Capítulo 11

Los gatos comen carne cruda


—Te he dejado esperando por mucho tiempo.

Esto es lo que Byakuran dice mientras sale del elevador y se dirige hacia el piso de humo blanco, hacia lo que las personas que habitaban este lugar llamaban "Las puertas del Cielo".

La persona que permanece del otro lado de la puerta es un hombre joven con cabello naranja con un anciano a su lado. El más joven es un poco más pequeño que Byakuran, tiene ojos inquietos y ocasionalmente mueve sus gafas con su dedo índice.

—Más como una eternidad… —murmuró Shoichi en voz muy baja. Mordió duramente sus uñas, un corte agudo estaba dirigido a su pulgar. Estaba impaciente y no tenía idea de cómo hacer que el otro hombre escuchase sus preocupaciones.

El hombre de cabello blanco le sonrió complacido a Shoichi y le tendió una tarjeta al mayor. Este asiente y golpea las barras de acero.

—Gracias San Pedro —es todo lo que Byakuran dice mientras las puertas se abren.

El humo aparece, una ligera neblina revelando una ciudad hermosamente construida y hecha de mármol blanco y puro. No había automóviles y tampoco había luces, aún así la ciudad era tan brillante como un foco fosforescente. La ciudad no tenía horizonte ni cielo, pero el lugar estaba lleno de seres ocupados a quienes no les preocupaba que el cielo no existente cayera sobre ellos o si el sol iba a morir. Todos tenían distintos cortes y estilos de ropa y, aún así, todos tenían el mismo tono de blanco, justo como su ciudad. Y justo como en cualquier otra ciudad, todos están tan ocupados que no son capaces de robar una mirada a alguien más, sólo al camino que estaba frente a ellos. La mayoría llevaba portafolios blancos para llevar papeles y otras parafernalias de la oficina, era una ciudad llena de hombres de negocios, trabajadores y secretarias. Los trabajadores miraban hacia la puesta de sol. Trabajadores de la puesta del sol. Empleados serios.

Byakuran lo encontraba aburrido.

Sus ojos brillaron mientras miraba a su viejo amigo. —Shou-chan, ¿cómo está tu universo? ¿Sigue habiendo sólo un planeta habitable?

El hombre de cabello naranja bostezó y los anillos bajo sus ojos se pronunciaron aún más. Sus lentes se deslizaron un poco. —Inicialmente hice dos planetas inhabitables pero pensé que mi trabajo sería más fácil de manejar con las funciones solitarias del universo si sólo tenía un planeta con vida inteligente. Pero los humanos son tan problemáticos…

Byakuran caminó lado a lado con su amigo mientras ambos se abrían paso hacia el Ayuntamiento.

—¡Hice a la tierra inhabitable en mi universo porque pensé que sería divertido! Quería algo diferente del tuyo —los papeles volaron con el viento mientras se atascaban a salvo dentro del portafolios del hombre de cabello blanco—. Hablando de diversión, los humanos seguro son extraños, ¿no estás de acuerdo, Shou-chan? Piensan que soy su dios verdadero, ¡como si lo fuera! Manejando tantas cosas… ¡no soy tan sorprendente!

—No somos dioses, somos más como Reyes —Shoichi abrió la puerta de cristal frente a él, su reflejo observándole—. Sólo somos parte de una unión galáctica donde el "Rey" de un mundo está conectado el próximo "Rey" de otro mundo. Los humanos viven porque hemos salido exitosos en crearles sin los recursos que Dios nos ha dado. Sólo somos parte de un gran concejo. Es decir, la tierra es mi ficción pero ahora también es una realidad. Dios nos ha creado para que él pueda existir.

Eso es egoísta, ¿o no?

Los dos hombres estaban dentro del edificio del Ayuntamiento, aunque se veía más como un pasillo de un banco. Los otros Reyes y Reinas permanecían sin prisa en una línea, mirando sus carpetas, añadiendo una cosa aquí y ahí. Revisando si habían impreso ese archivo o documento, ese tipo de cosas. Este es un lugar de trabajadores de oficina que aman su trabajo. Este es un lugar donde un Rey y una Reina cuidan de sus hijos con su entero corazón y es amor.

Shouichi extendió su dedo índice para empujar sus gafas. Suspiró pesadamente y observó a su acompañante. Su molestia restringida se mostró no importando cuánto trató de esconderla detrás de sus lentes oscuros. Sus gafas no eran parte de su rostro. —Después de esto, apreciaría si conversáramos por un rato —dijo después de un gran debate, tragó y esperó por la reacción del otro en una calmada anticipación.

—¿Oh? —los ojos de Byakuran brillaron un poco.

—Es sobre nuestro intercambio de regalos…

Los ojos de Byakuran se oscurecieron pero su calmo comportamiento permaneció intacto. Y placentero.

—Por supuesto, después de todo tenemos mucho que decirnos —sus labios se movieron, pronunciando cuidadosamente todas las sílabas—. Después de esto, ¿te gustaría ir a mi mundo o al tuyo? —se escuchó un movimiento de papeles—. Preferiría ir a tu lugar Shouichi, ha sido tanto tiempo desde que he estado en tu mundo. Quiero ver cuán lejos los humanos han llegado y qué es lo que mis regalos están haciendo.

El hombre de cabello naranja asintió como si estuviera pensando en algo más, meditando y aprobando. Las bolsas bajo sus ojos se movieron mientras escaneaba el área hasta que llegó al final de la habitación donde la luz estaba completamente apagada. Como si alguien hubiese olvidado cambiar un foco, había luz en el otro lado del cuarto pero era muy tenue. La otra y única luz que parecía existir en esa área era la de una vela solitaria junto a la ventana del recepcionista. Había una fila ahí también, pero el conjunto que las personas usaban era un poco diferente de las personas que vestían de blanco. Su ropa era negra como la noche, las suyas eran de la oscuridad de un ligero carbón. Parecían gatos en las sombras, los blancos perlados en sus ojos brillaban a través. Hablaban lo mismo que los otros trabajadores. Después de todo eran uno y el mismo. Había sólo trabajos Negros y Blancos en este lugar pero ambos servían al mismo propósito.

Byakuran sonrió nostálgicamente a la fila nublada. Él había nacido con alas negras pero había escogido las blancas que tanto envidiaba. Sonrió a la fila hasta que sus ojos fueron atrapados con los de uno de los trabajadores que usaba una fedora, quien usaba un traje que significaba negocios.

—articuló Reborn a la distancia. Una furia tranquila en su rostro.

Y con eso, Byakuran supo que era mejor apurarse con su atrasado papeleo. Porque un bromista nunca quiere ser atrapado.


Hibari Kyouya se dormía a cierta hora los fines de semana a menos de que una situación llamara su suma atención. Que era trabajo o circunstancias familiares. Sólo esas dos. En los días de la semana se permitía dormir más tarde con la única excepción de que algo interesante tuviera lugar.

Era un gallo madrugador.

Como siempre, Kyouya fijó la alarma de su reloj antes de ir a dormir, también se aseguró de que Hibird estuviera bien para pasar la noche. Se aseguró de apagar todo aparato eléctrico y tomó una última mirada en el espejo mientras cepillaba sus dientes y usaba hilo dental. Revisó dos veces el grifo del agua.

Lo que no había planeado era tener una noche de sueños, la estática que desintegró su vida en nada más que un cuento de hadas.

¿Qué es lo que lograrían él y Tsunayoushi al final?

Kyouya cerró sus ojos mientras yacía en sus sábanas negras.


Una cinta de película se cruzó con un lienzo en blanco que es conocido como "la mente de Kyouya".


Kyouya estaba en la mitad del oscuro vacío y permanece en su traje negro usual, las cintas de la película están cubriéndole horizontal y diagonalmente en un movimiento rápido. Era un teatro con sólo un invitado en una melancolía color amaranto. El hombre sabe que es tiempo para otra noche de investigación, otra noche de sueños: no se mueve del punto en el que despertó, pero está en guardia para lo que las tiras de la película le presentan.

