Capítulo 1: Llegada
Me pesaban los brazos. Me dolían los pies. Me ardían las piernas. Estaba hambrienta, malhumorada y necesitaba a Edward a mi lado.
— ¡Ya no puedo más, Alice! —exclamé a la vez que me dejaba caer en un banco libre que había en el gran centro comercial de Seattle.
— Pero Bella —Alice hizo un puchero—. Aún nos quedan por visitar trece tiendas.
— ¿Trece tiendas? —pregunté con la voz estrangulada.
— ¡Claro! Una para zapatos, otra para maquillaje, otra para accesorios, otra para lencería…
— ¡Ey, ey, ey! ¡Alto ahí! Para, para, para. ¿Lencería? ¡Ni hablar! No Alice, me niego en redondo. Ni harta de vino, no.
— Pero…
— Ya me comprarás eso para cuando —me sonrojé—, me vaya a mi luna de miel.
Alice saltó emocionada y después me miró con desconfianza—. ¿Me estás diciendo que me dejarás que te compre toda la lencería que quiera para tu noche de bodas y después?
— Solo mi noche de bodas.
— Tu noche de bodas y después y no me pasaré demasiado.
— No te pasarás según mis radares.
Ambas nos miramos determinativamente— Trato hecho —dijimos al unísono y Alice me tendió la mano para cerrar el trato de forma profesional
— ¿En serio? —pregunté observando la mano extendida.
— Bellaaa… —gimoteó Alice.
Se me escapó una risita a la vez que le estrechaba la mano.
— Ahora déjame que coma algo, estoy hambrienta. Y no creo que Edward se lo tome muy bien si llego a casa a punto de desmayarme.
Alice rió— Seguro que intentaría arrancarme la cabeza.
— Bobo sobreprotector —sonreí sacudiendo la cabeza—. Aún no me puedo creer que me haya comprado dos coches.
— Le hace feliz comprarte cosas, Bella, me alegra que hayas empezado a aceptar sus regalos.
— Mira, allí hay un McDonald's. Podemos ir allí —desvié el tema, roja como un tomate.
Alice frunció el ceño— Debería llevarte a un lugar más sano.
Rodé los ojos—. ¿Tan malo es el McDonald's?
— Sí, si quiero mantener mi cabeza en su sitio. Mejor vamos a ese de allí —señaló un pequeño restaurante de aspecto confortable.
.
.
— Ya voy a pagar yo, Alice —dije levantándome con rapidez—. Después de todo, no es como si tú hubieras comido algo.
Alice rodó los ojos— Pero solo te dejo porque al fin y al cabo estamos pagando con el mismo dinero.
Reí y me acerqué a caja para pagar (estábamos fuera, y si tenía que esperar a que el camarero nos trajera la cuenta me iba a pasar una eternidad esperando). Se me acercó un hombre de unos treinta y pocos, que al verme abrió mucho los ojos y empezó a tartamudear. Al final conseguí pagar mi comida y me marché con más rapidez de la necesaria.
— ¿Qué le has hecho a ese pobre hombre? —se burló Alice cuando llegué a su lado.
— Ha quedado prendado de mi belleza —dije sarcásticamente.
Alice, notando el sarcasmo, frunció el ceño y me miró con mala cara.
— Eres una mujer hermosa Bella, deberías empezar a verlo ya y dejar tus problemas de baja estima. Eres genial ¿vale? Eres inteligente, determinada, desinteresada, valiente, responsable, decidida, fiel, sincera, generosa, y la lista sigue y sigue. Vale, quizás eres algo tozuda, torpe y con un horroroso sentido de la moda. Pero lo más importante de todo, Bella, es que eres buena, ya casi no queda gente así en el mundo. Así que aférrate a eso y no dejes que nada te cambie.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
— Estás seguro —una figura encapuchada de negro le preguntó a otra, vestida de camarero, detrás de un pequeño restaurante.
— Sí, completamente seguro. Tan solo con verle la cara…
— ¿Y has dicho que se fue con la otra chica?
— Sí, se fueron hacia el coche y tomaron la carretera en dirección Portland.
La figura encapuchada asintió y se giró. De las sombras aparecieron dos figuras más, con el mismo estilo de túnicas que la primera.
— Ya sabéis lo que tenéis que hacer.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
— ¡Muere, maldito zombi, muere!
— Emmet por mucho que le grites a la tele no pasará nada, no puede oírte.
— ¡Nooo! ¡Cabrón! ¡Me ha matado!
— Allí va el otro ¡Jasper! ¡Vigila tu lengua!
— Pero es que me ha matado.
— ¡No hay escusas que valgan!
Jasper suspiró— Perdona, mamá.
Contuve la sonrisa. La vida familiar de los Cullen siempre era muy entretenida. Entre las partidas que Emmet y Jasper jugaban en la Play, o los juegos de ajedrez interminables de Edward y Alice, y hasta las regañinas de Esme hacia su marido por pasar tanto tiempo en el trabajo.
