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~ Versos de colores ~

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Capítulo IX

De rosa

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"Pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca
"

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Miyako se despertó con una idea en la cabeza. Bueno, más bien con una revelación.

Empezó a sumar el maquillaje corrido en los ojos de Sora, el haberse encontrado a Mimi saliendo de la habitación de Takeru hacía ya lo que parecía una eternidad, la cara triste de Hikari aquel día que desayunaron juntas… Y se dio cuenta de que no sabía la razón de ninguna de esas cosas.

¡Eso estaba mal, fatal! ¡Era una verdadera catástrofe! ¡El apocalipsis de la amistad!

Así que, aunque le costó (porque seguía en esa fase de "luna de miel" del principio de la relación, y solo quería estar pegada a Daisuke todo el día) rechazó la invitación de su pastelito de ir a comer. En lugar de eso, mandó un mensaje a Hikari diciéndole que tenía que decirle algo urgente y que fueran a casa de las chicas. Y otro a Sora avisándole de que iban a ir a comer allí.

No dio opción a que se negaran. Era un gran superpoder que había aprendido de Mimi tiempo atrás.

Se llevó algo de comida de la tienda familiar y caminó dando saltitos hasta el piso de sus amigas, de buen humor. Todo últimamente le iba muy bien, había resultado que le gustaba al chico bobo que de alguna manera inexplicable se había colado en su cabeza, las notas iban mejor que excelentes y había encontrado un champú que desenredaba su pelo de maravilla. ¿Qué más podía pedir a la vida?

Casi se echó a reír al ver que Hikari llegaba sumida en una nube de buen humor muy similar.

Aunque frunció el ceño. Su sonrisa tenía nombre y apellido y ella no sabía cuáles eran. ¡Había que arreglar eso, pero ya!

Las ojeras de Mimi y los ojos rojos de Sora también tenían dueños, estaba segura. Y no tenían nada que ver con el alcohol, aunque estaba segura de que era la excusa que le iban a dar.

—¡Qué mal aspecto tenéis, chicas!

—Ay, Miya, no tanto entusiasmo… —se quejó Mimi.

—Estamos las dos con resaca —dijo Sora.

Bingo. Qué predecibles.

—No sé si me lo creo del todo. Ayer estuvisteis muy entretenidas como para beber demasiado… Hikari igual, desapareció casi toda la noche. Es más, se la pasó en el baño.

La aludida tuvo una reacción de lo más graciosa. Como un pajarillo hiperactivo, movió la cabeza en dirección a todas partes menos a Miyako. Y ella se echó a reír, mientras removía su sopa instantánea intentando enfriarla. Se llevó una cuchara a la boca, ardía tanto que tuvo que soplar un buen rato. Mientras tanto, sus amigas se miraban unas a las otras y, con sus grandes dotes de detective, se dio cuenta de que había quienes sabían algunos de los secretos.

Fue el momento de volver a enfadarse.

Guardó silencio un largo rato, esperando a que alguna de las otras tres se sincerase. Pero solo hubo algún comentario sin importancia y terminaron por sacarla de quicio.

—… sí, tengo que lavar el pantalón, pero no creo que la mancha salga… —decía Sora.

—¡Ya está bien! —Miyako acompañó el grito con un golpe en la mesa, que hizo que se vertiera un poco del agua del vaso de Hikari. Sus amigas casi murieron del susto—. ¿Desde cuándo no nos contamos las cosas? ¡Ya estáis soltando todo lo que os pasa! ¡Y, más importante aún, con quién! Sé que no estuvo bien que os escondiera lo que sentía por Dai, pero es que él es tan tarugo a veces que me moría de vergüenza. ¡Así que dejad de castigarme con secretos!

Koushiro sospechó que en su casa también había un secreto. Su padre le había llamado temprano para pedirle que fuera a comer con ellos y obviamente no se negó. Taichi le hizo prometer que le llevaría algo de lo que sobrara, porque era fan incondicional de la comida de su madre.

Cuando llegó y ambos lo recibieron, con una sonrisa más entusiasta de lo normal, le quedó claro que sí que había algo que no sabía y ellos sí.

¿Hay algo que frustre más a Koushiro que no saber? Nada.

