Capítulo 27 Senderismo

La idea inicial de Spock para pasar su permiso en tierra firme era sencilla: disfrutar de Jim. Pero después de tres días de relativo alejamiento del resto de la tripulación, de dormir más horas de las que sus turnos les permitían, y de comer comida de verdad y no sintetizada, Jim comenzó a proponerle un sinfín de planes para disfrutar del planeta.

Tras varias opciones disparatadas, Spock accedió a participar en una excursión por las montañas colindantes.

–Va a ser genial– dijo Jim mientras terminaba de preparar su mochila, metiendo en ella un par de botellas de agua y la comida que habían cocinado–. La senda sale de la parte de arriba de las cabañas, justo al lado de la cuadra de los caballos. Asciende durante seis kilómetros, y luego rodea un par de montes durante doce antes de volver a esta zona, acabando justo en la parte de debajo.

–La verdad es que el itinerario no ha cambiado en ninguna de las tres veces que me lo has comentado.

–Ja, ja, ja, Spock, tu sentido del humor es pésimo.

–Por eso te dejo a ti la parte cómica, thy'la.

Con un bufido, Jim cerró su mochila y se la echó al hombro abandonando la cocina. Spock rió sin tapujos ante la supuesta indignación de su compañero, y le siguió cogiendo su propia mochila. Jim no había llegado muy lejos pues le esperaba en el porche de la cabaña.

–¿Estás seguro de que llevas suficiente ropa de abrigo?– le preguntó el rubio frotándose las manos.
Aún no había amanecido y el frío era notable, tanto así que al hablar pequeñas volutas de humo escapaban de sus bocas.

–Seguro– Spock extendió su brazo derecho y comenzó a enumerar–. Llevó la ropa interior térmica vulcana, una camiseta térmica de regulación. El jersey de montaña que insististe en comprarme, y el abrigo térmico. Además de los guantes.

–Y el gorro.

–¿Qué gorro?

–Este– Jim sacó un gorro de uno de los bolsillos de su abrigo y lo ajustó en la cabeza del Vulcano asegurándose de que sus orejas quedasen protegidas el frío vespertino–. Perfecto, ahora debemos ponernos en marcha si no queremos regresar antes de que anochezca.

–Eso no sucederá, llevo un transportador de emergencias para distancias cortas, y he dejado su receptor en el salón de la cabaña.

–Vulcano precavido vale por dos– rumió Jim echando a andar.

Cerrando la puerta de la cabaña, Spock le siguió.

Para sorpresa del primer oficial, su capitán era un senderista bastante entusiasta. A medida que ascendían por la montaña Jim iba señalando todo aquello que le parecía curioso, preguntaba acerca de ello, y lo comparaba con muestras de fauna y flora similares presentes en la Tierra.

Poco después de las siete de la mañana, Jim y Spock llegaron a la cima de la montaña; el color gris claro en el horizonte hizo que Jim apurase a Spock hasta una pequeña explanada de rocas.

–Vamos, que nos lo vamos a perder– el rubio se sentó en las rocas y obligó a Spock a hacer lo mismo tirando con fuerza de su brazo.

–Puedo preguntar que es lo que tanto temes que nos perdamos.

Señalando hacia el horizonte Jim sonrió.

–Eso.

Lentamente, el gris que cubría el cielo comenzó a ser surcado por franjas lilas, cada vez más intensas, que dieron paso a una ascendente estrella cuya luz inició una nueva mañana.

–¿Era por esto por lo que querías que saliéramos antes del amanecer?– preguntó Spock.

Jim cabeceó sin apartar la mirada del horizonte.

–En la Enterprise disfrutamos de muchas estrellas, pero casi nunca podemos ver como se alza un sol.

–Te equivocas– Jim miró a Spock al notar la mirada de este sobre él–. Yo amanezco cada día junto a un sol– el Vulcano se acercó a su compañero–. Una estrella tan brillante que es capaz de mantener todo una nave estelar con su mera presencia.

Los labios de Spock se posaron sobre los de Jim que inmediatamente sonrió.

