MONTERS ARE US

Cap. 4.- Otogakure… Respira

Konohagakure, 1989, una tormentosa noche de otoño.

Minato Namikase echó un último vistazo al cielo a través del ancho y único ventanal que se hallaba en la enmohecida cámara aislada.

La lluvia caía iracunda sobre toda la aldea. Rayos y relámpagos. Uno tras otro.

El clima perfecto, pensaba con una tenue y casi invisible sonrisa.

Un relámpago resplandeció el brillo metálico de toda la indumentaria que reinaba en el área. Matraces, probetas, instrumentos quirúrgicos y un inmenso generador destellaron entre las sombras con un fulgor fantasmal. Herramientas de casi veinte años de trabajo, criticado por la Facultad de Medicina de Konohagakure, repudiado por el consejo de sinodales y condiscípulos de su misma generación... y él, aun así estaba seguro de que lo conseguiría.

"Kushina lo habría querido así… su proyecto… NUESTRO proyecto"

Habían trabajado en ello, aún más que tres años. Corriendo los riesgos más inimaginables, perseguidos por aldeas y comunidades vecinas, claro, ¿no era muy común el utilizar la profanación de tumbas como parte esencial de un experimento de campo, verdad?

Sin embargo, lo habían conseguido.

Vida.

Vida creada a manos de un montón de retazos de ser humano…respaldado por un circuito complicado de mecanismos en la cabeza, corazón; donde debería estar el verdadero y una elaborada emulación sensitiva de puntos vitales. Él se había ocupado de eso, incluyendo aquel mecanismo romo y acompasado que serviría como corazón; y ella de la unión precisa de los tejidos y músculos que aun pudiesen servir.

"La locura no es un don que se comparte en solitario", burlaba a modo mordaz uno de los cancilleres de la facultad, notando el aplomo necio de Minato hacia aquella idea que le costó el despojo de su cédula profesional; y esa odiosa frase se repetía más y más, cuando aquella mujer le siguió con fe ciega y esa determinación tan propia de ella.

hasta que sus caminos se separaron, aquella noche, en que encontró su cuerpo sin vida.

Abandonar fue su primer impulso. ¿Para qué seguir? Si era mejor retractarse de los hechos y continuar su miserable y rutinaria vida. Su ahora solitaria vida. Pero no lo haría. Tantos años de esfuerzo, tanto…

Y ahí estaba, tumbado bajo aquella sábana.

Y el clima era propicio.

"Como si Kamisama te lo ordenase", se decía en su mente. "¿Qué pensaría Kushina si abandonas? Aquel sujeto, el hombre que te había enseñado las bases de la biología asistida… Jiraiya… ¿qué pensaría ahora? ¡Quieren un avance en la ciencia, lo tendrán! ¡Lo tendrán!"

Y procedió, sintiendo el corazón vibrando como un tamboril enloquecido. La sala se iluminó ante el bramido furioso de la naturaleza; rayos y relámpagos compitiendo contra el condensador como una batalla entre hombre y Dios.

Un estrépito incandescente dio de lleno contra uno de los sensores que se apostaban erguidos y altos como pararayos en la base de la cúpula. Un segundo se percibió también, Minato se cubrió los ojos ante la incandescencia del relámpago y la fuerza del rayo hizo explotar uno de los condensadores.

"Vamos… vamos… "

El tercer rayo cayó y el orgulloso Minato Namikase se acercó a aquella cosa que yacía en la camilla en la que había estado trabajando desde hacía meses…

y que había gritado.

Se estremeció, igual que el bulto bajo las sábanas. Aquello había funcionado. Gritaba… se movía… aquello estaba…

¡Vivo!

Minato contemplaba la silueta sobre el catre, sin percatarse del tumulto que se armaba a las afueras de su derruido hogar.

¡ESTA VIVO! ¡ESTA VIIVOO!

