MASHED POTATOES.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Meyer. Solamente me adjudico la historia y algunos personajes.
Beteado por Lucero Silvero (Betas FFTH)
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N/A: Odian las notas, lo sé, yo también las odio. Pero es necesario aclarar que estoy a punto de escribir un punto en la historia norteamericana que puede afectar la sensibilidad de la historia. No voy a entrar en detalles, solamente en aquellos que creo importantes porque tienen una consecuencia en el comportamiento de Edward.
Este capítulo va dedicado a las cientos de vidas cobradas durante la batalla de Vietnam.
N/A2: *SI-NO-LEEN-ESTO-NO-ENTENDERÁN-EL-CAPÍTULO*: Durante la guerra de Vietnam se reclutó de forma obligatorio a afroamericanos y a latinos. Pero existían personas, como Edward, que se enlistaban por su propia cuenta. Los enlistados tenían la obligación de cumplir un año de servicio, y pasado ese tiempo, podían regresar o quedarse por un año más sin interrupciones, dependiendo de la elección de la persona. Solamente si recibían dos heridas graves eran enviados a casa con la condecoración de la medalla de corazón púrpura, que se le otorga a aquellos que han sufrido lastimados por parte del enemigo durante una batalla.
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Da Nang (Vietnam del Sur), 1968.
Mi amado Edward:
Saber que el contenido de esta carta puede resultar doloroso para ambos, me quita el aliento. Te amo. No de la forma en que puedo expresar en un papel, sino de una en la que mereces ser amado. Mereces todo el amor que el mundo pueda brindar a un corazón tan valiente como el tuyo.
Pero al saber que tú lo mereces todo, descubro que yo también merezco amor. Merezco ser feliz. Y la decisión que estás tomando hace que me replanteé una y otra vez si esto es lo que quiero para mi vida. Horas y horas de sufrimiento, el llanto en las noches; rezando como si fuese la última vez, implorando al señor por tu protección.
Trescientos sesenta y cinco días fueron suficientes para demostrarte que ésta es la forma en que te amo, pero necesito saber que tú también me amas. Necesitas demostrármelo o no podré seguir con esta tortura que me mata día tras día.
Ésta podría ser la última carta que recibas de mí, solamente si decides terminar con esto y volver a mis brazos, donde podré protegerte como tanto anhelo; de lo contrario, no creo poder seguir luchando contra este dolor que me invade. Creo firmemente en ti y en la decisión que tomarás, y sé que el amor que sientes por mí será suficiente y que el coraje en tu corazón te ayudará a tomar la decisión más sabia, sea cual sea. La cual, espero sea a mi lado.
Espero pronto tu contestación.
Tuya.
Isabella Marie Swan
5 de Marzo de 1966. Luisiana.
Aquél papel arrugado, mojado y desgastado, había sido la última carta que Bella me había enviado.
Mi contestación no fue positiva. No escribí las palabras que ella deseaba leer. No le cumplí aquella promesa que hice hace cuatro años. No la volví a ver desde aquella mañana, cuando me vio partir en el autobús de reclutamiento tras haber ingresado a la Universidad Estatal de Luisiana.
Siseé de dolor.
—No te muevas —me recordó ella, mientras terminaba de suturar con cuidado una herida en mi hombro izquierdo.
Releía esta carta tantas veces porque habían sido las últimas palabras de afecto que recibiría de ella después de dos largos y solitarios años. Años donde me vi obligado a quemar las anteriores cartas donde prometía un amor que ya no existía… un amor que se había desvanecido.
Me sabía de memoria cada una de las palabras que había utilizado, pese a que mi vocabulario no estuviese tan desarrollado como el de ella. Sentía una amarga sensación de contradicción cuando la leía, algo que parecía convertirse en mi propia dosis de morfina en el dolor físico que me agobiaba en estos momentos.
Tras cumplir mis trescientos sesenta y cinco días de servicio militar, ella me dio la alternativa: vuelves a Luisiana o terminamos. La decisión no fue fácil, pero yo no podía ser egoísta. No podía atormentarla de esta forma. Yo no tenía idea si lograría ver el sol a la mañana siguiente. ¿Cómo podría ella continuar con su vida de esa forma?
Fue la decisión más dura que alguna vez tomé en mi vida y siento que desde entonces; desde aquél día que envié aquella carta con las palabras más duras que alguna vez tuve que escribir, aquellas palabras donde le aseguraba que por más tentadora que puede resultar la alternativa de abandonar todo esto y volver a sus brazos, iba en contra de mis principios. No podía abandonar a mi país cuando más me necesitaba. No podía fallarle así a mi padre. No por cobardía.
Ella no envió una contestación. O quizás, nunca la escribió. Probablemente no podía explicar el odio que debía de sentir después de haberla hecho esperar tanto tiempo por mí.
Siendo tan joven y estando tan deslumbrado, creí que Bella esperaría por mí. Pero los años habían pasado y la decadencia en la que me absorbía me hacía pensar que eso no había sucedido realmente, que ella no había esperado por mí ni lo habría hecho en estos últimos dos años.
Pero ya habían pasado dos años desde entonces. Dos años y medio prestando servicio, y muchas cosas habían cambiado.
— Listo —Alejó las pinzas de mi brazo y procedió a envolvérmelo con una venda.
Después de haber ignorado el dolor de la sutura, agradecí a Rosalie con una buena sonrisa.
— Estás un poco callado —se dio cuenta mientras guardaba sus instrumentos.
Bufé.
— ¿Cómo debería reaccionar un hombre que acaba de recibir una herida? —alcé una ceja.
— Es tu primera vez —sonrió con un doble sentido en sus palabras—. Sabes que una más y te marchas a casa.
Marcharme a casa… Dios… en estos momentos no sabía qué era lo que quería. Al menos, antes el patriotismo me impulsaba a perseguir ciegamente la falsa legitimidad en esta guerra. Mis pensamientos ya no eran los mismos que las de aquél niño que ingresó pensando que la guerra sacaría su mejor lado, porque esa era una de las blasfemias más increíbles de todos los tiempos. La guerra solamente sacaba el lado más cruel y animal de una persona.
Los años de completa soledad me habían vuelto un hombre frío que solamente calculaba el siguiente movimiento que realizaría por la adrenalina que este lugar inyectaba directo a tus venas. Y la soledad de saber que ni siquiera hay una chica esperándome afuera.
—Deberías darles gracias al soldado Paterson. Sé que no quieres, pero te ha salvado la vida en esta ocasión—ella me reprendía.
En ese momento, no estaba pensando en agradecer al maldito negro que había salvado mi vida y a quien ahora le debía una. No. En ese momento, solamente podía dejarme llevar por la femenina voz de Rosalie.
Ella era una enfermera muy hermosa. Debajo de su atuendo, podías notar que tenía un cuerpo voluptuoso que cualquier hombre estaría dispuesto a devorar. Su voz era cálida. Era increíble pensar cuanto tiempo había transcurrido desde la última vez que había oído a una mujer hablar en mi propio idioma y que lo hiciese con un encanto como el que ella desbordaba.
Sus ojos azules me miraban y ella sonreía coqueta. Yo le gustaba, pero no quería ser directa porque sabía el gran escándalo que nos caería encima.
Y a mí… a mí me gustaba.
— Edward… —suspiró antes de marcharse. Observó ambos lados y se adentró a la camilla donde yo me encontraba sentado, cerrando las cortinas.