Así que se armó de paciencia mientras charlaban de lo típico, respondía a las preguntas sobre la universidad o sus amigos, e iban poniendo la mesa. Estaba todo tan rico (en su piso con Taichi las únicas veces que había comida decente era porque traía de su madre o porque Daisuke o Mimi se pasaban por allí, deberían pensar en aprender), que casi se olvidó de ese secreto.

—¿Qué tal lo pasaste ayer? —preguntó su padre—. La señora Yagami le ha comentado a Yoshie hoy, porque se han encontrado en el mercado, que salisteis.

—Sí. Estuvo bien. —Trató de controlar su emoción. Pocas veces tenía que disimular cosas así, por lo que no supo si lo consiguió. Recordar el beso con Hikari hacía que no supiera dónde poner las manos. Ah, sí, estaba comiendo—. Nos salió barato porque Ken tenía descuentos. Pero nos fuimos pronto, de todas formas.

—Qué bien…

—¡Ay, no aguanto más! —Su madre estaba radiante. Extendió los brazos para agarrar las manos de su hijo—. ¡Tenemos una gran noticia que darte!

—¿Una noticia?

—Sí, te va a encantar.

La sonrisa de sus padres mientras se lo contaban no tardó en contagiársele. Era verdad que era una noticia fantástica, mejor de lo que habría esperado.

Pero… algo no dejó que se alegrase del todo.

Taichi tampoco estaba contento en ese momento. Y eso que el plato que Yamato había preparado debía ser lo mejor que había comido en un mes. Pero masticaba con parsimonia, con los ojos en el partido que repetían en la televisión, sin verlo realmente.

—No hace falta que te diga que eres imbécil, ¿no?

—Cierra el pico, Matty.

—Eso no hará que no tenga razón. —Taichi lo miró de reojo, con gesto de enfado.

—Me da igual. Me has insultado tanto a lo largo de los años que ya me resbala.

—No soy el único que te lo dice esta vez. Koushiro también lo cree.

—Ya, no dejó de molestarme anoche. Dice que Sora estaba muy rara, que Jou se mantuvo alejado de ella el resto del tiempo…

—Es que es verdad.

—Eso no significa nada. No cambia nada.

—¡Joder, Yagami!

—¡Joder, Ishida!

—¿En serio vas a dejarla escapar?

—Es que no lo entiendes. Jou es mejor para ella que yo. Y si por lo que sea no es Jou, ya llegará otro.

Yamato puso los ojos en blanco. No pensaba tener esa discusión otra vez, si su amigo quería ser el más tonto del planeta allá él.

—Pues vale. Luego, cuando la veas con un tío cualquiera, que por supuesto no va a quererla ni la mitad que tú… te preguntarás si de verdad eso es así.

Taichi no respondió. Se limitó a seguir comiendo en silencio, mirando sin ver la televisión.

Hikari estaba igual, sin saber cómo reaccionar a las quejas de Miyako, con los ojos fijos en un punto perdido de la pared. Su amiga tenía razón y ella se sentía culpable. Pero fueron sus lágrimas lo que hizo que hablase al fin.

—Me gusta Koushiro. —Sora y Miyako abrieron tanto la boca que fue cómico—. Anoche se lo dije, y me besó. —Resultó que podían abrir aún más la boca—. Y Mimi nos pilló.

—¡Y no me lo dices! —se quejó Sora.

—Ay, Kari, he estado este tiempo usando a Kou para intentar darle celos a Dai, y no me di cuenta de nada… Lo siento mucho —se disculpó Miyako, realmente avergonzada.

—No tienes que sentirlo. Fue mi culpa por no decírtelo. Y… por eso estuve rara ese día que me encontrasteis con Yamato, él me había besado pero yo le dije que me gustaba Kou, y que estaba convencida de que él y Miya tenían algo…

—¡Para, para! ¡Demasiada información! —la interrumpió Mimi—. ¿Yamato te besó?

—Sí… Lo hablé con él, le dije que en otro momento ese beso me habría encantado, me sinceré. Él lo entendió y está todo bien entre nosotros. Pero… no sabéis qué pasó… mi hermano nos escuchó.

—Eso explica por qué Iori me contó que Tai le dio un puñetazo a Yama sin motivo aparente —dijo Miyako.

—Y el qué quería hablar conmigo para que le diera consejo. —Sora se sintió realmente mal. Ella siempre había sido la que controlaba que esos dos no acabaran a golpes, pero había dejado que sus estudios la absorbieran y no hubiera nada más. Había sido mala amiga.

