Para Llamar a un Compañero

Esta historia no es mía, es de Penthesileia la cual fue muy amable en dejarme traducir su fic, el cual originalmente está escrito en inglés, y también quiero darle las gracias a Sara Croft por ofrecerse a ser mi editora y ayudarme a corregir errores. Espero que les guste tanto como a mí. Si quieren leer la historia en su idioma original les dejo el link:

w w w . fanfiction s / 4627810 / 1 / To - Summon - a –Mate

solo tienen que quitar los espacios.

Tiene contenido fuerte, lean bajo su propia responsabilidad.


NA: La nueva versión editada de TSAM (NT: Para Llamar a un Compañero). No se preocupen, la mayor parte de las líneas de la trama siguen igual, solo estoy arreglando mi gramática y todas esas cosas divertidas.

Aviso-Yo no soy dueña de Inuyasha y no estoy haciendo dinero con este fic.


Octubre 31

Kagome entró rápidamente a su casa, temblando ligeramente por el frío del exterior. Se quitó la bufanda que traía y dejó su abrigo en la cocina, mientras se preguntaba si prepararía té para su mamá o también uno para ella. Sus ojos vagaron ausentes alrededor de la cocina buscando a su hermano, antes de que su corazón se hundiera.

La mesa estaba puesta para cinco personas. Cinco platos verdes descansaban en cinco alegres manteles naranjas con cinco juegos de
vajilla de plata brillante. La azabache rechinó sus dientes cuando el olor del pan de muerto quemado llegó a su nariz. El horno estaba encendido con
comida dentro cociéndose. Kagome resistió la urgencia de apagarlo y lanzarlo por la ventana.

Sôta saltó a la cocina, con sus brazos llenos de flores brillantes y sonriéndole a Kagome. La garganta de la chica se estrechó. No lo había visto tan feliz en meses.

-¡Hola Kagome!- Pió, dejando gentilmente las flores en la encimera para revisar la comida.

-Hola Sôta. ¿Qué estás haciendo?- Preguntó curiosa Kagome

-Preparándole comida a papá, para su altar- El pequeño puso la puerta del horno de nuevo en su lugar, satisfecho con el progreso de la
comida y enderezó uno de los manteles que ya estaban perfectamente alineados –quiero que todo esté listo para cuando él regrese-
Kagome cerró sus ojos, queriendo sacudir a Sôta y gritarle que su padre nunca iba a regresar.

-El Dr. Saito dice que a los espíritus les gusta lavarse antes de comer su banquete. ¿Tú piensas que a mamá le importaría si usara su
tazón de plata?

Kagome respiró profundamente, determinada a no llorar. Maldito y ridículo ''consejo de duelo'' del Dr. Saito.

-Estoy segura de que no, Sôta- Dijo la joven lo más neutralmente que pudo

El rostro de Sôta se iluminó - ¡Gracias Kagome! ¡Esta noche va a ser perfecta! Tal vez, si hago todo bien, el espíritu de papá estará con
nosotros para siempre en vez de sólo un día.

La mueca de Kagome se rompió en cuanto Sôta se volteó y salió de la cocina para encontrar el tazón. La mano de la chica dolió por la
necesidad de destrozar los libros de folklore de Halloween que descansaban en la encimera, para que no pudieran llenar la mente de su
hermano con más mentiras sobre el regreso de su padre.

La azabache levantó uno de los libros, con el ceño fruncido. Halloween, formalmente conocido como Samhain, era una antigua
celebración celta con la cual Sôta se había obsesionado. Los druidas habían creído que el velo entre la vida y la muerte era tan delgado,
que los muertos regresarían para visitar a sus familiares. Tomando ideas de otras culturas, Sôta había adquirido esa ida de que su padre
volvería a verlos en la noche de Halloween, y que tal vez se quedaría si comía, se lavaba y era bien cuidado. No ayudaba que ese maldito
psiquiatra, el Dr. Saito, lo alentara.