Se sentó en frente de mí. Quería hablarme personalmente.
— Ten cuidado —soltaron sus labios rosados. Se notaba realmente preocupada por mí—. Hoy has tenido suerte, pero…
Me limité a asentir, comprendiendo lo que ella estaba diciendo.
Ella no le veía el sentido a esta guerra. Pocos comenzaban a revelarse en silencio, y temía convertirme en uno de ellos.
— Ten cuidado, nada más —suspiró, dándose cuenta que quería hacer o decir algo que no sería apropiado ni bien aceptado por una persona como yo que pocas palabras decía al respecto.
Fue una sensación de rechazo la que golpeó a mi cuerpo. Rechazo de cualquier cuerpo femenino solamente porque en mi cabeza reinaba una única chica. Una chica que no pensaba en mí, a la que ya no le importaba, que había salido adelante y dolorosamente, era justificable. Yo la justificaba, y me odiaba a mí mismo por eso.
La soledad podía cobrar de formas insospechadas. Rosalie acarició mi hombro bueno en muestra de afecto y sentí su cálida piel. Fue un arrebato que se salió de mi control, pero poco me importaba ahora.
Tomé su cintura, le di vuelta para hacerla frente a mis ojos y estampé mis labios en los suyos. Eran sabrosos, carnosos… femeninos. Era una mujer. Estaba besando a una mujer después de cuatro largos años.
Ella me aceptó como yo había supuesto, y aprovechamos el que fuese una hora tardía en la noche para que yo me aprovechara de su cuerpo utilizando el condón que el ejército entregaba de forma vil cuando se las apañaba con las jovencitas vietnamitas. Ella lo necesitaba, y yo lo necesitaba.
Estar dentro de ella fue una sensación inexplicable. Había soportado grandes penurias antes de darme cuenta que no había estado con una mujer en mucho tiempo. Una mujer hermosa. Una mujer con un cuerpo tremendo. Una mujer a la que yo deseaba. Después de haberme privado por la sensación de culpa, esa traicionera parte de tu conciencia que te miente al decirte que ella te extraña, que ella todavía espera por ti y la estás traicionando.
Pero esa no era mi realidad, y haber estado cerca de la muerte unos instantes, me hizo darme cuenta que mis horas aquí eran contadas, y que terminaría por darme el lujo que yo deseaba. El placer que yo necesitaba explorar.
— Edward, Edward…. —Rosalie gemía en voz baja, siendo consciente del peligro que esto suponía.
Mi cuerpo no lograba controlarse y quería recordarlo, pero me era inevitable.
Cuando obtuve un último descargo de energía, sentí como si un peso me fuese sacado de encima; como si el placer se prolongara hasta largos minutos. Minutos en los que imaginé a mi novia, a la chica de cabellos castaños y ojos claros que tanto juraba amarme. No lograba comprender por qué había tomado la decisión que tomé. La mujer con la que estaba acostándome en estos momentos no era ella.
Me separé de Rosalie y ella me miró a los ojos. Podía ver en ella el amor que estaba naciendo.
Acarició mi mentón y besó mis labios con ternura. No me moví; se lo correspondí porque mi mente me imploraba que me marchase de una vez por todas, pero mi cuerpo era insistente y quería que siguiera toda, toda la noche.
— Debo irme —fue mi primera y última palabra antes de tragar saliva y salir de allí, nervioso. Más ansioso que nunca.
Fui hasta la tienda de campaña, donde descansaba en compañía de mi pelotón. Me dormí pensando en lo que había hecho, fantaseando con el cuerpo de Rosalie.
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Al día siguiente, el Teniente, jefe de nuestro pelotón, nos indicó que llevaríamos a cabo otra exploración pese a las consecuencias obtenidas en la anterior oportunidad. Heridas de balas y minas descubiertas, todo un gran día.
Las exploraciones podían ser la cosa más terrorífica que un humano podía experimentar ya que, literalmente, te introduces a un camino desconocido. Un camino donde puedes encontrar minas colocadas, o hasta el mismísimo enemigo en una emboscada propia. Cada vez que salíamos a hacer una exploración, sabía que podía ser el último día de mi vida.
Mi pelotón estaba compuesto por cuatro muchachos más, del cual yo era el único blanco que había quedado. Un negro y tres latinos.
El maldito negro Paterson me había salvado de un par de balas que pude haber recibido en el pecho. Dios sabía que yo los detestaba, pero no me quedaba otra alternativa más que agradecerle. Los otros tres eran Sam, Jared, y el único con el que seguía compartiendo un par de palabras: Jacob Black.
Fue un día a salvo esa mañana. En la noche, no nos quedó otra alternativa que descansar en el suelo, sentados, siempre con nuestras armas a disposición.
Ni Sam ni Jared me caían bien. Los detestaba. Incluso más que a ese negro de Paterson. En ese momento, se jactaban de lo bien que habían pasado la noche anterior cuando cruzamos por un pueblo y ellos aprovecharon para tomar riendas con algunas vietnamitas.
— Me follaría a otra amarillita si pudiera —oí que Jared le decía a Sam entre risas cortas.
Se sabía que el gobierno norteamericano respaldaba a aquellos soldados que decidían tomar represalias contra civiles vietnamitas. Yo había llegado hasta aquí con un ideal de justicia, con un ideal de bienestar; no con las atrocidades que debía vivir constantemente cuando mis compañeros de pelotón violaban salvajemente a unas pobres muchachas vietnamitas y mataban sin pudor alguno a cualquier testigo, incluso sus familias.
Fue entonces cuando me di cuenta que esto no estaba teniendo el sentido que yo quería darle. Pero, ¿cómo te hacías la idea de haber desperdiciado cuatro años de tu vida?
— Ignóralos —decía Jacob en voz baja, también molesto de oírlos.
Si solamente hablaba con Jacob Black era porque parecía ser uno de los pocos seres humanos con un rastro de moral en este batallón. Yo jamás llegaría al punto donde admitir que la guerra sacaba el lado más bestial de las personas.
Jacob Black es un muchacho que tiene la misma edad que yo, y si no fuese por el color en nuestra piel, o nuestra posición económica; me atrevería a decir que éramos parecidos. Llegó hasta aquí por obligación, sin tener otra alternativa en las manos. Era motivo de discriminación al igual que los negros, pero a esta altura, parecía ser uno de los pocos que guardaba un poco de sentido y lógica en su comportamiento.
La lluvia nos pescó en la noche, y dentro de la pequeña carpa que nos habíamos armado para cada uno – que únicamente consistía en una bolsa de plástico que cubría mi cabeza – sentí la necesidad de tomar la carta de Bella para leerla y relajarme. Pensar en morir en un día lluvioso me alteraba.
— ¿Sigues leyéndola? —me preguntó Jacob cuando observó el papel arrugado que comenzaba a mojarse por las gotas de lluvia.
La miré y me sentí muy mal. ¿Con qué derecho guardaba una esperanza con ella después de lo que había hecho?
— Deja de torturarte. Eres un hombre con necesidades — agregó recordándome lo que había hecho con Rosalie. Era el único que podría guardar un secreto como ese—. Deja de pensar en ella o te lastimarás aún más.
Cerré los ojos con lentitud y decidí guardar la carta. Él comprendía que era una excusa, que la carta me daba las fuerzas que en esos momentos necesitaba. Una falsa ilusión que terminaría por lastimarme.