Charlaron un rato sobre ello, Hikari les explicó cómo Koushiro había empezado a interesarle y se preguntaron qué pasaría a partir de entonces. ¿Una nueva pareja en el grupo? Empezaban a surgir por todas partes…

Y, pensando en eso, Mimi le dio un codazo a Sora.

—¿Qué?

—Te toca.

—¿Por qué yo?

—Porque lo tuyo ya está medio resuelto.

—De eso nada…

—Cuéntamelo, por favor —suplicó Miyako, juntando las manos como si rezara.

—Es que… —Hikari se dio cuenta de que la miraba a ella, así que sonrió.

—Ya sé que mi hermano entra en la ecuación. Y sé que ayer fue un tonto, enrollándose con esa desconocida. Así que, solo por esta vez, te permitiré que le insultes un poquito.

Sora le devolvió la sonrisa y empezó el relato. Ese triángulo amoroso en el que se había visto metida de pronto, con Taichi robándole un beso en una fiesta y fingiendo olvidarlo, con Jou siendo su apoyo en un momento de estrés, con ambos compitiendo por sus atenciones. Y con Yamato dando lecciones de la vida.

—Está claro que Estados Unidos nos sienta bien a todos —alardeó Mimi, riendo—. ¿Desde cuándo Yama va hablando de sentimientos?

—Desde que Taichi está implicado, supongo —dijo Sora—. Pero quien me hizo darme cuenta de la verdad, fue Jou. Otro podría haberse aprovechado, él simplemente no me dejó besarle.

—Es tan caballeroso… merece una chica a su altura, deberíamos buscarle una. —Miyako empezó a fantasear en voz alta con la mujer ideal para Jou.

—Te recuerdo que también jugó sucio. Convenció a Tai de que se alejara.

—Ya, pero eso solo demuestra que es apasionado.

Miya siguió cavilando, mencionando a cada chica que se le ocurría que podría ser buena pareja para él. Enumeró las razones de por qué su hermana Momoe tenía que ser bastante considerada, o incluso su reciente cuñada Jun (y ahí fue cuando dejaron de tomarla en serio, si es que lo habían hecho en algún momento).

—¿Lo de ayer va a hacer que no des el paso y hables con mi hermano? —preguntó Hikari, interrumpiendo el listado de candidatas para enamorar a Jou.

—Mira, la verdad es que sí. Y me alegro de que pasara. —Sora se mordió el labio, no queriendo sonar enfadada ni dolida—. No quiero saber nada de él si tan rápido me olvida que se lía con la primera chica que encuentra. Todos decís que Tai me quiere pero es él quien me lo tiene que demostrar. Y no robándome un beso y luego fingiendo olvidarlo, ni siguiéndome solo porque ve que otro chico está interesado en mí.

Kari quiso defender a Taichi, pero en eso Sora tenía razón.

Recogieron la mesa, todavía charlando sobre el tema, y no fue hasta que se tiraron por los sofás que Miyako recordó algo muy importante.

—¡Te vi! —chilló, señalando a Mimi.

—¿Qué?

—¡Sí! ¡Al día siguiente de la fiesta por el regreso de Yamato! Estabas saliendo de la habitación de Takeru, por la mañana. Me dijiste, textualmente: "yo no he estado aquí, y tú tampoco".

—Pues tú también tienes cosas que explicar sobre eso… —Estaba claro que intentaba eludir el tema.

—Daisuke hablaba de tías buenas. Me deprimí, me emborraché y vomité. Kou lo limpió y Ken me dejó dormir en su habitación. Luego Iori me vio a la mañana siguiente llegando a casa con ropa de chico, se lo contó a Dai y por eso él se obsesionó con ello hasta que se dio cuenta de que está locamente enamorado de mí. Punto. ¡Te toca!

Mimi se sintió incómoda y un tanto acosada. Aunque, en realidad, tampoco pasaba nada. Sora sabía todo y Hikari probablemente también. Pero ya imaginaba los chillidos de Miyako cuando confesase…

—Hice el amor con Takeru.

Los gritos fueron más agudos de lo que esperaba.

Cuando Miya consiguió tranquilizarse, pudo hacer un relato de todo lo que había pasado. Su charla con Takeru de que no se arrepentían, lo raro que se comportó él con Michael, lo celosa que había estado de Hikari al pensar que a él le gustaba, cómo se sintió al cuidar de T.K enfermo, esos momentos íntimos cuando el padre de él tuvo el accidente y mientras bailaban en la discoteca… Y, finalmente, la distancia que Takeru ponía entre ellos cada vez que parecía que llegaban a algo.

