Perdonad el título. No tengo mucha imaginación. También me disculpo por ser tan mala con el pobre Haru. ¡Pero no lo puedo evitar!

Este es mi primer MakoRin. Se suponía que iba a escribir un RinHaru, pero vete tú a saber cómo, acabé empezando esta historia y un oneshot Rintori.


Rin Matsuoka odia muchas cosas. Odia los días lluviosos con viento, odia que se rían de su dentadura afilada, odia a la gente remolona que no se marcha del cine cuando la película acaba, odia ir por la calle y que el baboso de turno mire con ojos lascivos a su hermana pequeña, Gou, y odia el pescado.

Oh, el pescado. ¡Qué quebraderos de cabeza tuvo la pobre señora Matsuoka para darle pescado a su hijo! Siempre se las tenía que ingeniar para engañarlo, quizás preparando hamburguesas de merluza o mezclando atún con los espaguetis. Rin rechistaba, cómo no, pero al final no le quedaba más remedio que comérselo todo.

Ahora la situación es distinta. Rin ya no vive con su madre, sino que está como un rey en la residencia de la Academia Samezuka. Hay una cocina común en la que se supone que los tropecientos chicos tienen que turnarse para preparar la comida. Evidentemente, Rin no está por la labor de esperar horas y horas para poder hacerse una chuleta en una cocina vieja, roñosa y sucia como la del Samezuka. ¿Solución? La cafetería. La comida no es de primera calidad, ni mucho menos, pero al menos es decente.

Eso sí, intenta esquivar como puede todos los platos de pescado. Es complicado, teniendo en cuenta lo mucho que gusta la gastronomía japonesa del pescado y otros bichos marinos, pero no imposible. Es en ocasiones así cuando echa de menos un poco, un pelín de nada, Australia, donde vivió un par de años. Al menos allí comía carne casi todos los días.

En el polo opuesto está Haruka Nanase, el mejor amigo de Rin. Haru —¡que a nadie se le ocurriese llamarle Haruka!— no es un simple amante del pescado, sino que su obsesión raya en lo enfermizo. Rin podría jurar que Haru se alimenta única y exclusivamente de caballa.

Para Rin es un verdadero suplicio tener cerca a Haru y su olor repugnante a caballa. Se le huele, en el sentido más literal, a metros de distancia. Rin sabe que es cruel decirle a un amigo que huele mal, pero es que Haru no le deja otra alternativa. Aunque, visto de otro modo, podría decirse que Rin lo tiene en tal alta estima que hasta intenta pasar por alto un detalle tan "insignificante" como su apestoso olor a pescado.

Lo peor de todo es cuando Rin va a casa de Haru y tiene que comer la caballa que preparó. Intuye que su amigo lo hace adrede para hacerle rabiar, porque Haru es así, un desgraciado que se regocija con la desgracia ajena.

Quizás por eso mismo hoy, después de autoinvitarse a la piscina del Samezuka, Haru le dice que tiene que pasarse por un sitio antes de volver a casa. Ya han acordado que Rin se quedará a cenar, así que no le queda más opción que acompañarlo. ¡Encima que se mete en problemas con el capitán del equipo de natación, Mikoshiba, por dejar que Haru use la piscina como le entra en gana…!

—Te enseñaré algo que no hayas visto nunca —dice Haru con un tono tan soso como la caballa que va a preparar.

Si algo tiene Haru, es que el pobre es soso. Nagisa, un amigo de ellos, suele definir a Haru como un chico "taciturno, pero muy, muy amable". Menudo eufemismo. ¡Es soso! Y, a saber por qué, lo quieren igual. La amistad es caprichosa, opina Rin.

—Como me vuelvas a llevar al estanque de los patos y te desnudes allí delante de todo el mundo, te juro que te mato —murmura Rin entre dientes.

Dientes, esa palabra prohibida. Rin tiene un complejo con su dentadura, que parece la de un tiburón, ¡un maldito tiburón!, y no le gusta hablar del tema. La palabra en sí ya le produce un escalofrío desagradable.

—No será necesario —responde Haru. Rin no sabe si se refiere a que no se va a desnudar como el desvergonzado que es o, si por el contrario, se va a quitar la ropa de todas formas y le está diciendo de manera sutil que la violencia no es la solución.

Traducir los pensamientos de Haru es tarea difícil, sí señor.

Rin sigue a Haru por las calles desérticas y frías de Iwatobi, el pueblecito donde viven. Rin se está congelando y no tiene ganas de hablar, así que entierra la boca en la bufanda que le tejió Gou, rezando una y otra vez por llegar de una vez por todas a la casa de su amigo y entregarse a la comodidad del kotatsu.

—Ya llegamos —anuncia Haru. Cualquiera diría que su tono es tan emocionante y vivaz como el de una trucha, pero Rin, que no es cualquiera, sabe que detrás de esa voz seca se oculta la chispa.

