Los personajes que aparecen en esta historia pertenecen a Stephanie Meyer.

Antes de nada quiero dar las gracias a una de mis lectoras, una persona que me acompaña desde que comencé a escribir por aquí, que me ha recordado en alguna ocasión que me faltaba concluir esta historia y cuyo apoyo valoro muchísimo. Este capítulo te le dedico Rosh, mil gracias por estar a mi lado y por ser siempre sincera, incluso cuando no te ha gustado algo.


Capítulo 3. Futuro.

Respiré sin necesidad, con los nervios a flor de piel y el estómago tan encogido que pensé que nunca volvería a estar normal. Miré la espalda de él, curvada hacia delante, apoyado en la barandilla casi podía oír como calculaba el espacio que le separaba del suelo.

Me arrodillé y rogué al cielo porque me mirase de una vez. Le debía este momento, necesitaba compensarle por cada no, por cada desazón provocada y cada malestar escondido.

—Por favor —musité antes de que cometiese una locura—, no me niegues esto.

Se encogió de hombros y por un segundo pensé que saltaría pero no lo hizo. Se giró tan lentamente que estuvo a punto de pararse mi dormido corazón, sus ojos se agrandaron al verme en la posición en la que me encontraba.

No tardó ni un segundo en acercarse a mí, cien preguntas en sus pupilas y un si flotando en el aire.

—¿Podrás perdonar lo testaruda que he sido? —no contestó, ¿podía un vampiro entrar en shock?, cogí su mano y no reaccionó—. Lo siento, Edward, nunca debí hacerte esto.

—Acaso no te sometí a una tortura mayor —pronunció entre dientes, su voz sonaba lejana y su mirada ni me rozaban.

—Cásate conmigo, hazme tu mujer, Edward, y permíteme compensar cada una de las veces que te he negado —me miró y se levantó dejándome allí.

.

El sonido del mar me relajaba en aquel lugar apartado, sentada sobre la blanca arena. La suave brisa arrastraba ecos del pasado, de un tiempo en el que Edward y yo fuimos felices en Forks. Trataba de no perder ningún recuerdo y sin saber cómo, los iba reteniendo uno a uno. El primer beso, el cruce de nuestras miradas en aquella clase de biología, el roce de su piel… me estremecí, como si el viento pudiera congelar mi sangre.

Me giré para mirar a mí alrededor, perdida aún en las sensaciones compartidas, en los amaneceres en la campiña francesa, en sus palabras de amor siempre presentes para mí. Ciega, había estado tan obcecada en mis miedos que no había visto lo que hacía con él. Me estremecí lamentando tantas cosas.

—¿Puedo acompañarte? —la voz de Carlisle me sacó de mi estupor. Levanté la mirada y le observé frente a mí, asentí inquieta. En mis momentos de zozobra podía soltar cualquier incoherencia que me delatase, aunque intuía que él me conocía tanto que no le engañaba.

Se sentó a mi lado y, sin saber por qué, su presencia calmó mis temores.

—¿Demasiado pronto? —cuestionó y sonreí a mi pesar.

—No —negué con la cabeza enfatizando aquella sencilla palabra—, demasiado tarde, hemos pasado por tantas cosas, por tantos momentos difíciles que me parece imposible lo que va a suceder en una hora.

Me sentía pequeña e infantil, inmadura en mis desvelos. Respiré hondo refugiándome en el romper de las olas, tratando de no pensar, de no seguir analizando nada. Cerré los ojos sabiendo que me quedaba poco tiempo.

—No importa el tiempo que haya pasado, Bella —abrí los ojos y miré su paternal rostro—, estáis juntos, ya acabó el momento de sufrir y es hora de que dejes de hacerlo. No podemos cambiar lo que sucedió, siempre lo recordaremos y formará parte de nuestra historia, pero empecemos a crear nuevas vivencias.

—Suena fácil —murmuré.

—Y lo es, te lo aseguro. Os lo merecéis, hija —sonreí, a pesar de todo sabía que tenía razón, no podía seguir viviendo en mis recuerdos, tenía toda la eternidad para estar junto a Ed. Era el momento de pasar página y escribir una nueva historia—. Alice se impacientará —agregó al notar mi cambio apenas perceptible, en definitiva me conocía tan bien como mi padre.