—¿Por qué tenemos que ser siempre las chicas las que esperamos? —preguntó Sora, frustrada, cuando Mimi terminó de contarles todo.

—¡Exacto! Eres una mujer fuerte y decidida, no esperes a que él dé el paso, hazlo tú —animó Miyako.

Pero la opinión que más importaba a Mimi era la de Hikari. Ella le cogió una mano y le regaló una sonrisa tranquilizadora.

—Te lo dije anoche. Todo está ahí, solo tienes que abrir los ojos y verlo. No tengas miedo.

Y, con fuerzas renovadas, se fue corriendo a arreglarse, después de mandarle un mensaje a Takeru. La excusa para verse era que quería que hicieran unas galletas para llevarle al señor Ishida, cualquier recuperación era mejor con algo dulce que llevarse a la boca.

Takeru no tardó en aceptar la propuesta. Supo que había puesto gesto de tonto al leer el mensaje cuando Ken se empezó a reír.

—¿Qué pasa? —preguntó, intentando disimular.

—Nada, nada… Que me voy a tener que buscar una pareja pronto, porque entre tú y el "pastelito" vais a hacer que me sienta solo.

—Yo no estoy con nadie…

—Empiezo a pensar que es porque no quieres —dijo Ken—. ¿Ese mensaje era de Mimi?

—Sí. —¿Qué sentido tenía negarlo ya?

—Daisuke se olvidó de seguir investigando, pero no por nada voy a ser detective. Ya sé lo que pasó entre vosotros.

—Tampoco te chulees, que era fácil de adivinar.

—No es por eso. Es por tu cara, por la de ella. Se os nota. ¿Qué te decía en el mensaje, si puedo saberlo?

—Que viene para acá con ingredientes para que hagamos galletas para mi padre.

—Eso suena bien.

Ken le guiñó un ojo antes de levantarse del sofá. Caminó por el pasillo y entró, sin llamar, en la habitación de Daisuke (él siempre lo hacía, de todas formas, la privacidad con el jovencito terremoto-Motomiya era algo imposible). Lo encontró durmiendo boca abajo, babeando la almohada y balbuceando algo sobre Miyako. Lo zarandeó. Tardó varios minutos en conseguir que reaccionara.

—Venga, Dai, arriba. Deja la siesta ya. Vamos a jugar al fútbol un rato. Podemos preguntarle a Taichi y Yamato si se apuntan.

—No quiero, tengo sueño.

—No es por nada… pero no deberías dejarte. Estos días no sales tanto a correr, y no va a tardar en notársete. No querrás que Miya se dé cuenta…

Funcionó. Pobre Daisuke, qué fácil era manipularle.

Apenas diez minutos después ya estaban vestidos para hacer deporte y con una pelota bajo el brazo. Ken le dedicó un movimiento sugerente de cejas a Takeru, y el rubio solo pudo echarse a reír.

Pero agradecía el favor de dejarle la casa vacía, la verdad.

Intentó no esmerarse en lo que se pondría para recibir a Mimi, sabía que a la chica la moda le importaba (y él muchas veces pecaba de hortera). Entonces pensó que probablemente tendría que ponerse algo viejo para cocinar, porque podía mancharse… Acabó, después de dar varias vueltas al armario entero, por ponerse una camiseta cualquiera y unos vaqueros al azar.

Estaba pensando demasiado. Definitivamente.

Su corazón dio un vuelco cuando sonó el timbre. ¿Era emoción o pánico? ¿Cómo ambas sensaciones podían parecerse tanto?

Sonrió al encontrar a Mimi en el umbral de la puerta, vestida completamente de rosa. Era así como la recordaba de su infancia, la princesa de rosa. Con el abrazo que se dieron como saludo pudo oler su perfume.

Jazmín y azucena, estaba seguro.

Qué ganas de probar esa piel para ver si sabía tan bien como olía…

Negó con la cabeza. Tenía que centrarse.

—He traído todo lo que necesitamos —dijo ella, entusiasmada. Fue cuando él se dio cuenta de que iba cargada. Le quitó las bolsas de las manos.

—No hacía falta… Tienes que decirme cuánto te ha costado.

