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Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer

EL INVIERNO QUE PRECEDE A LA PRIMAVERA


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XXXI


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Con los ojos cerrados me dejé llevar por la suave caricia que los labios de Bella estaban dejando por mis mejillas, mis párpados, la frente, la línea de la nariz. Se saltó intencionadamente los labios, al conocer mis deseos, y rozó con suavidad la barbilla para seguir bajando hacia el cuello. Me estremecí y la carne se me erizó al sentir su respiración golpear aquella zona, y llené mis pulmones de aire. Inspiré profundamente, sintiendo como mi pecho se expandía como antes y los labios de ella pasear por mis pectorales hasta detenerse en la pequeña marca sonrosada desde la que poco antes había salido un tubito. Fue suficiente, un despertar así era el sueño de cualquier hombre; una preciosa provocadora repartiendo caricias sinuosas tras una noche en la que por fin habíamos vuelto a unir nuestros cuerpos después de un mes y medio. Mis brazos encarcelaron su preciosa figura bajo el mío en apenas un segundo y mis labios comenzaron a beber de los suyos. La había echado muchísimo de menos.

Había pasado más tiempo en el hospital del que jamás hubiera deseado. A pesar de que habíamos estado dos semanas de luna de miel, Dean había permitido que Bella tuviese unos días más para que se quedase conmigo en Forks, pero después de una semana tuvo que volver. En ningún momento quise expresar la disconformidad y la tristeza que sentí cuando Bella me dio la noticia. Aunque había estado preparándome los días anteriores para intentar sobrellevar algo que sabía que iba a llegar de un momento a otro, y a pesar de todo el cariño y la compañía ofrecida por mis amigos y mis padres, la soledad se empeñaba en aferrarse a mi corazón porque la echaba muchísimo de menos y las llamadas telefónicas no eran suficientes. No obstante, el deseo de querer volver a reunirme con ella fue la motivación que necesité para que mi recuperación fuese lo más acelerada posible.

Después de dos días de mi ingreso, me había cansado de los excesivos cuidados de las enfermeras y de mi padre, aunque también les estuve muy agradecido. Pasé momentos muy incómodos y dolorosos, otros cargados de melancolía, y unos cuantos entremezclados entre ese sentimiento que se siente cuando echas de menos a la razón de tu vida y quisieras tenerla a tu lado en esos momentos, y la sensación de que por muy lejos que esté al final tienes más confianza que nunca de que tu mitad no va a abandonarte en ningún momento y bajo ningún concepto.

Entre semana solía recibir las visitas de mis tíos, los padres de Bella, Jake, Emmett, Jasper, Alice, Rose y Leah. Josh, Irina y Maira también me acompañaron en muchas ocasiones. Mis amigos de Boston tampoco dejaban que pasaran más de dos días entre llamada y llamada. Me di cuenta en muy poco tiempo de que a todas aquellas personas que estaban a mi alrededor les importaba. Y me sentí querido; mucho en realidad. Bella no faltó ningún fin de semana. Los viernes solía llegar al hospital a la hora de la cena y hasta el domingo no se separaba prácticamente de mi lado. Tras dos fines de semana intenté convencer a mi padre de que me diese el alta, pero no hubo fuerza que le hiciera cambiar de opinión, apelando que no estaría mejor en ningún sitio que en ese hospital y, más tarde, que un viaje no era muy aconsejable.

Mi madre estaba encantada de tenerme allí a pesar de mi estado. Mi pulmón se recuperaba favorablemente y, cuando me di cuenta, el tubito que salía de un lado de mi pectoral había desaparecido para dejar paso a una pequeña cicatriz. La costilla tardó en soldarse un poco más, y mi impaciencia por volver a Seattle junto a Bella se acrecentaba día tras día también. Los paseos después de casi tres semanas por las calles de Forks hasta la taberna de Walter junto a Jake, Emmett, Jasper o Josh fueron un soplo de aire fresco después de todos los días que pasé en la habitación del hospital.

También, muchas tardes solía sentarme en la mesa de comedor de la casa de Rose y Emmett para hablar sobre el caso de Mike. Esos eran los momentos en los que más tenso solía ponerme. Esos, y cuando en mi habitación de soltero de casa de mis padres cada noche rememoraba la tortura que pasé en aquel espacio reducido y forrado con paredes de madera.