Estaba estirada en el sofá, la cabeza en el regazo de Edward y los pies en el de Alice, que me iba enseñando de tanto en cuando adornos para boda que le hacían gracia. Porque, a pesar de que en unas semanas nos casábamos Edward y yo era Alice la que se estaba encargando la mayor parte de la boda.
Esme estaba en una de las sillas del comedor, diseñando los planos de una casa en Canadá. Emmet y Jasper jugaban a la Play en el otro sofá y Rosalie y Carlise se disputaban una partida de ajedrez en la que la vampiresa parecía ir ganando.
— Debería ir yéndome para casa —dije incorporándome.
— Te acompaño —Edward se materializó en la puerta.
Rodé los ojos— Puedo ir sola no soy una cría.
—Pero… —Edward hizo un adorable e irresistible puchero.
— No voy a perderme —fruncí el ceño—. Y tu deberías pasar más tiempo con tu familia sin tenerme a mí de por medio.
Esta vez fue el turno de Edward de rodar los ojos.
— Ya eres de la familia tú también, Bella —intervino Esme—. Aunque oficialmente no lo seas hasta dentro de unas semanas, tú ya eres una Cullen—y me sonrió maternalmente.
Me sonrojé y le devolví la sonrisa.
— Da igual, Edward, no hace falta que me acompañes. Además, Charlie estará en casa y te tendrás que volver a ir tan solo llegar. Y piensa, es Forks —rodé los ojos— ¿qué puede pasarme teniendo una familia de vampiros y una manada de licántropos para protegerme?
Edward hizo un mohín. Reí. Su puchero se intensificó. Reí con más ganas.
— Está bien —Edward sonrió—. Te veo esta noche —dijo, y de repente estaba dándome un dulce beso en los labios.
Se me aceleró el corazón, cosa muy vergonzosa teniendo en cuenta que todos en la casa podían oírlo, y le devolví el beso con algo más entusiasmo del necesario, porque Edward se apartó riendo y diciendo:
— Te veo esta noche, amor.
Le miré feo y marché de la casa hasta mi nuevo Mercedes.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
— ¿Forks?
— Sí, Forks.
— ¿Pero en Forks no viven…?
— Exacto.
— No lo… ¡Ohhh!
— Veo que ya lo captas, tira bobalicón.
A velocidad inhumana dos sombras recorrían los bosques en dirección al desierto pueblo de Forks, pues al ser jueves noche (aunque fuera verano) no había casi nadie por las calles.
Las dos figuras se detuvieron delante de un supermercado y una de ellas, la más alta, olisqueó el aire.
— ¡Por allí! —indicó hacia la derecha.
— ¿Estás seguro?
El hombre rodó los ojos— Sí, enano, mi nariz nunca falla.
— ¡No me llames enano! —exclamó el más bajito—. Que tú seas anormalmente alto no te da derecho a degradar a los demás.
El hombre volvió a rodar los ojos— He dicho que ha ido por allí, Dallas.
— Lo que tú digas, Jackson.
Y ambos se perdieron en la oscuridad de la noche.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
Estaba pasando por delante del instituto cuando sucedió.
Primero oí un grito, luego vi pasar una cosa oscura delante de mi coche y por último noté el coche pararse antes de sentir una fría mano en mi frente y que todo se volviera oscuro.
Me sentí caer, como si me hubiese arrojado de un acantilado en un día de tormenta (y, créeme, sé cómo se siente eso). También me sentí como si estuviera dentro de un tornado, todo daba vueltas, la ropa se agitaba y los cabellos se me arremolinaban delante de la cara. Todo estaba oscuro, demasiado oscuro. Oía voces, voces distintas y que no entendía lo que decían porque hablaban muy deprisa. Empecé a tener frío, me dolían los huesos y me ardían los músculos.
Y de repente choqué de rodillas contra la tierra.
Lo primero que hice fue atender a mis sentidos, como me había enseñado mi padre cuando era pequeña.
Olí a tierra mojada, a trigo y a campo. Oí el canto de los pájaros, los grillos, el silbido del viento y hasta un par de abejas sobrevolando. Sentí la tierra húmeda bajo mi trasero y mis piernas, algún tipo de planta que me hacía cosquillas en la cara y una rama que se clavaba en mi espinilla. En la boca sentí el sabor de la bilis que me había subido durante el viaje. Por fin abrí los ojos.
Lo primero que registré fue: verde. Estaba en un campo de trigo aún verde que sobrepasaba por altura mi cabeza. Perpleja era un eufemismo respecto a mi confusión. ¿Cómo diantres había acabado en un maldito campo de trigo?
— ¡Bella! —una voz desconocida me llamó, pero era evidente que se refería a mí— ¡Bella! —volvió a llamar.
Debatí mis opciones en un segundo, podía: A; quedarme sentada sin hacer ruido, había una posibilidad de que la mujer que me estaba encontrando me encontrase y se enfadase, pero una posibilidad más grande de que no lo hiciera. O B; levantarme y enfrentarme a esa persona que parecía conocerme e ir en busca de respuestas.