Me ayudó a levantarme y me estrechó en sus brazos, era fácil pertenecer a esa familia, incluso Rose comenzaba a entenderme y me apoyaba aunque no abiertamente. Seguía manteniendo su actitud hosca con Edward, pero eso eran rencillas del pasado, de aquella vez en que él la rechazó, que nunca cambiarían.

—Voy a apresurarme —añadí con un nudo en la garganta y deseando poder llorar de emoción.

Su sonrisa me acompañó de vuelta a la casa, donde mi mejor amiga taconeaba con impaciencia enfundada en un vestido que le sentaba estupendamente. Me sonrió y sin darme tiempo a nada, me sujetó por la mano y me llevó hacia la habitación donde estaba todo preparado.

Me dejé hacer sin protestar ni una sola vez y cuando todo estuvo listo, me dio los minutos que necesitaba para mí sola. Aún me agobiaba estar rodeada de tanta gente y los Cullen parecían entenderlo.

Me miré en el espejo y sonreí. Quizás algún día me acostumbraría a la obsesión de Alice por la moda.

—Estás preciosa —me giré y como si la hubiese convocado con mi mente, volvía a tener frente a mí a mi mejor amiga, a mi hermana. Con quien más injusta había sido cuando nos encontramos en Alaska—. No hagas eso —me pidió situándose muy cerca de mí.

—No me harás creer que además lees la mente —afirmé sonriendo tratando de alejar de mi cabeza las duras palabras que la había dicho aquel primer día.

—No, pero te conozco lo suficiente. Centrémonos en el presente, Bella, vivámoslo con intensidad. Te entendí aquel día, lo solucionamos hace tiempo —asentí de nuevo emocionada con la fuerza con la que me apoyaban y me querían— y el futuro… —se calló misteriosa, exhibiendo una sonrisa enorme.

—Para eso te tenemos a ti —me mordí el labio, respiré sin necesidad pero en los momentos tensos era lo único capaz de calmarme. La incógnita planeaba sobre nuestras cabezas— ¿Has visto algo?

—Que comienza tu boda —asentí mientras me abrazaba, miles de mariposas revoloteaban en mi estómago.

—A veces creo que si tú me hubieses visto tirarme de ese acantilado la historia hubiese sido distinta —dije sin poder detener el torrente de palabras, llevaba días pensando en aquello, soñando despierta en un pasado distinto al que había vivido—. Habría pasado a formar parte de la familia mucho antes y nos habríamos evitado tanto sufrimiento, tanto dolor innecesario.

—Puede ser —aseguró con un atisbo de tristeza en sus ojos— cuando tomamos una decisión forzosamente dejamos otras a un lado, pero cuando Ed se marchó quise volver muchas veces. Mas decidí esperar, simplemente quise creer que mi visión se cumpliría, que a pesar de todo acabaríamos siendo hermanas —se me encogió el alma al escuchar sus palabras, al comprender cuánto dolor reflejaba cada letra—. Aposté, Bella, por mis visiones y por ti, por vuestro amor tan enorme que era incapaz de morir a pesar de la distancia, pero el miedo a perder siempre estuvo allí.

—No lo hicimos —esta vez fue mi turno de abrazarla, estaban a mi lado y siempre sería así.

—Y a pesar de todo, estás triste —negué con la cabeza tratando de convencernos a ambas, fue en vano—, no puedes engañarme.

—Nunca quise casarme —confesé en un susurro aunque sabía que Edward no estaba cerca— y, sin embargo, la primera vez que imaginé mi boda con Ed, a pesar del temor, sabía que todo iría bien, que siempre tendría en quien apoyarme.

Rememoré aquel sueño en el que mi padre me llevaba al altar, en el que me sujetaba con fuerza y me prometía que nunca me dejaría caer. Sonrió enigmática y me agarró de la mano.

—Acompáñame —me pidió Alice.

—Demasiado misteriosa —susurré y obtuve una carcajada de su parte.

Recogí la falda de mi vestido de novia diseñado por ella. Aun me costaba entender que mi torpeza hubiese desaparecido del todo y la seguí a través de la casa acristalada.

Adoraba aquella Isla, era mágica, por donde mirase veía la tierna mano de Carlisle complaciendo a Esme. Cuando me habían hablado del lugar, una sola mirada hacia "mi madre" había bastado para que esta entendiese mi deseo y me ofreciese la isla apara la ceremonia.