Lo que consiguió tranquilizarme unos días después, fue que el que había sido alguna vez mi mejor amigo y posteriormente la persona que casi había acabado con mi vida, había confesado, contra todo pronóstico, sus delitos. Desde aquel momento, gracias a su revelación que certificaba las pruebas que había reunido la autoridad, lo trasladaron a prisión preventiva a la prisión central de Olympic.

Todo indicaba que la pena sería alta debido a la gravedad del asunto, aunque según Rose, había un gran porcentaje de probabilidades de que fuese trasladado a un centro de salud mental debido al diagnóstico psiquiátrico que afirmaba que sufría un grave trastorno mental. Por lo que Rose me estuvo explicando y las pocas referencias que tenía sobre psiquiatría, Mike podía estar sufriendo algún tipo de alteración perceptiva acompañada de ilusiones, trastornos afectivos y conducta inapropiada que le hacían mutar su realidad. Y lo cierto era que jamás me había dado cuenta de aquella labilidad emocional tan palpable que había manifestado tan abiertamente, como algo innatural, el día que decidió secuestrarme.

Fuere como fuere, tras la confesión de Mike demostrando su culpabilidad, Bella también se había quedado mucho más tranquila. Y podía notar su serenidad en ese preciso momento en el que observaba libremente su perfil satisfecho y sonriente apoyado en mi pecho mientras uno de sus dedos se paseaba disimuladamente por los alrededores de la marca rosada que me había quedado.

– ¿Vamos a quedarnos todo el día en la cama? – Preguntó de repente provocando en mi rostro una sonrisa mucho más amplia y canalla.

–A mí no me importa. – Respondí en un susurro ronco al mismo tiempo que uno de mis dedos acariciaba en espiral uno de sus sedosos mechones, y mi otra mano repartía caricias a uno de sus brazos. – Se puede decir que me encuentro en el paraíso. Solo te necesito a ti aquí. – Dejó un beso en mi pecho y se incorporó un poco mostrando una preciosa sonrisa.

–Desde luego… – Susurró rozando mi nariz con la suya. –… es una tentación tenerte desnudo en la cama después de tanto tiempo. – Mi lengua provocadora se paseó por su labio inferior. – Y quiero más; mucho más.

– ¿No crees que te estás pasando un poquito de la raya? – Rio, rodeó mi cuello con sus brazos y volvió a tumbarse a mi lado, dejando que los míos rodearan su cuerpo también.

–Acabas de decir que no te importaría quedarte todo el día aquí. – Esta vez reí yo y dejé un beso en sus labios.

–Y es cierto, pero creo que estás haciendo alusión al sexo. – Contesté elevando una ceja.

– ¡Sí! – Contestó en una exhalación con los ojos entornados. – ¡Sexo duro con el señor Cullen! – Exclamó soltando al final una carcajada.

La observé reír, y volví a quedar maravillado con su hermosura. Era la mujer más preciosa que alguna vez había visto y estaba ahí, conmigo, desnuda y feliz, compartiendo un momento íntimo con el hombre más suertudo del mundo. Me quedé mirándola casi sin pestañear aun cuando su carcajada se tranquilizó y me devolvió el reflejo de la sonrisa bobalicona que estaba seguro que le estaba dedicando antes de acercarme a ella por completo y presionar mis labios en los suyos, besándola con suavidad y veneración, alimentándome del amor que me daba, robándole los suspiros y volviéndome una vez más esclavo de sus deseos.

–Te prometo que nadie va a ser más feliz que tú a partir de ahora. – Le dije con el corazón en la mano.

–Solo me haces falta tú para ser feliz, Edward. Y ya te tengo para siempre. – Susurró quedamente sobre mis labios.

Seattle era agradable. Comenzar una nueva vida al lado de la mujer más maravillosa del mundo me hacía sobrellevar mejor el estar alejado de Forks y de sus verdes paisajes. Despertar cada mañana a su lado, recibirla a su vuelta del trabajo con algo improvisado para cenar, observarla escribir con sus gafas, llevarla del sofá a la cama cuando caía rendida por el cansancio aguantando mi incontrolable excitación, o hacer realidad sus pequeños deseos, se habían convertido en mi día a día y en mi razón de vivir. Solo había algo más que haría nuestra vida perfecta, pero estábamos trabajando en ello, y con mucho gusto.