Un "muchacho". Un metro ochenta, aproximadamente. Tez de piel casi trigueña en su mayoría, rostro expresivo, cubierto de una película de lluvia húmeda, haciéndole notar más aquellas tres diminutas líneas en cada mejilla. Cabello enmarañado y alborotado, color rubio; un color elegido de antemano por el propio Minato…¡Porque quería que la "cosa" tuviese un ligero parecido con él! Ojos azules, brillantes… vivos y atentos, fijos en los suyos.

Parpadeó un par de veces. Como si estuviese confundido.

Minato sonrió.

Puedes hablar… —espetó un bufido a modo de risa entrecortada—Pero qué digo…¡Claro que puedes hablar!

El "muchacho" seguía mirándole y una peculiar curva se aprestó en sus labios. Minato no le quitaba la vista, atento y expectante.

¡Vamos…habla! –pidió optimistamente—¡Puedes hacerlo, chico! ¡¿Qué es lo que pasa por tu mente ahora?

La "cosa" se irguió. Entornó los azules ojos, abrió la boca, con una sonrisa boba y dijo:

RAAAAAMEEEEEN

¿Ramen?

Minato casi se cae de espaldas. Tres años trabajando en crear vida inteligente, que tuviese un intelecto compuesto y determinado por lo mejor de dos cerebros (aunque tras esta última respuesta, comenzó a creer que debió elegir más cuidadosamente el producto de materia gris)…¿y ahora escuchar esto?

¿Qué dijiste?

La misma sonrisa tonta.

¡RAAMEEEN!

Minato giró la vista, hacia la mesa de trabajo, donde había un recipiente de ramen instantáneo.

¿Ramen? –dijo dudoso—¿Quieres ramen?

¡DAAATEEEEBAAAAYOOOOOO!

"Bueno…por lo menos está vivo. Ya me encargaré de pulir su vocabulario después", pensó Minato. "Tal vez un poco de…"

¡CRAAAASH!

El estrépito le sacó de cavilaciones. Antes de decir o hacer algo, una de las ventanas se rompió. El estridente eco del altavoz resonó en medio de lo que parecía ser una turba iracunda conformada por los vecinos de la localidad… o así lo creyó, hasta ver los rostros increpantes de dos decanos de la facultad de Medicina al frente de la multitud.

¡Namikase Minato! –clamó uno de los oficiales por el altavoz—¡Se le ha encontrado culpable por el crimen de profanación de sepulcros! ¡Salga con las manos en alto y no oponga resistencia!

Tres civiles se abrieron paso entre la barricada.

Minato Namikase miraba perplejo alrededor… y entonces lo reconoció de entre la multitud. Los azules orbes del hombre estaban fijos en él.

Una sonrisa pérfida y torcida emergía entre las marfileñas facciones de aquel rostro, casi oculto bajo una inmensa capucha.

Orochimaru… —siseó Minato—Tú… ¡Tú fuiste quien…!

¡ALTO! –exhalo una voz de entre la multitud. —¡Deténg… —la voz se cortó en seco. El hombre, uno de los oficiales del distrito enfocó la luz de su lámpara de mano hacia aquello que estaba detrás de Minato—¡¿Qué… QUÉ RAYOS ES ESO?!

Minato alzó ambas manos en gesto defensivo… no hacia él, sino hacia la creatura. El muchacho… el…

¡UN MONSTRUO! ¡ESO ES UN MONSTRUO!—clamó alguien.

Un tercero gritó algo inentendible. Tres oficiales más amartillaron sus armas y un cuarto levantó un AR 15 en cuanto la aludida "cosa", erguida en sus dos metros y medio, levantó una de sus grotescas manos hacia adelante.

¿Ramen?

Minato aprovechó el momento distractorio y echó a correr, tomando a la "cosa-come-ramen" del brazo y halándolo hacia la salida de emergencia.

Una multitud más grande le esperaba. El suelo trastabilló y el "muchacho" cayó hacia el fondo.

El condensador había estallado tras uno de los disparos preventivos de la policía, produciendo una llamarada intensa, incendiando todo.

Una lluvia de disparos enmudeció el alboroto de la muchedumbre, mientras que el incendio persistía. La ignición fue inmediata y brutal.

