Regina Mills/Castillo Encantado

La maldición se extendía por las habitaciones, pero yo la precedía. Sabía muy bien en qué dirección avanzaba, el lugar al que iba. Tenía que ver el rostro de Blancanieves antes de que la maldición cayese sobre nosotras. Aunque no fue a ella a la que me encontré en la cámara. No obstante, herir a su familia podía ser consuelo suficiente para mí. El príncipe y, en sus brazos, la supuesta causa de mi destrucción. La salvadora. Una sonrisa cínica apareció en mis bellas facciones.

_ ¿Y cuál es exactamente vuestro plan?_ pregunté, ignorando el hecho de que el monarca me apuntaba con su espada.

_ Eso no os importa. Pero tened por seguro que os venceremos. Aunque nos lleve tiempo, jamás ganaréis.

_ Os equivocáis, campesino. Ya he triunfado, y esta vez tendré mi final feliz. Seré la única que lo tenga.

Oí un sonido de temblor, y la puerta se salió de sus goznes y una mujer de cabello pelirrojo hizo acto de presencia. Sus cabellos pelirrojos se arremolinaban, producto de un viento que no existía. Sus ojos, teñidos de sangre, me observaban con genuina rabia. Era un contratiempo calculado, pero que no esperase que fuese a atacarme en aquel mismo momento.

_ ¡Me has mentido, Regina! ¡Me prometiste que volvería con él!_ Exclamó, haciendo temblar toda la estancia.

_ Y lo harás._ le aseguré.

_ ¿Y de qué servirá si no recuerdo a mi marido? ¿De qué?_ Exclamó, mientras me amenazaba con sus prominentes caninos.

Eso era propio de los vampiros, esa rabia indomable, pero pronto se desvanecería, en cuanto la maldición cayese, ella sería tan sólo una profesora de escuela y yo sería la alcaldesa. En cuanto la maldición cayese, nadie sería capaz de desafiarme.

Pero ahora sí podía hacerlo, y por ello conjuré una bola de fuego, aunque al lanzarla ella usó su gran velocidad para esquivarlo. Se me echó encima y me lanzó contra una pared. Traté de usar mi conjuro de transformación para evitarla, convertirme en algo pequeño que no pudiese ver. Sin embargo, en mitad del hechizo me aferró con las manos, lo que me dejó a medias.

Era una versión infantil de mí misma, que se debatía por escapar de aquella presa, mirando a la mujer que me tenía como si fuese un maniquí, observé un momento al príncipe, que llevaba a su bebé al armario. Eso no podía permitirlo. No después de saber que ella era la salvadora.

Afortunadamente, Anzu decidió lanzarme de nuevo. Choqué contra el príncipe, me di un golpe contra la puerta del armario y me colé dentro. Después de ello la oscuridad hizo presa de mi mente. Sentía como poco a poco mi consciencia se iba deshaciendo, como mi mente se rompía en pedazos.

Anzu Stealer/Storybrooke

Recordaba. Aún lo recordaba todo, incluso después de que la bruma se hubiese apoderado de todo. Recordaba a Regina, entrando en el armario. Al príncipe desesperado porque su hija no había podido cruzar, porque estaban condenados, porque lo estábamos. Recordaba mi nombre. Pero aún así tenía miedo de abrir los ojos y ver donde estaba.

Cuando lo hice me encontré a mí misma en una cama amplia, vestida con un sencillo pijama gris. Me puse en pie, sintiéndome algo mareada, y descorrí las cortinas. Ante mis ojos aparecía una ciudad, como jamás hubiese visto. Las casas tenían un recorte particular, que jamás había visto en el reino encantado. De modo que ese era el lugar al que Regina había decidido enviarnos.

Realmente no parecía un lugar tan detestable, excluyendo que yo sería la única que conservase sus recuerdos. En ese momento noté una sensación en el estómago que echaba de menos. Algo tan sencillo como tener hambre. Los vampiros no tienen hambre. Pero estaba claro que ya no era un vampiro. El hechizo había retirado hasta la última gota de magia de mi cuerpo.

La sed había desaparecido por completo. Pero no lo habían hecho mis preocupaciones. Yo recordaba, pero no lo hacían las personas a las que amaba. ¿Qué podría hacer con respecto a ello? ¿Vivir una vida que no era la mía? Tampoco tenía otra elección, a decir verdad. Ataqué el fondo de armario, me puse uno de los muchos vestidos de ejecutiva que allí se encontraban y decidí salir a la calle.

