La historia me pertenece pero los personajes que aquí se presentan son propiedad de Stephanie Meyer, yo sólo los adapto en mi historia.

Capítulo beteado por: Pichi LG

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Prefacio

La paranoia se extendía por mi cuerpo como una bacteria, infectando todo a su paso. Mis oídos zumbaban, complicando la tarea de distinguir los sonidos que me rodeaban, cada centímetro de mi piel aún conservaba la sensación de sus fríos labios y mi mente custodiaba los recuerdos de sus dientes resquebrajando la delgada capa que era mi epidermis.

Mis demonios internos me rogaban por dar marcha atrás y sucumbir a la imponente atracción que era inevitable; sin embargo, la razón no claudicaba, la conciencia había ganado, arrasando con cualquier pensamiento sumiso, dominado por aquel despreciable ser de la oscuridad que me había arrebatado la vitalidad del alma y del cuerpo.

La desesperación en combinación con la paranoia recién adquirida logró que mis pies se movieran con mayor rapidez pisando el desgastado pavimento de esas calles antiguas. Cada persona era un mar de pensamientos e ideas, ninguna se daba cuenta de lo que giraba en torno a ellos. Mi carrera hacia la libertad no tenía relevancia para nadie además de mí.

Mientras corría evitando colisionar y caer con algún transeúnte, una insistente idea oprimía mi mente: ¿Se habrá dado cuenta ya?

De vez en cuando mi mirada ansiosa recorría las atestadas calles buscando por él, y una pequeña dosis de alivio resbalaba por mi ser al no hallarlo.

Respiré hondo cuando noté que mi refugio se extendía a sólo un par de metros de mí, podía respirar la victoria de mi escape.

Mi concentración se había enfocado tanto en llegar a esa dulce guarida que no había notado que una persona había aparecido inesperadamente en medio de mi camino, sólo pude notar su presencia cuando el inevitable choque hizo que me impulsara hacia atrás, cayendo en el proceso.

La caída hubiera pasado a segundo plano y mi carrera hubiera continuado de no ser por las frías palabras pronunciadas por la criatura sobrenatural parada delante mío.

—Cuánto lo lamento —verbalizó con voz grave—, pero apuesto que usted lo lamenta más —jadeé al tiempo que ese ser con forma humana echaba la capucha de su angosta sudadera negra hacia atrás, su pálida piel centelló entre los últimos rayos de sol de ese día y dos rojizos diamantes, cubiertos de enojo y burla, me devolvieron la mirada.

La batalla por recuperar mi vida estaba perdida.


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Nos leemos.

G.