Notas del capítulo:

Disclamier: Fairy Tail y todos sus personajes pertenecen a Hiro Mashima

Parejas: NaLu y GaLe

Parejas Secundarias: JErza, LaMi…


Chapter 7

Lo único que podía sentir era una enorme tristeza que le pesaba enormente. Su cuerpo se encontraba en tensión mientras que sus ojos observaban la tumba que se encontraba delante de él. Un trozo de mármol negro en forma de lápida tenía escrito el nombre del muchacho que se encontraba enterrado bajo tierra con perfecta escritura japonesa.

No podía dejar de pensar en todo ello, en el asesinato, en el rostro del chico al morir, las lágrimas de todos y sobre todo de ella… Las pesadillas que tenía iban siendo más continuas, todas las noches, soñaba con el asesinato que cometió.

Llevaba diez años escapando, ocultándose, haciendo trabajos de lo más horribles para cualquier samurai con honor. Pero todo cambió aquel día, el día en el que se convirtió en un ronin*. Manchado por la sangre de un señor, tuvo que huir si no quería morir. Vivió solo desde aquel instante, sabiendo que jamás encontraría un lugar donde vivir, donde poder casarse y tener hijos. Una vida normal y tranquila ya no era posible para él.

Las hojas de los árboles comenzaron a moverse haciendo que más de una cayera al suelo, poco a poco, el invierno se apoderaba de Suminoe. Una pequeña y anaranjada hoja cayó en la tumba del chico haciendo reaccionar al que se encontraba presente. Sacó su katana, la clavó en el suelo y se arrodilló.

Pequeñas y finas gotas de agua comenzaron a caer a su alrededor, unos segundos después empezó a llover con más intensidad. Ignorando como se empapaban sus ropas se quito la capucha dejando al brillo de la luna sus cabellos azulados. Cerró los ojos y su cuerpo, por puro agotamiento, se relajó. La lluvia caía y el débil ruido le relajó completamente.

El ruido de una katana desenvainarse le hizo volver a abrir los ojos y su cuerpo volvió a tensarse al sentir el filo de aquella hoja sobre su cuello. Quiso darse la vuelta para ver quien le atacaba.

-No te muevas- le ordenó una voz llena de ira y sin sentimientos.

La sorpresa se apoderó de él, no… imposible. No podía ser ella… ella no podía estar allí, no… Pero esa voz, aquella voz era de ella. Sin duda era ella, la mujer más preciosa e increíble del mundo… la mujer que siempre había amado: Erza Scarlet.

-Erza…

La pelirroja agarró con más fuerza la empuñadura de su katana y acercó más el arma al cuello de su preso.

-Ni se te ocurra decir mi nombre, jamás- escupió ella enfadada.

-Erza… yo…

-¡CÁLLATE!

La lluvia caía con más fuerza y el ruido que formaba al tocar el suelo era lo único que se oía en esos instantes. Ambos estaban empapados, la lluvia seguía cayendo mojando más sus cuerpos y sus cabellos… pero no les importaba. Ahora estaban ellos dos, en aquella situación que ambos habían intentado siempre evitar.

-Desde ese día… desde ese maldito día juré matarte, vengarme… todas las noches pensaba como matarte de la manera más dolorosa y cruel posible, de la misma manera en la que tu lo mataste… desde ese día te he odiado más que a nada en este mundo…

Su voz era calmada pero llena de un odio profundo y reprimido por muchos años pero pudo notar como su cuerpo temblaba, el sonido de la katana moverse le hizo adivinar que ella estaba temblando…

-Erza…- quiso darse la vuelta para poder mirarla.

-He dicho que no te muevas- le recordó dibujando un fino corte en su cuello por el cual la sangre comenzó a bajar lentamente.

Su respiración era agitada, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por decirle todo lo que había estado ocultando todos esos años.

-¿Por qué…?- susurró la pelirroja- ¿por qué lo hiciste…?

Su cuerpo temblaba con más fuerza.

-¿Por qué mataste a Simon…? ¿Por qué lo hiciste, Jellal?- su voz había perdido toda ira y frialdad, ahora su voz era un débil susurro, una voz rota.

El peliazul miró el suelo incapaz de contestarle, ¿qué debía decirle? ¿Que había matado a Simon por una orden de su señor? No… no podía decir eso, su antiguo señor era el padre de Jude Heartfilia… el señor de Erza.

