como parte de su gran familia, reían, conversaban y bebían a gusto, sin la presión ya de mantener una "tonalidad" limpia. Había costado mucho, sí, habían luchado y sacrificado una infinidad de cosas, demasiadas quizá, pero todo había valido la pena por conseguir aquello que tanto atesoraban todos hoy en día, la libertad de poder decidir.

-Señora Kougami ¿Le haría el honor a este sabueso de regalarle unos minutos de su compañía? —Cuestionó el pelinegro, apareciendo frente a ella. Claramente estaba tomado, pero no había perdido la conciencia… bien, no del todo— La fiesta es aburrida si usted no está en ella.

-Solo si el sabueso promete ser obediente —Respondió divertida, mostrando aquella sonrisa que solo Kougami podía sacarle— ¿Tenemos un trato?

-El que usted quiera, señora… —Dijo el pelinegro mientras tomaba entre sus manos la izquierda ajena. Acto seguido, la llevó hasta sus labios y dejó en el anillo de bodas que la castaña portaba, un corto beso antes de sonreírle, regalándole aquella cálida expresión que guardaba solo para ella—Cualquier trato es bueno si puedo pasar la noche con usted.

Akane sabía muy bien el doble sentido que guardaban aquellas palabras. Llevaba ya seis años al lado de su sabueso, lo conocía como la palma de su mano y aún con eso, con todo lo pervertido, celoso y mal genio que en ocasiones podía llegar a ser, lo amaba como, estaba segura, no podría amar a nadie jamás.

Los sacrificios, las recompensas, las despedidas y los posteriores reencuentros, todo amalgamado en un solo sentimiento: Amor.

Y es que no eran simplemente dos personas cuyo encuentro se diese accidentalmente. Aquella fría y lluviosa noche en que sus miradas se cruzaron por vez primera, fue solo el principio de una serie de acontecimientos que desembocaron en algo que ninguno jamás imagino, un final ineludible que, lejos de ser verdaderamente un desenlace, era solo el comienzo, el inicio de una nueva historia.

Sí, esa que llamaban Destino…

Fin

Notas de la autora:

Y con esto, "Destino" llega a su fin. Agradezco infinitamente a todos los que me siguieron de principio a fin, a los que se quedaron en el camino y a quienes se unieron al final, de todo corazón, muchas gracias. Si su apoyo este pequeño fic no habría sido nada.

Ha sido todo de mi parte con esta historia. Destino marcó un antes y un después en mi vida y… solo me queda agradecerles una vez más el haberme seguido hasta ahora.

Con esto dicho, me despido. Espero de corazón poder contar con ustedes en los futuros proyectos de Psycho Pass que tengo en mente.

¡Hasta la próxima!