Rin espiró aliviado cuando por fin posó los pies sobre tierra firme. Se estiró y sintió crujir cada una de sus vértebras. A su lado Makoto y Haru hacían lo propio. Diferentes lamentos se oyeron hasta que por fin el causante de aquellas diez horas de sufrimiento bajó de un salto del autobús.
- ¡Ya hemos llegado! - exclamó Nagisa, lleno de júbilo y, sabe Dios cómo, energía.
- Si tengo que pasar un minuto más sentado mato a alguien.- Espetó Rin, lanzándole una mirada recriminatoria al más joven.
- Qué rancio eres, Rin. ¡Nos lo hemos pasado muy bien! ¿A que sí, Rei? - inquirió con una sonrisa.
- Me ha dado tiempo a leer todo sobre este lugar – respondió el aludido, ajustándose las gafas,
con aire cansado.
Makoto avanzó unos pasos y con su tono suave llamó a los demás.
- Deberíamos empezar a movernos. Ya está oscuro y aún nos quedan dos kilómetros a pie hasta el hostal. Con suerte llegaremos a la hora de la cena.
Haru ya había empezado a caminar, sin esperar a confirmar que los demás le siguiesen.
- Quiero ver a esos monos que nadan.
A Rin aún le costaba entender cómo se había dejado enredar en semejante viaje. Todo había sido plan de Nagisa, quien apareció un día en el vestuario del club con una enorme sonrisa.
- ¡Gou...!
- No me fío nada de ese tono – comentó la chica, mientras escribía un nuevo plan de entrenamiento para el otoño - ¿Qué me vas a pedir?
- No te voy a pedir nada – hizo un mohín – Verás, mis hermanas y unas amigas de la universidad habían reservado unos días en un onsen, pero al final se les ha torcido el plan y no podrán ir. No pueden anular la reserva así que me han preguntado si nos gustaría ir a nosotros.
- Eso no es una actividad del club, Nagisa. El instituto no pagará el viaje.
- ¡Pero qué rancia! ¡Se nota que eres una Mastuoka! - espetó con fingido enfado – Te estoy invitando a ir, en plan amigos de excursión.
- No será una excursión muy larga, el onsen no está muy lejos de aquí – intervino Rei, cambiándose el uniforme por el chándal.
- ¡Ah, pero te equivocas! - dijo Nagisa infiriendo un tono misterioso a sus palabras – No me refiero al onsen de nuestra ciudad, éste está en Nagano.
- ¿Nagano? ¿Para qué iban a ir tus hermanas a Nagano? - preguntó Makoto, que había permanecido en silencio a la expectativa de que Nagisa revelase su plan completo - ¿Sabes lo lejos que está?
- Depende de la ruta, pero al rededor de 630 kilómetros – puntualizó Rei sin esfuerzo.
- El caso es que en Nagano hay una reserva natural, pasas la noche en el hostal, te bañas en las aguas termales y haces rutas de montaña. ¿No es genial?
- No me interesa la montaña – cercenó Haru desde el banco, sin siquiera mirar a Nagisa.
- Además, es un viaje muy largo - añadió Makoto, con una expresión afable.
- ¡Pero no será tan divertido si vamos sólo Rei, Gou y yo!
- ¿Eh? ¿Yo? - el de gafas no parecía muy por la labor.
- Hombre, no pensarías dejarme solo – increpó Nagisa, como si nunca hubiese habido duda acerca del asunto.
- ¡Tengo una idea! - exclamó Kou, quizá más alegre de lo que debiera - ¿Por qué no le preguntas a Rin? Hace mucho que no vais todos juntos a alguna parte, creo que le gustaría mucho acompañaros.
- ¡Oh, sí! ¡Qué gran idea! ¡Qué lista eres, Gou así podrás salir tranquilamente con el capitán Mikoshiba!
Kou enrojeció enseguida, tardó un momento en volver a hablar, con la voz demasiado aguda.
- ¡IDIOTA, NO ES ESO!
- Si Rin se apunta ¿venís vosotros también? - preguntó Nagisa a Makoto y Haru, ignorando totalmente a Kou.
Haru tardó en contestar un segundo más de lo que a Makoto le hubiese gustado.
- No.
Makoto sintió cierto alivio, no es que no le gustase la montaña, pero irse tan lejos, así de improviso, necesitaba algo de tiempo para pensar las cosas antes de decidirse.