No podía decirlo.

-Jamás podré… j… jamás podré odiarte realmente- le costaba hablar, cada palabra que salía de entre sus labios era más difícil de pronunciar- porque…

¿Qué ocurría? ¿Por qué no hablaba? Jellal quiso darte la vuelta para poder ver lo que ocurría pero se detuvo al recordar lo que le había hecho la pelirroja en un intento de moverse. Quieto espero impaciente a las palabras de Erza… ansioso de saber más… feliz de saber que no le odiaba.

Cuando escuchó como la samurái sorbía y su respiración era más agitada su cuerpo se tensó mucho más. No lo sabía con exactitud, y no lo sabría pero, ella estaba llorando… llorando: por él. Quiso decir algo, abrazarla, tenerla entre sus brazos pudiendo disfrutar de su aroma y de su calor, pudiendo tranquilizarla de todo.

-No puedo odiarte porque algo dentro de mí me dice que no lo hiciste por tus propias manos…- aun temblando comenzó a bajar la katana- ¿estoy en lo cierto…?

Incapaz de responder se levantó y se volteó para mirarla.

Estaba espectacular, sus cabellos rojizos habían crecido considerablemente desde que la vio cuando eran más jóvenes, su voluptuosos pechos estaban cubiertos por unas vendas blancas dejando su abdomen sin cubrir pudiendo así observar el perfecto vientre que tenia Erza. Sus curvas eran vertiginosas y exquisitas para la vista, unos pantalones rojos se ajustaban perfectamente a su cuerpo dándole un toque más desafiante y sensual.

Pero lo que más le llamó la atención fueron aquellos ojos marrones, sus hermosos ojos titilaban con el brillo de la luna, podría haberse quedado observándola horas y horas. Sabía que eso no era posible.

-Me encanta tu cabello rojo.

Sabiendo lo impactada que se quedaría la chica, silbó con sus dedos y esperó a que un caballo blanco y de crin negra apareciera galopando hacia él. Volvió a mirar a Erza, aun seguía impactada por lo que acababa de decir y no era nada extraño. Hace muchos años la pelirroja era una muchacha sin apellido portando solo su nombre y fue él quien, inspirado por sus preciosos cabellos, la apellidó Scarlet.

Se subió al caballo y dispuesto a marcharse espoleó al animal que comenzó a caminar con un suave paso.

-¡Jellal espera!- gritó la pelirroja siguiéndole.

Al comprobar que la pelirroja le estaba siguiendo aumentó la velocidad del caballo tapándose el rostro con la capucha, no quería que le viera. Una parte de él deseaba que Erza se olvidara de él, que lo odiara pero, la otra parte quería quedarse con ella detener el caballo y explicarle que lo ocurrido no había sido culpa suya. Su honor como samurái se lo impedía, porque él sabía que por el bien de Erza, sería mejor que él desapareciera.

Cuando salió del templo comenzó a galopar dejando atrás a la pelirroja quien se detuvo jadeando.

-¡JELLAL!


Llevaba días sin ir, desde el maldito día en el que le dijo que era un Dragon Slayer no había vuelto a pisar su cabaña. El primer día no le dio demasiada importancia, no tenía porque ir todos los días allí tampoco es como si necesitara a una enana que sabía leer cerca de él pero… pasados cuatro días aquello comenzó a molestarlo. El quinto día se pasó todo el día en el sótano, esperándola sentado, mirando fijamente por la pared de la que aparecería.

Pero nada.

Aquel día volvió a esperarla sentado, impaciente, enfadado y desprendiendo un aura oscura que hizo que Lily no se acercara a él. Pasaron las horas, la vela que alumbraba la habitación se consumió dejando la estancia a oscuras. Aquello hizo que Gajeel se enfadara aun más. Se levantó de la silla y agarrándola con fuerza la rompió estampándola contra la pared.

El ruido fue ensordecedor asustando aun más a Lily quien escapó escaleras arriba.

Gracias a su vista de dragón la oscuridad no fue un problema, a grandes zancadas se acercó a la estantería que ocultaba el agujero por donde entraba la pequeña y, empujándolo con una fuerza sobrecogedora, se introdujo en ese espacio. Iba a buscarla, no iba a permitir que Levy le ignorara de esa forma. Jamás.