Pero cuando no tienes otro escape, cuando necesitas del afecto de alguien en las horas de penurias; buscas cualquier rastro, aunque eso te convierta en un pobre cretino.
Decidí dormir recordando su cumpleaños, cuando los tiempos eran mejores y la tuve íntimamente en mis brazos. Solamente eso me ayudaba a calmar el miedo que sentía de morir lejos de casa.
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Al día siguiente, la lluvia había cesado. El paisaje lucía nublado y eso nos afectaba en la pericia de nuestra exploración.
Siempre te encuentras alerta cuando se trata de exploraciones, pero cuando realmente sucede algo, no sabes cómo reaccionar. Te asustas, te alteras, te emocionas.
Caminando con lentitud para no pisar una mina en la tierra, nos vimos sorprendidos por el sonido de unos disparos hacia nuestra dirección.
Mi primera reacción fue tirarme al suelo, mientras veía como Sam, Jared y mi propio Teniente, recibían aquellas balas que terminarían por dejarlos en el suelo.
— ¡Edward! ¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Jacob con frenesí.
Pero antes de que pudiéramos actuar, sentimos una explosión a nuestra derecha, que terminó por sacudirnos hacia otro costado.
Una mina.
La explosión se realizó al lado de Jacob y me tiró hacia el otro lado de la selva. Mi cabeza ardía, tenía una herida que sangraba, pero solamente me preocupaba en Jacob. Ya no podía verlo.
— ¡Jacob! —grité a todo pulmón, pero seguía oyendo los disparos.
Alguien trataba de dispararme.
Rápidamente me tiré al suelo, sintiendo dolor en mis costillas. Algo me había lastimado.
Busqué una y otra vez la manera de acercarme a donde había sido la explosión, el lugar donde había visto por última vez a Jacob, pero me encontraba solo en la selva. Solo y asustado.
Volví a gritar su nombre, sintiendo como mi cuerpo temblaba por el horror. No me importaba si alguien me escuchaba. Mi pelotón entero había desaparecido. Me encontraba solo. Ni siquiera mi teniente estaba aquí. Y lo peor era que los había visto ser lastimados. ¿Estarían bien?
Oí una segunda explosión y grité aterrorizado. Estaban bombardeando la zona. Si no salía de allí, terminaría muriendo.
Con profundo dolor, me arrastré por el fango para que nadie viese mi silueta. Era la misma sensación de siempre: sentir que eran mis últimas acciones antes de morir.
Si lograba arrastrarme lentamente por la dirección que habíamos tomado, sin rastros de minas, podría volver a la base y estar a salvo. Las lágrimas salieron de mis ojos, producto de la adrenalina que estaba sintiendo en ese momento. Mi pelotón entero estaba muerto, y probablemente yo lo estaría en unos segundos.
Únicamente pude pensar en Bella. Deseaba ver a Bella. Quería salir de aquí para irme de una vez por todas. El dolor era insoportable y el miedo incontrolable. Quería ver a mi madre, quería ver a mis hermanos… ¡Quería salir de esta maldita selva vietnamita!
Tomé una de mis pistolas, y en un arranque de frenesí, me disparé en mi brazo.
— ¡Mierda! —grité a todo pulmón y luego me callé, dándome cuenta que no debía hacer ruido ahora.
Mi respiración se agitaba y mis dientes dolían por lo mucho que estaba apretando la mandíbula para apaciguar el dolor que tomó todo mi cuerpo.
Necesitaba arrastrarme para llegar hasta el camino que habíamos tomado donde no había minas, pero mi brazo ardía. Tuve que arrastrarme con un solo brazo, intentando que el dolor no me dejara inconsciente.
No sabía realmente por dónde ir, pero algo me gritaba que me alejara de allí, que visualizara mi meta para no perder las fuerzas. Mi meta era Bella.
Mi cuerpo se sacudió en terror cuando un soldado apareció frente a mí. Estaba corriendo colgando su arma.
Me tranquilicé en cuanto vi que era un afroamericano. No era el enemigo.
Me vio herido y con rapidez fue en mi ayuda para levantarme y llevarme hacia una zona limpia donde nos vendrían a rescatar.
Quería que me soltara. Que quitara sus sucias manos de mí, pero un sentimiento contradictorio gobernó mi conciencia y sentí que si no me aferraba a su cuerpo, terminaría muerto.
Fueron largos los minutos – mientras él decía: "No te preocupes, estamos bien, estamos bien" – en los que me di cuenta que él también tenía una herida, pero era en la cabeza. Era una herida mucho más grave que la mía. Sentí que en realidad no estábamos bien, que alguien nos atraparía y terminaríamos muertos en el fango.
Y en ese momento solamente pude rezar. Rezar para que, pasase lo que pasase, fuera rápido, sin dolor y sin miedo.
Me tiró al suelo a propósito. Creí que ya no daba más y que iba a dejarme tirado en cualquier lugar. Observé mi alrededor. Nos encontrábamos cerca de la orilla del río.
El negro a mi lado se tiró al suelo, jadeando una y otra vez. Su cuerpo temblaba y sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida.
— G-Grita… —susurró a duras penas.
No podía comprenderle en ese momento.
—G-Grita… para que te… oigan —respiraba agitado con la mirada suplicante.
Entonces me di cuenta que me estaba pidiendo que gritara para avisarle a los demás soldados que estábamos aquí, que en este lugar estábamos a salvo.
Grité lo más que pude debido al poco aire en mis pulmones. Lo hice tres veces porque sabía que aquí no llegaría el enemigo.
Un muchacho cargando un cadáver se acercó a nosotros. Lloraba sin piedad. Arrojó el cuerpo del muchacho al suelo, preguntándose por qué su amigo no había aguantado. Debía ser de su pelotón.
Me di la vuelta y observé al muchacho negro a mi lado dando un último respiro antes de abandonar el cruel campo de batalla en los brazos de la gloria.
Verlo allí tirado, herido y habiéndome salvado la vida, me recordó a Jacob. El único amigo que había tenido aquí estaba dentro de la selva. Quise correr para salvarlo, traer su cuerpo, o solamente saber si estaba bien. Pero el muchacho que lloraba me detuvo con fuerza.
— ¡No vayas! ¡Tirarán Napalm! — gritó, haciéndome entrar en razón.
Eso únicamente me desesperó más. La selva entera entraría en explosión, dejando destrozado a cualquier cadáver que estuviese tirado allí. Si no fuese por el muchacho de color, y el anterior que me había salvado, pude haber sido yo. Pude haber estado tirado allí intentando salir cuando la muerte me abrazara.
Los helicópteros de refuerzo llegaron antes de que el campo entero fuera bombardeado. Tenía suficiente pérdida de sangre para que contaran a mi herida como una grave. Solamente había rozado una bala en mi cabeza, pero esa bala pudo haber entrado a mi cerebro y me habría matado en un solo instante.
Me recosté en la camilla, inconsciente, mientras un enfermero me revisaba dentro del helicóptero.
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Desperté en una camilla, dentro de lo que parecía ser un hospital, con una venda en mi brazo y en la frente. El cuerpo entero me dolía y me sentía muy somnoliento.
El doctor dijo que mis heridas no eran graves, pero que debía descansar un par de días en el hospital luego de haber sacado la bala de mi brazo. Temí que descubrieran que había sido provocada por mi propia arma, pero pasó por alto, y consideré aquello un tercer milagro en mi estancia en Da Nang.
