DISCLAIMER: Ni Hetalia ni la imagen que uso para la historia me pertencen. Adamo es un OC y es de mi propiedad.
ADVERTENCIAS: Universo alterno. Nombres humanos. Aparición esporádica de los hijos de algunos personajes. Bad touch friends.
PAREJA PRINCIPAL: EspañaxNyoRomano AntonioxLovina
PAREJAS SECUNDARIAS: PrusiaxHungría, FranciaxNyoCanadá, leve AlemaniaxNyoItalia
IMBRANATO
Disfruta todo lo que la vida te brinda día a día. Hay cosas que el corazón no acepta, pero hay que desecharlas para poder salir adelante. Vive y sonríe, no pierdas tiempo en ser infeliz.
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UNO
Aquel había sido un día fresco, mayormente por la tarde. En noche el cielo fue tapizado por nubes negras que hicieron presagiar hasta al más iletrado en el tema que habría tormenta… una más del largo y frío invierno que azotaba. La italiana, que por esa hora del día había cambiado su habitual conjunto de trabajo por algo más llevadero, se apresuró a sacar las prendas de ropa del pequeño balcón de su departamento, en el que aparte del tendedero, tenía un par de plantas artificiales. Lamentaba no tener tiempo para cuidar las de verdad, pero al menos las imitaciones otorgaban un toque a su hogar. Suspiró una vez dejó el canasto lleno de ropa a sobre la mesa de la cocina y perdió la mirada en la ventana de ésta. Si bien aquella noche no debía precisamente ser distinta a las demás, la angustia la llenó de pies a cabeza, y no precisamente porque ya había anochecido y su hijo aún no llegaba; eso no. Pequeñas gotas impactaron contra el vidrio y la fémina sobresaltó, frunció el ceño y vio con recelo el agua… en cierto modo la odiaba; nunca había aprendido a nadar.
Caminó hasta la sala de estar y se acomodó en uno de los sofás tras haber retomado la taza con té que reposaba sobre la mesita del centro y, sin poder evitarlo, se sumió en aquel desagradable recuerdo, aquel que le obligaba a volver después de tantos años. En vano, trató de evitar que sus ojos la traicionaran y le hicieran escapar una lágrima.
"Pero la vida sigue…"
Recordó que había hablado con Felicia por teléfono y que ésta trató de animarla, más ella hizo caso omiso a las palabras de aliento y finalmente optó por derramar en silencio todas las lágrimas que tenía alojadas desde hace ya un par de horas y que sólo le habían provocado un nudo desagradable en la garganta.
—¡Se va a caer el cielo! —chilló de pronto una voz. La puerta cerrándose fuertemente dio paso al segundo ruido de aquella silenciosa tarde. Rápidamente la nueva presencia procedió a sacar su ropa húmeda, sin importarle dejar todo mojado a su paso. Se acercó lo más posible a la fuente de calor y dejó su húmeda chaqueta, en conjunto con su mochila y los zapatos a un lado de esta—. No sabía que hoy tenías libre —habló el adolescente, más sin voltear a ver a su interlocutora, pues estaba entretenido con el calor que proporcionaba la estufa.
—Haz tu maleta, Adamo.
Aturdido, vio a su madre sentada en uno de los sillones, con la mirada fija en la ventana. Cautelosamente se acercó a ella y se sentó a su lado, justo en el brazo del mueble usado por la autora de sus días. Nunca había sido bueno en eso de las relaciones interpersonales, ni hablar sobre consolar a algún amigo y/o alentarlo en momentos de debilidad; simplemente no iba con su personalidad. Tomó la tasa que ella tenía entre las manos y una vez la mujer de ojos ámbar posó la atención en él, sólo atinó a carraspear, en un intento no verbal para que la fémina le explicara los pormenores del asunto. Más aquellas palabras no se dignaron a hacer acto de presencia, cosa que sólo alteró al adolescente.
—Mamma, me estás preocupando —indicó con molestia. La conocía a la perfección, sabía que ella no se pondría así por cualquier cosa y aquello sólo pudo impacientarlo aún más. Dejó la tasa sobre la mesa de centro y enfrentó la mirada azulina de su progenitora con la propia—. Mamma…
—Tu abuelo murió —soltó sin más, ignorando la mueca de incredulidad en las facciones del muchacho—. Tu tía me llamó hace rato —su voz tembló—. No estoy en el hospital porque me bajó la presión y me desmayé, por lo mismo me dieron libre el resto de la tarde —explicó. Ladeó la cabeza y simuló acomodarse en el sofá; más la verdad era que no se sintió capaz de mantenerle la mirada a su hijo.