Estaba furioso, enfadado pero sobre todo arrepentido y decepcionado. Ella le había prometido que no se asustaría y por ende, que no huiría. Se sintió estúpido por haberle confiado su secreto con tanta rapidez porque el suponía que si no le hubiera contado su secreto habría seguido yendo a visitarle. Pero, ¿realmente iba a ser siempre así? Levy era hija de un señor, criada en la alta sociedad… ¿alguien como ella querría estar mucho tiempo con él? Pues claro que no. Él era pobre, nada delicada y un monstruo. Un Dragon Slayer.

Comenzó a caminar por el húmedo y silencioso pasillo, sumergido en sus pensamientos. Cuando supo que era un Dragon Slayer no se sintió triste o horrorizado, más bien impresionado. ¿Era capaz de transformarse en un dragón? ¡Eso era increíble! Siempre había sido pobre, su madre había sido una prostituta que por unas cuantas monedas de oro le vendió. A sus cuatro años se convirtió en un esclavo que debía entrenar y entrenar para poder pelear en los combates de humanos que se llevaban a cabo.

Un día su amo le ordenó marcharse al bosque en busca de algo que no recordaba que era exactamente. Lo demás estaba muy oscuro… no recordaba que pasó después de introducirse en el denso bosque. Nada. Su mente estaba en blanco, una parte importante de su vida había sido olvidada como si nada. La marca que apareció en su abdomen dio a entender que era un Dragon Slayer y su amo asqueado le trató con más dureza y hostilidad.

Jamás olvidaría la primera vez que se convirtió en dragón, ni tampoco la primera vez que mató a alguien.

Su amo le golpeaba, no sabía por qué, pero le pegaba con un látigo. La sangre se escurría por su espalda, le dolía mucho. Le suplicaba que parase pero el amo le golpeaba con más fuerza gritándole cosas como: "monstruo" "bicho asqueroso" "basura".

No supo cómo; pero se transformó en dragón, su cuerpo se hizo más poderoso y grande, sus instintos animales se intensificaron y su ira aumentó. Al día siguiente se levantó mareado y cubierto de sangre… miró a todos lados y lo único que encontró fue la cabeza de su amo con las cuencas vacías repletas de sangre. Vomitó todas las veces que pudo porque sabía que lo que se encontraba en su tripa era el cuerpo de un humano.

Aquella noche su vida cambió por completo.

Desde ese instante transformarse en dragón fue su mayor prioridad, quería poder controlar su transformación al cien por cien. El día que lo consiguió fue el día más agotador de su vida. Huía de muchos sitios, trabajaba en tantos otros y se refugiaba en el bosque donde se encontraba su cabaña. Nunca se había sentido aceptado y mucho menos querido, muy pocas veces hablaba con los seres humanos pero, al conocerla sintió que algo cambiaba. Era pequeña, de cabellos azulados y de ojos llenos de curiosidad y de emoción. Le parecía alguien pura y delicada que por alguna razón instintiva había que proteger.

El movimiento de las llamas le hizo despertar de su ensimismamiento, agudizó su olfato y gruñó al comprobar a quien pertenecía.

-Tú…

Con la rapidez digna de un dragón se acercó a ella y agarrándola de su diminuta muñeca la estampó contra una de las frías paredes. Levy soltó un grito ahogado y de la pura impresión su antorcha cayó al suelo pero no se apagó, siguió alumbrado ambos cuerpos, ambos rostros.

Se sentía tan molesto que no tuvo demasiada delicadeza al depositarla contra la pared pero eso ahora no le importaba. Estaba allí, mirándole asustada y sorprendida. Verla asustada le hizo ponerse más furioso.

-Vas de valiente que no tiene miedo a los dragones y que le encantaría poder ayudarlos pero cuando descubres que soy un monstruo de mierda te asustas y huyes.

-Gajeel yo no…

Oírla negarlo le puso más furioso y su agarre se intensificó.

-Llevas más de 5 días sin aparecer, justo cuando te cuento que soy un Dragon Slayer.

-T… te juro que no es lo que parece…- gimió de dolor la pequeña.

-¿¡Acaso estás jugando conmigo!?- gritó más furioso.

-No.