Si Kagome no estaba contenta ni siquiera cuando su madre salía de la depresión en la que estaba sumida lo suficiente para notar a sus
hijos, ahora mismo Kagome estaba furiosa con su madre por enviar a Sôta con semejante chiflado. Él no necesitaba al Dr. Saito y esa
estúpida terapia de luto, él necesitaba a su familia.

Se forzó a sí misma a soltar el libro y a alejarse del horno, sabiendo que su abuelo probablemente necesitaría ayuda para barrer el patio.
Los niños disfrazados y el truco o trato, y todo lo demás comenzaría dentro de un rato, y la joven esperaba que su madre estuviera lo
suficientemente bien como para repartir dulces e incluso ir con Sôta a fuera. Tal vez la oportunidad de pasar tiempo con su madre podría
distraerlo de cualquier ritual que estuviera pensando en realizar esa noche.

Tomando su abrigo, dejó la comida cocinándose y, secretamente, esperando que se quemara mientras salía. El frío había encontrado una
pequeña apertura en su chaqueta, enfriándola aún más.

Se puso los guantes a tirones, sabiendo que no harían mucho mientras tuvieran ese agujero, y dobló su cabeza para evitar el pentagrama
de cobre que Sôta había colgado en la puerta de entrada con la foto de su familia, antes de la muerte de su padre. (Nota Editora: El
pentagrama de cobre es como un pequeño amuleto, con una estrella de cinco puntas, que se usa en varios rituales espirituales y demás)
Kagome no pateó las calabazas talladas, ni los nabos y berenjenas que se aglomeraban en los escalones de la entrada mientras bajaba,
aún esperando a que Sôta regresara a la normalidad, manejando la muerte de su padre como un niño normal y reventando él mismo los
vegetales. Y entonces, ella sólo tendría que esperar que su madre regresara al mundo de los vivos.

Los blancos ropajes de sacerdote de su abuelo resaltaban entre las hojas amarillas, rojas y naranjas que él barría. Kagome agarró una
escoba, mientras las hojas crujían bajo sus zapatos cuando las pisaba.

-¡Hola abuelito!- Saludó con la mano antes de quitarse una hoja de su cabello.

El abuelo Higurashi miró arriba, dejando de barrer, para sonreírle a su nieta favorita.

-Buenas tardes, Kagome.

Kagome bajó la escoba y comenzó a barrer. El movimiento repetitivo la calmaba.

-¿Cómo está mamá hoy? ¿Tú crees que está lo suficientemente bien para esta noche?- Su abuelo paró de barrer.

-Yo no me ilusionaría, querida- Dijo lo más gentilmente que pudo – No se levantó esta mañana, ni siquiera se movió cuando corrí las
cortinas

La más joven cerró sus ojos, ocultándose de su abuelo.

-Nosotros no podemos seguir así por mucho tiempo ¿Verdad?- Preguntó ella, aún ciega.

Las hebras de la escoba rozaban lentamente la piedra del patio, generando un sonido áspero para sus oídos.

-He estado haciendo algunas investigaciones. Hay un lugar cerca de aquí para mujeres que tienen su misma enfermedad, y está a solo
dos horas de aquí. Yo tampoco quiero enviarla lejos, Kagome, pero allí tienen personas que pueden cuidarla mejor que nosotros.- Explicó
el mayor. Ambos intentaban ignorar la culpa en su voz. Otra hoja cayó suavemente en el cabello azabache, el mundo callado, esperando
la escoba de su abuelo.

-No tenemos dinero- Alegó Kagome, agarrándose a cualquier razón que ella pudiera usar para conservar a su mamá.

-Encontraremos alguna forma para hacerlo.

-Ella aún puede mejorar. Se levantó en los últimos días.

-Kagome, ha estado así desde la muerte de tu padre hace ocho meses. Nunca pensé en enviarla lejos, pero no puedo seguir desafilando
los cuchillos de la cocina y escondiendo la cuerda.- El abuelo golpeo el suelo y la escoba raspó violentamente.