–¿Pero qué es toda esta cursileria?– rió el humano–. Primero me pides que me case contigo y ahora me dices esto. Acabaré pensando que los vulcanos sois unos románticos.

–Recuerda que soy mitad humano– replicó con tono divertido Spock.

–Algo así tenía entendido. ¿Quieres que continuemos la caminata?

–Por supuesto.

Reemprendieron la marcha con paso ligero.

–Por cierto Jim, aún no le has comunicado a Leonard nuestra próxima unión; ¿hay algo que te incomode?

–¿Qué? ¡No!– dijo Jim volviéndose hacia él sin dejar de caminar–. Tengo pensado decírselo a Bones en cuanto regresemos a la nave; si se lo dijera ahora estaría tan entusiasmado y nervioso que no sería capaz de disfrutar de su permiso.

Sopesando lo que había dicho Jim, Spock asintió.

–Sí, hay una alta probabilidad de que Leonard se emocione de forma desmedida ante el anuncio. Te aprecia en demasía.

–Y a ti.

–Creo que mi relación con él ha mejorado en estos últimos tiempos– admitió el Vulcano–. Pero es obvio que él te considera parte de su propia familia.

–La verdad es que a veces me pregunto dónde habría acabado de no haber sido por Bones– por la mente de Jim cruzaron varios recuerdos que Spock vio de forma vaga antes de que desapareciesen, pero en todos podía sentir la gratitud de su thy'la hacia el médico, emoción que él también sintió gracias a que todas las acciones del doctor habían permitido a Jim acabar en aquel momento junto a él–. Después de decirle a Bones sobre la boda, ¿te parece bien que se lo comuniquemos al resto de la tripulación?

–Por supuesto.

–De hecho…– Jim titubeó y aprovechó para saltar un pequeño arrollo–. Me preguntaba si te gustaría que nos casásemos a bordo de la Enterprise.

–No se me ocurriría un lugar mejor– dijo con sinceridad Spock.

–¿De verdad?

–Por supuesto. Fue a bordo de la Enterprise dónde servimos juntos por primera vez, y aunque nos enfrentamos en el juicio por tu prueba del Kobayashi Maru, fue en la Enterprise dónde comencé a conocerte.

–¿Ves? Eres un romántico.

Caminaron hasta la hora de la comida comentando las banalidades de su ruta e intercambiando anécdotas acontecidas en sus turnos de trabajo en la Enterprise. Al medio día buscaron un sitio despejado y resguardado del viento, y se sentaron en la hierba a comer.

–He de reconocer que las vistas son magníficas– dijo Spock tras dar un mordisco a uno de sus rollitos de primavera–. Las montañas son lo suficientemente altas cómo para permitirnos ver el valle en el que están las cabañas, y el pueblo.

–Sí, no está nada mal– Jim mordió su bocadillo–. Meh refuerfa a Fahrso.

–Puedes masticar a y tragar antes de hablar Jim, no tengo prisa por marchar– dijo Spock al ver como su pareja trataba de engullir su comida.

–Decía que me recuerda a Tarso– repitió Jim dando otro mordisco al bocadillo y repasando con la mirada el valle.

Spock tanteó el vínculo buscando cualquier signo de angustia en Jim, pero su unión estaba en calma. Antes de que pudiera hablar, Jim se adelantó.

–Tarso era una colonia bellísima, cubierta enteramente por el verde, había plantas que harían las delicias del departamento de botánica. Recuerdo que la primera vez que pisé la colonia pensé que no podía haber nada más bonito en todo el universo– Jim volvió a morder su bocadillo. Masticó y tragó–. Cuando las plagas asolaron los cultivos todo cambió– se giró hacia Spock y le sonrió–. Espero no haberte molestado con mi cháchara de viejo.

–Sólo tienes veintisiete años Jim, no eres viejo. Y no me has molestado. Al revés, me alegra que confíes en mi para hablar de lo que quieras.

–Grhafias– dijo Jim volviendo a hablar con la boca llena.

El Vulcano alzó una ceja mirando con reproche la acción de Jim, pero este sonrió y se limitó a extender hacia él su dedo índice y corazón. Spock imitó su gesto y ambos se besaron a la forma vulcana.