Sus orbes marrón chocolate conectaron con los rojos de Gajeel, la mirada llena de seguridad y sinceridad hizo que su enfado se volatilizara en menos de unos segundos. Su agarre disminuyó considerablemente hasta convertirse en un suave agarre que podría considerarse caricia. El azabache sentía como su corazón latía a mil por hora, su cuerpo –que antes estaba en pura tensión- se había relajado y sentía menos carga sobre sí mismo.

-¿Y por qué…?

-He tenido unos cuantos problemas- dijo Levy adivinando cual era su pregunta.

Este alzó una ceja al recibir aquella respuesta, ¿problemas? ¿Qué tipo de problemas? Quiso seguir preguntando pero el olor a sangre inundó sus fosas nasales llamándole considerablemente la atención. La miró con ojo calculador y guiándose de su olfato le agarró el brazo y le levantó la manga del kimono ignorando las protestas de la peliazul.

Encontró unas finas heridas en todo el brazo, incluso golpes y moratones en su blanca y delicada piel. Frunció el ceño nada más verlas, ¿quién demonios había hecho eso? ¿Era esa la causa de no haber ido a visitarle? Quiso indagar más pero le fue imposible porque Levy se volvió a tapar el brazo y mirando a otro lado dijo:

-¿Vamos a tu casa…? Aquí hace frío…- y sin nada más que decir se adelantó dejando atrás a Gajeel.

No sabía que pasaba pero, iba a enterarse. No tenía ninguna duda de ello.


Elfman se había dormido, ¿cómo demonios puede alguien pagar para dormir en una maldita cama de una casa de citas? El más tonto de los tontos y ese era él: Elfman Strauss.

Se estiró cuan largo era disfrutando la sensación de sentir el cuerpo desentumecerse. La noche pasada seguía en su mente, como si la estuviera viviendo en aquellos precisos instantes. La oiran había cerrado la puerta de la habitación en la que se encontraba y se había acercado sensualmente a él, llevando sus manos a la espalda dispuesta a quitarse la ropa pero él la detuvo.

"-P… Para…

Nada más pedirlo ella cesó y lo agradeció mentalmente.

-¿Ocurre algo?- pregunto la muchacha con una preciosa sonrisa en sus labios- ¿acaso quieres desnudarme con tus propias manos?

La pregunta de la oiran hizo que Elfman se sonrojara y que se pusiera mucho más nervioso. Jamás había estado con mujeres, sus dos hermanas eran las únicas mujeres que había tenido cerca de él y con las que hablaba, era algo normal: ¡eran su familia! Era algo normal pero estar con Evergreen no lo era. Ella era una preciosa mujer que no tenía vergüenza a desnudarse –que demonios… era una prostituta, ese era su trabajo- y eso le hacía sentirse incómodo y avergonzado.

Era preciosa y su atracción a ella le asombraba, no entendía como una sola persona podía hacer que se sintiera así. Se había enamorado de ella… y siempre se maldeciría por haberlo hecho. ¿Enamorarse de una prostituta…?

-Eh… bueno… y-yo…- tartamudeó mirando al suelo incapaz de mirarla.

-Estás muy tenso…- Evergreen se había posicionado a su lado y en esos instantes, muy cerca del albino, le susurraba al oído mientras que acariciaba uno de sus musculosos brazos en el intento de relajarlo.

Pero eso solo hizo que se tensara aun más.

-Yo… no… eh…

-¿Mhn?

-No es necesario que… que hagas nada, no requiero de tus servicios…- logró decir.

Ella alzó una ceja al recibir aquella respuesta, con la sorpresa de que un cliente le informara que no deseaba recibir sus servicios. Se levantó de la cama y arrodillándose frente al samurái le obligó a mirarla.

-¿Puede que yo no sea de tu gusto? Quizá te guste otro tipo de gusto, no te preocupes puedo llamar a un compañero mío llamado Freed que se dedica a tratar clientes con los mismos gustos que los tuyos. Es muy discreto, así que nadie se enterará de esto.

-¿Q-qué?

¿Se estaba refiriendo a…? ¿Realmente se estaba refiriendo a ESO? ¿Acaso tenía pinta de ser… de ser homosexual? Se sonrojó con violencia y empezó a negar con fuerza la cabeza.

-¡N-no! ¡No es eso…! ¡Claro que eres de mi gusto…!- dijo rápidamente nervioso- … Tú eres preciosa…

La oiran sonrió agradecida, había oído muchas veces ese halago pero jamás con la voz llena de sinceridad, timidez y adoración.