—Nada, nada.

—En serio, me sentiría fatal si lo pagaras tú todo.

—Me puedes compensar invitándome al cine algún día. —Mimi bajó la cabeza, avergonzada por sus propias palabras. Era absurdo, ¿desde cuándo era tan tímida? Ni que no hubiera ligado antes…

—Un cine y unas palomitas. O lo que quieras.

—Hecho.

Takeru sonrió al verla colocando cosas en su cocina. Sacó de una bolsa un par de delantales y le tendió uno a él. Tenía el dibujo de un cuerpo de hombre muy musculado.

—Espero que no sea una indirecta…

—Es de mi padre, he pasado por allí antes de venir —dijo ella, riendo—. Y no, tranquilo, no necesitas eso para tener buen cuerpo.

Fue el turno de él de sentirse avergonzado.

Sacaron los utensilios necesarios, repartieron los ingredientes por la encimera y empezaron a trabajar. Takeru resultó ser bueno amasando y Mimi no paraba de tararear mientras cocinaban. Era muy agradable, tenía buena voz.

—¿No has pensado nunca en dar clases de canto? —preguntó.

—¿Eres tú ahora el que hace una indirecta?

—¡No! Lo digo porque siempre me ha gustado cómo cantas, y quizá podrías hasta dedicarte a ello. Mi hermano tiene unos cuántos conocidos de su etapa de estrella del rock por la que las adolescentes suspiran. —Rieron. Mimi sintió un escalofrío cuando Takeru se colocó detrás de ella, muy pegado, y abrió el armario que tenía encima para sacar un bol.

—En realidad, no lo he pensado. O sea, de pequeña me imaginaba a veces siendo cantante o actriz o cosas así… Pero no querría dedicarme a ello. Es un mundillo difícil, dependes demasiado de lo que opinen otros y no sé si lo llevaría bien. Además, es como si hubiera fecha de caducidad muy pronto.

—Eso es cierto.

—Pero la razón principal es que no me gustaría transformar en trabajo esa pequeña cosa que siempre me relaja, que puedo hacer en cualquier momento. La cocina me encanta, es mi gran pasión, y no veo que pueda ser perjudicial para ello que me dedique a eso. Pero cantar… sí podría cansarme, acabar perjudicada por las modas… y prefiero que se quede para mí y mi gente cercana.

—Te entiendo —dijo él, pasándose el dorso de la mano por la mejilla porque le picaba pero tenía los dedos llenos de harina—. A mí no me gustaría leer por trabajo, porque probablemente me quitaría las ganas de hacerlo por ocio. Escribir es otra historia, es algo que quiero compartir, que cuanto a más llegue, mejor.

—Eso es, justamente… Te has manchado la cara de harina.

Mimi se rio. Cogió un trapo para limpiarle y después, como ella tenía las manos limpias (costumbre de cocinera de estar lavándoselas a cada segundo) le rascó la mejilla. Cada vez más despacio, hasta que fue una pequeña caricia.

Se quedaron callados, mirándose.

También había un silencio sepulcral en el campo de fútbol. Y eso que estaban jugando un partido. El día era nublado, así que no se veía especialmente bien, pero no hacía falta para darse cuenta del gesto de Taichi. Estaba completamente ido.

—¡Venga, capitán! —Lo animaba Daisuke, que iba en su equipo y hacía de portero.

No sirvió de mucho, Tai tiró a puerta y Yamato hizo una parada limpia. Y muy fácil, demasiado. Ken dudó un poco cuando el balón llegó a sus pies, porque el partido no estaba siendo demasiado justo.

—¿Queréis que lo dejemos? Podemos sino hacer unos pases, o tiros libres a puerta…

Taichi no necesitó que se lo repitiera. Se dejó caer allí mismo, donde estaba. Apoyó los brazos en las rodillas y mantuvo la cabeza gacha. Yamato chasqueó la lengua, se acercó a él e hizo amago de darle un golpe en la cabeza, pero acabó por darle una palmadita en el hombro.

—¿Qué te pasa, Tai? —preguntó Daisuke, sentándose frente a él.

—No me apetece hablar de ello.

—Oh, bueno…

—Perdonad, chicos, me voy. Necesito estar solo. Yama… —El aludido casi no acertó a atrapar las llaves que le tiró—. Ve a casa a ducharte y eso si quieres. Y quédate a dormir.