—Mamma…
—Mañana mismo sacaré los pasajes de avión —le interrumpió y se puso de pie—. De ser posible, mañana por la noche estaremos viajando y… tal vez no volvamos.
—Tiene que ser una broma —habló en un susurro, agrandando sus ojos en el acto debido a la impresión—. ¡¿Y mis amigos?! —alegó en un típico episodio de rabieta juvenil. No podía culparlo, había vivido casi toda su vida en ese país y jamás había pasado de un "hola, ¿cómo estás?" con su abuelo en una video-llamada por internet—. ¿Y tú trabajo? Tú misma me dijiste muchas veces que viniste a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades, ¿y ahora? —apretó los puños—. Perdona que te lo diga, pero estás siendo mediocre.
—No voy a permitir que me hables así, Adamo.
—¿Qué quieres que haga? ¡Si es la verdad! —se puso de pie y la enfrentó—. Estás dejando que burdos sentimientos te controlen y sabes que eso no es bueno. Este tipo de decisiones se toman con la cabeza fría.
—Gracias, pero no gracias por tus palabras —miró a su hijo con resentimiento, como nunca había hecho—. Pero la decisión ya está tomada —al ver que el adolescente iba a replicar, se adelantó—: ¡Harás nuevos amigos, pediré un traslado y se zanja el tema,maldición! —vociferó y con paso firme se aproximó a su habitación, cerrándola con un portazo. Debía empacar en dos maletas quince años de vida.
El volver a Italia, sin lugar a dudas sería duro, pues fuera de la muerte de su padre, iba a revivir todo aquello por lo que en primer lugar se fue… los recuerdos y la ausencia. Hubiera sido una vil mentirosa si hubiera dicho que el buscar nuevas oportunidades laborales era lo único que la había impulsado a irse tan lejos, más nunca creyó necesario volver, ni siquiera sopesó la idea de ir a su natal patria en vacaciones… si sus familiares querían verla, ella estaba dispuesta a pagarles el pasaje de avión, pues aunque no era rica, su posición económica era estable. Pero como dicen, a los fantasmas del pasado tarde o temprano hay que enfrentarlos, aunque claro, también ansiaba ver a sus amigos, aquellos que esperaba, aún la recordaran.
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Perdió la cuenta de cuántas horas llevaba viajando; el trayecto no fue lo que se dice agradable. Sin embargo su suplicio duraría aún un par de horas, pues el viaje internacional se dirigía sólo a las capitales de los diversos países; sin contar que luego debían tomar un taxi. Vio a su hijo, se veía agotado. Pasó su brazo por los hombros de él y le besó suavemente la frente; en cualquier otra instancia, el adolescente de diecisiete años habría rehuido ante el gesto, más dados los últimos acontecimientos, se limitó a sonreír y no llevarle la contra a su madre, pues sabía que estaba nerviosa y que todo lo que hacía era en pro del bienestar de ambos.
El taxi los dejó frente a una casa de paredes opacas por la suciedad y jardín descuidado; definitivamente había perdido todo el esplendor de tiempos pasados. La mujer tragó en seco y arrastró las maletas hasta la entrada; estando frente a la puerta, sacó su vieja llave, esperando que su padre no hubiera cambiado la cerradura en todos esos años, pues aquello implicaría llamar a su hermana y no deseaba molestarla. Introdujo la llave en la cerradura y ésta volteó sin problemas.
Sonrió.
Se adentró torpemente, debido a las maletas y al molesto escalón en la entrada que le impedía simplemente arrastrarlas. Gruñó. Caminó hasta la sala de estar y se encontró con una mujer de cabello castaño rojizo y un extraño rulo, justo como el de ella. La fémina tenía la vista fija en la que parecían cuentas; mas pronto ahogó un gemido al verse acompañada y corrió a abrazarla, llorando luego sobre su hombro… había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que se habían visto.
—Deja de llorar, Felicia, maldición —pidió con voz acompasada, estrechando a su hermana menor en un apretado abrazo.
—¡No puedo evitarlo, sorella! —alegó entre sollozos. Lovina no pudo evitar que las lágrimas también invadieran su rostro. Felicia al percatarse de esto, rompió el abrazo y le ofreció un rollo de papel higiénico.