-¿Entonces?

-S… solo duerme conmigo…"

Aun tumbado en la cama miró al techo durante un largo tiempo, jamás había dormido tan a gusto como aquella noche pero también había sido incómodo sentir a una mujer durmiendo a su lado.

Ahora ella se había ido. Y le pareció algo de lo más normal, una prostituta no se quedaría más tiempo del necesario con uno de sus clientes. Obviamente, si el pago era mayor, más tiempo se quedaría ella pero jamás voluntariamente. Se movió en la cama algo decepcionado, ¿por qué una chica tan preciosa y maravillosa tenía que trabajar ahí? Él sabía que ella jamás se interesaría por un cliente, que no tenía ninguna oportunidad.

Se levantó de la cama y se frotó el rostro, no sabía qué hora era ni tampoco dónde estaban sus compañeros pero poco le importaba. Buscó las pertenencias que se había quitado antes de meterse en la cama y se las puso con la experiencia y habilidad de habérselas puesto durante muchos años.

Salió de la habitación y comprobando que no había nadie en el pasillo salió y bajó las escaleras intentando no hacer mucho ruido. En la sala de abajo no había nadie; ni clientes ni prostitutas. Pasó por la sala por la cual había estado unas horas antes y sin mirar atrás salió de allí sabiendo que no volvería jamás… que equivocado estaba.

-Hola- le saludó una voz femenina

Elfman se giró para mirarla, era ella… ¡Evergreen! Su pelo estaba húmedo, como si se hubiera lavado escasos minutos atrás y la sonrisa que portaba era lo más maravilloso que había visto nunca.

-H…hola- consiguió decir.

-¿Has dormido bien?

Eso le hizo recordar algo.

-Sí, tengo que pagarte… ¿no?- dudó unos segundos mirándola con cierta timidez, era extraño… jamás había ido a un lugar como esos y jamás había tenido que pagar a una de las chicas que allí trabajaban.

-No te preocupes, uno de tus amigos ya me ha pagado- le sonrió echándose un mechón de pelo y ladeando la cadera hacia un lado haciendo aun más llamativas las curvas de su precioso cuerpo.

-Pero yo… quiero darte un poco más… por las molestias- susurró mirando su bolsa de dinero.

-… ven por aquí- dijo ella tras dudar unos segundos.

La siguió la llevó a un callejón que se encontraba al lado de la casa de citas pero este tenía el suelo cubierto de hierba, cuando llegaron al jardín trasero ella se detuvo. El jardín era grande y dividido en dos partes, él no entendió la razón solo pudo apreciar como un enorme biombo cubría la mitad del jardín.

Escuchó el sonido del agua.

-Aquí podrás darme el dinero con más tranquilidad y sin que nos vean.

-Gracias, aquí tienes- contó las monedas y se las dio. 5 monedas de oro, había tardado más de dos meses en conseguir en esa cantidad pero realmente quería dárselo, aunque fuera mucho.- Creo que me voy ya…

A punto estuvo de darse la vuelta, los gritos de alegría de unas chicas le hizo quedarse tal y como estaba y mirar lo que ocurría. Grave error. Diez chicas salieron… DESNUDAS de detrás de los biombos y sin ninguna vergüenza le miraron y entre risas le saludaron para después desaparecer en la casa de citas. Elfman estaba completamente rojo, jamás había visto a una mujer desnuda y jamás había visto a tantas chicas desnudas… Carraspeó y miró a Evergreen quien con una mueca de molestia miraba hacia el lugar por donde habían desaparecido las chicas.

-No tienen nada de vergüenza…- suspiró y miró a Elfman- te acompaño.

El albino supo que en cuanto llegaran a la calle ya no volvería a verla… que lo que sentía por ella tendría que ser enterrado en lo más profundo de su corazón y con el tiempo olvidado… Pero se sentía tan triste… ¿Por qué tenía que encontrar el amor en un lugar así? Cuando llegaron con un nudo en el estómago miró a Evergreen… por última vez.

-Espero que vuelvas otro día- sonrió la chica.- Yo misma te atenderé.

-C…claro- tartamudeó pero por dentro quería saltar y gritar hasta dejarse los pulmones… ¡a la porra todo! ¡Estaba feliz! Realmente feliz.