Rosalie me atendió cuando nos encontramos en el mismo hospital que hace unos días atrás. Me explicó que no tenía heridas graves, que únicamente debería reposar.
— Te traje helado —dijo a la vez que me entregó un pequeño cono con helado de crema encima.
Me costó reírme por el dolor en el cuerpo, pero se los estaban ofreciendo a los internados.
No me lo entregó, sino que lo sostuvo en su mano. Parecía que quería decirme algo importante. Lucía triste.
— Edward… ¿qué va a suceder con nosotros? —me preguntó ella mordiéndose el labio. Ese gesto me recordó mucho a Bella.
Fue entonces cuando me di cuenta que mi acto había sido muy egoísta al haberle dado ilusiones que yo jamás cumpliría. No cuando mi situación, ahora, era distinta.
— Rose… —dije respirando con dificultad. Mis costillas me dolían—. Lo que pasó entre nosotros… pasó.
Ella me miraba con intriga. Quería una respuesta que yo no sería capaz de darle.
—… Y quedará aquí como lo que fue—terminé por decir.
Esperé a que no reaccionara de mala manera, pero las lágrimas fueron inevitables. Ella me había protegido durante mucho tiempo. Respiró hondo, manteniendo su orgullo en alto.
— Deberías estar feliz —me comentó con una sonrisa debajo de sus ojos rojos por las lágrimas. Se levantó de la silla donde estaba sentaba—. No te queda mucho tiempo aquí.
Y nunca más volví a verla.
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Tal y como Rosalie había dicho, no me quedé más tiempo en Da Nang después de haber curado mis heridas. Dos heridas eran suficientes para que un soldado volviese a casa, y yo solamente podía pensar en aquellos dos negros que habían salvado mi vida, logrando que mis peores pesadillas terminaran.
Me preguntaron si deseaba permanecer un año más allí, pero ya había visto suficiente de la negligencia de muchos soldados; algunos heroicos, otros abominables matando civiles por doquier. Una guerra que comenzaba a carecer de sentido después de las tantas vidas cobrabas. Había sido suficiente para mí. Un regalo de Dios, y debía aprovecharlo.
Como el protocolo indicaba, tuve el honor de ir a la Casa Blanca en la residencia de Washington, D.C. para que me otorgaran las medallas por mi servicio militar. Recibí de parte del presidente Lyndon B. Johnson la medalla del corazón púrpura por las dos heridas recibidas durante lo que fue su último gobierno antes de las elecciones de Noviembre.
Y luego viajé hasta el estado de Luisiana donde me encontraría con mi familia.
En el momento en que toqué la puerta y mi madre me recibió, sabiendo que vendría después de la carta que le había enviado, entró en lágrimas y me abrazó como nunca lo había hecho.
No pude detener sus lágrimas de felicidad y orgullo después de ver el uniforme que portaba en ese momento. Sentí como si hubiese sido una experiencia surrealista.
Saludé a Alice y a Jasper, quienes habían llegado a casa para saludarnos, y en compañía de su pequeño hijo de cuatro años, Danny.
Por supuesto, no me reconocía.
— Danny, él es tu tío Edward. Estuvo en la guerra —le decía Alice en un tono maternal para que el niño de cabellos rubios y ojos claros entendiera.
— Mucho gusto —me saludó con respeto estrechando mi mano. Me reí despeinando su cabello antes de volver a charlar con mi hermana y su, ahora, esposo.
Almorzamos inmediatamente después. Emmett no podía asistir hasta en un par de días por los exámenes que le tocaban en la Universidad. Él había sido el único de los tres que había contado con aquella oportunidad ya que Alice trabajaba. Ella seguía insistiendo en que lo intentaría ahora que tenía un poco más de independencia de Danny.
— Te noto distinto, Edward. Mucho más callado —mencionó aquello mi madre, todavía sin poder creer que yo me encontraba allí después de haberme regañado. Si Bella no estaba a favor de mis años de servicio, mi familia menos lo estaría. Pero ahora todos lo celebrábamos.
— Siempre fui callado —dije opinando en cierto punto.
Visitamos la tumba de mi padre esa misma tarde, y tuve tiempo para estar a solas y acariciar aquella piedra donde su nombre estaba tallado. Finalmente volvía a casa y lograba sentir lo que él quizás había sentido en una ocasión. Tener las medallas en mi pecho, me hizo sentir que había regresado para seguir con el honor que mi padre había traído a la familia. Lo extrañaba demasiado.
En la tarde, mientras Alice me ponía al tanto de todos lo sucedido en el país que yo ignoraba por completo —luego de haberles contado brevemente mi experiencia, sin dar lujo de detalles porque deseaba no recordarlo demasiado— un solo nombre rondaba por mi cabeza.
— ¿Dónde está ella? —solté la pregunta haciendo que reinara el silencio.
Alice no se sentía muy cómoda porque no había buenas noticias.
— Sigue estudiando en la Universidad, creo —se rascó la nariz—. Hey, ¿quieres mostrarle tus medallas a Danny de nuevo?
Noté que quería cambiar de tema, pero necesitaba saber que era lo que estaba haciendo, dónde estaba, si me había olvidado como sospechaba o todavía tenía oportunidad con ella.
— Dime la verdad, Alice. Necesito saberlo —dije. Ella no tenía idea por cuanto tiempo me había atormentado con aquello.
Alice suspiró, mirándome directamente a los ojos.
— Tú sabes que ha salido adelante. Le ha costado horrores, pero lo ha logrado —se limitó a contestar y luego cambió de tema nuevamente.
Las palabras que Alice había utilizado me carcomieron por dentro. Le había costado salir adelante para olvidarme, pero lo había logrado. ¿Eso significaba que ahora Bella estaba con alguien más?
Pero eso no me aseguraba nada. Tenía que buscarla y volver a verla, sin importar si estaba contenta de verme o no. Por supuesto que no, me repetía constantemente. Ella me debe odiar después de haberla dejado sola y desprotegida.
Jasper me pasó la dirección del Campus de la Universidad donde Bella se estaba hospedando en aquél entonces. No paraba de pensar en lo mucho que la había extrañado en Da Nang y lo cerca que me encontraba de ella en Luisiana. Algo me decía que quizás ella se sorprendería al comienzo, pero que me aceptaría al fin y al cabo. Después de todo, si ves a un soldado que ha salido ileso de una tremenda guerra, ¿no te alegras?
Decidí esperarla en la cuadra frente a la entrada de la Universidad. Eran las seis de la tarde y se suponía que ella salía a esta hora, según la información que Jasper había logrado robarle a Alice. Compré un ramo de flores solamente para hacerla sentir deseada por mí. No pasé por alto la forma en que las personas me observaban con curiosidad ya que estaba vistiendo mi uniforme militar.
Observé con determinación cada una de las jovencitas que salían de la entrada, pero una especialmente me llamó la atención: había un brillo especial en sus ojos y en su sonrisa cuando vio a una persona que la estaba esperando. Una emoción contenida de muchas horas, como si supiese que la buscaban desde hace rato.
Si no fuese por el cabello corto hasta los hombros y el muchacho de cabello castaño al que abrazó en cuanto vio, juraría que esa era mi Bella.
Enredó con sus brazos al muchacho y estampó sus dulces labios sobre los de él, sonriéndole varias veces. El muchacho acarició su cintura de una forma que daba a entender que era una pareja sexualmente activa.
