Bella se secó la lágrima que corría por su mejilla, y se volvió a acurrucar contra la esquina.

Los recuerdos invadían su mente, como balas, llenando su cabeza con aquellos asquerosos recuerdos, sentía sus manos por todo su cuerpo, sus inmundas risas, sus golpes…

-hey, tranquila, bebé, estoy aquí.- Un brazo rodeo sus piernas, y la sentó en su falda- shh, todo está bien, nada te volverá a ocurrir, lo prometo.

Bella se aferro al musculoso pecho que le ofrecía consuelo, y recordó cual había sido el principio de todo…

Flashback:

Bella soltó una carcajada, mientras se bajaba tambaleándose del taxi.

Se giró al notar que su amiga no bajaba, y la miró intrigada.

-¿Piensas bajar?- le pregunto con una ceja alzada a Alice, su amiga que con solo 18 años recién cumplidos, ya había abandonado su ciudad natal, para venir a la gran ciudad.

-oh, Bells, no te lo dije, yo me iré con John a su casa- indico, señalando al guapo muchacho rubio, que le depositaba besos en el cuello.- pero tu quédate en el apartamento si quieres, yo volveré, creo que mañana-y acelerando, el taxi dejo a Bella frente al edificio de Alice, su mejor amiga, quien repentinamente había cambiado de planes.

Con un encogimiento de hombros, camino, algo ebria, hasta la puerta del edificio, y con una sonrisa, saludo a Philip, el portero del edificio, que ya la conocía bastante bien.

Se subió en el ascensor, sin reparar en el hombre que entró un segundo después de ella.

Al girarse lo reconoció y, ebria como estaba, le sonrió.

-hola, Edward- le dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿estás ebria, verdad?- le pregunto el chico, de unos 23 años, cabello cobrizo, y ojos del color de las esmeraldas.

-¿Cómo lo sabes?- le pregunto ella sin borrar su sonrisa.

-porque solo estando ebria me hablas tan amistosamente- le respondió él, con una sonrisa sin humor, y ella hizo un puchero.

Edward Cullen era el sueño de cualquier mujer.

Y era su "peor enemigo".

Era el hermano mayor de Rosalie, otra de sus amigas, y, casualmente, vivía en el mismo edificio en el que Alice se había instalado al venir desde Minnesota a rendir su último año de escuela aquí, en Chicago. Hace dos meses había comenzado el año escolar, y Bella no aguantaba para que llegara a su fin, y poder ser libre de una vez.

La primera vez que lo conoció, había caído rendida a sus pies, como cualquier mujer normal, pero luego de conocerlo, se dio cuenta de que era solo otro estúpido más, otro estúpido que amaba jugar con los corazones de las chicas.

Sin más comentarios, el ascensor subió hasta el último piso, y Edward, como todo caballero que era, dejó salir primero a la chica, que le sonrió sin humor.

El departamento de Edward se encontraba justo frente al ascensor, y Bella debía recorrer todo un pasillo en forma de L antes de llegar al departamento de Alice.

Edward se paró en su puerta, mirando a la tambaleante chica caminar por el pasillo, y esta, antes de girar en la esquina, enganchó su taco en la alfombra, y cayó de bruces contra el suelo.

Edward corrió a socorrerla, y la levanto, sin mucho esfuerzo.

Ella le sonrió, mientras él abría la puerta del departamento con la llave que la chica traía en la mano.

-Supongo que aquí debo dejarte- le dijo con una sonrisa, y ella se paro frente a él, ya dentro del departamento de Alice.

Lo miró a los ojos durante unos instantes, y se acercó peligrosamente a él.

Edward recorrió con la mirada a la muchacha que se encontraba frente a él.

Su largo cabello castaño enmarcaba una carita de ángel, llena de pequeñas pecas. Su nariz era respingada, y sus ojos…Dios, esos ojos, que lo miraban con la inocencia estampada en ellos, y por último, estaban esos labios, esos labios que ella odiaba, y que a él le parecían condenadamente hermosos, con el labio superior una pulgada mayor que el inferior, perfectamente rellenos. Esa hermosa mujer, esa hermosa niña, era su diablo personal.