Una sombra, detrás del barullo armado, se quedó inmóvil y distante, viendo danzar las llamas anaranjadas entre las enmohecidas paredes y escuchando el rugido de las llamas.

Y se marchó.

0—

—¡Aaarghh!

El grito resonó en medio del denso vacío de un sepulcral túnel abandonado.

Gemidos y sollozos ahogados escapaban de las bocas amordazadas de los dos cautivos humanos.

Dos muchachos, cuya edad no pasaba de los veinte. Maniatados como pedazos de carne y desnudos hasta la cintura, colgaban de una barra de metal que discurría a todo lo largo del techo de la abandonada estación de metro. Les habían tapado la boca con mordazas de nylon y su carne mortal estaba llena de golpes y moratones.

Kabuto Yakushi no prestaba la menor atención a los incoherentes gemidos de los jóvenes.

Después de todo no eran más que cobayas de laboratorio. A él le interesaba la química de su sangre, no su conversación.

La derruida estación de metro había sido transformada en un improvisado laboratorio y enfermería. Había tubos de ensayo, jarras, redomas y materiales de laboratorio dispuestos en toscos bancos hechos de madera contrachapada y restos de metal reciclado.

Del techo colgaban mugrientas láminas de plástico transparente que dividían la cámara en compartimientos separados. Los improvisados fluorescentes proporcionaban la iluminación justa para que Kabuto pudiera llevar a cabo su trabajo.

El oscuro y sucio local no estaba ni mucho menos esterilizado y el científico de cabello platinado y gafas lo sabía perfectamente pero, ¿qué podía hacer? Esconderse bajo tierra tenía sus desventajas.

Fotos, mapas y notas garabateadas cubrían la práctica totalidad de las baldosas agrietadas de las paredes. Había cuadernos que incluían larguísimas listas de grupos sanguíneos meticulosamente tachados. En el centro de aquel collage de papeles había un elaborado anagrama de fórmulas químicas, ecuaciones diferenciales y complejos bioquímicos presidido por un solitario enunciado escrito en grandes letras negras:

DOSIS FINAL/35.0 ML/ RESULTADO DE REANIMACIÓN: NEGATIVO

Puede que hubiese interesado a los dos humanos maniatados el saber que sus nombres y sus rostros se encontraban entre los que podían verse en las abarrotadas paredes o puede que no. En las presentes circunstancias, Kabuto dudaba sinceramente que los desgraciados especímenes sintieran demasiado interés por los elementos más destacables de su complicada experimentación.

Qué pena, pensó. Es una historia fascinante.

Sin embargo, aquello enarcaba algo más allá de los grupos sanguíneos y su reactividad… si los humanos no servían en su propósito, tenía la libertad de utilizarles como mejor le pareciera.

Tomó una aguja hipodérmica de calibre treinta y tres en una jeringuilla vacía y a continuación se aproximó al mortal al que había denominado Sujeto B; originalmente un muchacho de cabellos ralos y oscuros, de nombre Zaku Abumi. Los ojos del muchacho se abrieron de alarma al ver la enorme jeringuilla y sus apagados gritos cobraron un tono más agudo. Forcejeó en vano contra sus ataduras, incapaz de liberarse.

Kabuto se colocó detrás del aterrado espécimen y esperó en silencio a que el humano cediera en sus fútiles esfuerzos. Al cabo de unos momentos, el exhausto mortal dejó de debatirse y se dejó caer contra sus ataduras, resignado aparentemente a lo inevitable. Kabuto levantó la jeringuilla y, con total falta de entusiasmo, se la clavó al espécimen en la yugular.

Zaku, el "Sujeto B" se retorció de agonía. Un chillido apagado atravesó su mordaza y sus venas torturadas se hincharon como las ramas de una planta trepadora.

—Vamos, deja de lloriquear --dijo Kabuto con impaciencia. No era famoso por su capacidad de inspirar consuelo. —. No puede ser tan malo.

