SU POSESIÓN

Advertencias: Universo alternativo. Todos son humanos. Lemon
Disclamer: Los personajes perteneces a L.J Smith y al canal CW

Hola de nuevo! Vengo con un nuevo fic, que espero que os guste tanto o más que el anterior :) Ya sabéis que los coments incrementan mi motivación :P

CAPÍTULO 1

Para todos los demás, ese día, era como otro cualquiera, un día de trabajo duro bajo el caliente sol de Virginia, sin apenas agua ni descanso, pero no lo era para Elena. No había notado nada a su alrededor desde que se había levantado esa misma mañana, ni siquiera era consciente de sí misma. Había trabajado como todos los demás también, pero su estado de ánimo se asemejaba más a un espectro, sin vida, sin inmutarse por nada, no había hablado con nadie, comido ni bebido nada, de hecho hacía días que no hacía nada de eso.

Desde que se había enterado de su inminente compromiso, había dejado de hacer todas las cosas que alguien que se considerase humano hacía y que no podía dejar de hacer. Solo se levantaba de la cama para trabajar en los campos y cuando ya era tan de noche que no se podía distinguir el cielo de la tierra en el horizonte volvía a su casa, se metía en la cama e intentaba dormir, pero era algo que apenas lograba conseguir tampoco. Habría dado todo el dinero que hubiera podido conseguir en su vida, por haberse quedado en la cama solo un día. Al menos el trabajo la ayudaba a no pensar, o eso se decía ella, que tampoco era que hubiera podido alejar esos malditos pensamientos de su cabeza mientras lo hacía, pero llegado ese día ya nada tenía remedio.

Todavía era pronto cuando hubo terminado, aunque era el único día en el que Elena hubiera querido seguir trabajando hasta que su cuerpo se lo hubiera permitido, incluso lo habría hecho gustosamente hasta el amanecer, ya que necesitaba tener su mente ocupada, pero su madre y hermana le habían ayudado a terminar sus tareas lo más rápido posible para que pudiera tener un rato a solas, que la ayudase a pensar y a prepararse para lo que se avecinaba. Elena seguía sin hablar con ellas, les había retirado la palabra el día que se enteró de que la habían comprometido, un par de semanas atrás.

Miranda, preocupada, se acercó a su hija, dispuesta a hablarle del matrimonio, era su última oportunidad para explicarle lo que debe hacer una buena esposa, de la manera que tiene que comportarse ante su marido y amo y de cómo atender a todas y cada una de sus necesidades, ya que antes, no había podido hacerlo. Quería que Elena la escuchase, puesto que lo que iba a contarle era importante y necesitaba que prestase atención. Se acercó más a donde ella estaba y lo que vio le partió el corazón, su hija no sólo seguía triste por su inminente futuro si no que, además, estaba todavía enfadada con ella y creyó que su niña jamás llegaría a perdonarla. Era comprensible, reflexionó Miranda, después de todo, ella la había vendido, como si de una mula coja e inservible se tratara.

-Mi vida, ¿Cómo estás?.- Le preguntó con amor, acariciando su hermoso pelo y sentándose a su lado. Ella no respondió. Miranda le puso una mano sobre el hombro, la cual retiró Elena de un manotazo.- Elena, cariño, tienes que entender en la difícil situación en la que me habían comprometido. No pude negarme.

Elena seguía furiosa con su madre y profundamente dolida. Todavía no entendía cómo le había podido hacer algo así. Cada vez eran menos frecuentes los matrimonios por conveniencia o los que se realizaban para sufragar alguna deuda, sobre todo entre esclavos. Y lo peor de todo era que ni siquiera debían nada. Los esclavos tenían un dueño, debían cumplir con sus obligaciones y proporcionarles beneficios, pero casi siempre podía elegir con quien compartir su vida. Elena siempre había pensado que podría casarse con quien quisiera una vez llegado el momento, alguien a quien amaría y él a su vez la correspondería, aunque siguiera siendo una esclava toda su vida.

-Claro que no… no puedes negarte a nada de lo que él te pida, ¿verdad?.- Le preguntó resentida. Ahora ella lo sabía a la perfección.

-Elena, no...- Angustiada retiró la mirada de su hija, la cual tenía unas oscuras manchas sobre los ojos, que le atravesaron directamente el corazón.