Ese mismo día, a esa misma hora se propuso algo… hacer que Evergreen se enamorara de él, tanto como él lo estaba de ella...


Si las miradas matasen, Gray Fullbuster estaría muerto en esos precisos instantes. Lucy odiaba que hubiera llegado tan pronto, odiaba tenerlo en su casa y odiaba profundamente que estuviera tan relajado esperando a que llegara su jefe, es decir, su padre.

Cuando se enteró de que había llegado su rostro empalideció y su sonrisa se borró de su rostro, no le esperaba que llegara hasta pasado unos días… aun no quería que una persona estuviera vigilándola a todas horas. No… ella quería estar con Natsu… y no iba permitir que un estúpido hombre como él se lo impidiera. Haría cualquier cosa para quitárselo de encima.

-El señor Heartfilia acaba de llegar- anunció un sirviente dejando pasar a su padre quien se sentó al lado de su hija.

-Veo que ya has llegado- comentó mirando al nuevo guardaespaldas- ¿estás listo?

-Claro.

Arrogante… voy a hacer que dejes este trabajo pensó Lucy apretando los puños bajo la mesa.

-No debes separarte nunca de mi hija, ¿lo has entendido? Jamás. Es una orden directa mía, ni mi hija ni nadie más podrá autorizarte a que no sigas haciendo tu trabajo.

-No se preocupe- respondió con una sonrisa de lado, arrogante y que tanto molestaba a Lucy dijo- no me separaré de su hija, le doy mi palabra.

Sin poder evitarlo se levantó con brusquedad y salió de allí ignorando como su padre la llamaba exigiéndole que volviera. Caminó rápido, esquivando a sirvientas y a guardianes, quería estar sola… no quería ver a nadie.

Pero él la seguía.

-Vete.- ordenó con sequedad, cosa impropia en ella.

-No.

-He dicho que te vayas, ahora mismo.

-Lo siento señorita pero, no me pienso ir- dijo con un tono que hizo que la rubia se enfadara aun más.

Apresuró el paso pero cada vez que ella iba más rápido él también lo hacía, aquello la ponía de los nervios. Cuando llegaron al jardín sonrió, allí podría ocultarse puesto que él no lo conocía. Caminó más rápido pero en un descuido, y debido a la velocidad a la que iba, tropezó con su kimono y cayó de bruces al suelo.

Sintió un punzante dolor en las rodillas y en las palmas de la mano. Soltó un débil gemido de dolor y humillada se sentó en el suelo mirándose las manos que estaban raspadas y con un color verdoso debido a la hierba.

-Tsk…- chasqueó con la lengua molesta de su torpeza.

Escuchó los pasos de Gray acercándose a ella, con calma y sin muestra de estar alarmado por ver como había caído al suelo. Lucy le siguió con la mirada hasta que él se plantó frente a ella, se puso de cuclillas y la miró con expresión aburrida.

-¿Vas a seguir corriendo?

-Cállate.

-Déjame ver esas heridas- y sin esperar una respuesta agarró las manos de Lucy y las miró con tranquilidad.

Frío. Eso fue lo primero que sintió. Una sensación de frío recorrió su cuerpo haciendo estremecerse, las manos del moreno estaban muy frías pero él no parecía tener frío en absoluto… fijándose mejor pudo comprobar que las ropas que llevaba el chico no eran muy abrigadas para estar en aquella época del año donde el otoño se convertía en invierno.

Instintivamente pensó en Natsu, era lo contrario al moreno. Natsu era cálido y agradable… sus sonrisas tan dulces y llenas de alegría hacían que el corazón de Lucy bombeara con mucha más rapidez. El pelirrosa poseía la cualidad de tener siempre su cuerpo más caliente de lo que era normal en una persona y no le extrañaba puesto que este era un Dragon Slayer de fuego. Sonrió débilmente al pensar en Natsu, sus ojos brillaron de pura felicidad.

Y aquello no pasó desapercibido por Gray.

-No son graves, un poco de agua y vendajes servirán- soltó las manos de la rubia y la miró a los ojos.- ¿Dónde más te duele?

-Ya estoy bien.

-Te has caído y he visto que te has hecho daño en las rodillas y manos, no soy estúpido. Además mi trabajo es protegerte y si no lo cumplo no me pagan.