Cuando lo hice, los recuerdos de mi vida ficticia parecieron golpearme repentinamente, como si me hubiesen dado un fuerte mazazo en la cabeza. Sentí alguien que se acercaba a ayudarme por me estaba tambaleando. Ya no estaba acostumbrada a la debilidad de un cuerpo humano.

_ ¿Está bien, alcaldesa?

_ Sí, estoy bien doctor Hopper, no se preocupe._ Le dije, recuperando la compostura.

Esa era yo, la alcaldesa de Storybrooke. Al parecer ese puesto era el que Regina había escogido para sí misma, y yo me lo había llevado de rebote. La mujer más poderosa de Storybrooke. Ese sería el primer día de muchos, e iba a tener que acostumbrarme a ello.

Regina Mills/La cuneta

Me dolía todo el cuerpo. Y cuando trataba de volver mi mente atrás, tan sólo alcanzaba a recordar un fogonazo de luz y el dolor que estaba sintiendo en aquel momento. No había nada más, ni un pasado ni una sola referencia. Tan sólo mi nombre, Regina Mills. Era lo único que persistía en aquel vacío. Era una niña desamparada en una cuneta. Pero no estaba sola. Había alguien conmigo, un chico que parecía tan perdido como yo.

Aunque él al menos llevaba un vestuario adecuado a su talla. El vestido que llevaba encima debía ser unas cincuenta tallas por encima de la ropa que debía llevar. Era una prenda para una mujer adulta, y yo era una niña. Una niña asustada. Aunque el chico no parecía estarlo.

_ ¿Eres Emma?_ Me preguntó, examinándome de arriba abajo.

_ No, yo soy Regina… ¿Y tú quien eres?

Me miró como si no se creyese lo que le estaba diciendo. ¿Tan raro le parecía mi nombre? Me tocó con un dedo, como si me fuese a desinflar. Tuve ganas de llorar, porque me sentí como si fuese un alien. Finalmente pareció darse cuenta de que no había nada en mí que no se viese a simple vista.

_ Yo soy August._ me dijo el chico, cogiéndome de la mano._ Ven conmigo.

Asentí y le seguí, aun con cierta reticencia. El vestido se me iba a caer, y no quería correr por ahí desnuda. Aunque no sabía quién era, tenía un claro sentido del pudor. Afortunadamente no tardamos mucho en llegar a una cafetería. August parecía saber qué hacer, y yo le dejaba hablar por mí.

Realmente parecía tonto que un chico que aparentaba tener al menos cuatro años menos que yo fuese el que me estuviese guiando. Pero sin mi memoria, estaba tan perdida como un bebé. Y parecía que absolutamente nada lograba activarla. Aunque quizás, lo que había más atrás no era agradable. Quizás me conviniese dejarme llevar y ver qué ocurría.

Atrás sólo había oscuridad. A fin de cuentas, había aparecido en una cuneta. Y no dejaba de pensar en ello mientras me vestía con las prendas que me acababa de regalar la camarera de la cafetería, que eran de una prima suya al parecer. Quizás si volvía atrás tan sólo recordase un pasado en el que nadie me había querido, y por ello me había abandonado.

Y con ese pensamiento decidí que estaba claro que iba a empezar una vida nueva. Encontraría una familia, una que me quisiese. Y forjaría un nuevo destino, aunque tuviese que hacerlo sola. Y algo me decía que así sería, que August no iba a estar cuidándome como lo estaba haciendo en aquel momento.

28 años después…

Hoy era el día en que cumplía treinta y nueve. Una fecha que debería ser marcada por la alegría y el gozo, pero que a pesar de todo, no lo era. La celebración me parecía vacía y carente de sentido, porque la gente con la que la celebraba no sentía verdaderos sentimientos por mí. Cuando todos se fueron saqué un pastelito que tenía en la nevera y le puse una vela de cumpleaños.

_ Desearía que hubiese alguien que me quisiese de verdad. Alguien que me buscase por quien soy, y no por el dinero que tengo._ susurré, soplando la vela.

Casi al instante escuché como llamaban a la puerta. Me dio un vuelco al corazón por la sorpresa y me quedé congelada. Cuando volvieron a aporrear la puerta me levanté y la abrí. Me encontré cara a cara con un niño que al verme sonrió ampliamente.