-¿Qué, lo vas a negar?.- Miranda no contestó.- Te pide que le sirvas la comida… y lo haces. Te pide que le calientes la cama… y tampoco dudas en hacerlo, ¿Verdad mamá?.- Enumeró Elena.- Te pide me cases con su hijo y no te niegas.

-Mi niña, por favor, no me digas esas cosas.

-¡Ni siquiera lo pensaste!.- La recriminó.- Aceptas todo lo que te pide, todo, mamá.

-Sabes que no tenía elección, Elena, que no la tengo.

-Por supuesto que no la tienes.- Le dio la razón, puesto que ya no podía hacer otra cosa. Primero se debía a su señor, después a sus padres, ya que ellos siempre hacían lo mejor para sus hijos y una vez que estuviera casada, no se pertenecería ni a sí misma. En ese mundo, una mujer siempre era una esclava, fueran de la clase social que fueran. Resopló.- De todas formas ya no hay nada que hacer, me casaré con él y haré todo lo posible por ser una buena esposa.- Dijo con resignación.

-Elena, cariño, entiende toda esta situación. Tenemos que compensarle de alguna forma el favor que nos prestó. Ahora estaríamos muertas o habríamos contraído alguna enfermedad imposible de curar. ¡Nos ayudó!

-¿Pero por qué yo? Jenna es la mayor, ¡Ella es a la que tendría que casarse!.- No quería sacar a colación a su hermana, lo que le estaba pasando no se lo deseaba a nadie y menos a ella. Jenna era la persona a la que más quería y en la que más confiaba, pero no podía evitarlo, no quería casarse, se negaba a pertenecer a nadie más.

-Por favor, Elena.- Le dijo su madre intentando que entrase en razón.- Cuando tu padre murió, él nos ayudó sin pedir nada a cambio y es a ti a quién quiere su hijo, él está loco por ti.

-Sin pedir nada, hasta que empezó y luego no paró.- Replicó amargamente.

-¿Sabes que si nos hubiéramos negado habrían encontrado otra forma para que te casaras con él, no?

Elena tragó saliva sonoramente y asintió, sabía que cualquier muchacha que no tuviera nada que ofrecer no podría casarse, estaba segura que aquel hombre se habría encargado de que así fuera y ya no tuviera más remedio que casarse con él.

-Supongo que si…- Coincidió con ella.

Miranda observó a su hija y no pudo evitar fijarse en lo hermosa que era, a pesar de no tener la piel tan blanca como la porcelana, el cabello rubio y los ojos azules y comprendió a todo aquel que se sintiera atraído por ella. Todavía no sabía si aquello podría beneficiarla o hacerla caer en desgracia, según estaban las cosas, se parecía más a lo segundo.

-Mira el lado positivo.- Le dijo acomodando un mechón de su pelo tras la oreja.

-¿Lo hay?- Preguntó incrédula cruzándose de brazos.

-Claro que lo hay, te vas a casar con uno de los capataces, Elena.- Le dijo, como si aquella afirmación lo explicase todo, pero eso era una de las cosas que más miedo le daba, después de pasarse la vida viendo como los capataces maltrataban a los esclavos, no quería ser la esposa de uno de ellos.- Alguien con un pequeño poder aquí dentro.- Comenzó su madre, enumerando las ventajas.- Alguien que gana mucho dinero, que te dará un buen hogar donde criar a vuestros hijos y te tratará como a una reina. Elena, mi vida, nunca te va a faltar nada, no tendrás que estar todo el día bajo el sol trabajando por una miseria, nadie podrá venderte, maltratarte o matarte…- Elena tragó saliva sonoramente, pues no es precisamente lo que pensaba de lo que se podría librar.- Tendrás una vida mejor a su lado. Créeme.- Le pidió cogiéndole ambas manos y mirándola a los ojos.

Elena no sabía si hacerlo, nunca le había gustado cómo la miraba su prometido, ese brillo extraño que tenía en los ojos y su sonrisa… le daba escalofríos. Desde el día en que pudo observarle en uno de sus mejores momentos, cuando él, empuñando un látigo fustigaba con todas sus ganas a un esclavo muy mayor que se había desmayado por el cansancio, tenía un miedo horrible a quedarse a solas con él.

-Pero no le quiero.- Le dijo haciendo que sus lágrimas volvieran a empañar sus ojos, desasiéndose de sus manos e intentando por última vez que su madre entrase en razón.

-Aprenderás a hacerlo, Matt es un hombre bueno, honrado y además es verdaderamente apuesto, no creo que tengas problemas para amarlo algún día.