Era Bella. Mi Bella. Mi primer amor. Y estaba en los brazos de otro hombre. Justo como Alice me había comentado, ella había salido adelante… sin mí.
Arrojé el ramo de flores en el basurero más cercano en cuando vi que la pareja se marchaba. Me dije a mí mismo que no debía seguirlos, que no debía lucir como un lunático pese a que sintiera que perdía el control del dolor que estaba sintiendo y la ira contenida de ver a ese hombre desagradable tratarla como si fuese un objeto sexual divertido. Ella era mucho más eso. Mucho más valiosa que una mujer hermosa.
¡Y pensar que en una ocasión la tuve en mis brazos, jurándome amor!
Esa noche decidí embriagarme hasta la médula, maldiciendo una y otra vez el nombre de la mujer que había olvidado nuestra promesa y ahora celebraba mi ausencia en la compañía de un hombre asqueroso que evidentemente estaba enloquecido por ella. La pregunta era: ¿Ella estaba enloquecida por él? ¿Me habría superado completamente? ¿Cómo reaccionaría al verme?
Desperté esa noche en un hotel en compañía de una mujer extraña. El alcohol debía de haberme hecho sentir completamente despechado para recurrir a los brazos de otra mujer cuya identidad desconocía, pero a juzgar por su cuerpo desnudo, había pasado una buena noche.
Tuve que llamar a mi madre para asegurarle que me encontraba bien y que había pasado la noche en casa de una amiga. Si a mí me dolía ver a Bella con otro hombre, a mi madre le dolería verme revolcándome con otra mujer solamente por extrañar a Bella.
Entonces fui consciente de que ella no tenía la culpa. Me había dado la oportunidad de regresar a sus brazos y yo no lo había hecho. Ella debería odiarme, debería haberme olvidado, no tenía por qué recordarme ni esperar sentada por mí. Claro que no.
Le pedí a Alice que no le dijese absolutamente nada de mi regreso y ella lo tomó bien. No tenía idea de cómo me encontraría con Bella, pero algo debía hacer.
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Durante varios días, casi una semana me atrevería a decir, la observé desde lejos. Algunos pensarían que era acoso o espionaje, pero simplemente la observaba a lo lejos. Pero nunca la veía cuando salía con aquél muchacho que había logrado observar mejor con el tiempo. Ojos claros, cabello prolijo, delgado, no más musculoso que yo, pero con una buena sonrisa. Tenía que admitirlo, era el tipo de hombre del que ella lograría fijarse.
Casi siempre iba a un bar en la noche junto a sus amigas. No muy entrada la noche, porque nunca estaba afuera tan tarde como la chica responsable que era. Había veces que el hombre le acompañaba. Se notaba que él era parte de su círculo íntimo. Y eso me hizo preguntar: Si ella quería ser mi amiga nada más, ¿tendría que aceptar a ese tipo?
Ahí la veía… disfrutando un buen rato con sus amigos mientras se reía despreocupada, como si nada le importara.
Pero yo nunca le hablaba.
Nunca me acercaba a decirle quién era, y lo mucho que llevaba observándola. Algo me acobardaba y sabía que era el evidente rechazo que recibiría en el momento en que me viese. Ella debía odiarme en estos momentos y aún lo haría después de saber que había vuelto. La conocía a ella y a su carácter temperamental.
Me sentaba allí, lejos de donde ella y sus amigas se encontraban, bebiendo varios tragos hasta volver ebrio al hotel donde me estaba hospedando. Mi familia no tenía por qué saber la clase de vida depresiva que estaba llevando esos días.
Una noche iba por mi cuarto vaso de Whisky y observaba a las amigas de Bella contándole algo que supuse sería un chisme, ya que ella se sorprendía entre risas. Hoy la acompañaba su novio. Por la forma en que la abrazaba y besaba dulcemente, sabía que tenían algo serio. Ella no era el tipo de chica que saldría así como si nada con un hombre.
Desviaba la mirada cada vez que ella le correspondía las caricias, o a veces imaginaba que yo era aquél hombre y que sus labios tocaban mi barbilla. Cuando lo hacía, pedía un trago más para que el recuerdo penoso de que eso no era cierto dejara de invadirme.
Me estaba poniendo ligeramente ebrio cuando vi que ella se levantaba y se acercaba a la barra de tragos. Mi corazón se detuvo por unos segundos cuando se acercó a mi lado a pedir un poco de jugo. Era bueno saber que los hábitos alcohólicos que yo le había impuesto en aquel entonces siguieran desaparecidos.
— Gracias —dijo cuando le entregaron el vaso con jugo de naranja. Reconocí su voz al instante y cerrando los ojos, me di cuenta que la tenía más cerca de lo que la tendría en un buen tiempo.
Suspiré porque no sentía el valor para hablarle en ese momento. ¿Qué le diría? "Hola, soy Edward, he vuelto, ¿me amarías de nuevo?" Por supuesto que no.
Le indiqué con un gesto al muchacho de los tragos que me sirviera otro vaso para que mi garganta ardiera.
Oí su risita.
— ¿No cree que es bastante, sargento? —su voz fue directamente hacia mí, con un tono de interés y cierta diversión.
Giré mi rostro con lentitud y nuestras miradas se cruzaron.
Mientras yo me deleitaba con su belleza desde un ángulo tan cercano, ella me reconocía de forma inmediata, alarmándose por completo, como si hubiese visto a un fantasma.
— Aquí tiene —respondió el muchacho de los tragos entregándome el vaso con licor.
Bella permaneció enmudecida, asombrada; necesitaba observarme durante varios segundos para reconocer quién estaba frente a sus ojos. Y yo se los dispuse.
— E-Edward… —finalmente habló.
No dije ni una sola palabra. Mis ojos la miraban fijamente, con cara de póker, preparado para su primera reacción.
Y entonces, el hombre, aquél que yo tanto detestaba, se acercó y plantó sus manos en los hombros de Bella.
— ¿Estás bien, amor? —le susurró lo suficientemente alto para que yo escuchara, mientras clavaba sus ojos en mi rostro.
Él se preguntaba quién era, quién era el hombre por el que su chica estaba suspirando en estos momentos.
Pero Bella no reaccionó. No podía. Todo había sido muy repentino para ella.
— Bella… —repitió el muchacho.
— Sí, estoy bien —asintió ella una sola vez en su dirección, pero siguió mirándome, estupefacta.
Al muchacho no le había gustado esa reacción.
— Bella —insistió el hombre de nuevo, en un tono exigente. No le agradaba que le hiciera esperar para que nadie dijese nada. Solamente mirándonos como un par de idiotas.
— ¡Espera un segundo, Bobby! —Bella lo calló con la poca paciencia que tenía ahora. Verme la había hecho recordar por qué debía odiarme.
— Hey, tranquilo. Te dijo que esperes —intervine yo tomando el hombro del muchacho para indicarle que se alejara, o en cualquier momento volvería a reclamarle.
El muchacho iba a lanzarse sobre mí, pero vio mi rostro y mi uniforme y supo que era una mala idea.
— Tranquilo, soldado —alzó sus manos excusándose y riéndose nervioso como el idiota que era. Al menos me tenía un poco de respeto por lo que era, pero me trataba de lunático.
El muchacho, Bobby, se alejó lentamente sin apartar la vista de nosotros. Bella suspiró, mirando hacia el suelo y negando varias veces.
— Espérame un segundo afuera —me pidió dándose la vuelta.