—Todo es basura —piensa mientras sus memorias destellan justo ante sus ojos, se ve a sí mismo cuando era niño con un brazo roto, mirando serenamente fuera de la ventana, al patio de juegos de Namimori, el bosque al que solía ir con su abuelo a los eventos de observación de aves. Escoge no mirar al pasado (porque no es el tipo de hombre que hace eso) y busca por algo en su presente o futuro, porque Kyouya cree que el pasado no está condenado a repetirse a sí mismo como tantas personas dicen. Cree que no habrá una tercera vez para que las cosas sucedan dos veces.

—No sé qué es ganar.

Kyouya mira hacia aquel al que llama herbívoro, los labios de su compañero se demuestran en una de las tiras en su mente y dice: —Para ti todo es una competencia o pelea, Hibari-san.

El rostro de Tsunayoushi está observando justo al espectador. El blanco perlado de sus ojos brilló con la misma intensidad que sus ojos habían tenido cuando se dio cuenta de que las manos de Vongola estaban sucias de una manera que jamás supo. Que jamás debería haber sabido. Una organización secreta.

—En mi caso, realmente no sé qué es lo que significa ganar o perder Hibari-san. Es porque yo ni siquiera trato…

Esas palabras fueron dichas a Kyouya casualmente mientras tomaban té. Recuerda que fue una de esas tardes en las que el sol no se elevaba y las pilas de papel aún estaban en una de las mesas de su oficina.

El metraje en la cinta alrededor del hombre aceleró, como si alguien estuviera rebobinando las cintas desde el principio. Kyouya cerró sus ojos y sólo pudo escuchar que la cinta rebobinada se fijaba en un lugar, seguida de una gran ráfaga de viento cerca de sus oídos. Un tamborileo comienza a sonar, un violín canta hacia el exterior y una trompeta se une en armonía. Una sinfonía penetrante se reproducía con el mismo tono que el carrusel, seguida por pequeños sonidos de papel desmoronándose, papel aluminio cubriendo dulces patatas; eran los carretes de la cinta encendiéndose. Si fueran los ojos de alguien más, Kyouya dudaría que este incidente hubiera ocurrido, pero eran sus ojos, eran los suyos, los únicos que vieron las nubes negras balanceándose en la brisa en su mente. Él estaba incendiándose.

Su puño se estrechó y el hombre con el cabello del color del carbón responde a Tsunayoushi con la misma observación del pasado.

Eso es porque eres un herbívoro.

Toma un paso hacia adelante y se cae en un agujero sin fin mientras el mundo dentro de su cabeza comienza a destruirse a sí mismo.

—Los herbívoros no son los únicos que se enamoran —una voz dice mientras él cae en lo desconocido. Pero sonó un poco triste.


Los ojos de acero se abren al escuchar a alguien llamarle por su primer nombre. Como un reflejo, abre sus ojos y se levanta.

—¡Kyouya-kun!

No despertó en una cama blanda con sábanas negras que había escogido por sí mismo en la tienda departamental local, no, despertó para ver la plaza de la ciudad de Namimori. Su tierra natal que amaba y protegía aún cuando estaba muy lejos. La plaza que estaba justo frente al parque que tenía patos como su atracción principal. Nada podía acercarse a esos recuerdos… aún así, ¿qué estaba haciendo aquí? ¿No estaba en su apartamento en la ciudad?

—¡Kyouya-kun! —gira su cabeza hacia su madre, una versión mucho más joven de su madre. Las arrugas que él sabía que serían suyas ya no estaban presentes, su edad ya no era visible. Su cabello oscuro estaba atado en un moño, sus ropajes propios y en su lugar. Ella alisó su vestido color crema con sus manos enguantadas.

Lucía un poco nerviosa, exasperada. Una limosina estaba estacionada a sus espaldas, un chófer permanecía obedientemente a un lado del auto, esperando a que la dama terminara sus negocios.

—¡Kyouya-kun! Por favor ven aquí en este instante.

Kyouya abrió su boca para decir "qué estás diciendo madre, no soy un niño", aunque se detuvo y, cuando volteó hacia ella, vio el cuerpo de un niño pequeño acercándose a la mujer. Un niño con un oscuro cabello mirando hacia arriba, hacia ella. Le parecía familiar, como si el niño pequeño fuese parte de él. El llanto de un cuervo fue escuchado.

—Madre —el niño pequeño llamó—, ¿qué sucede?

El niño no era otro más que Hibari Kyouya.

Justo cuando vio discutir tranquilamente a su yo más joven y a su madre fue cuando se dio cuenta que se suponía que no estaría ahí. Aquí, en ese tiempo. No, en este tiempo, sus sueños no eran nada más que recuerdos.


Historia y Bilogía eran algunas de las materias favoritas de Kyouya cuando era pequeño. Lo hacía bien en todas porque era un prodigio (o eso le dijeron), pero como adulto las encontraba inútiles. Sin embargo, lo disfrutó y a menudo recitaba en su cabeza los períodos geológicos, retrocediendo millones de años, comenzando con el período Cretáceo. El período jurásico fue uno de sus favoritos por toda la información que los científicos tenían sobre la vida acuática y marina al igual que con muchas especies de aves. Quería regenerarlas y revivirlas sólo para él en el pequeño poblado de Namimori. Archaeopterys podía ayudar a la comunidad de muchas formas, como enviar mensajes secretos, trabajar para la CIA, KGB, o FBI. Diplodocus podía ayudar en la selección de manzanas, pero como todo, era sólo el deseo de un niño.

—Kyouya-kun, ¡conoce a tu nuevo padre!

El Kyouya mayor no era nada sino un fantasma en su viejo hogar. Permaneció firme en su lugar y ni siquiera cuestionó el cambio a su alrededor, esto se estaba volviendo familiar. Nada le perturbaba. Sabía que los fantasmas de su memoria se resistían a irse, no quería estar aquí, pero el sueño quería ser conocido por él. A pesar de lo que el sueño quería que él aprendiera, supiera, sabía que este único en particular; este, entre sus muchos fantasmas era uno de los más odiados.

Su madre estaba orgullosamente sentada en un lujoso sofá junto a un hombre en una silla de madera. El hombre no se parecía en nada a Kyouya y aún así exigía respeto cuando no había hecho algo para merecerlo. El hermano mayor de Kyouya llamado Alaude estaba situado en un sofá paralelo, de frente al joven Kyouya, mientras el chico se sentó junto a su madre. Un perfecto retrato familiar.

Los ojos del niño eran oscuros pero tenían un brillo de inocencia en él. Observó hacia el hombre desconocido, hacia arriba y abajo, midiéndole como si estuviera tomando una firme decisión. Sabía que su decisión era la correcta, especialmente cuando vio la mirada que su hermano mayor tenía en su rostro; tampoco estaba impresionado con este hombre que su madre trajo a casa.

—Eso no es tuyo, es la silla de mi padre —el pequeño Kyouya dijo con aire despreocupado. Su madre jadeó ante la rudeza del chico, anonadada con qué castigarle.

El hombre obviamente desconcertado y un poco ofendido mantuvo su compostura y tosió: —Pero soy tu padre, me casé con tu madre —dijo.

El Kyouya mayor era un fantasma, ningún ser de la familia no tan feliz le había puesto atención. Observó a su yo más joven mientras abría su boca y le dijo a su nuevo padrastro con ojos fríos, como si estuviera observando el fósil de un Pterosaurio del período Cretáceo bajo un lente…

—Eres el esposo de mi madre, pero nunca serás mi padre.


Esa noche le prohibieron comer su refrigerio y en su lugar observó a las aves en su enciclopedia que su padre la había dado en su cumpleaños. El regalo fue recibido poco después de que su padre muriera de cáncer. Era una enfermedad que te deja pudriéndote por dentro; era una enfermedad que transformó a su padre en una persona diferente. El cáncer había hecho que el orgullo de su padre se redujese a nada más que cenizas y tiras de cabello. La cura para el cáncer, pensó cuando era un niño, pronto sería encontrada cuando él fuera un adulto. Y mientras el tiempo pasó, Kyouya en su edad adulta no había encontrado alguna aún. No existía.