—¿Es una broma? —mofó apenas, más prontamente haciendo uso de lo otorgado para secar sus lágrimas y limpiar su nariz.
—Es lo único que hay, ve~ —hizo un gesto de desconsuelo—. Igual que tu, acabo de llegar. Quería ver la casa —aclaró y posó la vista en su hermana—. ¿Por qué no me avistaste cuando llegabas? Pude haber ido a buscarte al aeropuerto.
—No quería causarte inconvenientes.
—¿Inconvenientes? —sonó ofendida—. ¡Lovina!
—¿Y el viejo? —cambió rápidamente el tema; lo último que quería en ese momento era pelear con Felicia. Caminó distraídamente hasta sus maletas y bajó el mango de éstas. No era necesario hacerlo, más sólo quería atrasar lo inevitable.
—En el velatorio de la iglesia —frunció el ceño, tratando de dejar de lado su molestia—. Ludwig se quedó con él.
—Ese estúpido bastardo patatero —comenzó a maldecir por lo bajo.
—Mamma —llamó Adamo, fastidiado, sintiéndose ignorado por las dos figuras adultas. La aludida sonrió apenada, ofreciéndole disculpa con los ojos. Felicia en cambio no pudo sino abrir la boca ante el asombro; el pequeño de dos años ya estaba hecho todo un hombre.
—¡Vaya! —posó una mano sobre el hombro de su sobrino y lo apretó levemente, sintiéndose orgullosa ante lo que veía—. Por poco y no te reconozco, ve~ —no se contuvo y abrazó al adolescente, que buscó la mirada de su madre, la cual le sonrió.
—Han pasado quince años, era obvio que cambiara —miró a su hijo e hizo una prolongada pausa—. Algún día había que volver…
—Lamento que haya sido en estas circunstancias…
—Descuida —esbozó una mueca que intentó ser una sonrisa—. Por cierto, ¿te molesta si Adamo y yo nos quedamos aquí?
—Al contrario. Esta casa ha estado muy abandonada —señaló los papeles sobre la mesa del comedor, los cuales efectivamente eran cuentas impagas—, que te hagas cargo de ella es lo mejor. Y no creo que a Maddalena le moleste.
—Iré a ver la casa —anunció el adolescente. Las mujeres sentaron en los sofás. Lovina no pudo evitar ver a su hermana; lucía tan linda, creyó que jamás la había visto tan bien, a pesar de las circunstancias… Felicia parecía haberle hecho el quite a los años. Se conservaba bien, no pudo evitar emitir una casi imperceptible sonrisa.
—Veo que el bastardo patatas te mantiene contenta, digo —hizo una mueca—, de otro modo no te conservarías tan bien.
—Ve~ —sonrió—. Sólo puedo decir que soy una mujer con suerte —agregó, ampliando su sonrisa. Lovina había sido la primera en negarse en que ella se hiciera novia de Ludwig, alias bastardo patatas. Eventualmente, cuando éste le pidió matrimonio, la mayor de las hermanas sintió como si le diera un ataque cardiaco. ¡Simplemente no podía dejar que su tonta hermanita se casara con un bastardo alemán con complejo de militar! Le costó reconocer que muy en el fondo sentía miedo porque Ludwig le hiciera algo a Felicia, mas afortunadamente su preocupación fue infundada. El paso del tiempo le dio a entender que Ludwig en verdad quería a su hermana, aunque claro, no por eso iba a comenzar a llevarse bien con él, mucho menos ser su amiga.
—Hacía mucho que no conversábamos frente a frente. Me atrevería a decir que si te hubiera visto en la calle, no te hubiera reconocido.
—Tampoco exageres —efectuó una mueca—. Aunque si no lo hubieras hecho, hubieras recibido el premio a la peor sorella del mundo.
—Ve~! —negó fervientemente con la cabeza. Lovina se armó de paciencia para explicarle a su hermana que lo anterior sólo había sido una broma. Gruñó. Había olvidado lo exagerada que era Felicia.
—Que mala —soltó un suspiro. Luego contempló a su hermana por algunos minutos—. Ahora que lo pienso, lo último que supe de ti es que trabajabas en Minnesota, pero de ahí en más… —dejó las palabras al aire—. Siempre que te llamaba, te limitabas a contarme como te había ido, cómo estaba Adamo y nada más.