—Me vas a dar patadas otra vez…

—Es el precio de alojamiento. Eso o el sofá, tú dirás qué prefieres.

—Y también que te cocine…

—Pero yo pongo los ingredientes. —Taichi les dio una sonrisa desganada—. Iré a correr un poco, a ver si me despejo.

Daisuke se quedó mirando cómo su ídolo se marchaba. Torció el gesto, sin imaginar qué podía pasarle.

—¿Es que la rubia de anoche le ha dado calabazas?

—Tú en serio no te enteras de nada —dijo Ken, riendo.

Sora también reía, de algo que Miyako había dicho. Pero no tuvo importancia en cuando Hikari puso ese gesto, al leer un mensaje que acababa de llegarle.

—Es de Koushiro, ¿verdad?

—Sí… Me pregunta que si podemos vernos en un rato en el parque de al lado de casa. —Su voz había ido volviéndose más emocionada conforme lo decía.

—¡Ay! ¡Tienes que correr a casa a arreglarte! —chilló Miyako, emocionada.

—¿No estoy bien así?

—Claro que sí, pero igual quieres ponerte algo que caldee el ambiente…

—¡Miya!

—¿Qué? Quiero mucho a Kou, pero es bastante paradito. Quizá tengas que sacarle un poco de hormonas, y una falda o escote seguro que te ayudan.

—De verdad… —Hikari negó con la cabeza, riendo—. Dices unas cosas… En fin, será mejor que me vaya.

—Yo también me voy a ir, igual puedo cenar con mi pastelito en compensación con haber rechazado comer con él.

—¿Has rechazado algo para pasar tiempo con él? Vaya…

—No seas mala, tampoco pasamos tanto tiempo juntos. Y sí, era una cuestión de vida o muerte. De ello dependía mantener fuerte nuestra amistad.

Miyako las abrazó bien fuerte y las otras dos rieron. Sora se levantó para acompañarlas a la puerta y, cuando la abrieron, había algo ahí que no esperaban.

Un atolondrado Taichi, algo más despeinado de la cuenta, con una pequeña cajita en la mano y gesto de cachorrito arrepentido de haberse portado mal.

Takeru tenía un gesto bien distinto, parecía haber hecho un gran descubrimiento cuando probó la masa de las galletas. Mimi se rio.

—Deben ser las mejores que he probado en mi vida —dijo él.

—¡Ni siquiera están horneadas aún! No seas exagerado.

—Es que nunca se me habría ocurrido añadirles tantas cosas.

—La clave es pillar las medidas exactas y contrarrestar lo muy dulce con un toque salado, para que no quede empalagoso.

T.K robó un poco más de la masa, ella le dio un golpe en la mano porque a ese paso no iba a quedar para una tanda de galletas en condiciones. Reguló bien la temperatura y el temporizador del horno, ya precalentado, y metió con cuidado la bandeja. Ya solo quedaba esperar, así que se sentaron en las sillas del comedor mientras bebían un refresco y charlaban de esto y aquello.

Mimi, recordando lo que le habían dicho sus amigas, decidió ser algo más descarada en sus coqueteos. ¡Tampoco le iba a dar todo hecho! Y le aterraba, más de lo que quería reconocer, que él la rechazase. Así que se aseguró de tocarle el brazo, de juguetear con su pelo, de rozar su pierna como si fuera sin querer… Todos los pasos básicos del manual de cómo encandilar a un hombre.

¿Estaba funcionando? La sonrisa de Takeru era más grande, sus ojos estaban extrañamente brillantes y sus mejillas un poco encendidas. Mimi, si fuera una persona que observara desde fuera, diría que a él claramente le gustaba ella.

Así que, respiró hondo y se inclinó un poco hacia él, mirándole los labios. Él justo eligió ese momento para entreabrir la boca y ella pensó que estaba hecho…

Y sí que estaba algo listo. Las galletas.

El timbre del horno hizo que ambos dieran un respingo. Takeru se levantó con más prisa de la cuenta y fue hacia la cocina. Apagó el horno, se puso una manopla y sacó la bandeja de las galletas, que tenían una pinta buenísima y olían todavía mejor. Alabó de nuevo las dotes de cocinera de Mimi y se rascó distraídamente la mejilla.