Le recordó al Kyouya mayor de cierto momento en clase, un día que cayó el día del padre. No tenía mucho qué hacer y se iba a casa en esos días. A menudo Kusakabe Tetsuya se unía a él, ofreciéndole salir y comer nabe en su casa o sugerir un lugar secreto en el que las multitudes no estaban permitidas. Sabiendo que sería rudo declinar, Kyouya aceptó esas ofertas.

Tetsuya era el único que se sentaba junto a él en clase y también el único al que le estaba permitido comer su almuerzo con Kyouya. Su familia tenía una tienda en Namimori conocida por sus productos frescos y precios decentes. Era un chico con cabello oscuro y piel bronceada por haber estado demasiado tiempo bajo el sol, un joven severo que le llevaba a un patrón recto. Como si su personalidad le siguiera, a Tetsuya no le importaba cuántas veces Kyouya le mordiera hasta la muerte, le golpeara o empujara. Estaba empeñado en seguir los ideales del otro chico y creía que él era el más inteligente de todos sus amigos. Después de unos pocos intentos que duraron unas semanas, Kyouya le había aceptado. Aceptó en llamar a Tetsuya su primer amigo.

—¿Qué hay de ti Hibari-san? ¿Qué tipo de cosas haces en el día del padre? —un maestro le preguntó por curiosidad. Tetsuya y Kyouya miraron hacia arriba, desde el área de las mochilas hacia su maestro con ojos indiferentes.

—No hago mucho en el día del padre.

—Ah, ¿y eso por qué Hibari-san? —los niños a su alrededor continuaron jugando con los bloques de juguete e hicieron pinturas en cartulina. Eran tarjetas del día del padre con deseos y palabras afectivas escritas en ellos, promesas que sólo un niño podía hacer. Una grulla de papel revoloteó y fue llevada hacia afuera por un viento intruso.

El niño pequeño levantó su cabeza y respondió: —Porque mi padre está muerto.


Un Kyouya mayor no entiende por qué está hurgando a través de sus recuerdos; no entiende cómo el pasado sigue atándolo. Y eso le enojó inmensamente porque había escogido saborear la libertad por su cuenta. Aún cuando era un niño había decidido que cualquiera que le dijera "no" sería mordido hasta la muerte. Ese era Hibari Kyouya.

El Kyouya mayor es tomado repentinamente por un cambio de escena; está enfrente de los jardines tradicionales de la propiedad de los Hibari y admira al pez koi nadando libremente bajo sus pies. Está de pie en el agua y cada paso que toma crea una onda pequeña en la superficie del agua. Cuando voltea al lado del jardín ve a un joven Alaude caminando a través de los pasillos en busca de aire fresco. La mirada de ambos colisiona, lo que es absurdo, porque en ese tiempo Kyouya sintió que Alaude podía ver su yo verdadero. Su instinto le dijo que Alaude podía ver más allá de sus sentidos. Podía decir algo que estaba ahí y no debería estarlo.

Un fantasma.

Un Kyouya más pequeño aparece detrás de los pasos de su hermano Alaude, siempre dos pasos detrás para ver los logros del adolescente de cabello platino. Alaude era el hermano mayor de Kyouya, el primer hijo, el de la primera esposa de su padre. La madre de Alaude era una mujer francesa que tuvo el infortunio de ser la pasajera de un automóvil en un día lluvioso mientras Alaude estaba a su cuidado. Ambos iban a presentarse en una fiesta de una compañía, pero la suerte no acompañó al chófer y no pudo mantener su balance en el volante a través de la tormenta y el granizo. Alaude fue el primero en ver a la policía después del accidente, se sentó al lado del camino con sangre cayendo por su cabello platino, éste ahora con tonos de rosa y rojo. Su madre había muerto durante el choque por el hecho de que la parte trasera de su cabeza colisionó con el vidrio que se hizo añicos mientras el carro se volcaba. Después de unos pocos años, el papá de Alaude se había casado con la madre de Kyouya y le tuvieron como un trato entre dos poderosos grupos de Namimori, un asunto de negocios y nada más.

Ni siquiera Alaude reconoce a ese hombre—una voz hace eco como un altavoz pero el Kyouya mayor sabe que son los pensamientos de su yo más joven—. ¿Por qué yo habría de hacerlo?

—Alaude —el pequeño Kyouya le pregunta al otro—. ¿Qué es el amor?

Alaude sigue observando al Hibari mayor, aire delgado, nada más.

—Hay distintos tipos de amor —el chico de cabellos platinados parpadea—. Hay un amor que sólo los niños saben y hay múltiples tipos de amor que los adultos tienen.

—¿Las personas se aman unas a otras porque tienen miedo de estar solos? —Kyouya mira a su hermano mayor, esperando una respuesta. Un desafío.

—Tal vez —dice el mayor mientras empezó a alimentar al pez koi desde su mano. El más joven de los dos estrechó sus ojos.

—Cuando madre estaba sola, ¿es ese el porqué trajo a ese hombre? —el chico de cabello negro se agachó hacia el estanque. Cuán herbívoro de ella, pensó para sí mismo, si no fuese su madre le mordería hasta la muerte.

Alaude dejó de alimentar al pez por una fracción de segundo, después de una pausa prosiguió. —Lo entenderás cuando seas mayor.

—Yo también estoy solo —el niño dice con indiferencia mientras agarró un puño de guisantes del jarrón que yacía entre ellos—. Yo no tengo la necesidad de nadie, qué cosa más vergonzosa de hacer.

—No estás solo —Alaude respondió sin levantar la mirada del estanque—. Sólo te sientes solo.

Y ante esa declaración el niño se levantó con indignación, sus cejas se estrecharon, llenas con una furia infantil. Ofendido e irritado y se giró hacia el chico mayor frente a él y escupió, tratando de probarle al otro su madurez. —Eso es estúpido. Eres estúpido por sugerir que puedo ser débil como madre.

El chico de cabello platino no levantó la mirada de las ondas del estanque y en su lugar observó fijamente hacia el Kyouya mayor quien se sintió nada más que un fantasma en sus recuerdos. Los ojos de Alaude eran calmos pero hablaban millones de palabras, había un fuerte brillo en ellos. Era como si Alaude estuviera informándole al otro hombre con sus ojos "Este es quien tú eras, esto es por lo que has venido".

—Cuando padre murió, madre lloró por semanas en su habitación —Kyouya miró a su hermano mayor con sus pequeños puños en un agarre brutal—. Repugnante. Madre debió haberse comportado como un carnívoro, como padre lo hubiera hecho. Él me dijo que no llorara y obedecí. Después de todo, sólo los herbívoros lloran y se sienten solos. No me siento solo Alaude —la voz del niño creció en un tono más agudo, desafiante y firme—. Sólo quiero que sepas eso. ¡Sólo quiero que todos sepan eso!

Amor, amor, amor, ¿para qué es bueno? Absolutamente nada.

El niño Kyouya no podía comprender por qué su madre se comportaría como las niñas de su clase cuando ese hombre le saludaba. Él no entendía lo que significaba el amor y no entendía cuántos tipos de amor podía haber. El amor no tenía nada de mérito para Kyouya porque no era algo tangible, como las matemáticas donde todo lo que necesitas son las fórmulas para encontrar el radio de una esfera o circunferencia. Siempre hay una respuesta en las matemáticas mientras el amor es nada más que preguntas sin respuestas.

—Qué cosa tan infantil dices Kyouya —es todo lo que Alaude dice mientras observa directamente al fantasma de un adulto con ojos de piedra, en ellos se sostiene algo parecido a la decepción—. No sabes nada.

Nada, nada, nada, nada... la voz de Alaude se reflejó a través del jardín, creando ondas de vibraciones entre el escenario. Era como si el panorama no fuera nada más que una pintura de acuarela desapareciendo, el color de todo suavemente desvaneciéndose como si fueran los efectos colaterales de la quimioterapia para el cáncer. Todo se derretía en algo más, se transformaba en un lugar diferente y un tiempo diferente. Era la habitación de Kyouya cuando era más joven.