A Miranda le dolía estar mintiendo a su hija, pero tenía que tranquilizarla. Había visto a ese chico en los campos y era uno de los que más mano dura ejercía sobre los esclavos, a pesar de ser de los más jóvenes. Sabía que descargaba todas sus frustraciones con ellos, ya que no podían hacer nada por detenerlo, por suerte, a su familia nunca la había tocado. Su padre, era totalmente diferente a él, las trataba como si de verdad fueran su familia y hacía lo posible por ayudar. Nunca le había visto levantar el látigo sobre un esclavo y no había podido evitar enamorarse por segunda vez en la vida. De vez en cuando, Matt acompañaba a su padre a cenar con ellas y Miranda apreciaba lo mucho que su actitud cambiaba, era educado y amigable, pero era demasiado serio, contenido y miraba a su hija como a una pieza de carne, jugosa, sabrosa y caliente. Rogaba a dios con todas sus fuerzas que fuera igual de cariñoso y bueno con Elena cuando se casaran, como su padre lo era con ella, si no, jamás se lo perdonaría.

Elena volvió a sentir la mano de su madre recorriendo su cabello, acariciándoselo unos segundos y después como se levantaba y se iba, dejándola a solas con sus pensamientos.

D&E

El cielo comenzaba a oscurecerse cuando Damon Salvatore, heredero del ducado de DarkBlood, regresaba de Inglaterra junto a su hermano Stefan, a la plantación de cacao que su padre tenía en Virginia. Habían pasado la última temporada en Londres, conociendo a bellas mujeres, haciendo buenos negocios y bebiendo demasiado. Se habían divertido tanto que no querían volver a poner un pie en América, pero como le habían prometido a su padre, tenía que volver para cumplir con sus obligaciones.

Ambos habían vuelto decaídos, especialmente Damon, puesto que no sabía bien qué quería su padre de él. Esperaba que sólo fuera para pasar un poco más de tiempo juntos, ya que su padre pasaba largas temporadas ahí y ellos hacían todo lo que podían para quedarse en Londres, pero no lo creía en realidad, ya que Giuseppe en último año le había estado presionando para que encontrase una buena esposa, sana, joven y rica que le pudiera dar muchos herederos. Pero Damon se mostraba reacio a casarse, todavía le quedaban muchos años para disfrutar de su soltería y además controlaba a la perfección la plantación y todos los negocios con los que contaban. Así que lo que quisiese su padre de él o de ellos era un misterio hasta que hablara con él.

Además, le había hecho prometer que ayudaría a Stefan a encontrar algo con lo que ocupar su tiempo, ya que a éste solo le gustaba divertirse y gastar dinero. Dinero, que no ayudaba a reponer. No quería ocuparse de ninguno de los negocios ni emprender el suyo propio y tampoco quería alistarse. Lo más fácil para Damon era dejarle que hiciera lo que quisiera, pero era su hermano y tenía que ayudarle, aunque no se lo ponía fácil, esperaba que su padre le echase una mano en el tiempo que estuvieran allí.

Lo que los dos hermanos no esperaban encontrarse era con el recibimiento con el que se toparon al llegar: los campos estaban ya vacíos tras la dura jornada, las luces de las casetas en las que vivían los esclavos estaban encendidas y en la mansión, todas las doncellas correteaban de un lado a otro, los mozos trabajaban duramente para guardar arcones repletos de objetos cargándolos en varios el coches y su padre no estaba por ningún lado.

-¡Señora Forbes!.- A Damon se le iluminó la mirada en cuanto la vio bajando por la gran escalinata que presenciaba el recibidor. Ella respondió con una reverencia hacia ambos hermanos.

-Liz, milord.- Los hermanos llegaron hasta ella y la ayudaron a ponerse erguida.

-Ya sabes que con nosotros no tienes que hacer nada de esto.- Le recordó Stefan. Ella asintió.

-¡Mis niños!.- Reaccionó entusiasmada de volver a verlos, tomándole la palabra.- Os he echado tanto de menos…- Les confesó a la vez que les acariciaba las mejillas.- Por fin estáis aquí.

Damon sonrió mientras la envolvía en un abrazo, no sabía cuánto había echado de menos a esa mujer hasta que la había visto. Ella siempre los había cuidado y mimado, había sido la nodriza de los dos y una verdadera madre para ambos. Stefan sentía lo mismo hacia ella, incluso más fuerte que Damon ya que había sido la única madre que había conocido, porque su verdadera madre murió al darle a luz.