-¿Podemos darle otro mes? En serio, está mejorando- El anciano suspiró.

-Kagome...

-¡Kagome!- Sôta gritó desde la casa- ¡Necesito ayuda, el pan se está quemando!

-Por favor abuelito, solo un poquito más – Rogó la joven mientras se volteaba para regresar a casa.

Su abuelo miró avergonzado la hoja que estaba en el suelo en vez de dirigir la mirada a la figura de la chica alejándose.

-¡Truco o Trato!- La bruja, la princesa Barbie y el Power Ranger gritaron mientras extendían sus bolsas para recibir los dulces.
Kagome, obligatoriamente, rellenó sus bolsas tratando de deshacerse de lo último que había de dulce, mientras evadía mirar por la puerta abierta de la sala. Escuchó ausente a los niños agradecerle sin poner mucha atención, mientras Sôta salía de la cocina, cargando el
pesado tazón encima de su cabeza.

-El agua se enfrió, recuerdo que a papá le gustaba caliente.- Sôta explicó antes de que ella pudiera preguntar.

La mayor no respondió, sus ojos se movían hacia la puerta, a pesar de no querer hacerlo. Sôta había construido un altar para su difunto
padre en frente de la televisión, docenas de flores de cempasúchil que el pequeño había comprado miraban a la pantalla. Las fotos de su
padre se amontonaban en la mesa baja con dulces, sus objetos personales y la comida que Sôta había preparado para él. El único lugar
vacío en el altar era para el tazón. Sôta regresó cuidadosamente a la sala y puso el tazón de agua ligeramente humeante de nuevo en
su lugar, sobre la alfombra en frente de su altar, esperando.

Kagome se mordió el labio mientras observaba la nuca de su hermano. No tenía idea de cómo reaccionaría el pequeño cuando el espíritu
de su padre no apareciera. Y las noticias de la partida de su madre solo lo empeorarían. La mayor frotó su frente, dejando el
pensamiento de lado hasta que estuviera obligada a tratar con él. Ella aún tenía tarea para terminar, y no perecía que pudiera convencer
a su hermano para ir a fuera a pedir dulces.

Apagó las luces, decidiendo que guardaría los dulces que quedaban para ella y se sentó a trabajar, aunque pensando distraída cómo le
explicaría a Sôta que su padre estaba muerto y que nunca regresaría. Casi se arrepentía el haberle dicho a su abuelo que se fuera.

Knock, Knock.

Kagome frunció el ceño.

-Tontos niños- Murmuró, levantándose. ¿Es que acaso no podían ver la luz apagada?

La muchacha abrió la puerta, esperando que los niños no la hicieran arrepentirse de darles los últimos dulces, frunció el ceño. Se aclaró
la garganta, procurando ser educada.

-Buenas tardes Dr. Saito. ¿Puedo ayudarle en algo?

Los ojos marrones del doctor se dilataron detrás de las lentes de diseñador que los cubrían.

-Buenas tardes. Si, hoy es noche de Halloween y esperaba poder ofrecer un poco de asistencia para Sôta.

Kagome corrió una mirada insultante al costoso traje del Dr. Saito y al maletín de piel y sutil pero agradable aroma, preguntándose
cuánto dinero habría pagado por él.

-Claro.- Accedió la joven. Cuando el fantasma de su padre no apareciera, tal vez Sôta y su madre finalmente verían al Dr. Saito como el
tonto en el que habían gastado dinero. Kagome dio un paso atrás, permitiéndole al Dr. Saito pasar a dentro.

-Mi hermano está en la sala- Kagome hizo un ademán a la puerta abierta. Saito entró a la casa, dejando que Kagome lo siguiera mientras
el psicólogo enfocaba sus años de entrenamiento en el menor de los Higurashi.

Saito se arrodilló al lado de Sôta, sus labios curvándose hacia arriba formando una gentil sonrisa mientras Kagome recargaba su espalda
en la pared, observándolos. Sôta se levantó en cuanto vio a Saito entrar en la habitación.