Su vieja habitación era un cuarto tradicional con un futón colocado en el centro, el cuarto era negro y la mayor parte de él estaba limpio para un chico de su edad. La única cosa que podía ser tomada como un adorno sería un álbum de recortes lleno con plumas de aves que estaba encima de su escritorio. El libro tenía una cubierta de madera mientras las páginas eran tan gruesas como el algodón, cada una de las páginas tenía vista a través de un compartimiento de plástico para exhibir su colección. Había juntado las plumas con su abuelo y padre durante muchos años y entre su colección había plumas de arrendajo azul, turaco y pavorreal. El Kyouya mayor les miró cariñosamente y se giró para ver a su forma infantil dormir en la cama. El niño comenzó a inquietarse en su sueño, lentamente despertándose de su siesta. Un destello de sudor se mostró en su frente, su boca una línea recta. El niño se sentó en su cama por un minuto, mirando hacia la oscuridad y después de un momento pasajero corrió tranquilamente hacia el pasillo.


Alaude jugó con el lapicero plateado en su mano dos veces.

—Kyouya, se supone que estás dormido.

—Tuve un sueño.

La habitación de Alaude estaba decorada con mobiliario ultra moderno. El cuarto estaba decorado mayormente con negro, blanco y plateado y aún así guardaba la juventud que sólo un adolescente tendría. Había unas pocas cosas que la alejaban, como un tablero de anuncios con docenas de papeles fijados con tachuelas unas junto a otras, un puñado de boletos de cine apilados en un frasco, ese tipo de cosas. El escritorio de Alaude estaba lleno con docenas de libros y papeles llenos con fórmulas y diagramas de árbol; un calendario francés permanecía encima del escritorio del otro, un regalo de su fallecido padre. Su cuarto era una contradicción porque era personal y privado al mismo tiempo (1).

—Tuve un sueño en el que moría y volvía a la vida.

El chico de cabello platinado volteó los papeles que tenía en su escritorio.

—Ya veo.

El Kyouya mayor permaneció afuera del cuarto, cerca de la puerta, escuchando la interacción de los hermanos mientras la luna lustrosa continuaba repartiendo sombras sobre las tierras de los Hibari.

—¿Soy inmortal?

El Kyouya mayor se giró hacia la puerta abierta, buscando la reacción del joven, sin saber que lo que vería le sorprendería. El rostro de Alaude lucía como si estuviera en aprietos para decir algo, como si hubiera palabras que físicamente fueran incapaces de dejar su boca. Hizo clic con su lapicero fervientemente, algo que el Kyouya mayor no recuerda que fuese un hábito de su hermano. Mientras Kyouya había vivido con Alaude sabía que el otro nunca titubeaba cuando hablaba, el otro era firme en sus palabras e ideales, como cuando despertaba todos los días a las 6 de la mañana o cómo caminaba hacia su escuela a pie cuando pudo haber tomado la limosina. Siempre hacía las cosas con un fuerte deseo. Así que era peculiar para Kyouya que esta pregunta infantil en particular pareciera sacudir a Alaude hasta la médula.

Un filtro de tinta roja se tragó la habitación entera.

—En realidad no deberías ser capaz de eso —el chico de cabello platino recuperó su compostura rápidamente. La manera en la que habló estas palabras fue esencial—. No existes para convertirte en inmortal. Lo que crees que eres es nada más que una red elaborada de conceptos puesta en marcha entre neuronas en tu cerebro.

El Kyouya mayor se dio cuenta de que el adolescente estaba diciendo esto para sí mismo y no para alguien más. Era para el bien de Alaude, no para el ahora niño durmiente enfrente de él.

—El cuerpo obedece a la naturaleza y la naturaleza está en constante decadencia.

Kyouya es golpeado por estas palabras y se cierne sobre el escritorio de Alaude, todos esos papeles, cada uno de ellos tenía que ver con Física cuántica, ecuaciones de tiempo y espacio, la teoría de la Relatividad. Había libros de religión, especialmente de las ideas de reencarnación, la ciencia de los sueños, docenas, millones de ellos. ¿Qué en la tierra era lo que Alaude estaba haciendo con todos estos? ¿Cómo podían serle de utilidad?

—¿Hace cuánto lo sabes…? ¿Siempre lo has sabido? —Kyouya dice poderosamente con sus pies firmemente en el piso y por vez primera desde que el sueño ha comenzado Alaude lo nota. El lapicero en su mano impacta con el piso con un ruidoso "clac".

La inmortalidad es imposible, Kyouya —Alaude habló con ojos que mostraron noches solitarias de sueños perturbados—. Sería absurdo… si ya hemos muerto pero nuestra existencia está atascada en un ciclo infinito, ¿no estás de acuerdo?

Y con esto, los ojos azules de Alaude se giran lentamente hacia la luna que ha empezado un eclipse solar.

Repentinamente Alaude se aleja más y más, el cuarto comienza a estirarse del hombre del cabello oscuro, como si estuviera huyendo de la forma en la que había apretado sus puños. Morderá cualquier obstáculo hasta la muerte, conquistará cualquiera que sea arrojado a él, se dice a sí mismo mientras comienza a correr. Corre hacia Alaude, pero mientras más corre el mayor más lejos parece que el otro está. Kyouya no sabe por cuánto tiempo continuó corriendo; el único cambio notable fue que la caída de la lluvia había comenzado a envolver al cuarto sin final.

Había una luz blanca continua en sus ojos, cegándole, pero aún así Kyouya continúa.

Sólo tomó un paso, pero ese único paso le transportó a un lugar diferente, una escena diferente. No se detiene para observar el nuevo cambio de escenario, meramente continúa corriendo tan rápido como puede. No mira hacia atrás, no se permite a sí mismo hacerlo, continúa corriendo a través de las gotas de agua que le empapan hasta los huesos, escuchando cosas que quiere olvidar.

Sus pies aterrizan en un charco y pronto su cuerpo completo cae dentro de él. No sólo dio un paso en el charco, se cayó en él, qué situación absurda, piensa para sí mismo. El esqueleto de un pez nadó alrededor del hombre de cabello oscuro, su piel roída, las burbujas de oxígeno escapando de Kyouya como la arena de un reloj. Cierra sus ojos mientras el oxígeno en sus pulmones se rinde ante el mar compacto, pero no antes de que pueda ver un pequeño trozo de cinta corriendo a toda velocidad a través del agua. Podía ver sus sueños reproducidos como en una película, él siendo el único espectador.


Una voz femenina es escuchada.

—Kyouya, ha llegado la hora en la que tu abuelo va a fallecer…

El sonido del maullido de un gato viene desde afuera.

—¿Como padre?

Fue en un día lluvioso cuando el abuelo de Kyouya murió.

El chico de cabello oscuro y con ojos inteligentes se sienta junto al cuerpo sin vida de su abuelo, el niño no dice nada pero mantiene sus manos en su regazo con una pulcra postura. Mira hacia la sollozante forma de su madre, la forma en la que ella agarró las sábanas de su abuelo y las apretó en su pecho. Vio la forma en la que su hermano mayor observaba al hombre que había estado vivo sólo unos segundos atrás, silenciosamente, sus ojos nublados como el cielo antes de la lluvia.

Después de una larga pausa y mucha consideración, Alaude coloca sus manos en los ojos del hombre muerto, cerrándolos una última vez.

—Muchas gracias abuelo —es todo lo que Kyouya dijo mientras se inclinó respetuosamente, asegurándose de que su nariz tocase el piso. Permaneció en esa posición por un rato, dejando atrás a un Kyouya joven y pensativo quien sólo había visto a Alaude reaccionar de tal manera en la muerte de su padre.

En el lecho de muerte de su abuelo, Kyouya lentamente comenzó a sentir un fuerte dolor en su pecho. Una emoción llenó el corazón del niño que no podía explicar con palabras, era un horrible sentimiento que le dejaba mudo por el olor pútrido de un cadáver fresco, recién pudriéndose. Pronto, seguramente, se volvería polvo.