Me apoyé contra la pared ahogado en el agradable perfume de flores que desprendía el cabello húmedo de Bella y la acerqué un poco más a mí rodeando su cintura con mis brazos. Como las restantes ocho personas presentes en la habitación del hospital de Forks, ella permanecía hipnotizada por el pequeño bultito envuelto, de cabello rubio que Rose acurrucaba tan cariñosamente entre sus brazos y al que no quitaba ojo de encima. Solo se escuchaban elogios, palabras dulces y tiernas, y risas en un ambiente en el que la felicidad reinaba en todo su esplendor.

Habíamos pasado por momento difíciles hacía algunos meses cuando nos llegó la noticia del suicidio de Mike. Nadie sabía las verdaderas razones de aquel acto, y aunque los psicólogos y psiquiatras lo atribuían a su grave trastorno, yo no lo tenía tan claro. Faltaban escasos días para que llegara la fecha en la que el juez declarara la sentencia cuando recibí una carta suya a través de mis padres, en la que realmente parecía estar cuerdo. Se disculpaba por todos los errores que había cometido en el pasado y ciertamente transmitía con sus palabras la vergüenza por los actos que había cometido en una misiva de dos folios. Por eso me sorprendió muchísimo la noticia de su suicidio al día siguiente. Quizá recuperó su cordura y los remordimientos pudieron con él, o quizá los especialistas tenían razón y fue algo que ocurrió como consecuencia de su psicopatología.

No pude alegrarme de su muerte y Bella tampoco, pero después de lo que nos hizo vivir, hasta el punto de que casi me quitó la vida a mí y la puso en peligro a ella, sí sentí algún tipo de paz interna que cobardemente me guardé y de la que no hice partícipe a ninguna persona. Sus delitos desaparecieron de repente junto con el peligro y el miedo de que algún día pudiera hacerle algún daño a Bella. Había conseguido algún tipo de objeto punzante y había sido capaz de clavárselo con tanto ahínco que había logrado su propósito.

La vida podía ser realmente cruel en algunos momentos, pero situaciones como las que habíamos vivido debido a aquella persona, nos hacían valorar mucho más lo que teníamos. Y yo tenía entre mis brazos a una preciosa mujer a la que jamás dejaría escapar.

– ¡Matt, papá está aquí! ¡Matt!

–Cariño, deja de revolotear alrededor de tu pobre hijo. – Rose le lanzó una mirada de advertencia a Emmett que hizo aguantarnos la risa a Jake y a mí.

–Lleva durmiendo mucho tiempo. ¿No tendrá hambre? ¿No huele un poco mal? A lo mejor necesita que le cambiemos de pañal. – Abracé más fuerte a Bella y hundí mi rostro en su cuello, queriendo disimular la carcajada que también Jake estaba a punto de soltar. Rose llenó sus pulmones de aire, en un claro gesto de reunir paciencia.

–Emmett, estás exagerando demasiado. – Le contestó seria.

–Solo me preocupo. – Se escuchó un suspiro de Emmett. – ¿Eso que tiene en la frente es un arañazo? ¿Pero cómo…? – No pudo terminar la pregunta pues la carcajada de Jake se hizo eco en la habitación en la que estábamos. Sumergí literalmente la cabeza entre el pelo de Bella y me reí también. Emmett sonaba tan primerizo. Sentí temblar a mi preciosa provocadora entre mis brazos y supe que también estaba riendo. – Os hace mucha gracia, ¿no? – Preguntó con el ceño fruncido. Esta vez se nos unieron Jasper, Alice y Leah.

–Es que… – Jake se aguantaba el estómago – Es que jamás te había imaginado de esa guisa. – Emmett cuadró los hombros.

– ¿De padre? – Seguía con el ceño fruncido y serio. Algo inusual en él. Rose puso los ojos en blanco sin quitarle los ojos de encima al pequeño Matt. – Un día comprobarás que no hay nada más importante que esto. – Continuó llevando una de sus enormes manazas a la cabeza del pequeño bebé.

– ¡Te estás poniendo sentimental! – Se burló Jake riendo de nuevo. Emmett solo se encogió de hombros, y sonreí sintiéndome orgulloso de él y comprendiéndolo un poco. Aunque Bella aun no daba señales de estar embarazada estábamos en medio del proceso. Quería un hijo, y no veía el momento de que ella y yo lo miráramos como Rose y Emmett miraban a Matt.

–Chicos, lo siento pero tengo que irme. – Dijo Leah de repente rompiendo el silencio unos segundos después.

– ¿Y cuál es la prisa? – Preguntó Jake cuando ella se despedía del pequeño Matt con un beso en la coronilla.