—Sí se trata de comunicación, el teléfono no es muy ameno cuando se trata de ese tipo de cosas —habló con elocuencia, sorprendiendo a su interlocutora y acto seguido mordió su labio tratando de contener una sonrisa al divisar el rostro de la fémina—. Aunque no sé por qué me críticas tanto, demonios, si yo tampoco sé mucho de tu vida.
La aludida pareció ofendida, más rápidamente su mueca fue interrumpida por una estruendosa carcajada que calmó poco a poco hasta cesar. Se acomodó mejor en el sofá y tras meditar unos momentos, rompió el silencio.
—Estás hablando con la socióloga encargada del área de relatoría de la empresa Eccoxrbe —habló con orgullo, más que satisfecha con su logro. Lovina entreabrió la boca; no sabía a la perfección de qué trataba aquel puesto, pero si su hermana sonaba tan complacida, debía ser un cargo importante y que conseguirlo seguro le había costado muchísimo trabajo—. Estoy casada —siguió—. Sí, creo que te invité al matrimonio —mofó y recibió un golpecito en el hombro—. Soy madre de dos niñas preciosas…
—No son niñas. No las he visto —agregó—, pero las gemelas deben tener como catorce años.
—Ve~! Siempre van a ser mis niñas y punto —alegó infantilmente—. Y sí, esa es su edad —su expresión se volvió seria de pronto, incomodando a su interlocutora quien anticipó las palabras de Felicia; no tuvo el valor de interrumpirle, pues eran contadas las veces la había visto en ese estado y sin lugar a dudas, sus palabras crearían repercusión en ella—. A todo esto, sorella —comenzó de manera sutil—, ¿has sabido algo de Antonio?
Tal y como lo vaticinó, su pecho se estrujó, sus manos temblaron y sus ojos se cristalizaron; el efecto fue inmediato. Al percatarse del estado de su hermana, Felicia se puso de pie y la abrazó, dejando que su chaqueta fuera manchada con lágrimas y que el maquillaje de Lovina acabara por arruinarse, manchando de negro sus mejillas.
—Si lo hubiera hecho, te lo habría dicho enseguida, maldición —musitó apartándolo—. No sé por qué rayos me lo preguntas.
—Porque están casados…
—Ya debió haberse olvidado de eso.
—Lovina…
—Quiero descansar un poco —cortó. Sacó su teléfono celular y vio la hora; era cerca de medio día y el funeral sería dentro de tres horas. Suspiró. Le hubiera gustado llegar un poco antes—. Mejor vete. Te veré en la iglesia.
Felicia asintió con la cabeza y sin un gesto más de su parte salió de la casa. Lovina mordió su labio, sintiéndose de pronto abrumada por todo lo que acontecía. Subió al segundo piso y encontró a su hijo, en la habitación que alguna vez fuera la de sus padres, viendo las fotos y algunos recuerdos que tanto su hermana como ella habían hecho de pequeñas y que su padre había colgado en la puerta de su ropero; carraspeó para llamar la atención del adolescente.
—Adamo…
—Dime.
—Descansa un poco —recomendó—. Usa cualquiera de las camas. El funeral será pronto.
Su vástago asintió con la cabeza, al igual que Felicia minutos antes, más fue ahora la fémina la que se alejó, más no para dormitar o alguna acción que se le pareciera. Se limitó a sentarse en el sofá y sumirse en los recuerdos que le brindaba la casa. Pensó, en un acto ególatra, que todo augurio de mal tiempo de Minnesota la había seguido, y casi lo creyó, pues en un acto rutinario, vio el tiempo en ese estado en el cual todo vestigio de tormenta había desaparecido; en Nápoles en cambio, e irónicamente, las nubes parecían llorar junto a ella, recordándole en todo momento su tristeza. Frunció el ceño y dispuso a revolver en su maleta; no le gustaba el color negro, lo había usado mucho en un momento complicado de su vida y por ende le traía malos recuerdos. Tal parecía que aquel color seguiría recordándole eventos desafortunados.
Cuando su hijo se acercó a ella, vestido también completamente de negro, la mujer llamó un taxi. Lo más sagrado sabía que prefería estar en cualquier lado, menos a donde se suponía debía ir.
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Supongo que ya se dieron cuenta más o menos por dónde va la trama.
Imbranato significa alucinado en italiano. Me inspiré en escribir esto escuchando la canción, del mismo nombre, de Tiziano Ferro.
Eso. Los reviews-críticas serán bien recibidos.
¡Saludos!