Abrió el émbolo y la jeringuilla se fue llenando de oscura sangre venosa. Esperó hasta tener varios centímetros cúbicos del viscoso líquido y entonces sacó abruptamente la aguja del cuello del espécimen. Siguió saliendo sangre de la punción, así que Kabuto se apresuró a taparla con un vendaje por si acaso necesitaba mantener al espécimen con vida.

Un vendaje idéntico a éste recubría ya la garganta del otro espécimen, un muchacho envuelto casi totalmente, dejando visible una minúscula parte de su rostro. Un ojo acuoso contemplaba con estupor y miedo casi catatónico, como la mirada que tendría una res que está a punto de ser degollada. Dosu Kinuta alias "Sujeto A".

Dejando atrás al tembloroso humano, atravesó la enfermería hasta un mostrador toscamente cortado, donde había una redoma de cristal marcada con la etiqueta "B", donde vertió con frialdad y eficiencia el contenido de la jeringuilla. Sus cansados ojos examinaron la redoma, ansiosos por ver cómo reaccionaba la sangre del sujeto al catalizador.

Un cronómetro electrónico desgranó los segundos.

Es una lástima que no pueda publicar mis descubrimientos en ninguna de las revistas médicas establecidas, pensó. Quien sabe, podría hasta superar a Namikase… y esa "cosa"

Kabuto Yakushi había sido un prominente bioquímico en su Konohagakure natal antes de ser reclutado para la armada por el mismísimo Orochimaru, quien le había ofrecido al moribundo científico la inmortalidad a cambio de su lealtad y su genio.

Pero supongo que en tiempos de guerra es necesario un cierto secreto.

Una puerta situada en la parte trasera del laboratorio se abrió de par en par y una sinuosa silueta entró, acompañado por una palpable aura de fuerza y autoridad.

Aunque de apariencia engañosamente liviana, Orochimaru se conducía con el porte y la gravedad de un líder nato. Amo incuestionable de la horda de Otogakure, poseía un aire de cultivado lustre del que carecían sus súbditos. Sus expresivos ojos ámbar, su larga cabellera negra y una expresión maliciosa que recordaba a una serpiente. No parecía tener muchos más de cuarenta años, aunque sus verdaderos orígenes se perdían en las impenetrables nieblas de la historia.

Y además estaba vivo, a pesar de su muerte supuesta, acaecida años atrás.

No perdió el tiempo con preámbulos.

—¿Algún progreso? --preguntó.

Kabuto inclinó la cabeza como gesto de deferencia frente a él. Abrió la boca para contestar pero se vio interrumpido por el agudo zumbido de otro cronómetro electrónico.

¡Ah, perfecta sincronización!, pensó con una sonrisa en los labios.

—Vamos a averiguarlo.

Volvió su mirada hacia otra redoma, ésta marcada como "A". Le dio una suave sacudida para asegurarse de que sus componentes se mezclaban bien y a continuación su expresión se pintó de decepción al ver que la solución carmesí se volvía completamente negra.

—Negativa --anunció con tristeza. De nuevo.

Orochimaru frunció el ceño, evidentemente contrariado por los resultados del experimento. Kabuto, sin embargo, era consciente de que la ciencia avanzaba a base de prueba y error.

Más tarde o más temprano, tendremos que localizar al espécimen correcto.

Pero aún no había llegado, por lo que parecía.

Una expresión filosófica se aposentó en sus rasgos mientras se acercaba a una de las voluminosas listas de nombres que llenaban las paredes. Con un suspiro de resignación, tachó el nombre del Sujeto A.

Kabuto le miró de reojo estando a punto de proferir algo, hasta que la puerta del laboratorio se abrió.

Kimimaro entró, balanceando un bulto amorfo en una mano; era el cadáver de una chica, joven igual que aquellos infelices humanos, de largo cabello negro. Depositó el cuerpo ensangrentado sobre una mesa de examen vacía y a continuación miró a Orochimaru y a Kabuto.

En su rostro podían leerse las huellas del dolor y el agotamiento pero sabía que Orochimaru querría que le diera su informe antes de pensar siquiera en descansar o recibir asistencia médica.