-¡Dr. Saito!

-Hola amigo. Hiciste un gran trabajo con tu altar.- El Dr. Lo felicitó. Sôta se emocionó ante el cumplido.

-¡Gracias! He trabajado muy duro en él. Estoy realmente feliz de que estés aquí. Ninguno de los libros que leí me dio una hora específica
en la que, se supone, el alma de papá regresará. ¿Tú crees que llegará pronto?- Preguntó el pequeño con entusiasmo. Saito se encogió
de hombros.

-Es diferente para todos. El día de los muertos para los mexicanos dura dos días, en los cuales el alma puede aparecer a cualquier hora.
Tu papá puede aparecer justo ahora, o dentro de uno o dos días.

-Oh. ¿Pero él va a venir, verdad?- Preguntó Sôta esperanzado.

-Seguro que vendrá, amigo.

Las uñas de Kagome se clavaron en sus brazos. Maldición. No habría dejado entrar al maldito su hubiera sabido que sería eso lo que le
diría a Sôta.

-Oh, pero sé una manera en la que podemos pasar el tiempo.- Anunció Saito. Sôta lo miraba curioso mientras el Dr. Sacaba el maletín de
piel y lo abría. – Dime Sôta, ¿Qué otro tipo de cosas hacían los druidas en Samhein?

-Los celtas construían enormes hogueras y hacían diferentes tipos de sacrificios para sus deidades. Oh, y también conseguían todo tipo
de fortuna porque ellos creían que era más fácil predecir el futuro con tantos espíritus del otro mundo a su alrededor. El Dr. Saito sonrió.

-¡Muy bien, Sôta! ¿Te acuerdas de haber leído algo en específico?- Sôta miró en el maletín, asumiendo que ahí dentro había algo
importante.

-Los escoceses hacían diferentes rituales con manzanas. Había una manera de predecir a tu futura pareja con castañas y...- Sôta paró
después de apartar algunos papeles y se encontró con una bolsa de terciopelo con cuerda. La abrió y se quedó maravillado. – ¡Y
Espejos!

Sacó un espejo circular, con un tenue pentagrama grabado en la superficie brillante. Kagome frunció el ceño, preocupada de que se
cortara con las orillas expuestas.

-Los espejos eran usados de distintas maneras, pero el método más popular era cuando una chica lo sostenía en alto en una habitación
a oscuras y usaba una vela para ver la superficie del espejo. La cara del amor de su vida supuestamente aparecería sobre su hombro.

-Bueno, al menos sé que mis libros están siendo leídos.- El Dr. Saito bromeó. Sôta se volteó a ver a su hermana.

-¡Kagome! ¡Deberías probar!- Dijo el pequeño entusiasmado. Kagome roló los ojos.

-No. Es una tontería.

-Aw, ¿Por favor? ¿De qué otra manera obtendrás un chico?

-¡Oye! Puedo obtener un chico perfectamente yo sola sin usar rituales extraños.- Espetó molesta la azabache, aunque estaba feliz. ¡Ahí
estaba el odioso hermano menor que ella conocía y amaba!

-Vamos Kagome, solo inténtalo. Apenas tomará algo de tiempo.- Animó el Dr. Saito, mirándola con una extraña mirada. Kagome esperó,
sintiendo algo... extraño en el aire.

-Porfiiis, ¿Kagome?- Rogó Sôta. La mayor suspiró, ignorando lo que sea que la estaba molestando. Seguramente no era nada.

-Bien, dadme el espejo y una vela.

Sôta sonrió de forma burlona, y corrió para darle a su hermana el espejo, la vela y una cerilla. Kagome prendió la cerilla y su hermano
apagó las luces hasta que la llama era lo único que iluminaba el cuarto. Kagome puso la vela cerca de su cara y miró el espejo. Su misma
cara la miró, nadie salía sobre su hombro.

