Isabella jadeó, abriendo los ojos como platos mientras intentaba absorber todo aquel perfecto paisaje que la rodeaba.

-¿Te gusta?

-¿Qué si me gusta?-Bella apoyó su cuerpo sobre el de su novio, todavía con la boca abierta.-Esto es impresionante.

Edward sonrió, estrechándola más sobre su costado.

Sí, realmente, la vista de aquel París nocturno iluminado era perfecta.

Perfecta para lo que él tenía pensado hacer.

Nervioso, volvió a bajar la vista hacia su novia, que intentaba descubrir cuál de todos aquellos edificios sería su hotel.

-Nunca pensé que algún día subiría a la Torre Eiffel.

-Te lo dije tantas veces ya, cariño. Conocerás todo el mundo.-Bella sonrió, mientras se arrebujaba más dentro de su tapado.

Estaba helado, pero el frío no le impedía disfrutar del magnífico momento que estaba viviendo.

Era mágico.

Siguió paseando su vista por las luces, los pequeños coches que se movían de un lado para el otro. El aire estaba frío y perfumado con un tenue aroma floral.

Había música.

Isabella no tenía idea de dónde provenía, pero las suaves notas del piano le acariciaban los oídos con increíble delicadeza.

Y lo más importante de todo. Estaba junto a Edward.

Sonriendo, alzó la cabeza hacia él.

El amor de su vida.

Edward repasó su rostro con la mirada, y le dedicó una sonrisita.

Estaba nervioso. Bella lo sabía. Había estado nervioso toda la mañana, y por más que lo había presionado para que le contara, él se había negado.

Edward estaba más que nervioso. Estaba histérico.

¿Y si ella le decía que no? Oh, demonios, que horror.

¿Y si pensaba que era demasiado apresurado?

No, no lo era. ¡Vamos, tres años de noviazgo no podían ser poco!

Él estaba seguro de lo que estaba por hacer.

Estaba completamente seguro de que era Isabella Swan con quién quería pasar el resto de sus días.

Que era con ella con quién quería despertar. Que a ella quería hacerle el amor todas las noches…O cuando pudiera. Que eran sus ojos en los que quería perderse, sus labios los que quería besar. Que era su humor inocente el que quería disfrutar.

Era ella. Nadie más que ella.

Inhaló hondo, y se giró para quedar de cara a su castaña.

Bella lo miró, con aquellos curiosos ojos chocolates llenos de preguntas.

Edward, haciendo acopio de toda su valentía, hincó una rodilla en el suelo.

Allí vamos…

-Bella…-Edward observó, algo divertido y porqué no, asustado, como su novia abría los ojos y la boca por igual, sorprendida.-Te amo. Te amo como nunca pensé que llegaría a amar a nadie. Eres tú, pequeña. Necesito tenerte junto a mí, para siempre. Por favor, acepta compartir el resto de tu vida conmigo. Acepta ser mi esposa.

Isabella parpadeó.

Estaba soñando, ¿Verdad?

Inhaló un par de veces, sin hacer caso a las miradas curiosas y sólo centrándose en su cobrizo, que mantenía los ojos bien abiertos mientras la miraba expectante, y aterrado.

-Tu esposa…-Susurró, y Edward frunció el ceño con impaciencia.

-Sí.-Volvió a quedársele mirándolo, temerosa de entrar en estado de shock. Edward resopló.-Bells, amor, el suelo está frío, y si no me respondes ahora juro que me lanzaré por aquella baranda.

Isabella soltó una risita nerviosa antes de acercarse a su novio y arrodillarse junto a él.

-¿Tienes miedo, Cullen?

-Estoy aterrorizado.-Susurró, y Bella lo miró con los ojos llenos de ternura.

¿Podía ser más hermoso?

-Sí, nene. Seré tu esposa.

Ambos sonrieron cuando los aplausos resonaron a su alrededor, y Edward respiró hondo por primera vez en todo el día.

Acortaron la pequeña distancia que los separaban, para fundirse en un beso cargado de amor.

Rompiendo el beso, Edward se levantó de un salto y tomó a su ahora prometida en brazos, comenzando a caminar hacia el ascensor.

-¡Oye! ¡Recién llegamos!-Se quejó la castaña.

-Volveremos mañana si quieres, pero ahora necesito estar contigo a solas.

Isabella soltó una carcajada.

-Pervertido.

Dentro del ascensor, y sin importarle un comino el público, Edward la abrazó por la cintura, levantándola del suelo, y enterró el rostro en el suave cuello de Isabella.

-Tengo frío. Caliéntame.-Bella se mordió el labio, divertida, al oír la voz ahogada de su futuro esposo, y apoyó la mejilla sobre la mata de cabellos cobrizos, aspirando su embriagador aroma.

-Lo haré, puedes tenerlo por seguro.

-¿Siempre?

-Todos los días de mi vida.

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Es corto, pero no sabía que más hacer, es… no sé. Se aman. Fin. JAJAJA, espero que les haya gustado la historia. Adoro cuando Eddie se pone nerviosin*.*

Un beso enorme a todas, y mil gracias por todo.

Emma.