La odiaba por su actitud fría cuando se encontraba cerca de él, por criticarlo por absolutamente todo lo que hacía…pero de noche, madre Santa, de noche él no podía dejar de soñar con su pequeño y perfecto cuerpo, con esos labios, y esos ojos que lo seguían a todos lados.

"Contrólate, imbécil" se dijo a sí mismo, es solo una niña, solo tiene 17 años.

La muchacha dio un paso adelante, y Edward, antes de ceder a sus impulsos, la tomó por los hombros y no la dejó avanzar más.

Pero ya se encontraban a solo 10 centímetros de esos labios, a solo 10 cm. De su perdición.

Haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban, soltó a Bella, y dio un paso atrás.

-Buenas noches- su voz salió ronca, y sin más, cerró la puerta del departamento, quedando en el pasillo, solo.

Bella, dentro del departamento, miraba fijamente la puerta, como si eso hiciera que Edward fuera a volver por alguna maravillosa fuerza magnética de sus ojos.

Pero no lo logró, por lo que se giró, con un puchero, y se quedó dormida en el sofá.

.

Bella acomodó su bolso en su hombro, y caminó con paso firme fuera del departamento.

Su cabeza parecía explotar por la resaca, y ella no podía caminar ni dos pasos sin rezongar del dolor.

Pero lo hizo, caminó hasta el elevador, y allí se apoyo contra la pared

Eran las 7 de la tarde, y Bella acababa de tomar las fuerzas suficientes para poder salir del departamento sin tropezar.

Alice no había vuelto a casa, y Bella había dormido hasta las 4 de la tarde.

Cuando llego a la planta baja, Edward se encontraba firmando unos papeles en el escritorio de la recepcionista, y aprovechando que estaba de espaldas, Bella caminó lo más rápido que pudo hasta la puerta del edificio.

No quería ni ver a Edward después de lo sucedido la otra noche.

-¡Bella!- Su voz llamándola la desesperó, y solo pudo caminar más rápido hacia la salida. "Dios porqué la puerta está tan lejos" pensó- ¡Isabella, te estoy hablando!- se escuchó su autoritaria voz por todo el vestíbulo, y todo el mundo quedó en silencio.

Bella se giró lentamente, y lo miró, lanzando llamas por los ojos.

Edwards estaba vestido con una camisa blanca, arremangada hasta los codos, y con los tres primeros botones abiertos, unos jeans azules, y sus cabellos todos revueltos.

-¿Qué quieres?- le pregunto, mirándolo desafiante.

Edward la miró-¿Vas a salir a la calle vestida así?- le preguntó con una ceja alzada.

Sin comprender, Bella bajó su vista hacia su vestimenta.

Llevaba puesto el mismo mini-vestido que traía ayer, y los mismos tacones. Ciertamente, no era la ropa apropiada para salir a caminar por Chicago.

-No tengo otra cosa- le respondió cortante.

-Bien, yo te llevo- dijo Edward comenzando a caminar hacia ella.

-¿Qué? ¡No! Puedo ir yo solita- le respondió con una sonrisa sin humor, y girándose nuevamente hacia la salida.

-¡Bella, por Dios! No seas tan cabeza dura, no puedes ir a tu casa caminando a esta hora, está oscureciendo. Podría sucederte algo.

Se giró, mirándolo como si quisiera matarlo por toda la escenita que estaba montando.

-Edward, por si no lo sabías, tengo 17 años- le aclaró.

-¡Oh, sí! Eres toda una mujer- murmuro con ironía y Bella ya estaba roja de la rabia

-¡Piensa lo que quieras, Cullen!-Le gritó, ya fuera de sí- Pero que te quede claro una cosa: tú no eres nada para mí-le dijo resaltando el "nada"-absolutamente nada, ¿comprendes? No tienes derecho de decirme lo que debo hacer, ni cómo debo hacerlo. Adiós Edward-Y con esta última palabra, se giró sobre sus talones y salió caminando del lugar con toda la dignidad que le quedaba, luego de que Edward la regañara como a una niña.