—¿Otra vez te pica? Déjame ver, lo tienes rojo. Quizá sea una picadura…

La chica le agarró la cara con las manos y se puso un poco de puntillas para estar más a su altura. Él tragó saliva. De cerca, era aún mayor la tentación de besarla, de cogerla en brazos y meterla en su habitación, y volver a pasar una noche como la de la fiesta de Yamato.

No tuvo mucho tiempo para pensar en la tentación, porque ella le soltó y sonrió, diciendo que sí parecía una picadura. Quiso volver a acercarse, pero se escuchó la puerta de la entrada y a Daisuke, como siempre, alborotando. Así que se separó del todo, con un pequeño resoplido al que Mimi acompañó. Se dedicaron una sonrisa cómplice y ella se mordió el labio.

Takeru tuvo que apartar la mirada. Qué complicado todo…

—¡Hola, ya hemos llegado! —anunció Ken, y normalmente no lo hacía.

—¿Qué es ese olor? —preguntó Daisuke, entrando en la cocina y olfateando como si fuera un perro.

—Galletas, pero no para ti —respondió Mimi.

—¿Por qué? —Puso la mayor cara de pena posible.

—¡Son para el señor Ishida!

—Venga, dame solo una, es por una buena causa.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

—¡Para dársela a Miya, mi galletita! Me acaba de mandar un mensaje, viene luego a cenar, así que si se la doy se va a emocionar mucho.

Mimi pareció pensárselo. Takeru arqueó una ceja.

—¿En serio podrías no comértela?

—Lo juro, y si no que la selección de fútbol pierda todos los partidos —dijo Daisuke, llevándose una mano al pecho y poniendo la otra en alto.

—Sí que es amor de verdad…

—¡Pues claro!

Se echaron a reír. Mimi fue buena y le envolvió la galleta más grande con papel de color morado, cerrándolo con un lacito rosa. Había llevado de todo, la presentación era un tanto por ciento importante de disfrutar de la comida.

—Oye, ¿alguien sabe algo de Jou? —preguntó Ken, entrando a la cocina ya cambiado—. Me acaba de preguntar Iori, porque hablaron de no sé qué medicina que podría venirle bien a su abuelo y habían quedado en que hoy se lo diría.

—No sé nada de él —respondió Takeru, terminando de fregar algunas de las cosas que habían usado para cocinar—. Anoche no bebió demasiado, así que no debería estar tirado en casa con resaca, como le pasó después de la fiesta del cumpleaños de Jun, ¿os acordáis?

—¡Sí! Nos hizo prometer que no dejaríamos que ella se le acercara cuando ya hubiera bebido, porque lo convenció a hacer una competición de chupitos y no recuerda cómo.

—Ay, fue genial…

Mimi se mordió el interior de la mejilla, para guardarse lo que pasaba por su cabeza. Ya imaginaba qué le pasaba a Jou. No debía ser fácil haber rechazado a la chica que le gustaba y que sabía que no le correspondía. Pobrecillo. Debía recordar mandarle un mensaje por si quería hablar del tema, pero mejor dejarle un día de descanso.

—Bueno, va siendo hora de que me marche…

—¿No te quedas a cenar? —preguntó Takeru, desilusionado.

—Mis padres antes me han hecho prometer que cenaría y dormiría en casa hoy, así que no puedo. Otro día.

El chico asintió con la cabeza. Dejó las galletas en el mueble de la entrada, para recordar al día siguiente, cuando fuera a visitar a su padre, llevárselas. Y la acompañó a la puerta, después de que se despidiera de Daisuke y Ken, que empezaban a prepararse la cena.

Mimi, ya con un pie fuera, se volvió hacia Takeru y acercó su cara a la de él. Con una sonrisa muy, muy bonita.

Y él no pudo escapar más. Era el momento de tomar una decisión.

Hikari sí que estaba escapando, de la insistente Miyako. Después de que se despidieran a toda prisa de Sora y Taichi, Miya intentó convencer a su amiga de quedarse a espiar, pero no lo consiguió. Quizá habría podido si no hubiera un chico pelirrojo esperándola en un parque, uno al que tenía muchas ganas de besar con la misma tranquilidad con la que la había besado la noche anterior.

Así que salieron y se despidieron cuando cada una tuvo que tomar un camino distinto.

Hikari andaba a paso más rápido de lo habitual, deseosa de llegar al punto de encuentro. Aunque era antes de tiempo, Koushiro ya estaba allí, con los ojos fijos en el suelo y los brazos cruzados. Tardó en levantar la mirada cuando la escuchó pararse a su lado.