-¡Pero qué guapos estáis los dos!.- Los alabó orgullosa, porque aunque no eran sus hijos, los consideraba como tal.

-Liz ¿Y mi padre?.- Preguntó extrañado Damon una vez recuperado del encuentro.

-Vuestro padre está a punto de marcharse, Damon.- Respondió, tomándose la libertad de tutearlo.

-¿Cómo?.- Volvió a preguntar todavía sin podérselo creer.- ¿Se va?

-Hace tan solo una hora llegó una carta urgente desde Londres y como un loco, se puso a orquestar a todos los criados para que guardaran sus cosas lo más rápido posible.

-Pero si acabamos de llegar.- Dijo Stefan.- Y sólo hemos vuelto porque él nos lo ha pedido, podríamos habernos quedado allí.- Se quejó.- Esto es un asco.

Y Stefan tenía toda la razón, pensó Damon, cada vez más enfurecido. Su padre los había obligado a acabar con su diversión en Londres y hacerlos ir hasta allí ¿Y ahora se iba? Solo esperaba que tuviera una buena explicación. Lo peor no era eso, si no que allí, a unas horas de la ciudad no había nada que hacer, pensó frustrado.

Damon, seguido de su hermano, subió la gran escalinata y caminó hasta llegar a los aposentos de su padre, los cuales permanecían abiertos de par en par y Giuseppe Salvatore, duque de DarkBlood permanecía en su interior.

-¿Se marcha, padre?.- Le preguntó, apoyándose descuidadamente en el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre su pecho.

-Damon… Stefan…- Dijo ambos nombres sorprendido, se dio la vuelta encontrándose con sus dos hijos esperando una explicación sobre aquello.

La verdad, pensó Damon, era que su padre no tenía muy buen aspecto, estaba pálido, sudando como un cerdo, parecía que le costaba respirar y cada poco se limpiaba la frente con un pañuelo blanco intentando refrescarse y quitar algo de ese sudor. Algo malo debía haber pasado.

-Pensé que llegaríais en un par de días.- Confesó.- Iba a dejar una carta explicándoos qué ocurre.

-Bueno, ya no hace falta que la escribas.- Le recriminó Stefan.

-No os pongáis así, no tengo tiempo para eso ahora.- Les dio la espalda e inspeccionó cada rincón de la habitación como si estuviera buscando algo que nunca había estado allí.

-¿Nos vas a contar qué está pasando? ¿Por qué nos has pedido qué viniéramos para que ahora te marches de repente?

-Disculpe milord.- Una doncella les hizo una reverencia a cada uno de los hombres y se dirigió a Giuseppe cuando volvió a hablar.- Ya está todo listo.

-Bien, dígale al cochero que salimos en cinco minutos.

-Padre.- Lo llamó Damon.- Nos ha hecho venir y ahora se va, creo que al menos nos merecemos una explicación.- Su padre suspiró y se tiró de la camisa para despegarla de su cuerpo. Damon se adelantó un par de pasos.

-Acaba de llegarme una carta del rey, las cosas están bastante mal en Inglaterra después de la crisis económica del año pasado… Me ha pedido asesoramiento, muchos lores han perdido mucho dinero y el país está en crisis, le están presionando y él no sabe qué hacer, por eso tengo que irme y llegar allí cuanto antes.

Buena o no era una excusa, pensó Damon. No sabía cuándo se había convertido su padre en el perrito faldero del rey, pero si no fuera así, no tendrían todos los privilegios y las riquezas con las que contaban, solo deseaba no ser su sucesor cuando su padre no estuviera. Damon jamás podría comprometerse con nadie de aquella manera, no quería que nadie dependiera de él, porque sabía que no podría cumplir con las expectativas que requeriría cualquier compromiso.

-Nos ha hecho venir aquí para morirnos del asco.- Se quejó Stefan mirando a su hermano.

-Bueno lo siento chicos, no pensé que esto sucedería…- Stefan se tumbó en la cama de su padre y se estiró cuan largo era, poniendo sus zapatos sobre la colcha.- Al menos os pondréis al día con la plantación y los negocios que tengo por aquí.- Damon resopló, pues su padre siempre quería lo mismo de él.- Ahora tengo que irme. Stefan, ¿Por qué no sales un momento? Tengo que decirle a tu hermano algo antes de irme…

Damon lo miró con recelo, su padre volvía a pasarse el pañuelo por la frente perlada de sudor.