Fue tras el muchacho para explicarle la situación, o sea lo que sea. Terminé mi vaso de un solo trago y siseé sintiendo el ardor en mi garganta que tanto anhelaba. Esto iba a ser difícil.
Pagué y me marché hacia afuera del bar. Suerte que había un pequeño banco donde logré sentarme, porque estar mucho tiempo de pie con la cantidad de licor que había consumido me tiraría al suelo.
La oí acercarse frenéticamente, creyendo que me había ido sin esperarla. En cuanto me vio en el banco, respiró aliviada. No obstante, eso no quitó su mirada de asombro.
Como el caballero que era me levanté de la banca para mirarla de frente.
— C-Creí que te habías ido —frunció el ceño, algo desorientada.
— No —negué una sola vez, con una pequeña sonrisa.
Me miró durante largos segundos.
— ¿Qué haces aquí, Edward? —esta vez, su pregunta fue seria. E involucraba muchas respuestas.
— Volví —fue lo único que se me ocurrió decir, sin demostrarle cuán ebrio estaba.
— ¿Por qué? — otra pregunta que ella demandaba saber. No lo hice en dos años, ¿por qué ahora sí?
Fue mi turno para suspirar.
— Porque te lo prometí —fue lo único que se me ocurrió como una rápida respuesta que fuera de su gusto.
Pero obviamente, no lo fue. Se cruzó de brazos, frunciendo los labios como cuando estaba molesta.
Después de varios segundos, volvió a hablar.
— Tengo que volver —me dijo.
Asentí, sabiendo que eso era todo.
— ¿Qué haces mañana? —fue su tercera pregunta.
Y una sola pregunta, me alegró por completo.
— Nada —respondí, sincero.
— ¿Sabes dónde está Macy's?
Era una heladería.
— Sí —asentí.
— ¿Podemos vernos en la fuente de en frente? —me preguntó, exigiendo una respuesta positiva, como si se la debiese.
— Sí —volví a responder asintiendo, después de varios segundos. ¿Cómo negárselo?
Asintió varias veces, inspeccionándome de nuevo y retrocediendo hacia el bar.
— A las doce —pidió ella.
— A las doce —repetí yo.
Y se marchó, dándome la espalda.
.
La esperé desde las diez y cuarto porque no se me ocurría nada más qué hacer hasta que volviese a verla. Mi corazón lucía hambriento y mi cuerpo sentía la resaca, pero haría todo por volver a ver su rostro a tan pocos centímetros de mí como la noche anterior, que todavía me parecía producto de un sueño.
Ella llegó a las doce y siete. Era muy puntual cuando se lo proponía, y no quería que ella llegase antes que yo. Se acercó a mí dudando, por supuesto, con los brazos cruzados.
Si yo no podía creer lo cerca que la tenía después de tantos años de soledad, ella no podía creer que estuviese allí, vivo, dispuesto a verla otra vez.
— H-Hola —sonrió con timidez y algo de incomodidad. Se acercó para darme un amistoso abrazo de "años-sin-verte" que yo recibí cálidamente.
— ¿Quieres tomar algo? —le ofrecí.
— No, estoy bien —negó rápidamente, con seguridad. Luego, suspiró—. ¿Quieres dar un paseo?
Asentí y procedimos a caminar por la calle.
Luego de hablar acerca del clima de Luisiana, ella decidió romper el hielo.
— Estás más silencioso. ¿Puedo preguntar por qué? —quiso saber.
— No lo sé —encogí mis hombros—. Mi familia también lo cree. Ahora paso más tiempo pensando.
— ¿En qué piensas? —preguntó.
Quería contarle la infinidad de cosas en las que pensaba. En mi familia, en mi padre y como lamentaba no poder compartir un rato con él ahora; en la guerra, en los amigos que perdí, en lo mucho que sufrí y lo bien que sobreviví a tantas catástrofes; en lo hermosa que se veía el día de hoy pese a que tuviese el cabello corto. Tantas, tantas cosas.
— Nada —encogí mis hombros sonriéndole y ella me devolvió la sonrisa, tímida.
Observó mis medallas y seguidamente las tocó.
— El corazón púrpura —destacó, conociendo el significado de esa medalla.
Era una razón suficiente para saber por qué había vuelta.
— La segunda fue a propósito —le informé. Quería que supiera que tenía toda la intensión de volver.
Fue así como me preguntó acerca de Vietnam. Le conté a grandes rasgos que no era el tipo de guerra legítima que nuestros políticos proclamaban. Es mucho menos que lealtad y patria. Es bestialidad, horror y masacre sin sentido. Algo de lo que había ignorado durante mi primer año allí. Le conté también que quienes más sufrieron fueron los latinos y los afroamericanos, al ser las primeras carnadas en ser enviadas a las exploraciones que tanto me aterrorizaban recordar. Todavía sentía que debía despertarme temprano y rezar, rezar una y otra vez por la llegada de una salvación.
Obvié muchos detalles para no sorprenderla, pero Bella parecía muy interesada y sobre todo, muy informada. Desde que teníamos diecisiete años supe que ella se interesaba profundamente por la política. No era sorpresa que estuviese estudiando para ser periodista.
Cuando la conversación fue más fluida, me dejó invitarle un helado mientras nos sentábamos en uno de los banquillos de la plaza.
En un momento, un afroamericano en compañía de su mujer se acercó a nosotros.
— Disculpe, señor, ¿podría decirme la hora? —el muchacho me preguntó. No debía ser mayor que yo, pero definitivamente el traje otorgaba cierto respeto encima.
Le indiqué que ya eran las 16:46hs sin mucho problema. Por algún motivo, ver un afroamericano me recordaba constantemente a los dos hombres que salvaron mi vida a riesgo de las suyas, y la diferencia que sentía hacia ellos, se hacía más corta porque después de todo, se los debía por tanta crueldad a la que eran sometidos.
— ¿Trataste bien a ese chico? — preguntó Bella con asombro.
Por supuesto, ella todavía me miraba como el antiguo Edward.
— Sí —me limité a contestar. Luego le conté sobre los dos afroamericanos que me salvaron para que comprendiera mejor el motivo de mi tolerancia—. Les debo varias.
Bella enmudeció.
— Vaya… —se asombró verdaderamente—. Eres diferente. Muy diferente al Edward que conozco.
No supe cómo reaccionar ante aquello, así que solamente me reí.
— Eres más silencioso. Más grande —dijo esto y tomó mi brazo para notar el músculo marcado allí. Me reí—. Sobre todo, pareciera que ya no contienes mucha ira encima.
Definitivamente se había quedado hacia atrás.
— ¿Puedo preguntarte algo? —me preguntó en voz baja, sintiéndose algo avergonzada de plantear lo que rondaba por su cabeza.
Asentí.
— ¿Consumiste?
A ella todavía le preocupaba mi salud.
— No —le aseguré con soltura, mirando hacia otro costado, pensativo—. Mucha gente lo hizo, es cierto. En mi pelotón solamente dos hombres lo hacían. Y…
Me costó mucho recordar aquello.
—… Y se las vieron con muchos civiles allí —dije con dificultad.
Bella comprendía exactamente lo que estaba hablando.
Pero fue mi turno para observarla. En cada una de sus expresiones era linda.
— Te cortaste el cabello —destaqué.
— Oh, sí —se asombró y rió.
— Te ves bonita —le dije.
Intentó ocultar el sonrojo.
— Gracias —respondió.