–Tenía planes y no sabía que este chiquitín nos sorprendería hoy. – Respondió sonriéndole a Rosalie. Matt se había adelantado unos días.

–Estás muy misteriosa.

–Y tú muy curioso. – Contestó ella con el ceño fruncido. Jake elevó una ceja.

–De acuerdo… No preguntaré más. – Dijo él apoyándose en la pared de nuevo.

–Mañana volveré. – Se despidió Leah desde la puerta.

– ¿Qué os pasa? – Pregunté en cuanto se cerró la puerta.

–Nada, ¿qué nos va a pasar? – Se llevó una mano a la cabeza y cruzó los tobillos aun con la espalda apoyada en la pared.

–Estabais un poco tirantes el uno con el otro, ¿no? – Comentó Rosalie. – O eso me ha parecido a mí también.

–Es verdad, Jake. ¿Qué ha pasado? – Cuestionó esta vez Bella.

El interpelado se alejó de la pared como si quemara y nervioso comenzó a gesticular con las manos mientras empezaba a hablar.

–Creo que está conociendo a alguien más. – Fruncí el ceño.

– ¿Y eso te parece mal? – Pregunté extrañado. Jake la había dejado hacía meses porque según él no estaba enamorado de ella.

– ¡No! No, que va.

– ¿Y entonces cuál es el problema exactamente? – Indagó de nuevo Bella. Él se encogió de hombros.

–No quiero que le hagan daño.

–Tío… ¿estás seguro de que no sientes nada más que una bonita amistad por Leah? – La pregunta de Emmett hizo que Jake llenara sus pulmones de aire antes de fulminarlo con la mirada.

– ¿Es malo que me preocupe por ella? Hemos estado muchos años juntos, creo que es normal que siga estando pendiente.

–Tiene razón. – Dijo Alice. – ¿Por qué no dejáis de conjeturar cosas sin sentido? Jake ha compartido muchos momentos con Leah, y está claro que aunque no esté enamorado de ella le sigue importando. Yo lo entiendo. – Lo defendió mi prima encogiéndose de hombros.

–Es una lástima que hayáis acabado así. – Suspiró Rose acariciándole un bracito a Matt. Jacob bufó de mala manera y volvió a apoyarse en la pared.

–Chicos, sé que os encantaría que siguiéramos juntos, pero no seríamos felices. – Volvió a encogerse de hombros con los brazos cruzados sobre el pecho. – Y estoy seguro de que no es lo que queréis. Además, independientemente de la opinión que tengáis, intento rehacer mi vida. – Sonreí y dejé un beso en el cuello de Bella al recordar que no hacía mucho Jake me había contado que había quedado con una chica.

– ¿Eso quiere decir que estás con otra?

–Yo me ahorraría ese tono de reproche, rubia. Y no, aun no estoy con otra.

– ¿La estás conociendo? – Inquirió Bella. Intentó sonar curiosa, pero pude notar la imperceptible desilusión que acompañaba a esa pregunta.

–Sí. – Respondió nuestro amigo.

–En, fin. – Suspiró Rose antes de dejar un beso en la frente de Matt. – Tendremos que empezar a hacernos a la idea de que el moreno buenorro algún día aparecerá con otra chica del brazo.

–Pues sí.

Bella giró la cabeza para dejar un beso en mi mandíbula antes de deshacerse de mi abrazo y avanzar hasta la cama. Le acarició suavemente con la yema del dedo índice la mejilla a Matt, quien reaccionó con un pequeño espasmo de sorpresa abriendo los ojos de repente. Después volvió a cerrarlos y siguió durmiendo como si jamás hubiese pasado nada. Aunque su futura madrina no podía quitarle los ojos de encima, emocionada.

– ¿Quieres cogerlo un rato? – Le preguntó Rose. Bella le sonrió y, mordiéndose el labio, cogió al pequeño.

–Eres un bebé precioso. – Le murmuró Bella acercándose su cabecita a los labios.

–Estoy segura de que pronto tendrá compañeros de juegos. – Comentó Rose en tono pícaro mirándonos a mí y a Bella.

–Pues la verdad, es que así como están siempre, cualquier día de estos nos dan la noticia. – Se burló Jacob. Bella arrugó la frente.

– ¿Y cómo estamos, según tú? – Preguntó ella.