Era quietud.

El niño nunca lo admitiría, pero le aterraba. La quietud, para Kyouya, era el sentimiento en el que había llegado a un final. No había oportunidades, no había rutas de escape, y para alguien como Kyouya, quien golpeaba un callejón sin salida, rompía el obstáculo en pedazos y creaba un nuevo camino para sí mismo, algo como eso estaba fuera de cuestión. No quería encontrar el secreto de la eternidad a través de la quietud; él no quería morir.

Entre la quietud que rodeaba a su abuelo muerto, Kyouya quería que su propio corazón palpitara.

La quietud le llevaba a Kyouya sentimientos de nostalgia llenos con dolor, así que decidió que era algo que nunca quería sentir nuevamente por el resto de su vida. Después del servicio del funeral de su abuelo, los sentimientos en su pecho permanecieron igual, no importó cuánta medicina tomó o cuántos doctores referidos fueran cambiados, no se alejaría. Así que decidió hacer la única cosa que podía hacer, y eso era destruir esos sentimientos dentro de él. Los hizo minúsculos, como si nunca hubieran existido en primer lugar.

Si hago eso —el niño pensó para sí mismo —nadie sabrá que tengo miedo.

Lamentablemente para el niño con los ojos del color de la ceniza, comenzó a romper otras cosas que eran importantes para una persona, decidió hacer pequeño todo lo que le asustaba y, por ello, creció para ser distante.

Todas estas cosas vendrían a crear un agujero que continuó consumiendo a Kyouya aún en su adultez.


Kyouya escuchó la voz de Tsunayoushi por encima del piar de las aves. Sintió una ráfaga de viento en la parte trasera de su cuello; era todo, todo le rodeaba. Su cabello negro se movía en distintas direcciones logrando cubrir sus ojos. Ve la figura del castaño en la distancia, pero fue abruptamente cortada por la bandada de cuervos cruzando su visión periférica, ¿qué era lo que ellos llamaban otra vez…? Ah… un asesinato.

—No puedo encontrarte.

Escucha la voz de Tsunayoushi llamarle y aún así lo único que puede ver es la oscuridad de las aves y la calidez de los ojos del otro asomándose a través de las plumas negras.

Era Tsunayoushi y no era él. Era alguien distinto. Kyouya puede escuchar la voz del otro haciendo eco a través del lienzo que era su mente.

—Al final te convertirás en un mentiroso.

Los ojos de Kyouya observaron a las velas que le rodeaban. Todas ellas flotaban e iluminaban el desconocido espacio cero entre ellos. Permaneció con sus pies firmes en el suelo, como un árbol que se ha mantenido a sí mismo por miles de años.

Los cuervos desaparecen y le muestran otra versión de sí mismo, un caballero. Este Kyouya usaba una armadura metálica y una capa que se parecía al cielo nocturno, un agujero en su pecho pintó sus ropas con un tinte de color. Estaba respirando con dificultad y sus ojos se cerraron por el dolor, su brazo sostenía el lado de su cuello.

—El agujero en tu pecho se va a agrandar —el Hibari con sangre en su pecho dijo mientras observa al otro con los ojos muertos como de pescado—. Porque en ese tiempo, no pude llegar.

—¿Llegar a dónde? —el Kyouya "real" observa mientras la sangre impacta en la punta de la armadura del otro.

—A la villa —dijo el otro—. Había una masacre y él permaneció a mi lado ese día.

Había una vez —una voz hizo un eco a la distancia —un caballero que vivía en una villa en la que se desconocía el dolor o el odio.

El caballero comenzó a toser incontrolablemente, teniendo un ataque franco, yació en el sueño mientras en un resoplido la sangre crea un estanque debajo de él. El Kyouya "real" observa al otro con ojos distantes y pone una mano en su boca y siente algo extraño. Ligeramente toca sus labios y mira sus propias manos.

Era nada más que sangre y coágulos.

Un pedazo de la película aparece ante sus ojos, mostrándole memorias distantes, cómo su padre tosió esas cosas exactas en una ocasión, el rostro de su padre lleno de dolor, destellos a través de esas pequeñas imágenes, el rostro de su yo más joven y la forma en que sus ojos se llenaron de confusión y miedo por los puños de su padre.

El "Kyouya real" comenzó a toser a un lado de su otro yo mientras escucha una voz que le envuelve una vez más en una sábana de ámbar, la cera de la vela cayendo en el piso como leche derramada.

—Te has vuelto analítico a una edad temprana —la voz de Tsunayoushi sonó en el exterior—. Pero esa fue la única forma en la que pudiste permanecer verdadero para ti mismo.

Kyouya pudo sentir cómo sus ojos se desenfocaban mientras tosía en el suelo brillante, el área completa bajo sus pies, de derecha a izquierda, principio a fin, era el destello del cosmos. Sólo pudo escuchar la voz de Tsunayoushi, pero el mayor sabía que el otro no estaba alrededor, sólo la voz del herbívoro existía en ese momento.

—El mundo perdió su brillo para ti, ¿no es así? No fue agradable para ti, ¿o sí, Kyouya?

El hombre oscuro ya no puede respirar y comienza a jadear en busca de aire, puede sentir sus pulmones estrecharse, su latir temblando dentro de él. En la esquina de su visión ve una cinta mostrando a su yo joven caminando hacia la tumba de su padre. El chico más joven tenía un impermeable amarillo (el que Alaude le forzó a usar) y arrojó un ramo de hortensias en el pasto.

De ahora en adelante, voy a vivir con lo que está ahí —el niño había dicho ese día.

—Cuando todo a tu alrededor es impuro, no tienes opción más que convertirte en impuro.

Kyouya comienza a derretirse lentamente, mezclándose con la cera, una evaporación agitada tomó lugar. Las puntas de sus dedos se volvieron una mezcla de leche y mantequilla y él no sintió nada.

—Ese tipo de pensamiento, siempre lo has rechazado, ¿o no? No te quieres convertir en alguien impuro. Ese es el por qué te pones reglas a ti mismo.

Kyouya no puede ser moldeado en algo que no quiere porque él pelea, y muerde y ruge. Desafía la lógica si no le gusta. Kyouya continúa derritiéndose, sus dedos volviéndose inexistentes, su cabello convirtiéndose una mezcla como la arcilla de sus conjuntos de dinosaurios como cuando era niño.

—Hibari-san, eres una víctima de las reglas de las que vives. La vida no es todo sobre reglas, es sobre divertirse. Has olvidado algo importante. ¿Has recordado qué es Kyouya?

Hicimos una promesa.

Kyouya es nada ahora. Se ha convertido en nada más que cera, escogiendo permanecer como un molde, escogiendo no ser construido en una forma que las personas quieren que sea.

El mundo no cambia, y yo, yo no cambio. Nunca cambio, nunca cambio, nunca cambio.

Nada. No sabes nada.

—Si te hace menos triste moriré por tu mano.

El Kyouya futuro, pasado y presente colapsó en ese momento.


¡Te juro que cambiaré este mundo!


Tsunayoushi y Kyouya despertaron de sus sueños y, como lo prometieron, se encontraron en el pasillo de sus apartamentos. Tsunayoushi corrió y pasó una mesa llena con crepas y jugo de naranja recién exprimido mientras Kyouya pasó a Hibird y su sala de estar que se sentía como una oficina, todos sus libros alineados en orden alfabético. El destino era el mismo, el cómo llegaron ahí era diferente.

Los dos hombres abrieron las puertas al mismo tiempo, haciendo contacto visual. Tan pronto como Tsunayoushi vio a Hibari en su pijama negro sintió una onda de alivio. Ambos estaban a salvo, ambos estaban aquí.

—Hibari-san —Tsunayoushi inhaló, y envalentándose jaló al hombre de cabello oscuro, acercándole, tocando las mangas de su pijama—. ¿Qué es lo que viste?

—¿Ver?

Kyouya cerró sus ojos.

