El Lord del Oeste, muy dentro de sí mismo, creyó estar viviendo en carne propia un pasaje que evocaba antiguas leyendas de eróticas diosas, dueñas de hechizos de luna; Rin parecía una hermosa, una perfecta… doncella celestial; un inusitado calor recorrió todo su cuerpo, y entonces, los sempiternos icebergs dorados de sus ojos se derritieron hasta formar topacio líquido, hirviente, y por primera vez, fue consciente de estarla mirando como nunca antes la había visto: como a una mujer; en su mente quedaron atrás los recuerdos de su pequeña Rin; ella, ya no era más una niña, se había convertido en una hermosa, en una bellísima y, al parecer, poderosa mujer; una oleada de orgullo se instaló en su pecho; su bestia interior, por tanto tiempo dormida, despertó para rugir con fuerza, reclamando… reclamándola, y una pequeña sonrisa, jugó en sus labios...

Y el tiempo no pasó más…

Para esos dos daiyoukais, de pronto, todo pareció detenerse: La batalla ceso, el odio se perdió, la guerra, se olvidó…

Y por largos y gloriosos segundos, Endimión, Gran Youkai de las Tierras del Norte, señor de la llama ardiente; y Sesshomaru, Daiyoukai de las Tierras del Oeste, legendario amo de la Casa Lunar; simplemente miraron…, admiraron…, sintieron…, desearon.

Y por breves, pero eternos momentos; dos fríos corazones youkai se permitieron sentir por algo más que por la sed de sangre; se permitieron latir por ella, por esa frágil humana, por el inusitado calor que les provocó esa imagen de ensueño.

Más repentinamente, el idílico entorno terminó… De pronto, el fino olfato de Sesshomaru, se vio invadido por el aroma más repugnante y ofensivo, que hubiera percibido en su larga vida: Excitación. No es que hasta ese entonces no lo hubiera conocido, pero un sonoro rugido salió de su garganta al comprender el motivo de ese olor: ella. Ese maldito youkai la deseaba, quería poseerla; en fracción de segundos, los orbes dorados de sus ojos desaparecieron para dar paso a dos esferas del color de la sangre. El odio, hasta hace instantes olvidado, emergió con descomunal fuerza haciéndolo perder el control; con furia protectora y ojos enrojecidos se abalanzó hacia su enemigo, dispuesto a exterminarlo: ¡Solo muerto permitiría que se acercara a ella, y no planeaba morir!

Endimión, por su parte, enardecido en el éxtasis de un deseo nunca antes sentido, reaccionó con igual furia al comprender que el único obstáculo existente entre él y el objeto de su deseo, era precisamente su peor enemigo: Sesshomaru. Era necesario eliminarlo; con frenesí debocado y odio renovado, se arrojó a su encuentro dispuesto a cobrar su vida: ¡No dejaría que nadie se interpusiera en su camino. Nadie!

Su encuentro fue feroz, brutal; el ruido ensordecedor del choque de espadas solo hizo eco del odio que sentían el uno por el otro. Varias cosas pasaron al mismo tiempo: El gran despliegue de poder demoniaco provocó que, en reacción, seis cuentas del cinturón de Rin se desprendieran, y a una señal de ésta, salieran disparadas a toda velocidad hacia su dirección.

Ajenos al peligro, los demonios rivales continuaron enfrascados en feroz lucha; era una batalla pareja, de igual a igual: espada contra espada, youki contra youki, macho contra macho, todo en juego por la grandeza, por el poder, por el honor, por el dominio de un reino, y ahora también, todo en juego, por una mujer…

En un momento determinado; durante el fulgor de la batalla, los dos demonios quedaron cuerpo a cuerpo, solo espadas de por medio; sus rostros muy cerca; los ojos rojos de Sesshomaru mirando fijamente los amarillos de Endimion; se empujaban uno a otro en un despliegue de fuerza y poder; entonces, sorpresivamente, la bestia de Endimion, rugió con fiereza y finalmente, habló: -"La Mujer será mía" –dijo, en tono de advertencia y mofa.

Contra todo pronóstico, al escucharlo, tras un gutural y amenazador rugido, el lado racional de Sesshomaru tomó el control, y sus pupilas doradas, hicieron acto de aparición; sin emitir palabra alguna, en un movimiento más inesperado aún, empujó con más fuerza a Endimión, al tiempo que distendía su brazo izquierdo hacia atrás, dejando escapar su látigo que de inmediato fue a impactarse en el hombro derecho de su contrincante, atravesándolo limpiamente.