-¿Se supone que tengo que hacer algo o quedarme aquí?- Preguntó, su cara se veía espeluznante con esa luz iluminándola.

-Algunas leyendas dicen que la chica tiene que caminar hacia atrás en un tramo de espaleras.- Sugirió Sôta. Kagome roló los ojos de
nuevo, sintiéndose lo suficientemente tonta sin tener que intentar matarse ella misma.

-Bueno, las leyendas tendrán que satisfacerse con sólo caminar hacia atrás.

Se recordó a sí misma que estaba haciendo esto por su hermano antes de dar un paso hacia atrás, con sus ojos en el espejo. Dio otro
paso, sus cejas se fruncieron cuando notó una extraña presión en el cuarto. O tal vez una presencia. Bufó molesta consigo misma, por
dejar que las teorías de Sôta llegaran a su cabeza. Por supuesto que no había ninguna ''presión'' en el cuarto. Este ''ritual'' era una
sandez. Dio otro paso, y otro y otro y otro. Aún no había una cara. Dio una más solo por Sôta antes de rendirse. Dio una más... y gritó.

Una cara se materializó sobre su hombro, sus ojos dorados adentrándose en los de ella con la fuerza de un camión. Su cabello plateado
caía largo y liso sobre su piel bronceada, sus lindos labios torcidos con picardía. ''Inuyasha'' Susurró tiernamente su alma a sabiendas.
Kagome soltó un grito ahogado de nuevo, provocando que el espejo se resbalara de su mano, cortándola. La sonrisa de él se ensanchó
mientras ella dejaba caer el espejo, dejando sus restos en el suelo de madera. Las luces eléctricas se encendieron, casi quemando los
ojos de Kagome.

-¡Kagome! ¿Qué pasó? ¿Estás bien?- Preguntaba Sôta, preocupado. Kagome se sacudió, difícilmente sintiendo la cera que goteaba en su
puño cerrado.

-El espejo... ahí había... pero no puede ser... me refiero...- Tartamudeó, antes de mirar los fragmentos rotos, mezclados con cables y
microchips. Sôta estalló en carcajadas mientras la chica miraba la pila de vidrio roto y tecnología.

-¡La pillamos Dr. Saito!- Saito sonrió con satisfacción.

-Lo admitiré, eso fue algo gracioso.

Los hombros de Kagome se pusieron rígidos, furiosa y horriblemente avergonzada. ¿Estaba solamente ella feliz de que su hermano actuara
como un mocoso otra vez?

-Buenas noches- Dijo ella, con algo de tensión. Tan enojada estaba que no confió en decir algo más.

-Aw, vamos Kag, no seas así. ¡Fue gracioso!- Alegó el menor mientras ella daba media vuelta para salir de la sala- ¡Papá habría pensado
que fue gracioso!- Gritó mientras ella cerraba la puerta de la cocina.

Kagome tomó el último dulce que quedaba en la mesa antes de subir las escaleras, demasiado molesta como para lidiar con su tarea
ahora. Sólo quería comer su chocolate y dormir. Sôta y Saito podían estar despiertos esperando a su padre y jugando con sus trucos,
pero ella se iba a la cama.

Se paró en frente de la puerta cerrada de la habitación de su madre, pero sin tener la energía o la voluntad de lidiar con ella ahora mismo.
Pasó de lado y continuó hasta su propio cuarto.

Abrió su puerta con un suspiro agradecido, no había estado tan feliz en su vida de ver su cama.

Dobló su mano, viendo que la herida seguía sangrando y la cera cubrirla. Dejó el plato de los dulces en su buró, determinada a dejarlos
para después y concentrarse en su mano. La última cosa que necesitaba era una infección. Una risa oscura vibró por toda su habitación,
haciéndola parar en su inspección.

-Pobre compañera. Déjame encargarme de esa cortada.

Antes de que pudiera respirar profundo para gritar, una fuerte mano se envolvió en su muñeca y la jaló a un desnudo y cálido pecho.