–Hablando de cosas más alegres, ¿sabes que a nuestra vuelta a la nave va a ser el cumpleaños de Chekov?

–Deduzco que por el tono de tu voz tienes ya algo en mente– aventuró Spock.

–Puede ser…

–Pues espero que no sea una fiesta cómo la que le diste en su mayoría de edad y que acabó con Sulu en la enfermería durante un día entero debido a un dolor de cabeza ocasionado por la ingesta de alcohol.

–Eso no fue culpa mía, él retó a Chekov a beber vodka. Y Chekov es ruso– Spock rodó los ojos–. Además, esta vez lo tengo todo preparado, incluso he conseguido… no, mejor no te lo digo– Jim se rió de una forma un tanto siniestra–. Pero te va a encantar.

–Viendo como te ríes dudo mucho que vaya a encantarme.

–¡Oooh venga! Confía en mi.

–Confío en ti thy'la, pero cuando estás sentado en la silla de capitán.

La sinceridad del Vulcano hizo estallar en carcajadas a Jim.

Spock estaba acostumbrado al ligero carácter de Jim, y a escuchar sus risas, pero disfrutar de sus carcajadas, verle tan relajado y tranquilo, era un auténtico deleite para sus sentidos. Todos sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando el humano se abalanzó sobre él.

–¿Jim?– un apasionado beso robó momentáneamente el aire de sus pulmones–. ¿Qué estás haciendo?

–No me digas que no te has imaginado cómo sería hacerlo aquí, en pleno bosque.

La verdad era que Spock no se había planteado mantener ningún tipo de relación física con Jim en pleno bosque, pero el entusiasmo de su thy'la pronto le hizo cambiar de idea…


–¿Pero cómo he podido perderme esto durante tanto tiempo?

Spock miró a su pareja mientras él terminaba de vestirse. Jim aún estaba tendido sobre la hierba, con los pantalones a medio de abrochar, y con el torso cubierto por una camiseta térmica arrugada sobre su vientre. La imagen le hizo enviar una inconsciente oleada de lujuria a través del vínculo que hizo que Jim le mirase con una gran sonrisa.

–Te iba a preguntar si tenías frío, pero ya he notado que sigues muy caliente.

–Culpa de mi thy'la, que no se viste de forma adecuada para reprimir semejantes instintos.

–Estoy vestido adecuadamente tras haber tenido dos veces sexo con un Vulcano– replicó Jim con petulancia, pero sin moverse de su cómoda posición.

Abrochándose el abrigo hasta arriba, Spock fue hasta el lugar en el que yacía Jim y se tumbó sobre él, evitando que la mayor parte de su peso quedase sobre el cuerpo humano, apoyándose sobre sus brazos. Jim aprovecho la cercanía de su amante para recorrer sus mejillas con sus manos y perfilar con la yema de sus dedos las ahora verdes orejas del Vulcano.

–Ponte el gorro.

–Vístete.

–¿Es un chantaje?

–No, pero estimo que si no te levantas de la hierba húmeda y te vistes en los próximos cinco minutos tendrás un sesenta y cuatro por ciento de probabilidades de contraer una infección respiratoria.

–Ahora estás preocupado por eso, pero hace diez minutos no te parecía tan importante que yo estuviese sobre la hierba húmeda, ¿eh?– las mejillas de Spock comenzaron a tormarse verdes y Jim rió–. Pero accederé a tu petición.

Retirándose de encima, Spock vio como Jim comenzaba a vestirse.

–La verdad es que me tenías engañado– comenzó a decir Jim–. Cuando estabas con Uhura no me daba la impresión de que fueras tan activo– el Vulcano alzó una ceja–. No me mires así y piénsalo. Yo siempre te veía tan sobrio, tan formal e impertérrito que no podía imaginar que te acostases con Uhura aún cuando es una de las mujeres más bellas que conozco– la ceja de Spock se elevó más si cabe–. Oh vamos Spock, Nyota es un bombón, y lo sabes.

–Lo que no sé es por que estamos discutiendo de las cualidades físicas de nuestra amiga.