—Tuve un sueño en el que estaba corriendo a través de Namimori —los suaves piares de las aves fueron escuchados por encima de los rayos matutinos del sol asomándose a través de las ventanas del pasillo—. Había estanques por todos lados y corrí tan lejos y tan rápido como pude —y con esto Hibari abrió sus ojos, sus ojos grises se volvieron más claros cuando el sol les golpeó—. Pensé que si dejaba de correr perdería algo importante para mí.

Tsunayoushi parpadeó.

—¿Y qué es Hibari-san?

Kyouya miró hacia el Tsunayoushi que sabía que era el "real". Sólo un par de meses atrás el herbívoro no estaba presente en su vida, pero ahora Kyouya no se podía imaginar a Tsunayoushi en ningún otro lugar más que a su lado. Kyouya sabía desde que era un niño, que si realmente querías algo, la única forma de tenerlo era aferrarte fuertemente hacia ello con tus manos desnudas y tenías que estar preparado para luchar por ello. Esto aplicaba a todo por lo que alguna vez había trabajado, sus calificaciones en la escuela, su estatus, su apartamento, su auto, había peleado por todo lo que le pertenecía en su vida.

—Mi vida.

Tsunayoushi sólo podía permanecer ahí, aún procesando las palabras que le habían sido dichas.

Kyouya no estaba seguro si algunas veces valía la pena pelear por algo, como la ocasión en la que pensó que si rezaba cinco veces en el templo local todos los días su padre mejoraría, o aquélla vez en que mordió hasta la muerte a su padrastro por sus comentarios inútiles, esos tipos de cosas. Pero cuando vio a Tsunayoushi y la forma en la que le observaba atentamente cada vez que hablaba, o la vez que llamaba a su puerta tres veces exactas, la manera en la que baja su lapicero dorado cuando hace el papeleo y pone su desayuno, Kyouya sabía, sabía que estaba listo para la guerra.

—Sé lo que es la quietud Tsunayoushi, y nunca me quiero volver a sentir así en mi vida.

Tsunayoushi asintió. —Creo que entiendo lo que quieres decir Hibari-san. Si es posible… quisiera… —el hombre baja la mirada avergonzado— quisiera asegurarme de que nunca te sintieras así nuevamente.

Con esto Kyouya sonrió. —Es Kyouya, tienes permiso para llamarme Kyouya.

El rostro del castaño se enrojece. —Lo siento, pero Hibari-san es Hibari-san.

—Se ha ido, casi.

¿Eh?

Kyouya palmeó su pecho en el área en que su yo del sueño sangraba. Recuerda a la anciana, su vecina, la señora Yamazaki y las palabras que le dijo cuando le dejó ese día: "Ya veo… tienes algo mucho más pesado que un ala rota". Ahora se dio cuenta qué es lo que estaba perdido, había un agujero en su pecho que se había vuelto más y más grande mientras los días transcurrían. Necesitaba estar lleno.

Kyouya palmeó su pecho una vez más y miró el rostro confundido de Tsunayoushi.

—Eres tú quien está haciendo que se aleje.

Kyouya luce muy satisfecho mientras el otro hombre se confunde aún más. Tsunayoushi no entiende la mitad de lo que Kyouya le dice pero al mismo tiempo entiende que no es lo que él le dice, que son los sentimientos detrás de ellos. Cuando Kyouya hablaba era como el agua, no puedes agarrar el agua con tus manos, sólo se filtra a través de tus dedos. No puedes. Ese 10 por ciento que tienes que permanece en tus manos, la humedad, es la única y primera cosa que obtienes de ello. Ese es cómo Tsunayoushi describiría a Kyouya. Con agua y, como Kyouya, tenías que nadar en ella y sentirla a tu alrededor, tú tenías que cambiar tu forma de pensar, sólo un poco, para entender a una persona como él. Tsunayoushi no tenía idea de lo que quería decir la mitad del tiempo, pero el sentimiento escondido tras las palabras sólo dichas a él tenía una calidez foránea.

—Gracias —Tsunayoushi le sonríe al otro, inseguro de cómo reaccionar no obstante está agradecido.

Y con esto, Kyouya mira hacia el muro, casi mecánicamente. Le observa por un momento hasta que Tsunayoushi deja de sonreír, entonces, le observa de vuelta. El castaño se pone nervioso y suda, no entiende a Kyouya, ¡ni siquiera un 10 por ciento! Qué hombre tan extraño, Tsunayoushi llora en su mente.

—Eh, Hibari-san… ¿por qué acabas de alejar la mirada…? —un foco apareció sobre la cabeza del más joven—. Ah, ¿viste algo extraño? ¿Es la estática?

Los ojos de Hibari observaron suavemente al otro, y si fuera otra persona Tsunayoushi se sentiría relajado, pero con Hibari-san él pensó que sólo le hacía sentir asqueado.

—Porque —Hibari dijo—, no me quiero perder en tu mirada.

Silencio.

Tsunayoushi estaba inseguro en cómo reaccionar y tampoco sabía si debía reír o llorar, así que escogió sólo observar sin expresión alguna al otro. Dentro de su mente, un pequeño Tsunayoushi saltaba hacia arriba y bajaba, riendo en una cama pequeña.

—¿No te gusta lo que dije? —el hombre de cabello oscuro preguntó con molestia, el "Kyouya" que Tsunayoushi conocía volvió como si nunca se hubiese ido en primer lugar—. Kusakabe me dio un libro del protocolo del cortejo y uno de los capítulos se enfocaba en decir ese tipo de cosas a tu compañero —observó al otro—. Deberías agradecerme por esa muestra de afecto o te morderé hasta la muerte.

—Gra-gracias Hibari-san —el otro tartamudeó—. Fu-fue muy amable… —supongo, añadió como una ocurrencia tardía que nunca diría.

Kyouya volvió a su apartamento, murmurando palabras como "Morder a Kusakabe hasta la muerte por darme un libro lleno de mentiras" y "libro inútil, lo hice correctamente, ese mísero herbívoro tiene la culpa, vaya animal pequeño más grosero".

Tsunayoushi se dio cuenta de que Kyouya estaba tratando de ser romántico. No estaba tratando de serlo porque quería o porque estaba en su naturaleza, quería ser romántico porque era la forma "apropiada" de cortejar a alguien. Kyouya era una de esas personas que pensaban "si no lo haces completamente, si no lo haces correctamente, no lo hagas". Y en el momento en el que Tsunayoushi puso un pie dentro de su departamento no pudo dejar de reír porque nunca imaginó que Kyouya haría una tontería. Él de todas las personas, y por eso estaba agradecido.


Giotto estaba sentado en la mesa de la cocina y comiendo el desayuno por sí solo. Los utensilios en sus manos se mueven mientras corta la crepa de queso crema y fresas frente a él. Le había ofrecido el desayuno a Dino pero lamentablemente había sido llamado para una reunión de emergencia que comenzaría a las 12 de la tarde. Dino era el tipo de persona que siempre tenía emergencias, en el último segundo y en el momento justo. Reborn no estaba alrededor y aún si lo estuviera, Giotto hubiera preferido comer solo.

Había sólo una persona en la casa.

—Buenos días —Tsunayoushi le dijo a su hermano mayor—. ¿Hoy hiciste crepas?

Giotto asintió. —Es la única cosa que puedo hacer. Aún cuando éramos niños esto era lo máximo que podía hacer. Pensar —miró al otro amablemente— que tú me enseñaste esta receta.

Tsunayoushi sonrió, inseguro de cómo reaccionar. Para decir que al menos era muy extraño con sólo ellos dos ahí. El dolor de ayer permanecía y ambos hermanos tenían cosas atravesando sus pensamientos, palabras que no podían no decirse.

Giotto es el primero en cortar el aire a la mitad. —Tsunayoushi… —se detiene en medio de la oración y cambia lo que quiere decir. Cobarde, se dice a sí mismo—. ¿Cómo están tus heridas?

—¿Eh? —un parpadeo—. Quieres decir… ¿las que Reborn me hizo?