—Hola, Kou…

—Hola, Kari. —Ella le sonrió, él a duras penas pudo responderle.

—¿Pasa algo?

—Tengo que decirte algo…

—Oye, si te arrepientes del beso de ayer… bueno, lo entenderé. —Hikari sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Ella en ningún momento había contemplado la posibilidad de que él la correspondiera, excepto la noche anterior, así que lo decía en serio—. Seguiremos siendo amigos, como siempre. No tienes que sentirte mal…

—No, no, espera —la interrumpió Koushiro—. No tiene nada que ver con eso. Es que tengo que decirte algo. Bueno, tengo una noticia. Y quería que fueras la primera en saberla.

—¿Es mala?

—No, en realidad. A ver, tiene cosas malas, pero la mayoría es positivo para mí.

—Entonces me alegraré por ti.

—Ya, pero… Bueno, te lo diré. —Él respiró profundamente, ella le puso una mano en el antebrazo y le dio una razón más para ver lo malo de esa noticia—. Me han concedido una beca para estudiar un año en el extranjero. Es una gran oportunidad.

La mano de Hikari cayó, dejando de tocar a Koushiro. Y él sintió frío.

Taichi, por el contrario, estaba muy acalorado. Sora no había dicho una palabra ni se había apartado para dejarle pasar. Tenía esa mirada que ponía cuando él había hecho algo realmente malo.

Suspiró, ya sabía que había sido estúpido. A Yamato le encantaba tener una excusa para recordárselo.

Pero no por nada era Taichi Yagami, él no escapaba de las situaciones malas, sino que se enfrentaba a ellas. Aunque conllevaran que la chica que lo volvía loco lo mirara como si fuera el mayor indeseable del mundo entero.

Levantó el brazo y le tendió la caja.

—No pretendo comprar tu perdón —dijo, antes de que Sora pensara algo que no era—. Es solo que me apetecía… que lo he visto y me he acordado de ti, y por eso he venido corriendo.

Ella quiso negarse, quiso cerrarle la puerta en las narices… Pero se trataba de Taichi. La única persona en el mundo capaz de traspasar todas las barreras que Sora fuera capaz de inventar. Así que alargó el brazo y cogió la cajita. Al abrirla, encontró una horquilla horrenda con una flor de pétalos amarillos en el extremo. Quiso enfadarse, de verdad que sí, pero apenas pudo contener la sonrisa. Quizá, porque él hubiera recordado aquello.

—Ya sé que es fea, pero me ha recordado a esa que te regalé una vez… Sé que fue al revés, que la horquilla hizo que te enfadases, no que me perdonaras algo pero… Uf, no sé por qué me cuesta decirte las cosas, si siempre has sido una de las personas con las que más a gusto me siento. —Ya Sora no pudo aguantar la sonrisa. Además, sabía que ella tampoco había actuado precisamente bien. Con sus dudas, que debían haber hecho daño a Taichi, y por no haberle ayudado con el problema de Yamato besando a Hikari. No había estado ahí para él—. Precisamente por eso… Mira, lo voy a soltar y ya está. Que me acuerdo perfectamente del beso que te di, que me encantó, que no fue solo un calentón… Estoy enamorado de ti, Sora. Y… y ya está.

Ella solo pudo responder de una manera: robándole un beso. Igual que el anterior, no fue precisamente inocente.

Entraron al piso a trompicones, cerraron la puerta de la entrada con un golpe seco y con otro la de la habitación de Sora. Ella recordó que, convenientemente, Mimi un rato atrás le había avisado de que dormiría en casa de sus padres. Así que tenían total libertad.

Y pensaba aprovecharla bien.

Igual que Takeru tenía una gran oportunidad delante, lista para ser aprovechada. Los labios de Mimi a apenas unos centímetros, rosados, esperando a ser besados.

Ahí estaba, el momento de la decisión. Así que, en lugar de darle un beso en la mejilla, como hacía normalmente… o de juntar sus labios… retrocedió un paso y se despidió agitando la mano.

¿Por qué? Porque quizá era un completo idiota, pero tenía una buena razón para haber tomado esa decisión.


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Este capítulo (que qué largo me ha quedado, no lo sabía) está dedicado especialmente a Genee, por lo que pasa y porque además es su cumpleaños. ¡Felicidades, guapa!