—Estuvo a punto de escapar. —dijo con voz tensa mientras se apoyaba en la mesa de metal. Su profunda voz resonaba como un tambor hueco—Kin Tsuchi, según el informe… así que espero no haberme equivocado.

Orochimaru recibió la noticia con una expresión severa e inescrutable.

—¿Hay pistas de la creatura?

Kimimaro bajó la cabeza.

—No encontré nada, Orochimaru-sama. No hay nombres ni ubicaciones en la base de datos. Parece que Minato Namikase se llevó todo eso a la tumba.

Orochimaru dejó escapar un largo suspiro de exasperación. Mientras apretaba los puños a ambos lados del cuerpo se volvió lentamente hacia la ventana manchada de grasa y dejó que su mirada se perdiera al otro lado.

— ¿Es que tengo que hacerlo yo todo personalmente? --musitó entre dientes.

Kimimaro estuvo a punto de replicar algo pero en el último momento cambió de idea. Mejor que me redima con actos, no con palabras, decidió mientras se juraba que no permitiría fallar de nuevo.

El cuerpo que había quedado sobre la mesa de examen atrajo la atención de Kabuto.

—Mira qué estropicio—dijo mientras contemplaba con aire circunspecto los agujeros sanguinolentos del torso de la muchacha. Dirigió un gesto severo a Kimimaro— Al menos espero que sea más útil que ése oficial de Konoha… o al menos que dure más.

El científico no pareció demasiado impresionado por la violenta muerte del anterior "conejillo de indias humano"; Hayate Gekko.

Tomó una de las notas, releyendo el último apunte.

—La regeneración fue imposible con ese pobre diablo… —rememoró Kabuto, antes de dirigirse a la mesa en la que estaba el cuerpo de la chica—…tal vez si triplico la dosis… y aun puedo manipular un poco el nivel celular antes del proceso de reanimación, si es que…

—…no es un elemento natural. Lo que creó Namikase… fue activado, por algo más.

A varios pasos de ellos, Orochimaru decidió al fin salir de su silencio meditabundo.

—Señor, las pocas notas con las que he trabajado… —Kabuto sintió su voz morir en un susurro ante la gélida mirada de Orochimaru.

—Es ciencia, pero… algo más tuvo que echar a andar a la creatura.

El gesto perentorio de éste pasó de Kabuto a Kimimaro.

—¿Nadie en Konohagakure se ha dado cuenta de que estabas registrando el antiguo laboratorio de Namikase... ¿verdad, Kimimaro?

El tono de urgencia de su voz se abrió paso a través de la incertidumbre silenciosa de Kimimaro.

—No, creo que no.

La indecisión de su voz escamó a Orochimaru. Avanzó hacia Kimimaro para extraer la información del mismo modo que Kabuto estaba extrayendo la sangre de la víctima tumbada en la mesa de examinación.

—¿No lo crees o no lo sabes?

—No estoy seguro—balbuceó.

Orochimaru dirigió a Kimimaro una mirada mordaz .

— Aun nos queda una carta por jugar… —sus ojos ambarinos y feroces se posaron levemente en los cuerpos de los tres muchachos—Kabuto, ¿Crees que estén listos para una misión suicida?

El científico se reacomodó las gafas con una mano, mientras que la otra tamborileaba los dedos sobre la tabla de anotaciones. Dedujo algo en silencio, por una fracción de segundo y enarcó el rostro pétreo hacia el amo de Otogakure.

—Con un poco de reconstrucción celular, creo que podrían ser más que simple carne de cañón, señor.

—Perfecto. Serán útiles para una incursión en el puente del País de la Ola. –espetó Orochimaru.

Kabuto enarcó una ceja levemente.

—¿Al País de la Ola? ¿Para qué?

La sonrisa de Orochimaru se amplió, como una mueca cancina y diabólica.

—Sé de alguien que podría sernos útil. Ahora que Konohagakure dejó de lado el terreno noroeste, no habrá quien nos estorbe.