—Así que fue él —los ojos de Giotto se suavizan en reconocimiento; toma un trago de su recién hervido té negro y lo coloca ligeramente en la mesa. A Tsunayoushi no le gusta mentir así que sólo asiente y comienza a comer su desayuno, su crepa aún tibia.

—Estas crepas son lo mejor hermano Giotto, recuerdo cuando solías hacerlas para mí casi todos los días —Tsunayoushi continuó comiendo—. Se volvió tan frecuente que mamá te dijo que ya no las hicieras porque había ganado mucho peso. Eran tan buenas así que no me impor…

—¿Tsunayoushi?

Tsunayoushi se alarmó ante el tono de voz de su hermano mayor. Sólo había escuchado esa voz un par de veces en su vida, como el día en que su abuelo Nonno había muerto, o el día que Giotto asistió al funeral de su mejor amigo, o esas pocas veces en las que Giotto y Tsunayoushi compartían un secreto que nadie más sabía.

El hombre más joven ve a su hermano mayor cubrir su rostro con sus manos, cómo sus hombros temblaban un poco, cómo respiraba pesadamente.

—¿Me odias Tsunayoushi?

El rostro de Tsunayoushi mostró dolor. ¿Por qué su hermano le preguntaría eso? ¿Le trató tan mal? ¿Le hirió de alguna manera?

—Por supuesto que n…

—¡TSUNAYOUSHI! —Giotto alzó su voz, sus manos seguían cubriendo su rostro—. Sé honesto, di lo que quieres decir. Si me odias sólo dilo, si me quieres fuera de tu departamento sólo dilo, pero no… —quita las manos de su rostro, sus ojos llenos de dolor, hinchados— no actúes como si no te importara en lo mínimo.

Tsunayoushi está perplejo. Se sienta y continúa mirando a su hermano mayor porque nunca le ha visto actuar de ese modo. Era extraño para él, y la verdad sea dicha, le asustaba. Que alguien tan intocable como Giotto, alguien a quien él siempre había visto como fuerte y dotado de gracia podía ser tan vulnerable. ¿Tanto mal le había hecho a Giotto?

—Giotto, hermano, yo no… yo nunca… nunca te odiaré. Yo sólo… yo sólo…

—Entonces, ¿por qué cambiaste Tsunayoushi? Este cambio pasó lentamente, pero seguro. Ahora ni siquiera puedo hablarte sin quedarme callado. No puedo tocarte, el momento en el que pongo mi mano en ti, te mueves como si te disgustara.

Tsunayoushi está en silencio y decide mirar a la mesa como si fuera un libro. Pone sus utensilios a su lado y habla en voz queda. —¿Qué hay de ti Giotto? —su voz se eleva—. No es de tu incumbencia.

Giotto mira al otro como si Tsunayoushi le hubiese abofeteado. Su corazón latió lentamente, sus ojos miraron hacia abajo. Después de un segundo Tsunayoushi apenas si se da cuenta de lo que ha dicho y la vida continúa, sabe que algunas cosas nunca pueden retirarse.

Lágrimas se forman en la esquina de los ojos del castaño, aún así continúa hablando.

—¿Por qué siempre me has menospreciado en todo? ¿Sabías cuán orgulloso estaba de mí mismo ese día cuando hice todo el papeleo yo solo? ¿El día que escogí mi propia universidad? Y de todos ellos tú… de todos ellos… lo que tú me hiciste… tú me despreciaste.

Giotto observó al otro con ojos tristes.

—Aprobé mis clases con calificaciones promedio, nunca tuve muchos amigos, pero los amigos que tuve los he querido. Y aún así, no importa lo que hacía tú nunca lo aprobabas.

—Eso no es verdad Tsunayoushi…

Es verdad hermano. Siempre estabas avergonzado de mí, tú y todos los demás, Reborn, tú, mi padre, mi madre, Dino. Tú no eres nada parecido a mí Giotto, tú nunca entenderías, tú eres un príncipe real… tú eres un rey —Tsunayoushi comenzó a llorar como un niño pequeño. Sus gemidos sonaban como ese día en el que permaneció en el taburete tratando de alcanzar una caja de galletas saladas—. Tú naciste para la grandeza, justo como Dino y… y… yo no soy parte de ese mundo. Ustedes dos son rubios con ojos penetrantes, ustedes dos parecen de la nobleza. Pero mírame a mí —lloriqueó mientras habló—. No soy una persona extrovertida pero tampoco soy una introvertida. Sólo soy un chico normal… ¿Por qué no pueden entender eso? Ustedes son especiales mientras yo… mientras yo…

Campanas escandalosas comenzaron a sonar, advertían de una revolución que estaba a punto de llegar.

—¡No hables! —Giotto interrumpió, quería que su voz fuera escuchada y entendida. Estaba molesto —. ¿Eso es lo que realmente piensas de ti? —pausó—. No eres inútil. Tsunayoushi tú eres… de infinito valor.

Ambos permanecían ahora en el centro de un gran comedor. Había una larga mesa para un banquete con platos hermosamente adornados y cubiertos de plata. Parecía que el comedor hubiese estado inhabitado por millones de años, musgo cubría las sillas, el oro convertido en herrumbre. Los árboles y las vides rodearon el techo; las vides y espinas salían a través de la tierra. Giotto permanecía en la cabeza de la mesa mientras Tsunayoushi estaba en el otro final, ambos sin inmutarse por lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Los dos sólo tenían ojos para el otro en ese momento, su conversación era más importante que algún sueño que pudiese despertarles.

—Siempre he odiado cómo te traté Tsunayoushi. Quería tratar de alejar la atención no deseada de ti cuando eras un niño y la única forma en la que pensé que podía hacerlo era ponerla en mí. Eso es por qué esta situación me pone tan furioso, estoy molesto que ellos te hayan menospreciado en el pasado, eso y estoy frustrado contigo y cómo no puedes ver cuán importante eres en las vidas de otras personas. ¿¡Por qué no puedes cuidarte más!? Si algo te sucediera, si alguien estuviera para llevarte lejos, ¿sabes qué tipo de situación causaría?

»¡Sería el fin del mundo!

Tsunayoushi mira la escena frente a él y nota que los platos en la mesa tenían carne cruda colocada encima. La carne permanecía intocable, la sangre goteó y no había invitados.

—Tsunayoushi, cualquier cosa que haya hecho, cualquier cosa que te haya dicho, cualquier cosa en la que te haya fallado, quiero que sepas algo —Giotto comenzó a caminar del otro lado de la mesa del comedor hacia Tsunayoushi. El techo del gran comedor había empezado a formar nubes blancas de humo mientras la tierra bajo sus pies se estremecía lentamente como una cuna.

La expresión de Giotto era una amable con una sonrisa indulgente.

—Quiero que sepas que realmente lo siento.

Tsunayoushi mira a su hermano mayor y no puede articular palabra alguna.

—Lo siento Tsunayoushi, no pude protegerte todas esas veces cuando éramos niños. Siento que cuando era más joven no pude decir cuánto amaba tu comida o la forma en la que tú hacías crecer a las plantas en la casa; siento que cuando supe que te estaban molestando tanto, al punto de que rompieron tu brazo en la secundaria, yo no hice nada y te dije que aguantaras.

El castaño recuerda qué le sucedió después a esos chicos y elige no querer rememorar lo que Mukuro les había hecho.

Las lágrimas de Giotto salen como si las estuviera conteniendo durante diez años.

—Siempre fuiste un niño con un corazón amable pero sabes que hay algunas cosas que no puedes resolver con toda la amabilidad en el mundo —Tsunayoushi está al borde de las lágrimas y se siente como un idiota—. Realmente quería ayudarte a entender que una persona necesita algo de egoísmo para seguir viviendo, Tsunayoushi…

Giotto coloca el rostro de su hermano menor en ambas palmas, sus rostros estaban lo suficientemente cerca para ser capaces de ver sus reflejos en los ojos del otro.

—Tsunayoushi, ¿¡no puedes ver que te adoro!?