Endimion retrocedió instantáneamente, no solo por el dolor sino también por la sorpresa; lo miraba atónito, en una mezcla de coraje y admiración; al parecer, no conocía a Sesshomaru tan bien como el creía; ese maldito perro, podía hacer lo imposible: dominar a su bestia; una habilidad con la que él no contaba.

La sonrisa de superioridad en la cara del peliplateado, solo empeoró las cosas; Endimion entró en irascible cólera; su bestia lo dominó por completo, con un rugido feroz, se abalanzó hacia Sesshomaru, quien lo esperaba con una mueca de diversión en su rostro; estaban a punto de reanudar su pelea, cuando repentinamente, sus sentidos youkai se elevaron al máximo, advirtiéndoles de un peligro ajeno; ambos pararon en seco; con rapidez miraron a todas direcciones tratando de ubicar el origen de esa advertencia, justo antes de verse rodeados por las cuentas de Rin, que empezaron a girar vertiginosamente a su alrededor, hasta formar un aro de luz intermitente; sus sentidos demoniacos enloquecieron, y entonces, la comprensión llegó: era reiki; una gran (y muy peligrosa), cantidad de reiki.

En una tardía reacción, volaron hacia arriba tratando de escapar del peligro, pero fue demasiado tarde, las cuentas explotaron al unísono liberando oleadas de poder sagrado, que los golpeó de lleno con fuerza tal, que los lanzó a cientos de metros de ese lugar, en diferentes direcciones .

Desde su posición, Rin pudo escuchar unas lejanas explosiones, y sonrió para sí al percibir como casi inmediatamente el poder demoniaco despareció.

Sesshomaru fue el primero en tocar tierra… pudo detenerse de la rama de un gran árbol con ayuda de su látigo justo antes de caer al suelo, aterrizó de pié y con su dignidad intacta… o al menos así lo pensó hasta que, sin razón aparente, su corazón empezó a latir desaforadamente provocándole una dolorosa sensación que con rapidez se entendió al resto de su cuerpo, haciéndolo doblegarse hasta quedar con una rodilla en tierra; ni un solo sonido escapó de su boca, ni un solo quejido; tan sólo en sus ojos, que involuntariamente oscilaban entre rojo y dorado, era posible vislumbrar el intenso dolor que sentía.

El orgulloso Lod del Oeste, no recordaba la última vez que había quedado en ese estado. ¡Ha., sí!. En la batalla contra Magatsuhi, el espíritu maligno de la Shikon No Tama, aquella perla maldita. Pero aquel era un demonio poderoso, no un simple humano. Una media sonrisa, dolorosa y no invitada, acudió a sus labios, ¿quién hubiera pensado que un simple humano podría dejarlo en semejantes condiciones? Tenía que darle crédito a Rin.

¡Rin!, el recordar ese nombre lo sacó de su aletargamiento para colocarlo de vuelta en sí; tenía que darse prisa, ese miserable aún estaba cerca y sin duda trataría de llegar a ella; ignorando el dolor que sentía, se incorporó; olfateó el aire tratando de ubicarlo por medio de su olor, pero grande fue su sorpresa al descubrir que no podía encontrarlo, y lo que era peor, no podía percibir nada, ni siquiera el olor de los árboles y flores en el viento. Quiso entonces correr, pero la creciente incomodidad en su cuerpo, le hizo darse cuenta de que no contaba con la suficiente energía para ello; y ni siquiera pensar en volar ya que para ello requeriría de una cantidad todavía mayor de energía. Por primera vez en su vida, conoció el horrible sentimiento de sentirse superado por las circunstancias, y temió por Rin.

Más luego de unos instantes de terrible impotencia, que a la par que la vívida imagen antes atesorada, serían inolvidables en su vida; su lado racional entró en acción y, tras sopesar la situación, se tranquilizó, al llegar a una lógica conclusión: Si a él, al gran Sesshomaru, el demonio más poderoso de todos los tiempos, ese poder había sido capaz de alterar en gran medida sus habilidades, a ese insgnificante youkai no podía haberle ido mejor. Y con ese pensamiento, luego de unos momentos en que aminorara el dolor, echó a andar con la elegancia de siempre rumbo al campamento de sus allegados.