0—

Tras el espejo de una vista en la sala de interrogatorios había un pequeño cuarto que se usaba para que algunos observadores presenciaran un interrogatorio sin ser vistos o escuchados. En ese momento el cuarto estaba lleno de todos los agentes de aquella organización mientras veían a su jefe hacer algo que parecía por el momento una locura.

Jiraya creía haberlo visto todo. En su línea de trabajo había pocas, si no nulas, posibilidades de encontrar algo más que lo sorprendiera. Pero Sakura Haruno acababa de escribir todo un nuevo capítulo en la historia de su vida.

Era una creatura enorme, de músculos marcados sobre un pelaje rojizo pálido tirando a rosa y sin embargo claramente femeninos. Incluso aquel rostro lobezno dejaba entrever cierta delicadeza que solo una hembra podía tener.

Por su parte Sakura estaba demasiado concentrada en la taza de café que tenía enfrente, era de unicel, como cientos de tazas que había usado antes, claro antes no tenía unas enormes garras en lugar de manos. Intentó sujetarla pero virtualmente se desbarató en sus garras, retrocedió sorprendida al sentir el líquido caliente derramándose en la mesa y pudo escuchar a todos los curiosos en la sala del espejo saltar y sacar sus armas con el movimiento repentino.

Todos menos Jiraya quien solo alzó una ceja.

—Debe de ser frustrante… Digo ahora eres más fuerte que el más fuerte de mis hombres. Creo que es cuestión de acostumbrarse al nuevo equipo.

— ¿Qué me pasó? —Sakura se dio cuenta de que su voz sonaba amenazante. Cerró los ojos y se concentró para tratar sonar más gentil— No…no entiendo nada.

—Te daré la versión extra corta… ehm… "niña". —Jiraya se aclaró la garganta— Te mordió un hombre lobo… Deberías de estar muerta pero no… Y si sobreviviste deberías de haberte convertido en una babeante bestia sedienta de sangre… Pero no.

—Entonces… ¿Qué me pasa?

Jiraya abrió la boca y levantó un dedo, después la cerró y se cruzó de brazos, pareció meditarlo y después simplemente se alzó de hombros.

—Honestamente niña no tengo ni la menor idea, eres un licántropo pero no enloqueciste… En cuanto al aspecto físico… pareces una mujer lobo normal.

— ¡¿Normal!? —Sakura se levantó intempestivamente, provocando que todos los observadores tras el espejo sacaran sus armas— Me voy a convertir en esto cada luna llena ¡¿y eso le parece normal?!

Hubo un silencio, Sakura vio la extraña expresión en el rostro del anciano, era como el de alguien a punto de soltar malas noticias.

—No lo vaya a decir… —Sakura no estaba segura, pero no quería oír lo que aquel hombre iba a decir.

—Olvida lo de las películas y cosas así, cuando un maldecido llega a la luna llena se queda asi… Permanentemente.

Mucha seriedad en las palabras, sin sonrisas o dudas. Sakura se miró en el espejo y sentía ganas de llorar, de gritar.

—No entiendo porque te afectó a ti de manera diferente. —El hombre finalmente se le acercó y puso una mano en el hombro de la ahora lobezna chica.

—Hay otras cosas que también debes de saber.

Sakura giró la cabeza para ver al hombre, no estaba muy segura de porqué pero decidió confiar en él.

—Que no sean más malas noticias por favor.

—Creo que esto podría alegrarte un poco. Es hora de que conozcas a los otros miembros de la familia.

Sakura lo miró desconcertada y ladeó la cabeza en una actitud totalmente canina.

—¿Familia?

Jiraiya espetó una risilla hosca.

—Digamos que así le llamo al resto del equipo.


Continuará


Siguiente Capítulo: EQUIPO 7


N/A:

Bueno, una semana más y una actualizacion mas... Agradecimiento especial a Kaio y sus asistencias de ayuda narrativa n.n. Bueno, este capitulo quise hacerlo un poco más profundo hacia la contraparte de esta trama... y, ejem, ya tenemos una pista mas de otro miembro más del equipo... ¿ya lo adivinan? jeje

Ya saben, comentarios al apartado de reviews n.n