Disclaimer: El anime y manga de D Gray Man pertenece a Hoshino Katsura.

Advertencias: Ideas melosas mal escritas (?), Lemon, Personajes OC -por tanto tiempo que ha pasado-.

Aclaraciones: -Las palabras que se utilizarán para los capítulos están basadas en la "Tabla Necesitada" de Musa Hetaliana.

-No sé si había que pedir permiso para tomar de base la tabla DDD: pero me atreví a proceder sin hacerlo. Ahora, en caso de que alguien sepa si tengo que excusarme, por favor, háganmelo notar con amabilidad y yo enseguida me pondré en marcha :DDD

¡Hola a todooooooooos! Vaya, sí que ha pasado algún tiempo desde la última vez que publiqué algo por aquí, ¿qué serán? ¿Dos años? xDDDD Bueno, para formalidades me presento nuevamente: soy aishiteru-sama, una loca chica que ama el yaoi a morir. Como dije, hace un par de años me la pasaba publicando en esta sección, pero por evolución y orden de prioridades lo dejé descansar y me dediqué a otros fandoms. Cosa que no quiere decir que me haya dejado de gustar el LavixAllen, ¡jamás! Quizá por eso me dio nostalgia y quise probar nuevamente, puesto que he cambiado varios aspectos de mi estilo y de las perspectivas que tengo de los personajes. De ahí la advertencia del OC.

En fin. Espero que pasen un rato agradable leyendo mis tonterías, ¡se aceptan todo tipo de comentarios, críticas y amenazas de muerte :DDD!

Gracias. Owari~


"La Nécessité"


— Respiración —


Corres. Corres.

Lo haces a toda velocidad sin pensar, sin vacilación, sin reparar en otra cosa que la sensación de cansancio que te ataca más pronto de lo que esperabas.

Apenas distingues pasillos, puertas, pisos que no te llevan a un destino fijo, pero cumplen el objetivo principal de aquella carrera: huir.

Por supuesto, no intentas ocultártelo, al menos no en ese momento que la cabeza te da vueltas y las rodillas te tiemblan como no lo hicieron antes.

Es estúpido. Es ilógico. Es absolutamente imposible, mierda.

Mientras más lo piensas más te convences de que has perdido la cabeza, la razón que alguna vez te atribuiste con la humildad digna de un joven que no conoces del todo la vida.

Sin embargo, la correspondencia del pensamiento no concuerda con la de la acción, y la prueba misma está en ese instante, en que tú sigues corriendo cuando reconoces que ya te has alejado lo suficiente.

En serio, ¿qué te ocurrió? ¿Qué fue lo que precisamente despertó tu impulso y te orilló a ejecutar algo que ni un combate contra el propio Conde logró? Bueno, tal vez es prueba de que el carácter no tiene nada que ver con la madurez.

Por un lado, has demostrado innumerables ocasiones tu valía como persona, como exorcista y amigo, dado que nunca vacilaste ante las circunstancias y ante lo que vagamente has denominado como "deber". Has creado tu propia reputación, la fuerza que se te reconoce al pelear y la habilidad que has desarrollado con tu Inocencia para proteger tus ideales.

"Allen Walker es un excelente exorcista", se puede decir.

Por otro lado, aquel que muchas veces tratas de ocultar ferozmente, es que sigues siendo un niño.

Con tus 15 años desconoces prudencias, los momentos para ceder los ideales que no funcionan en ocasiones, acciones que no tienen valor sin importar las buenas intenciones. Eres ingenuo, ignorante, y en ocasiones estúpido. No reconoces elementos básicos del ser humano que, a pesar de lucir como crueles y vacilantes, forman parte de la consciencia irrevocable de cada uno.

Tal vez eso fue lo que sucedió, ¿no es así? Darte cuenta que tú también podías sentir cosas de las que te creías inmune…

Tienes las mejillas coloradas, pero prefieres pensar que se debe al esfuerzo de más que al flujo de tus pensamientos.

Tragas en seco y vuelves a temblar, convenciéndote de que has perdido el juicio.