-¿Qué ocurre?.- Preguntó cautelosamente tras salir su hermano por la puerta, sabía que lo que le tuviera que decir su padre le iba a afectar de una manera u otra y que no iba a ser nada bueno.

-Has tenido suerte, Damon. Mucha, mucha… suerte. No sabes cuánto te envidio en estos momentos.

-A mí también me gustaría regodearme, créeme.- Le dijo irónicamente, todavía no sabía a qué se refería.

-Mira, Damon, esta noche, quizá en un par de horas vendrá aquí una chica…

-Vaya padre, ¿No decías que no me esperabas hoy?

-Y no lo hacía. Era un regalo para mí, pero como no puedo retrasarme… Verás, Damon, esa chica, va a casarse mañana.- Le dijo, como si con ello ya se lo hubiera explicado todo.

Damon frunció el ceño, buscando algo dentro de su cerebro que relacionase lo que su padre acababa de decir con cualquier otra cosa que no fuera lo que creía que le estaba diciendo, que le llevase a cualquier otra opción de la que rondaba por cabeza, pero no halló ninguna. ¿Todavía se seguían haciendo esas cosas?, pensó extrañado, peor aún, ¿Su padre tenía necesidad de hacerlas?. ¿Y por qué le decía que había tenido suerte, qué tenía que ver con él?

-¿Piensas acostarte con ella?.- Le preguntó incrédulo, una vez pudo reaccionar.

-No, Damon. Tú te acostarás con ella, por desgracia, yo tengo que irme.

-Padre, yo no…- Intentó en vano excusarse.

-Confío en que cumplas con tus obligaciones, Damon. Demuéstrame que mereces ser mi heredero.

-Siempre te he demostrado que lo soy, padre, pero esto es demasiado… ¿Es que volvemos al SXIII?

-¿No puedes con ello? Vamos, Damon, ¿No vas a cumplir con tu deber, me vas a fallar así?.

Damon seguía pensando qué podía hacer, estaba seguro de tener a su padre comiendo de la palma de su mano, de que si quería o no hacer algo lo haría y ni siquiera él podría detenerlo, pero todavía seguía teniendo una debilidad, una pequeña debilidad, que su padre utilizaba para contraatacar cuando le ponía entre la espada y la pared y ésa era su ego. Nadie podía decirle que no podía hacer algo, que estaba prohibido, que no estaba a su alcance, que no le pertenecía, o simplemente que no era correcto para que Damon reaccionase. Con él habían sido más duro que con su hermano, su padre, profesores e instructores, más fríos, inflexibles, exigentes, para que así pudiera conseguir todo lo que se propusiera. Lo habían criado para que fuera el mejor y eso era lo que Damon quería, a lo que aspiraba, puesto que no le habían enseñado nada más que la ambición. Por eso nada estaba lejos de su alcance, nada era un imposible y nada que afirmase que no se atrevía o no podría conseguir bastaba para que lo hiciera, debía hacerlo puesto que así demostraba que nadie podía superarlo en nada, ésa era la base de su vida.

-¿Desde cuándo mi heredero se ha convertido en un cobarde?.- En realidad, Damon sabía que sólo le había provocado para que aceptara, pero su padre lo había conseguido, sus palabras habían surtido efecto y estaba dispuesto a hacer lo que le había pedido.

-Está bien, padre. Lo haré.- Él sonrió complacido y en ese momento, Liz que había estado escuchando los últimos trazos de conversación entre padre e hijo entró apresurada interrumpiendo el espeso silencio que ahora había en la habitación. Les hizo una reverencia y después habló:

-Mi señor, todo está listo. Puede partir.- Giuseppe le dio un fuerte apretón de manos a su hijo a modo de despedida y salió de la habitación.- Que tenga un buen viaje, milord.

-Gracias, señora Forbes.

-¿Has estado escuchando, verdad?.- Le preguntó cuándo su padre se hubo marchado.

Damon se acercó a la mesa llena de licores y se sirvió un bourbon, llenando el vaso hasta arriba y después tomándolo de un trago. Cuando el licor le recorrió la garganta quemándosela a su paso, carraspeó y volvió a llenársela.

-Por Dios, Damon, ¿Qué es lo que piensas hacer con esa pobre chiquilla?

-Darle el gusto a mi padre, Liz.- Respondió él decidido, como si no dejara lugar a discusiones sobre el tema.

D&E

¡Gracias por leer!