— ¡Aquí! —grité poniéndome de pie y agitando la mano, no quería quedarme en ese campo hasta que lograra como salir yo sola, ni siquiera sabía en qué dirección ir.
Una chica montada en un caballo marrón se acercó hacia mí con una sonrisa. ¡Hasta tenía el típico sombrerito de paja que llevan todos los granjeros en las pelis!
— ¡Por fin te encuentro! —se detuvo delante de mí y el caballo rechinó— Llevo horas buscándote. Bueno, horas no, tan solo diez minutos, per tu ya me entiendes. Mamá está furiosa contigo, ¿sabes? Por eso me ha mandado a buscarte, me ha dicho que tenías algo que hacer y…
"¿Mamá?"me pregunté "¿y de qué me conoce a mí esta chica? Hace meses que no veo a René, ¿Cómo que me ha mandado a buscar? Todo esto es tan raro".
— ¿Tenía algo que hacer…?
— Eso lo sabrás tú. Mamá simplemente me ha dicho: Dysis, ve a buscar a tu hermana. Y yo le he dicho ¿ahora? Y ella me ha mirado con esa cara que solo ella sabe poner, ya sabes esa cara que da tanto miedo, y aquí estoy.
"¿Dysis, que clase de nombre es ese? Suena griego" de repente caí en algo más "Espera, esta chica se cree es mi hermana"
Miré hacia arriba, hacia el caballo y entonces me di cuenta de que estaba más bajita de lo normal, y me sentía el cuerpo más raro. Miré hacia abajo y me fijé en una cicatriz en mi mano, parecía muy reciente.
"¡Esa cicatriz me la hice cuando tenía trece años! ¡Vuelvo a tener trece años!" el horror me invadió.
— ¿Bella? No te asustes tanto, ya sabes que mamá no es tan mala, quiero decir; los chicos han hecho un montón de cosas malas y mamá no se ha pasado con ellos ¿no? Así que no te alteres.
— Sí, pero no es eso —sacudí la cabeza—. ¿Me dejas subir?
— ¿Ah? Sí claro —se movió hacia delante y dejó libre uno de los estribos—. He traído una silla, para que no pase lo de la última vez —dijo con diversión evidente en su voz.
Solo podía imaginarme por donde iban los tiros, pero tenía una clara idea de lo que había pasado la última vez, así que me sonrojé y Dysis rió con ganas.
Ignoré sus carcajadas y subí con decisión la pierna izquierda en el estribo y me agarré con la mano izquierda a la crin del caballo. Con esfuerzo logre pasar la pierna al otro lado del lomo del caballo y me senté, aferrándome con ambas manos a la cintura de mi "hermana".
— ¡Vamos progresando! La vez anterior estuviste cinco minutos enteros —Dysis volvió a reír.
— ¡Cállate! —espeté roja como un tomate, cosa que solo le hizo reír más fuerte.
— ¿En qué pensabas? Siempre que vas allí es para pensar—Dysis sacudió las riendas y el caballo empezó a trotar.
Solté un grito y apreté mi agarré en la cintura de Dysis, que parecía acostumbrada a esa reacción de mi parte porque simplemente volvió a reír.
— En nada y todo; la naturaleza, la vida el futuro…
— Estas preocupada de que tu nombre salga en la cosecha este año, ¿verdad?
— Er… — ¿en la qué?
— Tus posibilidades son muy bajas, en julio tendrás catorce y eso son tres papeletas. Como no pediste ninguna tésera solo tienes tres, y eso es un número muy bajo. Es casi imposible que salgas y que tengas que ir a los Juegos.
— Aún y así me preocupo —mentí, intuyendo que ese era un asunto que debería preocuparme y que, probablemente, en esta especie de universo paralelo donde había caído, me preocupaba.
El viaje fue uno de los más inconfortables de mi vida. Iba todo el rato rebotando en el caballo, y al minuto mi trasero ya estaba hecho polvo, encima no es como si el caballo (o Dysis ya de paso) olieran muy bien que digamos, y si encima le añadimos que no entendía nada ni sabía dónde estaba… Veo que captas la imagen.
— So, Hesperis, so —dijo Dysis con tono tranquilo y tirando de las riendas.
Hesperis se detuvo y Dysis desmontó con una gracia envidiable. Yo la imité torpemente y ambas nos detuvimos delante de una casa de madera de dos pisos y con un establo-almacén añadido al lado.
— Bueno —Dysis sonrió—, ya estamos en casa.
No estoy segura de que me gustara mucho mi nuevo hogar, pero me encogí de hombros y avancé hacia la puerta, rodando mi anillo de compromiso en mi dedo anular y con Edward siempre en mi mente, sin saber cuánto iba a cambiar mi vida desde aquel preciso momento.
Llamé a la puerta y esperé conteniendo el aliento.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Bueno, decirme que tal os ha parecido. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Sigo publicando? ¿Lo quemo?
Gracias por leer, besos CF98