Miró hacia arriba y vio al hombre del espejo examinando cuidadosamente su cortada, antes de mostrarle una sonrisa diabólica y pasar su
lengua delicadamente contra su herida.

Kagome soltó un gritito ahogado, sintiendo como si fueran llamas las que tocaran su piel, pero en vez de sentir dolor, sentía un increíble
calor que nunca había sentido. Él sonrió socarronamente ante su cara atemorizada y presionó su palma contra sus labios.

-Listo. ¿No está mejor ahora, cariño?- él ronroneó enigmáticamente, acercándola más a él.

Él soltó su mano y retorció sus dedos en su cabello. Ella solo podía verlo sin hacer nada, insegura de si esto era real. Nunca se había
sentido tan débil en su vida entera. O tan deseada. El joven bajó su cabeza, acercándose a ella, su cabello plateado lanzando brillantes
destellos por la débil luz.

-He esperado tanto tiempo para esto.- Murmuró contra sus labios, antes de cerrar la distancia entre ellos y tomarlos con los propios.

Si su boca en su palma había sido caliente, esto era abrasador. Él gruñó suavemente mientras su lengua jugaba sobre sus labios, y ella
abría su boca sin darse cuenta, dejando que él se introdujera en ella, aleteando sobre sus dientes.

Pudo haber sido el beso más ardiente de su vida si no fuera de un extraño pendejo que había entrado en su cuarto. Ella sintió los labios
de él formar una sonrisa de satisfacción.

-Sabes mejor de lo que yo hubiera esperado.- Sus manos vagaron lentamente hacia abajo, instalándose en sus caderas y liberando sus
brazos. En respuesta, Kagome estrelló el plato de los dulces en su cabeza.

-¡Joder!- Él maldijo, dejándola ir para agarrar su cabeza mientras los dulces se caían al suelo.

Kagome saltó hacia su closet, sabiendo que Sôta guardaba ahí su bate de béisbol, pero antes de que ella pudiera tocar el pomo de la
puerta, el joven la agarró y dio un tirón a su espalda. Ella deslizó sus uñas por sus brazos desnudos.

-¡Déjame ir estúpido!

-¡Joder, eso duele!- Se quejó el, dejándose caer en su cama, depositándola a ella en su regazo y, tomando las manos de ella con las
suyas, forzó sus brazos alrededor de su pecho para que así ella no pudiera herirlo. Tiró una pierna sobre sus pantorrillas cuando ella
forcejeó, inmovilizándola fácilmente.

-Tranquilízate, no voy a hacerte daño.- Ella resopló, aún retorciéndose.

-Si, claro.- Espetó enojada- ¡Déjame ir!- La azabache se sonrojó al darse cuenta de que estaba siendo sostenida demasiado cerca de un
chico desnudo.

Él solo la abrazó acercándola más, descansando su barbilla e el cabello de ella. Respiró hondo.

-Maldita sea, hueles bien.- Murmuró, inhalando de nuevo.

-Más vale que lo disfrutes, porque en el momento en que me levante te arrancaré la nariz de la cara- Siseó. El joven rió, su pecho
retumbaba contra la espalda de Kagome.

-Tengo suerte de tener una compañera sanguinaria.- Murmuró. Kagome volteó su cuello a un lado y lo mordió salvajemente.

-¡AUCH! ¡Deja de hacer eso!- le ordenó, apretando su abrazo en vez de dejarla ir, como ella esperaba que lo hiciera.- Tú eres mi
compañera, ¡no tienes que herirme!

-¡No soy tu nada, estúpido! ¿Quién demonios eres?- Gritó ella, frustrada. Él se acercó para olfatear su cuello.

-Oh, cariño, tu sabes perfectamente quién soy.

¡Inuyasha! Clamó una voz en su cabeza con impaciencia.

-Soy el hombre que liberaste del espejo- Sus pulgares empezaron a acariciar los dedos de ella, sus labios tan cerca de su oído, poniéndole
la carne de gallina por donde su aliento pasaba- y ahora eres mía.