—Es…

La chispa "bromista" de Haru.

—Sí.

—¡Es una pescadería! —Rin exclama sin creérselo—Oye, Haru, ¡¿pero por qué me traes aquí?!

—Porque tengo que comprar la cena —Haru se encoge de hombros, pero Rin sabe que se lo está pasando en grande—. Entremos.

Rin es un hombre hecho y derecho y entra en la pescadería con orgullo y buena presencia. O eso cree él hasta que el olor nauseabundo de los peces muertos entra por su nariz, pulula por su interior y lo mata. Ahí mismo.

—¡Ah, Nanase-kun! —escucha una voz que lo trae de vuelta a vida— Bienvenido. Creía que hoy ya no venías. ¿Todo bien? ¿Te pongo lo mismo de siempre?

El dueño de aquella voz es un chico. Uno bastante alto y musculoso. Parece un poco mayor que ellos, ya rozando la veintena, pero Rin se da cuenta por sus ojos brillantes y sinceros y su voz dulce que, como mucho, tendrá su misma edad.

—Sí, por favor —contesta Haru, despertando una vez más a Rin de sus ensoñaciones.

El olor del pescado debe de estarle haciendo más efecto del deseado.

—Aquí tienes —el pescadero le entrega a Haru una bolsa con algo que seguramente sea caballa. Rin no se fija tanto en la bolsa como en la sonrisa del chico. Siente que de repente tiene menos de frío y que el local no apesta tanto—. Espero verte pronto por aquí, Nanase-kun.

Haru paga y ni se inmuta ante la simpatía del pescadero. Rin se siente un poco ofendido y quiere darle un codazo a su amigo, pero decide no hacerlo. Realmente no vendría a cuento.

Salen los dos de la pescadería, Haru con un aire triunfal ridículo y Rin sintiendo de lleno el viento invernal en su cara.

—He hecho una buena compra —admite Haru, orgulloso de sí mismo—. Rin, hoy cenaremos bien.

A Rin le da igual la cena. Hay una duda mucho mayor que asola su mente. Solo cuando están ya a poco más de la mitad del trayecto, casi más cerca de la casa de Haru que de la pescadería, Rin se atreve a liberarse del peso que se le está formando por dentro.

—Oye, Haru, ¿quién era ese? El chico de la pescadería, digo —Rin intenta sonar poco interesado, pero fracasa miserablemente.

—El pescadero.

Para ser amigo de Haru hay que tener la paciencia de un santo.

—Eso ya me lo imaginé —Rin frunce el ceño—. ¿Pero es tu amigo o algo? Se le veía muy, muy… no sé. Muy cercano.

—No —ni mira a su amigo a la cara. Típico de Haru—. Pero viene a mi clase. Y creo que vive cerca de mi casa.

Uno de los problemas de Rin es que la mayoría de sus amigos, que no son muchos, acuden al instituto público de Iwatobi. Haru, Nagisa, a quien ambos conocen desde niños, y Rei, un gafotas que hace salto de pértiga, están matriculados ahí. Y Gou, su hermana, claro.

A Haru le encanta la natación y es un verdadero genio, así que Rin le ha insistido en varias ocasiones que se una al Samezuka, donde tendría acceso a la piscina todo el año y podría llegar lejos como nadador profesional. Ese es el objetivo de Rin, ser un campeón olímpico, pero para Haru todo eso son castillos de arena. A él le gusta nadar libre, sin cronometrar su tiempo ni entrenar hasta quedarse fatigado. Ya lo intentó en primaria, un poco obligado por Rin, y lo abandonó nada más empezar en secundaria.

Rin no es ningún privilegiado, a diferencia de Haru, así que para cumplir sus sueños no le queda más que entrenar duro. No es que le entusiasme el estilo de vida que lleva en el Samezuka, pero es un sacrificio que dará sus frutos. O eso espera él. Al menos no está del todo solo en la residencia. Se puede decir que es más o menos amigo de su compañero de cuarto, Nitori. Un buen chico, aunque a veces un poco insistente de más. También es capaz de llevarse bien con el capitán Mikoshiba siempre y cuando no esté ligando con Gou. Rin, por su carácter, no es muy dado a hacer amistades. ¡Pero los amigos que tiene son verdaderos y mataría por ellos!

Y Haru, que es como un imán que atrae a la gente, se cierra en banda. Le basta con los amigos que ya tiene. No necesita más. Solo hay que ver cómo trata al pescadero ese tan amable, que tenía toda la pinta de morirse por quedarse charlando un ratito más con Haru.

A Rin no le habría importado quedarse, no. Soportaría el olor del pescado con tal de saber un poco más sobre aquel chico. Parecía buena persona.

Quizás sea una locura, pero a Rin casi le atrae la idea de volver a acompañar a Haru a la pescadería. Y, a ser posible, en un futuro muy próximo.