Caminaba por las atestadas calles de Chicago, mientras las luces comenzaban a iluminar el crepúsculo, y la ciudad se preparaba para su vida nocturna.

La gente la miraba extrañada, ante su vestimenta reveladora y no adecuada para ser las 7.30 de la tarde.

Pero ella seguía caminando, ansiando llegar a casa.

Los pies le protestaban dentro de sus tacos aguja, y comenzaba a picarle el frío.

Pero siguió caminando, sabiendo que todavía quedaban unas 15 cuadras para llegar al barrio residencial en el que vivía con su padre.

Bueno, en el que vivía ella, ya que su padre prefería pasarse los días en su oficina, y las noches en la cama de sus múltiples amantes.

Gracias a Dios que su madre ya no vivía para ver en lo que se había convertido su esposo. Ese hombre tan tierno y fiel que ella había conocido, se había convertido en una simple sombra de lo que solía ser.

Ahora era un hombre frío, calculador, y se encontraba bastante lejos de ser un padre cariñoso y comprensivo.

Bella diría que es un milagro que él se acordara de que tenía una hija.

Muchos la juzgaban de niñita caprichosa, al ver cómo salía al centro comercial una vez a la semana, y malgastaba el abundante dinero de su padre en ropa que ni siquiera le gustaba.

Lo que no comprendían era que esa, era la única forma en la que ella lograba que ese hombre poderoso, rico y de corazón de piedra, se fijara en ella. Aunque sea para regañarla, eso no le importaba. Lo único que le importaba era que, así sea por solo unos minutos, ella se imaginaba que tenía un padre de verdad, al que le interesaba su bien estar, cuando lo único que realmente le interesaba era cuidar del dinero que ella desperdigaba por ahí.

Bella se secó una solitaria lágrima que corría por su mejilla.

Mierda. Había jurado no volver a llorar por eso.

Había jurado que no volvería a derramar ninguna otra mísera lágrima en un caso perdido.

Y allí estaba, recordando esos hermosos días en los que eran ellos tres contra el mundo, una familia perfecta, feliz. Su madre, su padre, ella.

"Pero eso ya no existe, asique deja de ser una maldita llorica" Se regañó a sí misma y siguió caminando.

Se giró a la derecha, para caminar por una de las calles secundarias de la ciudad. Ahora solo quedaban 10 cuadras para llegar a casa.

Cruzó en verde al ver que la calle se encontraba desierta, pero se paralizó en su lugar al ver a una pandilla de vagos caminar hacia ella.

Estaban claramente borrachos, y caminaban tambaleándose.

La señalaban y reían como idiotas.

Bella dio un paso atrás, y se giró para echar a correr, cuando sintió una mano huesuda que la sujetaba por el codo.

Chilló.

Pero nadie la escucho.

Entre los 5 hombres se reían de ella, la humillaban, le pegaban, y finalmente la tiraron al suelo de un callejón, y comenzaron a quitarle el vestido.

Bella chilló.

Chilló hasta que su garganta no puso más, pero nadie vino a ayudarla.

Y un último grito de ayuda quedó flotando en el aire sin respuesta:

"¡Edward!".

..

Hey!

Perdón por las demoras en publicar los próximos capítulos de mis otras dos historias, el problema es que esta loca idea me ataco hace unos cuantos días, y ya saben cómo es la inspiración: "O la aprovechas ahora, o te jodes por imbécil" Así de simple, muchachas, me he pasado los últimos días dándole los toques finales a esta historia que, a mi juico, me está quedando bastante bien. Pero ya saben, no soy justamente YO la que debe evaluarla, sino ustedes, por eso les pido que me dejen una opinión con un review, saben que me ayudan muchísimo ;)

Besotes Emma