Nagisa se sentó junto a Haru, se apoyó en uno de sus hombros, demasiado cerca, con aire ominoso.
- ¿Te he dicho que a ese onsen bajan los macacos a bañarse?
La expresión de Haru parecía imperturbable, pero Nagisa había notado el ligero tick en sus ojos.
- ¿Verdad que sí, Rei?
- Durante la temporada de otoño e invierno las temperaturas descienden tanto que los macacos acuden a las aguas termales para entrar en calor. Incluso hay familias enteras que van a bañarse juntas.
Haru lanzó una mirada a medio camino entre la fascinación y la súplica a Makoto, quien empezó a temerse lo peor.
- Monos que nadan.
- Haru... - comenzó Makoto, en un tono disuasorio.
- Makoto.
No dijo más, no hacía falta decir más, se había decidido y ya no estaba suplicando, esto era un hecho: se iban a ver a los macacos que nadan.
- ¿A Nagano? ¿Pero tú sabes lo lejos que está eso?
- 630 kilómetros aproximadamente – puntualizó nuevamente Rei.
Allí estaban todos, Kou incluida, ante la puerta del dormitorio de Rin, quien se apoyaba en la jamba, de brazos cruzados.
- ¡Venga, Rin! ¡Nos lo pasaremos bien!
- No tengo tiempo para eso, si queréis ir a un onsen en esta ciudad está uno de los más famosos de la región – dijo con tono cansado, sabiendo que sus palabras no tenían efecto en el entusiasta Nagisa. - Makoto ¿tú estás de acuerdo con esto? - preguntó, buscando algo de cordura en el que parecía el único con la cabeza bien amueblada de ese grupo.
Makoto se limitó a sonreír en una mezcla de afabilidad e impotencia.
- Hermano, necesitas salir más. ¡Aún no has viajado nada desde que volviste de Australia! Te haría bien despejarte – sugirió Kou, con un leve tono de preocupación y una aún más leve nota de ansiedad en su voz.
Rin notó un tirón en su camiseta, al buscar al responsable, se encontró cara a cara con Haru quien le miraba fijamente, peligrosamente cerca.
- Rin – el susodicho se vio a sí mismo reflejado en la claridad de aquellos suplicantes ojos azules – monos que nadan.
El pelirrojo se ruborizó ligeramente al recordar la genuina emoción de Haru al pronunciar aquellas palabras. Unos malditos monos que nadan y esos profundos ojos azules, normalmente tan inalterables, vibraban y se tornaban en súplica silenciosa. Torció el gesto, sintiéndose ridículo por el poder que Haru tenía sobre él. Miró de soslayo a Makoto que caminaba a su lado y sabía que por su mente corría el mismo pensamiento. Se sintió algo menos molesto.
Sintió un tirón en la espalda, y al volverse encontró a Nagisa encaramándose a su hombro.
- ¡Rinrin! - exclamó - ¿Sabes alguna historia de terror australiana?
- Nagisa... - reprochó Makoto, no tanto por importunar a su amigo con cuestiones absurdas, si no por el temor a que éste empezase a relatar alguna.
- ¿Te parece poco terror un país donde la mitad de los animales son venenosos y los que no lo son te pueden matar a golpes o mordiscos?
- ¿Te mordió alguna araña?
- No. Pero si quieres una historia de terror, una vez que fuimos con la clase de excursión a una vieja prisión empecé a oír un lamento detrás mío. Pensé que eran mis compañeros gastándome una broma. Me volví y no había nadie.
Makoto aceleró el paso, poniéndose a la par que Haru, esperando alejarse así del relato, sin embargo aún podía oír la voz de Rin tras de él, juraría que incluso más alto. Por su parte, Nagisa, cogiendo por los brazos tanto a Rin como a Rei, esgrimía una expectante sonrisa.
- No le hice demasiado caso – prosiguió el pelirrojo, despreocupado – Era un edificio antiguo, podía ser el aire colándose por los agujeros de la pared. Seguí caminando. Al cabo de un rato noté unos dedos en mi pelo, acariciándolo, y luego un tirón y el sonido como el de un perro cuando olfatea.
- ¿Y qué más? - gritó Nagisa, impaciente.