Fue mi turno para preguntarle qué era lo que estaba haciendo ahora.
Me contó que estaba en su cuarto año de la carrera, que solamente le faltaba uno para graduarse y comenzar con su especialización en periodismo político. También me dijo que ayudaba a muchas agrupaciones manifestantes y hippies en contra de la guerra. Habían realizado muchas manifestaciones aquí y seguirían hasta que la guerra acabara.
— Entonces… estás saliendo con alguien —solté con precaución.
Se limitó a sonreír incómoda.
— Sí —dijo asintiendo.
Yo asentí también. Era necesario hablar de eso, pero quizás ella no deseaba entrar en detalle.
— Es un buen chico, Edward. Te agradaría.
Difícilmente oyes algo así de la persona que amas y sales ileso.
— ¿Y tú? ¿Hubo alguna chica? ¿O la hay? — quiso saber.
En un momento, Rosalie vino a mi cabeza. Pero ella no necesitaba saber los detalles.
— Algo así. Pero nada importante —le dejé en claro. Asintió una sola vez, algo incómoda.
Ella era lo suficientemente madura para saber que si habíamos terminado, tenía todo el derecho de estar con otra persona porque ella también lo había estado.
Al final de la salida, casi cuando eran las siete de la noche, decidí acompañarla hasta su Universidad.
— Gracias por acompañarme —agradeció, cruzando sus brazos de nuevo. Se mordió el labio—. Estoy feliz de volver a verte, Edward. Y pese a todo lo que ha sucedido, estoy orgullosa por lo que has hecho. Eres un orgullo para nuestro país, pese a que esta sea una guerra irracional. Eres muy valiente.
Y entonces recordé lo mucho que ella significó para mí durante ese periodo y lo poco y nada que le había comentado al respecto. Necesité hacérselo saber de forma inmediata y por eso, me comporté como el imbécil que muy en el fondo era. Me acerqué para estampar mis labios sobre los suyos.
Nuestros labios hicieron contacto, pero no lo suficiente para disfrutarlo, porque al segundo, Bella me estaba apartando con una cachetada, indignada.
— ¿Qué crees que haces? —lucía molesta—. ¿C-Crees que porque has vuelto voy a volver contigo?
— Me amas, lo sé —solté sin siquiera pensarlo. Algo me decía que aún me amaba.
— ¡No funciona así! —chistó ella—. ¡No funciona!
— ¿Y cómo se supone que funciona? —Pregunté yo, levantando un poco la voz, desesperado—. ¿Debo pretender que nada ha sucedido? ¿Que nada significó este re-encuentro?
— Edward, en primer lugar, tú decidiste cortar con todo esto —ella se excusaba, lagrimeando. Me estaba acusando—. Te esperé durante un año. ¿Sabes lo doloroso que es pensar que el amor de tu vida puede morir en cualquier segundo y tú no estás a su lado para contenerlo? ¿Para verlo durante unos últimos segundos? ¿Tienes idea de cuánto he sufrido?
— ¡Claro que sí! —grité—. ¡Por eso mismo te deshice de mí! ¡Ibas a sufrir más de lo esperado! ¡No eras capaz de tomar la decisión y la tomé por nosotros dos!
— ¡Pues bien! ¡Eso es lo que has hecho! ¡Y ahora he salido adelante! ¿Crees que volver te da el derecho de tomar mi corazón otra vez?
— ¡Lo haré y sucederá, porque tal y como lo has dicho, soy el amor de tu vida! —bramé y ella enmudeció, llorando—. ¡Podemos separarnos, pero siempre terminará en lo mismo! ¡Volveremos porque es lo que tiene que suceder y es lo que muy en el fondo ambos deseamos!
Bella no supo qué contestar. Aproveché para seguir hablando.
— Puedes jurarme que amas a ese chico y que deseas pasar el resto de tu vida con él, pero no puedes negar que yo aún guardo un lugar en tu memoria y en tu corazón —le apunté con el dedo índice—. Y solamente eso basta para que no me olvides jamás. Porque no lo harás, Isabella Swan. Hagas lo que hagas, no me olvidarás.
— ¿Y quién te crees que eres para decir eso? —refunfuñó, ofendida.
— ¡Lo refuto porque soy el hombre que más te amará en esta vida! —Juré y volvió a enmudecer, pero esta vez, sus lágrimas desbordaban con ganas—. Jamás he dejado de amarte y jamás dejaré de hacerlo. Y si necesito demostrártelo día tras día, lo haré. Tú sabes muy en el fondo que nos hice un favor a ambos y que puedo conseguir tu corazón de nuevo.
Ella estaba quebrando en llanto de nuevo.
— No va a ser tan fácil —me aseguró negando una y otra vez.
— No, claro que no—coincidí con ella—. Pero esa es la mejor parte.
Dicho esto volví a acercarme a ella y tomé su cuello para estampar mis labios en los suyos nuevamente.
Y aunque se resistió al comienzo, se dejó llevar y me aferró rápidamente a sus brazos, sintiendo el deseo que yo le estaba transmitiendo con mi boca.
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Sin decir ni una sola palabra, sin negar o aceptar lo que le había dicho, me llevó hasta el dormitorio de su Universidad, aprovechando que su compañera de habitación no se encontraba.
Tomé la iniciativa y rápidamente la eché sobre su cama, sin dejar de besar su cuello, sus mejillas, su nariz, sus clavículas y sus pechos por encima de la blusa que estaba usando. Ella soltaba suaves gemidos, e inmediatamente recordé la última vez que había estado así con ella. Esto sería doblemente mejor.
Le quité todas sus ropas y la tuve completamente desnuda para mí. Los años habían sentado muy bien en ella con esas pequeñas curvas que la hacían tan perfecta. Le salpiqué de besos hasta llegar a su cintura y capturar sus labios con mis dientes.
— E-Edward —se quejó, gimiendo.
Chupé, mordí y lamí cada rincón como un sediento en el medio del desierto, incentivado por sus gemidos y sus incentivaciones, lo cual me hacía pensar que tan equivocado no había estado en las palabras que le había gritado unos pocos minutos atrás. Porque muy en el fondo, lo había hecho pensando en que esos eran mis motivos para seguir insistiendo, pero saber que aquello también sucedía con ella, no tenía precio.
Le hice llegar al orgasmo con mi boca antes de que agarrara el preservativo y la tomara como nunca la había tomado. Porque… nunca lo había hecho como correspondía. Era nuestra primera vez de esta forma, y se sentía increíblemente bien. Ella sabía que estaba follando con un hombre que no había tocado una mujer en mucho tiempo. Bueno, en realidad, una verdadera mujer como ella, una mujer a la que en verdad amaba.
Luego de que ella se corriera antes que yo, nos quedamos quietos y enmudecidos, devorando el momento. Fue entonces cuando nos dimos cuenta que ya no éramos el soldado y la estudiante universitaria, sino los dos niños que se encerraron en el baño a los siete años, los dos adolescentes que se amaron a los diecisiete años, y los dos adultos que se deseaban a los veintiún años.
Soltó una risita mientras acariciaba mi cabello y yo le sonreí abiertamente, ambos recordábamos nuestra primera vez, cuando ella había estado completamente asustada y yo le había indicado la forma en la que debía disfrutar del buen sexo. Podía ser atrevida, podía ser fuerte e independiente, pero ella seguía siendo aquella muchacha a la que yo tanto había molestado, y yo el muchacho al que le había dado clases extras de matemáticas.