–Todo el día besitos por aquí, abrazos por allá, miraditas que deberían quedarse en el ámbito privado… ¡Yo que sé! – Exclamó. – No tenéis pinta de estar jugando a las cartas cuando estáis en vuestra casa. – Bella lo ignoró, pero no pudo evitar su sonrojo.

–El día que te vea así con tu nueva amiguita me tocará hacer la gracia. – Contesté yo.

– ¿Yo? ¡Vamos!

– ¿Es que ya no te acuerdas cuando empezaste con Leah?

Y durante los minutos siguientes, a pesar de los intercambios tan diferentes de opinión sobre la pareja perfecta, me sentí muy bien, como siempre que nos reuníamos como hacía años.

Después de un par de horas más, Bella y yo nos despedimos para ir a casa de mis padres, pues volveríamos a Seattle al día siguiente, que era domingo. Caminábamos por uno de los pasillos del hospital cuando se soltó de mi mano y me pidió en un susurro que esperase un momento. Extrañado porque hubiese entrado al consultorio de mi padre y hubiese cerrado la puerta me acerqué justo un segundo antes de que ella saliese con una radiante sonrisa.

– ¿Qué hacías? ¿Para qué has venido aquí? – Pregunté. Ella suspiró y agarró el asa de su bolso con más fuerza.

– ¿Podemos llegar a casa y allí te lo cuento?

– ¡No! ¿Te pasa algo?

–Edward, estoy perfectamente. ¿Es que no lo ves? – Preguntó entrelazando nuestras manos y tirando de una de ellas.

–No, no lo veo. Has entrado en la consulta de mi padre. ¿Tienes algún problema? Por pequeño que sea me gustaría saberlo. – Insistí deteniendo su paso. Bella puso los ojos en blanco.

– ¡Mira que eres pesadito! ¿No puedes esperar cinco minutos más a que estemos en casa?

– ¡No, Bella! ¡No, porque cuando lleguemos estará mi madre, y nos entretendrá! Dime qué sucede. – Bella gruñó, apartó su mano de la mía y comenzó a caminar en dirección a la salida. – ¡Maldita sea! – Exclamé echando a correr tras ella.

– ¡Eh! ¿Tengo que recordarte que estás en un hospital? – La mano de Irina me retuvo sin verla venir. Lo había dicho dejando transparentar una sonrisa. – ¿Riña de enamorados o qué?

– ¡No sé! Lleva días más emocional de la cuenta, no sé si será cosa de chicas. Ya me entiendes… – Irina elevó las cejas.

– ¿Hasta cuándo vais a estar?

–Nos vamos mañana. – Contesté mirando hacia el final del pasillo. Bella ya había desaparecido.

–Mañana Josh y yo estamos de tarde. ¿Queréis que quedemos para desayunar?

–Sí, claro.

–Perfecto, pues luego te enviaré un mensaje para concretar la hora. Y ve a por Bella, creo que te estoy entreteniendo, ¿no? – Dijo riendo.

–Gracias, Irina. – Le contesté de forma irónica antes de salir casi corriendo del edificio.

Cuando llegué, Bella estaba apoyada en el coche de mi madre. Ahora que mi coche y el suyo estaba en Seattle los días que íbamos a Forks ella nos lo dejaba. Pulsé el cierre centralizado y ella entró sin mirarme. Respiré hondo cuando me senté al volante y giré la cabeza para mirarla.

– ¿Vas a decirme qué te pasa? – Tardó en contestar unos segundos que se me hicieron eternos antes de que golpeara con sus manos las piernas en un gesto de impotencia.

– ¡Quería que estuviésemos en otro lugar más íntimo pero está claro que voy a tener que decirte ya que estoy embarazada porque no eres capaz de esperar cinco minutos más! – Exclamó rebuscando en su bolso hasta ofrecerme un sobre que no miré.

– ¿Tú…? – Embarazada. Esa era la única palabra que mi cabeza trataba de procesar. Y no podía pensar en nada más. – Yo… – Tragué saliva.

–Sí, tú y yo vamos a tener un hijo. Y ahora arranca. – Me di cuenta de que la atmósfera que rodeaba el interior del vehículo era mucho más hostil de lo que habría querido jamás cuando ella me diese la noticia de su embarazo.

Había imaginado que ella se habría dirigido a mí con la más hermosa de las sonrisas, que yo la habría abrazado y besado y que después habríamos comenzado a hacer planes para el minúsculo bebé que durante los siguientes meses se formaría en su vientre. Lo que jamás habría esperado había sido una reacción como la que había tenido en esos momentos.