- Eché piernas como un hijoputa – soltó una carcajada corta – No dije nada a nadie, temía que se riesen de mí. Pero en el autobús de vuelta al colegio unos chicos mayores empezaron a hablar del espíritu de aquella prisión, un tipo que en vida había matado a muchas chicas. Tenía la costumbre de cortarles el pelo y guardárselo. Todas sus víctimas eran pelirrojas.
- ¡Uaaah! - chilló Nagisa, emocionado y con la piel de gallina - ¡Qué mal rollo!
- Pero tú eres un chico – impuso Rei.
- Tú no conociste a Rin de pequeño, ¡era tan adorable como una niña! - interpeló Nagisa, meneando el brazo de Rei.
- Ten cuidado no te vaya a dejar yo como una niña a ti – dijo el aludido, entre dientes.
- Ahora no eres nada adorable – río Nagisa.
Rin esbozó una sonrisa, incapaz en el fondo de enfadarse con el vivaracho chaval. No se había dado cuenta de cuánto había había echado de menos ese desparpajo y genuina dulzura que desprendía, siempre dispuesto a ver el lado positivo de las cosas. Miró por encima de él, hacia Rei, y leyó en sus ojos ese mismo sentimiento, quizá en él más intenso. Ladeó la sonrisa y se deshizo del abrazo de Nagisa. Corrió la corta distancia que les separaba de Makoto y Haru, dejando a los más jóvenes con sus asuntos.
Haru le lanzó una corta mirada cuando el pelirrojo se posicionó a su izquierda, mirándolo a su vez con una sonrisa que revelaba ligeramente los dientes. Bajó un poco la cabeza y buscó en su derecha a Makoto, quien le devolvió un semblante afable. Sonrió para sí. Los monos que nadan le llamaban poderosamente la atención y habían sido una parte decisiva para embarcarse en este ridículo viaje, pero también lo había sido la oportunidad de disfrutar todos de un fin de semana juntos, sin entrenamientos, ni horarios, ni la desidia de no poder nadar. Se sentía ajeno a si mismo. No hacía tanto ni siquiera le hubiera dedicado un segundo de sus pensamientos a tal idea. No solía cuestionar sus decisiones y esta no era una excepción, sin embargo le resultaba curioso cuan natural le había resultado tomarla.
Una inusual brisa cálida removió sus oscuros cabellos. Ya era entrado octubre pero el clima parecía resistirse a cambiar de estación. Sólo el crujido de las hojas caídas a sus pies atestiguaban la presencia del otoño.
- Hace calor – comentó Makoto, dando voz a sus propios pensamientos – podremos vestir yukatas y sandalias.
- Ya, pero no veremos a los condenados monos – musitó Rin, con las manos entrelazadas tras la cabeza – Qué pena ¿no, Haru? Todo este viaje en balde.
- Qué bien que te tengamos a ti Rin, podrás servirles de sustituto – repuso Haru, inexpresivo.
El pelirrojo lo miró con los ojos muy abiertos y expresión mudada durante unos segundos, luego estalló en una carcajada. Echó el brazo por los hombros de Haru, trayéndole hacia sí.
- ¡Mira que eres mamón!
Haru sintió el aliento de Rin sobre su oreja, un chispazo le recorrió desde la nuca hasta la última vértebra, produciendo un leve movimiento involuntario en su mano izquierda.
- Ya se ven las luces del hostal – anunció Makoto, desviando la mirada de forma deliberada. Su rostro pareciera afable a ojos extraños, pero Haru notó un ligero rictus en su expresión.
Haru se sintió molesto. Molesto por sentirse culpable de desear que aquel chispazo se hubiera prolongado un instante más y que Rin no se hubiese apartado tan pronto como Makoto hubo hablado. Molesto por la aparente indiferencia de Makoto.
Éste volvió la mirada un momento, encontrándose con unos ojos azules que le fulminaban con descontento.
- Ya era hora – comentó Rin pasando a su lado, indiferente o más bien totalmente inconsciente de aquella conversación silenciosa.
Haru también pasó a su lado sin decir nada, en su habitual inexpresión una nota hostil que sólo Makoto supo leer. Se quedó allí quieto, confundido, hasta que Nagisa y Rei llegaron a su altura.
- ¿Makoto? - preguntó el chico de gafas, infiriendo una cuestión ulterior.
- Vamos – respondió con una sonrisa afable y tranquilizadora, tratando de responder así a la pregunta silenciosa de Rei.