Las ramas del árbol comienzan a crecer abundantes en hojas, en las puntas de las ramas crecían pequeñas cerezas.

—Siempre he tratado de que veas cuánto significas para mí, pero me odio a mí mismo por no ser capaz de expresar apropiadamente mis sentimientos. Siempre te di una porción mucho más grande de carne en el tazón de nabe, siempre traté de ganar para ti los mejores premios en las ferias, siempre me aseguré de traerte con mis amigos.

Tsunayoushi se da cuenta de que la persona que debe disculparse no es Giotto sino Tsunayoushi, porque era ignorante de cuánto Giotto había cuidado de él.

—Siempre quise ser un hermano mayor del que pudieras estar orgulloso porque sé cómo era nuestro padre en nuestra infancia —continuó hablando mientras miraba los ojos de Tsunayoushi, era como si quisiera liberar todo lo que siempre quiso decir—. Nuestro padre, sé que estás resentido por las cosas que ha hecho, que él nunca estuvo para ti, ¿o sí Tsunayoushi? Traté de ser el padre y hombre de la casa, ¿sabes cuán difícil fue eso? ¿Cuándo supe que nuestro padre engañó a nuestra madre?

Los ojos de Tsunayoushi se ampliaron, nunca habló de ello; era una regla no dicha, el no mencionar eso jamás.

—Giotto, lo siento.

—¿Qué? Tsunayoushi qué estás diciendo, soy el…

—Giotto, eres muy amable. Lo siento, nunca debí haber dudado de ti, hermano Giotto…

El piso bajo ellos empezó a retumbar, como un tigre después de un duro despertar. El piso los levantó hacia el techo, a un campo que se alargaba hacia el olvido dentro de un cielo azul brillante.

Hermano Giotto —un respiro—, ¡te amo!

Cuando Tsunayoushi dijo estas palabras Giotto y su vista disminuyeron en pequeños segundos, no podían ver cosa alguna y como si nada hubiese sucedido, ambos aparecieron justo en sus respectivos lugares en la mesa del comedor del departamento de Tsunayoushi.


Tsunayoushi yacía perezosamente al lado de Giotto, ambos exhaustos después de que la "estática" tuvo lugar. Parecía como si tomara mucha energía física porque cuando regresaron al presente ni siquiera podían caminar correctamente, sus rodillas se rindieron. Viendo cómo ambos no podían funcionar apropiadamente, decidieron tomar una siesta en la misma cama juntos, como cuando eran niños.

—Sólo estoy alegre —Giotto respiró en su almohada, su cabello dorado adornando su despreocupado rostro— porque no estoy loco.

—¿¡Cómo es que esta es tu única reacción a esta situación del "Carrusel"!?

Una sonrisa se formó en los labios del mayor.

—Después de ver a un árbol crecer dentro de una mansión y experimentar un terremoto, esto es un poco placentero.

Tsunayoushi sonrió y se relajó colocando su hombro en el pecho de su hermano. Nunca lo había notado hasta ahora pero, desde que era un niño, se sentía aliviado en los brazos de su hermano.

Me pregunto —Tsunayoushi pensó para sí— si los brazos de Hibari-san también son así.

—Tsunayoushi, sobre tu plan para detener el carrusel —los ojos del de cabello dorado brillaron—, si eso es lo que quieres hacer —dijo Giotto después de una pausa— te apoyaré sinceramente.

—Hermano…

Las sábanas en la cama se levantaron.

—Has estado llevando esta molestia por ti mismo, lo menos que puedo hacer es tratar de ayudarte tanto como pueda.

El castaño jaló a Giotto para darle un abrazo muy necesitado.

—La vez que aprendí sobre el Carrusel no pude entender todo y estaba en un mal lugar. Me alegra que no estás reaccionando mal a esto —Tsunayoushi cerró sus ojos mientras se relajó—. Cuando despertemos te diré todo lo que sé. Espero que ambos podamos detener esto, espero que Dino no tenga que estar en esto también.

—Con Dino, creo que deberíamos asegurarnos de que está al tanto, dejarlo saber tan pronto como sea posible —los ojos dorados miraron el techo—. Todo estará bien Tsunayoushi, mientras creas en mí, creo que todo estará bien.

Con esta oración, el más joven de los dos se sonrojó y arrojó una almohada al rostro del otro.

—¡Eres un conquistador! ¡Sabes cuáles son las cosas que debes decir, ¿o no?!

Giotto le sonrió al otro, sintiéndose más feliz que nunca.

—Sólo hay unas cuantas cosas que quiero decir antes de que vayamos a dormir —los ojos de Giotto se iluminaron, curioso por lo que podría ser—. Cuando escogí el apartamento anterior justo cuando me mudé a la ciudad, ¿por qué tú y Dino nunca me visitaron? Seguro que lo hicieron cuando no estaba en casa pero, ¿por qué nunca directamente?

—Pero, Tsunayoushi —Giotto frunció el ceño, sus ojos observando a su hermano menor cuidadosamente—, traté de encontrarte muchas veces.

Silencio.

—¿No has recibido los regalos que te mandé los últimos años? Cada vez que iba a visitarte los inquilinos me decían que nunca estabas ahí, que no había una persona llamada Sawada Tsunayoushi viviendo ahí —Giotto tenía una mirada desconcertada en su rostro —. Hasta fui a buscarte a tu trabajo. Me dijeron "Sawada Tsunayoushi no trabaja aquí".

Tsunayoushi siente cómo algo se rompe dentro de él y recuerda trozos y piezas de los días en los que no era el líder de Vongola. Esos días parecían tan lejanos ahora, como si nunca hubiesen existido en primer lugar.

Tsunayoushi le preguntó a Giotto si recordaba las direcciones en las que le había buscado o al menos el nombre del edificio y la escuela. Cuando Giotto le dijo los nombres de los edificios, el rostro de Tsunayoushi se quedó en blanco.

—Pero Giotto, ahí no es donde trabajé. Ese ni siquiera es el edificio de mi apartamento. ¿Quién te dio las direcciones?

Y con esto el rostro de Giotto se convierte en el de un fiero león, orgulloso y mostrando sus colmillos.

Reborn.


Las manos de ambos hermanos estaban entrelazadas y yacían enfrente de ellos como alguna prueba para el mundo entero. Durmieron en la cama y no se molestaron por si algún extraño y sombrío lugar les engulliría, la estática donde las cosas que podían ver no existían y donde las cosas que no podían ver existían.

—Te amo —Tsunayoushi murmuró mientras vagaba en sueños, su cabeza en el pecho de su hermano mayor. Con esto, Giotto rodeó con sus brazos al otro en una postura protectora porque ahora tenía una forma de ser útil para su hermano menor, ahora se dio cuenta de su propósito y lo que debía hacer. Se convertiría en un caballero.


Notas:
(1) Se refiere a que dejaba mostrar un poco de su personalidad y a la vez no dejaba ver su verdadero yo.


Mozart:
El dúo amoroso de hermanos ha nacido y con Dino añadido serán el trío amoroso de hermanos. No puedo esperar para escribir más interacciones con Dino y Giotto después de esto.

He llegado al fin de mi viaje, así que ese es el por qué he regresado para seguir escribiendo fanfiction. Creo que mientras escribo esto, puedo tratar de ser más feliz de lo que he sido en meses. Este viaje que tomé fue muy largo, doloroso pero no me importaría repetirlo. Espero que todos ustedes se hayan cuidado y estén bien. También, y tema aparte, ¡mi cumpleaños fue el 13 de junio! Tuve un pastel de tercipelo rojo así que ¡feliz cumpleaños a mí!

El siguiente en ser actualizado será "Cómeme Bébeme". Gracias.

También este capítulo está dedicado a Sweetnaitomea. ¡Gracias nena!


Cuando leí la última línea fui muy feliz y, una vez más, agradecí por permitirme hacer esta traducción. Creo que no está de más escribirlo aquí también: thank you so much for allowing me to translate your stories and for always being there for me. I adore you.

Con esto he alcanzado a la historia original. Muchas gracias por leer.