—No puede ser — te repites constantemente — Esto no puede… ¡es que yo no…!

Por supuesto que sí, y eso es lo peor: que lo sabes a la perfección y luchas, convencido de que tu concepto de "correcto" es más fuerte que los deseos que se aferran en tu interior.

Vuelves a tragar y trastabillas, cayendo al suelo antes de que te des cuenta. Toses un poco y te limpias la frente, no reparando en algún dolor en tanto la imagen se clava en tu mente innumerables veces.

—No soy un pervertido — te repites constantemente — ¡Yo no puedo pensar algo así!

Pero lo haces. Qué tragedia.

Piensas una y otra vez en lo que acabas de presenciar: entraste a los baños con la básica intención de tomar una ducha, y cuando ya deshacías el nudo del listón de tu cuello, del agua salió Lavi.

Él no se percató de tu presencia, pero tú no pudiste quitarle la mirada de encima cuando reparaste en que estaba totalmente desnudo.

Tuviste frente a ti al cuerpo de tu amigo que se te figuró hermoso y perfecto en composición, armonioso en sus proporciones y hermoso por la forma en que el juego de luces resaltó lo atractivo de sus colores.

Observaste sus brazos con ligera musculatura, el torso en que resaltaron los pezones oscuros y erectos por el cambio de temperatura, ese abdomen bien trabajado con la piel suave y tersa que se contrajo por el movimiento; viste su cadera, su vientre, el vello previo al miembro de tamaño considerable al que intentaste imaginar en su punto máximo durante la erección; las piernas torneadas y largas que daban aquella altura ya digna de un hombre…

Perdiste el aliento.

Tu respiración se paralizó y te abandonó en tanto tú no apartabas la mirada de aquel cuerpo.

Con la falta de aire tu corazón estuvo a punto de detenerse, pero tú lo sentías ir más a prisa, incontrolable.

Pensaste en cosas, deseaste cosas de las que te avergüenzas y reniegas, a pesar de que eres consciente de que existen, de que ninguna manera podrían abandonarte ya.

Es que te diste cuenta, con la falta de respiración que no pudiste prever, que deseas a Lavi.

Te preguntas cómo se sentirán sus brazos rodeándote, las piernas aprisionando las tuyas; sus labios jadeando sobre los tuyos y la sensación que provocaría su hombría invadiéndote, abriéndose paso, marcando con el dolor natural y el placer incalculable que derivaría tan ansiada posesión.

Tu aliento se escapa al concebir la posibilidad de volver a verlo así, de admirar su fisonomía y de imaginar tu nombre susurrado por la voz que siempre se te ha hecho simpática y abrumadora, interesante e impactante.

En tu interior sabes que anhelas que eso suceda, que de alguna manera tu amigo ignore las implícitas barreras que has formado y se alce victorioso por encima de tu inmadurez, de tus recriminaciones por algo que quieres con tanta fuerza.

Niegas con la cabeza y te pones de pie para reiniciar la huida.

Huir de aquel baño, de Lavi, de tus propios deseos que ya se aferraron con un dolor que te aturde y te asusta.

Da miedo, ¿no es así? Cuando te das cuenta de lo que eres capaz de codiciar.

Cuando te das cuenta de que tu convicción no es tan pura como para deshacerte de la imagen que, a partir de entonces, atesorarás en tu memoria.

Lavi…

Llegas al fin a tu habitación y cierras con estrépito la puerta, colocando la llave por temor a ser descubierto en una culpa que sólo tú conoces.

Inhalas. Exhalas.

No es suficiente.

Por más que trates de respirar nada se normaliza.

Nunca, nada, lo será ya.

Muerdes tu labio y te sientas sobre la cama. Te quitas los guantes, y sin mirar, diriges la mano hacia tu entrepierna vivamente despierta.

Tocas y tiemblas por la sensación.

Lavi.

Vuelves a tocar, esta vez con más firmeza. Jadeas.

Lavi.

Repites el movimiento. Repites la imagen. Repites su nombre con tanta fuerza dentro de tu cabeza que temes que lo escuche.

Lavi.

Tu respiración no volverá.