-¿Acaso solo piensas en el dinero?- preguntó.

-No hay nada mejor que el dinero para poder sobrevivir.

Sin esperar el consentimiento de Lucy, Gray subió el kimono de la muchacha hasta las rodillas.

-¿¡PERO QUÉ HACES!?- gritó totalmente enfadada y roja de la vergüenza al ver lo descuidado y poco delicado que era aquel estúpido.

-Estate callada- le ordenó.

Se calló y observó como su nuevo guardaespaldas miraba las heridas acariciando aquella zona quitando la poca sangre que tenía. Esperó a que terminara para volver a colocarse correctamente el kimono. Pensaba decirle cuatro cosas, para dejarle bien claro que como volviera a tocarla no duraría mucho en aquel puesto pero, la voz de Mirajane la hizo desviar la cabeza hacia donde la albina se encontraba.

-Lucy-san, ¿se encuentra bien?- preguntó un tanto preocupada al verla en el suelo.

-No es nada Mira-san… solo me he caído al suelo.

-¡Eso es malo! Ven ahora mismo conmigo, voy a curarle esas heridas.- se acercó a ella y la ayudó a levantarse.- Tú, sígueme.

Con ayuda de ambos, Lucy fue llevada a su cuarto donde se quedó horas y horas, sin hacer nada… solamente observaba como pasaba el día… lentamente. Se sentía sin ganas de nada, no se sentía libre… ni tampoco feliz. Pensar en Natsu le hacía feliz por unos segundos pero después se sentía muy triste al saber que no podría verlo con tanta regularidad como antes. La idea de no poder verlo otra vez le asustaba enormemente.

Intentó leer un libro para así poder apartar esos pensamientos negativos y sobre todo para poder ignorar completamente al moreno que se encontraba de pie apoyado en la pared de brazos cruzados vigilándola.

Cuando leyó el nombre del libro sintió ganas de llorar… añoraba a Natsu… demasiado, jamás pensó que podría echar de menos tanto a una persona… tanto como a su madre. Y es que el nombre del libro la hizo pensar en el pelirrosa... "La princesa y el dragón".


Era una noche de luna llena, todo estaba tranquilo. El brillo de la luna era suficiente para alumbrar la cabaña, un fuego apagado aun humeando inundó sus fosas nasales. Se sentía realmente relajado tumbado en su cama. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando escuchó unos pasos.

-Erik.

Miró a la chica que se encontraba delante de él, llevaba una fina tela cubriendo su cuerpo mojado tras haberse lavado. Aquella tela se pegaba a su cuerpo como si fuera una segunda piel, marcando sus voluptuosos pechos y sus perfectas y vertiginosas curvas por no hablar de que no tapaba más del muslo entero. Tenía las mejillas algo sonrojadas, no sabía si era por el calor del baño o simplemente por encontrarse semidesnuda (por no decir desnuda) delante de él.

Se incorporó de la cama y se levantó acercándose a la chica de cabellos violeta. La altura entre ambos era muy notable, siendo él mucho más alto que ella. Cuando acabó frente a ella le acarició su brazo derecho subiendo mediante caricias hasta el hombro. Ella solo cerró los ojos y disfrutó de las atenciones Erik.

Cuando llegó a la curvatura del pecho ella soltó y suave suspiro, la tela comenzaba allí y ahora mismo le estorbaba. Se la quitó y tirándola al suelo la cogió y la tumbó en la cama. Ella le miró a los ojos, sus ojos jade eran hechizantes y absorbentes. Aun le costaba creer como alguien como él podía vivir con alguien como ella; tan buena…

-Erik…- susurró la chica desde la cama mirándole con el sonrojo en sus mejillas.

-Puedo oírlo, Kinana- sonrió él subiéndose a la cama y apresando el cuerpo de la chica con el suyo propio.

La recién nombrada unió sus labios con los de Erik mientras se incorporaba acabando sentada en las piernas del otro. Erik no dijo nada y comenzó a lamer el pecho de la chica disfrutando de los gemidos y jadeos que ella soltaba. Y es que vivir con ella le hacía feliz, pasar día a día junto a ella hacía que su vida tuviera sentido. Convertirse en un solo ser con Kinana hacía que la soledad con la que había vivido años atrás se borrara.