Endimion, por otro lado, no había sido tan afortunado: sin encontrar con que detenerse, impactó con gran fuerza en una pendiente rocosa río abajo, a gran distancia del lugar en que se encontraba Sesshomaru y más aún, de Rin. Por supuesto que, al ser un demonio muy fuerte, el golpe recibido no fue suficiente para herirlo en demasía; con presteza trató de incorporarse para ir en búsqueda de su enemigo y acabar con él de una buena vez: pero..., al igual que a éste, y sin contar con la herida en su hombro derecho, el golpe de reiki, le afectó mucho más de lo hubiera estado dispuesto a admitir: en segundos, su corazón empezó a latir incontrolablemente, con tal fuerza, que hubiera sido posible para cualquiera escucharlo; luego, empezó a sudar copiosamente y de inmediato, un agudo dolor se hizo presente en su pecho, para luego extenderse a todo su cuerpo; le fue imposible levantarse; incluso respirar se volvió una labor complicada, así que optó mejor por quedarse quieto, inmóvil; solo un gruñido bajo escapó de sus labios en protesta por su actual condición.

-¡Maldita mujer!-, pensó

Era como si el reiki de Rin, se hubiera introducido en su cuerpo y tratara de purificarlo desde adentro, dolorosa y lentamente; por primera vez en su larga vida se sentía indefenso; estaba furioso, o mejor dicho, rabioso. Era humillante y dolorosamente consciente de cada efecto que el poder sagrado de Rin, tenía en su cuerpo: sus ojos oscilaban entre ámbar y agua marina, mientras el dolor se agudizaba; al parecer, el ataque era directamente a la bestia demoniaca y no tanto a la forma humanoide.

Tendido como estaba, trato de localizar a Sesshomaru con el olfato, no podía permitir que lo encontrara en ese estado o con seguridad sería su fin; olfateó el viento desesperado, pero le fue imposible lograrlo, ¡no percibía nada, absolutamente nada, maldijo para sus adentros, negándose a creer lo que sucedía. -¿Qué demonios estaba pasando?, ¿Qué clase de poder tenía esa mujer? ¿Quién demonios era?.

Nunca en su larga vida, había sabido que los humanos sagrados tuvieran esa clase de habilidad. Un gran rugido escapó de su garganta, ¡Como odiaba a Sesshomaru!, sin duda ese era el verdadero motivo por el cual conservaba a esa mujer, porque era poderosa. ¡Maldito perro!, No descansaría hasta verlo derrotado, humillado, sin tierras, sin reino, y sin ella, sin… ella; se juró.

Por largo rato se quedó inmóvil, sumido en sus pensamientos, meditando en la forma de lograr sus objetivos. No supo cuánto tiempo pasó, ni en qué momento el dolor cesó, más de forma casi natural y sin proponérselo, el hilo de sus pensamientos lo enlazó de nuevo con aquella visión que sabía jamás olvidaría, y no pudo pensar en nada más. Y entonces volvió a sentir aquella sensación de agradable calor y deseo que antes lo invadió; sonrió para sí, jamás antes había deseado tanto a una hembra, y menos aún a una humana; a decir verdad, nunca pudo comprender como a muchos youkais las encontraban atractivas. A él siempre le parecieron tan insulsas, tan simples, tan poco agraciadas; tan sucias incluso; pero ella no parecía ser así, ella parecía ser… diferente. Era definitivamente poderosa, y hermosa ¡muy hermosa!. Y esos…, extraños atavíos que llevaba nunca antes los había visto, cubrían solo lo esencialmente necesario, dejando al descubierto todo lo demás..., y lo demás, lucía tan terso, suave, tan tentador, que, en verdad le hubiera gustado tocarlo, le hubiera...; no..., quería, deseaba acariciar esa piel.

El deseo se intensificó; tal vez sería mejor si pudiera apreciar más de cerca a esa mujer; si, claro que será lo mejor... Una sonrisa cínica apareció en sus labios, con parsimonia se levantó y echó a andar en búsqueda de su espada, para luego dirigirse al norte; tomó una decisión, buscaría a esa mujer y la tendría; solo tenía que encontrar el momento oportuno para ello… y ese momento llegaría, con seguridad que llegaría, porque, Sesshomaru no podría estar cerca todo el tiempo..., ¿verdad?