_ ¿Puedo ayudarte, pequeño?_ Pregunté amablemente, inclinándome para quedar a su altura._ ¿Has perdido a tu madre?

_ Bueno, eso depende._ Dijo él, sin dejar de sonreír._ ¿Eres Regina Mills?

_ Sí. ¿Por qué?

_ Yo soy Henry, y soy tu hijo.

_ Pero yo no tengo…

_ Hace diez años diste a un niño en adopción. Ese niño era yo.

No podía verme, pero estaba más que segura de que me había quedado blanca. Aquello no podía ser, y sin embargo en lo que no dejaba de pensar era en la estúpida idea de que acababa de concederse mi deseo. Sin pararme a pensar, lo rodeé con mis brazos y apoyé mi rostro en su hombro.

_ Lo siento pequeño… Ese fue el mayor error de mi vida. Si pudiese volver atrás, te aseguro que lo haría.

_ Eso no importa ahora. Hay cosas más importantes que tratar. Tienes que ayudarme con la operación cobra.

_ ¿Operación cobra?_ Pregunté, sin comprender.

_ Te lo explicaré por el camino. Tienes que venir conmigo a Storybrooke.

Iba a decirle que tenía responsabilidades en Boston, que mi vida estaba aquí y no podía irme cuando yo quisiera. Pero algo en su mirada me disuadió. Parecía totalmente desamparado, igual que yo lo había estado cuando aparecí en aquella cuneta. Mis padres nunca me buscaron, y yo pensaba perpetuar ese ciclo.

_ Dame un momento para que coja unas cosas.

Cuando quise darme cuenta, nos encontrábamos en mi mercedes. Me costaba concentrarme en la carretera con él a mi lado. Era mi hijo, aquel que había tenido que abandonar. Había venido a buscarme. ¿Acaso no lo trataba bien la familia que lo había adoptado?

Anzu Stealer/Residencia Stealer

¿Dónde estaba? Llevaba horas buscando a Henry por todo el pueblo. En situaciones como aquella extrañaba mi olfato. Ni todo el poder de la alcaldesa de Storybrooke lo compensaba. Había acabado sola deambulando por el pueblo, buscándola yo misma, y había vuelto a casa cuando no daba más de mí, y estaba calada hasta los huesos.

Pero en cualquier caso, a pesar de saber que Graham seguiría buscándolo, no dejaba de estar intranquila. Ya había perdido a mis hijas, y ahora no quería perder a Henry. Él era lo único que me quedaba, pues bien sabía que mi marido seguía resentido conmigo, y que a pesar de mis esfuerzos, la gente del pueblo seguía completamente asustada de mí.

Pero no tuve mucho tiempo autocompadecerme, puesto que escuché como llamaban a la puerta. Me puse en pie, dejé mi vaso de soda en la mesa y, aún dolorida, me dirigí a la puerta. Esperaba que fuese Henry, que al fin hubiese decidido volver a casa. Pero nada más lejos de la realidad. Cuando abrí la puerta, sentía ganas de estrangular a la mujer que tenía frente a mí. No entendía cómo había llegado allí. Pero sin duda era ella. Regina, la reina malvada.

_ ¿Qué hace usted aquí?_ Le pregunté, sin embargo, logrando serenarme.

_ He venido a traer a su hijo de vuelta._ Me dijo, bajando la mirada.

No me reconocía. Pude sentirlo. Aquella mujer no era la misma que yo había conocido. Y habría encontrado casi divertida la situación si Henry no estuviese parapeteado detrás de ella como si se tratase de un escudo. Creía que ya sabía que no tenía nada que temer de mí, de su madre. Y sin embargo seguía haciendo aquellas cosas.

Porque él lo sabía. Conocía la verdad. Sabía quién era yo, y también quien era ella. Y a pesar de todo se protegía detrás de la reina malvada, de la mujer que había envenenado a su propia hijastra con una manzana. ¿Acaso creía que era mejor que yo?

_ Henry, estaba preocupada por ti. ¿Dónde has estado?

_ He estado con mi verdadera madre._ me dijo, entrando en casa a todo correr.

_ Disculpe, yo no pretendía…_ empezó Regina.

Pero se detuvo al observar mi mirada. La estaba atravesando con ella, perforándola. Veintiocho años de humanidad no podían hacerme olvidar todos mis siglos de instinto de depredadora. Tenía una clara mirada con la que indicaba que iba a comerme a aquella mujer.

_ Salga de mi porche._ Le espeté.