–Bella, vamos a tener un hijo. – Murmuré con la voz más dulce que pude, esperando que reaccionara.

–Eso he dicho. – Mi mano aterrizó en su rodilla tensa y entonces me miró con los ojos llenos de lágrimas retenidas.

– ¿Qué es lo que pasa? – Durante apenas tres segundos intentó aguantar el llanto, hasta que no pudo más y rompió a llorar.

–Que había esperado que sucediese de otro modo. Le había dicho a mi madre que invitase esta noche a tus padres para que tuviésemos algo más de intimidad. Por supuesto tu madre está al corriente y…

– ¿Mi madre sabe de tu embarazo? – Negó con la cabeza.

–Bueno, no del todo. – Sorbió la nariz y yo le sequé las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. – Me hice una prueba en Seattle con un predictor antes de venir, pero quería estar segura, por eso he tardado más de la cuenta esta mañana cuando dije que iba al baño.

–Ya entiendo.

–Me he mareado varias veces desde hace un par de semanas, y he tenido nauseas matutinas.

– ¿Cómo es que no me he dado cuenta? ¿Y por qué no me has dicho nada?

–Porque no quería que te hicieras falsas ilusiones. ¿Y si era otra cosa? – Le sonreí y acuné su rostro con las manos.

– ¿De cuánto estamos? – Un amago de sonrisa apareció en su rostro.

– ¿Estamos? La que está embarazada soy yo. – Aclaró arqueando las cejas.

–Ese pequeño también es mío. – Ella solo suspiró.

–De cinco semanas y media. – Sonrió dulcemente por fin. – Tu padre dice que tiene el tamaño de una semillita de sésamo. – Yo correspondí su sonrisa, más feliz que nunca.

–Acabas de hacerme el hombre más feliz del mundo, ¿entiendes? – Dije dejando un beso en sus labios. – Vas a darme un hijo. ¿Por qué no sonríes y me llenas de besos como he estado esperando tanto tiempo? – Ella arrugó la frente y se mordió el labio. Sabía que se estaba arrepintiendo por la manera en la que me había dado la noticia.

–Lo siento, Edward. – Dijo negando con la cabeza.

–Yo no. Tienes a un trocito de mí en tu vientre, Bella. Voy a ver como cada día crece un poquito más a través de ti. – Dije llevando una de mis manos a ese lugar. – Esto es un regalo, y lo que ha pasado hace un momento no tiene importancia. Te quiero, ¿de acuerdo? – Sus ojos brillaron de nuevo y sus labios comenzaron a curvarse tímidamente.

–Yo también te quiero. Perdóname. – Me pidió dejando pequeños besos en mis labios y rodeando mi cuello con sus brazos. – Lo siento, lo siento. Yo también soy feliz, muy feliz.

–Así es como te quiero ver. – Musité sobre sus labios con una grande sonrisa. – Y las flores por fin dan su fruto. – Bella frunció el ceño sin entender. – No me hagas caso, preciosa, y sígueme besando. Después iremos a casa y preparemos esa cena que tenías pensada.

Y en seguida sus labios volvieron a entretener a los míos.

El invierno es largo y frío. Las espesas y gruesas nubes cubren el cielo evitando que cualquier rayo de sol las traspase para alimentar cualquier vestigio de vegetación casi inexistente. Pero siempre llega el momento en el que uno es capaz de colarse entre ellas y poco a poco se abre paso para derretir la nieve que descansa sobre la tierra y calentarla. Un fino tallo verde comienza a crecer y una flor se abre, contagiando a las demás para que sigan su ejemplo.

El invierno junto con la oscuridad se aleja para dar paso a una primavera eterna llena de colores y calidez.

Mi corazón era una de esas flores en ese momento y latía con la mayor de las felicidades.


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Bueno chicas, pues como siempre me da muchísima pena despedir otra historia más... Me acuerdo de aquel día que me vino la idea a la cabeza. Tenía claro que iba a ser un OS, pero al final se fue alargando y alargando y bueno... salió esto :) Así que espero que la hayáis disfrutado tanto como la disfruté yo escribiéndola en su momento.

Quiero dar las gracias a todas las que os habéis molestado en dejar reviews y a las que, no tan silenciosamente como se dice, han pulsado el botón de favorito o el de seguir. Para mí ha sido un placer poder compartirla con todas vosotras :)

Os mando un besazo enorme... y quien sabe cuando volveremos a leernos ;)