La cabaña en la que vivían estaba alejada de toda civilización pero les daba igual, estaban ellos dos y eso era lo único que importaba. Cerca de su cabaña habitaban miles de serpientes de todos los tipos y de diferente peligrosidad pero amaban a esos animales; los estudiaban y los cuidaban sin precauciones. Para eso estaba él… para proteger a Kinana de cualquier veneno posible, porque él era un Dragon Slayer.

Aquella noche, como tantas otras, fundieron sus cuerpos en uno solo, Erik acariciaba y besaba cada parte del cuerpo de su querida esposa mientras se hundía con más rapidez en ella. Kinana reprimía gemidos a la vez que clavaba sus uñas en la bien formada espalda del Dragon Slayer…

-Puedo oírlo- le susurraba al oído cada vez que se mordía el labio inferior intentando acallar aquellos gemidos.

Cuando llegaron al clímax la de cabellos violetas se dejó caer en la cama y acercándole a ella se durmió en un profundo y agradable sueño. Él siempre tardaba más en dormir y no era por insomnio ni por nada parecido. Solamente se quedaba observando cómo dormía su esposa, tan relajada y tan hermosa. Pasados largos minutos, que posiblemente habrían sido horas, decidió dormir.

Algo o más bien alguien le puso alerta. Se incorporó de la cama en el momento en el que una alargada serpiente se convertía poco a poco en una mujer de cabellos oscuros como la noche.

-Tú… ¿quién eres?- preguntó Erik enfadado y a la vez sorprendido. Jamás había visto algo así.

-¿Eres Cobra?- preguntó ella ignorando la anterior pregunta.

Antiguamente, él trabajó en grupo de sicarios que se dedicaban a robar y a asesinar intentando lograr un mundo donde las personas como él pudieran dominar a todos. Cobra, así es como le llamaban en ese grupo… cuando dos de sus compañeros murieron se dieron cuenta de que aquel plan no tenía ningún sentido y que sería imposible lograrlo. Se separaron y él, solo de nuevo, buscó un lugar donde vivir en paz el resto de su vida pero al conocer a Kinana supo que jamás estaría solo.

Nunca pensó que alguien volvería a llamarlo así y nunca pensó que alguien pudiera encontrarlo allí… aquella mujer le transmitía sensaciones negativas y supo que era peligrosa.

-¿Qué quieres?

La mujer sonrió con superioridad.

-Sé quién eres y que poder tienes. Solo he venido aquí a pedirte ayuda…

-Largo de aquí, no pienso ayudarte.

-Mi nombre es Minerva y créeme, no te conviene que sea tu enemiga- la mirada que le lanzó hizo que Erik se pusiera aun más alerta.

-Fuera.

Minerva miró a Kinana, quien dormía ignorando lo que ocurría. Una sonrisa siniestra cubrió su rostro y se acercó a la cama.

-Dormir es lo más placentero del mundo… desconectas del mundo, de todo lo que te rodea… crees que estás seguro…. Pero no es así, los peligros siguen ahí, acechando…- su voz era fría y oscura.- Nunca sabes lo que puede ocurrirte- siseó acariciándole el pelo a Kinana pero acto seguido la mano de Erik hizo que se apartara de ella.

-No la toques…- dijo en tono amenazador, no iba a permitir que nadie tocara a su esposa.

-Todo depende de ti.

No se lo pensó más veces, jamás pondría la vida de Kinana en peligro y si tenía que hacer algo, por muy horrible que fuera, lo haría.

-¿Qué tengo que hacer…?- susurró al final.

-Matar dragones...


¡Estoy de vuelta! Siento mucho haber tardado tanto en subir pero ahora estoy aquí y con más fuerza que nunca.

El capítulo 6 ha sido uno al antiguo capítulo 7 por lo cual ahora este capítulo es el 7 aunque en realidad sería el "8" Debido a este cambio los reviews en este capítulo no serán aceptados puesto que FF solo permite un review por cada capítulo.

Si queréis comentarme y darme vuestra opinión podéis escribirme un mensaje privado o simplemente escribir el review en forma de anónimo, es decir, saliendo de vuestras cuentas.

*Ronin: son samuráis sin señor, lo que quiera decir que son samuráis sin honor y sin ningún poder alguno. Todo samurái necesita tener un señor.

¡Muchas gracias por vuestros reviews!