Alice no estaba muy contenta, quería algo más ostentoso pero tras prometerle que podría organizarlo todo como quisiese su malestar se difuminó y comenzó a apresurarse para prepararlo todo. En una semana estaba todo listo.

—Después del baile os dejaremos completamente solos —informó y sonreí, necesitaba a Edward para mí sola.

Me detuve en el último escalón del porche y miré frente a mí como si estuviera ante una visión, no parecía real mas ahí estaban. Tragué saliva y corrí hacia ellos con mucho cuidado de no delatar mi condición.

Mis padres me abrazaron con fuerza, también ellos me añoraban, notaba el tono de disgusto en su voz cuando no conseguían tentarme para ir a verles más a menudo. Pero no podía darles la explicación pertinente sin entrar en un terreno en el que no se debían mover conmigo.

No pude pronunciar palabra mientras Alice encabezaba la marcha hacia el lugar donde todo estaba dispuesto para la ceremonia. Me dejé guiar, sonriendo sin creer en lo que tenía delante, mi amiga había hecho un trabajo magnífico. Era un sueño y en el centro, Edward.

Avancé hacia el altar del brazo de mi padre, con lágrimas sin derramar y el corazón rebosante de amor: "No puedo aceptar que tú me lo pidas, sólo hagámoslo" había argumentado mi Ed cuando me había mirado, en aquel escenario mágico que era París.

—Estás preciosa —murmuró tomándome de la mano—, pero me debes una respuesta.

—¿Acaso lo dudas? Hemos vivido cada instante juntos con intensidad, superado cientos de inconvenientes. Nunca pensé en qué esto acabaría de otra manera —agaché la mirada y por un segundo fui consciente de todos los familiares y amigos que nos rodeaban, pero no me importó. Alcé la vista y sonreí—. Eres mi mundo, Edward y no puedo concebirlo si no estás en él.

—¿Para siempre?

—Eso es sólo el principio —me coloqué de puntillas y posé mis labios en los suyos.

No hizo falta más, minutos después estábamos solos en aquel espacio mágico, en aquella isla que nos vería avanzar en nuestro matrimonio y nos otorgaría una intimidad que necesitábamos durante unos meses. Teníamos toda la eternidad para vivir con el resto de la familia y compartirlo todo sin excepción.

Dejé que me llevase hasta la casa en brazos, perdida en sus ojos, envuelta en el halo de felicidad que ambos habíamos tejido desde que yo renací.

Caímos sobre el sofá blanco de la sala, abrazados, sin pronunciar ni una sola palabra. Cerré los ojos, absorbiendo su aroma, rememorando los recuerdos más hermosos de nuestros primeros días.

—A veces pienso que aquel día, mientras bailábamos en la fiesta de graduación tuve que dar el paso —susurró a mi oído y yo negué—. Jamás quise hacerte daño, nunca podré resarcirte de aquel tiempo tan…

Apoyé mi dedo en sus labios y recibí un leve beso de su parte.

—Ya no más recuerdos, dejemos atrás los quizás y comencemos nuestra historia de nuevo. Esto es sólo el principio, Edward, y sólo debe importarnos ser felices —solicité y recibí la mejor de sus sonrisas.

—Comencemos entonces —se levantó llevándome con él, suspiré al ver la mirada pícara que me dirigió— ¿qué tal si empezamos con buen pie?

—¿Tratando de seducirme, señor Cullen? —cuestioné sin poder creer el cambio experimentado en él en menos de un minuto.

—Hoy y siempre, señora Cullen —me besó, borrando cualquier rastro de diversión e incendiando mi cuerpo.

Fin.


Lamento la espera, sabéis que siempre he intentado cumplir pero creo que me resistía a cerrar esta historia, era como acabar un libro que no deseaba terminar de leer. En Entre mis recuerdos he volcado muchas emociones, sentimientos y también mi parte más dramática, espero que la hayáis sentido tanto como yo.

Besos a mis niñas, mil gracias Mherary (sabes que siempre andaba pendiente de tus comentarios pero entiendo que hubo momentos en que no pudiste, lógico), Eddie (gracias por seguir a mi vera), Rosh (ya lo puse todo por arriba) y Chiarat (se que esta historia te gustó tanto como a mí, gracias cielo).

Al resto, gracias por llegar hasta aquí. Mil besos.