— Te amo —susurré encima de sus labios, sin poder evitarlo.
Se mordió los labios cuando volví a entrar en ella. Gimió y volvió a abrir los ojos para tomar mi cuello cuando chupé el suyo.
— Yo también te amo —dijo, negando por completo todos los argumentos que había dado anteriormente.
Seguí besándola durante largos minutos, hasta hacerle el amor dos veces más.
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Despertar a su lado había sido mejor de lo que alguna vez había soñado durante todos estos años.
Ella descansaba encima de mi pecho desnudo, abrazándome con posesión mientras respiraba tranquilamente. Fingí estar dormido cuando su compañera de habitación había llegado, notablemente desorientada al verla con otro hombre que no era su novio, pero no dijo nada.
Fue por eso que decidí irme temprano esa mañana, para no tener que ocasionar una gran escena. A las cinco de la mañana, precisamente.
Volví al hotel al que me había hospedado durante estos días e intenté dormir lo que restaba de esa noche. Seguía emocionado por lo que acababa de ocurrir: había hecho mía a Bella Swan y ella me había hecho suyo, como siempre fue.
Visité esa mañana a mi familia, tal y como les había prometido y le pedí a Alice el número telefónico del dormitorio de Bella para poder llamarla antes de que se despertara. Ella no estaba muy segura de si era una buena idea, pero jamás le contaría lo que había sucedido hasta estar seguro.
— ¿Bella? —dije cuando oí su voz.
— ¡Edward! ¡Oh, por Dios! —Se oía tremendamente aliviada—. ¡Creí que te habías ido de nuevo! — Dijo esto último con doble sentido, y lamenté profundamente el dolor que habría supuesto esa alternativa para ambos.
— Estoy en casa de mi familia. No he querido causarte una escena allí —expliqué sin dar muchos detalles. Le avergonzaría muchísimo si la encontraban durmiendo con otro hombre.
— Me dio tanto miedo, Edward —juraba asustada—. No te encontré a mi lado y-y pensé q-que…
— Shh —la tranquilicé desde el otro lado—. Estoy aquí. No te preocupes. ¿Puedo pasar a buscarte?
Tragó saliva.
— ¿Puedo ir a verte? Hace mucho que no veo a tu familia —probó en decir.
— Claro —acepté, sorprendido y gustoso por la alternativa.
Bella vino para almorzar con nosotros. Mamá la quería demasiado y se alegraba muchísimo de vernos bien a ambos, pese a que no hiciéramos evidentes nuestras muestras de afecto porque estábamos en compañía de la familia. Bella lucía despreocupada frente a ellos.
Debí saber que Bella era una buena actriz.
Fuimos hasta la entrada solos para hablar un rato.
— La familia te extrañaba —le conté con una sonrisa y ella me lo agradeció con una sonrisa muy tímida.
De nuevo, estuvimos en silencio.
— Bella, ¿qué va a ocurrir ahora? —necesité preguntárselo. Algo en su expresión me aseguraba que su respuesta no era buena.
— Debí contártelo, pero… —frunció los labios y me miró indecisa—. Me estaba por comprometer con Bobby.
Oh.
— Debiste —fue lo único que pude contestarle. Grave imprudencia.
Pero lo más importante era… ¿qué haría ahora?
— ¿Entonces? —quise saber, ligeramente alarmado.
Ella negó una y otra vez, lagrimeando.
— Hice algo horrendo —se dio cuenta, cubriéndose el rostro con la manos para no mostrar sus lágrimas.
La ira y el dolor me invadieron.
— ¿Dices que lo que hicimos fue algo horrendo? —exigí saber.
— No, lo que hicimos fue algo hermoso —me aseguró—. Pero he lastimado los sentimientos de alguien. He traicionado su confianza. Yo no soy este tipo de chica.
— ¿Y entonces? ¿Otra vez, Bella? —me estaba molestando—. ¿Volveremos a separarnos por tercera vez?
Ella no contestó, solamente negaba.
¿Negaba… qué?
— ¿Qué estás negando? ¿No vamos a separarnos o no vas a estar conmigo? —Refunfuñé, sin desear hacer una escena por mi familia y los vecinos—. ¿Quieres que vuelva en unos años para que volvamos a la misma situación?
— ¡Sé prudente, por favor! —Me pidió, entre llantos—. ¡No es fácil para mí!
— ¿Y crees que para mí lo es? ¿Oír cómo pones a alguien más encima de mí? —gemí.
— No lo estoy poniendo encima de ti —replicó.
— Pero no estoy encima de él —objeté y ella volvió a llorar.
No, no debía quebrarme por su llanto. Ella fue consciente de lo que hizo. Pudo rechazarme una segunda vez. Pudo optar no venir hasta aquí. No le sentiría lástima, pero diablos que lo deseaba.
— Mira, no sé qué es lo que planeas hacer —dije—. Pero si me quieres como una aventura… no me vuelvas a ver. Porque tú no lo eres para mí, eres muchísimo más que eso.
— ¡No eres una aventura para mí! Pero esto ha sido incorrecto. No debió ser de la forma en que lo fue. Hay formas de separarse y formas de unirse, ésta no fue la indicada —explicó entre lágrimas.
— Lo sentiste —dije lentamente—. Y solamente por eso, fue la indicada.
Ella me observó durante largos segundos, frunciendo los labios. Esto no sería fácil. Si ella me amara tanto como juraba, podría cortar con aquél hombre.
— Como prefieras —fueron mis últimas palabras y me marché, sin despedirme de mi familia, sin despedirme de ella.
Esa noche terminé por embriagarme más de la cuenta, pero asegurándome de no terminar con otra mujer, porque cualquiera que sea me recordaría a su aroma. Cualquier mujer me recordaba a ella y a lo mucho que me había hecho feliz y lastimado en pocas horas. Quien decía que yo era un hombre valiente, mentía. Era un cobarde y muerto de miedo por no tenerla a mi lado.
El ejército se comunicó conmigo al día siguiente a través de mi familia, que era el único teléfono fijo que tenían para encontrarme, avisándome que habría un acto de la presidencia en el cual sería necesario la presencia de algunos soldados sobrevivientes de Vietnam. No me encontraba en una posición para marcharme, pero en cierta forma lo estaba. Aunque eran pocos los días, le pedí a mi familia que no le dijese a Bella cuantos serían. Necesitábamos pensar.
Me encontraba en la estación de tren camino a mi viaje a Washington D.C evaluando una y otra vez si Bella tenía razón al no haber sido prudente en aquél entonces. ¿Debí haberme comportado de una manera forma? ¿Debí haber esperado a que terminara con su próximo prometido antes de tomarla y reclamarla como mía? ¿Había sido un error?
Y me quedé pensando que, por más que alguien fuese el amor de tu vida, no necesariamente significa que debas continuar con esa persona durante el resto existencia. Solamente como un buen recuerdo. Y dolía reconocerlo, quizás esa era la forma en la que debía ser.
O al menos… eso pensé hasta que la oí llamarme, buscándome entre la gente.
Me di la vuelta y ella corrió hacia mi dirección. Se paró en frente de mí, respirando agitada.
— Quizás fue inapropiado… —comenzó a decir y luego se acercó a abrazarme.
Yo la acepté en mis brazos, confundido.
— ¡Pero diablos que fue correcto! —juró mirándome a los ojos.
Y la besé. Para siempre.
Gracias por seguir la historia :) x.
