QUE UN BIGOTE NO SE INTERPONGA
¡Feliz cumpleaños, Lenayuri!
John entró al salón con las dos acostumbradas tazas de té. Hacía ya unos meses que Sherlock había vuelto y, luego del mal recibimiento, la boda saboteada y un sin fin de historias para no dormir, el doctor había decidido volver a Baker Street. Y, desde ese día, Mrs. Hudson había recobrado su vitalidad perdida, John estaba cómodo e incluso feliz en casa y Sherlock..., ¿qué le pasaba a Sherlock? Desde que le vio y puso esa cara de ajo no la había cambiado. Estaba enfadado, eso era evidente pero, ¿por qué? Él era el que debería estarlo, después de que le diera otro vuelco más a su vida.
Ahí estaba el detective famoso a nivel mundial, hecho un ovillo en el sofá con un mohín permanente a nivel hogar.
— Sherlock, ¿qué tienes? —preguntó por no sabía ya cuántas veces, dejó las tazas en la mesa y se sentó al lado del gran ovillo que respondió con un gruñido; con otro gruñido más. — Si no me lo dices no podré ayudarte.
— ¿Y quién necesita tu ayuda, John? —protestó sin cambiar de postura. — Yo no necesito ayuda.
— Como quieras —respondió el mayor encogiéndose de hombros. — No voy a insistirte.
Nada motivaba más a Sherlock que el hecho de no hacerle caso y John lo sabía.
— John... —el doctor escondió una sonrisa en su mano —desde que me fui algo ha cambiado en mí—. Su voz era melosa y carente de ironía, sarcasmo o burla.
— ¿Y qué es? —preguntó curioso. Sherlock se incorporó y continuó el discurso.
— He pasado largas noches y tediosos días rodeado de soledad y, aunque la aprecio y valoro, me he dado cuenta de que no es suficiente.
— ¿Quieres decir que quieres contacto humano? —John estaba sorprendido por la declaración. Jamás creó escuchar esas palabras de la boca de Sherlock.
— Yo no he dicho eso —sentenció el detective, volvió a su postura de ovillo y se olvidó del mundo por unas horas. El mayor suspiró y se decidió a echar una siesta mientras su compañero decidía socializarse de nuevo. Posó la cabeza en el respaldo del sofá, al lado de los pies de Sherlock, y se durmió.
Al cabo de un tiempo del que no fue consciente sintió cosquillas en su bigote, era como si alguien lo acariciara igual que a un gato. Abrió los ojos y..., no se había quedado muy lejos.
— ¿Se puede saber qué haces, Sherlock? —preguntó entornando los ojos sin moverse.
— Es obvio —respondió el moreno mientras seguía acariciando el poblado bigote como algo nuevo para él.
— ¿Te gusta? —sonrió ampliamente.
— No, lo odio. Quítatelo —gruñó el detective.
— No quiero. Si no te gusta, no mires —protestó el doctor.
— Podría ser por la crisis de los cuarenta. ¿Te estás quedando calvo?
— ¿Qué? ¿Qué problema tienes con el bigote, Sherlock? Ni que fueras a besarme —se sonrojó al terminar la frase.
— Por supuesto que no. Mi boca no tocará esa cosa —recalcó.
— Bien.
— Bien —y la conversación acabó ahí.
Al cabo de unos minutos de brazos cruzados mutuos John rompió el hielo.
— ¿Me echaste de menos?
— No voy a contestar a eso.
— De acuerdo, de acuerdo —hubo un momento de silencio y continuó. — Sólo quiero que sepas que estoy aquí, por si me necesitas.
— ¿Para qué iba a necesitarte?
— Para nada —suspiró el doctor— para nada.
Espacio, soledad, a veces son confundidos por las almas más sabias. Unas veces los dominamos nosotros, otras, ellos son los dominadores.
— Me voy a la cama, Sherlock —musitó el doctor cansado, apoyando las manos en las rodillas para levantarse. Sherlock no contestó ni movió un músculo.
...
A la mañana siguiente se vieron en el desayuno.
— Buenos días —dijo John con la mente despejada y ni pizca de cansancio.
— Y, ¿tu bigote? —fueron los buenos días de Sherlock.
— Me lo he quitado. ¿Por qué? ¿Tampoco te gusta así? —el moreno hizo una mueca en respuesta. — Sherlock... —éste le prestó su atención con la taza en la mano. — Lo que te dije ayer era cierto, si me necesitas... —el detective desvió la mirada sin contestar.
John, que si algo había aprendido con Sherlock era a no esperar mucho en expresión de emociones por su parte, fue hacia él y le dio un fuerte abrazo. Sherlock se quedó ahí parado, sintiendo ese aroma que tanto había echado de menos. Ambos necesitaban ese abrazo.
— Perdóname —musitó John en el cuello del moreno, dejándolo bloqueado.
— ¿Qué he de perdonarte? —preguntó contrariado. El doctor posó los labios en su mejilla por largo rato. Sabía que eso incomodaría al detective. Bueno, a él le incomodaban las cabezas en el frigorífico y ahí seguían.
— Ya sabes —volvió a decir el mayor —si me necesitas...
— ¿Cada vez que me digas eso puedo acumularlos? —preguntó el moreno aún en el abrazo.
— ¿Acumular el qué? —contestó John extrañado.
— ¿Puedo o no? —exclamó separándose.
— Sí, vale, ¿pero qué? —inquirió sin enterarse.
— Cuando tenga suficientes lo verás —rio Sherlock, terminándose el té de un trago. — Ya lo verás—. John no durmió esa noche. Sherlock acumuló suficientes.
o.o.o
¡Happy B-Day!
Aquí estoy un día más con todos ustedes. ¿Cómo les va?
Otro regalo para entregar, ¡genial! :D
¡Que disfruten! No olviden comentar :3