–¿Son celos eso que noto en tu voz?– preguntó Jim poniéndose en pie para terminar de abrocharse sus pantalones–. Pues eres tú él que se acostó con ella.

–Y tú el qué ha declarado que le parece una de las mujeres más bellas.

–Sí, son celos– masculló Jim poniéndose su abrigo antes de volver a mirar al Vulcano–. Sabes que no voy a poder dejar de apreciar la belleza aún cuando esté contigo, pero no tienes porque ponerte celoso ya que da igual cuan bella pueda parecerme una mujer o un hombre: ninguno serás tú, y sólo voy a casarme contigo– Jim le guiñó un ojo y le lanzó su mochila–. Y prosigamos, ¡que aún nos quedan siete kilómetros!

Resignándose, Spock no tuvo más remedio que volver a colgarse su mochila al hombro para seguir los pasos entusiastas de su pareja.


No faltaba mucho para el anochecer cuando Jim y Spock divisaron las primeras cabañas.

–¡Tierra a la vista!– gritó Jim dándole una palmada en el hombro a Spock–. Y hemos llegado antes de la puesta de sol.

–Me alegra saber que vamos a poder disfrutar de una cena bajo techo y no en medio de un bosque con posible fauna hostil.

Acercándose hasta él con una retorcida sonrisa, Jim le dio un par de codazos.

–Cuando me asaltaste en el bosque no pensaste en la funa hostil.

–Hasta dónde yo recuerdo no fui yo quien se abalanzó sobre ti, sino tú sobre mi.

–Pero fuiste tú quien me aprisionó contra el suelo y…

–¡Ey chicos!– ambos se volvieron hacia la voz de Bones. El médico caminaba hacia su cabaña portando varias bolsas con comida fresca–. ¿Por qué discutís?

–Trataba de hacerle ver a Spock que el bosque es igual de peligroso de noche que cuando estás teniendo sexo salvaje con tu pareja y no prestas atención a tu entorno.

El gesto de Bones pasó de la estupefacción a la sorpresa y de la sorpresa a la ira.

–¡Maldito mocoso! ¡Te he dicho mil veces que no quiero saber nada de vuestra relación sexual!

–Pero tú preguntaste Bones– se defendió Jim sin ocultar su sonrisa ante la molestia del hombre.

–¡Pero no quería una respuesta tan directa! De hecho, había quedado con Uhura y los demás en hacer una barbacoa para la cena. Iba a invitaros– sacudió las bolsas en sus manos– creía que tras pasar el día por el monte estaríais hambrientos, pero ahora mismo te quiero lejos de mi.

–Oh vamos Booooones– gimió Jim llegando hasta su amigo–. Tengo haaaambreeeee.

–Mientes– Leonars entrecerró los ojos–. Nunca tienes hambre Jim.

–Y para una vez que la tengo no me vas a dar la cena.

–No te la mereces.

Jim corrió hacia Spock y tiró del Vulcano obligándole a caminar hasta Bones.

–Pero, ¿y él? Mírale bien Bones, está cansado, hambriento, con frío.

–En verdad no sufro ninguna de…

Las palabras de Spock fueron obviadas por Leonard que prosiguió su réplica contra Jim.

–Usar a tu novio como excusa es de lo más ruin que te he visto hacer.

–¿Y no darme de cenar qué es?

Viendo como la discusión entre los humanos no admitía inciso alguno, Spock soltó un pequeño resoplido mientras era arrastrado por ambos humanos hasta la cabaña del médico en dónde, no le cabía duda, sabía que iba a disfrutar de una gran cena rodeado por el resto de la tripulación.


Nota: Hola! Gracias por vuestra paciencia pero he pasado unas semanas ahí atrás sin gana alguna de escribir ni revisar. Pero ya estoy de nuevo en marcha.
En cuanto al capítulo, es de transición; pasar tantos capítulos en la nave, de misiones, y demás, necesitaba un pequeño paron así que he decidido comentar un poco acerca de las vivencias de la tripulación de la Enterprise mientras están de permiso. Espero que os guste el planteamiento.
Un gran abrazo a todos y todas.